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Mi camino de mediación espiritual

El amor a uno mismo es un estado de conciencia
y significa bastarse a uno mismo.

Disfruto de una poderosa clarividencia que me permite ver los mundos espirituales, a Dios y a los seres espirituales con la misma claridad que el entorno físico «real». Considero que mi misión en la vida es hablar de ellos a la humanidad. Asimismo, me siento llamada a explicar a la gente la creación, su origen y el sentido de la vida; también la estructura del cielo y el camino y las estancias que recorre el alma inmortal tras la muerte terrenal, cuando abandonamos y dejamos atrás al cuerpo, así como al intelecto que teníamos en vida. Después de que también el espíritu, junto con todas sus experiencias, haya ascendido a su «sala de estar» dentro de la crónica de Akasha, el alma, libre ya de todo lastre terrenal, puede iniciar el camino y la ascensión hacia las dimensiones celestiales. Yo confío en que el conocimiento del alma inmortal y de los mundos ultramundanos refuerce la confianza en Dios y en la creación y contribuya a disminuir el miedo a la muerte.

Veo los mundos espirituales que nos rodean con la misma claridad que el mundo material. Para mí no requiere especial preparación o esfuerzo percibir los mundos espirituales; todo lo contrario: necesito concentrarme para distinguir los dos «mundos», para no permanecer en un estado continuo de videncia y para anclarme aquí a la tierra.

Nací en lo que no hace demasiado tiempo era Rusia. Soy clarividente desde mi más tierna infancia. Llegué al mundo con algunas semanas de antelación y tuve varias experiencias cercanas a la muerte que probable-mente fueron decisivas para fortalecer mi conexión y mi confianza en el mundo espiritual, y por tanto para que la clarividencia se manifestara cada vez con más fuerza. Supongo que ese fue el motivo por el cual no pude encarnarme completamente en la materia.

Lo primero que vi en mi infancia fue las almas de los difuntos en el plano astral, lo que, como es natural, no fue una experiencia agradable para mí, sino que representó una fuerte sobrecarga emocional. Esta experiencia, por cierto, es extensible a casi todos los seres humanos con fuertes dotes de clarividencia. Las almas de los fallecidos que están todavía próximas a la tierra y no han encontrado el camino ascendente hacia la luz vibran en una frecuencia más baja, más propia de la materia tangible que de los seres luminosos, y por eso son más fácilmente perceptibles.

Muchas personas clarividentes se sienten tan impresionadas y asustadas por estas experiencias tempranas que se pasan la vida temiendo su clarividencia y, por consiguiente, intentando ocultarla. Al principio la clarividencia representó también para mí un gran reto difícil de afrontar, porque no vi a los luminosos ángeles hasta mucho después.

Fue mi familia quien me transmitió estas dotes espirituales. Mi bisabuela materna, Palina, tenía poderosas facultades luminosas. Hasta su muerte fue mi maestra espiritual, siguió siéndolo también después de su partida y continúa apoyándome e instruyéndome desde los mundos espirituales. He recibido de ella visiones y me ha hecho anuncios relevantes respecto a decisiones importantes de mi vida.

Tras estas determinantes experiencias comencé a contemplar —de niña más bien inconscientemente y después, con el correr de los años y tras hacer viajes astrales, más conscientemente— más a menudo y durante más tiempo los mundos del Más Allá. Al principio, como acabo de referir, veía la mayoría de las veces almas difuntas atrapadas. Por eso mi infancia y juventud no fueron tan plenas en experiencias luminosas. Además por aquel entonces todavía no sabía bien cómo relacionarme con aquellas apariciones. Hoy en día ya sé cómo guiar a esas almas hacia a luz y cómo se las ayuda a liberarse.

A raíz de estas y muchas otras experiencias espirituales inusuales en las que no deseo abundar aquí, no crecí como una niña «normal». Me interesaba por cosas por las que generalmente se despierta interés más tarde, con más edad, tales como la filosofía, el sentido de la vida, la vida antes del nacimiento y después de la muerte, preguntas por esferas más elevadas, por los seres de luz y por la eternidad. Y esto hizo que mi juventud no fuera precisamente fácil.

Cuando tenía veintitrés años, recibí indicaciones muy claras del mundo espiritual. Debía mudarme al lago Constanza y trabajar allí en la clínica de medicina natural de un querido amigo. Conocí los problemas y enfermedades de la gente y pronto me di cuenta del trasfondo espiritual y anímico que se ocultaba tras muchas dolencias, y podía ver cada vez con mayor nitidez los órganos de los pacientes y el aura de las personas.

Desde que opté conscientemente por amarme a mí misma, a Dios y a mis semejantes, desde que les abrí mi corazón y confié cada vez más en la gente, la vida, Dios y la creación, los mundos espirituales luminosos se me abrieron cada vez más. Fue entonces cuando dejé de ver solo personas fallecidas y empecé a percibir poco a poco también los mundos celestiales luminosos.

Tras decidir conectarme por completo con el luminoso mundo espiritual y dedicar mi vida a él con humildad y gratitud, así como tras varios retiros en el monte Rigi, junto al lago de los Cuatro Cantones en Lucerna, mi acceso a los mundos iluminados experimentó una vertiginosa aceleración.

En mayo de 2003 vi allí que las tupidas y verdes montañas, con sus innumerables florecillas, estaban vivas y dotadas de alma. Pude ver que muchos seres pequeños me llegaban aproximadamente hasta la rodilla trabajando la tierra: eran los llamados enanos o gnomos. Algunos dejaron de trabajar, como si notaran que podía verles.

Me senté en la pradera asombrada y contemplé sus movimientos con todos mis sentidos, alegre y humildemente absorta en esta nueva experiencia increíblemente fascinante. Disfrutando de los cálidos rayos del sol primaveral sobre mi piel y de la suave brisa en mi pelo me sentía cada vez más tranquila y en paz. De repente, apareció como de la nada un ser de tamaño más o menos humano y forma femenina que pasó a mi lado llevando en la mano una especie de recipiente con una luz intensamente brillante. Era el espíritu del monte Rigi. Se detuvo y me miró amablemente. Se presentó como la guardiana de la montaña y me contó que su labor consistía en conservar la energía de la montaña, almacenar en forma de energía los conocimientos relativos a ella y velar por la obras de la naturaleza. El recipiente que portaba en la mano no era otra cosa que un símbolo del conocimiento acumulado.

Para una mejor comprensión de los mundos espirituales, me gustaría señalar aquí que en realidad la guardiana de la montaña se compone, como todos los seres de luz y entre ellos los ángeles, de una energía sin forma definida. Solo la materia tiene forma, y estos seres no son materiales. En sus dimensiones reales la guardiana de la montaña es tan grande que puede envolver enteramente y dar vida a las montañas. Pese a ello, todos los seres de luz pueden presentarse en formato comprimido para que los seres humanos podamos verlos. Este es también el caso de los ángeles: se presentan ante nosotros del modo en que, por condicionantes culturales, mejor podemos entenderlos. Los arcángeles, por ejemplo, son criaturas de energía desmesuradamente grandes, inabarcables, que se fraccionan y se nos aparecen a los hombres comprimidos en forma reconocible de ángel.

Dos días más tarde, cuando admiraba de nuevo a los seres espirituales de la pradera, apareció repentinamente a mi lado una criatura de la naturaleza que me llegaba casi a la cintura y me hizo señas amablemente para conducirme hasta un claro a unos cien metros de allí. Entonces se me apareció la guardiana de la montaña, que me saludó con afecto y, con un gesto sublime y digno, señaló hacia arriba. Experimenté cómo el cielo se abría ante mis ojos y simbólicamente vi una larga hilera de «libros de luz». Entonces, la guardiana de la montaña me dijo: «Puedes acumular todo el conocimiento de la biblioteca cósmica. Aquí hallarás todo el conocimiento del cielo y de la tierra. Se lo transmitirás a la humanidad y escribirás libros». Al principio, ni podía ni quería creerlo, no me sentía capaz de algo semejante, pero ella aseguró: «Sí, puedes hacerlo, en cualquier momento, porque eres uno de nosotros». ¡Ese fue el momento más asombroso de mi iluminación! De ahí en adelante se me revelaron los mundos espirituales, las entidades espirituales y el conocimiento. Al mismo tiempo se perfeccionó mi capacidad de amar a Dios, al prójimo y a mí misma. A través de la naciente confianza en la guía espiritual y en la protección de esta dimensión conseguí dominar mi miedo a la clarividencia. Y cuanto más abría mi corazón, más luminosa se volvía mi aura y mejor sintonizaba con el elevado y vibrante mundo de los ángeles y con Dios.

Puedo ver con total claridad el mundo espiritual, percibir a los entes espirituales de forma natural y moverme en su mundo de forma consciente. Desde aquel momento puedo acceder al conocimiento cósmico, aprender directamente del mundo espiritual y contemplar las dimensiones espirituales. Hoy más que nunca me siento en casa en el mundo espiritual, en la misma medida que en el terrenal.

El conocimiento que los ángeles han puesto a mi disposición y la conexión con las dimensiones espirituales cognoscitivas, sobre todo con las dimensiones de conocimiento espiritual —la crónica de Akasha— y las dimensiones de conocimiento del mundo terrenal, lo que Rupert Sheldrake describe como «el campo mórfico», me ayudan a transmitir el conocimiento espiritual en conferencias, seminarios y libros a mis amados congéneres.