LA SOCIOLOGÍA ES UN HUMANISMO

“Pensar sociológicamente nos puede hacer más sensibles y más tolerantes a la diversidad” (PS: 22). Si tuviéramos que recoger en una frase la idea fundamental de todo el proyecto sociológico de Zygmunt Bauman, probablemente serán muchas las sentencias, célebres que encontraremos en sus libros que podríamos utilizar. Pero si tuviéramos que escoger una, gracias a la cual se pudiera comprender la doble intención de este autor polaco a la hora de hacer sociología, sin duda sería esta. Por su sencillez y su claridad, por su contundencia y por su humanidad.

Lo que Bauman quiere plantearnos con esta frase es que no solo existen fenómenos que desconocemos, fenómenos hacia los cuales tenemos que dirigir nuestro interés si queremos saber explicarnos, sino que es en este mismo reconocimiento como puede y tiene que darse la conciencia de que hay una inmensa pluralidad de formas de vida que cohabitan en nuestro planeta.

Pensar sociológicamente representa, pues, una oportunidad para pensar aquello que nos es extraño, aquello que nos es diferente, fenómenos a los que no estamos acostumbrados, de una manera abierta y crítica, científica y reflexiva. Para lo cual no solo hay que atender a los aspectos estructurales que nos sitúan en medio de nuestro modelo de sociedad, sino que hay que comprender también que hay muchos modelos y muchas maneras de entender la sociedad que conviven y que tienen que ser capaces de relacionarse pacíficamente si no quieren condenarse al fracaso.

Podemos decir, pues, que la sociología de Bauman es, por todo esto, una sociología de la diferencia, y muy especialmente, de los desfavorecidos, de los repudiados, de los anormales, si seguimos la terminología de Michel Foucault, de aquellos que sea por lo que sea no se adecúan a las reglas sociales del momento. Sin duda, es en la comprensión que dirigimos hacia estas personas donde nos jugamos la calidad humana de nuestra sociedad. El objetivo, entonces, está claro: abrir los ojos, ver el mundo tal como es, y de este modo, poder pensar cómo lo hemos construido y qué podemos hacer para mejorarlo.

En este sentido, la sociología, según Bauman, como otras ramas del estudio social, “tiene sus propias perspectivas cognitivas que inspiran series de preguntas para interrogar las acciones humanas, así como sus propios principios de interpretación. Desde este punto de vista, podemos decir que la sociología se distingue por visualizar las acciones humanas como componentes de configuraciones más amplias: es decir, de conjuntos no azarosos de actores entrecruzados en una red de dependencia mutua (donde la dependencia es un estado en el cual tanto la probabilidad de que la acción tenga lugar efectivamente como la posibilidad de su éxito cambian en relación con quiénes son los actores, qué hacen o qué pueden hacer). Los sociólogos preguntan qué consecuencia tiene esto para los actores humanos, las relaciones en las cuales entramos y las sociedades de las cuales formamos parte. A su vez, esto modela el objeto de la investigación sociológica, de manera que las configuraciones, las redes de dependencia mutua, el acondicionamiento recíproco de la acción y la expansión o confinamiento de la libertad de los actores se cuentan entre las preocupaciones más destacadas de la sociología” (PS: 15).

Lo primero que uno observa cuando abre un libro de Bauman es que los individuos no son pensados de una manera esencialista, abstracta o independiente de las formas sociales por las cuales se ven afectados, sino como actores participantes de una comunidad de valores e instituciones, cuyas consecuencias prácticas también determinan la obrar y el sentido de sus acciones. Así pues, pensar sociológicamente, para Bauman, no significa únicamente pensar en el ser humano, sino también en el mundo humano en su conjunto.

Se trata de ver que estamos inmersos en un enredo de influencias y dependencias que afectan al control que tenemos sobre nuestras vidas y que configuran nuestra manera de realizarnos socialmente. La idea de familia que impera en Occidente, el papel de la mujer en países musulmanes, la hegemonía del pensamiento económico sobre otro tipo de reflexiones, son solo algunos de los ejemplos que configuran el reto de pensar sociológicamente nuestras actuaciones y sus consecuencias. Y esta es la tarea del sociólogo, ayudarnos a reflexionar y en cierto modo, a ser capaces de dirigir nuestras acciones hacia aquello que consideramos que es bueno, útil y mejor para nuestras sociedades.

Ahora bien, todas estas características no solo podrían enunciarse de la sociología; la historia, la antropología o la filosofía también se ocupan del lugar del hombre en el mundo. Es por eso por lo que se hace necesario delimitar el radio de análisis sociológico que Bauman utiliza en sus estudios. Para hacerlo, seguiremos una obra de carácter estrictamente divulgativo que publicó en 1990 bajo el título Pensar sociológicamente. Una introducción para cualquiera.

En primer lugar, nos dice, la sociología se tiene que subordinar a las reglas rigurosas del discurso responsable. Tenemos que ser escrupulosos, nos decía Gadamer en Verdad y método. Y como el pensador alemán, Bauman nos impele a utilizar siempre evidencias contrastadas, a mantener en todo momento el rigor científico, puesto que la utilización de un dato falso o de una prueba no corroborada echaría por tierra todo el trabajo hecho. Si lo que queremos es hablar de la sociedad y de las implicaciones que esta tiene, nos tenemos que atener en todo momento a las reglas del discurso responsable. La honestidad, la veracidad, la credibilidad de esta rama del conocimiento está en juego y no respetar estas reglas supondría automáticamente la deslegitimación de cualquiera de sus conclusiones.

En segundo lugar, hay que comprender que la sociología entiende el mundo como el campo de realización social del ser humano. Es decir, que no se circunscribe en un área determinada o en alguna característica en particular, sino que se ocupa de la sociabilidad en su globalidad. Esto comporta ir más allá de nuestra propia vida y tener en cuenta, a la vez, el conjunto y cada uno de los vértices que la componen. Como acabamos de decir, la sociología se ocupa de las interdependencias no solo entre humanos, sino también entre estructuras, instituciones y los flujos de influencia que configuran nuestro universo social.

Todo lo cual nos lleva a la tercera característica: la sociología nos enseña que no somos amos y señores de nuestras vidas. ¿Qué significa, esto? Sin duda, esta es una idea difícil de asumir si tenemos en cuenta que en el mundo hiperindividualista en el que vivimos todo el mundo cree poder controlar su propia vida. Pero es tarea de la sociología quitarnos el velo que nos cubre la mirada y mostrarnos la conciencia de que incluso nuestras herramientas hermenéuticas, aquellas categorías que utilizamos para explicar el mundo que nos rodea, son fruto de una coyuntura histórica y una situación geográfica determinadas. Aclarar la diversidad respetando sus particularidades es una tarea difícil, puesto que muchas veces es el mismo método el que nos obliga a homogeneizar los elementos de análisis. Aun así, el esfuerzo y la genialidad del sociólogo radican precisamente en este arte.

El sociólogo, según Bauman, se levanta contra todos aquellos que creen poder generalizar sobre “el espíritu del tiempo”. Es el caso, por ejemplo, de políticos y economistas que dicen saber leer las intenciones del mercado o los intereses de la población. La sociología, en este sentido, se opone a las “visiones del mundo que pretenden, de manera no problemática, hablar en nombre de un estado de cosas general” (PS: 21), reivindicando la existencia de la ambigüedad, de la resistencia, de la contradicción o de la paradoja como fenómenos irreductibles que se tienen que tener en cuenta si queremos explicar cuidadosamente la realidad.

La última de las características de la sociología según Bauman es su inconformismo inherente. La familiaridad, la rutina, la costumbre, el acomodo son, según él, sus enemigos principales. Pensar que no podemos transformar el mundo y que las cosas nos han sido dadas contribuye a alimentar las pretensiones de aquellos que creen poder dominar el discurso, tanto público como individual, y modelarlo según sus intereses.

Esta última característica comporta un desasosiego evidente: saber que la tarea del investigador nunca se verá acabada, puesto que siempre se harán necesarias nuevas categorías y nuevas teorías para explicar la realidad que nos rodea, y nos incluye. No hay límite que guíe la sociología, más allá de aquel que inspira todas las ciencias desde su inicio: la capacidad de admiración, la capacidad para sorprendernos.

Ahora bien, aceptar estos postulados probablemente nos hace más conscientes y nos convierte, como decíamos antes, en seres más tolerantes y más flexibles, pero a la vez, esta sabiduría nos convierte en seres eternamente insatisfechos. Esta es la virtud y la desgracia de pensar sociológicamente. Romper las barreras que parecían inamovibles, destapar engaños que hace siglos que se perpetúan, ampliar, en definitiva, los márgenes de nuestra libertad es la tarea del sociólogo. Como también lo es darse cuenta de las dificultades que todo proceso comporta y, en algunos casos, de la imposibilidad de mejorar el estado de las cosas.

Es por eso por lo que hemos titulado esta primera sección “la sociología es un humanismo”. Porque, a pesar de su tarea crítica, “significa pensar algo más plenamente en la gente que nos rodea en términos de sus esperanzas y deseos, sus preocupaciones e intereses. Así podremos apreciar mejor al individuo humano que hay en ellos y quizás aprender a respetar lo que cualquier sociedad civilizada que se precie tendría que garantizar a estas personas para mantenerse: el derecho a hacer lo que hacemos, de forma que puedan elegir y practicar sus modos de vida de acuerdo con sus preferencias” (PS: 23).
Pero ¿Cómo hacerlo? ¿Por dónde empezar? El pensamiento sociológico tiene que tener algún punto de partida si lo que quiere es lograr este honorable hito. Una vez hemos explicado cuáles son las cuatro características, en general, que posee la sociología de Bauman, ahora hará falta ver cuáles son los elementos principales de sus estudios.

La libertad como pilar fundamental

Así como para Marx, Weber o Manheim son la historia y sus estructuras las que nos dan las claves para interpretar aquello que comprendemos, para Bauman es el hombre quien tiene la última palabra y es a él a quien la sociología tiene que rendir homenaje.

El ser humano puede ser tratado, cuando menos, desde múltiples puntos de vista; pero teniendo ante todas las posibles alternativas de interpretación, Bauman se inclina por definir al hombre en función de su grado de libertad. Lo veíamos antes en su definición de sociología: “las redes de dependencia mutua, el condicionamiento recíproco de la acción y la expansión o el confinamiento de la libertad de los actores se cuentan entre las preocupaciones más destacadas de la sociología” (PS: 15).

Hablar sociológicamente es, desde su punto de vista, hablar de las condiciones que aseguran la libertad del ser humano, a la vez que se tratan las condiciones que lo mantienen subyugado. La sociología de Bauman es una sociología destinada a ofrecer más libertad, aportando conciencia del poco control que tenemos sobre nuestras vidas. Hay que darse cuenta de que es necesario ser capaces de negociar, de interpretar y de comprender lo que nos encontramos de una manera cada vez más consciente. Solo así podremos afrontar la tensión entre libertad y dependencia.

Dicho esto, es evidente que el ideal al que tenemos que aspirar es el de obtener un grado más alto de libertad reduciendo tanto como podamos nuestro grado de dependencia. Pero esto comporta sabernos parte de un conjunto más amplio que tenemos que aprender a reconocer. Igual como tenemos que reconocer, asimismo, que la negociación entre nuestra libertad y nuestra dependencia nunca acabará de cerrarse. Siempre que cambiamos de trabajo, de vivienda, de pareja o de país iniciamos una nueva conversación, en la cual establecemos nuevas coordenadas sociales, que tendremos que saber interpretar e intentar dirigir.

La libertad, ya lo decía Kant, es la libertad que el hombre posee para escoger entre opciones diferentes. Será necesario, pues, algo más que el libertinaje para construir un mundo justo. El libertinaje, que no escoge lo que quiere, sino que se deja llevar por pulsiones irracionales, como por ejemplo el egoísmo o la envidia, solo puede conducirnos a un mundo triste e insolidario. Solo una conciencia valiente y madura podrá construir el mundo tal como creemos que tiene que llegar a ser.

La identidad y la entente comunicativa

Un segundo elemento central en la investigación sociológica de Bauman es el tema de la identidad. Un tema de difícil tratamiento que, como veremos, afectó directamente a su vida. Un ejemplo concreto, que resume en parte su trayecto, lo encontramos en las palabras que dejó escritas con referencia a la entrega del doctor honoris causa por la Universidad de Praga. “Cuando llegó el momento de recibir este honor, me preguntaron qué himno quería, si el británico o el polaco... Bien es verdad que no supe encontrar una respuesta fácil” (I: 21).

El problema de la identidad, dentro de la vida de Zygmunt Bauman, se remonta al momento en que el Gobierno polaco le prohibió continuar impartiendo clases en la Universidad de Varsovia, acusado, junto a otros profesores, de dirigir la revuelta estudiantil de 1968. Después de este acontecimiento, Bauman viajó a Israel, donde permaneció tres años, hasta que recibió la invitación de la Universidad de Leeds para dirigir el Departamento de Sociología, desde donde ha publicado la mayoría de sus obras.

Desde aquel momento su identidad se volvió problemática. No basta con que uno se crea partícipe de una identidad comunitaria o quiera compartir sus inquietudes, hace falta que la mencionada comunidad quiera aceptarlo, quiera integrarlo. Un reconocimiento que, desgraciadamente, le fue negado durante muchos años.

Vemos cómo la identidad, igual que la libertad, funciona como límite y motor de nuestra socialización. El sentimiento de pertenencia, aunque nunca sea del todo completo, establece una comunión con aquellos con quien nos entendemos y una división con aquellos de quien nos sentimos diferentes. En este sentido, el ejercicio identitario establece el grupo de pertenencia desde una reciprocidad doble, la propia y la del conjunto. Solo así se puede entender cómo se forjan las clases, las etnias, los géneros o las mismas naciones, todas nacidas en base a un discurso que todo el mundo comprende más o menos por igual y con el cual todo el mundo se identifica y es identificado.

Se trata de la célebre división entre los ciudadanos de la polis y los bárbaros, denominados así por su desconocimiento de la lengua griega. ¿Quién es el extranjero sino aquel a quien no puedo comprender y con quien no me puedo comunicar? El extranjero, el otro, es el que habla otra lengua, el que tiene otro código de valores, otro universo de significaciones, otra intencionalidad ante los fenómenos del mundo. Lo que Bauman nos enseña es que las comunidades se mantienen más o menos estables porque se basan en una entente comunicativa que determina quiénes son “los nuestros” y quiénes “los otros”.

Ahora bien, lo extraño, hoy en día, ya no vive fuera de la ciudad, sino en el corazón de las grandes urbes. Habita las mismas calles que nosotros, se desarrolla en el mismo espacio social que los integrados. La metáfora utilizada ya no puede ser la del bárbaro, sino la del segregado, la del inmigrante, la del extranjero, la del vagabundo, la del exiliado; en definitiva, la de todos aquellos que permanecen excluidos de las condiciones estándares de socialización. Hay que pensar sociológicamente para darse cuenta de que una ciudad está claramente dividida según sus competencias comunicativas y que la mencionada competencia determina los lugares frecuentados por cierto tipo de etnias o clases donde las otras no acceden.

A esta distancia entre personas, basada en la identidad y la comunicación, Bauman la denomina “la distancia moral”. ¿Qué hay más fuerte que compartir comunicativamente los valores a la hora de formar parte de una comunidad? Como veremos más adelante, ética y moral son puntos clave en las reflexiones de Bauman, puesto que según él son estas las que dotan de sentido a la sociología. Con él nos tendremos que preguntar: ¿por qué nos damos cuenta de que existen ciudadanos de primera y de segunda, si no hacemos nada para solucionar esta lacra? La indiferencia moral para con el que camina a mi lado por la calle no es una cosa de la cual la sociología pase de largo; más bien al contrario, la principal tarea de la sociología es abrirnos los ojos a este tipo de fenómenos.

De la comunidad a las organizaciones

Hasta ahora hemos hablado de libertad, de identidad, de comunicación y de cómo a través de estas se generan los lazos que nos unen socialmente. Hemos hablado, en este sentido, de la manera como se forjan las comunidades de pertenencia y las fronteras comunitarias que delimitan el espacio entre personas y modos de vida.

Pero nos falta una cuestión esencial: ¿cómo se encarna esta pertenencia? ¿Cómo distribuimos socialmente nuestra identidad? En definitiva, ¿cómo nos organizamos? Para tratar este tema, Bauman parte de un fenómeno importantísimo para la sociedad contemporánea: el paso de una organización en clave comunitaria a una organización en clave racional. Si antiguamente la comunidad se basaba en un tipo de pertenencia fundamentada en un sistema de valores y una idiosincrasia particulares, la organización racional o burocrática representa ahora una manera de reunirse según unas normas de distribución que nunca antes se habían asumido de una manera tan generalizada.

Bauman utiliza el ejemplo de la organización burocrática, definida magistralmente por el eminente sociólogo Max Weber, para explicar la versión moderna de la comunidad. La mencionada organización, como decimos, no es necesariamente una comunidad; es decir, uno no tiene que integrarse necesariamente de acuerdo con sus propias convicciones, sino que tiene que regirse únicamente por criterios lógicos y racionales. La finalidad del paco social ya no es, pues, la convivencia recíproca dentro de un sistema claro de valores, sino la conjunción de diversos intereses particulares con una misma finalidad: la maximización de los propios beneficios a través de la eficiencia.

Este hecho ha transformado por completo la sociedad en su conjunto y comporta importantes diferencias respecto a los modelos anteriores. La monarquía, el gobierno, las antiguas formas religiosas, nunca habían presentando la posibilidad de cambiar o transformarse. Su autoridad recaía precisamente en el hecho de ser fenómenos fijos, inmóviles, indiferentes al paso del tiempo. En cambio, la organización burocrática, al estar supeditada a unas ideas que tienen más que ver con los medios gracias a los cuales se llega a la eficiencia que con los fines materiales que regían las antiguas estructuras sociales, permite cierto tipo de dinámica, que convierte el hecho organizativo en algo mutable, de acuerdo con los intereses también mutables de los mismos elementos que la componen.

Ser capaces de ver cómo los patrones de reunión y organización se han ido construyendo de acuerdo con una cierta evolución de las formas sociales nos muestra el poder de la sociología para revelar los implícitos dentro de los cuales nos movemos y nos desarrollamos. Es tarea del sociólogo no dar por sabidas las formas sociales en las cuales estamos inmersos y descubrir cuáles son las estructuras y las corrientes de formación que configuran el mundo en que vivimos.

En adelante hablaremos de algunas de estas corrientes subyacentes a la dinámica social contemporánea y trataremos de averiguar cuáles son sus principales características y cuáles son las consecuencias que comportan para el desarrollo social del ser humano.