Capítulo 2
Paul Jansen rodeó a Skyler entre sus brazos y la abrazó con fuerza. Era más alto de lo que ella recordaba, con un torso y unos hombros anchos. Había ganado peso y parecía más un hombre que un chico. Trabajaba duro en el rancho familiar y eso se notaba en sus brazos fornidos, musculosos e intensamente bronceados y en su seguridad. Aparentaba más de los veinte años que tenía; le pesaba la responsabilidad.
Skyler le devolvió un abrazo igual de fuerte.
—Gracias por venir. No te lo habría pedido si no estuviera tan desesperada.
Paul extendió los brazos sin soltarla y la observó detenidamente con una pequeña sonrisa de afecto en el rostro.
—No me lo perdería por nada del mundo. Hace mucho tiempo hicimos un pacto, los tres. Si alguno de nosotros estaba en apuros acudiríamos corriendo. Me alegro de que me llamaras.
Josef le estrechó los antebrazos con el saludo tradicional carpatiano entre guerreros, lo cual chocó un poco a Skyler. Josef no tenía nada de tradicional y siempre la sorprendía cuando empleaba alguno de los rituales antiguos.
—Me alegro de verte, hermano. Ha pasado mucho tiempo. No dejan que te escapes del trabajo muy a menudo, ¿verdad? —dijo Josef.
Paul lo abrazó al más tradicional estilo humano.
—Cuido de mis hermanas, sobre todo de Ginny. Los hermanos De La Cruz y sus compañeras eternas tienen enemigos y durante el día hay que dirigir el rancho y cuidar de Ginny.
—Tú siempre trabajaste demasiado duro —comentó Josef, que le devolvió el abrazo—. Me alegro de verte. Chatear por internet no es suficiente. ¿Cómo está tu hermana? Está creciendo muy deprisa.
—Ginny es asombrosa con los caballos, como siempre lo ha sido Colby. Además es muy guapa, lo cual implica que tenga que vigilar a todos los peones del rancho y asegurarme de que no tengan ninguna ocurrencia.
Paul sonrió ampliamente, pero no había regocijo en sus ojos.
Skyler tuvo que sonreír. La mayoría de los cazadores carpatianos eran duros como el hierro e incluso más, pero Colby, la hermana de Paul, había entrado en una de las familias más duras de todas. Era la compañera eterna de Rafael De La Cruz. Había cinco hermanos y a todos ellos se les consideraba sumamente letales, algunos de los depredadores más temidos del planeta. Estaba claro que Paul ya había aprendido mucho de ellos. Skyler no tenía ninguna duda de que también había aprendido a defenderse. Combatía contra los vampiros y realizaba el trabajo de un hombre en el rancho, dirigiendo las cosas mientras los carpatianos dormían durante el día.
—Josef, carga tu ataúd en la camioneta, por favor —le dijo Skyler—. Hay que ponerse en marcha. Tenemos que estar de camino por si acaso viene alguien a buscarnos.
Paul echó un vistazo al ornamentado ataúd y estalló en carcajadas.
—¡Fíjate en eso! Te has estado divirtiendo, ¿verdad, Josef?
Skyler puso los ojos en blanco.
—No lo animes. No tienes ni idea. De hecho, puso en los documentos oficiales que la causa de la muerte había sido un corazón roto. ¿Te lo puedes creer?
Pau se rió aún más.
—No esperaría menos de él. —Le alborotó el pelo a Skyler—. Te has vuelto guapísima. ¿Quién lo diría?
Josef lo miró con el ceño fruncido.
—La ves casi cada día en FaceTime o Skype. Tiene el mismo aspecto de siempre. En cambio, tú te has dejado crecer el pelo. Hasta empiezas a parecerte a los hermanos De La Cruz. ¿Estás loco?
Paul se encogió de hombros y con el pulgar empujó hacia atrás el sombrero vaquero que llevaba.
—Todo el mundo les tiene un poco de miedo a los hermanos De La Cruz. No me importa en absoluto estar relacionado con ellos. Eso me convierte automáticamente en un cabrón.
Skyler se sorprendió riendo, y relajándose, por primera vez desde hacía días. Se le había olvidado la cómoda camaradería que compartía con Paul y Josef cuando estaban juntos de esa forma. Los quería a ambos y sabía que ellos la correspondían. Puede que los dos le tomaran el pelo sobre Dimitri, pero le tenían un gran respeto. Querían encontrarle tanto como ella.
A Josef le preocupaba que Skyler no supiera las consecuencias de sus acciones, pero era perfectamente consciente de ello. ¿Cómo no iba a serlo? Estaba mintiendo a la gente que quería. Y sabía, sin sombra de duda, que la familia De La Cruz protegería a Paul igual que Gabriel y Lucian la protegerían a ella. Los hermanos De La Cruz habían estado mucho tiempo lejos de los montes Cárpatos y dictaban sus propias leyes. Eran leales al príncipe pero, al mismo tiempo, era el mayor, Zacarías, el que gobernaba las acciones de todos. Él nunca permitiría, bajo ningún concepto, que un miembro de su familia estuviera en peligro sin acudir en su ayuda.
Skyler había pensado mucho en lo que estaba haciendo. Paul era importante para ella y él lo sabía. Habían discutido abiertamente lo que harían los hermanos De La Cruz si el plan fracasaba y se metían en problemas. La familia De La Cruz era la que más tenía que perder. Si los licántropos se salían con la suya en la cumbre que pronto tendría lugar en los montes Cárpatos, darían caza a MaryAnn y a Manolito De La Cruz y los matarían, igual que harían con Dimitri. Los consideraban los temidos Sange rau, literalmente mala sangre, una mezcla de licántropo y carpatiano.
Se quedó mirando a Josef mientras éste metía flotando el ataúd en la parte trasera de la camioneta. Era asombrosamente hábil moviendo objetos. Ella podía hacerlo, pero no con tanta facilidad como él. Josef había atravesado una fase difícil, pero sin duda la había superado y utilizaba sus dones de carpatiano con gran destreza y sin problemas. Se le consideraba un niño a ojos de los machos carpatianos de siglos de edad. A los jóvenes carpatianos no se les tenía por adultos hasta que no alcanzaban su quincuagésimo año.
Los carpatianos apenas estaban empezando a comprender la genialidad de Josef con la tecnología, especialmente con los ordenadores. Poco había que no pudiera hacer, nada que no pudiera piratear y ningún programa que no pudiera diseñar. Skyler estaba casi segura de que aún no reconocían la enormidad de sus habilidades y lo que eso significaba para su pueblo. Los carpatianos eran intelectuales, pero sabía que Josef era un verdadero genio que iba kilómetros por delante de la mayoría de la gente de cualquier especie.
Paul y Josef eran intrusos en su propio mundo, igual que lo era ella en menor grado. Ella vivía con unos padres carpatianos que la trataban con cariño, pero no era carpatiana. Paul también estaba rodeado de carpatianos, pero tenía que vivir en un mundo humano, aunque ya no encajara en él. Había visto vampiros, incluso lo había poseído uno de ellos. Y luego estaba Josef. Su mirada se posó en él. Extravagante. Un rebelde. Sí, era ambas cosas, pero también era leal, brillante y una persona con la que siempre se podía contar.
Skyler siempre había sentido mucha pena por él. No podía negar que lo quería, y Dimitri lo sabía, por supuesto. Él lo sabía todo sobre ella. Hacía tiempo que había abierto su mente a su compañero eterno. Al principio había permitido que Dimitri entrara en su mente con la vaga idea de que, después de su horrible niñez, vería que nunca podría ser lo que él quería que fuera. Él se había mostrado entonces igual que ahora. Categórico. Implacable. Seguro. Cariñoso.
Era un hombre al que casi era imposible resistirse. Bueno. Está bien. Su resistencia a la idea de ser su compañera eterna se había desvanecido por completo. Sólo necesitaba un poco de tiempo para ir adquiriendo confianza en sí misma y que, llegado el momento, fuera capaz de ser una compañera completa para él.
Skyler se mordió el labio con fuerza e hizo una mueca al sentir el dolor. Aún no había llegado a ese punto, no en la parte física, pero eso no importaba, ni llegaría a importar si él no sobrevivía.
El suave codazo que Josef le dio en broma le hizo dar un salto. Su amigo soltó un quejido.
—Ya está otra vez en las nubes. Últimamente le ha dado por hacerlo, Paul. Estás hablando con ella y parece una persona normal, pero luego pone esa cara de boba sensiblera y esa mirada empalagosa y se va a alguna otra parte. Creo que antes de hacer nada más tenemos que llevarla a que la vea un médico y rápido.
—¡Tú sí que vas a necesitar un médico!
Skyler respondió con una rápida patada en la espinilla de Josef y, cuando él dio media vuelta para huir, se le subió a la espalda de un salto y fingió darle puñetazos en las costillas.
—¡Socorro, ayudadme, se ha vuelto loca!
Josef giraba en círculos para quitársela de encima, pero la sujetaba bien.
—Vamos, tontos. No podemos estar seguros de que alguien no haya averiguado ya que Skyler no está donde dijo que estaría —advirtió Paul—. Lo único que tienen que hacer Francesca o Gabriel es intentar ponerse en contacto con ella.
Josef dejó de dar vueltas como un loco y dobló las rodillas para dejar a Skyler en el suelo. Echó un vistazo en derredor con repentina desconfianza.
—No creo que vayan a encontrarnos tan rápido, hermano —dijo Paul.
—No. Francesca y Gabriel no —repuso Josef, que se puso delante de Skyler y con un brazo la situó detrás de él—, pero algo sí lo ha hecho.
—Puedo ayudar —terció Skyler entre dientes—. Soy muy hábil en toda clase de defensa.
Atisbó por detrás de Josef. Se había encontrado y enfrentado con toda clase de monstruos que la aterrorizaban, pero no tenía intención de demostrar miedo delante de ninguno de sus dos amigos, y menos aún cuando éstos estaban arriesgando la vida por su plan más bien desesperado de recuperar a Dimitri de manos de sus captores.
Paul se acercó por el otro lado.
—Cierra el pico, lunática, y déjanos ver qué se nos viene encima.
—El ataúd ya está en la camioneta, ¿queréis que intentemos marcharnos en ella? —sugirió Skyler esperanzada.
—Yo preferiría enfrentarme a ellos al aire libre —respondió Paul—. ¿Josef?
Josef alzó la mano con los dedos extendidos.
—Son cinco. Matones. Vieron cerrar el establecimiento al tipo de aduanas y quieren venir a ver lo que podría haberse dejado. Dos de ellos van muy colocados. Todos han estado bebiendo. No son vampiros.
Skyler agarró a Josef del brazo.
—Pues marchémonos. Cinco humanos con cuchillos y cadenas y tal vez armas aun pueden retrasarnos. Salgamos de aquí.
—No creo que tengan intención de dejar que cojamos la camioneta, Sky —replicó Josef—. Tienen los ojos puestos en nuestro vehículo.
Skyler suspiró. Josef y Paul tenían ganas de pelea. Ambos tenían energía contenida así como furia reprimida contra su príncipe y los demás cazadores. Y para ser totalmente sincera, ella también. Estaba enojada. Furiosa. Dimitri merecía mucha más lealtad de la que su gente le estaba demostrando. Los habían dejado a los tres al margen por ser demasiado jóvenes para contar con ellos cuando la persona que era su otra mitad estaba en peligro. Eso no estaba bien. Ella era la compañera eterna de Dimitri y, como mínimo, deberían tenerla informada en todo momento, no apartarla como a una niña incapaz de entenderlo.
Respiró profundamente, consciente de que el único de ellos que tenía aspecto de poder manejárselas era Paul. A Josef no lo tendrían en cuenta. Era alto y desgarbado, pero no había desarrollado la musculatura exterior que podría impresionar a un grupo de matones como los que hacen posturas. Por supuesto, a quien todos deberían temer era a Josef, pero él tenía el aspecto del informático que era.
Skyler escuchó las tonterías que se decían y suspiró levemente. A veces el mundo parecía ser igual allá adonde iba. Londres, Sudamérica, Estados Unidos, incluso su querida Rumanía tenía los mismos individuos que preferían robar antes que ganarse las cosas.
—Eres demasiado blanda, Sky —le dijo Josef—. Te matarían por esas botas tan elegantes que llevas.
Lo peor era que probablemente Josef tuviera razón. Él podía leerle el pensamiento. Ella también podía, si quería, cosa que no hizo. A veces sólo quería fingir que la mayoría de las personas eran buenas de verdad, como Gabriel y Francesca, y no los monstruos que había conocido de pequeña. El hecho de vivir en un mundo en el que sabía que existían los vampiros y monstruos no le hacía ningún bien a su fantasía.
Lo primero que percibió fue el olor de los cinco hombres que se les acercaban. Sin duda dos de ellos iban drogados. La peste a alcohol era fuerte, lo cual no era buena señal. Su experiencia con el alcohol no era la mejor. Estaba muy claro que los hombres que iban bebidos tenían incrementado el sentido de la bravuconería y debilitado el buen juicio. Lo más probable era que esos cinco se creyeran capaces de cualquier cosa.
Los observó mientras se acercaban y se fijó en que los dos más rezagados estaban a todas luces borrachos. No podían caminar en línea recta, pero uno de ellos tenía una pistola. Vio que acariciaba el cañón y a ella le pareció el más peligroso. Mantuvo la mirada clavada en él.
—¡Vaya, mira lo que hemos encontrado! —exclamó el autoproclamado líder. Señaló a Skyler y dobló el dedo meñique—. Ven aquí.
Josef les sonrió enseñando deliberadamente sus dientes más largos y afilados.
—Lo mejor será que os marchéis mientras tengáis oportunidad.
—Nadie está hablando contigo —replicó el líder con brusquedad—. Acércate —añadió con la mano en el cuchillo.
—No va a ir a ninguna parte —dijo Josef, cuyos ojos adoptaron un brillo rojizo—. Os estoy advirtiendo por última vez, aunque tengo un poco de hambre. Acabo de despertarme, pero todos vosotros apestáis a alcohol y soy contrario a beber hasta ese punto.
—Mira ese cacharro, Gustoff. —El tipo que estaba a la derecha del líder señaló la camioneta—. Y un ataúd genial. Yo quiero eso.
—Ése es mi dormitorio —terció Josef—. Y no te he invitado.
Gustoff ya se había hartado de tratar con Josef. Sacó el cuchillo e inmediatamente los demás hicieron lo mismo. Skyler no estaba tan preocupada por los cuchillos como por la pistola que empuñaba el borracho. La apuntó directamente a Josef. Ella se concentró en el objeto. La pistola pareció adquirir vida propia. La sonrisa de satisfacción del rostro del borracho se desvaneció lentamente cuando el arma empezó a volverse contra él. Por mucho que intentaba girar la mano, el arma siguió dando la vuelta hasta que lo apuntó a él.
—¡Gustoff! —exclamó.
Gustoff echó un vistazo por encima del hombro.
—Deja de hacer el tonto.
—No hago el tonto —insistió el borracho. Le temblaba la mano. Intentó abrirla pero tenía la palma firmemente cerrada en torno a la pistola y el dedo pegado al gatillo—. Va a dispararme. Haz algo.
Gustoff puso mala cara.
—Petr, ayuda a ese idiota.
Petr entró rápidamente en acción y agarró la pistola. No pudo moverla, ni tampoco pudo sacar la mano del borracho de ella.
Alarmado, Gustoff se volvió hacia Josef con el cuchillo al frente y la hoja hacia arriba.
—Eh, a mí no me mires, eso es cosa suya —dijo Josef señalando a Skyler—. Tiene una vena malvada. Yo soy el bueno. —Mientras hablaba, los botones de la camisa de Gustoff empezaron a saltar. Los vaqueros se le abrieron por las costuras.
Paul se rió con desprecio.
—Muy bueno, Josef.
—¡A por ellos! —gritó Gustoff, furioso.
Los demás se precipitaron hacia ellos empuñando los cuchillos. Uno de ellos hacía girar una pesada cadena metálica. Skyler se situó detrás de Paul y Josef y extendió su concentración para abarcar las otras armas. En esta ocasión cambió la temperatura de modo que mientras esos idiotas borrachos las empuñaban, los cuchillos y la cadena empezaron primero a calentarse y luego a quemar.
Paul bajó la mano con fuerza contra la muñeca del que iba a por él, le agarró la mano que sostenía el cuchillo y se la giró hacia arriba y a un lado al tiempo que avanzaba. El hombre cayó con fuerza y un audible crujido indicó una muñeca rota. Entonces apartó el cuchillo de un puntapié y al hombre le propinó una patada en la cabeza.
Dos de ellos se precipitaron contra Josef. Éste se desvaneció y los dos tipos se quedaron mirándose el uno al otro. Uno de los dos iba haciendo girar la cadena, pero ahora los eslabones metálicos tenían un tono rojizo que resplandecía en la noche, una extraña veta de fuego que giraba sobre su cabeza. De pronto la cadena recibió un tirón desde atrás y con la misma rapidez se enroscó en el cuerpo del hombre. Éste gritó cuando los eslabones al rojo le tocaron la piel.
El que quedaba giró rápidamente sobre sus talones, intentando encontrar a Josef, casi histérico de miedo. El metal de su cuchillo empezó a resplandecer a medida que iba aumentando de temperatura. Abrió la mano de golpe y el cuchillo cayó al suelo.
Paul fue a por él de inmediato y le propinó un puñetazo en la boca que lo lanzó hacia atrás. Remató su ventaja con una patada frontal al estómago con sus botas de puntera de acero.
Josef apareció de la nada justo delante de Gustoff. El líder le lanzó una cuchillada, pero Josef lo agarró por la muñeca con un apretón mortal y lo hizo girar de modo que le atrapó el cuello con el brazo. Era inmensamente fuerte, resultaba imposible desprenderse de su agarre. Inclinó la cabeza hacia el palpitante pulso de su presa.
—Llevo tiempo sin comer —susurró—. Y necesito sangre para sobrevivir. Qué mala suerte que aparecieras y no hicieras caso de mi advertencia.
Clavó profundamente los dientes en aquel pulso retumbante, dejando que Gustoff sintiera un dolor ardiente. El miedo había regado la sangre de adrenalina, lo que contribuyó a anular el amargo y desagradable sabor del alcohol. Gustoff gritaba y gritaba, horrorizado ante el vampiro que le consumía la fuerza vital.
Su banda de matones se quedó paralizada, sólo miraban con absoluto terror.
—Eres siempre tan bueno haciendo teatro —dijo Skyler—. Les estás dando todo un espectáculo.
Josef ya tenía los ojos completamente rojos, relucían como dos ascuas gemelas en la oscuridad. Mejoró el aspecto de Gustoff, dejándolo más pálido con cada minuto que pasaba. Dio la impresión de que su cuerpo empezaba a convulsionarse. Entonces lo dejó caer al suelo. Dos finos hilos de sangre le bajaban de la boca hasta el mentón.
Skyler puso los ojos en blanco.
—No puedo seguir apuntándole con esta pistola eternamente.
Josef volvió bruscamente la cabeza hacia el borracho que sostenía la pistola. Posó la mirada en él.
—Pareces sabroso.
—No lo soy. No lo soy.
El borracho meneaba la cabeza e intentó retroceder tambaleándose.
Josef agitó la mano y el borracho no pudo moverse. Entonces fue flotando hasta él sin prisas, moviendo las manos como si nadara.
—¡Oh, cielo santo! ¿Tienes que hacer eso? —preguntó Skyler.
Paul se dobló en dos de la risa. Cuando uno de los hombres que estaba en el suelo se movió, le propinó otra patada, pero ni siquiera eso impidió que se divirtiera con las payasadas de Josef.
—Sí, palomita mía. Tengo que hacerlo. ¿Qué tiene de divertido ser carpatiano si en realidad no puedes darle un susto de muerte a alguien?
—Josef, tienes una vena malvada.
Josef alcanzó al borracho. Le tendió la mano para que le diera el arma. El borracho extendió el brazo y, para su sorpresa, el arma cayó en la palma de Josef.
—Gracias —le dijo con una ligera inclinación formal. Retiró las balas y acto seguido estrujó el arma con el puño.
Paul se deslizó en el asiento del conductor.
—Vamos, Skyler, salgamos de aquí.
Ella ocupó el pequeño asiento plegable de la parte de atrás. Josef era alto y necesitaría espacio para estirar las piernas. Paul puso en marcha la camioneta y condujo rodeando a los cinco hombres, sacó la cabeza por la ventanilla y llamó a Josef.
—Venga, hombre, vámonos.
Josef le dijo que se fuera con un gesto de la mano y se volvió a recoger las armas. Las fue destruyendo una a una. A continuación agitó la mano hacia los hombres y sus ropas desaparecieron, con lo que quedaron desnudos en el suelo.
—Resulta un poco difícil robar y matar cuando estás con el culo al aire, ¿no es verdad? Os estaré vigilando. No me hagáis tener que volver.
Se elevó por los aires, riéndose, y salió disparado tras la furgoneta.
Aún se reía cuando se materializó en el asiento del acompañante.
Skyler le dio un cachete en la cabeza desde atrás.
—Les quitaste la ropa, ¿verdad? —dijo para beneficio de Paul que, si bien era cada vez más hábil con la comunicación telepática, no podía fundir su mente y leer pensamientos como ella podía hacer con Josef, aunque estaba aprendiendo muy deprisa.
Paul rió disimuladamente y levantó la mano para chocar los cinco con Josef.
—Oh, sí, me gustaría ver cómo se escabullen de vuelta a casa en pelotas.
Ambos estallaron en carcajadas.
Skyler puso los ojos en blanco e intentó con todas sus fuerzas no reírse con ellos.
—Eres imposible, Josef. Esos hombres van a tener que llegar a su barrio en cueros.
Se tapó la boca con la mano, pero se le escapó la risa de todos modos.
Cruzó la mirada con Paul por el espejo retrovisor y Josef se volvió en el asiento con los ojos centelleantes de regocijo. Los tres se echaron a reír.
Skyler había olvidado cómo era estar con ellos. En la universidad había hecho nuevas amistades, pero siempre fue cautelosa con ellas… tenía que serlo. En casa, Gabriel y Francesca eran unos padres cariñosos y maravillosos. Su hermana pequeña, Tamara, era la niña más adorable del mundo y no podía imaginarse la vida sin ella, pero no podía ser sincera con ellos sobre su relación con Dimitri.
Ella no era carpatiana y no podía esperar a tener cincuenta años para estar con su compañero eterno. Ella era humana. Sin Dimitri, tal vez no hubiera superado muchas de las largas noches en las que se despertaba empapada en sudor y con los recuerdos de los hombres manoseándola, haciéndole daño, golpeándola y utilizándola. Ella era una niña, pero eso no les había importado.
Había aprendido a mantener sus gritos silenciosos, internos, y cuando tenía pesadillas hacía lo mismo. Dimitri siempre la oía. Siempre. Acudía a ella en la oscuridad de la noche, en sus peores momentos, rodeándola de un amor incondicional. Nunca le pedía nada. Nunca reivindicaba sus derechos o le echaba en cara que sufría porque ella no era capaz de ser su compañera eterna por completo.
Y sí, sufría. Con el paso de los años, Skyler se hizo más hábil a la hora de acceder a su mente y a sus recuerdos. Vio claramente la terrible oscuridad agazapada como un monstruo, susurrando tentadoramente, intentando destruirle.
—Dimitri. Querido. Tengo tanto miedo por ti. Te tengo cerca de mí, finjo que estoy segura de que estás vivo, miento a mis más íntimos y queridos amigos, pero en realidad a duras penas puedo respirar. Siento tan cercano el terror de estar sin ti… tan real.
Esperó allí en la oscuridad, agradecida por el asiento trasero de la camioneta, agradecida de que Paul y Josef estuvieran peleando por la música y la creyeran dormida. Ella mantuvo los ojos cerrados y la respiración acompasada, pero el corazón le latía con demasiada fuerza, le palpitaba demasiado rápido y seguro que Josef, al menos, podía detectarlo. De ser así, fue lo bastante educado para no poner en evidencia su fingimiento.
El silencio se prolongó. No hubo respuesta. Aun en sus peores momentos, una vez incluso durante una batalla con un vampiro, Dimitri siempre le había mandado unas palabras de consuelo si ella lo buscaba, por breves que fueran. El silencio era frío y solitario y le resultaba sumamente aterrador. Había vivido demasiado tiempo en una pesadilla sin forma de escapar hasta que Francesca la había encontrado. Pero aun así, siempre había pasado las noches atrapada en aquellos primeros años, que se repetían una y otra vez hasta que creyó que se volvería loca.
Francesca había hecho todo lo que se le había ocurrido para ayudarla a aliviar las pesadillas, incluido darle sangre carpatiana. Se turnaba con Gabriel junto a su cama cuando las pesadillas eran tan malas que sólo hacía que gritar y no reconocía a nadie. Llamaron a sanadores. Nada funcionaba… hasta que llegó Dimitri. Sólo Dimitri se interponía entre ella y su pasado. Ahora ese escudo había desaparecido y, por mucho que lo intentara, no podía llegar hasta él.
El terror se apoderó de ella. El dolor. La desesperación. Era imposible seguir adelante si Dimitri no estaba en el mundo. Su caballero. Su otra mitad. Tomó aire y volvió a intentar llegar a él vertiendo todo lo que sentía, todo lo que era, en su urgente plegaria.
—Amor mío. Si crees que me proteges de algo terrible, no puede ser peor que pensar que estás muerto. Te necesito. Necesito tu contacto. Aunque sólo sea por un momento. Sin ti no puedo respirar. Necesito saber que estás vivo y que hay esperanza para nosotros.
El arrebato de dolor fue absolutamente atroz. El cuerpo se le puso rígido. Se convulsionó. Los pulmones se le vaciaron con un largo grito que cesó bruscamente cuando se quedó sin reservas de aire. No podía pensar, el dolor convertía en fuego todas sus terminaciones nerviosas. Se desgarró la piel con las uñas intentando calmar el ardor.
Apenas fue consciente de que la camioneta se detuvo, de que Josef la levantó del asiento trasero, la sacó del vehículo y la tendió sobre la hierba. Paul le sujetó las manos para evitar que se arrancara la piel.
—Respira —le ordenó Paul—.Vamos, Skyler, respira ya. Toma aire.
Ella se lo había buscado, y si lo pasaba así de mal estando tan lejos de él, ¿cómo debía de ser para Dimitri? Se obligó a llenar los pulmones de aire. No había forma de apartar el dolor. Su conexión con Dimitri era demasiado intensa.
Miró a Josef. Él era carpatiano y era fuerte cuando quería. Skyler sabía que estaba pidiendo, suplicando ayuda con la mirada.
—Paul —dijo Josef en voz baja—, ha encontrado a Dimitri y la cosa es grave. Tengo que ayudarla. Eso quiere decir que tendrás que protegernos; cuando haya terminado vuelve a meternos en la camioneta y dame sangre.
Paul asintió.
—Yo me encargo, tú ayúdala.
Josef no perdió el tiempo.
—Soy todo tuyo, Skyler, toma mi fuerza y energía libremente. Dondequiera que esté, ayúdale.
Skyler no se atrevía a respirar e intentar vencer de nuevo aquel dolor que le nublaba la mente. Necesitaba prácticamente todo lo que tenía para seguir consciente mientras seguía el hilo hacia Dimitri. Si Josef no hubiera estado con ella, hubiese sido imposible. Dimitri se hallaba a mucha distancia. Los licántropos que lo habían atrapado se las habían arreglado para sacarlo rápidamente del país. No dejaron ningún rastro; Josef había conseguido la información para ella.
Ella sabía que el dolor que estaba sintiendo no era nada en comparación con lo que estaba pasando Dimitri. Cuando estableció contacto para hacerle saber que estaba vivo, la protegió intentando bloquear tanto dolor como podía y rompiendo la fusión de sus mentes para evitar que ella lo sintiera.
Skyler hizo uso de toda la fuerza y disciplina que poseía. De niña la habían forjado en los fuegos del infierno. Y esos mismos fuegos la habían pulido de joven. Era una Cazadora de dragones. Una hija de la Madre Tierra. Era una poderosa vidente por derecho propio. Se negó a perder el hilo que la conducía a su compañero eterno. No iba a durar mucho sometido a esa clase de tortura… porque lo estaban torturando. Así que concentró su mente en una única cosa: permanecer con Dimitri, seguir aquel débil rastro hacia él.
El canal telepático era irregular, se desvanecía, era muy débil, pero Skyler pudo seguirlo, seguir aquellas huellas psíquicas que le eran tan conocidas. El dolor surcó su cuerpo hasta que todas sus terminaciones nerviosas ardieron inflamadas. Era tan insoportable que tuvo que volver la cabeza para vomitar.
Tiró de las manos para decirle a Josef en silencio que tenía el control y que la dejara ir. En cuanto lo hizo, apretó los dedos contra el suelo. Esa simple acción le dio más fuerza. Más decidida que nunca, buscó otra vez el rastro mortecino que la llevara hasta Dimitri.
Vio el camino en colores, como siempre, unas largas vetas plateadas como un cometa, sólo que esta vez dichas vetas tenían los bordes de color rojo sangre. Dimitri le había dicho en una ocasión que no conocía a nadie más que pudiera ver un canal psíquico del modo en que lo veía ella. Un frío cortante se introdujo en su mente. Su cuerpo temblaba continuamente. Recurrió a Josef, a toda esa maravillosa y fuerte energía física que poseía y que tan libre y generosamente le entregaba.
—Csitri. Pequeña. No puedes estar aquí.
Skyler casi estalló en sollozos. Las lágrimas se le amontonaron en la garganta hasta formar un nudo que amenazó con ahogarla. La voz que tanto quería sonó ronca y castigada.
—No hay ningún otro lugar para mí. Sólo estás tú. No te muevas y deja que te examine.
Le costó un gran esfuerzo hablarle; estando tan cerca de él, el dolor resultaba abrumador.
—No quiero esto para ti.
Eso Skyler ya lo sabía. La protegería de cualquier mal si pudiera. Pero lo más peligroso para ella sería perderlo, y eso no iba a ocurrir. Inspiró profundamente con los puños apretados contra el suelo a modo de ancla y envió su espíritu al interior del deteriorado cuerpo de Dimitri.
A Dimitri lo estaban atacando desde tantas direcciones que era difícil encontrar un punto de partida. Unas vetas plateadas largas y delgadas se iban introduciendo en su cuerpo como gusanos mortíferos, por lo que en un primer momento pensó que eran balas trazadoras. ¿Le habían disparado numerosas veces con balas de plata? Siguió el camino de una de aquellas líneas hasta el origen.
El corazón le dio un vuelco en el pecho. Por primera vez titubeó. Ganchos. Dimitri tenía ganchos de plata en el cuerpo, unos grandes y terribles garfios que le inyectaban su veneno mortal. La plata se abría paso hasta las venas y los músculos, se extendía por sus huesos y se colaba en todos los órganos, siempre buscando su corazón. La lenta extensión de la plata por todo el cuerpo era mortal para el licántropo que llevaba en la sangre.
Entonces eligió la línea más cercana al corazón de Dimitri. La plata parecía estar en estado líquido y unas gotas diminutas se propagaban por su cuerpo. Los hilos eran tan pequeños que parecían venas. Probó acercando su espíritu al extremo. El rastro de plata se encogió. Ella no se atrevió a fundirlo porque podía recorrer el cuerpo de Dimitri aún más deprisa. Había muchos ganchos. El problema parecía imposible.
Dejó de lado la preocupación y lo que casi era pánico, pues las emociones que afloraban eran intensas y desagradables. Estaba pensando como una carpatiana, pero ¿y su otro aspecto? Razvan era su padre, y él tenía sangre de mago. Su padre era el mago más poderoso que se había conocido jamás. Seguro que ella también tenía sangre de mago. Ése fue precisamente el motivo por el que su abuelo la había rechazado y la había vendido a otro hombre. Creía que ella no tenía la sangre carpatiana que él necesitaba para ser inmortal. Era posible que pudiera utilizar ese otro aspecto que con frecuencia pasaba por alto porque no quería recordarlo como parte de su herencia.
Pequeños hilos de plata, de mortífero resplandor,
Pido a la tierra que robe vuestro vigor,
Tal como fuisteis creados, os desharé.
Apelo a vuestros hacedores y a vuestro color me enfrentaré.
Skyler avanzó para acercarse más a los hilos de plata al tiempo que se concentraba en el extremo y ensanchaba su espíritu, expandiendo su luz blanca para tocar la fina punta.
Que aquello que fue creado, ahora se vuelva mío,
Cloro, azufre, arsénico y antimonio, yo os combino.
Cloro que mantiene el color verde y dorado,
Me enfrento a tu energía y ahora yo mando.
Apeló a las cosas de la tierra. Ella era hija de la tierra, estaba ligada a sus propiedades. La Madre Tierra siempre había acudido en su ayuda cuando la había necesitado. En aquellos momentos sintió esa conexión y recurrió a ella.
Azufre, oh, sulfuro, que con tu don la vida puedes dar,
Inhalo tu esencia y de tu don te voy a despojar.
Antimonio, dulce metal, tu brillo me voy a llevar,
Y tejo una barrera que nadie puede deshilar.
Era la nieta del mago más poderoso que había conocido el mundo y, tanto si le gustaba como si no, su sangre corría por sus venas. En aquel instante, en aquel momento de crisis terrible, utilizó con agradecimiento todos los dones que se le habían concedido.
Arsénico, dulce arsénico tan gris y letal,
Apelo a tu poder para expulsar el veneno mortal.
Plata toco, plata enredo,
Libero la plata y la devuelvo a su venero.
Para su asombro, la vena plateada empezó a retroceder.
—Me sale por los poros.
Dimitri soltó un grito ahogado, desesperado por reprimir el dolor, por bloquearlo para que Skyler no pudiera sentir el ardor mientras la plata parecía devorarle el cuerpo entero, recorrerle la piel como una llamarada y gotear luego hasta el suelo a sus pies.
Ella siguió la fina línea de plata hasta el origen. Los ganchos que los licántropos habían colocado en el cuerpo de Dimitri eran en realidad unos tubos de gotas plateadas. Las gotas diminutas en la punta del gancho insertado acababan calentándose con la temperatura corporal y se convertían en un líquido que goteaba por el cuerpo y empezaba a extenderse para alcanzar el corazón. Hacían falta miles de aquellas gotas para formar el entramado de venas mortíferas. Era una forma muy desagradable de morir para cualquiera.
Se concentró en el gancho, buscando en su mente una manera de detener el flujo de plata venenosa que se introducía en el cuerpo de Dimitri.
Ganchos de plata, curvos y afilados,
Veneno para el corazón, en la carne insertados,
Fuego y azufre helado, ahora os invoco.
Salid y calentad este maldito foco.
Skyler se centró del todo en las puntas de los ganchos, decidida a cerrar el extremo abierto y ahuecado para impedir que aquella horrible plata continuara envenenando el cuerpo de Dimitri.
Toma lo que está abierto y ciérralo, déjalo sellado,
Para que no más veneno pueda hallar lo que se ha destapado.
Toma lo que es líquido y dale forma y tamaño,
Séllalo todo, para que no pueda hacer más daño.
Entonces supo que no podría sostener el puente tendido entre ellos durante mucho tiempo. Era imposible extraer toda la plata que se extendía por su cuerpo con el tiempo del que disponía antes de desplomarse. Había elegido las hebras más largas, las más amenazadoras, y las había hecho retroceder hacia el origen para luego sacarlas por los poros de Dimitri. Uno a uno, fue extrayendo aquellos hilos finos y mortíferos con toda la rapidez de la que fue capaz.
—Skyler. Vuelve. ¡Tienes que volver ahora mismo! ¡Dimitri, mándanosla de vuelta! Está perdida. Está demasiado lejos y se ha forzado demasiado.
Ella oyó la llamada como desde una gran distancia. Reconoció a Josef, y su voz estaba llena de miedo.
—Sívamet.
El tono de voz de Dimitri era suave y tierno. Inundado de amor. La rodeó con su calidez cuando ella tenía mucho frío. Un frío gélido.
—Tienes que volver. Ahora mismo, csitri, no puedo perderte. Cuando tengas fuerzas suficientes, vuelve y termina lo que has empezado.
Skyler había eliminado una gran cantidad de plata, al menos la mitad, pero eso no había aminorado el dolor que sufría Dimitri. La idea de abandonarlo cuando la necesitaba le resultaba absolutamente aborrecible. Se dijo que sólo le quitaría un hilo más… sólo uno más.
Notó que el espíritu de Dimitri rozaba el suyo y que luego la empujaba. El impulso la alejó de su cuerpo y la devolvió a aquel canal psíquico frío como el hielo. El camino estaba tan roto y desgarrado que se sintió muy confusa. Miró en derredor con cierta impotencia, sin entender qué le estaba ocurriendo.
—Juro que si no vuelves, Sky, voy a estrangularte.
Josef parecía desesperado. Ella se sentía sola y perdida en aquella fría corriente. Intentó alcanzar su voz conocida y utilizarla de guía.
Se encontró de nuevo en su propio cuerpo, con tanto frío que no podía dejar de temblar. Josef estaba inclinado sobre ella, mascullando de furia, apretando la muñeca contra su boca al tiempo que la fulminaba con la mirada. Tenía la piel más pálida que nunca, casi blanca por completo. Si hubiera podido levantar la mano hasta su rostro hubiese podido recorrer todas las arrugas de miedo grabadas en él. Intentó apartar la cabeza de la muñeca de Josef, pero él la sujetó firmemente contra su boca y le acarició la garganta para obligarla a tragar.
Paul le apartó el pelo de la cara con suavidad. Skyler tenía el cabello mojado, como si acabara de salir de la ducha. No podía dejar de temblar, aunque estaba tapada con el abrigo de Paul. La sangre carpatiana que Josef introdujo en su cuerpo estaba caliente y empezó a descongelárselo tras aquel frío horrible. Josef se cerró la herida de la muñeca y se dejó caer junto a Skyler allí en la hierba. Deslizó los brazos en torno a ella para intentar darle calor con su cuerpo.
Paul también se tendió junto a ella y utilizó su cuerpo para darle calor.
—Mírame, Skyler —le ordenó Paul. También había miedo en su voz—. ¿Estás de vuelta con nosotros?
—Está en algún lugar de Rusia —logró decir. Tenía la voz ronca y parecía lejana—. En el bosque. Es peor de lo que jamás imaginé.