Capítulo I
CONCEPTOS BÁSICOS
Como dijese Miguel de Unamuno (1931) a Tomás Navarro Tomás, en el marco de la conformación
del Archivo de la palabra de la desaparecida Junta para la Ampliación de Estudios (antecesora del CSIC): «la
palabra es lo vivo, [...] una palabra es la esencia de la cosa, cuando Adán dio nombre
a las cosas [...] las humanizó». Y como afirmó también Ortega y Gasset (1932) al mismo
filólogo un año después: «los conceptos [...] son, ni más ni menos, los instrumentos
con los que andamos entre las cosas».
Si dichos instrumentos –las palabras– son defectuosos, el andamiaje que soporta el
pensamiento se debilita y, con el tiempo, se desmorona. El lenguaje tiene la noble
e importante función de producir, fijar y transmitir el pensamiento y algunos de los
constructos más importantes de este (la cultura). No es baladí, por tanto, dedicar
las primeras páginas de este libro a dilucidar una tríada de conceptos, delimitando
así el camino a seguir.
1. Libro antiguo
La relación antitética entre antiguo y moderno es bastante trasparente. Sin embargo, lo que para unos es antiguo para otros puede
no serlo y viceversa. Es la típica situación campoamoriana en que nada es verdad ni
mentira, pues el color siempre depende del cristal con que se mira. Y ello, sin duda,
es algo que también afecta al libro como objeto físico y cultural.
De hecho, la definición misma de libro (a secas) es también harto polisémica. Nadie
puede negar que en su sentido más amplio son también libros: una tablilla de arcilla
del tercer milenio a.C.; un rollo de papiro egipcio de la época ptolemaica; un códice
medieval –de pergamino– bellamente ilustrado, como el Libro de Kells; la famosa Biblia de 42 líneas (B42) o también llamada de Gutenberg; la edición príncipe del universal Quijote (1605); las diferentes y enigmáticas versiones del Hamlet de Shakespeare (1603, 1604-1605 y 1623); los varios volúmenes de la Encyclopédie francesa (1751-1772); la primera edición del Ulises de Joyce (1922); la Constitución de nuestra Segunda República (1931); o El segundo sexo de Simone de Beauvoir (1944). Todos son textos –secuencias ordenadas de signos con
sentido– materializados en distintos soportes, todos son libros; y como se realizaron
hace algún tiempo, se puede decir –semánticamente– que todos son ‘libros antiguos’.
Pero más allá del lenguaje natural, en el ámbito científico y profesional, las precisiones
terminológicas no son mayores. Según qué autores, según qué instituciones, según qué
normas, según qué criterios... la lexía ‘libro antiguo’ tiene una u otras acepciones.
Sin embargo, como esta pléyade de definiciones ya ha sido abordada por varios autores,
como De los Reyes Gómez (2003, pp. [11]-17) o Pedraza Gracia (2005, pp. 11-19), se
remite directamente a ellos para profundizar en el análisis terminológico y conceptual,
y aquí se asume que es la categoría más laxa e integradora de las ofrecidas en este
libro.
2. Impresos antiguos
Salvando, pues, la dialéctica terminológica sobre la ambigua categoría ‘libro antiguo’,
lo que sí parece claro es que el nacimiento de la imprenta (tipográfica) marcó un
hito cultural importantísimo. Y si la escritura fue el invento más importante de la
humanidad, la aparición de la tipografía significó un salto evolutivo cultural no
menos trascendente.
Por ello este libro se titula así, ‘impresos antiguos’, pues se refiere a una parte
más finita y más concreta de los ‘libros antiguos’, a un nicho muy particular, cuyos
límites cronológicos (
ca. 1450-1830[]) no responden solo a unos números configurando unas fechas, sino a sus rasgos distintivos
–más objetivos y comprobables–: las técnicas que se emplearon en su elaboración. Dicho
criterio, el de premiar a los aspectos materiales sobre los meramente normativos,
se hereda de una de las dos tradiciones bibliográficas que existen en el mundo, la
corriente angloamericana, llamada precisamente así:
bibliografía material. En ese contexto, ‘impresos antiguos’ es un concepto más preciso, y si se atiende
a razones más imparciales, como la de los medios y modos de producción (dicho a la
marxista), su periodización no es puramente cronológica, sino fundamentalmente conceptual
(pese a basarse en lo estrictamente material).
3. Incunables
Esta es la primera subcategoría de los ‘impresos antiguos’ en la que conviene detenerse,
y basta decir que la palabra
incunable proviene del latín
incunab
la, con que se denominaba a una especie de pañales con los que se cubría la desnudez
de los lactantes. Su significado metafórico, por tanto, alude a los primeros libros
impresos, a los producidos en la más prístina etapa del arte tipográfico, al período
de la infancia de la imprenta (del latín
infans, que se refiere al de la mudez humana). Bernhard von Mallinckrodt, un estudioso del
siglo
xvii, fue el primero en utilizar la culta voz en su acepción actual («
typographiae incunabula») en su
De ortu et progressu artis typographicæ (1640, p. 5).
¿Pero qué período abarca esa niñez figurada? Prácticamente desde los primeros trabajos
de Johannes
Gensfleisch[] a mediados del siglo
xv, hasta el año 1500. ¿Y por qué ese año? Tampoco por una razón de peso, fue (y es)
una simple convención histórico-bibliográfica que fijó de forma práctica y arbitraria
el 1 de enero de 1501 como fecha límite de esa «infancia libresca». Sin embargo, es
obvio que los libros impresos en diciembre de 1500 y enero de 1501 no son sustancialmente
diferentes, incluso tampoco los libros impresos con varias décadas de distancia.
Por ello, volviendo a la perspectiva material sugerida por la Analytical Bibliography (conocida en nuestro ámbito como bibliografía material), aquellos libros impresos no solo eran diferentes a los posteriores por la fecha,
sino porque los primeros –en mayor o menor medida– reprodujeron las formas, los estilos,
la estructura y la distribución espacial de los manuscritos que les antecedieron.
Dicho de otra manera, en los más primitivos impresos se emulaban –en cierto modo–
los manuscritos de la época. De hecho, durante algún tiempo ambas formas de comunicación
coexistieron, hasta que en el último cuarto del siglo xv se impusieron las reproducciones tipográficas sobre los irrepetibles manuscritos.
4. Post-incunables
Esta es la segunda subcategoría de los ‘impresos antiguos’, sobre la que el amable
lector ya puede advertir el significado pleno por la presencia del clarificador prefijo
post-, es decir, los libros impresos «después» del período incunable. Sin embargo, ese
significado genérico se puede refinar aún más si se alude, nuevamente, a los medios
y modos de producción empleados en la elaboración de esos impresos y, por ende, a
su estructura material.
Como ya se ha esbozado antes, los libros impresos en el ocaso de 1500 y los producidos
en los albores de 1501 fueron en esencia iguales, pues no había razón técnica para
que fuese de otra manera. Por ello, algunos autores, como Julián Martín Abad (2001,
p. 15; [2004], pp. [15]-23), prefieren reservar el término
post-incunable para referirse a las obras que materialmente son la continuación natural del período
incunable, esto es, las ediciones impresas entre los años 1501 y 1520, aproximadamente.
Estas obras, claro está, guardan más relación y parecido con los
incunables y los
manuscritos que con los libros impresos
en las décadas y los siglos posteriores[].
En resumen, y para los entusiastas de las fórmulas, se podría decir que los ‘impresos
antiguos’ son un subconjunto de los ‘libros antiguos’, que incluyen, a su vez, a los
incunables, los post-incunables y el resto de los impresos producidos según las tecnologías descritas en las siguientes
páginas. Esto es:
impresos antiguos = [incunables (1450-1500)] + [post-incunables (1501-1520)] + [resto
de impresos producidos manualmente (1521-1830)]