Capítulo 5
Randall examinó el delicado y adorable rostro de Julia. Era dificilísimo imaginársela asesinando a alguien.
—¿A quién mató?
Desvió la mirada hacia el fuego.
—A mi marido.
—¿Había necesidad de matarlo? —inquirió él con frialdad.
Julia levantó de nuevo la cabeza.
—Nadie me había preguntado eso nunca.
—Con la suficiente provocación, cualquiera puede reaccionar con violencia. No me parece usted una mujer capaz de matar a menos que la situación sea dramática. —Randall volvió a ofrecerle la bota de sidra—. Hábleme de ello.
Ella se relajó un poco y tomó un largo trago de sidra. ¿Acaso se había imaginado que él la dejaría tirada en la carretera para que la encontraran los secuestradores? Como soldado, había tenido más experiencia matando que la mayoría y aceptaba que en ocasiones era necesario hacerlo.
Randall se había estado preguntando cuál sería la historia de Julia Bancroft. Ahora lo había averiguado. Tal vez eso explicaría por qué la encontraba tan condenadamente irresistible.
Ella se arrebujó en la manta como si fuese un escudo.
—Tenía dieciséis años recién cumplidos cuando me casé. Fue una unión concertada. Todo el mundo convino en que era lo idóneo.
Randall echó otra rama al fuego.
—¿Y qué le pareció a usted esa unión?
—Me educaron en la convicción de que los matrimonios concertados eran lo mejor. Di por sentado que mi padre elegiría un buen marido para mí. —Su sonrisa era gélida—. Mi prometido era joven y atractivo y encantador. Yo estaba bastante contenta.
—Pero...
—Mi marido guapo, de buena cuna y sumamente apropiado era un monstruo. —Pese a su voz ecuánime, el cuerpo de Julia la traicionó estremeciéndose.
Randall conjeturó con fundamento:
—¿Era violento y la maltrataba?
—Sí. —Julia se replegó aún más en sí misma.
Randall reprimió la inmensa ira que sintió contra ese marido desconocido.
—¿Tuvo que matarlo para salvar su propia vida?
Julia se apartó con cansancio de la cara un suave mechón de pelo castaño.
—Al principio raras veces se mostraba violento y se disculpaba de todo corazón. Pero el matrimonio fue de mal en peor. Era celoso y me acusaba de querer acostarme con todos los hombres que conocía, por lo que me recluyó en el campo y se aseguró de que el servicio doméstico estuviera compuesto únicamente por mujeres. Poco a poco descubrí que cuando me hacía daño se excitaba. —Se le quebró la voz—. ¿Cómo iba yo a saber lidiar con un hombre así? ¡Era una niña, criada para ser sumisa!
—Las mujeres no tienen la obligación de consentir que un hombre les haga daño. —Ahora Randall entendía por qué era Julia tan retraída y por qué daba un respingo cada vez que él se le acercaba. No confiaba en los hombres, y con razón—. ¿Cómo acabó aquello?
—Al cabo de más o menos un año, descubrí que estaba embarazada. Recé para que fuese un niño y mi marido tuviese así su heredero, y le dije que quería que viviésemos separados hasta después del parto. —Sus ojos grises miraban con dureza—. Se puso furioso. Juró que jamás me dejaría marchar, que yo le pertenecía, al tiempo que me propinó la peor de las palizas. Estaba convencida de que iba a matarme. En un intento por esquivar su fusta, lo empujé desesperadamente. Había bebido y perdió el equilibrio. Se... se cayó y se golpeó la cabeza contra el borde de la chimenea. Murió en el acto, creo.
Randall hizo una mueca de disgusto. ¿Una fusta?
—De modo que no fue un asesinato, sino un accidente que tuvo lugar en defensa propia. —Forzó el control de su voz. Si dejaba aflorar su rabia, quizás ella saliera disparada y se perdiera en la noche—. ¿Y el bebé?
—Tuve un aborto aquella misma noche. —La respiración de Julia era rápida y entrecortada—. Mi marido me pateó. Repetidamente.
Randall hizo otra mueca de disgusto. Daría muchas cosas por estrecharla entre sus brazos y ofrecerle consuelo, pero dudaba que en este momento ella pudiera soportar el roce de un hombre.
—¡En el nombre de Dios! ¿Cómo pudo nadie acusarla de asesinato en aquellas circunstancias?
—Crockett, el hombre que me ha secuestrado, era el amigo y acólito de mi marido. Tenían una extraña e intensa relación. —Julia clavó la mirada en el fuego, su expresión distante—. Fue Crockett quien descubrió el cuerpo de mi marido y a mí sangrando a su lado. Actuó rápidamente para ocultar lo sucedido de modo que no hubiera ningún escándalo.
—Entonces ¿nadie se enteró de la verdadera historia?
—Hubo una investigación. El veredicto oficial fue muerte por accidente, pero Crockett le dijo a mi suegro que yo había asesinado a su hijo. Lógicamente, el hombre estaba destrozado por la muerte de su único hijo. Tenía que culpar a alguien, y ese alguien fui yo. Desde aquel día ha querido verme muerta.
—¿Ha sido él quien ha planeado su secuestro?
—Sí. —Julia cerró brevemente los ojos—. No sé lo que tenía pensado hacer conmigo, pero dudo que hubiese sobrevivido.
Randall pensó en lo que Julia había dicho, y en lo que no había dicho.
—Seguro que su propia familia es influyente. ¿No pudieron ofrecerle protección?
Julia se rió, incapaz de controlar su amargura.
—En cuanto pude levantarme de la cama trastabillando, corrí con mi padre. Mi suegro le había escrito para decirle que yo había asesinado a mi marido. Eran viejos amigos, así que mi padre prefirió creerle a él antes que a mí. Me desheredó. Me dijo que era una deshonra para el apellido. Después de aquello fui un blanco legítimo para mi suegro.
Julia volvió a quedarse en silencio, su mente atrapada en la niebla del pasado.
—¿Y qué sucedió luego? —preguntó Randall.
—Fingí mi propia muerte. Vivía cerca del mar, así que fui a la playa y escribí una nota diciendo lo consternada que estaba por la muerte de mi marido. Cogí el dinero que tenía, dejé mi chal y mi sombrero en la orilla y dejé que el mundo creyera que me había ahogado.
Una señal de desesperación, y de feroz resistencia. Sumamente interesado en el modo en que las piezas de su historia iban encajando, Randall preguntó:
—¿Cómo escapó?
Ella se encogió de hombros.
—Me compré un billete para la primera diligencia que encontré, sin importarme adónde me llevaba. Pero no me había recuperado de los golpes y el aborto. Cuando empecé a sangrar en medio de la diligencia, el cochero me dejó en una aldea cerca de Rochdale, en Lancashire. La comadrona local me acogió. Creyeron que me moría.
—Déjeme adivinar. ¿La comadrona se apellidaba Bancroft?
El rostro de Julia se suavizó.
—Era la auténtica señora Bancroft. Louise tenía muchos años y experiencia, y había rescatado a otras mujeres de las garras de la muerte. Le pregunté si podía quedarme y ayudarle hasta tener más fuerzas. Pronto me convertí en su aprendiz. Adopté el apellido Bancroft y le dijimos a la gente que éramos primas. Tenía aptitudes para el oficio, y fue de lo más gratificante. Me enseñó cuanto sabía y cuidé de ella cuando su salud se deterioró.
—¿Se trasladó a Hartley después de su muerte?
—Quería un lugar lo más apartado posible. Cuando la salud de la señora Bancroft empeoró, recibió una carta de una amiga diciendo que se necesitaba una comadrona en esta parte de Cumberland, de modo que me vine aquí tras su muerte. —Julia torció la boca—. Supongo que mi visita a Londres con Mariah fue lo que alertó a mi suegro del hecho de que yo pudiese estar viva. Si me hubiese quedado en Hartley, seguiría estando a salvo.
—No puede volver a vivir allí. —La atracción de Randall hacia esta mujer menuda y retraída ya no era inexplicable. Había reparado en su serena belleza, pero había más mujeres bellas y la mayoría de ellas no se esforzaban por pasar inadvertidas. Lo que hacía única a Julia era su alma de acero.
Sintió el intenso impulso de protegerla. De protegerla y de un montón de cosas más.
—¿Ha pensado en lo que hará ahora?
—Dudo que esté a salvo en ningún lugar de Inglaterra. —Volvió a retirarse el pelo de la cara, su expresión desolada—. Tal vez podría irme a una de las colonias. Las comadronas son útiles en cualquier parte.
—Deduzco que estuvo usted casada con lord Branford —dijo Randall en un tono informal—. Su sanguinario suegro es el conde de Daventry.
Julia ahogó un grito y se encogió.
—¡Santo Dios, usted forma parte de esa familia Randall! Se me había pasado por la cabeza, pero Randall es un apellido corriente y no se parece usted a ellos. —Julia estrujó la manta hasta que se le pusieron blancos los nudillos—. ¿Me entregará a Crockett?
Él retuvo su mirada.
—Jamás.
Mirando a Randall como si pudiera transformarse en un lobo, ella inquirió:
—¿Cuál es su parentesco con Branford y Daventry?
—Como diversos primos han muerto a lo largo de los años y Daventry no tiene hijos actualmente, soy el supuesto heredero del condado. —Sus rasgos se endurecieron—. Mi padre era un hermanastro menor del actual conde. Nunca se llevaron bien. Físicamente me parezco a mi familia materna. Mis padres murieron cuando yo era pequeño, por lo que me enviaron a Turville Park, donde compartí habitación con Branford.
—¿Cómo era Branford en aquel entonces?
Randall recordó su llegada a la finca de Daventry; afligido y confuso y desesperado por tener un nuevo hogar.
—Branford hizo que mi vida fuese un infierno. Era mayor y más grande que yo; de lo contrario, lo habría matado.
Julia lo miró fijamente.
—No me extraña que se alistase en el ejército.
—¿Para poder aprender a pelear realmente bien? No había pensado en ello en esos términos —dijo Randall—. Sin duda, en Turville me enfrenté con todo el mundo. En cuanto pudo, Daventry me envió a varios colegios. Fui expulsado de uno tras otro hasta que acabé en la Academia Westerfield.
—Donde lady Agnes obró milagros —dijo Julia en voz baja.
—Sí, efectivamente. —Antes de conocer a lady Agnes, Randall había sido un niño intratable, rabioso e irascible. Ella no había intentado reprimirlo, antes bien le preguntó por qué estaba tan enfadado. Randall fue vomitando su ira y su sufrimiento mientras hablaba del dolor y la humillación, de las desagradables y peligrosas trastadas de las que había sido objeto en Turville. Lady Agnes lo había escuchado en silencio; pero lo más importante es que le dijo que tenía razones fundadas para estar enfadado. Después de aquello Randall había empezado a curarse.
—Solía preguntarme si el comportamiento de Branford era culpa mía. Si había algo en mí que provocaba esa violencia en él. Pero no era yo, ¿verdad? Siempre fue un animal. —Julia suspiró—. Me pregunto a cuántas personas más hizo daño. Me temo que a demasiadas.
—Sé que no fue su intención matarlo, pero cuando eso pasó le hizo un favor a mucha gente. —Randall sonrió con ironía—. Hay cierta justicia en el hecho de que muriera accidentalmente a manos de una de sus víctimas.
—¡Ojalá hubieran sido otras manos! Daventry es un enemigo temible.
—Durante años estuve en el ejército y enemistado con la familia, y sólo me enteré de pasada de que Branford se había casado y luego había muerto uno o dos años después. —Randall rebuscó en su memoria—. Su esposa era lady Julia Raines, hija del duque de Castleton, ¿verdad?
—Tiene buena memoria. —Julia sonrió burlona—. No puedo decir que me haya beneficiado mucho ser hija de un duque.
A Randall se le ocurrió una idea sorprendente. Se había sentido atraído por Julia desde el instante en que se conocieron. La deseaba, pero también respetaba su fortaleza y sentía un intenso deseo de protegerla de las amenazas que no merecía. ¡Sabe Dios que necesitaba protección!
—Tengo una solución a su situación —dijo él lentamente—. Podría casarse conmigo.
Ella se lo quedó mirando fijamente.
—¿Está usted loco? Aun cuando no lo esté, su tío Daventry enloquecerá si se casa conmigo.
—Cuando en España me hirieron de gravedad, me enviaron a Londres y me dejaron a su cuidado —explicó Randall con mordaz regocijo—. Habría muerto desatendido en su buhardilla si Ashton no hubiese irrumpido en la casa para rescatarme. La idea de sacar de quicio a ese viejo diablo no me quita el sueño.
Con expresión de horror ella dijo:
—Entiendo su ira, pero no quisiera ser el instrumento de su venganza contra su tío, comandante.
—Ésa es sólo una razón secundaria —replicó él con seriedad—. La familia Randall la ha tratado a usted pésimamente. Debido a Branford, ha perdido usted su apellido, su rango, su casa y a su hijo. Si fuese mi mujer, podría recuperar todas esas cosas; lo cual no deja de ser justo.
—¿Y se casaría conmigo por justicia? —Julia sonrió torciendo la boca—. Eso le honra, pero el matrimonio está compuesto por un hombre y una mujer, no por dos principios. Ni siquiera nos gustamos, comandante Randall. Gracias por su proposición, es de lo más halagadora, pero debo rechazarla.
Su rechazo le dolió a Randall más de lo debido. Tanto que reconoció que su propuesta no había sido casual.
—Tiene usted motivos para sentir antipatía hacia mí, lady Julia. En el pasado fui increíblemente grosero con usted, pero no porque no me cayese usted bien, sino... al contrario.
Se miraron fijamente el uno al otro y las emociones no expresadas que ambos habían intentado ignorar llamearon con insistencia. Julia tragó con dificultad.
—Reconozco que desde la primera vez que nos vimos ha habido esta... esta conexión entre nosotros. Pero es embarazosa y compleja, y no es la base del matrimonio.
—¿Ah, no? —repuso él en voz baja—. La conexión es atracción. La complejidad ha surgido por luchar contra ella. Tal vez sea más fácil si paramos de luchar. Nuestra atracción mutua podría convertirse en la base de un matrimonio admirable.
Julia frunció las cejas.
—¿Por qué ha luchado usted contra esa atracción, comandante Randall? Desde el instante en que nos conocimos ha actuado usted como si me odiara.
—Como oficial en activo, no estaba en posición de casarme. —Pero esa respuesta no era lo bastante buena y Randall se obligó a ahondar más—. Y... el grado de deseo era alarmante. Nunca me he sentido tan intensamente atraído por una mujer. Era profundamente inquietante. Pero encuentro que la idea de casarme con usted es muy acertada.
Las lágrimas chispearon en los ojos de Julia.
—No me deja más alternativa que la desagradable verdad, comandante. Tal vez, si nos hubiésemos conocido cuando yo tenía dieciséis años, la mera atracción habría bastado. Nos habríamos casado felizmente y ahora tendríamos una habitación llena de niños. Pero ya no soy esa chica... —Julia cerró los ojos con pesar—. Sólo pensar en el matrimonio me espanta. La idea de acostarme con un hombre hace que me entren ganas de salir corriendo y de gritar. Me ha salvado usted la vida, comandante, pero no soy ninguna damisela rescatada de las zarpas de un dragón. Soy demasiado mayor y tengo demasiadas cicatrices para ser una novia inocente. Si desea ayudarme, acompáñeme hasta Liverpool y présteme el dinero suficiente para coger un barco rumbo a América. Como heredero de Daventry, no tendrá problemas en encontrar una esposa adecuada. Una joven dulce como Sarah Townsend, y no una viuda maltratada sin nada que ofrecer.
—¡Maldita sea! —espetó Randall—. ¿Por qué todo el mundo intenta emparejarme con Sarah Townsend? Es una chica encantadora, pero no deja de ser una chica. Usted es una mujer, y es la que quiero.
—Está usted acostumbrado a tener lo que quiere —dijo Julia con sequedad—. Pero seguro que si lo piensa un poco se convencerá de que una mujer que no sea una esposa no es lo que quiere.
Él estudió su esbelta silueta y sus ojos cansados e indómitos mientras pensaba en sus palabras.
—Lo que dice es absolutamente sensato, pero el matrimonio no consiste en la sensatez. Quiero que forme usted parte de mi vida, Julia. Ambos hemos superado un gran dolor. No quiero una chica alegre y simple que no entienda las sombras. Usted y yo podemos conocernos de un modo mucho más profundo. ¿Acaso no tiene eso ningún valor? ¿No podríamos desarrollar la confianza y la amistad suficientes para convertirnos a la larga en un verdadero matrimonio?
—Tal vez sea posible —dijo ella, con voz apesadumbrada—, pero, aun cuando lo sea, es preciso que le confiese toda la verdad, porque es un obstáculo insuperable. No creo que vaya a poder nunca dar a luz, comandante. Branford... me hizo daño. Usted es el heredero de un condado. Es su deber para con esa herencia casarse con una mujer que pueda darle un hijo.
De modo que Julia creía que era estéril, aunque ¿cómo podía saberlo? Incapaz de estarse quieto, Randall se levantó y deambuló con impaciencia por la cabaña. Ni siquiera había sitio para andar cómodamente de un lado al otro.
El principal deber de un lord era engendrar otro lord para el futuro. Pero Randall no era un lord ahora y su vida nunca había girado en torno al condado de Daventry.
Julia se había reclinado contra la pared, con los ojos cerrados y la expresión demudada. En sus anteriores encuentros a Randall siempre le había parecido implacablemente retraída. Ahora, había desvelado una fuerza serena y una belleza frágil. Antes de su catastrófico matrimonio debió de ser una chica de increíble atractivo. Un gran partido dentro del mercado de los conciertos matrimoniales. Daventry no querría nada inferior para su heredero.
Esta discusión debía de ser incluso más difícil para ella que para él. Sin embargo, Julia había confesado verdades dolorosas llevada por una profunda honestidad por la que Randall se sentía atraído. Cuanto más hablaban más deseaba que fuese su esposa.
También la deseaba como amante. La atracción era misteriosa. Su serena belleza y su cuerpo menudo de proporciones perfectas lo habían cautivado al verla por primera vez. ¿Podría soportar estar con una mujer a la que deseaba, pero no podía tocar?
Si había alguna posibilidad de que Julia superase el horror de su primer matrimonio, Randall estaba dispuesto a correr el riesgo. Se había expuesto a otros mucho peores.