Capítulo I

Historiadores, narradores

«El historiador es un profeta que mira hacia atrás»
Friedrich Schlegel

1.1. Thomsen, origen de la historia

1.1.1. Memoria del fundador

La historia de la lingüística es una disciplina que ya ha cumplido el siglo de vida, con una abundante producción narrativa. Su fundador es el lingüista danés Vilhelm Thomsen, que vivió entre 1842 y 1927. Fue profesor en la Universidad de Copenhague y destacó como excelente investigador en el campo de la neogramática. Thomsen publicó en 1902 la obra Historia de la lingüística; una exposición concisa. Se trata de la primera historia de la lingüística y el texto más conocido de su autor, por encima de sus brillantes trabajos en gramática comparada. Con motivo del centenario del nacimiento de Thomsen, Louis Hjelmslev glosó así la Historia de la lingüística en un homenaje póstumo de la Universidad de Copenhague a su compatriota (1942: 32): «Por extraño que parezca, constituye la única exposición de conjunto de toda la historia de la lingüística que jamás haya visto la luz».

Hjelmslev comparó la composición del libro con la complejidad de una dirección orquestal. Valoró el resultado con dos afirmaciones exultantes: «El campo de la lingüística cubre la tierra entera; su riqueza es inmensa, su historia es tan rica como la propia humanidad». Sin embargo, el tiempo transcurrido y la evolución que ha experimentado la lingüística han reducido la obra de Thomsen a una referencia erudita y obsoleta. El reconocimiento que recibe es honorífico y su futuro puede ser el olvido. La razón es que, como reconoce Georges Mounin (1967: 10), esa y otras obras históricas «son demasiado antiguas y nosotros no vemos las cosas como ellos; tal es lo que ocurre con Thomsen, lo mismo que con Meillet, Saussure, Jespersen y Bloomfield, e incluso con Pedersen».

En el razonamiento de Mounin destaca la contradicción que supone homenajear a los predecesores y, al mismo tiempo, renunciar a sus enseñanzas porque son anticuadas. A este propósito, el sino de la historia de la lingüística es una paradoja y una anomalía entre las ciencias históricas, porque –añade Mounin– «en historia siempre se toma prestado de los predecesores». Sin embargo, el principio de la historia no se cumple en la historia de la lingüística.

Al releer las afirmaciones de Mounin, reparamos en la relación de autores que confecciona: Thomsen, Meillet, Saussure, Jespersen, Bloomfield, Pedersen. Son las máximas figuras de esta etapa de la lingüística. Para la mayoría de ellos la atención a la historia de la lingüística se redujo a un capítulo de una obra teorética. Así sucede con los someros relatos de Saussure y Bloomfield o bien con las notas de Meillet y Jespersen. De los mencionados sólo Holger Pedersen (1924) elaboró un libro de historiografía, El descubrimiento del lenguaje, que trata de la lingüística comparatista.

Conviene subrayar una vinculación directa entre los tres autores daneses que menciona Mounin. Se trata de Thomsen, Jespersen y Pedersen. Vilhelm Thomsen fue su profesor y Pedersen le sucedió en 1914 en la Universidad de Copenhague. Considerando la atención a la perspectiva histórica de los tres académicos daneses, cabe afirmar que «en historia siempre se toma prestado de los predecesores», por lo menos en aquellas generaciones que comparten paradigma.

Vilhelm Ludwig Peter Thomsen finalizó sus estudios de licenciatura en la Universidad de Copenhague en 1867 y se doctoró en 1869. Fue profesor de griego en centros de secundaria y, a partir de 1875, de lingüística comparada en su universidad. Las contribuciones de Thomsen a la neogramática son de primer orden. Fue pionero en el estudio de los préstamos lingüísticos que recibió el finés –una lengua no indoeuropea– de lenguas germánicas y lenguas bálticas. La novedad sobre los préstamos léxicos y la permeabilidad de las lenguas supuso un giro en la lingüística histórica. Hasta la publicación de las investigaciones de Thomsen, en 1868 y 1890, se observaba el desarrollo lineal de una lengua en sí misma, sin atender a influencias externas.

Thomsen estableció otro hito al descifrar las inscripciones, en un alfabeto desconocido, grabadas en dos monumentos de piedra aparecidos junto al río Orkhom, en Mongolia. Con ese logro demostró el parentesco de la lengua de las inscripciones con determinadas hablas del turco. Aportó así a la turcología datos fundamentales para la historia del turco antiguo.

En la figura de Thomsen se reúnen muestras del prestigio social que puede suscitar la filología. La ciudad de Copenhague rinde tributo con un monumento dedicado a su persona, junto a tres colegas, Rasmus Rask, N.L. Westergaard y Karl Verner. En Ankara, capital de Turquía, la avenida de la Biblioteca Nacional lleva su nombre, en reconocimiento de una contribución a la turcología que supuso un acicate para la identidad turca. Estos reconocimientos sociales se derivan de su prestigio científico. El mayor mérito de Thomsen fue realizar investigaciones sobre hechos positivos. Su rigor empírico se extendió a la aplicación de un método preciso, mediante el que introdujo una nueva perspectiva en la neogramática y desarrolló el factor del préstamo lingüístico.

1.1.2. Programa fundacional

El inventario de obras sobre historia de la lingüística se inicia a comienzos del siglo XIX con el libro de V. Thomsen. La exploración que al respecto hace G. Mounin (1967: 8-9) en siglos anteriores resulta infructuosa, salvo por algunas publicaciones de autores del XIX, a propósito de una historia de la filosofía del lenguaje centrada en aspectos de lógica (Steinthal 1863). Por ello Mounin (1967: 9) concluye que la fundación de la disciplina se produce con el libro de Thomsen en 1902: «La obra de Vilhelm Thomsen es la primera tentativa de historia de la lingüística, verdaderamente moderna en más de un aspecto, aunque escrita desde el punto de vista de la lingüística histórica de 1900». La apostilla de Mounin expresa su admiración por el lingüista fundador.

Ya en la madurez como académico, Thomsen publicó la Historia de la lingüística. La obra se editó en la imprenta de la Universidad de Copenhague (G.E.C. Gadd). El momento y la circunstancia en que apareció el libro son dignos de leyenda. De su veracidad dio noticia Hjelmslev (1942: 32): «El 8 de abril de 1902, la Universidad de Copenhague publicó el programa de su fiesta anual con ocasión del aniversario del rey Christian IX. El estudio que incluía tenía por autor al profesor Vilhelm Thomsen, entonces rector de la universidad, y se titulaba Historia de la lingüística».

La festividad brindó a la publicación de Thomsen un escenario público excepcional. Supuso una ocasión solemne para el estreno de la nueva concepción historiográfica. Para mayor realce de la publicación, era la primera entrega de una colección titulada «Introducción a la lingüística». Las primeras palabras que dirigió Thomsen al lector, antes de justificar la investigación de la historia, constituyen un elogio del lenguaje y de la comunicación humana.

De todas las manifestaciones vitales del hombre, no cabe duda de que el lenguaje es la que, en todo tiempo, ha parecido ser la más milagrosa. El lenguaje es, no sólo aquello por lo que el hombre se revela de modo más inmediato como un ser dotado de razón y pensamiento, en oposición al resto de las criatura terrestres, sino también, y en virtud de su diversidad, cambiante hasta el infinito, la expresión más evidente de todo cuanto, en el tiempo y en el espacio, reúne o separa razas y sociedades en distintas nacionalidades.

A continuación, Thomsen da cuenta de la necesidad de la historia de la lingüística: «Apenas se da objeto que invite más que éste a la investigación, en general y en particular, y en pocos terrenos puede el investigador volver como en éste la vista a tan remoto desarrollo».

La Historia de la lingüística es un libro breve. Consta de tres páginas de créditos –con el título, el autor y los datos de la edición– y de 87 páginas más de texto. Cabe notar una particularidad formal de la redacción. El contenido del libro no está organizado en capítulos ni secciones. Discurre como una unidad, sin cortes capitulares ni epígrafes, desde su inicio hasta su final. Sí contiene, sin embargo, abundantes notas a pie de página, más de un centenar. Una composición tan sobria podría tenerse hoy por un artículo de investigación, profusa y extensamente anotado. En realidad la edición era congruente con un formato de conferencia.

Thomsen manifestó con la aclaración del subtítulo, Una exposición concisa, su propósito de redactar no ya un tratado sino un compendio. En las primeras líneas del texto explicó que deseaba «echar una rápida ojeada a los principales problemas de su historia, desde las primeras huellas perceptibles hasta el exuberante desarrollo de esta ciencia al cabo del pasado siglo». Justificó así que su presentación de las fases principales, las teorías y los autores fuera «a grandes trazos».

Escogió una redacción ágil y breve para establecer un programa fundacional. Ese programa aportó un corpus de autores y obras, a la vez que legó a sus sucesores un canon lingüístico compuesto de fuentes de la tradición literaria, filosófica y filológica, así como de tópicos sobre el signo lingüístico y la tipología de las lenguas.

Para ofrecer una noticia escueta sobre el contenido de la Historia de la lingüística, distinguimos los siguientes aspectos temáticos y de organización:

a)   Extensión temporal. La historia se inicia con el Antiguo Testamento, a partir del siglo IX a.C., y concluye con la neogramática, a finales del siglo XIX.

b)   Etapas. De un modo indirecto o no explícito el autor distingue las etapas de Grecia clásica, Roma, cristianismo y Edad Media, Renacimiento, siglo XVIII, comparatismo y neogramática.

c)   Autores citados. La nómina de autores es abundante y provechosa para estudios de especialización ulteriores. Los que tienen mayor relevancia son Platón, Aristóteles, el estoico Crisipo, Dionisio el Tracio, Varrón, Julio César y José Justo Scalígero, Petrus Ramus, Iacobus Mathiae, Leibniz, Lorenzo Hervás y Panduro, Adelung, Jones, Schlegel, Bopp, Grimm, Bredsdorff, Humboldt, Schleicher, Paul y Wundt.

d)   Reparto del texto. La primera mitad del texto trata de la historia hasta el siglo XVIII inclusive, mientras que la segunda se ocupa de la «nueva lingüística» del siglo XIX.

La renuncia de Thomsen a ofrecer referencias de la organización de su obra obliga a acudir al original para conocer su contenido. No obstante, el traductor al castellano del libro en 1945, Javier de Echave-Sustaeta, elaboró un índice y dividió el ensayo en catorce capítulos. Se dotó así a la publicación de un orden más informativo y coherente con el formato de libro.

Por otra parte, con la intervención del editor castellano se puso de manifiesto una acción del autor. Nos referimos a cómo se distribuye el discurso en el manuscrito original. Se observa que Thomsen dedicó los seis primeros capítulos a los períodos que van de la Antigüedad a la Ilustración, mientras que los ocho restantes se ocuparon del historicismo del siglo XIX. Thomsen estableció una relación profundamente asimétrica entre el tiempo estudiado y el tiempo que destinó a cada parte.

Este tratamiento es común en las obras de historia. Sucede que, a medida que el historiador se acerca a su tiempo, incrementa la cantidad del discurso que produce. Sin embargo, en este caso el reparto es muy contrastado. Thomsen distinguió entre un estadio científico de la lingüística, el del siglo XIX, y un estadio previo que constituye el camino hacia la ciencia del lenguaje.

1.1.3. Representación de la historia

Las fuentes de que se vale Thomsen son de cuatro tipos: literatura, filosofía, gramática y lingüística histórica. Tienen un papel desigual, con preponderancia de la gramática y la lingüística histórica, que van copando las páginas a medida que progresa el relato. A su vez, los documentos literarios y filosóficos son útiles en la etapa clásica y medieval para referir teorías míticas y lógicas, respectivamente.

1. Literatura. Las referencias al libro del Génesis, del Antiguo Testamento, ejemplifican el modelo mítico de explicación de la creación del lenguaje y la diversidad de lenguas. Thomsen presentó esos relatos no ya como razonamientos verosímiles, sino como indicios del interés por dar respuesta a preguntas que jalonan la historia de la lingüística, tal como se lee en el siguiente párrafo:

Si de momento nos hemos detenido en las sencillas referencias del Antiguo Testamento, ello ha sido, no sólo porque en él hallamos algunas de las más remotas muestras de esta búsqueda del espíritu del hombre, sino también porque más adelante nos veremos precisados a insistir en las mismas ideas, que en época mucho más reciente ejercieron tan hondo influjo en la evolución lingüística [cap. I, p. 13].

2. Filosofía. El primer tópico que recogió Thomsen de la filosofía es el debate sobre la naturaleza del signo lingüístico, en el diálogo Crátilo de Platón.

Ocupaba la cuestión, según se dice, a Heráclito y a Demócrito, de los cuales pasa aquél como defensor de «fisis», éste de «nomos», sin que contemos con más datos sobre el particular. Parece que también tratan de ella los sofistas (Protágoras), y en tiempo de éstos era probablemente tema general de discusión.

La primera obra literaria en que se enfoca este problema es el maravilloso diálogo de Platón, Crátilo, en el que se tratan exclusivamente cuestiones referentes a este tema. [...] Divididas estuvieron las opiniones sobre si estas páginas de Platón-Sócrates están escritas en serio o en broma. Tiénese más bien la impresión de que se trata sólo de parodiar, de burlarse del tono que se daba a la discusión de estos problemas en general [cap. II, pp. 20-21].

La elección de este debate sobre la teoría del signo fue un éxito. Es un tópico que figura en todos los manuales de historia de la lingüística. Sin embargo es inusual que las obras posteriores a la de Thomsen concluyan de un modo tan crítico sobre el sentido del diálogo platónico como lo hace el maestro.

3. Gramática. La gramática como metalenguaje brinda numerosas páginas en la historia de la lingüística. En el fragmento reproducido a continuación Thomsen describió la contribución del gramático renacentista Pierre de la Rammée.

Valiosos elementos para un nuevo método, más empírico, de la ciencia del lenguaje aporta Petrus Ramus [Pierre de la Rammée, nacido en 1515 y muerto en la noche de san Bartolomé, 1572], conocido principalmente como filósofo. La pugna que sostuvo en filosofía contra la lógica aristotélica y la escolástica, la continuó en gramática, y así, la gramática francesa que publicó en 1562 bajo el lacónico título de Gramère, y que contiene [...] diversas consideraciones agudas, en especial sobre fonética y sobre la división de la morfología [cap. V, p. 51].

4. Lingüística histórica. La «nueva lingüística», como la calificó Thomsen, se nutre de la gramática histórico-comparatista. Ésta es la fuente principal de la obra. Su valor se cifra en la descripción de un período en el que Thomsen participó de manera directa y muy destacada.

Rask, Bopp y Grimm han contribuído, cada cual a su modo, a iniciar un nuevo desarrollo en la lingüística y a cimentar la ciencia comparada de las lenguas: Rask, en primer lugar, merced a sus investigaciones sobre las lenguas nórdicas, en especial del islandés [...]; Bopp, por su característico modo de servirse del sánscrito en el cotejo de las lenguas de nuestro tronco lingüístico y por sus ingeniosas disquisiciones anatómico-genéticas [...]; Grimm, finalmente, por sus tratados de las lenguas góticogermánicas y su sólida manera de aplicar a su estudio los puntos de vista históri cos [cap. IX, p. 85].

Fruto del programa del fundador son ciertos tópicos fundamentales en la historia de la lingüística, como por ejemplo las controversias sobre la naturaleza motivada o convencional del signo y sobre la anomalía o analogía de la lengua como código. La vigencia de Thomsen tiene también otras causas. Su perspectiva, vinculada a la gramática comparada, aportó el interés por la tipología lingüística. Ése fue un criterio que permitió valorar como relevantes documentos del Renacimiento y de los siglos XVII y XVIII.

Una muestra de ello es la sección que dedicó al gramático renacentista José Justo Scalígero (1540-1609) y las gramáticas misioneras. Su contenido indica una realidad general de la obra, esto es, que la tipología, junto con la descripción gramatical, forma el eje de la Historia de la lingüística de Thomsen. Su discurso alcanza una clara unidad y continuidad a partir del Renacimiento. A las aportaciones ya mencionadas de esta época suma las de Leibniz, los Linguarum totius orbis vocabularia, en tiempos de Catalina II de Rusia, y Lorenzo Hervás y Panduro.

La edición castellana (Echave-Sustaeta 1945) se distingue por la inclusión de escritos complementarios, además de la organización en capítulos. Javier de Echave-Sustaeta, latinista de la Universidad de Barcelona, tradujo el texto a partir de la versión alemana de 1927 de H. Pollak e incluyó un prólogo sobre Thomsen y la traducción. También redactó un extenso epílogo para cubrir el período de cuarenta años que media entre el original de Thomsen y su edición. El apéndice resume los principios de la gramática comparada, añade una bibliografía y presenta las figuras de finales del siglo XIX y principios del XX. Echave-Sustaeta reseña el modelo de Saussure y su «escuela sociológica», si bien considera que su orientación no es apropiada. Elogia la aportación de la escuela parisina de Meillet porque es afín a la neogramática, un paradigma en el que se reconocía el traductor.

1.1.4. Valía del precursor

La tradición de una obra se basa en la preservación de su contenido mediante la edición y la propagación de sus ideas en los trabajos de autores posteriores. Es usual la cita de Thomsen en obras generales de historia de la lingüística, si bien suele ceñirse a una mención en la bibliografía. Las excepciones son Hjelmslev (1942) y Mounin (1967) –a quienes ya hemos hecho referencia–, Tuson (1982), Malmberg (1991) y Lepschy (1992). Las menciones que hace J. Tuson de Thomsen toman en consideración su historia de la lingüística, mientras que los comentarios de Malmberg y Lepschy se refieren a las aportaciones del danés al comparatismo. Son valiosos los dos puntos de vista porque significan un reconocimiento como lingüista e historiador.

Tuson tiene en cuenta los juicios de Thomsen para criticar el enfoque neogramático del precursor y para compararlo con el corte axiomático que brinda el estructuralismo y el generativismo. Lo interesante es que realiza esta operación de cotejo en cada etapa de la historia, de manera negativa en las primeras y positiva en las últimas. Sobre la Antigüedad, Tuson señala como exagerado el reproche de Thomsen a los gramáticos latinos, que sólo se interesaron por el latín. De la Edad Media destaca el silencio sobre los escolásticos modistas y, ya en el XVII, otro tanto sobre la gramática de Port-Royal. Recoge el elogio que hace Thomsen del ilustrado español Lorenzo Hervás y Panduro como avanzado del historicismo. Apunta el tratamiento que hace Thomsen de las leyes fonéticas de Grimm. De todo ello importa la presencia recurrente de Thomsen en el discurso del nuevo historiador, a quien toma como referencia fundamental, pero sujeta a una perspectiva limitada.

La figura de Thomsen es conocida en la historiografía, pero ello no implica que esté reconocida. Se tiene su aportación a la historia de la lingüística por primeriza y elemental. Su libro parece demasiado breve para abarcar con perspicacia una tradición milenaria y se le reprocha su sesgo hacia el comparatismo. No obstante, la contribución de Vilhelm Thomsen a la historiografía merece más atención de la que ha recibido. Es fácil reconocer las diferencias entre su Historia de la lingüística y las secuelas, hasta el punto de que esa apreciación sugiera que las obras posteriores no están motivadas por la primera. Pero hay suficientes afinidades entre la de 1902 y las actuales como para considerar su influencia.

Thomsen centró su atención en unos autores de los que ha surgido un corpus clásico. Ello es especialmente apropiado en el período de la Antigüedad. Más aún, estableció unos temas con los que delimitó un trayecto expositivo que se sigue en la actualidad. Esos temas son el discurso del mito y de la argumentación, la escritura y la cultura griega, la naturaleza del signo lingüístico, la lengua como anomalía o analogía y los repertorios multilingües, entre otros.

Da sentido cabal a la obra un programa coherente. Su progreso requiere tres etapas. La primera elabora la gramática como instrumento empírico de descripción de la lengua, con Varrón y Dionisio de Tracia, entre los antiguos, y Scalígero y Ramus entre los renacentistas. A continuación sigue una etapa de exploración de las lenguas y sus relaciones, con las gramáticas misioneras y los repertorios multilingües. La tercera etapa se centra en la cartografía y genealogía de las lenguas, así como en el estudio de su tipología e historia.

Este programa historiográfico, que se alumbró bajo el paradigma históricocomparativo, resultó no sólo coherente sino enriquecedor. La etapa fundacional, con la figura única de Thomsen, aportó la matriz de etapas, obras y asuntos. En la década de los sesenta le siguió otra de profusa actividad, con el esplendor de la lingüística como paradigma de las ciencias. Es la que se ocupó de ampliar y matizar la recopilación de los hechos memorables del pasado. Le ha sucedido otra más, en los años noventa, que refina la metodología y se abre a una perspectiva compleja del pensamiento lingüístico. En esa perspectiva amplia se acomodan el programa filológico y el hermenéutico.

Desde la perspectiva actual de la historiografía, la obra de Vilhelm Thomsen recobra un nuevo sentido. Su Historia de la lingüística; una exposición concisa aparece como un texto que no sólo tiene mucho interés como objeto de investigación, sino también como modelo de relato. Es un modelo por su estilo conciso y sobrio. También lo es por su contenido sagaz y original. Ese modelo surgió de una mirada nueva a la historia.

La mirada que Thomsen dirigió al pasado concibió una disciplina nueva. En 1902 compuso una obra que recogía una sugestiva investigación sobre la historia. «Apenas se da objeto que invite más que éste a la investigación», escribió en el inicio del libro, «y en pocos terrenos puede el investigador volver como en éste la vista a tan remoto desarrollo». Con este manifiesto proclamó la historia de la lingüística.

1.2. Robins y las autobiografías de lingüistas

1.2.1. Relatos de lingüistas

El nombre propio que resume la historia de la lingüística es el de Robert Henry Robins, porque sus obras (1951, 1967) ahondan con precisión en los asuntos, a la vez que reflejan su panorámica cultural. Robins acredita conocimiento de las fuentes, ponderación en el reparto de períodos y tacto en el enfoque. La razón de esta capacidad inusitada se cifra en una personalidad magnánime, rigor argumentativo y un estilo conciso. Ello nos persuade de que el poder de la historia nace de la elocuencia de sus narradores. Una información valiosa sobre la personalidad de Robins, junto a la de otros colegas británicos, se halla en una obra colectiva de autobiografías que promovió el propio Robins; y de ella trata, precisamente, lo que sigue.

La Philological Society de Londres publicó a principios del siglo XXI el libro La lingüística en el Reino Unido: historias personales (Brown & Law 2002). Se trata de una obra que reúne el relato autobiográfico de veintitrés lingüistas británicos sobre su trayectoria profesional. Su naturaleza extraordinaria radica en el alarde editorial de promover la participación de los más destacados lingüistas del Reino Unido y de presentar una colección de narraciones elaboradas por los protagonistas. Entre ellos están John Lyons, M.A.K. Halliday, David Crystal y Robert H. Robins, por citar algunos de ellos, que representan generaciones y orientaciones diversas. Esta fuente sobre la lingüística británica es mucho más que un volumen de historias relatadas por sus protagonistas. Su lectura permite trascender la perspectiva personal y contemplar la implantación de la lingüística como si se tratara de un gran fresco.

Resultan admirables tanto la concepción de la obra como la capacidad de persuadir a los autores para que realizaran una contribución tan singular y comprometida. El mérito corresponde a la institución promotora, la Philological Society (PhilSoc), y más concretamente a su presidente emérito, Robert H. Robins (1921-2000), y a los editores, Keith Brown y Vivian Law (1954-2002). En el breve prefacio, firmado por K. Brown, lamenta la pérdida de sus colegas y coeditores, R.H. Robins y V. Law, fallecidos antes de la publicación. La triste coincidencia manifiesta la oportunidad de la iniciativa editorial y la valía de unos testimonios redactados por unos agentes que atesoran en muchos casos medio siglo de experiencia acádemica, es decir, todo el curso institucional de la lingüística.

En este texto de presentación también se hace referencia al lapso temporal transcurrido desde que la lingüística comenzó a impartirse, el gran desarrollo de la disciplina y las dificultades que han superado sus practicantes. Con ello se da noticia del proceso de implantación y se elogia el papel de exploradores en terra incognita que han desempeñado los lingüistas fundadores. Un sutil sentido épico resuena con claridad en un texto sobrio y lacónico, puesto que su propósito consiste en declarar que es hora de escuchar el balance de los pioneros.

El punto de inflexión para la lingüística británica coincide con la Segunda Guerra Mundial. Antes de la contienda no había cátedras con ese perfil. Sus antecedentes fueron las plazas de filología comparada –en Oxford, Cambridge y alguna otra universidad– y la de fonética, en la University College London. La guerra cambió las cosas porque los servicios de inteligencia militares incorporaron secciones de lenguas y, al llegar la paz, la geopolítica reconoció en la lingüística una disciplina útil. Algunos de los autores de La lingüística en el Reino Unido se formaron profesionalmente y se decantaron por la lingüística a causa de la guerra. La experiencia de R.H. Robins es una muestra representativa (Brown & Law 2002: 249). «Para la mayoría de mi generación en Europa (nací en 1921) –manifiesta Robins–, la Segunda Guerra Mundial fue un factor influyente en la elección de mi actividad profesional». El escenario bélico tuvo muchas consecuencias personales, como añade Robins. «En demasiados casos los resultados fueron trágicos, de muerte o graves lesiones, pero este artículo narra la vida de alguien que, desde la guerra, ha hecho de la enseñanza universitaria su medio de vida».

La afirmación de Robins tiene un significado revelador porque precisamente inicia su exposición con este pasaje. Ésas son sus primeras palabras, que soslayan la cronología lineal y destacan la guerra como factor generacional. Efectivamente, el hecho que marca el inicio institucional de la lingüística fue la dotación de una cátedra nueva, de lingüística general, en la School of Oriental and African Studies de Londres. Ello sucedió en 1944, con la guerra como dramático escenario. Fue nombrado catedrático John Rupert Firth, el maestro y mentor de Robins, entre otros discípulos que colaboran en esta obra.

R. Firth (1890-1960) fue el promotor del gran desarrollo de la lingüística británica. Hay que añadir que recogió el legado del legendario fonetista Henry Sweet (1845-1912). Como director del departamento de fonética y lingüística, Firth realizó una tarea incansable para formar lingüistas y abrir nuevos horizontes a la disciplina. Como ideólogo de una concepción científica rigurosa y al mismo tiempo abierta recibió el reconocimiento de discípulos que han cultivado especialidades diversas, desde la fonética hasta la sociolingüística. Con todo, la mayor capacidad que se atribuye a Firth es el don político para influir en los estamentos administrativos y favorecer la expansión de la lingüística.

Si Londres fue el epicentro de la lingüística y Firth su férreo gestor, en Edimburgo se estableció muy pronto otro núcleo destacado. Como recuerda R.E. Asher (Brown & Law 2002: 35), en 1948 se creó en la universidad escocesa la cátedra de lengua inglesa y lingüística general, que ocupó Angus Mcintosh. Por ese centro pasaron Firth o Halliday, y más tarde lo dirigió Lyons.

Tras medio siglo de recorrido de la lingüística, el crecimiento de la oferta académica ha sido muy grande, como destacan los editores con un balance brillante. A sus ojos este progreso es más meritorio aún porque se partía de una situación endeble, sin una preparación específica en lingüística. De ahí que los investigadores tuvieran que improvisar su formación, al tiempo que se iniciaban en la docencia. El juicio que sigue es el elogio que los editores hacen de ellos: «Esta generación tuvo que hallar su propio camino en la materia, enunciarlo y articularlo en varios planes de estudio» (2002: vii). El logro de esta generación pionera fue establecer los estudios de lingüística como especialidad, en los años setenta, al tiempo que exploraban sus diversas ramas.

1.2.2. Galería de figuras

Medio siglo de trayectoria institucional es un motivo justificado para que la Sociedad Filológica de Londres propusiera a los profesores más «implicados en lingüística» que colaborasen con un análisis personal sobre lo conseguido. Con el afortunado pretexto del nuevo milenio, se ha propiciado mirar al pasado y hacer acopio de conocimiento histórico. El objetivo no ha sido realizar una historia de la lingüística británica, sino ofrecer «una colección de recuerdos personales», como declara el título de la obra.

Los editores se muestran azorados ante la posibilidad de que las versiones de los protagonistas difieran, según la particular experiencia de cada cual. También manifiestan que no han intervenido para «armonizar sus relatos», cuando se refieren los mismos acontecimientos, si bien han comprobado en la medida de lo posible la exactitud de las fechas. Sin embargo, el reconocimiento de que los autores «inevitablemente ven los hechos desde diferentes perspectivas», como indican los editores, resulta sorprendente en una obra de historia. Cabe aducir como objeción el principio de que la realidad de los hechos no se halla en una instancia ajena al observador, sino en el acuerdo de las versiones de los testigos. La propia historia no es un reflejo de los acontecimientos. El relato no expresa lo que han vivido sus protagonistas, sino que es una selección, una simplificación, una organización discursiva.

Se observará que, de los veintitrés colaboradores, sólo tres son mujeres: Jean Aitchison, Gillian Brown y Ana Morpugo Davis, especializadas en psicolingüística, aprendizaje de lenguas y lingüística histórica, respectivamente. En lo tocante al género literario, las biografías intelectuales tienen un formato que combina narración y exposición. En el momento de elaborar el manuscrito biográfico las edades de los autobiografiados, salvo los de los extremos, oscilaban entre los 60 y 80 años. La mayoría de ellos ejercía como profesor emérito o se hallaba retirado. Ante sus ojos se extendía toda una vida de actividad profesional.

Los recuerdos que solicitaron los editores no estaban sujetos a un guión determinado. Su petición era abierta y sugería al autor que diera respuesta a cuestiones sobre su motivación, formación y aportaciones. Según el «Prefacio» se formularon preguntas de este estilo: ¿cómo y por qué entró en el ámbito de la lingüística? ¿Qué ramas de la materia le han atraído? ¿Qué influencias recibió en su formación? ¿Cómo reaccionó a esas influencias? ¿Qué papel ha tenido en el desarrollo de la lingüística? ¿Cómo ha contribuido a su desarrollo institucional?

Las cuatro primeras preguntas plantean aspectos propiamente personales. Revisan detalles curriculares y subjetivos del autor. Son apelaciones que brindan la oportunidad de desvelar cuestiones privadas, pero también recogen las claves que han forjado al académico. A diferencia de éstas, las dos últimas preguntas se dirigen al yo del autor consagrado y le proponen enjuiciar su trascendencia. Por si el encargo resulta ambiguo, a la pregunta sobre las aportaciones a la lingüística como ciencia se añade la del papel institucional.

1.2.3. Novela de la memoria

La hermenéutica de Wilhelm Dilthey atribuye un valor especial a la autobiografía puesto que permite al sujeto concebirse como una sucesión de partes o episodios vividos y, a la vez, como una unidad. La interpretación va de las partes al todo y, de nuevo, la conciencia individual puede considerar el detalle con una nueva perspectiva. «El relato autobiográfico ofrece un acceso privilegiado a esta concepción hermenéutica de la vida», sostiene J. Llovet (2005: 223). Añade que en la autobiografía «la vida alcanza una comprensión de sí mediante la presentación de una trama en la que cada vivencia adquiere su significado». He aquí, pues, un indicio de la novedad de La lingüística en el Reino Unido.

El reto del autor que narra su vida consiste en abarcar la idea de totalidad. Ello se consigue dotando al relato de una coherencia interna y de una suficiencia referencial. En ello reside el mérito que exhibe la autobiografía, escrita a veintitrés manos, que es Historias personales. Cada uno de estos autores es su propio personaje, que repasa su vida profesional y narra vivencias de los episodios más significativos. Muestra su vida a través de esas vivencias, que tienen una constitución compleja. Es una tríada que se compone de la vivencia material, su expresión en el relato y la comprensión de su sentido. La reunión de estos elementos permite el prodigio de la objetivación del yo. El yo de cada uno de estos personajes, del de Jean Aitchison al de John Wells, pasando por todos los demás, es una identidad que se comprende y se manifiesta como una interioridad congruente. Tal es el cometido de la autobiografía.

Los conflictos vitales dan profundidad, calado emotivo, a la indagación personal de estas ficciones. Con un tenor atenuado, bajo un patrón de éxito y un sentimiento de contenida satisfacción, los relatos de Historias personales realizan un cometido similar al de esas obras artísticas. Son relatos urbanos, ambientados en sedes académicas, editoriales y certámenes, con viajes ocasionales a países con lenguas minoritarias, en los que los personajes se cruzan e interactúan como miembros de un gran clan.

Aparecen maestros y discípulos, que luego se relacionan como colegas. El relato de sus vidas compone un fresco coral. Las referencias mutuas son constantes, como podía esperarse, pero también se produce con frecuencia la remisión a discursos de compañeros, un recurso no sólo de cortesía sino de economía. «La historia de lo que siguió después –escribe R.H. Asher sobre su llegada a la Universidad de Edimburgo– puede leerse en el relato de John Lyons» (p. 35). En efecto, Lyons cita a Asher (pp. 181-182) y retoma el hilo narrativo sin necesidad de conocer los detalles. Los relatos entretejen un registro complejo y vivaz, recorrido por intersecciones, encuentros y colaboraciones.

Su ambientación exclusiva, hermética, sugiere en parte el mundo académico que ha novelado David Lodge con acerada ironía en Intercambios: historia de dos universidades –1975– y El mundo es un pañuelo –1989–. Lodge, además de novelista y guionista, ha sido profesor de teoría literaria. Estudió en University College London, la institución donde convergen muchos pasajes de los autores de Historias personales, en una época en que pudo conocer a todos ellos, sea como profesores, colegas o amigos.

1.2.4. Capital institucional

Las autobiografías recopiladas por Brown y Law tienen en común la voluntad de referir de manera objetiva las vivencias personales. El estilo es circunspecto y la mayor parte de los textos parece material de informes. Sucede que, por encima de las peripecias personales, las voces supeditan la representación de lo vivido al ámbito institucional de las universidades y las sociedades científicas. En tales corporaciones reside la verdadera historia de la lingüística británica, con el concurso de académicos de mérito y tesón. En el origen del proceso se halla la School of Oriental and African Studies o SOAS, de la University College London. Más tarde se sienta plaza en las universidades de Edimburgo, Cambridge, Oxford y Reading, entre otras, con las que se forma una sólida red de difusión de la lingüística. Pero hay más. Para comunicar con fluidez y vigor a los miembros de estas sedes universitarias, se ha dispuesto de entidades como la secular Philological Society o las contemporáneas Linguistics Association of Great Britain y la Henry Sweet Society for History of Linguistics.

SOAS destaca por sus estudios de campo en lenguas del mundo. Los memorialistas formados en esta institución dan cuenta de experiencias de investigación, generalmente en condiciones aventureras. Formaba parte de su contrato realizar este tipo de investigación, pertrechados con un voluminoso equipo de grabación. Jean Aitchison se ocupó del tok pisin en Nueva Guinea, R.E. Asher del tamil en el sur de la India, John Bendor-Samuel del jebero en el Amazonas peruano, Gillian Brown del bantú en Uganda, Frank Palmer de lenguas del este de África y Neil Smith del oeste, Robert H. Robins del yurok en Estados Unidos o John Wells de lenguas del Caribe.

Sobre este basamento académico y científico, sólido y diverso, se ha desplegado la lingüística británica. Su núcleo reside en la SOAS. Los datos fundacionales, como ha quedado dicho, son la dotación de una cátedra de lingüística general al final de la guerra y la designación de J.R. Firth para ocuparla. La carismática personalidad de Firth promueve en aquella época un programa original y abierto. La base de la lingüística es la fonética y el influjo de H. Sweet, legendario presidente de la Philological Society. Firth señala como objetivo de las investigaciones las fronteras del contexto y la situación, que se denominan semántica, pragmática, historia de la lingüística y antropología lingüística, a las que envía a sus investigadores. Son los lingüistas Allen, Robins, Halliday, Asher, Lyons, Leech o Hudson, por citar algunos, aplicados a unas especialidades que abren nuevos horizontes.

1.2.5. Objetivación de las vivencias

Tienen una especial relevancia en la historia reciente de la lingüística M.A.K. Halliday y J. Lyons, porque aparecen como dos figuras de una dimensión extraordinaria. Tienen en común el hecho de aportar unos modelos integrales y consistentes.

Michael Alexander Kirkwood Halliday (1923) es un lingüista renovador. Ha sido profesor titular, entre otras muchas universidades, en Cambridge, Edimburgo, Essex, Londres y finalmente Sydney, a la que arribó en 1976 con pesadumbre por el descuido de la lingüística contextual y social (Brown & Law 2002: 125). En su juventud se inició en estudios de sinología y, en su madurez, ha destacado por una propuesta sistemática del lenguaje como semiótica social. Desarrolla una teoría funcional que reúne el componente gramatical y el contextual de los intercambios sociales. Expresado con sus propios términos, el modelo concibe «el lenguaje dentro de un contexto sociocultural, en que la propia cultura se interpreta en términos semióticos, como un sistema de información» (Halliday 1978: 10). La lingüística funcional de Halliday tiene el mérito de incorporar al estructuralismo los aspectos del textualismo y la sociolingüística. La aplicación de sus trabajos a la enseñanza ha refrendado su calidad.

El relato de Halliday presenta meridianamente sus proyectos y aportaciones. Describe su interés desde niño por la lengua y su insatisfacción ante las explicaciones escolares. «Por eso busqué en la biblioteca –afirma Halliday–, donde descubrí un tema llamado lingüística y un libro sobre lenguaje de un profesor americano llamado Bloomfield» (p. 117). No entendió gran cosa pero, como en el caso de Robins, la guerra le dio la oportunidad de estudiar lenguas y la aprovechó alistándose como voluntario a los 17 años. Los servicios de formación del ejército se habían especializado en chino, japonés, persa y turco. Halliday, que distinguía bien los tonos, fue seleccionado para el chino.

Ello sucedió en un tiempo históricamente convulso y personalmente muy intenso para Halliday. Al volver la vista atrás, en el capítulo para Historias personales, reconoce que la memoria puede ser engañosa. La prueba es que «cuando aparecen viejas anotaciones, en archivadores y carpetas, a menudo nos sorprenden» (p. 116). La mirada de Halliday trasciende su propia trayectoria y el género biográfico. Considera el panorama de la lingüística con un juicio severo, por lo que destaca entre sus colegas. Opina que el mundo de la lingüística ha cambiado mucho desde los tiempos en que dirigió proyectos de investigación para la educación en University College London. «La lingüística se ha convertido en un campo de batalla –afirma Halliday–, con una nueva dinastía en el poder, a pesar de que aún se presente como una minoría acosada mientras se moviliza para dominar el mundo» (p. 124).

La denuncia de Halliday señala dos paradigmas en conflicto. Proclama que él ha procurado aplicar las teorías lingüísticas a problemas que proceden del exterior, de la realidad comunicativa, en la línea de la investigación de Basil Berstein sobre transmisión cultural. Sin embargo, el paradigma dominante aporta, a su parecer, «respuestas tan sólo a preguntas que ellos mismos han construido». Este reproche a una corriente que no nombra y que se entiende dirigida al generativismo puede hallarse, expuesta con estrategias diversas, en bastantes de los autores de estas «historias personales». Pero el juicio general que formula Halliday no acaba en la crítica al paradigma chomskiano, sino que ofrece a modo de manifiesto un horizonte esperanzador. Lo atisba en ámbitos como la lingüística del corpus, el lenguaje infantil o los trastornos del habla, siempre buscando el equilibrio entre teoría y observación, ideación y aplicación.

Junto a Halliday, destaca la figura de John Lyons (1932), no sólo por su labor sino por el enfoque melancólico que da a su colaboración. En ciertos aspectos representa la antítesis de Halliday, por su ensimismamiento y sus dudas sobre la conveniencia de participar en el proyecto memorialista. Lyons es el gran referente de la lingüística no ya británica sino mundial. Su estrella brilló especialmente en la década de los años sesenta y setenta, un período crucial por la expansión de la disciplina (Lyons 1968, 1970). Pero la figura de Lyons tiene unos claroscuros que el propio autor presenta en un trabajo de introspección y de crítica personal.

Tras su tesis doctoral sobre semántica, Lyons participó en un proyecto de traducción automática en la universidad americana de Indiana. Siguió de cerca la gramática generativa y glosó la figura de Chomsky, de quien se sentía un cercano discípulo (p. 176). A su vuelta al Reino Unido publicó unas obras que reflejaban la difícil tarea de delimitar los nuevos panoramas de la lingüística (Lyons 1970). Recuerda con orgullo la labor que realizó, junto a otros colegas, en la Universidad de Edimburgo, que convirtió en una sede internacional de lingüística (pp. 183-184).

Pero esta labor de vanguardia quedó a un lado y languideció, porque Lyons se vio absorbido por el gobierno universitario. Su elección fue dedicar los veinte últimos años del siglo al rectorado de Sussex y de Cambridge (Trinity Hall), en los cuales dejó de enseñar y de publicar. Se pregunta con un sentimiento contenido qué habría podido lograr si no hubiera postergado esas tareas. Como un monarca que ha abdicado de su dignidad profesoral en beneficio de las hijas de la administración, al final de su carrera vagamente imagina las conferencias, los congresos y los libros en los que se habría podido implicar (pp. 197-198). Ha regido campus y ha sido investido caballero por los «servicios prestados a la Lingüística», pero reconoce que ha limitado mucho, si no truncado, una trayectoria de primer orden.

Concluimos esta visita a la galería de personalidades que supone la lectura de Historias personales con el promotor de la obra, R.H. Robins (1921-2000). Robins fue profesor de Halliday y Lyons en la School of Oriental and African Studies. «Aunque era un firthiano», señala Lyons, para quien firthiano equivale a tener planteamientos equivocados, «adoptó una más amplia visión de la lingüística que otros miembros» (p. 177). En conjunto, el profesor Robins encarna el modelo de virtud aristotélica, por su formación integral y su equilibrada actividad académica. Se le reconoce como especialista en lenguas clásicas e historia de la lingüística. Con su labor tiende un puente entre el fundador, Firth, y las últimas generaciones. Su divisa ha sido la promoción de todas las corrientes lingüísticas; es un principio que ha aplicado en la dirección del departamental de la SOAS y en la presidencia de la Philological Society. No en vano ha sido tan prolongada y fructífera su etapa gestora.

La biografía intelectual de Robins se inicia con los recuerdos de guerra, ocupados en el aprendizaje y la enseñanza del japonés. Manifiesta gratitud por haber podido desempeñar esta tarea. Al final del capítulo, una vez hechas todas las explicaciones, ofrece una imagen emotiva. Recuerda las Navidades de los años cincuenta y el espíritu festivo de Firth, que se disfrazaba de Papa Noel para dar regalos a los hijos de los discípulos. La calidez con que recuerda Robins esa escena le recuerda «las fiestas del viejo Fezziwig para sus aprendices en el Cuento de Navidad de Dickens, durante la juventud de Scrooge» (p. 260). Se ve a sí mismo y a su familia participando de las fiestas con el extrovertido maestro, tal como se representa en el cuento la etapa feliz de Scrooge. Como se sabe, aquello sucedió «antes de que las rejas de las finanzas atravesaran y ensombrecieran el espíritu» del joven. Un escenario se contrapone a otro posterior. Robins utiliza la cita literaria para concluir con un juicio severo no ya sobre el infeliz Scrooge, sino sobre nuestro tiempo. En efecto, aquellas fiestas fueron antes de que los acontecimientos se volvieran desagradables. Se refiere compungidamente a los recortes presupuestarios de las universidades, a las que en estos tiempos de austeridad «se les anima e incluso están deseosas de adoptar los principios y métodos de empresas con menguada responsabilidad» (p. 260). Con esta frase concluye el capítulo. La analogía literaria y el juicio que formula R.H. Robins merecerían también ser el cierre del libro, que quedaría representado con un testimonio reflexivo y narrado con un don poco común.

1.2.6. Vidas e historiografía

La publicación del volumen es un hito porque aporta testimonios para iniciar un nuevo tipo de historiografía lingüística y recurre a la narración con una claridad y una intensidad insuperables. El texto es una obra abierta a múltiples indagaciones. Permite considerar aspectos curriculares de los autores, su personalidad, el entronque con las instituciones, los modelos formales que desarrollan, los efectos de la política académica, las relaciones con el mundo editorial y la empresa, las expectativas sobre la disciplina o los principios éticos de los agentes. Éstos son muchos más aspectos de los que la historiografía suele tratar.

El testimonio de estos autores, desde Jean Aitchison hasta John Wells –de la A a la W–, revela mucho más de lo que sugiere la lectura de cada capítulo. Su combinación permite observar, más allá de los detalles personales, algo sustancial: las constantes y las tendencias de la lingüística británica. Lo más admirable es distinguir, en la fugacidad de acontecimientos personales, el proceso de implantación y desarrollo de la lingüística en el país. Un rasgo de este proceso es su solidez y seguridad. Heredera de los estudios clásicos y la gramática comparada, la lingüística británica ha tenido la capacidad de construir un camino propio, equilibrado y diverso. Las bases firthianas de la fonética y la función social del lenguaje son los ejes en los que la lingüística británica ha fundado sus méritos. Expresados con brevedad, tales méritos son tres: la investigación empírica, el desarrollo de disciplinas formales y funcionales y, finalmente, la exploración de aplicaciones en múltiples ámbitos.

Al final del capítulo es apropiado invocar la voz de R.H. Robins de nuevo, pues participa con fervor de los rasgos de la lingüística británica. Los expresa con un admirable tono ético. «Me he esforzado siempre –afirma con modestia– por mantener mi disciplina en el contexto de una educación liberal» (p. 260). Proclama con sutileza su creencia en una lingüística diversa y libre de dogmatismo. Halla «desagradable el ejercicio de escalar rangos», un comentario personal que implica el rechazo del sectarismo y la prevalencia personal. No en vano su divisa es «no tomarse a sí mismo, ni a los demás, demasiado en serio».

La obra tiene el acierto de explicar hechos y motivos como si se tratara de una novela. Lo forman veintitrés relatos con un final feliz, puesto que sus protagonistas han cubierto una carrera larga y fructífera. Con sus relatos consiguen dar a conocer la lingüística no ya como un enigma, sino como realidad vivaz y comprensible. En definitiva, Historias personales es la historia de toda una época, la historia de la lingüística, con la impagable inclusión de conflictos y emociones, dilemas personales y manifiestos por una lingüística sobresaliente.

1.3. Eco y el historiador perfecto

1.3.1. La búsqueda

La búsqueda del historiador perfecto es una forma de designar la excelencia de la historiografía como objetivo científico. Quizá incluya, también, una aspiración artística. Con esta búsqueda concluimos el capítulo sobre los historiadores que han creado escuela. La búsqueda plantea dilucidar qué historiador o, mejor aún, qué historiografía puede cumplir ese objetivo. Para ello corresponde considerar la trayectoria de la disciplina y de los historiadores que la representan en cada etapa. Probablemente el enunciado de esta búsqueda recuerde el título del ensayo de Umberto Eco, La búsqueda de la lengua perfecta (1993). Sin duda, esta asociación resulta apropiada, ya que su libro constituye un capítulo brillante de la historiografía.

La historia de la lingüística se construye con múltiples relatos. Es una obra colectiva en la que intervienen historiógrafos desde hace más de un siglo. El ensayo de Thomsen fue una referencia iluminadora durante sesenta años, hasta que la madurez de la lingüística estructural abrió nuevos horizontes a los historiadores. La novedad de la siguiente etapa fue la gran acogida que obtuvieron los manuales de historia de la lingüística. De entre la plétora de historiadores del estructuralismo destaca Robert H. Robins y su Breve historia de la lingüística (1967). Robins había escrito ya en 1951 un ensayo preliminar, referido a la lingüística del mundo clásico. A su obra general aportó el sólido conocimiento de las raíces greco-latinas y una perspectiva cultural de la historia muy sugestiva. La exposición de Robins recorría las épocas con equilibrado reparto de comentarios. A la simetría temporal del guión, que supone un rasgo inédito hasta su trabajo, añadía un riguroso análisis de los detalles. No en vano su nombre se ha inscrito como arquetipo de los historiadores de la lingüística.

En los años noventa se produjo una nueva inflexión, que dio paso a otra etapa de la historiografía. En esta tercera etapa, contextual y hermenéutica, se ha puesto el énfasis en la metodología y en una perspectiva compleja del pensamiento lingüístico. La búsqueda del mejor historiador puede ser un cometido asequible, si nos guiamos por el criterio de la repercusión interna y también social. La respuesta bien puede ser un autor que no hemos mencionado en ninguna lista de las tres épocas, la fundacional (Thomsen 1902), la estructural (Leroy 1964) y la contextual (Auroux 1989). Cada etapa ha aportado logros y se ha adaptado a los cambios de la propia lingüística. Este proceso tiene el valor de ilustrar sobre la función inquisitiva de la historia y su naturaleza dinámica. El horizonte que se ha desvelado en cada etapa alimenta un corpus de obras y unos criterios de estudio.

1.3.2. Académico y celebridad

Un salto temporal de noventa años, del momento fundacional de Thomsen, nos sitúa en la tercera etapa de la historiografía. Su presentación en sociedad se produjo en diciembre de 1992, en La Coruña, a cargo de Umberto Eco. Sucede que se celebró en la capital gallega el quinto Congreso de la Sociedad Española de Semiótica y Eco presentó, ante una audiencia multitudinaria, una ponencia sobre sus investigaciones sobre la interpretación histórica. Fue un acto con repercusión popular, abierto al público, que se congregó como si fuera una fiesta. Constituyó el acontecimiento social del congreso, pero su trascendencia científica no se reveló entonces.

Se acostumbra a presentar la polifacética figura de Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, 1932) como filósofo, medievalista y lingüista. Con su tesis doctoral, El problema estético en santo Tomás (1956), inició el desarrollo de lo que ha sido el eje de sus investigaciones, la historia del pensamiento sobre el signo. A partir de su Obra abierta (1962) se convirtió en el teórico de la semiótica. Pero el ensayista es también novelista: El nombre de la rosa (1980), El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la reina Loana (2004) y El cementerio de Praga (2010). La consideración de la narrativa de Eco es relevante porque se relaciona con la idea de una historiografía diversa, como encrucijada de géneros.

Eco disertó sobre la lengua perfecta en el congreso. Su búsqueda es la crónica de una utopía apasionante que se ramifica en los tiempos como un laberinto inagotable. Tiene una tradición milenaria, desde la lengua prebabélica hasta los lenguajes formalizados y artificiales. Para desconcierto de los admiradores del novelista, Eco no trató de historias de intriga, sino de teorías lulianas, cabalísticas y racionalistas.

Ofreció en La Coruña la primicia del libro La búsqueda de la lengua perfecta en la cultura europea (1993). La búsqueda es «el sueño de una lengua capaz de hermanar a todos los hombres» (Eco 1994b: 79). Es un viaje desde los pasajes bíblicos de la lengua adámica y la confusión de Babel, hasta las lenguas a posteriori del barroco. Aparece engarzada una nómina de modelos: el diálogo socrático del Crátilo, la teoría agustiniana sobre una lengua insólita que no está hecha de palabras sino de cosas, el proyecto de Dante de una lengua vulgar difusora de luz, la indagación en la estructura mágica del hebreo, los principios de los modistas sobre una gramática metafísica, la creación de códigos por los proyectistas del XVII, las tareas de desciframiento del jesuita Kircher, los enciclopedistas y su proyecto de una semántica universal.

La exploración histórica de Eco recoge, de un modo original, reflexiones sobre el origen del lenguaje, la gramática universal y la relación entre palabras y cosas. El tema de la indagación es el don de lenguas o, dicho de otro modo, la matriz lingüística, la capacidad de inventar códigos y lenguas. Su finalidad es conseguir una herramienta para dos propósitos: el conocimiento certero, por una parte, y la comunicación eficaz y universal. Su contenido es una narración que abarca la historia de la humanidad, entre el origen mítico y la actualidad informática. Como buscara siglos atrás el arte combinatorio de Llull, los proyectistas del siglo XVII intentan formular una lengua filosófica y de concordia. La invención de lenguas requiere de sus creadores una actividad metalingüística insólita, pues se trata de reflexionar sobre lo más abstracto y más primitivo de una lengua, la «forma locutionis, que constituye una gramática universal» (Eco 1994b: 83). Entre estos eruditos destaca la figura del jesuita Athanasius Kircher (1601-1680), al que admira Eco, que reunió el deseo de la claridad filológica y la fascinación por los símbolos egipcios y chinos. Sus errores fueron, a juicio de Eco, una semilla de aciertos que germinaron mucho después. El sueño de una lengua capaz de hermanar a todos los hombres es una fantasía fundada en la leyenda de Babel: las creaciones son imperfectas y la aplicación social parece imposible. Sin embargo, la historia ha sido provechosa para el conocimiento lingüístico y ha tenido efectos positivos en ámbitos como la lógica, la notación química, la clasificación zoológica o el lenguaje informático.

Eco señala la paradójica y fecunda vinculación entre el proyectismo y la investigación sobre el indoeuropeo, el otro «fantasma ideal», la lengua matriz. «Este fantasma ya no es un punto del pasado al cual es necesario volver, sino la llave que permite explicar la historia y la evolución de las lenguas vivas» (Eco 1994b: 84). Es categórica la conclusión que extrae del paso de la lengua perfecta al «fantasma ideal» del indoeuropeo. Precisamente, en esa segunda mitad del siglo XVII Eco identifica «el nacimiento de la lingüística científica moderna y contemporánea».

La aportación de Eco en el congreso de 1992 es fundamental por la perspectiva inédita que abrió a la historia de la lingüística. Es cierto que todos los autores que citó eran conocidos y que la historiografía precedente contaba con estudios relevantes. Ello resulta claro si reducimos la lista a Llull, Dante, Kircher y Wilkins. Pero la relación que estableció entre estos autores es la trama original sobre la que estaba organizando una historia extensa de las ideas sobre el lenguaje. A pesar de que había una continuidad respecto de sus trabajos precedentes, el esbozo de historia de la semiótica que Eco presentó fue una revelación.

1.3.3. La historiografía, en el laberinto

El canon de Eco está construido con estudios de diversas épocas. Son artículos, conferencias o capítulos que ha redactado desde los años ochenta. Su obra más reciente, Dall’albero al labirinto (2007), es una recopilación crítica de trabajos anteriores. El título unifica los contenidos con un lema afortunado, «del árbol al laberinto». El mérito de este título es que divulga, mediante la analogía del árbol y el laberinto, el dilema de la historiografía. Propone una forma de escribir la historia en la que distinguimos cinco rasgos nuevos. Son los rasgos de la especialización, la ampliación de autores, la diversidad de documentos, el énfasis metodológico y, finalmente, la multimodalidad expositiva. Con estos atributos acredita su pertenencia a una nueva etapa de la historiografía.

Digamos sobre estos rasgos, en primer lugar, que la historiografía de la tercera etapa tiene un carácter especializado. Su objetivo no es abarcar toda la historia ni todas las contribuciones relevantes. Escoge un segmento temporal o una temática. Eco adopta la selección temática, a propósito de la confusión de las lenguas con el objetivo de la búsqueda o la creación de la lengua perfecta.

Sobre la ampliación del corpus de autores, cabe apuntar que la especialización temática constituye un canon particular. Aplica unos criterios que ponen en valor períodos, autores y obras. El efecto más llamativo es la ampliación del rango de autores, puesto que inscribe en la historia de la lingüística, por ejemplo, a Athanasius Kircher y Marino Mersenne, implicados en el proyectismo del siglo XVII. Eco incorpora, también de esa época, al cardenal y estadista Giulio Mazarino o, ya de nuestro tiempo, a los escritores George Orwell y Jorge Luis Borges.

En tercer lugar, respecto de la ampliación de la tipología documental, hemos de añadir que el reconocimiento de autores inéditos en la historia de la lingüística va aparejado a la ampliación de la tipología de obras que estudia. La propuesta de Eco incluye el ensayo filosófico y la literatura. El rasgo de la amplia tipología documental manifiesta el dinamismo del programa historiográfico. Al mismo tiempo, plantea un escenario tan diverso y extenso como complejo.

Respecto al énfasis metodológico, Eco comparte con autores de la tercera etapa los rasgos expuestos. Todos confluyen en la intención metodológica de la historiografía actual. Considerando este rasgo en las etapas de la lingüística, la fundacional de Thomsen constituyó el paradigma filológico, con la gramática como metalenguaje y el historicismo como modelo científico. En la segunda etapa, a partir de los años sesenta, se atribuyó al paradigma epistemológico la investigación historiográfica, con el metalenguaje de la semiótica y el referente de la gramática universal. Ya en la etapa actual, se ha hecho énfasis en los criterios metodológicos, con el modelo de la hermenéutica o teoría de la interpretación histórica. Implicado en el escenario presente, Eco contribuye al paradigma metodológico o contextual de un modo singular, con un ameno y crítico discurso sobre su producción.

Finalmente, hay que señalar el rasgo de la multimodalidad. El discurso de la historia es la narración no ficcional con una finalidad científica. No obstante esta estructura narrativa, en los ensayos historiográficos resultan más aparentes los patrones de la exposición y la argumentación. Eco subvierte el panorama científico y desarrolla su actividad historiográfica mediante el ensayo y el relato de ficción. Como razón de esta relación cabe señalar la íntima afinidad entre la investigación de La búsqueda de la lengua perfecta (1993) y la novela histórica La isla del día de antes (1994). La combinación de estructuras o patrones discursivos en la producción de Eco supone un hito. Es la entrada de la historiografía lingüística en la multimodalidad discursiva.

Los rasgos del programa de Eco –especializacion, nuevos autores y tipos de documentos, metodología y multimodalidad– conforman un escenario inédito. Al considerarlos por separado, observamos que cada uno de ellos es propio de la tercera etapa de la historiografía. Pero lo más llamativo del examen es que la articulación de éstos compone un paradigma interpretativo original. Tales rasgos remiten a una historiografía de la complejidad, que investiga el laberinto de la historia.

1.3.4. Decálogo del arte

En los ensayos y las novelas de Eco emerge el modelo del laberinto. Un relato que se ramifica en múltiples historias es un laberinto. Por esa razón el relato tiene una gran capacidad para representar la complejidad de lo real. La narración puede ser modelo de conocimiento historiográfico. Como se sugiere en el capítulo final, «El narrador ante el emperador», las parábolas de Nasrudín, un personaje de la tradición sufí, son una fuente de reflexión; propician una indagación sobre los límites temporales y la naturaleza de la lingüística como ciencia. Pues bien, a su vez, las ficciones de Eco muestran cómo se puede hacer afirmaciones filosóficas al narrar en La isla del día de antes una parábola de las exploraciones marítima y lingüística.

La propia historia de la lingüística es una empresa de exploraciones que tiene una afinidad con la biblioteca de Babel, la biblioteca universal: busca abarcar el esquema del universo histórico. El modelo de la historiografía como laberinto es el relato de su exploración. El historiador descubre en los pasajes del laberinto un jardín cuyas sendas se bifurcan a menudo. Como el lector ante un texto narrativo, el historiador se ve obligado a efectuar elecciones continuamente. Precisamente su discurso es la memoria del recorrido, de los criterios y de los hallazgos. Se trata del historiador de Babel, cuyas cualidades pueden estipularse en un decálogo, que proponemos a continuación. Así interpretamos la historiografía que ha de llegar.

  1. El historiador de la lingüística se ocupa no sólo de la lingüística, sino de sus relaciones con la filosofía, la literatura o el arte, entre otras disciplinas.

  2. El historiador frecuenta los géneros del ensayo historiográfico y de la narración.

  3. Concibe la narración de ficción como una fuente de conocimiento.

  4. Concibe la historia como una dimensión de obras abiertas y como un proceso interpretativo.

  5. No es un especialista de la historiografía, sino que la cultiva como extensión de otras investigaciones.

  6. Aplica los estudios históricos a diversos ámbitos de la lingüística, sobre los que proyecta una perspectiva histórica.

  7. Desarrolla la historia de la lingüística no como aval de su doctrina, sino como exploración científica.

  8. Sus estudios tratan de cuestiones que afectan a los paradigmas cívico, epistemológico, gramatical y contextual de la historiografía.

  9. Está interesado no sólo en publicar qué descubre, sino también en explicar cómo investiga y cómo escribe.

10. Es original y refunda la historiografía, porque escribe tanto para los lectores contemporáneos como para los futuros.

A tenor del decálogo, se infiere que la cualificación y el compromiso del historiador son muy exigentes. Del historiador se espera que comunique con entusiasmo su labor y contagie el interés por la historiografía, tal como lo haría una celebridad con dotes de orador.

La pregunta inicial sobre cuál es el historiador perfecto nos ha conducido a este punto final. El destino de la historiografía no es adoptar la voz de una personalidad como guía ni modelo. Su destino es reconocer las múltiples voces y la diversidad de recorridos con que se construye la historia. A este respecto, la lingüística puede adoptar como guía la máxima del novelista Italo Calvino, que concibe los libros como laberintos. Dijo Calvino que «leer es ir al encuentro de algo que está a punto de ser y aún nadie sabe que será». Éste puede ser el lema de la historia de la lingüística perfecta.

Al proyectar el lema sobre un horizonte ético, reconocemos el cometido más importante del historiador, que es su responsabilidad. El historiador contrae una responsabilidad con los materiales del pasado y con las personas cuya vida podría afectar mediante su trabajo (Law 2003: 281). Para recordar su compromiso ético, el historiador se inspira en la dignidad de las raíces del árbol, que con sobriedad y tesón hacen fructificar sus ramas.