Capítulo 3
Skyler se despertó presa del pánico, respirando con dificultad, con el corazón palpitante y con la reminiscencia de su pesadilla llenándola de horror. ¿Cómo podía haber soñado una forma tan desagradable y brutal de matar a otro ser humano? ¿Qué le pasaba para tener una imaginación tan viva y repugnante?
Le costó un esfuerzo tremendo incorporarse. Le dolía tanto la cabeza que parecía a punto de estallarle y se sentía mareada, tan débil que temió volver a quedar inconsciente. Respiró profundamente y miró a su alrededor. Se encontraba en una habitación que no conocía. Era muy pulcra; unos edredones tradicionales cubrían la cama, apilados sobre ella. Paul estaba tumbado en el suelo a unos pasos de distancia y dormía profundamente. Parecía agotado.
Ella estaba tan sumamente cansada que tenía la sensación de ser como una capa fina y estirada. Quería acurrucarse en posición fetal bajo las cálidas mantas y volver a dormirse. Pero esa pesadilla… Dimitri. La plata abriéndose paso por su cuerpo…
Skyler no podía respirar. Todo el aire de la habitación había desaparecido. Dimitri. No lo había soñado. Los licántropos lo estaban matando lentamente con plata. Los ganchos que le desgarraban el cuerpo ya eran terribles, pero la plata que avanzaba serpenteante por su interior era una verdadera agonía. Y ella no lo había parado. Le había fallado. Le había fallado por completo. Se tapó la cara con las manos y rompió a llorar.
—Skyler.
Paul se incorporó al instante.
La rodeó con el brazo mientras ella se balanceaba con el rostro oculto contra el hombro de su amigo.
—No lo paré —sollozó—. No tuve tiempo suficiente.
Paul no dijo ni una palabra, se limitó a abrazarla y a dejar que llorara mientras la mecía, le daba palmaditas en la espalda y le acariciaba el pelo.
Fue el agotamiento más que otra cosa lo que detuvo sus lágrimas. Llegó un punto en el que no podía llorar más. No podía hacer más que aferrarse a Paul.
—Lo dejé allí —susurró, y levantó la cabeza para mirar a Paul mientras hacía la confesión—. Está sufriendo mucho, y yo lo dejé allí.
Paul frunció el ceño.
—Anoche Josef no pudo decir nada en absoluto. Le di sangre e inmediatamente intentó traerte de vuelta. No dijo por qué, pero supuse que seguías intentando curar a Dimitri.
—Lo están envenenando y no pude sacarle todo el veneno.
Soltó un grito ahogado y dejó escapar otro sollozo.
—No tuviste alternativa —le aseguró Paul—. Si te hubieras quedado más tiempo no podríamos haberte traído de vuelta. Estarías muerta, o vagando por el mundo espiritual, ¿y dónde estaría Dimitri entonces? Nadie más puede encontrarle. Al menos así, cuando estés lo bastante fuerte, puedes volver y ayudarlo.
—Y mientras tanto está sufriendo horriblemente. Ese dolor es peor de lo que puedas llegar a imaginar —dijo Skyler—. Al menos cuando estaba allí él sabía que había alguien cuidando de él, alguien que se preocupaba tanto como para ir a buscarlo. Pero el dolor…
Se le fue apagando la voz con otro sollozo que la ahogó.
—Durante el día estará sumido en un sueño carpatiano y no podrá sentir nada —le recordó Paul.
Skyler lo negó con la cabeza.
—Su sangre de licántropo lo mantendrá despierto casi todo el tiempo. Dudo que con ese dolor sea capaz de dormir nada. —La cabeza estaba a punto de estallarle otra vez y se apretó las sienes con las manos—. ¿Josef se encuentra bien? ¿Y tú? Debes de haber tenido que darle sangre un par de veces.
—Estaba mal —admitió Paul—. No podía mover ni un músculo. Creo que agotaste toda la energía que ambos teníais, pero sabía que si le daba sangre lo ayudaría —explicó mostrándole la muñeca donde se había cortado la vena y apretado la herida contra la boca de Josef.
Paul era humano y no se curaba como los carpatianos. Era una fea laceración, en carne viva. Skyler le tomó la mano con suavidad y le dio la vuelta para examinar el corte limpio que le había hecho el cuchillo.
—No intentes curarme, Sky —le advirtió Paul—. Estoy sano. Puedo curarme solo. Tú necesitas conservar la energía para ponerte bien.
Vaciló, pues sin duda tenía miedo de disgustarla aún más.
—¿Qué? —preguntó ella, que se apartó y tomó aire a grandes bocanadas—. Estoy bien, de verdad. Sólo me siento débil y me duele la cabeza.
Y culpable. Terriblemente culpable. Con más miedo del que se pudiera describir. No había forma de expresar a Paul ni a nadie el sufrimiento interminable en el que se hallaba sumido Dimitri. Ella experimentaba en parte dicho dolor, pero él había intentado bloquearlo casi todo para que no lo sintiera. No podía ni imaginarse cuánto peor era para él.
—Anoche Josef no pudo contarme nada. ¿Qué está pasando exactamente con Dimitri? ¿Qué le han hecho? ¿Cómo pueden retener a alguien tan poderoso prisionero? No le encuentro sentido.
—Lo tienen envuelto con cadenas de plata —explicó ella—. Lo sé porque le queman la piel igual que a nosotros el ácido. Lo están torturando. Tiene unos ganchos de plata en el cuerpo, en el pecho, las costillas, las caderas y los muslos, hasta en los hombros y pantorrillas. Los ganchos desprenden unas diminutas gotas de plata que caen en su interior cuando la temperatura de su cuerpo las calienta, una a una. Es una muerte lenta, un martirio.
Paul meneó la cabeza.
—Un carpatiano debería ser capaz de zafarse de cualquier cantidad de plata si de verdad lo envenena.
—Dimitri es a la vez licántropo y carpatiano. Su sangre de licántropo reacciona a la plata y no puede liberarse. La plata se abre camino a través de su cuerpo hasta que le perfora el corazón. Una vez que entre en el corazón, lo matará. —Se obligó a mirar a Paul, con las pestañas húmedas y la garganta que amenazaba con cerrársele—. Es una muerte horrible y brutal.
Paul apoyó la mano sobre la suya.
—No vamos a dejar que eso ocurra. Josef cree que puede llevarnos a los dos al otro lado de la montaña. En cuanto se despierte y se alimente abandonaremos la camioneta y el ataúd. No podemos tomarnos el tiempo de conducir y atravesar todas las fronteras de cada país. Josef puede recorrer mucho territorio volando con nosotros toda la noche.
—¿Con los dos? ¿Puede hacer eso? Uno tal vez, pero ¿dos?
Paul se encogió de hombros.
—Eso dice él y yo tengo que creerle. Josef se despertará en cualquier momento. Creo que está envejeciendo a un ritmo más acelerado porque no lo mantienen alejado de la sociedad como hacen con la mayoría de niños carpatianos. Él está en la sociedad humana, aprende tecnología moderna y probablemente se la roba a cualquiera con el que entra en contacto, pero aun así, él lo entiende todo. Tiene que crecer más deprisa. En años humanos ya no es un adolescente y se le trata como a un hombre.
Skyler volvió a frotarse las sienes. No tenía fuerzas para curarse el dolor de cabeza.
—Creí que con la sangre que Josef me dio anoche me curaría más deprisa. No es que no tenga ya un poco de sangre carpatiana en el cuerpo.
—Él ya dijo que no te curarías. Dijo que te llevara a un lugar seguro y que durmieras tanto como fuera posible. Dijo que la curación psíquica requiere más tiempo que una mera curación del cuerpo, y te alejaste mucho. —Paul inspiró profundamente. Parecía alterado—. Francamente, pensé que no ibas a conseguirlo, Sky. Sé que volverás con Dimitri e intentarás librarlo de la plata otra vez…
—Tengo que encontrar una forma de hacerlo. No durará hasta que lo encontremos. Se está muriendo, Paul. No soporto dejarlo sufriendo para poder curarme, pero sé que tienes razón. Tal y como estoy no puedo llegar a él ni hacerle ningún bien. Él está allí aguantando y ahora sabe que puedo encontrarle, eso debería darle esperanzas. Sabe que volveré.
—Te traeré algo de comer. Hay un restaurante al otro lado de la calle.
—Quizás una sopa —dijo Skyler a regañadientes. No creía que pudiera aguantar la comida, su estómago se rebeló sólo con pensarlo—. Ya sabes que soy vegetariana.
Sus padres le habían hecho dos intercambios de sangre, por si se daba una emergencia. Hacían falta tres para transformarla por completo e introducirla del todo en el mundo carpatiano. Desde entonces no había podido ni mirar la carne. A veces le costaba obligarse a comer fruta o verdura.
—No te preocupes.
—Y llama antes de entrar, por favor. Voy a darme una ducha rápida.
El cuarto de baño parecía estar a una buena distancia, al menos a diez pasos enteros. Hasta ese punto temblaba.
Paul apartó la mirada de ella para dirigirla a la puerta del baño como si pudiera leerle el pensamiento. Él nunca hablaba sobre sus habilidades psíquicas, pero poseía sangre de jaguar y algo debía de tener. En realidad no podía leer el pensamiento, lo habría dicho. Lo que ocurría era que la conocía muy bien.
—Puedo llevarte dentro. Y quizá ponerte una silla en la ducha.
—Ya puedo yo —le aseguró—. No voy a hacer ninguna estupidez.
Si era necesario llegaría al dichoso baño a gatas. Paul no iba a llevarla ni mucho menos. Ya tenía cierta sensación de ser una carga para Paul y Josef. Ambos habían tenido que cuidar de ella la noche anterior. No solamente le había fallado a Dimitri, sino que los había puesto en peligro a ambos, sobre todo a Josef.
Paul se levantó de la cama.
—Confío en ti, Sky. Josef me daría una paliza de muerte si te ocurriera algo.
Eso la hizo reír, no pudo evitarlo. En aquel momento ni siquiera importó que tuviera la cabeza a punto de estallar. Había algo muy hermoso en su amistad, la de Paul, Josef y ella, que la hacía feliz.
—Los chicos sois tan violentos… —comentó con un parpadeo para contener un nuevo torrente de lágrimas.
Era afortunada al tenerlos como amigos.
—Las chicas sois tan sensibleras… —replicó él, y se inclinó para darle un beso en la cabeza—. No te pongas sentimental conmigo. ¿Te imaginas lo que pasaría si Josef entra y te encuentra llorando? Joder, me hará picadillo.
Skyler hizo una mueca y le dio un leve empujón porque se le revolvió el estómago con la sola mención de la carne.
—¡Uf! Vete antes de que te vomite encima.
—Ya lo hiciste —señaló Paul.
—No lo hice —negó ella con firmeza, aunque no estaba segura de si era cierto—. Aparté la cara cuidadosa y educadamente.
Le dirigió un leve resoplido de desprecio sólo para enfatizar que debía de recordar mal la secuencia de acontecimientos.
—Entonces, ¿por qué tuve que pasarme medio día en la lavandería? —preguntó él con una sonrisa de satisfacción.
Sabía que ahora le estaba tomando el pelo. Aquella habitación pequeña no era de un hotel. Se dio cuenta de que era una residencia privada que alquilaba habitaciones. Ningún hotel era tan acogedor ni tenía esos edredones minuciosamente elaborados, obviamente a mano. Allí no habría lavandería.
—Vete, chico malo —le dijo—. Si no me ducho pronto, Josef aparecerá antes de que salga.
—Cierra con llave —sugirió Paul mientras se acercaba a la puerta.
Skyler se rió otra vez.
—Tú prueba a cerrarle la puerta.
—Si las puertas y ventanas están cerradas con llave no puede entrar, al menos sin una invitación —declaró Paul.
—¿En serio? —Skyler arqueó una ceja—. Estamos hablando de Josef. Como bien sabes, es muy hábil forzando cerraduras. Ambos habéis estudiado lo suficiente para ser unos buenos delincuentes.
Paul se llevó la mano al corazón.
—¡Ay! ¡Qué mujer más hiriente!
Salió a toda prisa por la puerta riéndose y la cerró tan rápido que la almohada que lanzó no le dio a él sino a la puerta.
Skyler se quedó sentada un largo momento y la sonrisa se desvaneció de su rostro. Paul había dejado que llorara, algo que estaba claro que necesitaba hacer. Él había hecho todo lo posible para asegurarle que dejar a Dimitri había sido su única alternativa. Ahora tenía que sanar para poder volver con su compañero eterno. ¿De cuánto tiempo disponía? Dudaba que fuera mucho. Una noche. Tal vez dos.
Fue tambaleándose al cuarto de baño, consternada por su debilidad. Quizás hubiera sido una buena idea poner una silla en la ducha, pero tenía un poco de orgullo. Paul le había dado sangre a Josef dos veces. La había llevado a la camioneta y probablemente había hecho lo mismo por Josef después de que éste se desplomara una segunda vez a su lado. Luego había conducido el resto de la noche para buscar un lugar en el que pudieran quedarse durante el día. Tenía que estar exhausto.
La sensación del agua caliente sobre la piel era agradable y la reanimó un poco. Le alivió la tensión del cuello y los hombros lo suficiente para evitar que la cabeza le estallara en mil pedazos. Tuvo que dejar de lavarse el pelo en dos ocasiones y quedarse muy quieta para no vomitar. Las dos veces se sujetó la cabeza con las manos, presionando con fuerza con las palmas en las sienes.
—¡Eh! ¡Sky! ¿Estás ahí dentro? —preguntó Josef.
—¡No! —le gritó—. No estoy.
—Sí, lo que yo pensaba. Te dejaste el cerebro en algún lugar de la zona fría.
Terminó de aclararse el pelo tranquilamente, apoyada en la pared de la ducha. Josef no iba a ser tan agradable como Paul respecto a lo ocurrido. Tendría suerte si no la sacudía hasta que le traquetearan los dientes. Ya podía sentir su furia, y la oyó claramente en su voz.
—Deja de esquivarme —dijo con brusquedad—. No querrás que entre a buscarte.
—Por Dios, Josef, acabas de llegar. Dame un minuto. Voy un poco lenta.
—No me sorprende.
Skyler suspiró. No iba a seguir intercambiando gritos a través de la puerta del cuarto de baño. Comprendía su furia. Se debía al miedo que sentía por ella. Evidentemente ella sentiría lo mismo si los papeles se invirtieran. Pero… ella era la compañera eterna de Dimitri. Viéndolo de esa manera, sintiendo su dolor, dudó si habría muchos otros compañeros, ya fueran hombres o mujeres, que hubieran permanecido completamente racionales en la misma situación. Aun así, Josef merecía que lo escuchara.
Se vistió con cuidado, se cepilló los dientes y salió del baño secándose el pelo con una toalla. Josef estaba de espaldas a ella, pero giró sobre sus talones en cuanto ella salió. Se le veía flaco y cansado, con la tez aún muy pálida, aunque estaba segura de que ya se habría alimentado. Se le veía muy tenso.
—Anoche estuviste a punto de morir.
Hizo una afirmación. Una acusación.
Skyler arrojó la toalla a un lado, caminó hacia él, le rodeó el cuello con los brazos y se inclinó para abrazarlo.
—Lo sé. Lo siento mucho —dijo sinceramente—. Casi te llevé conmigo.
Josef permaneció muy rígido y al cabo de un momento levantó los brazos y la abrazó con tanta fuerza que Skyler tuvo miedo de que fuera a romperla por la mitad.
—No me preocupo por mí, tonta —dijo Josef—, pero no puedo perderte. Dimitri no puede perderte. Garbriel y Francesca no pueden perderte. No puedes arriesgarte de esa manera. Si vas a viajar más de mil kilómetros e intentar una sanación, sabes que tienes un límite de tiempo. Lo sabes. No sé cómo conseguí hacerte volver.
Skyler se separó de él para mirarlo.
—Me apartó de un puntapié.
Josef parpadeó. La tensión lo fue abandonando lenta y paulatinamente.
—¿Ah, sí?
—Sí. Y no te alegres tanto.
—Gracias a Dios que ese hombre puede mangonearte, porque nadie más parece capaz de hacerlo.
—No necesito que me mangoneen —observó ella—. Lo siento de verdad, Josef. La próxima vez tendré más cuidado. Ahora ya sabemos a lo que nos enfrentamos.
Josef inspiró profundamente y asintió con la cabeza.
—Capto atisbos en tu mente, Skyler. Eres una tipa dura.
Skyler hizo una mueca.
—Yo no me llamaría tipa dura delante de mis padres o de alguien como digamos… el príncipe. Ellos no apreciarían la jerga moderna.
Josef sonrió por primera vez. Más bien fue una risita de suficiencia, pero Skyler lo aceptó. Al menos volvía a recuperar su sentido del humor.
—Necesitan relajarse y modernizarse un poco, sobre todo Gregori. Sigue viviendo en los tiempos del hombre de las cavernas.
—No tenemos que frecuentarlo mucho —observó Skyler—. Piensa en el pobre Paul, viviendo con la familia De La Cruz, y en particular el hermano mayor. No lo conozco pero he oído los rumores.
Josef se estremeció.
—Éstoy evitando completamente a la familia de Paul. Es la única cosa inteligente y segura que se puede hacer. Cuando esto termine, voy a esfumarme durante uno o dos siglos.
Unos golpecitos en la puerta anunciaron la llegada de Paul. Josef hizo un movimiento con la mano y la puerta se abrió. Skyler vio que fuera caía la noche con rapidez. Estaba nublado y las nubes se deslizaban por el cielo, pero no llovía.
Paul le dejó la sopa en la pequeña mesa.
—Vamos, Sky, come. Yo me he zampado un sándwich mientras esperaba tu pedido.
Le estaba diciendo en clave que se había comido un sándwich de carne y no quería que ella lo oliera y tuviera náuseas.
—Gracias, Paul. Te lo agradezco.
Miró el cuenco de sopa y meneó la cabeza porque su estómago ya se estaba rebelando.
—No es el enemigo —le dijo Josef—. Esto es sustento, precisamente lo que necesitas para recuperar fuerzas y poder sanar a Dimitri.
Skyler no se atrevió a inspirar hondo, pero asintió con la cabeza. Josef tenía razón. Tenía que ponerse fuerte enseguida y para ello era necesario comer. Se pasó la lengua por el labio inferior y se encontró con que tenía la piel muy seca. Pese a la ducha caliente aún estaba temblando, incapaz de mantener la temperatura de su cuerpo.
—Por mucho que la mires no va a desaparecer del plato —dijo Josef—. Queremos ponernos en marcha. Tenemos que recorrer mucho territorio y cuanto antes encontremos a Dimitri antes estará a salvo.
Skyler se acercó a la mesa y al cuenco de sopa humeante con cautela. El aroma, en lugar de despertarle más el hambre, le provocó más náuseas que nunca. Se tapó la boca con la mano y tomó asiento con cuidado en la silla colocada frente al cuenco de sopa. ¿Quién hubiera dicho que costaría tanto tomar unas cuantas cucharadas de sopa de verduras?
—Skyler. —Josef empleó su tono de voz más severo—. Estás perdiendo tiempo.
Ella se volvió rápidamente y le lanzó una mirada fulminante.
—¿No crees que ya lo sé? No me estás ayudando, Josef.
El simple hecho de moverse con tanta rapidez hizo que sintiera la cabeza a punto de estallar. Intentó contener la bilis en su estómago revuelto.
El estímulo mental era débil, pero el corazón le dio un vuelco y empezó a palpitar con expectación. Alargó la mano e inmediatamente sintió que el dolor estallaba en su cabeza. Paul hizo un sonido de angustia.
—Estás sangrando, Skyler.
Corrió al cuarto de baño a por un paño húmedo.
—Deja que Josef te ayude, querida. Yo no puedo, y necesitamos que estés fuerte.
Skyler cerró los ojos y las lágrimas le escocieron bajo los párpados. Dimitri había encontrado la manera de llegar a ella a pesar del sufrimiento que padecía. Ella no podía facilitarle las cosas tendiendo un puente hasta él. Sus habilidades psíquicas habían quedado mermadas tras la noche que pasó intentando sanarlo. Se sintió rodeada por su calor, su perdurable amor y su espíritu indomable.
Dimitri no se rendía… por ella. Estaba sufriendo un tormento infernal por la oportunidad de volver con ella. Skyler se abrigó con él, consciente de su necesidad de ayudarla y de lo afligido que debía de sentirse al no poder hacerlo.
—Te quiero, Dimitri. No abandones. Estaré ahí en cuanto pueda.
Dimitri sufría tanto dolor que no se daba cuenta de que ella lo decía literalmente. Sabía que volvería para sanarlo y no intentó ahondar más en su mente. Skyler sintió una oleada de dolor horrible y luego él desapareció. No recordaba haber salido disparada de la silla y haber alzado los brazos hacia el cielo tras aquel débil rastro psíquico, pero sí oyó su propio grito de pena cuando su voz se desvaneció.
El dolor la dejó sin aliento, pero al mismo tiempo la tranquilizó. Tenía que calmarse y curarse enseguida. Paul le metió un paño húmedo en las manos temblorosas con el que se limpió con cuidado la sangre que le salía de la nariz.
—Lamento haberte contestado mal, Josef —dijo—. Tendría que haberme limitado a pedirte ayuda.
—Y yo debería habértela ofrecido —contestó Josef, y la rodeó con el brazo—. Lo sacaremos de allí, Sky. Lo haremos. No me puedo creer que con todo el dolor que sufre haya conseguido llegar a ti aunque sólo sea por un momento. Te hago bromas sobre él, pero sabes que lo considero un hermano. Pocos machos carpatianos tolerarían una relación como la nuestra, la de nosotros tres, pero Dimitri la anima.
Skyler lo abrazó agradecida.
—Sabe que os quiero a los dos.
—¿Cómo quieres hacer esto?
—Haz que me lo coma y ya está. Y luego, si tienes fuerzas suficientes, vuelve a darme un poco de sangre. Acelerará el proceso de curación, pero no quiero experimentar nada.
—De acuerdo.
Skyler parpadeó y se encontró sentada a la mesa con un cuenco de sopa vacío delante. Su estómago protestó un poco, pero la sopa le resultó revitalizadora. O tal vez fue la sangre carpatiana que también le dio Josef.
—Gracias.
Seguía teniendo frío y tenían una larga noche por delante. A Skyler no le hacía demasiada ilusión cruzar el cielo nocturno a toda velocidad.
—Voy a transformarme en dragón. He estado practicando desde que encontraron a Tatijana y Branislava. Mi dragón puede llevaros a los dos en el lomo cómodamente —anunció Josef.
—Aún no ha dejado de temblar. Por más mantas que le he puesto encima se ha pasado el día muerta de frío —dijo Paul.
Skyler echó un vistazo al suelo, allí donde Paul había estado durmiendo. Por primera vez se dio cuenta de que no había mantas, de que todas estaban en la cama que había ocupado ella.
Josef hizo lo que hacían todos los carpatianos: confeccionar la ropa sin más. Ella se puso el chaleco de piel y luego el abrigo largo también de piel. Llegaba hasta el suelo y tenía capucha. También le dio unas botas forradas de piel y unos guantes.
—Estás muy elegante, Sky —comentó Paul riéndose—. Pronto nos enteraremos de que Josef va a dedicarse al diseño de moda.
Josef se encogió de hombros.
—Yo siempre tengo buen aspecto He considerado dedicarme a ello.
Tanto su expresión como su voz denotaron seriedad.
Skyler le dio un puñetazo en el brazo.
—Lo harías sólo para perfeccionar tus poderes, ¿verdad?
Josef le dirigió una sonrisita burlona.
—Por supuesto. ¿Qué tiene de divertido amoldarse?
Skyler siguió a los dos hombres que salieron fuera.
—¿No te das cuenta de que el karma te va a pasar factura? Es probable que de verdad seas el compañero eterno de una de las hijas de Gregori.
—O de ambas —terció Paul—. Como inconformista que eres, podrías ser el primer carpatiano en tener dos compañeras eternas. Gemelas. No está mal, Josef.
—Ja. Ja. Ja. Vosotros dos queréis verme muerto, ¿no es verdad? Gregorí me cortaría la cabeza y otras partes muy preciadas de mi anatomía y se las echaría de comer a los lobos.
—Poco a poco. Se las daría de comer a los lobos poco a poco y pondría tu cabeza a su lado para que lo vieras todo.
—¡Uf! Eso es asqueroso —soltó Skyler haciendo una mueca.
El abrigo de piel la estaba ayudando a controlar el continuo temblor. Incluso parecía que se le estaba calmando el dolor de cabeza.
—Por eso nos quieres tanto —señaló Paul.
—¿Cuánto crees que tardaremos en llegar allí? —preguntó Skyler.
—No vuelo tan rápido como un avión, pero creo que puedo llegar a los alrededores del bosque ruso al amanecer —respondió Josef.
Skyler se sorprendió.
—Pensé que nos llevaría un par de noches.
—Yo también —dijo Paul.
—Sentí el dolor de Dimitri a través de ti, Sky —explicó Josef—. Tengo una sensación de urgencia, y eso significa que tenemos que llegar tan rápido como podamos. Yo voy a intentarlo. Sinceramente, no sé si estoy lo bastante fuerte. Lo único que podemos hacer es probarlo. Tú tendrás que descansar todo lo que puedas, Skyler. Duerme si puedes. Paul no dejará que salgas disparada, pero te necesitamos en plena forma lo antes posible.
Ella asintió con la cabeza.
—Gracias, Josef. Sé que no va a ser una noche fácil para ti.
—Estamos juntos en esto —dijo Paul—. Dimitri también es nuestro amigo, Sky. Queremos hacerlo. No vamos a buscarlo solamente por ti. Ahora, más que nunca, tenemos que llegar hasta él. Si está sufriendo tal y como decís los dos, puede que seamos su única posibilidad.
A Skyler le entraron náuseas sólo con pensar en la plata venenosa abriéndose paso lenta y atormentadoramente por el cuerpo de Dimitri.
—Aguanta, amor mío —le susurró a la noche—. Vengo a por ti tan rápido como puedo.
Josef se alejó un poco y echó un vistazo rápido para asegurarse de que estuvieran solos. Paul había encontrado el lugar perfecto para pasar la noche. La casita se hallaba escondida en el bosque, un poco separada de la carretera. Una viuda alquilaba una habitación a los viajeros para ganarse un dinero extra. No había vecinos cercanos y eso proporcionó a Josef la intimidad que necesitaba para adoptar la forma de un dragón.
Extendió el ala y Paul ayudó a Skyler a subir a lomos del animal. Había conseguido una silla de montar doble para que el viaje nocturno fuera más cómodo. Skyler se deslizó en la silla y colocó los pies en los estribos mientras que Paul se encaramó detrás de ella e hizo lo mismo. La rodeó con los brazos.
—Si necesitas dormir —le dijo Paul—. Apóyate en mí.
—Gracias —repuso Skyler—. Estoy segura de que aceptaré tu oferta.
Ella había viajado por el aire muchas veces con los carpatianos. Gabriel la llevaba volando continuamente, utilizando varias formas. Siempre lo había disfrutado. Ése fue el principio de su pasión por volar y de la necesidad de sacarse la licencia de piloto. Volar se había convertido casi en una obsesión, pero Josef era joven para ser un carpatiano, e inexperto en comparación con los antiguos. Skyler no estaba segura de que poseyera la fuerza requerida para mantener la forma de dragón durante todo el tiempo que necesitaban, además de mantenerlos a salvo a Paul y a ella.
—Si te cansas, Josef, no te fuerces. Podemos encontrar un sitio para descansar.
—No te preocupes, Sky. Te di un sermón sobre forzar demasiado tu resistencia. No voy a cometer el mismo error y darte ocasión de que me digas: «Ya te lo dije».
El alegre regocijo de la voz de Josef la hizo sonreír en tanto que el dragón daba un par de sacudidas y agitaba las alas mientras se sostenía en dos patas. Skyler se agarró con fuerza mientras el animal empezaba a avanzar por el suelo dando saltos cada vez más altos. Entonces batió sus grandes alas y se esforzó para despegarse del suelo. Cuando al fin se elevaron por los aires, Paul lanzó una exclamación y Skyler soltó el aliento que había estado conteniendo.
—No ha sido muy elegante que digamos —comentó Josef—, pero lo hemos conseguido. Creo que vosotros dos necesitáis perder un poco de peso.
—¡Eh! Ahora sí que me siento ofendida. —Skyler adoptó su tono más altanero y brusco—. La culpa es de Paul.
Josef soltó un resoplido.
Para sorpresa de Skyler, Paul le clavó los dedos en la caja torácica y le hizo dar un chillido.
—Te creías a salvo, ¿verdad? Josef me ha conectado a esto de la telepatía. Funciona bastante bien.
—Deberíamos haberlo hecho hace mucho tiempo.
—Bueno, mi familia y yo podemos hablar, por supuesto —admitió Paul—. Es extraño que no pensáramos en ello. Sólo es sangre.
Skyler se echó a reír.
—¿No es curioso cómo ambos decimos «sólo es sangre»? Nosotros somos humanos y en nuestra cultura eso es todo un tabú, pero está claro que llevamos demasiado tiempo tratando a los carpatianos. Lo cierto es que esta mañana le pedí a Josef que me diera sangre, ¿verdad?
—Sí, lo hiciste, pero te vino bien.
Paul la sujetó con más firmeza cuando el dragón agitó las alas con fuerza para elevarlos por encima del pico de una montaña.
—¿Tienes frío? Quizá Josef hubiera tenido que proporcionarte ropa de más abrigo a ti también.
—Tengo la chaqueta. Si me entra demasiado frío le diré que se detenga y se lo pediré entonces.
Skyler supo de inmediato que Paul no había pedido ropa de abrigo expresamente. Si notaba que el dragón se estaba cansando, tenía pensado pedirle a Josef que bajara a tierra con el pretexto de que tenía frío.
—Eres un buen amigo, Paul —dijo Skyler—. ¿Has mirado bien este dragón? Es el dragón más guay que he visto nunca.
Incluyó a Josef en el comentario.
El dragón era negro, pero todas sus escamas tenían la punta de un azul intenso, igual que el pelo de Josef. El cuerpo del dragón era bastante grande, la cola larga y con púas. Todas las púas tenían la punta azul.
—Hasta tu dragón tiene estilo —comentó Paul.
—Tu dragón es absolutamente impresionante —añadió Skyler con admiración.
—Es genial, ¿verdad? —Josef parecía satisfecho.
—Totalmente —coincidió Skyler.
—Deberías ver mi lechuza —dijo Josef—. Las plumas quedan súper guay con la punta azul. A veces también le pongo unas plumas azules de punta en la cabeza.
Skyler miró la cabeza en forma de cuña. Por descontado, unas púas con la punta azul sobresalían de la cabeza del dragón. Riendo, le dio unas palmaditas en el cuello al animal.
—¡Eres tan maravilloso, Josef! Me encanta todo de ti.
Josef tenía un aire muy divertido. En las peores situaciones, como aquélla, aún era capaz de hacerla reír.
—¿Habéis pensado cómo vamos a encontrar a Dimitri? —preguntó Paul—. Me imagino que estará retenido en un lugar aislado rodeado de unos cuantos licántropos muy duros que, por cierto, serán una manada de cazadores. Digo yo.
—Tuvieron que llevarle a algún lugar donde crean que tienen el control —dijo Josef—. Los carpatianos no deben de estar demasiado cerca o no estarían utilizando ese bosque para retenerle. Podría pedir ayuda.
Skyler negó con la cabeza, aunque como estaba sentada a lomos del dragón, Josef no vio el movimiento.
—No estoy segura de que pudiera. Me bloqueó, y quizás haya bloqueado también a todos los demás, pero nuestra conexión es… diferente, más fuerte. Ninguno de los dos sabe por qué, pero parece ser que juntos somos capaces de abarcar distancias que otros no pueden.
—Así pues, ¿vas a ponerte a caminar por el bosque sin más, como Caperucita Roja? —preguntó Paul.
Skyler ladeó la cabeza contra el hombro de Paul para verle la cara.
—Eso es exactamente lo que voy a hacer.
—La verdad es que voy a darle una capa roja con capucha —terció Josef—. Queremos que el gran lobo malo la vea con facilidad.
Paul se quedó callado un momento y a juzgar por su ceño fruncido estaba claro que no le gustaba la idea.
—¿Y si la matan? Estás corriendo un riesgo enorme con su vida, Josef. Puede que parezca divertido darle una capa roja y una capucha y mandarla a recorrer el bosque sola, pero no será tan divertido si aparece muerta.
—Los licántropos no matan humanos —dijo Skyler—. Lo investigamos detenidamente —continuó—. Sólo lo hacen los renegados, y los licántropos los tratan igual que los carpatianos tratan a los vampiros. A Dimitri no se lo llevaron los renegados. Lo tienen los licántropos.
—¿Cómo va a saberlo nadie? ¿Acaso llevaban camisetas proclamando la diferencia? —Soltó Paul rebosando sarcasmo.
Se hizo un breve silencio.
—Nunca consideré que pudieran ser los miembros de una manada de lobos renegados los que se lo llevaron —dijo Josef—. Todo el mundo supuso que fue un equipo especial de licántropos de élite, tipo comando, porque dos de ellos desaparecieron al mismo tiempo que Dimitri, pero Paul tiene razón, Sky. Nadie lo sabe con seguridad. Quizá tengamos que reconsiderar nuestro plan.
—Si fueran renegados —sostuvo Skyler—, lo habrían matado en el acto. No tendrían ningún motivo para sacarlo del país y mantenerlo vivo sólo para torturarlo. Los renegados matan y se comen a su presa. Son hombres lobo que ansían carne cruda y sangre fresca.
—¿Estás dispuesta a apostar tu vida en ello? —le preguntó Paul.
No era su vida lo que le preocupaba. Era la de Dimitri. Era evidente que si no lo encontraban a tiempo, y aunque ella pudiera impedir que hasta la última de las balas trazadoras de plata se abrieran paso por su cuerpo, los licántropos acabarían hallando otra forma de matarlo. Tenían que encontrarlo. Tenía que encontrarlo.
—Sí, Paul. Voy a recorrer el bosque y a rezar para que me encuentre un licántropo. Ése es el plan. Me alejaré de nuestro campamento y me perderé. Tú y yo formamos parte de un grupo de alumnos que estudian a los lobos en estado salvaje. Los documentos están en perfecto orden, la página está en Internet y parece sumamente legal, y cuando me encuentren, la esperanza es que me devuelvan al campamento, no que se me coman para cenar.
—Siempre supe que estabas un poco loca, Sky —dijo Paul—. Podrían matarte.
Skyler reconoció que podría ser que la mataran, pero la vida que iba a tener no valdría mucho si Dimitri no formaba parte de ella. Quizá no fuera carpatiana, pero era su compañera eterna, tanto si la había reclamado como si no. Sabía que sus emociones no eran el enamoramiento de una jovencita, ni las fantasías románticas por las que sabía que sus amistades de la universidad creían que se dejaba llevar. Dimitri era un hombre especial. Nunca iba a encontrar a otro hombre como él, uno totalmente centrado en ella. Era la única mujer a la que miraría jamás. Ella era su mundo. Su otra mitad. Resultaba imposible explicar a nadie aquella sensación. Ninguno de sus amigos de la universidad sería capaz de concebir esa clase de devoción.
Lo que Paul aún no entendía, y tal vez Josef tampoco, pues era demasiado joven, era que ella estaba igualmente comprometida con Dimitri. Atravesaría el fuego para llegar a él, por lo que una excursión por lo profundo del bosque, aunque pudiera ser aterradora, no la detendría.
Daba igual quien la encontrara. Y había rezado mucho para que fuera el cazador de élite del que Josef había oído hablar a todo el mundo, Zev, quien acudiera a rescatarla. Daba la impresión de ser un licántropo decente que sin duda podía protegerla de cualquier otra persona o cosa que la amenazara.
—Ésta es la realidad de la situación, Paul —dijo Skyler—: Podría ser que me mataran. Si no lo encuentro, Dimitri morirá. No le queda mucho tiempo. Aunque los carpatianos hayan emprendido una misión de rescate para buscarle, no llegarán a tiempo. No saben lo de los ganchos de plata.
Se le revolvió el estómago otra vez de forma inesperada.
—Le pusieron ganchos en el cuerpo y lo colgaron de los árboles como un pedazo de carne.
No pudo evitar que las lágrimas y el horror endurecieran su voz. No se molestó en intentarlo.
Paul la estrechó entre sus brazos y le acarició el hombro con la barbilla.
—Lo encontraremos, hermanita, y cuando lo hagamos, lo sacaremos de allí.
El viento le arrancó las lágrimas del rostro. Se encogió en la calidez de las pieles, agradecida por tener dos amigos que la querían tanto como para arriesgarlo todo por su compañero eterno. Notó que Paul empezaba a temblar detrás de ella.
—Quizá deberíamos buscar un sitio para que Josef descienda y te dé una ropa de más abrigo.
—Todavía no. Aún vuela con fuerza y estamos recorriendo kilómetros con rapidez. Cuando se canse, tendré la ropa de abrigo. Duérmete. Hablar de esta forma seguramente no sea lo que más te conviene.
Skyler no había pensado en eso. Estaba tan acostumbrada a comunicarse telepáticamente que no había considerado que consumía energía psíquica al hacerlo, aun teniendo tan cerca a su interlocutor.
Ella no le respondió. Estaba cansada. Paul no dejaría que se cayera. Cerró los ojos y consiguió quedarse dormida.