5
Hasta siempre, Sevilla
1
En las batallas más temidas, el tiempo se acomoda en la vanguardia: es el arma indispensable de los sensibles y la herramienta que permite ordenar a los revoltosos sentimientos. Sólo el transcurso de los días puede adiestrar una parte del dolor para convertirlo en aprendizaje, aunque Miki Roqué, por un curioso poder en una bendita juventud, logró anular cualquier temporalidad. Renunció a los comportamientos formales, a las esperas prudentes y no necesitó un periodo para curar su corazón. Así lo demostró desde el día 1, sin tantos discursos y con tantos ejemplos. En la misma tarde que conoció su patología, el propio jugador decidió ofrecer lo más rápido posible una rueda de prensa para informar, con su voz, lo que estaba padeciendo su cuerpo. No quería escapar de esa responsabilidad y tampoco delegar un porcentaje de la misma. En menos de 24 horas, en el mediodía del sábado 5 de marzo de 2011, él se encontró sentado frente al micrófono, en la sala de conferencias que presenta el coqueto estadio Benito Villamarín. Rafael Gordillo y Tomás Calero se ubicaron a su derecha; Pepe Mel, a su izquierda. Enfrente, periodistas y fotógrafos, testigos desorientados que no entendían el porqué del acto. Más atrás, la plantilla del Betis que apareció repentinamente para ocupar butacas y para aumentar esa confusión hecha murmullo. El enigmático que corría en el aire se desvaneció pronto. Miki, sin más presentaciones, comenzó a explicar lo que sería inexplicable para los oyentes.
Buenos días a todos.
Quería hablar yo personalmente con todo el mundo. Ayer me lo comunicaron: me han encontrado un tumor en la clavícula y… Y bueno, me lo tienen que quitar. La verdad es que los médicos han sido optimistas, está en un grado 1-2, que no está muy avanzado. Y bueno, me han dicho que no van a tener problemas para quitarlo. Quería estar yo personalmente para comunicároslo y deciros que, bueno… Que por desgracia para mí se acabó la temporada.
Fueron apenas 38 segundos. Y no pudo continuar. Su voz se quebró, y sus lágrimas, una por vez, casi sin querer, fueron saliendo a pesar de la noble resistencia. Mel, Gordillo y Calero no pudieron agregar una palabra que corte el escalofrío. El entrenador, con su mano derecha, casi en un acto reflejo, intentó darle algún tipo de fuerza tocándole el antebrazo. El presidente, con su izquierda, buscó lo mismo con una palmada en la espalda. Fueron ademanes tímidos en el reino del temor. Continuó un silencio como el que viene detrás de las noches. Durante 11 segundos, nadie abrió la boca. Esa ausencia de voces fue también un dolor. Miguel Angel Parejo, fotógrafo del club, apoyó su cámara sobre la mesa y, de manera espontánea, empezó a aplaudir para acabar con el mutismo disfrazado de puñal. Los jugadores, en el fondo, prolongaron los aplausos.
• • •
Miguel Angel Parejo: no fue pensado. Yo no sabía lo que iba a decir. Empecé a aplaudir porque para mí, lo más importante, era apoyarlo a él. Quería darle ánimos porque él empezó a llorar y hubo un silencio sepulcral en el que nadie sabía qué decir ni qué hacer. Todo el mundo se quedó planchado. Sólo lo sabían los jugadores. Nadie más. Los medios no sabían nada. Se convoca a una rueda de prensa como otras. A mí me dicen «va a hablar Miki, no se sabe lo que va a decir, pero habla Miki. La cosa está seria». Pero si te dicen «seria», tú te puedes imaginar que tiene una lesión, un año o seis meses fuera de las canchas. Eso es una cosa seria para un jugador. Cuando entran los futbolistas, los periodistas se empiezan a mirar, diciendo «ojo que aquí está pasando algo gordo». Después entra Miki, el entrenador, el presidente y el médico. Pero lo más llamativo eran los jugadores con la cara blanca. Eso sí te llama la atención. Te preguntas «¿qué coño está pasando que están aquí los futbolistas?» No hay mucho margen de maniobra porque después, inmediatamente, aparece Miki. Se habló muy poco en la rueda. Nos quedamos todos mudos. Las caras, todas mirando al suelo. Aunque él se lo tomó muy bien. Tenía su orgullo.
Pepe Mel: la verdad es que lo llevó muy bien. Estaba nervioso, sí, y se equivocó en decir el sitio donde tenía el problema, pero lo llevó muy bien. Lo hizo muy bien. Él sólo se vino abajo cuando vio a sus compañeros, en el momento en el que ve a sus compañeros. Creo que hasta ese entonces no se había dado cuenta. Tenía la cabeza como agachada, pero cuando vio a sus compañeros, los vio a todos allí, y ahí se vino abajo. Tanto al presidente del Betis, Rafael Gordillo, como a mí, nos costó mucho mantener el tipo, mantenernos más o menos para que él no nos viera, pero las ganas de llorar eran terribles.
Con la tensión en el ambiente, tras los aplausos, Calero pidió el micrófono para resaltar primero la «entereza de Miki» y aclarar luego que el tumor maligno era en la pelvis, no en la clavícula, como había dicho el defensor, producto de sus nervios. Dio además algunos detalles médicos («todos tenemos confianza en que pueda ser quirúrgicamente resecable y que la recuperación sea lo más llevadera posible»), intentando acicalar con el polvo de la ilusión un diagnóstico poco alentador, y avisó que no aceptaría preguntas («las noticias de la evolución de su patología las tendréis a través de comunicados oficiales en la página web del club»). Gordillo, el siguiente orador, fue todavía más breve. «Sólo deciros lo que Miki me comentaba ahora, y es que, aunque lo veis llorar, es por la emoción, por el apoyo que recibe de todos ustedes y de los que estamos aquí con él. Está muy fuerte, creo que más fuerte que yo, y me ha demostrado una entereza muy grande», expresó el directivo. Mel optó por no intervenir. Antes, también, había cancelado la típica rueda de prensa previa a los partidos. Había perdido sus fuerzas.
Con llanto o sin llanto, Miki no retrocedía ante el peligro, ni un centímetro, porque retroceder equivalía a agrandarlo. Era consciente de que debía encarar un juego muy difícil. Concentrarse y dedicarse ciento por ciento a su recuperación, colocándose la máscara de los caballos que no permite mirar hacia los costados. Sin embargo, pese a tener clara la teoría, era imposible que la cumpla al pie de la letra. Tenía una cuota congénita de rebeldía que no le permitía aislarse completamente de su entorno. La rebeldía existe también para ayudar a los prójimos, y él, casi sin razonar, comenzaría a jugar partidas simultáneas en un mismo tablero. Sería a la vez un proveedor de gafas para que su mundo observara la situación de diferente manera: parecía tener el propósito de alumbrar otras vidas porque la suya hacía rato que estaba encendida. Sus compañeros del Betis lo comprobaron el mismo día de la rueda de prensa, sorprendiéndose gratamente cuando lo fueron a saludar.
• • •
Jorge Molina: nosotros teníamos más miedos que él cuando lo vimos. Estoy seguro de eso. En el vestuario, entre todos, decidimos ir a la rueda de prensa. Más que hablarlo, sentíamos que teníamos que estar para apoyar a un compañero. Aun así, Miki nos demostró gran entereza. Él nos daba más ánimos a nosotros que nosotros a él. Cuando lo fui a saludar, yo iba con esa cosa de no saber qué decirle. Le pregunté qué tal, y él me dio ánimos. Me dijo «bueno, salió esto, ya está. No pasa nada. Vamos a pelear, para delante». La respuesta de él fue de ilusión, de luchar. Él me transmitió tranquilidad, no sólo de querer vivir, sino también de querer volver a jugar. Él siempre, con nosotros, se refería a volver a jugar. Era su ilusión, lo que más le gustaba. Y yo se lo creí todo.
Beñat: fue un palo muy duro que él mismo tenga que comunicar la noticia en la rueda de prensa. Aunque estaba muy fuerte. Cuando fuimos a hablar con él, recuerdo que estaba diciendo todo el tiempo que iba a volver, que esto era pasajero, que no había que preocuparse. Le quitó importancia al asunto. Nos apoyó. Sí, él nos apoyó a nosotros. Uno parecía estar mucho más asustado que él. Yo sabía que tenía que darle ánimos, que apoyarlo, aunque, cada vez que nos encontrábamos, él me daba ánimos a mí.
2
Antes de la rueda de prensa, Pepe Mel y Rafael Gordillo se encontraron en el despacho del presidente. Allí debían esperar a su jugador 26 para dirigirse luego a la sala donde aguardaban los medios de comunicación. El panorama no era el mejor, claro está. Ninguno de los dos había visto a Miki Roqué tras la confirmación de la enfermedad: ese sería el primer acercamiento, y ambos intentaban aparentar una imagen de fortaleza, escondiendo la desdicha debajo de una alfombra. Acordaron disimular el evidente abatimiento e hicieron como un pacto implícito de no mirarse a los ojos para evitar quebrarse delante del defensor.
• • •
Pepe Mel: es que los dos estábamos muy nerviosos. Era una situación muy difícil porque no sabíamos cómo iba a reaccionar él. Yo era la primera vez que lo veía. Es el chico el que decide decir lo que tiene. Nosotros lo dejamos en sus manos. Él toma la decisión de dar la cara, de decir lo que tiene y llevarlo con naturalidad.
Rafael Gordillo: yo tenía las lágrimas a punto de saltar. Con Pepe estábamos que no nos salía nada. No podíamos mirarnos entre nosotros porque llorábamos…
El presidente y el entrenador habían perdido las normas de comportamiento. O nunca las tuvieron porque la experiencia se hace la sordomuda en estos casos. ¿Qué decir? ¿Cómo alentar? ¿Cómo no trasladarle más pena? ¿Cómo restar dolor? La aparición animada de Miki, con su vibración protectora y su energía saltarina, resolvería el problema inicial planteado en esa oficina:
—Yo voy a salir de ésta. No pasa nada. Voy a luchar. Y voy a volver. Para delante, que no pasa nada. Esto me lo sacan y listo. Todo saldrá bien, lo voy a conseguir. Que no pasa nada…
Así, fugaz y natural, sólo con su aura exclusiva, una tenue tranquilidad brotaría en ese despacho. No había oraciones fabricadas: Miki transmitía sensaciones, no imponía rebuscados pensamientos. Para él, no había que conversar tanto con la desgracia porque los aguerridos actúan más de lo que hablan.
• • •
Pepe Mel: cuando entró, lo vimos con mucho ánimo. Es él el que nos anima a nosotros. Entonces eso nos relajó un poco y pudimos salir a la rueda de prensa. De todas maneras, en esa rueda yo seguía con la cabeza gacha. No es una personalidad mía. Es que lo estaba pasando muy mal, y no quería hacer muestras de ese mal trago. Los médicos me habían dicho que el pronóstico era muy malo… A él, lo que en verdad le preocupaba, era que la temporada se ha acabado. No llega a ver más que eso. Entonces claro, tú lo estás viendo desde fuera, tú sí eres consciente de la gravedad y del verdadero problema, pero no quieres que él se sienta mal.
Rafael Gordillo: él nos animó a nosotros. Estaba convencido de que iba a salir, de que lo iba a afrontar fuerte. En la rueda de prensa, yo tenía un nudo en la garganta. No quería mirar. Estaba afectado. Soy un hombre emotivo, y me hace llorar cualquier cosa. Él nos tranquilizó a nosotros, con la manera de hablar y con las ganas… Nos despedimos dándole ánimo, que mucha suerte, que pronto estaría con nosotros, entrenando, porque en la rueda de prensa estaba esa sensación: que era un cáncer, que se podía quitar y al año, quizá, estaba jugando. Mucha tristeza porque se despedía de la temporada, sabiendo que era algo malo, pero nadie, o casi nadie, podía alcanzar la magnitud.
Miguel Guillén: fue un golpe muy duro, pero, en cierto modo, y sobre todo viendo la reacción de Miki, todos tuvimos fe de que era capaz de vencer a la enfermedad. La verdad es que él, desde el primer momento, nos transmitió la confianza de que podía con esa enfermedad porque era un tío tan duro, tan positivo, tan capacitado… Recuerdo que después también nos dijo: «no pasa nada, es un palo duro, pero estemos tranquilos porque voy a pelear contra la enfermedad, y voy a volver al Betis».
3
—Tú tienes que hacer tus cosas. No dejes de hacer cosas por mí.
Normalizar el presente seguía siendo una de las tácticas para proteger. Miki Roqué no quiso que su novia, Graciana, lo acompañase a la rueda de prensa. Se lo prohibió. Ella, con ojos de incomprensión, casi sin más remedio, se dirigió entonces a su trabajo para explicar que tendría que viajar el día siguiente hacia Lleida. La decisión, sin más sermones, ya se había tomado, y el «plan rehabilitación» estaba en marcha: el jugador buscaría recuperarse en Barcelona para regresar pronto a Sevilla.
• • •
Graciana Matone: él era muy independiente. Era una persona que buscaba la manera de que vieras lo bueno. Nunca lo vi nervioso.
Cuando salió del estadio verdiblanco, Miki vio en su móvil que tenía una llamada perdida de su amigo Oriol. Presumía que se había enterado de la novedad por televisión. Sospechaba, porque lo conocía desde los tres años, que podía estar desconsolado. Marcó su número para comprobar ese presentimiento.
—Pero tranquilo, que me lo han encontrado, que no te preocupes Ori, que esto lo cogen, me tendrán que hacer lo que tengan que hacer, me lo sacan y listo. Tranquilo, Ori…
—Sí, Miki, pero…
—Pero nada… Esto no pasa nada, esto me lo sacarán, ya verás que todo saldrá bien.
—Que no me lo creo, que no me lo creo, tío.
• • •
Oriol Paredes: yo no quería creérmelo. No me creía que estuviera pasando esto. No me creía la situación. Ahora que había jugado en el Camp Nou, en el momento que todos estábamos más contentos por cómo le iba. Oír la palabra cáncer, y lo primero que piensas es que no vas a salir. No sé si soy yo… Me acuerdo que ese día estaba en casa, me saqué un zumo de la nevera, me lo puse delante del portátil porque siempre abro la prensa por Internet. Vi no sé qué de Miki en rueda de prensa, y puse rápido la tele, que lo estaban echando justo en ese momento. Y lo vi. Me puse supernervioso. Me puse tan nervioso que lo llamé. Estaba en mitad de la rueda de prensa y yo lo estaba llamando al móvil… Luego pensaba «joder, cómo te lo va a coger». Quedé destrozado. Después, cuando Miki salió de allí, me llamó. Y yo seguía destrozado. No podía hablar, estaba llorando, y no podía hablar. Él me termina tranquilizando. Yo ya sabía que sería así porque Miki siempre ha tenido eso de ser más fuerte que los demás, de tener más voluntad para hacer las cosas. Esto desde pequeño. Él me consoló ese día.
Miki Roqué, con pocos dichos o con muchas acciones, avisaba que no se dejaría vencer por el desaliento. Esa tesis la tenía bien clara, pero tampoco quería que los demás pierdan ese combate instalado entre los ánimos y los desánimos. Con sus modales, con sus aciertos y sus desatinos, él elegía las letras para que, en esta historia, todos leyeran un relato más bonito. Había confusiones transitorias, por supuesto, aunque su lupa mostraba otra visión: estar confundido tenía su encanto; estar confundido era estar aprendiendo, era estar vivo.
La noticia rebotaría rápido por los medios nacionales e internacionales: «Jugador del Betis tiene cáncer de pelvis». Su nombre se reproducía en los portales de Internet, se escuchaba en la televisión y en las radios. La ofensiva, ahora sí, estaba oficialmente iniciada.
• • •
Joel Lara: cuando vi la rueda de prensa por la tele, lo llamé y le dije «Miki, explícame un poco más». Él lo hablaba muy light. Ni llorando, ni nada… «Joel, ahora tengo que mirar el tema médicos», me contestó. Hasta ahí, el drama, si se quiere, era que se perdía la temporada, que iba bien, que estaba en el once, que estaba siendo titular, que se lo había ganado él…
Durante la noche de ese mismo sábado, Miki y Graciana estuvieron acomodando el equipaje porque viajarían al día siguiente hacia Lleida. En ese lapso, el teléfono no pararía de sonar.
—Miki, tienes que descansar.
—No pasa nada, Graciana. Quiero hablar con la gente.
• • •
Graciana Matone: habrá recibido como 200 llamadas. A todos les decía «esto no es nada, vamos a salir adelante». Tenía muchas fuerzas. ¿Si las 200 llamadas me hubieran llegado a mí? Yo hubiese apagado el móvil. Estaba muy angustiada, triste. Pero él, no. Siempre con buen humor. Siempre con ánimo. Nunca se preguntó «¿por qué a mí, por qué a mí?» Siempre decía «por algo habrá pasado». Y trataba de resaltar lo bueno que le trajo la enfermedad. Yo sí pregunto ¿por qué a él?
Cristina Farré (amiga de Tremp): mi padre y el suyo se conocen desde que tenían cinco años. Yo soy de la misma edad que Miki. Yo recuerdo a Miki desde toda mi vida. Estaba cada día con él, hasta los 12, que él se fue a jugar a Lleida. Me entero de la enfermedad porque su padre vino a mi casa. En el momento que me dijeron que él tenía cáncer, yo quedé muy destruida. Por eso no lo llamé. Cuando salió en la tele, ya hablé con él. Estaba muy tranquilo. A mí me dijo que estaba optimista con el tema. Yo estaba muy nerviosa, pero cuando hablé con él me quedé tranquila. Te quedas más tranquila porque si él estaba bien, también tienes que estarlo tú, supongo. Sabía que él era fuerte. Siempre lo supe, desde chiquitos.
Cerca de las 21.00 horas, su amigo y vecino, Manuel Conde, y Ana María, su esposa, llegaron a la casa de la joven pareja. Miki estaba acostado, aunque despierto. La televisión encendida, y las noticias de que un chico del Betis tenía cáncer era el tema central de varios programas. Él consumía todo, sin quejas, sin una alteración ostensible.
El domingo, antes de marchar hacia Cataluña, el defensor fue a la Ciudad Deportiva del Betis para buscar sus pertenencias. Conde lo acompañó.
—Miki, ¿has recogido todas las cosas?
—Sí, pero he dejado las botas para cuando venga, y ya tenerlas ahí.
Se dirigieron luego a la estación de Sevilla. Era el turno de la despedida. Todo parecía muy descabellado. Allí fueron Graciana y Miki, acompañados por Manuel Conde y Ana María, quienes llevaron también a sus pequeños hijos, Christian y Ana. Los seis, juntos, cada uno con su herida rebosante, tratando de no enfatizar lo que ya era complejo.
Antes de partir, ellos optarían por ir a comer, un poco escondidos porque el rostro del jugador aparecía en casi todos los periódicos.
• • •
Manuel Conde: yo no podía ni comer por la angustia que tenía. Miki sí que comió. Y encima me decía «tienes que comer, Conde, que lo voy a pagar yo, no te hagas problema. Come, que no pasa nada, que yo me voy a recuperar y voy a volver». Él, aquí en Sevilla, dejó sus pertenencias a propósito para volver. A los tres meses, después de la operación, le dije «Miki, tus cosas están aquí. Ya sabes que la enfermedad será dura. ¿Te recojo las cosas y te las mando para allá?» Me respondió: «No, no Conde. No me las recojas. Déjamelas ahí para saber que tengo que volver».
El tren partió, y Miki ya no regresaría a la capital de Andalucía. Sin pensar que sería un adiós definitivo, él se despidió con un «hasta luego»: terminó siendo un «hasta siempre».