(La fábula que todos conocemos)
“Un zorro hambriento descubrió, en lo alto de un árbol, a un cuervo que sostenía un trozo de queso en su pico. El zorro, que quería quedarse con el queso, comenzó a alabar su bella voz, diciendo que no había otra igual entre las aves cantoras. Al rato de escucharlo, la vanidad hizo que el cuervo abriera el pico para graznar, y se le cayera el queso. El zorro lo atrapó al vuelo y se alejó satisfecho, dejando al cuervo sin comida y avergonzado”.
Esopo terminó su historia con una sonrisa, pensando que los niños sabrían sacar alguna enseñanza de ella. Esperaba que todos hubieran entendido la moraleja y reflexionaran sobre los peligros de dejarse llevar por la vanidad.
Pero uno de sus oyentes, un pequeño con un gracioso flequillo, preguntó.
—Perdón, maestro Esopo…
—¿Sí?
—¿Cómo sabe que los cuervos comen queso?
—No importa si comen queso o no. Lo que importa es que el zorro desea lo que el cuervo tiene.
—Pero, ¿por qué el zorro trataba de comerse el queso y no al cuervo? —volvió a preguntar el del flequillo.
Antes de que Esopo pudiese responder, una niña de enormes ojos color violeta, preguntó:
—¿El zorro y el cuervo estaban solos o había cerca otros animales?
—No sé… Puede ser que hubiera alguno más…
—Y los demás animales, ¿qué hacían mientras el zorro hablaba?
Esopo sintió una oleada de calor que le subía por las mejillas. Estaba empezando a perder la paciencia. Tratando de dominarse, con su tono más amable preguntó:
—¿Es importante saber si había otros animales o no? ¿Acaso ese dato ayuda a entender mejor la enseñanza que se desprende de esta historia?
—Si hubiera habido otros animales, podrían haber ayudado al cuervo, ¿no?
—O al zorro —dijo un niño con engañosa cara de bueno.
—A menos que los otros animales fueran ratas de campo. A las ratas del campo les gusta tanto el queso que, al primer descuido, se lo hubieran comido y no habrían dejado ni un agujero —dijo una niña de rulos.
Un niño de hermosa nariz torcida empezó a llorar.
—¡Las ratas me dan miedo!
—A mí me dan miedo los quesos con agujeros —dijo un pelirrojo.
Estas no eran las reacciones que Esopo esperaba cuando les contó su fábula.
Quizás si probaba cambiándola un poco…