La epidemia de la electrosensibilidad
Este libro trata, en resumidas cuentas, de cómo convivir de forma saludable con las nuevas tecnologías. Los dispositivos que compramos suelen venir acompañados de un manual de uso, pero pocas veces de instrucciones precisas y actualizadas sobre cómo disfrutar de sus ventajas sin sufrir sus inconvenientes. No te voy a proponer que renuncies a los maravillosos avances que nos ofrece la tecnología (yo tampoco quiero hacerlo), pero sí te advertiré de que su uso puede alterar tu vida si no lo haces con un poco de sentido común.
A pocas personas se les ocurre hoy en día privarse de los beneficios de la telefonía móvil o del wifi. De hecho, ¿alguien desea volver a la Edad de Piedra? Yo, desde luego, no. Pero tampoco quiero acabar descuidando las relaciones personales ni desarrollando un cáncer. De lo que se trata es de disfrutar del progreso y de todas sus ventajas tomando las precauciones que sean necesarias. Igual que en nuestros días todo el mundo asume que hay que abrocharse el cinturón de seguridad para circular en coche (no era así hace unos años, aunque te parezca increíble), acabará por asumirse que es mejor apagar el wifi por la noche, revisar la instalación eléctrica de nuestra casa —especialmente del dormitorio— y no dormir con el móvil junto a la cabecera de la cama para ahorrarnos radiaciones indeseadas en el cerebro durante nuestro tiempo de descanso. No se trata de limitar nuestro uso de la tecnología, sino de dominarla realmente. De tomar el control.
No me dedicaría a lo que me dedico si no estuviera convencido por completo de la irresponsabilidad y del peligro que supone ignorar el efecto de los diferentes tipos de radiaciones electromagnéticas sobre nuestro organismo. Como te digo, es cuestión de tiempo que esto caiga por su propio peso y que lo que hoy todavía se considera un conocimiento avanzado y para minorías esté al alcance de todo el mundo.
Que conste que no escribo este libro para tener razón ni para poder decir algún día aquello de: «Ya lo decía yo» o «¿Veis como tenía razón?». Lo escribo para concienciar a las personas de los riesgos reales de la contaminación electromagnética y para ayudarlas a prevenirlos en la medida de lo posible. Lo escribo pensando en todos aquellos que, como yo un día, han decidido tomar las riendas de su salud (física y emocional) y de la de su familia porque no quieren o no pueden esperar a que las administraciones públicas o las compañías tomen medidas colectivas.
Una verdadera epidemia
Es posible que alguien de tu entorno —o tú mismo/a— ya haya manifestado síntomas de sensibilidad electromagnética, por ejemplo un misterioso cansancio que los médicos no saben a qué atribuir y que no mejora con nada. Y es que muchas personas que pasan por enfermizas, o incluso por hipocondríacas, son en realidad víctimas invisibles de una sobreexposición a la radiación. Ésta puede ser, a poco que nos descuidemos, la gran epidemia de los próximos años. No exagero: los índices de electrosensibilidad en los países industrializados están creciendo a un ritmo trepidante.
La sensibilidad a las radiaciones electromagnéticas puede variar mucho de una persona a otra, e incluso de un momento a otro de la vida de una misma persona. Pero es un hecho que de un tiempo a esta parte, concretamente en las últimas décadas, el desembarco masivo de tecnología en nuestras vidas ha multiplicado la presión electromagnética sobre nuestros organismos. A las causas naturales de toda la vida se ha sumado una catarata incontenible de radiaciones artificiales que amenazan con dar lugar a una verdadera epidemia.
El 13 de mayo de 2011, la Organización Mundial de la Salud incorporó la electrosensibilidad (intolerancia ambiental a los campos electromagnéticos) y la sensibilidad química múltiple (enfermedad producida por una sobreexposición a productos químicos) a la Clasificación Internacional de Enfermedades. Según la OMS, entre el 1 y el 3 por ciento de la población mundial padece electrosensibilidad, es decir, una especie de reacción excesiva a la energía electromagnética que usan o desprenden una cantidad cada vez mayor de artilugios. No es una cifra desdeñable en absoluto si transformamos la fría estadística en seres de carne y hueso: entre 70 y 210 millones de personas. Piensa, por ejemplo, que la propia OMS estima que en todo el mundo hay unos 35 millones de enfermos de sida, es decir, muchos menos. Y del sida se habla, y mucho, desde hace años.
Muchos expertos consideran que las estimaciones de la OMS son exageradamente prudentes y temen que haya bastantes millones de afectados más. Y eso no es lo peor. Lo peor es que esas cifras están creciendo con preocupante rapidez. Suecia, uno de los países pioneros en reconocer la electrosensibilidad como una discapacidad, estima que el número de sus ciudadanos afectados ha pasado del 0,63 por ciento en 1995 al 9 por ciento en 2004. Casi diez puntos en menos de una década. De hecho, Suecia ha sido el primer país en reconocer la electrosensibilidad como enfermedad laboral y concede ayudas a los afectados para que protejan sus casas de las radiaciones (para que las «apantallen», como se dice en nuestro argot). Por su parte, el Observatorio de la Comunicación Electromagnética de Estados Unidos estima que el 10 por ciento de la población estadounidense padece electrosensibilidad.
En España, donde las cifras probablemente sean similares a las de Suecia o Estados Unidos, no existe todavía ningún reconocimiento oficial de la electrosensibilidad ni ninguna estadística fiable. Y lo preocupante es que la tecnología sin control, es decir, sin unas indicaciones claras para un uso sano y responsable, sigue proliferando a un ritmo endiablado, con antenas, redes y dispositivos wifi, wimax, bluetooth, WLAN, DEC, GSM, DCS, UMTS, etc. Una sopa de letras tecnológica en la que estamos sumergidos sin que nadie nos haya informado adecuadamente ni nos haya pedido opinión.
Es importante que tengas clara una cosa: todos, absolutamente todos, somos sensibles a la contaminación electromagnética. No es un problema que afecte al vecino y del cual tú y yo nos vayamos a librar. Todos somos electrosensibles en alguna medida, o lo que es lo mismo: nadie es inmune por completo a los efectos de las ondas electromagnéticas. Lo que sucede es que hay personas que, por una razón u otra, manifiestan los efectos de esa sensibilidad de una manera más evidente. Hay personas, aunque tal vez te cueste creerlo, que han llegado al extremo de no poder salir a la calle si no se protegen de alguna manera, ya que no pueden soportar el impacto de tantas radiaciones como nos rodean. Otras, en cambio, lo soportamos e incluso parece que no nos afecte, pero lo cierto es que las radiaciones van actuando día a día sobre nuestro organismo y lo van debilitando, ocasionando desde fatiga crónica o estrés a cánceres. Porque el efecto de las radiaciones electromagnéticas, como veremos, es acumulativo.
RECUERDA:
Todos somos electrosensibles en alguna medida, o lo que es lo mismo, nadie es inmune a los efectos de las ondas electromagnéticas. Lo que pasa es que hay personas que, por una razón u otra, manifiestan los efectos de esa sensibilidad de una manera más evidente. Ya son, según la OMS, entre 70.000.000 y 210.000.000 las personas que sufren electrosensibilidad (EHS) en el mundo, aunque los expertos consideran que este cálculo se queda muy corto.