Prólogo
Yo, legionario número 187992, he decidido contarles todo lo que viví y aprendí durante mi servicio en la Legión Extranjera Francesa. Fue mi familia durante largo tiempo y, precisamente, ese período tendría un fuerte impacto en mi vida. Gran parte de los nombres en este libro corresponden a legionarios verdaderos de la época, pero esto no es un ensayo histórico, sino una novela; una novela que reúne mis propias aventuras y las hazañas de mis camaradas de la Legión.
Aparte de las cosas que viví personalmente, he incluido historias que solamente escuché en los bares y las cantinas de los legionarios. Para lograr relacionarlo todo he inventado ciertos episodios y, en algunos casos, he reunido en un solo personaje las aventuras de varios camaradas. En la parte que concierne a la historia he tratado de contar todo lo que aprendí y leí durante mi servicio en la Legión, y también en los años posteriores tras haber dejado sus filas. He recargado ciertos capítulos con nombres de ciudades, batallas y fechas históricas con la intención de ubicar el lector en el tiempo y, sobre todo, para honrar a los veteranos que murieron para la gloria de la Legión Extranjera.
Cada año, miles de jóvenes de diferentes lugares de nuestro planeta llegan a la Legión Francesa, creada en 1831 por Luis Felipe I, rey de Francia, quien decidió unir en un cuerpo militar a todos los extranjeros mercenarios que servían a la corona. Hoy sus soldados son enviados a Afganistán, África Central, Guayana Francesa y otros puntos menos conocidos del orbe. Siempre listos para morir sin tener derecho a preguntar “¿por qué?”.
Su pasado no existe y su futuro está dictado únicamente por los oficiales de sus compañías. La disciplina de hierro es la base de la comunicación en esa división, única en su tipo. Cada legionario se compromete a servir un mínimo de cinco años. La Legión se convierte en su familia.
Nadie espera al legionario en el aeropuerto cuando regresa de una misión. Como único recibimiento cuenta con algunos camiones militares estacionados en la pista.
En Navidad, todos los regimientos celebran juntos la cena, desde el último soldado hasta el general. “La Legión es tu familia”, reza uno de los lemas. La Navidad es una fiesta familiar, por eso todos se quedan en “casa”.
Un legionario es mucho más que un mercenario; no se deja llevar por lo personal, mantiene sus pensamientos bajo control. Cada acción queda registrada en su expediente y por cada error le aguarda una dura pena carcelaria. ¿Quién escogería una vida semejante y por qué? Las causas son muchísimas y sobre todo de carácter personal, por eso no siempre podemos descubrirlas. Pero, cuando hay una mayoría que viene de una misma nación, la causa tiene un carácter global. Así, después de la Revolución de Octubre, miles de soldados del ejército blanco bajo las órdenes del rey ruso buscaron un refugio en la Legión. Durante 1945, muchos oficiales alemanes que habían perdido a su ídolo Hitler también se incorporaron a sus filas. En los años noventa la mayoría éramos de los países del bloque soviético.
A la Legión llegan hombres dispuestos a todo porque han sido arrastrados a la desesperación en sus vidas, gente que no tiene futuro en su país o simplemente aventureros que buscan emociones fuertes.
El camino hacia el képi blanc (la gorra militar de la Legión) es largo y difícil. Comienza desde el momento del reclutamiento, continúa en el cuartel general en Aubagne (la selección), y después sigue con estancias en los Pirineos (las montañas entre Francia y España) donde deben olvidarse de frases como “estoy cansado”, “no tengo fuerzas” o “no puedo”. Las marchas, los entrenamientos y las maniobras militares están acompañados de exámenes médicos y pruebas psiquiátricas.
Sólo uno de cada diez candidatos prosigue con la preparación. La verdadera selección se desarrolla durante cuatro meses, cuando se determina quién durará y quién no. Ahí un hombre se da cuenta de que una musculatura desarrollada no basta por sí sola para soportar los trotes de diez kilómetros o las caminatas de ochenta. La base de todo es la mente, que controla las fuerzas y el ánimo. La apariencia de fuerza es únicamente pose. Los que quedan después de pasar por esos cuatro meses de infierno no son los gorilas fuertes, sino los decididos, los que son conscientes de que no hay vuelta atrás.
También hay otras cosas con las cuales tienen que combatir algunas almas sentimentales; la nostalgia no tiene cabida entre las filas de la Legión, porque puede conducir a la depresión. La patria está lejos y del pasado les separa un abismo. Bajo la influencia de esa increíble presión física y psicológica muchos de los novatos no aguantan y tratan de desertar o, directamente, se rinden ante el jefe de la compañía, confesando que su deseo de servir en la Legión ha llegado al límite. A estos les aguarda la cárcel y después el regreso a la vida civil.
Los que quedan después de los cuatro meses de instrucción se ubican en diferentes batallones de combate, y todo comienza de nuevo: nuevas instrucciones, marchas y maniobras. En la Legión, las dificultades nunca terminan. Las tradiciones y la disciplina de hierro llegan hasta el fanatismo y acompañan al legionario durante toda su carrera, sin importar el rango o el tiempo de servicio. La psicología y el cuerpo están sometidos constantemente a nuevas pruebas. Un legionario destinado a una misión está menos agotado porque reserva sus fuerzas para las acciones reales, a diferencia de los entrenamientos y las maniobras en las cuales el soldado acaba exprimido casi hasta la muerte.
La Legión Extranjera es parte del ejército francés y es el cuerpo de élite de la infantería. La única diferencia entre ella y los otros cuerpos de élite del mundo es que sus puertas están abiertas a candidatos de todas las nacionalidades.
La Legión brinda a cada uno el derecho de cambiar su vida, tanto a los extranjeros como a los fugitivos del mismo territorio francés. La Legión Extranjera no es una banda de criminales y aventureros, es un ejército que se ha preservado durante los siglos gracias a su disciplina de hierro y tradiciones.
En las filas de la Legión las diferencias entre el color de piel, la nacionalidad y la religión que uno profesa carecen de importancia. Ahí lo fundamental son las fuerzas físicas, la nobleza y la moral.
La única fe que un hombre necesita es la seguridad en sí mismo y en su propia fuerza y, si esta es suficiente, podrá transformar su debilidad en fortaleza.