Capítuo I
Introducción a la psicología económica
Imaginaos que asistís a un concurso de televisión en el que tenéis que escoger entre dos sobres. Si os decidís por el sobre rojo, tenéis un 85% de probabilidad de ganar 300 euros. En cambio, si os quedáis con el sobre amarillo podéis ganar 3.000 euros, pero con una probabilidad de un 10%. Teniendo en cuenta que en caso de perder os quedaríais sin nada, ¿cuál de los dos sobres elegiríais? Situaciones hipotéticas como ésta han sido utilizadas tradicionalmente por los economistas con el fin de analizar cómo las personas tomamos decisiones con respecto a temas económicos. Por cierto, ¿ya os habéis decidido por uno de los sobres? Imaginaos, pues, que el presentador del programa os propone compraros el sobre antes de abrirlo. ¿Por cuánto dinero venderíais el sobre rojo? ¿Y el amarillo?
En esta situación concreta, la gran mayoría de personas acostumbran a escoger el sobre rojo, pero a pesar de eso casi todo el mundo pide una cantidad de dinero más elevada por el sobre amarillo cuando se trata de vender la opción de abrirlo. Por lo tanto, a pesar de dar más valor a la segunda opción, muchas personas acaban escogiendo la primera.
Desde la teoría económica, tradicionalmente se han intentado explicar las decisiones y los comportamientos económicos partiendo de la base que las personas somos seres racionales, es decir, entendiendo que antes de tomar cualquier decisión o de actuar realizamos un cálculo elaborado de cada una de las opciones posibles para acabar escogiendo la más beneficiosa para nosotros. No obstante, experimentos o situaciones como la que hemos presentado al principio ponen de manifiesto la fragilidad y las limitaciones explicativas de esta manera de entender los comportamientos económicos.
Ciertamente, la teoría económica clásica parte de una noción rígida y reduccionista del comportamiento humano en relación con las cuestiones económicas. La psicología económica surge precisamente como un intento de integrar dentro de las teorías económicas los conocimientos obtenidos en el campo de la psicología. Es importante decir que no hay una definición consensuada unánimemente de psicología económica, porque ello depende de la manera de entender la economía en relación con la organización social, de la manera de conceptualizar al individuo y, sobre todo, de la manera de entender las relaciones que se dan entre el individuo y el entorno socioeconómico en el que este vive. Pero hay que añadir que la psicología económica es una aproximación relativamente reciente en comparación con otras áreas de la psicología, pero que está reforzando paulatinamente su presencia en el ámbito académico.
Si bien existen diferencias en las maneras de conceptualizar la psicología económica, también hay un cierto acuerdo en que su objetivo consiste en estudiar, por un lado, cómo las diferentes acciones de las personas inciden sobre el contexto socioeconómico en general y, por el otro, cómo este contexto económico influye y determina nuestras decisiones y comportamientos sociales. Como podemos ver, la psicología económica tiene una amplia gama de áreas de estudio y de análisis. ¿Por qué las personas a veces decidimos ahorrar? ¿Qué es lo que determina que algunas personas apuesten o jueguen a un juego de azar como la lotería? ¿Cómo podemos explicar que algunas personas intenten sobornar y que otras se dejen sobornar?
Todas estas preguntas entran de lleno en el campo de estudio de la psicología económica. A pesar de eso, el objetivo de este capítulo no consiste en dar una respuesta a esas cuestiones, sino en ofrecer una visión general del desarrollo histórico y el sentido de la psicología económica, delimitar una posible manera de entender este concepto y, finalmente, trazar algunos de los ejes de análisis importantes para el estudio del comportamiento económico de los individuos.
El dinero es quizás el símbolo más visible de la organización económica. Por este motivo, se ha desarrollado una línea de estudios bajo el nombre de psicología del dinero, que intenta explicar las maneras en que las personas nos relacionamos con él. Desde la economía, el dinero ha sido conceptualizado como un instrumento totalmente impersonal y neutro que las personas utilizamos en los intercambios y transacciones de nuestra vida cotidiana. Pero desde esta concepción resulta difícil explicar por qué algunas personas son más tacañas que otras, o por qué algunas personas se arriesgan más a la hora de utilizar el dinero, sean o no conscientes de la posibilidad de acabar endeudados. Si el dinero es neutro, ¿cómo podemos explicar las diferencias sustantivas con respecto a la manera de utilizarlo?
Tradicionalmente, en psicología se ha estudiado el dinero basándose en las actitudes que las personas tienen hacia él. En este sentido, sólo decidiremos invertir en un plan de pensiones si entendemos el dinero como un bien preciado, e incierto en un futuro. No obstante, estas aproximaciones han obviado el hecho de que precisamente en las diferentes interacciones y relaciones sociales que establecemos el dinero adquiere significados y distinciones diversas. El significado de un billete es cualitativamente diferente dependiendo de si lo hemos recibido a modo de agradecimiento o de si nos lo hemos encontrado por casualidad en el suelo mientras paseábamos, ¿no os parece?
Ahora bien, los significados sociales del dinero, o de los diferentes usos que podemos hacer de él, están inevitablemente ligados al contexto socioeconómico global. Por ejemplo, en nuestras sociedades el significado del dinero está íntimamente vinculado a la manera de obtenerlo. Aunque existan conductas como el robo o las donaciones, está sobradamente asumido que el dinero obtenido con el propio esfuerzo y trabajo es el más valioso y legítimo. Así, podemos afirmar que trabajo, dinero y moralidad son categorías íntimamente relacionadas.
El ámbito laboral ha constituido en las sociedades modernas el eje en torno al cual giraba tanto la vida personal como el orden social. Históricamente, este hecho ha suscitado el interés de los psicólogos. A lo largo del tiempo se ha desarrollado un número amplio de estudios sobre el trabajo y, especialmente, sobre la relación entre los individuos y el trabajo en las sociedades industriales capitalistas. Con el surgimiento de nuevos ejes de organización social, que a menudo han sido descritos con término de globalización, la relevancia del ámbito laboral ha sido sustituida por otros ejes. Así, se puede afirmar que hemos pasado de ser una sociedad de productores a ser una sociedad de consumidores. Ello ha posibilitado y motivado que muchos psicólogos y teóricos de las ciencias sociales analicen e intenten explicar el consumo como conducta y como marco de organización social.
1.Similitudes y diferencias entre la psicología y la economía
1.1.Los solapamientos de la economía con la psicología
Hoy en día se asume de manera casi unánime que la economía y la psicología no son dos áreas de conocimiento independientes. Al contrario, los psicólogos entramos de lleno en el campo de la economía cada vez que intentamos analizar el hecho de que una persona decida ahorrar, de que se proponga comprar un producto determinado o, sencillamente, cuando nos proponemos entender la decisión de algún amigo de trabajar en un área profesional concreta a pesar de no corresponder a sus intereses laborales. Cada una de estas acciones, aunque se puede realizar individualmente, sólo cobra sentido en un contexto sociohistórico y económico determinado. Es decir, probablemente nos resultaría difícil imaginarnos a un indígena de una tribu de la Amazonia haciendo cola desde las doce de la noche para poder comprar de madrugada la entrada del grupo de rock más conocido de la televisión. Y es que los comportamientos que se relacionan de alguna manera con la economía sólo se pueden entender en el marco de una determinada organización social.
Precisamente, la psicología económica aparece como un intento de poner de manifiesto esta interconexión obvia entre las dos disciplinas y, sobre todo, del convencimiento de los beneficios que podría aportar una integración de los conocimientos de la economía con los obtenidos en el campo de la psicología.
De esta manera, podemos situar la psicología económica en el espacio de encabalgamiento de la psicología con la economía. Su origen se debe al interés compartido por psicólogos y economistas por explicar los efectos de la conducta de las personas sobre la economía y sobre cómo esta última afecta a los comportamientos individuales.
A pesar de eso, esta preocupación por aproximar las aportaciones de ambas disciplinas es relativamente reciente. Por este motivo, antes de entrar en el ámbito de la psicología económica propiamente dicha, repasaremos sucintamente la situación previa al desarrollo de esta nueva área de estudio en las dos disciplinas.
1.2.El reduccionismo psicológico de la economía clásica
Podemos situar el origen de la economía clásica hacia finales del siglo XVIII, principalmente bajo la influencia de Adam Smith. No obstante, esta materia no consigue la autonomía necesaria para convertirse en una disciplina científica hasta el siglo XIX, es decir, que hasta ese momento no cuenta con un objeto de estudio propio y un método para abordarlo. Desde ese momento, surgen todas las grandes teorías económicas más influyentes (marxismo, liberalismo y keynesianismo), hasta conseguir una consolidación tal que hoy es sobradamente asumido que la economía es uno de los ámbitos más importantes de la esfera social.
Ya desde los orígenes de la disciplina, los economistas se dieron cuenta de la importancia de las acciones y los comportamientos de la vida cotidiana de las personas sobre el funcionamiento económico de la sociedad. Teniendo en cuenta que en esos momentos la sociedad se encontraba en plena Revolución Industrial, gran parte de las preocupaciones se dirigía al modo de conseguir aumentar la producción. Sin embargo, para poder plantearse este objetivo, había que contar con una concepción determinada del individuo y, sobre todo, de la relación establecida entre el individuo y el trabajo como tal.
1.2.1.El concepto de homo economicus
Durante mucho tiempo, el individuo ha sido conceptualizado por parte de la economía clásica como un ser racional y calculador. Como todos sabemos, en nuestra vida cotidiana las personas tenemos que tomar decisiones continuamente y escoger entre las diferentes alternativas que se nos presentan, queramos o no. Pues bien, según la economía más tradicional, antes de tomar ninguna decisión, las personas realizamos un cálculo de las ventajas e inconvenientes de cada una de las opciones posibles, es decir, que nuestros comportamientos son siempre el fruto de una cuidadosa evaluación de los costes y beneficios respecto a otras posibles conductas. Además se supone que siempre nos decantamos por la opción más beneficiosa para nosotros.1 Por ejemplo, según esta perspectiva, cuando dudamos entre salir a cenar en un restaurante o quedarnos a comer en casa, realizaremos un proceso de reflexión teniendo en cuenta todos los pros y contras de cada una de esas posibilidades. De igual modo, si acabamos sentándonos en la mesa de un restaurante, llevaremos a cabo el mismo proceso a la hora de decidir si bebemos el vino de la casa u otro de mayor calidad.
Esta concepción ya se puede identificar desde las primeras formulaciones de los economistas, bajo la influencia de las elaboraciones filosóficas del siglo XVIII, que estaban comprometidas con la exploración de la esencia oculta del ser humano. Entonces se consideraba el comportamiento humano tan sólo como una fachada, es decir, como la expresión manifiesta de una naturaleza escondida. El concepto de homo economicus se desarrolló dentro de este contexto.
Aunque las influencias filosóficas de esta concepción de la persona son diversas, hay que destacar principalmente el utilitarismo. Según esta doctrina, el valor de utilidad se encuentra por encima del resto de valores. En otras palabras, lo útil es lo valioso. Así, entiende que las personas valoramos las consecuencias de nuestras acciones con el fin de conseguir siempre el máximo provecho posible.
Jeremy Bentham fue uno de los autores más influyentes en esta concepción del ser humano. Bentham rescató de la filosofía griega la teoría del hedonismo psicológico, según la cual la naturaleza humana contiene implícitamente la tendencia a buscar el placer y evitar el dolor. Este hecho condujo a desarrollar una concepción mecanicista de la economía, ya que se fue dejando de lado en el ámbito explicativo cualquier variable diferente de los rasgos fundamentales supuestamente compartidos por todas las personas.
La concepción de un hombre económico nos presenta al individuo como un ser racional, egoísta (que sólo se mueve por sus propios intereses), aislado (es decir, solitario), que vive el momento sin tener en cuenta las experiencias pasadas.2 Partiendo de esta concepción del individuo, las conductas con respecto a temas económicos dejaban de tener importancia por sí mismas, porque se consideraba que siempre eran el resultado de un ser humano racional universal, es decir, se entendía que este modelo de persona era válido con independencia del contexto en que se pudiera encontrar.
Un ejemplo muy claro de los efectos de entender la persona basándose en el concepto de homo economicus se puede encontrar en la perspectiva clásica del mundo laboral desarrollada por Taylor.
Frederic Winslow Taylor, a principios del siglo XX, publicó su obra más conocida, Administración científica, en la cual concebía la actividad laboral como una maquinaria. El trabajador era considerado como un ser racional previsible, movido por su deseo de obtener placer y evitar dolor. Así, ofreciendo los beneficios adecuados –que Taylor basó en los salarios–, afirmaba que era posible aumentar y predecir la cantidad de trabajo que realizaría un trabajador cualquiera a lo largo de un periodo de tiempo determinado. El trabajador tenía que saber que para hacer una tarea tenía que repetir una serie de movimientos y que, si quería ganar más dinero, sencillamente tenía que hacer estos movimientos con mayor rapidez. Taylor no sólo pretendía establecer una comparación entre el hombre y una máquina. De hecho, su principal preocupación era conseguir que el hombre pudiera adoptar un comportamiento similar al de la máquina. Se trataba de buscar la manera de convertir al trabajador en una pieza más de una gran máquina: la fábrica. La metáfora de la máquina se convirtió, de ese modo, en el paradigma para conceptualizar la figura del trabajador. (Taylor, 1984)
El desarrollo de la economía como disciplina autónoma tuvo mucho que ver con esta concepción del individuo como un hombre económico. Partiendo de la base del egoísmo intrínseco al ser humano, la preocupación de los teóricos pasó a ser cómo se aproxima el interés económico personal de cada cual a los intereses colectivos de la sociedad, es decir, cómo se equipara la búsqueda de beneficios grupales a los intereses individuales. Pagando el precio de este reduccionismo psicológico, la economía pudo desarrollar un ámbito de estudio y acción, y por lo tanto, una autonomía como disciplina.
Esta distancia entre las dos disciplinas no debe sorprendernos si tenemos en cuenta que en esos momentos la psicología se ocupaba, por una parte, del estudio de elementos psicofisiológicos, como es el caso de los tiempos de reacción, y por la otra, del estudio de las patologías o comportamientos que por entonces se consideraban “anormales”. Ante este panorama, no es extraño que los economistas prescindieran de los conocimientos obtenidos en la investigación psicológica, de la misma manera que los psicólogos tampoco se interesaron mucho por las teorías económicas para explicar la conducta social.
Al encontrarse en el mismo esqueleto de la economía, el concepto de homo economicus se convirtió en un axioma difícilmente cuestionable, ya que se entendía como algo dado, que no necesitaba ser demostrado ni justificado. En este sentido, hasta hace relativamente poco tiempo se han obviado sistemáticamente los escasos intentos de cuestionar este concepto y encontrar conceptos y/o explicaciones alternativos.
Un claro ejemplo lo encontramos en el libro de Karl Polanyi, La gran transformación, de 1944, que ha permanecido en el olvido durante mucho tiempo. En este impactante libro, Polanyi ponía de manifiesto la dimensión sociohistórica de los principios de la nueva sociedad y la economía de mercado y además, situaba la consolidación del concepto de homo economicus en un discurso con una finalidad bien clara: justificar la gran devastación y las terribles consecuencias de la “gran transformación” social que comportó la introducción del libre mercado (Polanyi, 1989).
1.3.Breve historia de la psicología económica
En términos generales, podemos decir que la historia de las relaciones entre la psicología y la economía es la historia de la psicología económica.
Generalmente, se considera que Gabriel Tarde3 fue el primero en utilizar el concepto de psicología económica, a finales del siglo XIX. A pesar de eso, en la misma época, la escuela austriaca de economía (también nombrada escuela marginalista) ya estaba abordando los principios psicológicos subyacentes al comportamiento económico, aunque prescindía en sus explicaciones de los conocimientos obtenidos en el campo de la psicología.
Tarde publicó en 1902 un curso de dos volúmenes que había impartido un año antes con el nombre de La psicología económica. Se ha considerado que esa obra constituye el punto de partida de esta área dentro de la psicología. Su objetivo consistía en aportar a la economía los conocimientos que había obtenido desde la psicología social, para acabar así con la psicología falsa que utilizaba la teoría económica. Principalmente, criticaba la concepción simplificada y esquemática del ser humano que había empleado hasta entonces la economía, y ponía de manifiesto el hecho de que el hombre es un ser social y también la importancia de la interacción personal como la base de las explicaciones del comportamiento económico.
Si bien a partir de entonces los contactos entre la psicología y la economía aumentaron, las propuestas de Tarde fueron relativamente obviadas, principalmente por la hegemonía que adquirió en Europa la teoría sociológica de Durkheim. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, muchos sociólogos y psicólogos huyeron a Estados Unidos, donde el compromiso de aproximar las dos disciplinas se vio reforzado y desarrollado. A pesar de todo, el positivismo dominante como forma de hacer psicología social que regía en aquel momento en los Estados Unidos dirigió la convergencia entre las dos disciplinas hacia explicaciones empiristas y cientificistas.
Es en este contexto donde encontramos a George Katona, la figura que refleja este punto de encuentro para delimitar una psicología económica. La obra de Katona es considerada desde las concepciones de la psicología más tradicionales como la inauguración de la psicología económica, porque fue este autor quien delimitó por primera vez un campo de estudio propio de la psicología económica y una metodología precisa para estudiarlo.
Katona4 intentó huir de las abstracciones y los enfoques filosóficos para centrarse en la observación y la experiencia concreta como métodos de investigación en el campo de la psicología económica (o economía psicológica, como solía llamarla él). Para Katona, el instrumento privilegiado en el estudio de la conducta económica era la encuesta por sondeo sobre muestras bien delimitadas (survey). Bien utilizada, o sea, elaborada rigurosa y científicamente, la investigación psicológica era adecuada para explicar e incluso predecir muchos fenómenos psicológicos. Esta perspectiva ofrecía una posibilidad de predicción y de obtener un mejor control de la población, lo cual ciertamente alentó a muchos a invertir esfuerzos en el desarrollo del área de conocimiento que estaba emergiendo.
En cualquier caso, se tiene que reconocer que Katona dio un paso importante respecto al antiguo concepto de homo economicus al introducir en el análisis de las conductas económicas el papel y la importancia del entorno. Según él, no podemos prescindir del entorno y de la situación a la hora de explicar las conductas económicas. Para Katona, uno de los conceptos clave para explicar los comportamientos económicos eran las expectativas, que él entendía como un tipo determinado de actitudes orientadas básicamente al futuro.
Las actitudes se aprenden, se adquieren en la primera infancia y son bastante estables durante largos periodos, mientras que otras pueden cambiar con frecuencia e incluso bruscamente bajo el efecto de nuevas experiencias. La perspectiva de la gente en el tiempo se extiende así tanto hacia atrás como hacia adelante, adquiriendo una particular importancia para el comportamiento económico. Así como otras actitudes, las expectativas tienen un componente afectivo, además de su contenido cognitivo y predictivo (Katona, 1965).
Katona asumía que las expectativas son las intermediarias entre nuestro comportamiento y el contexto y el momento en que se da. De esta manera, es lógico que en situaciones diversas encontremos respuestas diferentes por parte de una misma persona y, al mismo tiempo, respuestas diversas a un mismo hecho por parte de personas diferentes. Por ejemplo, mientras que la economía clásica suponía que gastamos según los ingresos que tenemos, Katona afirmaba que nuestros gastos están condicionados por las expectativas de futuro. Así, en caso de que intuyéramos una futura situación de crisis económica nacional o internacional, lo más probable es que redujéramos nuestros gastos independientemente del nivel de ganancias que tuviéramos, como previsión por lo que pudiera pasar en un futuro.
Otra de las aportaciones de Katona fue situar las explicaciones y conceptos de la economía plenamente en el campo de la psicología. Así, intentó demostrar que para entender la situación y el desarrollo de la economía no tenía sentido trabajar con conceptos estadísticos anónimos como los de oferta, demanda, precios, etc., sino que más bien había que centrarse en elementos como la conducta de consumo, la decisión de compra, de ahorrar, de trabajar más o menos horas, etc.; en otras palabras, postulaba que mediante nuestros comportamientos individuales vamos creando un entorno económico que, a la vez, influye sobre nuestras expectativas, actitudes y motivaciones.
De esta manera, Katona afirmaba que la economía se tendría que fundamentar en una psicología empírica basada en el estudio de las variables cognitivas que intervienen en nuestro comportamiento.5
La obra de Katona despertó y continúa despertando el interés de muchos psicólogos y economistas por el estudio y la exploración de esta área de solapamientos entre esas dos disciplinas. No obstante, el entusiasmo por desarrollar y delimitar una nueva disciplina científica ha hecho que los discípulos de este autor raramente se hayan cuestionado la pertinencia de tomar al individuo como principal unidad de análisis. Por el contrario, se ha continuado trabajando generalmente desde modelos cognitivos, creando nuevos esquemas y modelos teóricos cada vez más complejos. Entre ellos, los más conocidos e influyentes son el modelo ternario y gráfico “previsional” de Paul Albou (1984) y el modelo de integración de Fred Van Raaij (1981).
Pese a todos estos esfuerzos por aproximar las dos disciplinas, sería engañoso que nos quedáramos con la idea de que hoy en día la economía está muy interesada por las aportaciones procedentes del campo de la psicología, y viceversa. Todavía es muy reducido el número de facultades de psicología que ofrecen asignaturas específicas sobre psicología económica, aunque cada vez hay más. Al mismo tiempo, la teoría económica dominante en el ámbito académico actual sigue dando cierta validez a la concepción del individuo como ser racional y calculador. Un claro ejemplo de esta situación es el hecho de que el Premio Nobel de Economía del año 2002 fuera otorgado precisamente a un psicólogo, Daniel Kahnemann, como reconocimiento a sus esfuerzos por introducir en la teoría económica modelos psicológicos realistas sobre el comportamiento de los agentes económicos.
2.El concepto de psicología económica
Después de este breve recorrido histórico, en una primera aproximación podemos aventurarnos a caracterizar el ámbito de la psicología económica como el espacio de conocimiento común tanto a la psicología como a la economía. En este marco, el propósito de la psicología económica consistiría en adquirir una base de conocimientos estudiando conjuntamente algunos aspectos de la economía y de la psicología. Ahora bien, el hecho de poder ofrecer una definición exacta de este concepto se ve condicionado por las diferentes maneras de conceptualizar al individuo, por la manera de entender la economía en relación con la dimensión social y, sobre todo, por la manera de conceptualizar las relaciones entre el individuo y el entorno socioeconómico en que éste se encuentra.
2.1.Del homo economicus al estudio de las conductas económicas
Como hemos visto, la psicología económica surge en un intento de superar el reduccionismo psicológico que implicaba el pensar basándose en la concepción de un hombre económico.
Realmente, sólo tenemos que echar una ojeada a nuestra vida cotidiana para darnos cuenta de las limitaciones de esta concepción de la persona como un ser racional, egoísta, solitario y autónomo. Y es que el concepto de hombre económico olvida una de las características más importantes del ser humano: que no nos encontramos solos en el mundo sino que, por el contrario, nuestras acciones y prácticas difícilmente pueden ser explicables soslayando el entorno social y el momento sociohistórico en que se enmarcan, las personas con quienes interactuamos y las situaciones concretas en las que se produce nuestra conducta.
Efectivamente, si bien podríamos afirmar que somos racionales en el sentido que en determinadas ocasiones tomamos decisiones después de una reflexión profunda, también es cierto que la mayoría de las veces nuestras decisiones dependen más de otros factores que de un cálculo profundo. Por ejemplo, sólo tenemos que pensar en la cantidad de veces que nos hemos arrepentido de adquirir algún producto inútil sólo porque en ese momento nos llamó la atención, o bien pensar en las personas que, a pesar de sus escasos ingresos, adquieren un coche lujoso sólo por ostentación. En esta dirección, una limitación importante del modelo económico tradicional es el hecho de que no cuestiona la definición de racionalidad. A menudo, desde la economía clásica se ha considerado que una persona ha actuado racionalmente cuando ha alcanzado los objetivos que se había planteado a priori. No obstante, la trampa de este argumento está en el hecho de que ante cualquier comportamiento, siempre se pueden inferir a posteriori objetivos ocultos que lo justifiquen. Por ejemplo, si vemos a alguien que tira por la ventana aviones de papel hechos con billetes de cincuenta euros, podríamos afirmar que a esta persona realmente no le interesa el dinero o que, en todo caso, cree que la satisfacción de tirar un avión bien vale ese dinero. De no ser así, ¿por qué lo haría?
El caso es que al querer explicarlo todo a partir de la racionalidad, caemos en una espiral sin fondo, ya que la racionalidad o lógica de los objetivos o las intenciones nunca es cuestionada.
De igual modo, esta concepción parte de entender el egoísmo como una característica individual intrínseca y esencial. Si bien a veces tomamos decisiones que afectan sólo a nuestro propio interés personal, no es menos cierto que a la hora de tomar decisiones, en otras muchas ocasiones tenemos en cuenta al entorno y a las demás personas. Así, es verdad que actualmente muchas ONG se quejan de la despreocupación de gran parte de los ciudadanos con respecto a la procedencia de los productos que adquieren o de las condiciones de trabajo de los trabajadores que los han elaborado. Pero también es cierto que no son pocas las personas y los movimientos sociales que apuestan y luchan por un comercio justo. ¿Cómo explicaríamos, pues, a partir del concepto de hombre económico, el hecho de que las personas paguen más por un producto por razones políticas o solidarias?
Los intentos recientes por parte de los psicólogos de ir más allá de la excesiva simplificación que significaba pensar en términos de individuos económicos, si bien han concedido más importancia al contexto y al entorno social en que surgen las conductas relacionadas con cuestiones económicas, como hemos visto, han seguido considerando al individuo como el origen de todo fenómeno de interés y, por lo tanto, indagando en la búsqueda de las leyes generales que regulan el comportamiento de las personas en cuestiones económicas.6
Una alternativa a todas estas limitaciones es entender que nuestras acciones, percepción y decisiones económicas no se fundamentan tanto en la existencia de una conciencia racional, como en diferentes disposiciones y significados aprendidos de origen social, los cuales dan el marco de posibilidad a unas determinadas decisiones y prácticas económicas. En este sentido, Pierre Bourdieu (2003) propone abandonar la oposición entre comportamientos racionales e irracionales y pasar a hablar tan sólo de comportamientos económicos razonables, en el sentido de que todos están dotados de razón y siguen una lógica y un dinamismo totalmente comprensibles si tenemos en cuenta su construcción social.
Como podemos ver, uno de los aspectos que aparecen en la mayoría de definiciones de psicología económica es la conexión entre economía y conducta. Por este motivo se suele afirmar, a pesar de la redundancia, que la psicología económica es el estudio de las conductas económicas, es decir, el estudio de los tipos de comportamientos relacionados con la formación, el consumo y el reparto de recursos y riquezas, en el ámbito del trabajo, el consumo, la política, etc.
En términos generales, nadie duda que ahorrar, comprar, trabajar o dar soporte socialmente sean conductas económicas. Al mismo tiempo, todas estas prácticas constituyen conductas sociales, ya que se producen según las interacciones que se establecen entre los agentes económicos. No obstante, si analizamos atentamente el concepto de conducta económica, veremos que presenta bastantes problemas conceptuales.
En primer lugar, nos encontramos con la dificultad de establecer la definición. ¿En qué nos tenemos que fijar para poder afirmar qué es una conducta económica? ¿Se trata de una conducta relacionada con el uso del dinero o con el intercambio de recursos? ¿o se trata de una conducta que contribuye a mantener un determinado orden económico y, por lo tanto, una determinada organización social, en una sociedad y un momento sociohistórico particular? Por ejemplo, un hecho cotidiano como es el de utilizar el coche para ir a trabajar está íntimamente relacionado con el desarrollo de una extensa red de relaciones económicas y comerciales en torno a la industria petrolífera.
Realmente, la diferencia entre conductas económicas y conductas no económicas no parece estar del todo resuelta.
2.2.La proliferación de subdisciplinas
Una de las tendencias dentro del campo de las ciencias en general ha sido la creación progresiva de nuevas disciplinas, caracterizadas normalmente por la definición y delimitación de un objeto de estudio propio y de una metodología rigurosa para estudiarlo.
Esta tendencia, iniciada en el campo de las ciencias naturales desde mediados del siglo XIX, también ha operado con intensidad en el campo de las ciencias sociales. Así, la psicología se ha visto dividida en áreas como la psicología clínica, la psicología de la educación o la psicología social, y dentro de ésta, la psicología política, la psicología jurídica o la propia psicología económica.
A causa de esta creciente especialización, en el marco de la psicología encontramos ámbitos que con el tiempo han alcanzado una cierta autonomía, por el éxito y el desarrollo de trabajos e investigaciones en su seno. Así, encontramos una ya clásica psicología del trabajo, una bien establecida psicología del marketing, una psicología de la publicidad o una psicología del consumidor. Todas estas disciplinas, de alguna manera, se solapan con los intereses de estudio de la psicología económica, y dificultan su definición.
Como solución, generalmente se ha aceptado que la psicología económica sería la disciplina que englobaría todas las anteriores, cosa que pondría de manifiesto su falsa autonomía. Porque, ¿creéis que realmente es posible estudiar y entender el trabajo sin tener en cuenta la organización económica más general? ¿Pensáis que podemos entender el impacto de un anuncio publicitario sin entrar en el análisis de las características de la nueva sociedad de consumo?
Sin embargo, los psicólogos que hacen este tipo de críticas para subrayar la importancia de trabajar con una psicología económica global olvidan que esta misma crítica se puede aplicar a la definición y separación de la psicología económica como ámbito autónomo.
2.3.La construcción de la economía como ámbito de conocimiento autónomo
Dentro de las ciencias sociales, no son pocos los autores que han intentado poner de manifiesto la artificialidad e historicidad de las diferentes divisiones disciplinarias. Algunos, por ejemplo, se han dedicado a mostrar que no ha sido hasta después de un largo proceso histórico que los intercambios económicos se han ido separando y diferenciando del resto de comportamientos y acciones sociales. Y es que la economía como ciencia existe como tal basándose en la separación de un determinado tipo de prácticas (o una de las dimensiones de cualquier práctica) de la realidad y el contexto social en que se dan estas prácticas.
Esta separación de la disciplina y la proclamada universalidad de los supuestos de la teoría económica clásica ha sido denunciada por una línea de pensamiento dentro de la misma economía, nombrada economía crítica. Uno de los objetivos de los diferentes teóricos inscritos en esta perspectiva es subrayar la inseparabilidad de la teoría económica tradicional respecto a un modelo político determinado: el modelo neoliberal. En este sentido, muchos economistas críticos han apuntado que los presupuestos y postulados de la teoría económica actual tienen su origen en esta economía liberal, y que dichos presupuestos y postulados han sido racionalizados por esta economía para otorgarles un estatus de objetividad y universalidad.
Dicho modelo económico liberal se fundamenta en dos postulados básicos:
1) La economía es un dominio independiente y diferenciado, un ámbito con leyes propias sobre el cual los estados y gobiernos no tienen que interferir ni impedir su desarrollo autónomo.
2) El medio más óptimo para organizar la producción y los sistemas de intercambio de una manera eficaz y equitativa en las sociedades democráticas es el mercado.
Volviendo a la obra de Karl Polanyi, en ella se describe precisamente el proceso histórico, iniciado en la Inglaterra del siglo XIX, a partir del cual se consiguió, mediante un proceso estratégico, la progresiva separación de la vida económica del control social y del ámbito de la política. Si hasta entonces la vida económica había estado vinculada a los mercados sociales, es decir, al mantenimiento de la cohesión social, con la introducción del libre mercado como institución se rompía el vínculo entre economía y política, y los mercados sociales pasaban a ser reemplazados por mercados desregulados que operaban con independencia de las necesidades y controles sociales. El discurso liberal, precisamente, iba dirigido a construir, por una parte, las libertades del mercado como elemento natural y, por la otra, a las limitaciones políticas como elemento artificial.
En la misma dirección, las características y conceptualizaciones de la economía liberal que hoy en día encontramos fijadas, globalizadas y representadas en organizaciones como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio, y que dictan a los gobiernos unas formas de actuación política determinada, por lo tanto, están íntimamente enlazadas con una serie de valores, creencias y moralidad presentes en las sociedades particulares que han posibilitado su aparición.
De la misma manera, como hemos visto, el hecho de considerar la racionalidad y el cálculo de los beneficios individuales como explicación y motor del comportamiento económico es característico de un momento sociohistórico determinado. Obviando este hecho, la economía ha conseguido convertirse en un mundo objetivo, guiado por sus propias leyes, las del cálculo interesado y la competencia sin límites para la consecución del beneficio, al servicio de la ideología neoliberal.
Por lo tanto, todo aquello que la teoría económica plantea como dado, es decir, todos los conceptos y dispositivos atribuidos a los agentes económicos y que sostienen esta ilusión de universalidad, son el producto de una compleja construcción colectiva reproducida continuamente en nuestra vida cotidiana. En este sentido, sólo un análisis sociohistórico puede mostrarnos cómo, a lo largo del tiempo, se han ido construyendo paralelamente unas estructuras sociales y unos discursos y esquemas de percepción, pensamiento y conducta que han posibilitado esta imagen de universalidad y ahistoricidad a la ciencia económica.7 En palabras de Bourdieu:
“Es necesario, pues, contra la visión ahistórica de la ciencia económica, reconstruir, por un lado, la génesis de las disposiciones económicas del agente económico y, muy especialmente, de sus aficiones, de sus necesidades, de sus propensiones o sus aptitudes (para el cálculo, el ahorro o el propio trabajo) y, por otro lado, la génesis de propio campo económico, es decir, historiar el proceso de diferenciación y de autonomización que desemboca en la constitución de este juego específico: el campo económico como cosmos que se somete a sus propias leyes y que otorga por ello una validez (limitada) a la autonomización radical que lleva a cabo la teoría pura al constituir el ámbito económico como universo separado.
P. Bordieu (2003). Las estructuras sociales de la economía (págs. 18-19). Barcelona: Anagrama, 2000.
2.4.Hacia una definición psicosocial de la psicología económica
Etimológicamente, el concepto de economía procede de las palabras griegas oikos (‘propiedad’ o ‘casa’) y nemein (‘administrar’ o ‘distribuir’). Por consiguiente, teniendo en cuenta sus orígenes, el término economía significa ‘la buena administración de la casa’. Esta base etimológica nos aproxima, una vez más, a una de las características importantes de la economía: el hecho de constituir una determinada forma de organización social.
Resumiendo, la economía, más allá de ser un ámbito de conocimiento autónomo, es una de las dimensiones indisociables de la actual organización social. Es un hecho social creado por nuestras conductas cotidianas, pero al mismo tiempo es uno de los hechos dentro de cuyos límites las personas existimos y actuamos. Por lo tanto, difícilmente podemos plantearnos el estudio de los fenómenos sociales y económicos dejando de lado la economía como realidad constitutiva del mismo individuo.
Lea, Tarpy y Webley argumentan que la psicología económica que se ha llevado a cabo hasta hoy no ha sido bastante económica, porque se ha limitado, básicamente, a investigar los mecanismos psicológicos de las conductas económicas.8
Así, argumentan que para que la psicología económica sea más económica, tiene que permitir que la economía entre más en el campo de la psicología, y viceversa. Con el nombre de paradigma de la causación dual, estos autores proponen radicalizar la interconexión entre las dos disciplinas. Eso significa reconocer que los individuos influyen en la economía y que la economía influye en los individuos, es decir, que existe un fuerte lazo de influencia causal entre ambas. En otras palabras, la economía y los individuos en su seno forman un sistema.
Por lo tanto, desde esta perspectiva nos tenemos que preguntar si tiene mucho sentido separar una psicología económica de una psicología no económica. Si individuo y sociedad son inextricables, y la economía no es ni más ni menos que una de las dimensiones de la realidad y organización social, entonces es absurdo pretender delimitar un nuevo campo de conocimiento autónomo.
Si bien no podemos fijar la definición de psicología económica en sus dominios ni en el hecho de poseer un objeto de estudio diferenciado, sí que podemos entender este concepto como el intento de poner de manifiesto la necesidad de romper las fronteras disciplinarias entre la psicología y la economía a la hora de estudiar la realidad social y económica. Así, más que constituir una nueva subdisciplina, tanto de la psicología como de la economía, y por lo tanto, establecer nuevas fronteras y separaciones artificiales, podemos entender este concepto como la explicitación de la importancia de no prescindir de la dimensión económica a la hora de describir y/o explicar cualquier fenómeno que nos interese estudiar de la realidad social.
Uno de los principales problemas que plantea la manera tradicional de entender la psicología económica es el hecho de que asume que hay una separación entre las acciones y prácticas individuales, por un lado, y el entorno económico, por el otro. No obstante, esta perspectiva olvida que acciones como invertir, apostar, consumir o trabajar no son ni más ni menos que prácticas sociales, simbólicas e interactivas, que no se pueden separar del contexto social global en el que aparezcan. Por ejemplo, en un conocido estudio del antropólogo Clifford Geertz sobre las peleas de gallos en Bali, se argumentaba que el hecho de apostar muy alto en estas peleas expresaba valores compartidos que trascendían el cálculo de ganancias y pérdidas posibles en el juego. Lo que mostró Geertz es que en las peleas de gallos no sólo había dinero en juego, sino que en esas apuestas el gallo representaba al propietario y a sus aliados más próximos. Por lo tanto, lo que estaba en juego en las apuestas era, principalmente, una cuestión de estatus.
Vista la importancia de esta inseparabilidad entre las acciones particulares y el contexto socioeconómico, hay que analizar los ejes que vertebran este sistema de relaciones. En esta dirección, los estudios sobre el significado social del dinero, el trabajo o el consumo en las sociedades occidentales han sido especialmente relevantes.
3.El dinero como realidad social
Nadie cuestiona que el dinero es uno de los aspectos clave para entender la vida cotidiana en las sociedades modernas capitalistas. Sin un análisis detallado del dinero, probablemente sería imposible comprender comportamientos como el hecho de ahorrar, invertir, endeudarse, etc. A pesar de eso, es decir, aunque nadie duda del relevante papel que desempeña el dinero en nuestra sociedad, paradójicamente su vida social se ha estudiado relativamente poco. Se han publicado muchos análisis sobre los efectos económicos del dinero, sobre su velocidad de circulación o sobre la reforma monetaria, entre otros, pero muy pocos respecto al dinero en tanto que realidad social.
Históricamente, el dinero ha sido considerado desde diferentes perspectivas. En un principio, era visto sencillamente como un objeto material, como el oro o la plata. No obstante, esta concepción nunca estuvo libre de críticas, y con la aparición de nuevas formas de dinero, como las tarjetas de crédito, se puso de manifiesto su parcialidad y su limitación para el análisis.
3.1.El dinero como instrumento
En los análisis de la economía, en cambio, el dinero ha sido considerado en términos de circulación monetaria, es decir, como un medio de intercambio en el mercado. Desde esta perspectiva, se destaca como característica principal del dinero el hecho de ser aceptado socialmente por todo el mundo a la hora de intercambiar bienes y servicios. El dinero sería sólo un instrumento totalmente impersonal, único e intercambiable. Pero para que se pueda convertir en un medio de intercambio, hace falta que tenga un valor de intercambio, y eso es posible por el hecho de cumplir ciertos requisitos, como ser fácilmente divisible, tener un alto valor por unidad y, al mismo tiempo, ser difícil de falsificar.
El origen de esta concepción del dinero se puede situar en la teoría social del siglo XIX, la cual se había comprometido a explicar su poder revolucionario. Entonces se había visto que los efectos del dinero habían trascendido el mercado, pasando a ser un elemento muy relevante en la vida y el desarrollo de las sociedades modernas. Una de las grandes tendencias de la modernidad era la reducción de la calidad a la cantidad, y el dinero pasó a ser entendido como el símbolo más representativo de esta tendencia. Así, la pregunta central pasó de ser qué y cómo a ser cuánto, obviando, por consiguiente, todos los matices de significado. En teoría económica se considera el dinero como un instrumento único, impersonal e intercambiable. El sentido de expresiones como “un euro es un euro” se basa, precisamente, en esta concepción del dinero como un elemento totalmente desprovisto de valores subjetivos. Según Simmel, el dinero se veía como un medio técnicamente perfecto en los diferentes intercambios económicos.
Esta visión del dinero como una cosa con una gran uniformidad interna que convierte cada elemento en intercambiable durante un siglo ha dado forma a un modelo absoluto del dinero de mercado que, según Vivian Zelister (1994), se basa en cinco características o puntos fundamentales:
1) El dinero es un objeto homogéneo, sin cualidades e infinitamente divisible. Por eso constituye el mejor instrumento para el mercado y los intercambios que comporta. De esta manera, lo más pertinente es analizarlo en términos estrictamente económicos.
2) Cualitativamente, todo el dinero es igual. Las diferencias entre las diversas formas de dinero sólo pueden ser cuantitativas, ya que todos responden a un solo tipo de dinero: el dinero de mercado.
3) El dinero es una cosa neutra, profana y utilitaria. Por lo tanto, es posible establecer una dicotomía entre el dinero, por un lado, y los valores personales y sociales, por otro. Mientras que el primero es un elemento instrumental e intercambiable, los valores son todo lo contrario: son indivisibles, no cuantificables, distinguibles en términos cualitativos e imposibles de intercambiar.
4) El dinero tiene el poder de afectar a los diferentes valores sociales no monetarios e incidir en ellos. No obstante, se obvia el análisis del dinero como un valor en sí mismo.
5) Finalmente, el dinero también es un elemento que tiene la capacidad de modificar y transformar la sociedad. El dinero, como medio abstracto de intercambio, tiene la capacidad de crear nuevos servicios, nuevos bienes y nuevas formas de relaciones sociales.
Ahora bien, a pesar del establecimiento de esta concepción, nos tenemos que preguntar si realmente el dinero es único, es decir, si se puede reducir a un mero instrumento de intercambio interpretado de la misma manera por todo el mundo. Así, antes de continuar leyendo, pensad un momento en si podemos considerar que todo el dinero es exactamente igual. ¿De verdad un euro es un euro y nada más?
3.2.El significado social del dinero
Algunos autores han puesto de manifiesto que para poder cumplir su función, el dinero tiene que tener, aparte de su aspecto físico, un aspecto simbólico. Si nos fijamos en la vida cotidiana, el dinero no tiene un papel tan neutro como supone la teoría económica. Por ejemplo, es habitual oír que el dinero que se recibe de los padres no tiene el mismo valor que el dinero ganado por uno mismo. Igualmente, es muy diferente el valor que asignamos al dinero de nuestra primera nómina que el que cobramos cuando ya hace un año que trabajamos, aunque se trate de la misma cantidad.
Lejos de ser sólo un instrumento que tenemos disponible para los intercambios, las personas llevamos a cabo diariamente acciones diferentes con el dinero: lo identificamos, lo clasificamos, lo organizamos o lo utilizamos de maneras bien diversas, en las múltiples interacciones en las que participamos. Bajo el aparente anonimato de los billetes y las monedas, no todos los euros son iguales o intercambiables, sino que de forma cotidiana asignamos diferentes significados y usos separados al dinero.
Ciertamente, el dinero es una herramienta clave en el mercado económico, pero no es menos cierto que también lo encontramos fuera de la esfera del mercado y que está influido por los aspectos culturales y sociales. Por lo tanto, en lugar de postular una uniformidad y homogeneidad, quizás sea más pertinente hablar de dinero múltiple, porque aparte del dinero como instrumento, hay otro tipo de dinero construido y reconstruido socialmente, ligado a determinadas redes de relaciones sociales y con un conjunto propio de valores y normas. Por eso las personas podemos llegar a responder con enfado, ira, desconcierto o vergüenza ante determinados usos del dinero en situaciones concretas, como por ejemplo querer pagar un billete de autobús con un billete de quinientos euros. La supuesta neutralidad del dinero queda totalmente desacreditada si tenemos en cuenta que es posible identificar un buen y un mal uso de él.
Al conceptualizar el dinero sólo como un fenómeno de mercado, la teoría económica obvia una dimensión importante: su papel como un medio social. De esta manera, el dinero puede ser extremadamente subjetivo, heterogéneo e, incluso, indivisible.
Encontramos un claro ejemplo de ello cuando alguien nos regala una cierta cantidad de dinero para ayudarnos a comprar un piso. En situaciones como ésta, el dinero deja su neutralidad y unicidad, y pasa a simbolizar sólo el objeto por el que ha sido dado. Ese dinero ha dejado de ser algo con infinitas posibilidades de intercambio y división para convertirse sencillamente en el piso en cuestión. Por ejemplo, volviendo al caso del regalo, difícilmente podríamos dividir el dinero que nos ha regalado nuestro amigo para comprarnos el piso, si no queremos quedar mal con él, claro está. Y si no, sólo hay que imaginarse qué pasaría si explicáramos a nuestro amigo o amiga que el dinero que nos ofreció como ayuda para poder comprarnos un piso lo hemos utilizado para realizar un lujoso viaje.
Si tenemos en cuenta esta dimensión social del dinero, resulta mucho más difícil postular una dicotomía radical entre el dinero, por una parte, y los valores personales o sociales, por la otra, ya que, tal como hemos visto, el dinero puede ser tan distinguible en términos cualitativos y no intercambiables como el valor u objeto más personal.
Algunos analistas utilizan el concepto de dinero sólo cuando éste está reconocido institucionalmente y el gobierno le asigna un determinado valor. No obstante, en la vida cotidiana, puede adoptar una amplia variedad de formas. Por ejemplo, no es extraño convertir determinados objetos, como sellos o billetes de metro, en la cantidad de dinero equivalente a ellos. Por lo tanto, tener un aspecto físico común no es un rasgo imprescindible para que un objeto se pueda constituir y conceptualizar socialmente como dinero, es decir, como objeto de intercambio. Algunos autores, como Viviane Zelister, utilizan el concepto de dinero informal o social para hacer referencia a esta multiplicidad de formas y distinciones que puede adquirir el dinero. El dinero social también incluye las monedas y los billetes reconocidos oficialmente, pero al mismo tiempo hace referencia a todos los objetos que tienen un valor de intercambio reconocido y regularizado en diferentes relaciones y en contextos sociales determinados.
De igual modo, el significado del dinero no sólo está vinculado a los bienes o servicios que pueden adquirirse o intercambiarse, sino también a las diversas formas de intercambio. En este sentido, muchas veces es más importante qué dinero que cuánto dinero. Por ejemplo, no tiene el mismo significado el dinero obtenido con el trabajo de uno mismo que el obtenido por un soborno o como regalo de un amigo. Gracias a una serie de distinciones cualitativas podemos distinguir e identificar los premios de los sobresueldos, las propinas o las indemnizaciones. Al mismo tiempo, estos ejemplos de transacciones están separados cualitativamente del dinero de mercado, porque son acciones que no implican directamente un intercambio y un mercado de bienes.9
3.3.El estudio tradicional del dinero
Tradicionalmente, los psicólogos sociales han estudiado las diferentes conductas económicas a partir de las actitudes que tienen las personas hacia el dinero y su uso. Ahorrar, por ejemplo, no es ni más ni menos que retener parte de nuestros ingresos para un uso posterior más adecuado, cosa que evidentemente implica entender el dinero y su gestión de una determinada manera. En este sentido, el hecho de concebir el dinero como algo que marca nuestras posibilidades de actuación o, en cambio, como algo al servicio de nuestros deseos está estrechamente relacionado con el hecho de tomar o no una decisión como la de ahorrar.
Desde la psicología social más tradicional, han proliferado los estudios que han tratado de identificar los factores que influyen en el hecho de que las personas se posicionen de una manera determinada hacia el dinero. Al mismo tiempo, se han diseñado muchas escalas para medir estas actitudes y creencias sobre el dinero; escalas que se han aplicado sistemáticamente a diferentes individuos con el fin de determinar hasta qué punto factores como el género, la edad, la autoestima o el nivel socioeconómico, entre otros, determinan estas actitudes.
Otra línea de investigación que ha tenido más en cuenta el contexto y la influencia grupal han sido los estudios enmarcados en la teoría de las representaciones sociales. Desde esta teoría, se entiende que las representaciones sociales son conjuntos de conceptos y explicaciones, compartidos por los miembros de un determinado grupo social, y que se generan a partir de las conversaciones cotidianas que mantenemos con los demás. Las representaciones sociales están vinculadas con la manera en que nos relacionamos con el objeto que representan. Así, tomando el dinero como objeto, los estudios se han dirigido a estudiar las representaciones sociales según el hecho de pertenecer a un determinado grupo: por ejemplo, personas ahorradoras frente a personas endeudadas.
3.4.El dinero desde una perspectiva discursiva
Tal como hemos visto anteriormente, los significados del dinero no son una creación individual ni el producto de preferencias particulares, sino el fruto de un proceso social vinculado a una gran variedad de relaciones sociales, cosa que en gran parte obvian las aproximaciones más tradicionales.
Solamente podemos entender las prácticas económicas que finalmente elegimos basándonos en determinadas relaciones sociales que mantenemos y en las situaciones particulares en que nos encontramos. Así, por ejemplo, las conductas de soborno sólo pueden aparecer en aquellas situaciones en que existe una relación de poder desigual que nos impide alcanzar nuestros propósitos. Igualmente, la conducta de préstamo está relacionada con el mantenimiento de la confianza y de unos vínculos estrechos con la otra persona.
De esta manera, por una parte, encontramos una estrecha relación de los diferentes comportamientos económicos con las relaciones sociales que mantenemos. Por la otra, también hemos visto que existe una vinculación recíproca entre el significado del dinero y las diferentes acciones económicas. ¿Verdad que un dinero obtenido en un robo no es un dinero cualquiera? La manera en que conceptualizamos el dinero influye sobre el tipo de acciones económicas pertinentes que podemos llevar a cabo, y al mismo tiempo, estas acciones repercuten sobre el mismo significado del dinero.
Analizar cualquier comportamiento económico o un uso del dinero determinado desde una perspectiva psicosocial significa, por lo tanto, situar en primer plano esta dimensión simbólica del dinero. En esta dirección, algunos autores han encontrado en el concepto postestructuralista de discurso una buena herramienta para aproximarse al estudio del dinero.
Según la perspectiva discursiva, para estudiar el uso y el significado del dinero no nos hemos de centrar tanto en el individuo como en las prácticas de interacción. Construimos el significado y sentido de acciones como ahorrar, comprar, apostar o endeudarse en nuestras conversaciones e interacciones cotidianas. Desde esta perspectiva, se entiende el lenguaje como una práctica, porque no lo utilizamos sólo para hacer descripciones de la realidad social sino que además, hacemos cosas mientras hablamos; es decir, construimos versiones de la realidad social que nos rodea, y así, contribuimos a dar forma a los fenómenos de que hablamos. Por lo tanto, el centro de interés dejan de ser las actitudes de las personas, y también cualquier otra entidad mental oculta, y el punto de atención pasa a ser precisamente lo que la gente dice y lo que está haciendo cuando dice lo que dice. En palabras de John Potter, la psicología social discursiva “estudia la interacción que se produce a través del discurso y los textos y analiza cómo se realiza, de qué recursos se sirve y cómo se relacionan estos aspectos con cuestiones más amplias de la psicología social” (Potter, 1998, pág. 234).10
Por lo tanto, la perspectiva discursiva enfatiza el discurso mismo, cómo se construye, y cómo este discurso construye el objeto al que hace referencia.
De alguna manera, podemos decir que el dinero requiere el discurso para ser dinero, ya que sin simbolismo el dinero no puede existir. El dinero no sólo es un elemento material, sino también los diferentes significados que lo construyen como tal. De la misma manera, a fin de estudiar comportamientos como el ahorro o el endeudamiento, tenemos que preguntarnos cómo las personas hablan de este tipo de prácticas, es decir, tenemos que estudiar los discursos que circulan socialmente sobre estas acciones, los cuales, al mismo tiempo, las construyen como tales.
Aunque hay muchos autores que ya siguen esta línea de investigación en psicología, hay que decir que el estudio de los comportamientos económicos y el papel del dinero en nuestra vida cotidiana en el momento actual todavía está poco desarrollado. No obstante, un hecho que sí que se ha puesto de manifiesto es la estrecha relación entre el significado del dinero y la manera de obtenerlo. Como herencia de la modernidad, actualmente encontramos el dinero estrechamente ligado al trabajo como manera más legítima y valorada de acceder a él. Por esta razón, en el último punto de este capítulo trazaremos un breve recorrido por el ámbito laboral como marco estructurador de las relaciones y la organización económica.
4.El papel del trabajo como marco de organización social
Tradicionalmente, el trabajo ha recibido una especial atención por parte de la psicología, hasta el punto de que en esta disciplina se ha consolidado una rama específica con el nombre de psicología del trabajo. El ámbito laboral ocupa un lugar privilegiado en nuestra vida: para darse cuenta de ello, basta con pensar en la gran cantidad de horas que destinamos a lo largo de los años a actividades relacionadas con el mundo laboral. Al mismo tiempo, nuestra manera de enfrentarnos al trabajo que realizamos influye en gran medida sobre la organización económica general.
La actividad laboral se puede desarrollar en una gran variedad de contextos y bajo diferentes formas. En este sentido, podemos trabajar en casa, ser empleados por cuenta propia, trabajar para una empresa u organización privada, ser funcionarios, trabajar a media jornada, a jornada completa, hacer turnos de trabajo, etc. Sin embargo, ¿por qué trabajamos las personas? ¿Qué nos hace escoger un tipo de trabajo u otro? ¿Qué relación establecemos con el trabajo que realizamos? ¿Por qué nos da tanto miedo ser despedidos o estar desempleados?
Todas estas preguntas, y muchas más, son objeto de estudio por parte de la psicología social. Por una parte, hemos visto que el dinero ha representado un área de estudio muy importante en la disciplina, pero no podemos entender su significado soslayando su relación con el trabajo. Concretamente, en este apartado intentaremos abordar el trabajo como ámbito económico, es decir, analizar la importancia de la organización y el significado del trabajo en las sociedades actuales capitalistas con el fin de dibujar algunos ejes del contexto socio-económico en el que llevamos a cabo diferentes prácticas sociales y económicas.
4.1.La relación entre el individuo y el trabajo
Una cuestión que ha generado un intenso debate es la relación existente entre las personas y el trabajo que desempeñan. ¿Es el trabajo una obligación, una necesidad o un deseo? Hay que decir que no es nada fácil responder a esa pregunta, pues realmente todas las opciones tienen cierta validez y sentido si nos posicionamos en un momento histórico determinado. Pero para poder aproximarnos a una respuesta, primero hay que examinar la relación que se da entre el individuo y el trabajo que realiza.
A menudo, la psicología ha conceptualizado al individuo como una entidad autosuficiente y delimitada. Así, ha sido habitual reducir el estudio de la relación entre el individuo y el trabajo al análisis de hasta qué punto una persona se adecua a un puesto de trabajo determinado o, también, hasta qué punto se puede adecuar un puesto de trabajo a las características de una persona. Los tests psicotécnicos, por ejemplo, son una buena muestra de esta concepción.
El objetivo de los tests psicotécnicos consiste en conocer las características de diferentes candidatos para poder saber cuál es el que se adecua mejor al puesto de trabajo que se tiene que cubrir. No obstante, una limitación importante es que a la hora de hacer sus predicciones, los tests no tienen en cuenta la existencia de un doble proceso constitutivo entre la persona y el trabajo que desarrollará, ni tampoco el significado social del hecho de trabajar. A pesar de eso, algunos autores han indicado que sí que es posible identificar un efecto claro en este tipo de procedimientos: el hecho de hacer reflexionar a las personas mientras rellenan el test sobre lo que se espera de ellas para poder acceder al puesto de trabajo y, por lo tanto, modularlas para que posteriormente se comporten tal como han demostrado ser en los tests.
Las personas vamos desarrollando nuestra identidad y vamos definiendo quiénes somos y qué queremos a medida que vamos relacionándonos con el mundo que nos rodea y dándole forma. En este sentido, el ámbito laboral no es una excepción: la experiencia de trabajar en un puesto de trabajo determinado, lo queramos o no, nos influye sobre nuestra manera de vernos y de actuar, puesto que el ámbito laboral es uno de los lugares donde nuestra identidad personal se encuentra con los roles y otras características otorgadas por el resto de personas.
El trabajo nos da lugar socialmente, es decir, permite que los otros nos puedan situar y definir, y por lo tanto, interpretar nuestra situación. Cuando alguien nos explica dónde y en qué trabaja, inevitablemente eso nos proporciona algunos elementos para hacernos una idea de cuál es su situación económica, cuáles son sus intereses o, incluso, cuál es su estilo de vida. Eso, evidentemente, no significa que esta interpretación sea siempre correcta, pero da señales de la relación social entre el tipo de trabajo y el acceso a determinados recursos materiales, culturales y/o físicos. Así, el trabajo nos da una posición en la estructura y las relaciones de poder de la sociedad y, consiguientemente, no es extraño que tenga un papel significativo en el modo de percibirnos a nosotros mismos y a los demás. El trabajo, por sí solo, ya marca unas pautas y un contexto importantes para las diversas interacciones sociales.
Por lo tanto, si entendemos que las personas desarrollan su sentido de identidad y “ser” a medida que se van relacionando y dando forma al mundo que las rodea, nos encontramos con una perspectiva totalmente diferente para entender la relación entre los individuos y el trabajo. En este caso, entenderemos que hay un doble proceso constitutivo entre los individuos y el trabajo que hacen, es decir, la experiencia de realizar un determinado trabajo nos influye sobre la manera de conceptualizarnos a nosotros mismos y, a la vez, la predisposición que adoptamos hacia el trabajo define, en parte, qué es ese trabajo.
4.2.Trabajo e instituciones
Anthony Giddens (1995) propone introducir el concepto de institución para pensar en las relaciones que se dan entre los individuos y el trabajo que desarrollan. Según este autor, la complejidad de este tipo de relaciones se encuentra en la conformación mutua de las instituciones y los individuos.
El concepto de institución
“En primer lugar, el término se utiliza para hacer referencia a organizaciones, como por ejemplo cárceles u hospitales mentales, que contienen personas, muchas veces sin su consentimiento. En este sentido, la palabra institución se refiere a un sitio concreto –edificio y lugar a la vez– que puede tener perfectamente tanto connotaciones positivas como connotaciones negativas para los individuos, dependiendo de sus experiencias de tales sitios. Es esta noción de institución la que el sociólogo Goffman, por ejemplo, utilizó en su trabajo sobre instituciones totales. […] En segundo lugar, la palabra se utiliza, como en este texto, para hacer referencia a cualquier elemento organizado de la sociedad; de aquí se obtiene la definición sociológica de institución como todo aquel patrón de actividad o práctica social que tiene lugar habitualmente y se repite continuamente de mayor importancia en la estructura social sancionado y apoyado por las normas sociales. Según esta definición, dentro de institución se incluyen la familia, el matrimonio, el derecho o el Estado.”
D. Watson (1996). “Individuals and institutions: the case of work and employment”. En: M. Wetherell (ed.). Identities, groups and social issues (pág. 244). Milton Keynes: Open University Press.
La relación entre individuo y trabajo es un proceso en el que se ponen en juego tanto elementos estructurales e institucionales como la misma agencia de los individuos. En este sentido, los individuos damos forma a las instituciones que nos rodean, a la vez que no nos podemos separar de ellas. Así, las instituciones, más que estructuras inmóviles y fijas de una vez para siempre, son un elemento dinámico, similar a procesos activos susceptibles de ser modificados por las acciones de los individuos que trabajan y viven allí. De esta manera, para entender el papel del trabajo en nuestra vida, tenemos que ir más allá del propio individuo y de su grupo social, para que tanto nosotros como los grupos a que pertenecemos formemos parte de un contexto social más amplio del que no nos podemos separar.
Ahora bien, ¿podemos considerar el trabajo como una institución? Teniendo en cuenta que una de las características para identificar una institución es la existencia de un patrón de actividad o unas prácticas sociales y una cierta regularidad de aparición, no podríamos considerar el trabajo en estos términos. Es fácil darse cuenta de que el trabajo es un área de actividad que adopta una gran variedad de formas y modalidades, de manera que se trata de una categoría demasiado amplia como para considerarla una institución en sí misma. Sin embargo, lo que sí que es cierto es que no podemos entenderlo independientemente de los patrones institucionales a los cuales ha estado vinculado ahora y a lo largo de la historia.
Por ejemplo, según Diane Watson, el trabajo está ligado a las instituciones del capitalismo (patrón institucional que para la organización de la actividad laboral pone en primer plano el hecho de sacar el máximo provecho, la competitividad y las relaciones de mercado) y de la burocracia (institución que representa una estructura de control basada en la jerarquía de puestos de trabajo ocupados por individuos lo suficientemente expertos respecto a esos puestos. Es característico de la burocracia entender el trabajo basándose en la figura del empleado que vende su capacidad de trabajo a alguien que lo contrata a cambio de un sueldo o salario). De esta manera, encontramos que la relación entre individuo y trabajo se ve jalonada por diferentes instituciones sociales que actúan de enlace entre las acciones individuales y las estructuras sociales en que éstas tienen lugar.
4.3.Las funciones del trabajo
Para analizar el trabajo como eje en la organización socioeconómica, antes de continuar hace falta que nos detengamos un momento para examinar las funciones que cumple. Por una parte, es obvia la función manifiesta del trabajo como un medio de obtener recursos materiales para la vida cotidiana. No obstante, aunque ganarse la vida es una función importante, Jahoda identifica otras cinco funciones latentes del trabajo asalariado:
1) Nos sitúa de lleno en el espacio público, ya que permite el contacto y la interacción con otras personas diferentes de los miembros del mismo núcleo familiar.
2) Nos permite implicarnos en una serie de cuestiones y objetivos colectivos y compartidos, que van mucho más allá de lo que es individual.
3) Nos localiza socialmente, es decir, nos da una posición en la estructura social y, por lo tanto, nos proporciona un estatus social y una identidad.
4) Nos exige estar activos, desarrollar una tarea o actividad concreta.
5) Finalmente, a causa de los horarios y el calendario intrínsecos al trabajo, se convierte en un punto de referencia para la estructuración del tiempo del día, de la semana y del año.
Aunque todas estas funciones son importantes, no podemos subestimar tampoco las funciones realmente manifiestas del trabajo, es decir, el hecho de proveer a las personas de unos ingresos. Por ejemplo, los análisis sobre el desempleo muestran que uno de sus aspectos más perjudiciales es precisamente la pérdida de éstos ingresos, y la consiguiente inseguridad que este hecho provoca.
4.4.Trabajo frente a empleo
En el apartado anterior hemos apuntado la estrecha vinculación entre el dinero y el trabajo como forma de obtenerlo. Frecuentemente, en nuestra vida cotidiana normalmente reducimos el concepto de trabajo a las actividades que se realizan a cambio de un salario o a la obtención de una cierta cantidad de dinero, es decir, solemos hablar de trabajo cuando, en realidad, estamos haciendo referencia a trabajo remunerado. No obstante, el trabajo remunerado es sólo una de las muchas formas de trabajo presentes en las sociedades modernas: existen otras muchas formas de trabajo.
Sin embargo, no se trata de una distinción irrelevante, ya que actualmente tan sólo el trabajo remunerado, esto es, el empleo, ocupa un lugar privilegiado en la conformación de nuestra identidad. En el otro extremo encontramos las formas de trabajo no reconocidas, es decir, las ocupaciones desvinculadas directamente de la obtención de dinero.
El trabajo doméstico
Una de las grandes demandas que ha estado y sigue estando presente en la sociedad es el reconocimiento de las tareas domésticas como una forma de trabajo. Por ejemplo, ciertos sectores feministas exigen al Estado un sueldo por el hecho de encargarse del trabajo doméstico. Esta demanda no debería extrañarnos si tenemos en cuenta que la asignación e identificación de las tareas del hogar al género femenino ha servido a los intereses patriarcales de la modernidad y al desarrollo de la industrialización, porque al no tener que preocuparse del ámbito doméstico, los hombres no tenían excusa para no ofrecer una dedicación total al trabajo de las fábricas e industrias. Al mismo tiempo, este vínculo entre trabajo y dinero ha contribuido al mantenimiento del patriarcado, haciendo invisible la importancia de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos. En otras palabras, se ha considerado que desempeñar todas las tareas no susceptibles de ser vendidas que tradicionalmente eran asignadas al género femenino era sencillamente estar desocupado.
4.5.La ética del trabajo
En la época industrial, el trabajo era el principal punto de referencia en torno al cual giraban las demás actividades de la vida de los individuos. De alguna manera, era el elemento principal para obtener un lugar en la estructura social y para poder evaluarse uno mismo. Por lo tanto, estaba muy relacionado con la construcción de la propia identidad.
Esta relevancia del trabajo en el orden social fue posible gracias a la instauración progresiva de una ética laboral. El nuevo trabajo industrial era substancialmente diferente del trabajo artesano preindustrial, en el cual se establecía un fuerte compromiso entre el trabajador y su trabajo, porque cada una de las tareas tenía sentido a través de metas y objetivos personales. En el nuevo trabajo, en las fábricas evidentemente faltaban todas estas características, de manera que el objetivo de los grandes teóricos de la época de la industrialización pasó a ser tratar de mantener en la fábrica este compromiso e interés que anteriormente tenían los trabajadores con el trabajo artesano. Lo que se pretendía era que la gente tuviera una pasión y una dedicación incondicional al trabajo de la fábrica. Para conseguirlo, se otorgó un valor ético al trabajo, y se exaltó el progreso de la humanidad y el valor del trabajo industrial.
La ética del trabajo partía del hecho de que la mayoría de personas tienen capacidad de trabajar, eso es, que trabajar es lo que se tendría que esperar a priori de las personas. Sobre este supuesto, se otorgó un valor moral al trabajo, que pasó a considerarse como una actividad noble. Se estimaba que para vivir moralmente y ser felices, las personas tenían que hacer algo valioso para los demás. Así, el trabajo reconocido por el resto de la comunidad pasaba a ser un valor en sí mismo. Basándose en estas normas morales, uno tenía que trabajar aunque no viera el sentido de sus esfuerzos. El lema era que el trabajo humaniza, sea cual sea; todos los trabajos sirven al progreso. De esta manera, no se podía decir que un trabajo careciera de valor o que fuera degradante.11
En la modernidad, esta ética del trabajo quedó vinculada al hecho de colocar sobre el individuo la tarea de su “autoconstrucción”, es decir, la tarea de construir su propia identidad social. Y para hacerlo, el trabajo era la herramienta principal. Así, la construcción de la identidad personal estaba ligada a la carrera laboral que se iba desarrollando a lo largo de la vida.
No obstante, a principios del siglo XX, como consecuencia de la progresiva evidencia de las desigualdades sociales, se volvió a conceptualizar la noción de trabajo, considerándolo como un medio para conseguir dinero en lugar de un fin en sí mismo. Para conseguirlo, se empezó a promocionar el trabajo con incentivos materiales, y así éste quedó definitivamente ligado a la obtención de dinero. A pesar de la importancia de este hecho, su aspecto fundamental fue la identificación del trabajo como una actividad susceptible de ser vendida y ser comprada. El prestigio y la posición social empezaron a relacionarse con las diferencias salariales, y la demanda del mercado adquirió el privilegio de ser el eje en torno al cual se diferenciaba legítimamente lo que era trabajo y lo que no lo era. Precisamente estos factores permitieron pasar de una sociedad de productores a una de consumidores.
4.6.El trabajo en la nueva sociedad del consumo
En la nueva sociedad del consumo, el trabajo deja de ser el eje principal de la vida individual y el orden social. Hoy en día, la identidad ya no puede ir ligada a la carrera laboral, ya que los trabajos seguros y permanentes, son relativamente escasos. El nuevo lema es la flexibilidad. Se pide a los trabajadores un comportamiento ágil, que estén abiertos al cambio y que asuman riesgos continuamente. Así, de acuerdo con el funcionamiento económico actual, las identidades tienen que ser flexibles, tienen que poder cambiar a corto plazo y además deben caracterizarse por estar abiertas a múltiples opciones.
Según Bauman, un aspecto importante para entender el trabajo hoy en día es la estética. Actualmente, el mundo se nos presenta como una gran red de posibilidades, de posibilidades de experimentar sensaciones intensas, o sea, de oportunidades. En este marco, el trabajo es juzgado y valorado en términos estéticos, es decir, según su capacidad de generar experiencias de placer. Si con la ética del trabajo no se podía decir que a ningún trabajo le faltaba valor o que era degradante, desde la perspectiva estética se subrayan las diferencias entre los diversos trabajos según su capacidad para ofrecer experiencias estéticas.12
Ahora sí que se empiezan a considerar socialmente algunos trabajos como despreciables e indignos de ser elegidos voluntariamente. Como consumidores, soñamos con un trabajo variado, que nos proporcione sensaciones nuevas, que sea excitante y con cierta dosis de riesgo, en definitiva, que se aleje todo lo posible de la monotonía. Sin la ética del trabajo, los demás trabajos pierden su valor y sólo son aceptados voluntariamente por aquellos que todavía no se han incorporado al consumismo y, por consiguiente, aceptan vender su mano de obra a cambio de un sueldo mínimo, como es el caso de la población inmigrante.
Así, hoy en día el aspecto estético del trabajo es el que está más íntimamente ligado a la conformación de una identidad positiva. De esta manera, como afirma Bauman, se está borrando la línea que separa el trabajo del ocio. Ahora ya no se trata de reducir la jornada laboral para tener más tiempo de ocio; más bien se pretende que trabajo y ocio sean indisociables, es decir, que el trabajo y el entretenimiento vayan de la mano. Es en este contexto donde tenemos que situar las condiciones de aparición de patologías como la famosa adicción al trabajo.
4.7.Concepciones sobre la pobreza
A partir de estas características, podemos decir que no es lo mismo ser pobre en una sociedad de productores, como la época industrial, donde había trabajo para todos, que ser pobre en una sociedad de consumidores, donde los proyectos de vida no van tan ligados al trabajo como a las diferentes opciones de consumo.
Con la ética del trabajo, la pobreza y el desempleo pasaron de ser cuestiones económicas a ser cuestiones morales. En la modernidad se redujeron los derechos de todos los considerados como pobres o vagabundos, porque su estilo de vida, totalmente despreocupado del trabajo, se consideraba moralmente inferior. La pobreza era conceptualizada como un estilo de vida y, por lo tanto, basándose en los intereses industriales, lo que se pretendía era hacerla lo menos atractiva posible.
El surgimiento del Estado benefactor estuvo vinculado a la conceptualización de la mano de obra como una mercancía valiosa. Su objetivo era ofrecer los servicios adecuados a la población y satisfacer sus necesidades para poder dedicarse al trabajo. Así, aseguró una educación mínimamente de calidad, unos servicios sanitarios adecuados, una alimentación digna a los hijos de las familias pobres, unas viviendas decentes, etc. Mediante estas acciones aseguró el suministro de una mano de obra cualificada en la industria capitalista. En otras palabras, se encargó de crear un ejército de trabajadores potenciales. Los desocupados y los pobres pasaban a ser vistos, así, como mercancías sobre las que había que invertir.
En las sociedades capitalistas actuales, ha ido aumentando progresivamente la cantidad de empresas transnacionales y su libertad para desplazarse y elaborar proyectos internacionales. Así, el papel del Estado benefactor ha ido perdiendo su sentido, porque la movilidad y libertad de las empresas les permite ir a buscar en otras partes del mundo la mano de obra que necesitan. Una mano de obra que, además, seguramente será mucho menos exigente tanto en términos económicos como respecto a condiciones laborales y privilegios sociales. Y si no fuera así, siempre quedará algún lugar del mundo al que se podrá desplazar con menos restricciones y condiciones.
En este escenario, al desaparecer en gran medida la necesidad de tener mano de obra disponible en el mismo lugar, los desocupados dejan de ser considerados como “mercancías”, es decir, como un sector en el que hay que invertir y del que hay que preocuparse. Cada vez tienen menos sentido unos servicios sociales locales ante un colectivo de trabajadores potenciales de ámbito mundial. Está comprobando que una de las tendencias de los países europeos es el aumento de votos para los partidos que reclaman explícitamente la reducción de las prestaciones sociales o prometen reducir los impuestos individuales. Y es que hoy en día, el ciudadano medio considera que tener dinero en el bolsillo gracias a una reducción de los impuestos es una opción mucho mejor que la posibilidad de recurrir a la asistencia del Estado, cuya calidad y atractivo está disminuyendo.
4.8.Síntesis
Uno de los efectos de la globalización económica es precisamente el hecho que las personas cada vez tenemos menos control sobre el presente. Como el dinero está radicalmente vinculado con el trabajo, y como éste último siempre es frágil, se instaura socialmente una incertidumbre generalizada que tiene efectos sobre la organización social general y el estilo de vida. Cuando vemos en la televisión que una empresa ha despedido a una gran cantidad de trabajadores porque por cuestiones económicas ha decidido que es más pertinente trasladarse a un país remoto, el mensaje que se nos transmite es que todo el mundo es prescindible y vulnerable, que cualquier puesto de trabajo es frágil a largo plazo.
Esta situación de incertidumbre afecta a todas las decisiones económicas que tomamos las personas y a muchos de los aspectos de nuestra vida cotidiana. Por este motivo, algunos intelectuales han propuesto que una de las soluciones para afrontar las consecuencias perversas de la progresiva globalización económica sería cambiar radicalmente la concepción de trabajo, desvincularlo de la obtención de dinero.
La eliminación progresiva de las restricciones y los controles nacionales por la libre circulación de la economía ha ido limitando las posibilidades de actuación política de los estados, favoreciendo además un incremento progresivo de independencia de la economía con respecto a las necesidades sociales y colectivas de la población. Han surgido propuestas como la renta básica en un intento de recuperar este espacio político perdido, a partir de situar los beneficios sociales en el concepto de ciudadanía (vincular el dinero al derecho de existir) en lugar de asociarlos al valor de mercado.13
Resumiendo, para entender cualquier comportamiento y la realidad social que nos rodea, tenemos que decir que la psicología no puede prescindir de la economía como una de las dimensiones básicas e inextricables de la actual organización social. Aunque se trata de una aproximación relativamente reciente, otras áreas de estudio, como la sociología o la antropología, y también los análisis del fenómeno de la globalización, pueden darnos muchos indicios de los vínculos entre los individuos y el contexto socioeconómico general. En cualquier caso, para la psicología es fundamental delimitar los ejes estructurales de la nueva organización social, es decir, la nueva sociedad de consumo.
Conclusiones
A lo largo de este capítulo hemos presentado algunos ejes para situar una perspectiva de estudio que integre los conocimientos obtenidos en el campo de la psicología con los que se han obtenido en el campo de la economía. Se trata de posibilitar una perspectiva general que permita reflexionar sobre la relación entre los individuos y los ejes económicos de la organización social en que viven.
De entrada, hemos hecho un recorrido por los contactos que han establecido históricamente las dos disciplinas; desde una desvinculación inicial casi total, hasta el surgimiento de una línea de estudio que, bajo el nombre de psicología económica, ha intentado aproximar e integrar algunas de las aportaciones de cada uno de los dos ámbitos.
A la hora de definir el concepto de psicología económica, más allá de pretender crear y construir nuevas fronteras disciplinarias, hemos conceptualizado la economía como una de las dimensiones intrínsecas de cualquiera de nuestras acciones. De esta manera, entendemos que hoy en día la economía es una de las dimensiones básicas de la organización social actual, con un papel y un efecto sobre cualquiera de nuestras prácticas sociales.
Con el fin de entender la relación de los individuos con el entorno económico, hemos analizado dos ámbitos de estudio vinculados entre sí que históricamente han recibido una especial atención en el ámbito de la psicología. Por una parte, el estudio sobre cómo se entienden las relaciones y los significados que las personas establecemos y otorgamos al dinero nos aporta muchos indicios sobre cómo se afrontan el estudio y el análisis de los diferentes comportamientos económicos, como es el caso de la gestión de las finanzas personales. Por otra, el trazado de los ejes de la organización social del trabajo y las concepciones de la pobreza nos da los indicios de las constricciones que la organización social hace introduce en nuestra vida cotidiana y, al mismo tiempo, de la necesidad de desarrollar una psicología social y del consumo, en el sentido de los capítulos que estudiaréis a continuación.
1.Un ejemplo es la ley del mínimo esfuerzo: esta ley popular tiene su base en el concepto de homo economicus. Según ésta, racionalizamos con exactitud como obtener la máxima satisfacción con el menor esfuerzo posible.
2.El altruismo o las acciones humanitarias, según Adam Smith, no existen. Para este autor, el hombre era por naturaleza un ser competitivo, interesado sólo por sí mismo y en la lucha para superar a los otros, o sea, un ser movido por la supervivencia.
3.Se conoce a Gabriel Tarde por su famosa obra dentro del campo de la psicología social, Las leyes de la imitación, en la cual consideraba la imitación como un fenómeno social crucial para explicar las relaciones entre los individuos. Según Tarde, las leyes de la imitación también eran válidas para explicar las actividades económicas.
4.George Katona delimitaba un campo de estudio propio y una metodología precisa para estudiarlo en su obra fundamental: G. Katona (1965). Análisis psicológico del comportamiento humano. Madrid: Rialp.
5.Los estudios de George Katona ejercieron una gran influencia sobre los psicólogos y economistas que posteriormente trabajaron en este ámbito. Para apreciar este efecto, el mejor ejemplo es esta compilación de veinticinco ensayos de diferentes autores sobre la conducta humana en las actividades económicas: B. Strumpel; J.M. Morgan; E. Zahn (1979). La conducta humana en las relaciones económicas. Ciudad de México: Trillas.
6.Para una buena revisión de la situación de la psicología económica en España, es muy recomendable el siguiente libro: I. Quintanilla (1997). Psicología económica. Madrid: McGraw-Hill.
7.La afirmación “los negocios son los negocios” es un claro ejemplo del intento de desligar la actividad económica del resto de espacios vitales, como es el caso de la familia. Este discurso, al mismo tiempo, se manifiesta y reproduce cada vez que comentamos cosas como “hoy llegaré tarde, tengo una reunión de negocios” o “no nos molestes, estamos hablando de negocios”.
8.Una obra que explora las posibles relaciones entre la psicología y la economía, cuya aportación se ha convertido en un verdadero paradigma, es la siguiente: S.E.G. Lea; R.M. Tarpy; P. Webley (1987). “The individual in the economy”. En: Survey of economic psychology. Cambridge: Cambridge University Press.
9.¿Por qué muchas personas se negarían a utilizar dinero obtenido en un robo o un atraco? ¿Por qué nos puede resultar más sencillo despilfarrar un billete encontrado en el suelo que ese mismo billete si ha sido ganado con nuestro trabajo? Aunque realmente existen diferencias cuantitativas entre las diferentes formas de dinero, lo cierto es que sin tener en cuenta las distinciones cualitativas, estas preguntas son imposibles de analizar y responder.
10.Para ampliar los postulados de la perspectiva discursiva podéis dirigiros, entre otros, a las lecturas siguientes: J. Potter; M. Wetherell (1987). Discourse and social psychology. Beyond attitudes and behavoir. Londres: Sage; J. Potter (1998). Discursive social psychology: from attitudes to evaluative practices. European Review of Social Psychology (núm. 9, págs. 233-266).
11.Con el fin de entender el desarrollo y la decadencia de la ética del trabajo, es muy aconsejable leer el libro siguiente: Z. Bauman (2000). Trabajo, consumismo y nuevos pobres (ed. original 1998). Barcelona: Gedisa.
12.Con el fin de entender los nuevos ejes sobre los cuales se sostiene el trabajo hoy en día, es muy útil el libro siguiente: R. Sennet (2000). La corrosión del carácter (ed. original 1998). Barcelona: Anagrama. Para profundizar respecto a los efectos de la globalización económica sobre la organización social, podéis leer los libros siguientes: U. Beck (1998). ¿Qué es la globalización? (ed. original 1997). Barcelona: Paidós; Z. Bauman (1999). La globalización. Consecuencias humanas (ed. original 1998). México: Fondo de Cultura Económica.
13.Un libro apasionante que explora las restricciones y posibilidades para la transformación del espacio público y la capacidad de la sociedad para decidir su propio destino, teniendo en cuenta el papel del libre mercado y el consumo es el siguiente: Z. Bauman (2001). En busca de la política (ed. original 1999). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Para conocer más el concepto de renta básica podéis consultar esta obra: J. Iglesias (1998). El derecho ciudadano a la renta básica. Madrid: Los Libros de la Catarata.