Capítulo 5
El dolor era incesante, ralentizaba el tiempo de forma que cada segundo se alargaba interminablemente. Dimitri a duras penas podía respirar, soltaba el aliento en bocanadas irregulares y temblorosas, señal de que estaba casi al límite de su resistencia. Su cuerpo no dejaba de estremecerse por voluntad propia. Por mucho que lo intentara, no podía detener aquel reflejo automático, muy parecido al de un animal solo y acorralado. Su mente era un caos y el entrecortado palpitar de su corazón le atronaba los oídos.
El hambre lo azotaba con cada lento segundo que transcurría. Era consciente de todas y cada una de las criaturas con sangre en las venas que se le aproximaban. Oía aquel latido pulsátil que sonaba en lo más profundo de sus venas como un tambor que lo llamaba. Ni siquiera el atroz y crispante dolor podía parar la necesidad que se alzaba como un tsunami irrecusable.
Tenía los dientes alargados y afilados. Necesitó de hasta el último atisbo de disciplina que poseía para no intentar librarse de las cadenas de plata que rodeaban su cuerpo. Incluso con los ganchos clavados podría haber conseguido una presa, pero las cadenas se lo impedían.
Olió a los licántropos que se aproximaban mucho antes de oírlos venir. En su debilidad, pensó que los inmensos dones de una sangre mezclada —la Sange rau temida por los licántropos— disminuirían, no se fortalecerían, pero todos sus sentidos aumentaron y se intensificaron hasta que pudo notar incluso los insectos que se arrastraban por el suelo y por los troncos de los árboles.
En alguna ocasión creyó que podía ver y oír las plantas creciendo en torno a él. Hacía unos pocos minutos, la hierba que lo rodeaba se encontraba a unos cuantos pasos de distancia de donde colgaba él, pero ahora cubría el suelo bajo sus pies como un manto espeso. Daba la impresión de que los macizos de flores brotaban de golpe, los tallos y pétalos se formaban en cuestión de minutos. Fijó la mirada en el suelo y se sorprendió al ver que los helechos se abrían paso por entre la tierra en una docena de lugares en derredor.
—No pareces tan duro ahí colgado —se mofó Gunnolf mientras se le acercaba.
No se dignó a responder, ¿qué sentido tenía? Gunnolf quería provocarle alguna reacción y él no estaba dispuesto a darle la satisfacción. Eso no aliviaría su dolor y tampoco podía acercarse a él para tomar su sangre, de modo que, en realidad, retirarse en sí mismo era mucho mejor.
—No puede decirse que tus amigos hayan venido corriendo a salvarte —continuó diciendo Gunnolf al tiempo que, distraídamente, le iba dando patadas en la pierna a Dimitri. Se rió cuando su cuerpo se balanceó y los ganchos se clavaron más profundamente, rasgando su carne—. Deben de haberse dado cuenta del monstruo sucio y asqueroso que eres y han dejado que te matemos. De todos modos, tampoco eran muy buenos peleando.
Dimitri permaneció en silencio, con la mirada clavada en el suelo. Vio que la tierra se levantaba en algunos lugares en torno a los helechos y el misterio lo fascinó. Por debajo de él había sitios en los que la hierba había crecido tanto que sus briznas le rozaban las piernas. La hierba le rodeaba el tobillo y se deslizaba por debajo del raído dobladillo de sus pantalones. La notó recorriéndole la piel hasta que encontró el punto exacto en el que el cazador licántropo le había golpeado. Unas gotitas de algo fresco y húmedo cayeron de la hoja a su magulladura. El dolor desapareció de inmediato.
—Reconozco que has durado más tiempo que ningún otro condenado a morir por plata. —En esta ocasión había un atisbo de temor en la voz de Gunnolf—. Nadie ha durado más de tres días. Dicen que es imposible permanecer quieto, lo que hace que la plata llegue más rápido a tu corazón. Si quieres poner fin al sufrimiento, baila un poquito más.
Agarró a Dimitri por los hombros, lo sacudió con fuerza y volvió a reírse cuando la sangre manó nuevamente de cada una de las heridas de los ganchos que lo tenían prisionero.
—¡Gunnolf! ¿Qué estás haciendo? —lo reprendió Zev con brusquedad.
Gunnolf se puso serio al instante. Se inclinó para acercarse al oído de Dimitri.
—Muérete ya, monstruo, para que yo pueda salir de aquí.
Lo soltó y se apartó del cuerpo suspendido.
Zev lo alejó de Dimitri de un empujón.
—No tienes ningún derecho a ponerle las manos encima. El hombre está sufriendo. ¿No te basta con eso? Si no fueras un miembro de mi manada, pensaría que te has vuelto renegado y disfrutas con el sufrimiento ajeno.
—Es Sange rau, un monstruo sin comparación. —Gunnolf escupió en el suelo para mostrar su desprecio—. Mataría a todos los hombres, mujeres y niños que tenemos sin detenerse a volver la vista atrás.
—Él no es un vampiro como lo eran los otros —sostuvo Zev.
Su tono de voz se había vuelto pensativo. Dimitri alzó la mirada de repente y vio que Zev estaba mirando al suelo. Sus toscos rasgos se mantuvieron inexpresivos, pero sus ojos penetrantes veían demasiado. A Dimitri le dio un vuelco el corazón cuando Zev avanzó deslizándose, con un movimiento suave y fluido que a Gunnolf le resultaba casi imposible seguir, pero que para Dimitri era muy fácil.
Allí, en el suelo, bajo su cuerpo que se mecía, prácticamente enterradas en la espesa mata de hierba, los helechos y las flores, había unas reveladoras gotas de plata relucientes que llamaban la atención. La suela de la bota de Zev se deslizó sobre la plata y la aplastó más contra el suelo. Cuando levantó la bota al dar el paso, la hierba creció como si nunca la hubiera pisado. Las gotas de plata se hallaban completamente ocultas a la vista.
Zev miró a Dimitri.
—Será mejor que te vayas de aquí, Gunnolf. Me has desafiado demasiadas veces y se me está agotando la paciencia. La próxima vez será mejor que vengas preparado para derrotarme en combate.
Gunnolf soltó un gruñido y enseñó los dientes, pero dio media vuelta con brusquedad y se marchó con paso resuelto. Zev suspiró y negó con la cabeza.
—Ése y yo vamos a enzarzarnos en un futuro próximo, y será un combate a muerte.
—Él no jugará limpio —predijo Dimitri—. En realidad, dudo que se te enfrente cara a cara. Intentará matarte cuando estés de espaldas y no haya nadie que vea su traición.
—Lo lamento de verdad —dijo Zev—. Envié un mensaje al consejo para intentar que retiraran la sentencia, pero no ha habido respuesta. No puedo ir contra mi gente, pero te ayudaré en todo.
—Has sido muy amable al traerme agua —repuso Dimitri.
—Nunca ha habido nadie capaz de extraer la plata de su cuerpo —comentó Zev mirando al suelo bajo Dimitri.
Zev retiró la hierba y los helechos con la punta de la bota. No quedaba ni rastro de plata. Frunció el ceño y escarbó en el suelo.
—Ha desaparecido.
Dimitri no dijo nada. Notaba las briznas de hierba que se abrían paso sinuosamente por su tobillo y se le deslizaban por la pantorrilla hacia el punto de entrada donde los garfios se le enganchaban en el músculo. Aquellas diminutas gotas de bálsamo caían sobre la carne viva de sus heridas. La hierba parecía aplicar aquel gel calmante en las lesiones con un masaje y luego empezó a ascender hacia los cortes que tenía en los muslos.
Skyler. Su mujer. Su compañera eterna. ¿Quién hubiera imaginado que pudiera haber tanto poder encerrado en aquel cuerpecito que tenía? Estaba hecha de puro acero. Él no dudaba que la joven habría hecho algún pacto con la Madre Tierra y que aquella forma de sanación era cosa suya. Sanar y ocultar las pruebas.
Zev se acercó más.
—No puedo liberarte, pero puedo ayudarte. No hay ninguna ley que diga que no puedo proporcionarte nutrientes. Deja que te dé sangre.
A Dimitri le dio un vuelco el corazón, que empezó a palpitarle. Nunca había considerado que un licántropo hiciera semejante oferta. La tentación resultaba abrumadora. Notó que se le formaba saliva en la boca. Tenía los dientes afilados, terribles.
—Estoy débil. Tanto que no me fío de mí mismo. No estoy seguro de que pudiera parar.
Se obligó a decir la verdad por respeto, porque no quería correr ningún riesgo. Hubiera dejado seco a Gunnolf, pero Zev poseía integridad y estaba claro que la sentencia del consejo le había resultado sorprendente.
—Estás envuelto en cadenas —señaló Zev—. Puedo controlar lo que ingieres.
Dimitri levantó la cabeza y miró a su alrededor. El bosque era tupido, poblado de árboles y maleza, pero percibía y oía la fuerza vital de otros licántropos cerca de allí. Notaba unas miradas posadas en ellos.
—Cuanto más me ayudes, más sospechoso te vuelves a ojos de los demás. Ése al que llamas Gunnolf está envenenando las mentes de todos contra ti. Ayudándome, contribuyes a su causa.
—¿Cuál es su causa? —preguntó Zev—. ¿Por qué es tan importante que mueras antes de que el consejo alcance una conclusión? No tiene sentido. Ahora mismo los miembros clave de nuestro consejo están reunidos con tu príncipe y su gente para resolver el tema de la Sange rau: la mala sangre, y del Hän ku pesäk kaikak o Paznizii de tóate: Guardián de todos. ¿No es más lógico ver el resultado antes de sentenciarte a muerte?
Dimitri intentó sonreír y expuso sus colmillos alargados.
—Yo soy el sentenciado a muerte, está claro que para mí tiene mucho sentido.
—Veo que conservas el sentido del humor.
—Lo intento.
La hierba calmante ya le había llegado a los muslos y avanzaba por ambas piernas en busca de las terribles y ardientes heridas en un esfuerzo por aliviar el dolor.
El hambre se le intensificó al máximo. Podía contar cada uno de los latidos del pulso fuerte y regular de Zev. Un extraño rugido en su cabeza consumía su mente con la urgencia de alimentarse. Veía en rojo, como si una banda de este color le cubriera la vista.
—Quizá tendrías que retroceder, poner una distancia prudencial entre nosotros —continuó diciendo Dimitri.
Su voz se había convertido en algo más parecido a un gruñido que a una verdadera vocalización.
Zev se acercó más, impertérrito, y se hizo un corte en la muñeca rasgándosela con los dientes. La levantó con cuidado de evitar las cadenas de plata que ceñían el cuerpo de Dimitri y dejó que la sangre vivificante goteara en su boca.
La sangre se dirigió a todas las células hambrientas, a todos los órganos debilitados, recorrió los muchos caminos chamuscados que había tomado la plata, para revitalizar y rejuvenecer. Dimitri intentó ser educado, intentó mantener el control de la conciencia. Zev arriesgaba la vida al darle sangre. Su manada podía volverse contra él en cualquier momento. Él estaba seguro de que Gunnolf tenía sus propias prioridades. Quería más poder y Zev se interponía en su camino. Aquel acto de bondad bien podía suponer la perdición de Zev.
Sin embargo, Dimitri no podía parar. Lo único que tenía que hacer era pasar la lengua por la herida de la muñeca de Zev para cerrar el corte, pero el hambre era tan intensa, tan atroz, como un monstruo que se adueñaba de él, que no podía hacer su voluntad.
—Tienes que detenerme.
Arrojó las palabras de su mente hacia un canal cualquiera con la esperanza de que Zev las recibiera. Ya habían utilizado la comunicación telepática con anterioridad, durante la caza de una manada de lobos renegados, aunque el canal no se había tendido entre ellos dos. La comunicación telepática se volvía más fácil una vez establecida, pero normalmente había un camino de sangre entre un carpatiano y aquél con el que quería comunicarse. Se le cayó el alma a los pies. Él nunca le había dado sangre a Zev.
Éste apartó la muñeca de su boca e hizo una mueca cuando sus dientes fuertes salieron de golpe de su piel. Dimitri cerró los ojos e intentó respirar profundamente, desesperado por más, pero agradecido por lo que le habían dado.
—Te he oído. ¿Cómo es posible?
Dimitri negó con la cabeza. Incluso aquel leve movimiento hizo que ésta empezara a darle vueltas. Se había ido sintiendo cada vez más mareado debido al dolor y a la falta de sustento.
—No tengo ni idea. Quizá fuera la desesperación por mi parte.
Zev se envolvió la muñeca con una tira de tela y se la sujetó con un fuerte nudo.
—Permanece con vida, al menos hasta que tenga noticias del consejo personalmente. Como he dicho antes, nada de esto tiene sentido y el consejo se basa en la lógica. —Miró en la dirección por la que se había marchado Gunnolf—. No me gusta nada esta maquinación.
Dimitri enarcó una ceja. Unas minúsculas gotas de sangre motearon su frente mientras se esforzaba por permanecer muy quieto. La hierba continuó subiéndole por los muslos hasta las caderas, se enroscó en los ganchos y soltó las gotitas de bálsamo sobre las heridas de esa parte. No obstante, la plata que tenía en el cuerpo quemaba incesantemente, como una violenta hoguera, lo que en ocasiones hacía que se olvidara incluso del mecanismo básico de la respiración.
—Somos demasiados —dijo Zev en voz muy baja—. Este bosque es un puesto avanzado, está reservado para los lobos en estado salvaje y básicamente se utiliza para las reuniones más delicadas y para acampar en privado cuando uno ya no puede soportar ni un minuto más la civilización. Aquí no tenemos manadas grandes. No hay mujeres ni niños. Esto es el campamento base de un ejército.
Dimitri se quedó inmóvil por dentro. Skyler no tenía ni idea del tamaño del campamento o de los problemas en los que se metería. Así que mantuvo un gesto totalmente inexpresivo. Era fundamental que nadie supiera que ella estaba en el bosque. Podría encontrarse a unos cuantos kilómetros de distancia, pero para los licántropos eso se consideraría estar demasiado cerca.
Zev le caía bien. Incluso le merecía respeto. Pero no confiaría a nadie la vida de Skyler.
—Quizá vuestro consejo se haya decidido por la traición y planee atacar al príncipe.
—Eso sería un suicidio y tú lo sabes. Acudieron a la reunión de buena fe.
Dimitri suspiró. Empezaba a costarle hablar. Estaba saliendo el sol, que se filtraba a través del dosel que formaban los árboles. Aquella hora del día era soportable, pero señalaba la proximidad del infierno.
—Supongo que mi sentencia, después de haber dado su palabra de que no me matarían, también fue una muestra de su buena fe.
Zev puso mala cara. Se frotó el caballete de la nariz y dejó escapar un leve suspiro.
—Creo que el mundo entero se ha vuelto loco.
—Precisamente por eso sabes que el único que es probable que venga a buscarme es mi hermano. Traerá consigo a su compañera eterna y algunos amigos, pero seguramente no contará con la aprobación del príncipe.
Zev se puso tenso.
—Fen. Fenris Dalka es tu hermano. Él también es Sange rau. Debió de haber sido carpatiano antes que licántropo.
—Un guerrero antiguo, y no es Sange rau. Él es Hän ku pesäk kaikak. Sus habilidades siempre han sido motivo de leyendas. —Dimitri intentó esbozar una sonrisa pero lo que le salió fue más bien una mueca—. Ya lo has visto en acción. Esto no va a hacerle ninguna gracia.
—Resultó herido de gravedad —anunció Zev—. No quiero quitarte la esperanza. Algo te ha mantenido vivo, pero cuando abandoné los montes Cárpatos, estaba prácticamente muerto. —Meneó la cabeza—. Lo siento, pero hay pocas posibilidades de que sobreviviera a esas heridas.
Dimitri cerró los ojos y dejó que el aire recorriera sus pulmones. Resultaba muy difícil mantener el cuerpo inmóvil cuando la plata insistía en abrirse camino serpenteando por sus piernas, por sus muslos, por encima de las caderas y por su abdomen, donde convertía sus entrañas en una bola de fuego que lo consumía desde el interior.
—Conociste a Tatijana.
Fue una afirmación.
—Por supuesto. ¿Qué tiene que ver ella con esto?
Esta vez Dimitri sí que logró esbozar una sonrisa. Abrió los ojos y miró fijamente a Zev.
—Todo. Él va a venir. No será hoy. Ni será esta noche, pero será pronto, y cuando venga, todos estos licántropos apiñados en este bosque esperando su oportunidad no van a ser suficientes. Yo voy a seguir vivo, no importa lo mucho que Gunnolf me quiera muerto.
Zev soltó una maldición entre dientes y se volvió para alejarse.
—Y, Zev —añadió Dimitri con voz ronca y transida de dolor—, no vendrá solo.
Sembró la idea en la cabeza del cazador de élite a propósito. Era demasiado tarde para evitar que Skyler llevara a cabo la primera parte de su plan y quería que Zev estuviera en el bosque, buscando al enemigo, y no que la encontrara algún otro licántropo.
Dimitri se quedó mirando a Zev mientras éste se alejaba. Se quedó muy quieto, dejando pasar el tiempo, concentrándose en la hierba que se movía por su cadera para extenderse por su barriga ardiente. «Skyler». Utilizó las fuerzas que le quedaban para llegar hasta ella. En cuanto sintió la respuesta, aquel torrente instantáneo de amor que afluyó a su mente y llenó hasta el último recoveco oscuro marcado por tantas muertes y siglos vacíos, sus esperanzas se reavivaron.
—Eres un verdadero milagro. ¿Cómo lograste que la Madre Tierra accediera a ayudarme?
—Eres su hijo. Quería ayudar. Yo sólo añadí unos cuantos toques para ayudarla a ella. Voy a ponerme con los hilos que se dirigen a tu corazón desde la cadera. Cuando haya descansado lo suficiente, me pondré en camino y espero encontrar a un licántropo. Paul está reconociendo el terreno en busca de algún rastro. Se le da muy bien. Nosotros estamos dejando huellas por todas partes, seguimos a la manada salvaje de lobos y grabamos todos los sonidos, además de colocar cámaras. La tapadera es muy sólida.
El mero sonido de su voz hizo que a Dimitri le diera un vuelco el corazón. Skyler era indomable. Él conocía sus debilidades humanas y, a pesar de todo, ella no se desviaba del camino que se había marcado.
—Skyler. Sívamet. Me he enterado por medio de uno de los mejores hombres que hay aquí de que este lugar da refugio a un ejército de licántropos. Estaba preocupado, naturalmente. Me lo quité de encima diciéndole que vendría Fen. Él sabía que Fen estaba herido y pensaba que podía estar incluso muerto, pero saldrá a buscar algún indicio de que un grupo de rescate viene a por mí. No esperará encontrarte a ti.
Skyler escudriñó los recuerdos de Dimitri. Envió otra oleada de calidez a su mente. Con ella le mandó fuerzas.
—Te dio su sangre.
—Sí. Necesito mucha más para intentar sanarme y recuperar las fuerzas por completo, pero puedo aguantar hasta que llegue Fen. Tú deberías recoger los bártulos y marcharte. Creo que se están preparando para la guerra.
Skyler se estiró por la vía telepática que la conducía a él. Dimitri sintió la aproximación de su espíritu sanador. Era una luz blanca. Amor puro e incondicional. Ella entró en él con facilidad, a sabiendas de lo que iba a encontrarse. Ahora estaba más fuerte. Josef le había vuelto a dar sangre, sin duda. Le resultaba imposible sentirse celoso de otro macho que la ayudara, sólo podía estar agradecido.
En cuanto ella se puso manos a la obra, Dimitri percibió la diferencia. Parecía poderosa. Maga. Se había reconciliado con esa parte de sí misma y ahora la agradecía. Se servía de su herencia, de su linaje, cuando antes había intentado olvidar que estaba emparentada con Xavier, el odiado y temido criminal que había estado a punto de acabar con la raza carpatiana él solo.
Apelo a mi sangre.
Desciendo de mago y dragón, ya no lo oculto.
A ti recurro, Madre, muéstrame la información de luz codificada.
Muéstrame el pasado, pues vivo en el presente.
Déjame ver el futuro mientras me ayudas a ver el ahora.
Comprendo tus palabras,
Oigo tus pensamientos,
Siento tu corazón,
Conozco tu propósito.
No puedes esconderte.
Soy maga y cazadora de dragones a la vez.
La plata la obedeció tal como había hecho en las dos ocasiones anteriores, pero esta vez fue mucho más deprisa, como si ahora reconociera a un maestro de elementos y minerales. Skyler terminó con las trazadoras de plata, se las extrajo del vientre que le ardía mandándolas de vuelta a los ganchos de sus caderas. Los cerró y fue hacia abajo siguiendo la fina y mortífera plata hasta sus muslos, forzándola a salir de tal modo que él notó cómo le quemaba los poros, le bajaba por la pierna y se desprendía de su cuerpo para caer al suelo.
A ti recurro, Madre, absorbe lo que es mortal,
Ayúdame en este momento de sanación,
Apelo a la consuelda, al sínfito,
Utilizo tu poder para sedar, para calmar el ardor,
Apelo a ti, Madre, para que ayudes en la sanación del daño interno,
Busca el camino por el que ha venido este veneno,
Cauterízalo y ciérralo,
Para que lo que está abierto y causa dolor no pueda volver a abrirse.
Dimitri percibió que la joven se estaba cansando. Seguía habiendo una gran distancia entre los dos. Skyler había utilizado la telepatía demasiadas veces como para no notar los efectos.
—Tienes que parar.
—Ya casi he terminado. Sólo me quedan los ganchos de las pantorrillas. Si logro detener el flujo de plata por completo, te dará alivio durante el día. Vendré a buscarte por la noche.
Emprendió la tarea de retirar los últimos dos hilos serpentinos de plata en dirección a sus pantorrillas. No vaciló ni una sola vez, aunque él sentía que la luz blanca se iba desvaneciendo a causa del tiempo prolongado y la energía agotada. Skyler volvió a cerciorarse de que las puntas de los ganchos quedaran cerradas para que no entrara más plata en su cuerpo.
Una vez más apelo a vosotros, aloe y consuelda,
Buscad y emplead vuestro bálsamo sanador para detener este dolor atroz,
Buscad dentro de su carne dónde están las quemaduras profundas y abiertas,
Buscad el daño que se ha hecho en el interior,
Utilizad vuestros dones para reparar células y piel.
El alivio fue casi instantáneo. Dimitri se había estado retorciendo de dolor durante tanto tiempo que por unos instantes casi no se dio cuenta de que el tormento se había atenuado hasta alcanzar un nivel muy tolerable. De hecho, podía ignorarlo por completo. Las cadenas exteriores eran otra cuestión, pero comparadas con esa plata que se movía por su cuerpo formando sus propias venas y arterias, el daño en su piel parecía mínimo.
Madre, apelo a ti para que tomes en tus brazos,
Aquello que no está haciendo daño.
Enfréntate al veneno. Cómetelo, bébetelo,
Transfórmalo en algo de la tierra.
Que se vea el verde de la magna madre,
Y sirva para ocultar lo que pueda hacer daño.
Que florezca su belleza, mostrando todos los colores del corazón,
Que su belleza nos resguarde y nos proteja de todo mal.
Entonces no dejó cabos sueltos, no iba a hacerlo cuando estaba plenamente consciente como en aquel momento. Por primera vez, Dimitri se sintió genuinamente esperanzado. Mientras ningún otro licántropo se percatara de que los ganchos ya no inyectaban gotas de fluido plateado en su cuerpo, tendría la oportunidad de recuperar las fuerzas. Fen vendría.
—Tienes que abandonar este lugar. El hecho de que los licántropos estén preparándose para la batalla lo cambia todo.
Ella ya se estaba desvaneciendo.
—Me da igual para lo que se preparen.
—Pues envía a Josef. Él puede entrar desapercibido y liberarme.
—No puede. Su energía avisaría de inmediato a los licántropos y armaría un revuelo. Paul y yo somos humanos. No nos considerarán una amenaza.
Skyler lo oyó maldecir en su idioma antiguo y se encontró de nuevo en la hamaca. Los pájaros cantaban escandalosamente, llamándose unos a otros al tiempo que revoloteaban de rama en rama. El bosque cobraba vida mientras los primeros rayos de sol de la mañana caían a través del manto de hojas. La naturaleza era muy hermosa, y ahora que sabía que Dimitri permanecería vivo el tiempo suficiente para poder sacarlo del campamento enemigo, pudo disfrutar de verdad del lugar en el que se encontraba.
No quería discutir más con él. Era un macho dominante, como la mayoría de hombres carpatianos, y no lo culpaba por preocuparse por ella. Ella también se preocupaba. Sabía, porque a menudo fundía su mente con la de Dimitri, que para sus hembras la seguridad y la salud estaban por encima de todo lo demás. La especie se hallaba muy cerca de la extinción. Las mujeres eran demasiado importantes como para arriesgarlas. También estaba el hecho de que sólo una única mujer podía ser su compañera eterna. Si ésta moría, o el macho carpatiano no lograba encontrar a su compañera eterna, el guerrero no tenía más remedio que ir al encuentro del alba u optar por renunciar a su alma.
Skyler no se había lanzado impetuosamente al rescate sin pensarlo con detenimiento. No era una persona impulsiva. Su vida anterior la había vuelto muy cauta. Dimitri estaba gravemente herido y se sentía indefenso, eso lo comprendía. Ella era humana y vulnerable a sus ojos, y comprendía eso también.
—Csitri, no te estoy reprendiendo en absoluto. Me has salvado la vida. Me has dado esperanza y me has rodeado de amor. No puedo soportar la idea de que te hieran o hagan daño.
—Dimitri, ahora mismo soy tu mejor oportunidad de escapar. Cuanto más tiempo permanezcas aquí, más probable es que algo salga mal. No estoy dispuesta a correr ese riesgo. De ninguna manera. Si lo que dices es cierto y se están preparando para una guerra, necesitan que estés muerto. Y sólo para que conste, sé que te resulta difícil pensar que me hieran o hagan daño. ¿Puedes imaginarte cómo es para mí saber que estás herido? ¿Saber que te han torturado? ¿Que la primera noche que por fin te encontré no fuera capaz de quitarte toda la plata? ¿Ni de detener la horrible quemazón?
Se enjugó las lágrimas que le caían por la cara. No había podido mantener la conexión el tiempo suficiente, pero eso no lo hacía más fácil de soportar.
—¿Por qué los hombres siempre creen que sufren más cuando su pareja está en peligro? Las mujeres queremos tanto como ellos, sufrimos lo mismo. No estás solo en esto, Dimitri.
No pudo evitar un tono crispado en su voz.
Hubo una leve ráfaga de regocijo y luego Dimitri vertió amor en su mente. Resultaba imposible seguir enfadada con él cuando fundía tan profundamente su mente con la suya.
—Reconozco mi error, päläfertiilam, mi compañera eterna. No tenía ni idea de que tuviera por pareja a una guerrera tan feroz. Tú asegúrate de estar protegida. Confío en que Josef y Paul velarán por ti mientras haces esto.
Skyler se sintió embargada de alivio.
—Prometo tener cuidado, amor mío. Si tengo algún problema, lo sabrás. Y lo sabrá el mundo. Enviaré a buscar a Gabriel de inmediato. Ahora descansa.
—Una cosa más, Skyler. Estoy en un árbol, colgado de unas cadenas de plata. No puedo soltarme. Tendrás que encontrar la forma de quitar la cadena además de los ganchos.
—Estoy preparada.
Aún no tenía ni idea de lo que iba a hacer para liberarlo.
Dimitri se rió mentalmente en voz baja, como si supiera que ella se esforzaba por solucionar aquel aspecto de su huida. Su risa la envolvió en su amor y luego la conexión entre los dos se fue desvaneciendo poco a poco, como si estuviera agotado.
Skyler inspiró profundamente y soltó el aire. Tal vez tuviera miedo de adentrarse en el bosque en busca de un licántropo pero, aun así, estaba deseando hacerlo. Eso la llevaría un paso más cerca de liberar a Dimitri. Se incorporó con cautela, pues se sentía desmayada y mareada.
Josef desvió la mirada de inmediato de su conversación con Paul.
—¿Te encuentras bien?
Ella dijo que no con la cabeza.
—Necesitaré tu ayuda otra vez.
—Vas a acabar teniendo más sangre carpatiana que Josef —comentó Paul con una sonrisita burlona—. Deberías ver las armas que me ha conseguido.
Skyler puso los ojos en blanco.
—Hombres. No podías esperar a contarme lo de tus geniales armas, ¿verdad?
—Estuve a punto de acercarme a la hamaca y tirarte de ella —bromeó.
Ella cerró los ojos y dejó que Josef le diera sangre, agradecida de que fuera tan hábil de hacer que no se enterara cuando consentía en recibir su ayuda. Tomó la botella de agua que le tendió Paul y bebió, más para asegurarse de que no le quedara ningún regusto en la boca que porque tuviera sed.
—¿No crees que los licántropos percibirán la sangre carpatiana en su interior, Josef? —preguntó Paul, preocupado de repente.
—No se dan cuenta de que somos carpatianos hasta que utilizamos nuestra energía para manipular los elementos —contestó Josef—. Leí los correos electrónicos entre Gregori y Gabriel.
Skyler lo miró con el ceño fruncido.
—¿Pirateaste el correo electrónico de mi padre?
Josef se encogió de hombros, sin mostrar ningún remordimiento.
—Me lo puso fácil. Le dije que necesitaba una contraseña mucho mejor, pero no me escuchó. Nunca me escuchan. También pirateé el del príncipe. —Levantó la mano para hacerla callar cuando ella abrió la boca para darle un sermón sobre la intimidad—. Y mejor aún, conseguí encontrar y piratear a dos de los miembros del consejo de licántropos.
Skyler la cerró. Por alguna razón, el hecho de piratear el correo electrónico de los licántropos no le parecía ni con mucho tan malo como piratear el de su padre o el príncipe.
—¿Averiguaste algo sobre lo que está ocurriendo? —le preguntó Paul.
—Sólo que por lo visto quieren solucionar las cosas con los carpatianos. Los quieren como aliados. Lógicamente están aterrorizados de los que ellos denominan los Sange rau, pero están seguros de poder convencer a Mikhail del peligro.
Skyler frunció el ceño y meneó la cabeza de nuevo.
—Josef, Dimitri dice que lo tienen retenido en un campamento de guerra. Los licántropos se están preparando para la batalla. Tiene que ser con Mikhail. ¿Alguno de los correos mencionaba a Dimitri?
—No, lo cual me pareció un poco raro.
Un pequeño zorro entró trotando en su campamento y se detuvo bruscamente, como si la presencia de los tres lo confundiera. Era una criatura hermosa, con un pelaje denso y reluciente. Sacudió la cola, lanzó un aullido indignado y volvió sobre sus pasos para adentrarse en la maleza.
Skyler se rió en voz baja.
—La vida continúa, pase lo que pase, ¿no es verdad?
—Ese zorro se ha molestado un poco con nosotros —comentó Paul.
—Por un momento pensé que era Gabriel y casi se me para el corazón —dijo Josef—. He pensado mucho sobre dónde quiero que esparzáis mis cenizas cuando me mate —añadió.
Paul y Skyler miraron la expresión apenada de Josef, que se llevó la mano al corazón con gesto teatral, y ambos rompieron a reír al mismo tiempo.
—No va a matarte, Josef —dijo Skyler en tono tranquilizador—. Sólo te hará… ya sabes… lo que hace Gabriel.
—Va a matarte —le aseguró Paul—. Muerto. Seguro. Pero primero te hará sufrir.
—No te alegres tanto, hermano —dijo Josef—. A ti también te va a matar.
Paul se encogió de hombros.
—Mejor él que Zacarías. Yo tengo a cinco de los carpatianos más locos que se conocen que van a estar ansiosos por estrangularme; tú sólo tienes un par.
—Vamos a entrar y a salir sin que nadie se entere —afirmó Skyler—. De ese modo no van a matar a nadie.
—Sky, yo voy a estar bajo tierra cuando deambules por el bosque —dijo Josef, y la risa de su voz dejó paso a la preocupación—. Serás muy vulnerable. Paul tampoco podrá estar cerca de ti, de modo que tendrás que asegurarte de que haya una línea de visión clara entre Paul y tú en todo momento. Él es tu única protección hasta la puesta de sol.
—Sinceramente, no creo que los licántropos vayan a preocuparse de que rescate a Dimitri. Nuestros documentos están en orden. Hemos levantado el campamento a la perfección para que sea un entorno de trabajo, y ellos deben de conocer la organización de Dimitri para salvar a los lobos. Ha creado reservas por todo el mundo. Claro que no tienen ni idea de que se trata del mismo Dimitri que han envuelto en plata.
—En este bosque hay otras cosas por las que preocuparse aparte de los licántropos —observó Josef—. Aquí viven depredadores salvajes.
—Lo sé, pero la mayoría de ellos salen por la noche. Francamente, entre tú y Dimitri, me vendría bien un poco de ánimo.
—Creo que el plan es sólido —dijo Josef—. Creo que tu presencia atraerá a un licántropo hacia ti. Haz ruido. Pero quiero que estés alerta, nada más.
Skyler percibió la renuencia, la preocupación en su voz. Él estaría bajo tierra, incapaz de ayudarla si tenía problemas. Al igual que Dimitri, sabía que lo más difícil de todo sería su indefensión.
—Estaré hiperalerta —prometió.
—¿Pudiste extraerle la plata del cuerpo? —preguntó Paul—. ¿Toda?
Skyler asintió con la cabeza y se sintió embargada por una sensación de alivio. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo tensa que estaba.
—Sí. Y uno de los licántropos le dio sangre. Ha estado más de dos semanas pasando hambre, por lo que no fue suficiente para devolverle las fuerzas por completo, pero debería bastar para que pueda salir solo después de que le haya quitado los ganchos y las cadenas.
—Es imposible que tú, ni ninguno de nosotros dos, podamos llevar a cuestas a Dimitri. Es demasiado corpulento —dijo Paul.
—Disculpa. —Josef se sopló las uñas y se las limpió en la camisa—. Te olvidas de mis habilidades descabelladas. Podría sacarlo flotando de allí.
Skyler puso los ojos en blanco al oír su descarada fanfarronería.
—Y todos los licántropos del bosque notarán la fisura en el campo de energía y vendrán corriendo.
—Sólo quería que fuerais muy conscientes de mis talentos —repuso Josef—. Podría hacerlo si fuera necesario, nada más.
—¿Podrías sacarlo del bosque a lomos de tu dragón? —preguntó Skyler, que de pronto se puso muy seria.
La sonrisa de satisfacción desapareció del rostro de Josef.
—Si sólo fuera él, por supuesto que sí, pero no podría con vosotros dos también.
Skyler alargó la mano hacia él.
—No será necesario. Puedes darle sangre. Paul y yo también lo haremos. Estará bien. Aunque tenga que pasar una noche o dos bajo tierra, podemos escondernos. Y si no, tenemos nuestro plan alternativo.
Hablaba con más seguridad de la que sentía.
—Así pues, la plata ya está fuera de su cuerpo y un licántropo le dio sangre —dijo Paul en tono especulativo—. Tal vez no todos sean malos.
—Dimitri sabe que voy a ir a buscarlo esta noche y estará preparado. Sólo tengo que encontrar la manera de sacarle los ganchos del cuerpo y la cadena que lo envuelve. Ha penetrado en la carne quemada. Ha entrado quemándola, literalmente. En los brazos, el pecho, por todas las piernas. Lo envolvieron en plata como a una momia.
Su voz denotó una mezcla de repugnancia y angustia.
Paul le pasó el brazo por los hombros.
—Está vivo y esperándote. Lo sacaremos.
—Pues bien, hemos trazado un rastro para ti —dijo Josef—. Yo os adentraré a los dos en el bosque. No hay ninguna señal de Paul en ninguna parte que conduzca en esa dirección. Nuestras huellas irán en dos direcciones opuestas, claramente buscándote. Si nos tropezamos con un licántropo, o alguno sale buscando huellas, hemos hecho un buen trabajo para que parezca que llevas fuera varias horas.
—Necesitaré un tobillo torcido —señaló Skyler.
Josef puso mala cara.
—Ésa es la parte del plan que menos me entusiasma. Con el tobillo torcido no puedes correr.
Paul estalló en carcajadas.
—¡Holaaa, idiota! ¿Has olvidado quién es? Puede curar cualquier cosa, incluido un tobillo torcido.
—Lo que pasa es que me da aprensión provocarme una herida —admitió Skyler.
—Porque es una niñita remilgada —bromeó Paul.
Skyler le hizo una mueca.
—Yo no me río como una tonta.
—Sí te ríes como una tonta —replicó Josef, y le dio un capirotazo en la barbilla—. Te ayudaré con la torcedura del tobillo, y tú ve cojeando por ahí hasta que aparezca alguien. Quéjate mucho.
—Si es que viene alguien —enfatizó Paul—. Es un bosque muy grande. —De repente sonrió de oreja a oreja—. Ésta es tu oportunidad de mostrar tu lado femenino. Tienes que llorar y estar guapa al mismo tiempo, como hacen en televisión.
Josef contuvo la risa.
—Cuando llora se le pone la cara roja.
—Y la punta de la nariz también —contribuyó Paul.
—Vaya manera de hacer que una chica se sienta guapa. Ninguno de los dos vais a encontrar nunca una mujer que os aguante.
Paul meneó la cabeza.
—Zacarías tiene una mujer que lo adora. En serio, Skyler, si ese hombre, con lo malo que es y el miedo que da, puede tener una mujer, todo el mundo puede tenerla. Eso le da esperanza a uno.
Josef sonrió con suficiencia.
—Yo tendré una compañera eterna. No va a tener elección —añadió.
—Pobre mujer —comentó Skyler—. Me haré amiga suya y le enseñaré a darte un coscorrón cuando te pongas insoportable.
—¿Qué te hace pensar que me pondré insoportable? —inquirió Josef.
—Nunca dejarás de gastar bromas. Tendrá miedo de que al doblar una esquina te abatas sobre ella en forma de un murciélago gigante o algo peor.
Paul le dio un leve puñetazo a Josef en el brazo.
—Ahí te ha pillado, hermano.
La sonrisa de Skyler se desvaneció.
—Tengo que encontrar la manera de quitarle las cadenas a Dimitri. Sé que puedo sacar los ganchos. Pude hacer que la plata volviera a su punto de origen y podría fundir los garfios si tuviera que hacerlo, pero esa cadena… La verdad es que la tiene en la piel. ¿Alguna idea que no incluya despertar la habilidad de los licántropos para notar un pico de energía?
Los dos hombres se miraron el uno al otro.
—¿Puedes cortarla? —sugirió Paul—. Josef puede proporcionarte las herramientas que necesitarías.
—Eso depende de lo incrustada que la tenga en la piel —respondió Skyler—. Supongo que tendré que verlo antes de tomar una decisión. Lo cierto es que no he echado un vistazo a su alrededor. He estado tan ocupada concentrándome en sacar esa plata de su cuerpo que no se me ocurrió mirar cómo era el entorno.
—No estés tan disgustada contigo misma —la regañó Paul—. La verdad es que si estuviera muerto el entorno no importaría para nada. Si no te hubieras esforzado tanto por salvarlo, nada de esto tendría sentido. Tenemos un plan. Ciñámonos a él y vayamos paso a paso. Si esto de hoy sale bien y colocas ese dispositivo de rastreo en nuestro licántropo, ya solucionaremos rápidamente todo lo demás.
—Estoy de acuerdo —declaró Josef.