Prólogo

REFLEXIONES SOBRE LA NUEVA ÉPOCA

Se oye hablar por todas partes de una nueva época. Ha comenzado la edad dorada que los escritos vedas profetizaron hace ya cinco mil años. Se habla también de una época femenina, porque las virtudes anímicas que se relacionan con la feminidad van a ejercer una influencia cada vez mayor en la conciencia humana. Los astrólogos, por su parte, hablan del comienzo de la era de Acuario, que pone fin a la de Piscis, de dos mil años de duración. Semejantes cambios provocan, cómo no, miedos en la gente, miedos intensificados por los apocalípticos escenarios de hundimiento y ruina del mundo que a menudo nos dibujan o describen. Muchas personas, en cambio, esperan que en esta nueva época asistamos a un despertar de la conciencia, a la transformación de las estructuras políticas y económicas que conocemos y a la instauración de una convivencia guiada por el amor y la comprensión mutua.

Nos resultará útil detenernos aquí a considerar los cambios efectivos que han tenido lugar en los dos últimos milenios desde la vida y obras de Jesucristo, esto es, durante la masculina era de Piscis. La historia de la Natividad sitúa al comienzo de esta era a María, en avanzado estado de gestación y a punto de dar a luz, y a su marido José buscando desesperadamente un lugar en el que alojarse. ¿Les habría resultado más fácil encontrarlo en nuestra época, dos mil años después? Para averiguarlo, una pareja de reporteros de una cadena de televisión —la periodista también estaba en avanzado estado de gestación— recrearon la situación en el año 2012. El hombre y la mujer se ven repentinamente sin recursos en una época de frío helador, y necesitan urgentemente un lugar en el que refugiarse. Al menos en tres de los diez intentos se les ofreció ayuda. Lo más sorprendente es que en uno de los intentos pidieron ayuda en una parroquia y el párroco se negó a abrirles la puerta. Sirviéndose del interfono, el santo varón les comunicó en tono áspero que no iba a ayudarles y que probaran suerte en un asilo para personas sin techo.

No parece pues que las cosas hayan cambiado demasiado. Pero tengamos en cuenta también que la nueva época acaba de comenzar, y que la mayoría de los lectores de este libro han nacido en la vieja era.

Consideremos ahora la historia de Jesucristo. Él predicó el amor al prójimo y las buenas obras entre los hombres, y les habló de un cielo lleno de luz. Pese a ello, se mofaron de él y lo mataron de un modo terriblemente cruel. En el siglo IV el emperador Constantino instauró el cristianismo en Roma. En la Iglesia que entonces se consolidó hicieron su aparición enormes y brutales estructuras de poder, estructuras en consonancia con una era masculina.

En el Nuevo Testamento leemos que Jesús de Nazaret, con solo doce años, conversaba con los sabios en el templo. Los sabios le hacían preguntas y se quedaban asombrados con las respuestas que recibían. Desde mi punto de vista, de este pasaje se deduce que Jesús era clarividente y que se hallaba en íntimo contacto con el mundo espiritual. Pocos siglos después la Iglesia, cuya misión, en principio, consistía en defender, conservar y ejemplificar sus enseñanzas, perseguía a los predicadores, sanadores y disidentes dotados del don de la clarividencia, y los asesinaba por practicar la brujería o por incurrir en herejía recurriendo a medios también terriblemente crueles. Y todo ello pese a la fe eclesiástica en la parusía, esto es, en la segunda venida de Jesucristo a la tierra y, con él, del Reino de Dios.

¿No eran acaso todos los iniciados y sabios perseguidos —como todos los seres humanos de la tierra, por descontado— enviados de Dios, cuyo cometido era traer más amor, luz y sabiduría a este mundo? ¿Cómo se desarrollarían hoy las cosas? Es decir, ¿qué pasaría si de verdad Cristo volviera a estar entre nosotros —quizá, o probablemente, en el cuerpo de una mujer? ¿O qué sucedería si Jesús apareciera de repente en su antigua forma, con sus discípulos o sin ellos, en la plaza principal de cualquier ciudad? Supongo que la gente se reiría de él, que lo tomarían por un loco. Y si le prestaran atención, lo más probable es que los mandatarios de las sectas tomaran rápidamente medidas.

A pesar de esto, algo ha cambiado, algo importantísimo y grandioso: hoy ningún hombre sentiría la necesidad de atentar contra su vida. En este cambio de ideario es donde se reconoce la cualidad de los nuevos tiempos. La mayor parte de las personas son ahora claramente más tolerantes, comprensivas, mansas, luminosas y amorosas, aunque no seamos conscientes de ello.

Mientras que hace aproximadamente cien años aún había libros de texto que definían a los niños como criaturas que debían ser azotadas, en nuestros días ya nadie alienta semejantes pensamientos. Nuestro actual modo de relacionarnos con los niños y los adolescentes es muy diferente al de hace tan solo unas décadas, mucho más respetuoso y comprensivo. En las escuelas y otras instituciones ya no se pega a los niños. Es manifiesto, afortunadamente, que algo ha cambiado en la conciencia global. Y voy a sostener que estos cambios que ya afectan en mayor o menor medida a todos y cada uno de nosotros tienen un sentido evolutivo y discurren con arreglo a un plan de evolución diseñado por Dios. Semejantes acontecimientos revelan que la humanidad camina sin saberlo, hacia una nueva conciencia que nos despierta cada vez más. Si uno contempla el desarrollo de los acontecimientos en los tiempos pasados, enseguida percibe que estos grandes y también grandiosos cambios han tenido lugar preponderantemente en las últimas décadas.

Según lo anterior, nos encontramos en los albores de un nuevo despertar de la humanidad. Pero seamos pacientes y disfrutemos con las novedades. Sobrevendrán sin duda cambios que no podremos comprender con nuestra actual conciencia. La velocidad del progreso y el aumento de nuestro potencial cognoscitivo son cada vez mayores, como si nos precipitáramos hacia el centro de una espiral. No podemos prever los cambios que van a tener lugar, solo podemos lanzar hipótesis sobre ellos, pero podemos estar seguros de que no se efectuarán de golpe, traumáticamente, ni en escenarios apocalípticos. Cada vez se tornará sin embargo más importante y necesario tomar postura frente a los cambios y, sobre todo, permitirles la entrada y poder así adaptarse a la creciente sutileza de la materia.

El ser humano ha sido siempre, en todas las épocas, cocreador de su destino, y seguirá siéndolo, cada vez en mayor medida. Gracias al incremento de la fuerza de nuestra conciencia y nuestra alma, estamos hoy, más que nunca, en situación de codeterminar decisivamente nuestro destino. La materia del mundo se torna cada vez más sutil. Y el debilitamiento del campo magnético de la tierra facilita el progreso de los procesos de conciencia. Cuanto mayor sea la disposición del individuo a embarcarse en este proceso —preñado por lo demás de aventuras— tanto más rápidamente accederá al mundo de materia sutil y se sentirá en él a gusto, en casa y en paz, porque podrá servirse de la ayuda del mundo espiritual y del conocimiento del cosmos en su totalidad y operativizar esta ayuda y este conocimiento en su vida cotidiana.

Les deseo mucho éxito en la transformación.