Capítulo 5
Tatijana se acercó con mucha cautela a la casa construida en la ladera de la montaña. La estaban vigilando. Sentía las miradas que se cernían sobre ella, y cuando analizó el lugar haciendo que sus sentidos se expandieran, supo que no era la única que se encontraba en el exterior de la casa del príncipe. No tenía ni idea del protocolo, ni de cómo debía acercarse a él, o incluso si era accesible. Lo había conocido brevemente, pero tanto ella como Branislava se encontraban tan débiles y heridas que apenas sabían lo que estaba sucediendo.
Se detuvo a unos cien metros antes de llegar al gran porche que rodeaba la casa. Tenía suficiente espacio para defenderse si fuera necesario. Separó los brazos del cuerpo para mostrar que venía en paz, y esperó mientras la observaba el lugarteniente y protector de Mikhail Dubrinsky.
—Tatijana del clan de los Dragonseeker —dijo Gregori Daratrazanoff, que había aparecido de la nada. Tenía un aspecto imponente con sus hombros anchos y sus brillantes ojos plateados—. ¿A qué debemos este honor? No tenía idea de que te hubieses levantado.
No había censura en su tono de voz, pero sabía que no le agradaba que saliese sin compañía. Creía firmemente que las mujeres debían ser protegidas en todo momento. Eso es lo que había averiguado sobre él antes de meterse bajo tierra a recuperarse. Era un hombre excelente para proteger al príncipe, pero no era el guardián de ella.
—Me he encontrado con algo que creo que es importante que conozcáis, si es que no lo sabéis ya. De hecho, tenía la esperanza de encontrarme contigo para no molestar al príncipe, así que agradezco que estuvieras cerca. Hay una manada de lobos renegados cazando en la zona, que responden a un macho alfa llamado Bardolf. Es un mestizo que tiene sangre de lobo y de vampiro, y es muy difícil de matar. Los licántropos se refieren a esta mezcla como sange rau.
—Mala sangre —tradujo Gregori.
Tatijana asintió. Era consciente de que el tiempo pasaba. Fen estaba solo y herido. No quería dejarlo mucho rato así.
—No basta con arrancarle el corazón del cuerpo, sino que hay que clavarle una estaca de plata, y después hay que quemar su cuerpo y también su corazón. Puede regenerarse muy rápidamente. Es posible, aunque no lo sé, que esté viajando con otros vampiros menores, aparte de la manada de hombres lobo renegados. —Tatijana se dio la vuelta para marcharse, pero enseguida se volvió a dirigir a él—. Un licántropo, que es cazador de élite, llamado Zev se está alojando en la pensión de la taberna. Luchó contra ellos esta noche y está muy malherido. Hice todo lo posible por curarle las heridas. No me quedó más opción que darle sangre, aunque no permití que se diera cuenta. MaryAnn y Manolito De La Cruz pueden estar en peligro.
Tuvo un momento de duda. No sabía qué era lo que los carpatianos pensaban de los que tenían sangre mezclada de licántropo y carpatiano. Por lo que sabía lo consideraban un tabú igual que los licántropos. Se lo había contado su prima Lara mientras le daba sangre durante su convalecencia. Pero eso no significaba que se supiera públicamente que MaryAnn y Manolito fueran licántropos y carpatianos a la vez.
—¿Por qué están en peligro? —preguntó Gregori.
Ella se encogió de hombros.
—Solo sé que es así. Confío en que les vas a avisar que estén atentos.
Tatijana se dio de nuevo la vuelta y comenzó a alejarse aguantando la respiración por miedo a que la detuviera. Pero por poco se tropieza con él mientras intentaba oír si sus pasos iban tras ella. Se tuvo que detener de golpe, y casi rebota contra su pecho. Gregori se había movido de manera asombrosamente rápida y silenciosa, y le había bloqueado el camino.
—¿Cómo conseguiste esta información?
La voz de Gregori continuaba siendo agradable, formal incluso, pero se daba cuenta de que estaba acostumbrado a intimidar a aquellos a los que interpelaba, y que esperaba una respuesta. La recorrió con sus penetrantes e inteligentes ojos, que se detuvieron en las manchas de sangre que había olvidado limpiar tras haber estado curando a Zev y a Fen.
—Tropecé con la manada de renegados. Mataron a un hombre que venía de la taberna donde yo había estado. Encontramos su cuerpo en el bosque cuando regresaba.
Gregori no le apartaba la mirada de la cara.
—Tal como ves, hemos mejorado la seguridad en torno al príncipe, pero es más que nada porque tuve una intuición, y por el hecho de que el hijo de Raven y Mikhail ha sobrevivido a sus dos primeros años. No porque creyera que se fuera a producir una amenaza real contra el príncipe y su familia. Es muy difícil detectar a los licántropos.
—Estos no son licántropos —reiteró Tatijana—. Se los considera una manada de lobos renegados, y los cazadores licántropos de élite están obligados a exterminarlos. Sería un gran error confundirlos.
De pronto Gregori arqueó una ceja.
—Imagino que así es. ¿Por qué hablas de «nosotros»? ¿Quién iba contigo cuando te encontraste con el cadáver?
—No es relevante. —Al no estar segura de la reacción de los carpatianos ante el mestizaje de licántropos y carpatianos, debía proteger a Fen a toda costa. No quería que Gregori se convirtiera en un enemigo, pues Fen era su compañero—. Te he contado lo que sé porque creo que como protector del príncipe deberías estar al tanto de lo que ocurre con esta manada de renegados. Me sigue costando acostumbrarme a estar con gente. Debo marcharme.
Eso era cierto. Temió que intentara detenerla, pero sabía que en ese caso se defendería. El síndrome de «lucha o huida» estaba muy enraizado en ella. No podía volver a estar prisionera. Gregori, con sus impactantes hombros, la expresión implacable y sus ojos brillantes estaba cortándole el paso y no mostraba ninguna señal de que se fuera a apartar.
—Eres una carpatiana, Tatijana. —Su tono se había vuelto suave—. ¿Por qué crees que te podría hacer daño? He jurado que voy a protegerte. No tienes que temer de mí.
—Es que me temo a mí misma y a mi reacción ante ciertas situaciones —respondió con honestidad—. Debo sentirme libre. No quiero, ni puedo, tener guardianes que vigilen cada movimiento que haga. Siento parecer difícil, pero tengo que hacerme cargo de mi propia vida.
—Pero aun así te encontraste con una manada de renegados —dijo señalando sus heridas—. Estuviste en combate y te podrían haber matado. Nosotros valoramos a nuestras mujeres. Las protegemos con amor y con respeto. Junto con los niños, sois nuestro mayor tesoro.
Tatijana percibió que su voz era sincera. Dio un paso atrás e intentó calmar los salvajes latidos de su corazón. Tal vez no la estaba amenazando. Le había dado noticias preocupantes y ella venía de estar en combate. No estaba acostumbrada a que nadie más que Branislava se preocupara de su bienestar.
—Voy por ahí sola para poder aprender lo que necesito saber, y a veces me tropiezo con cosas que no debiera. Tendré más cuidado —dijo intentando aplacarlo, aunque fuese un poco.
—Tatijana ¿en serio crees que debo dejarte marchar así? ¿Sangrando después de haber estado en combate, y sin nadie que te acompañe a tu lugar de descanso donde podrás restablecerte por completo?
—Eso es lo que yo he elegido. Es lo que deseo. Tú tienes libertad para ir por tu propio camino. ¿Por qué no puedo tenerla yo?
Una extraña urgencia se estaba apoderando de ella. Fen estaba solo y herido. No solo lo perseguía la manada de renegados, sino que un lobo vampiro, llamado sange rau, se había unido a la cacería. Sentía que llevaba demasiado tiempo lejos de él.
Gregori inclinó la cabeza. No le gustaba que no apartara la mirada de su cara. Veía demasiado.
—Tienes razón. Pero eres uno de nuestros grandes tesoros, Tatijana. Sería negligente por mi parte si no te ayudara. Deja que te cure.
De ninguna manera iba a dejar que la tocara. Era demasiado poderoso. Podría entrar en su mente y descubrir a Fen. No esperó a que hiciera ningún movimiento. Ya estaba cansada de discutir. Era una Dragonseeker. Conocía cada hechizo que hubiera concebido cualquier mago. De manera que se disolvió, se elevó hacia las nubes y dejó deliberadamente tras ella una estela de vapor translúcida. En el momento en que dejó esa falsa huella, llamó a los elementos para que la ayudasen.
Esa leve corriente de vapor apenas perceptible se alejó del hogar del príncipe y se dirigió a la espesura del bosque que cubría las montañas. Después ella se dio la vuelta sin dejar la menor huella, ni siquiera la más mínima molécula que pudiera hacer que un cazador como Gregori la persiguiera. Por un momento había considerado pedirle ayuda, por si acaso, pero al no saber cómo percibirían los carpatianos a los que tuvieran la sangre mestiza, decidió no poner a Fen en riesgo.
Aunque acabase de salir de las cuevas de hielo, a lo largo de los siglos más de un cazador carpatiano había sido capturado por Xavier, y torturado antes de ser ejecutado. A los carpatianos varones les causaba gran aflicción ver a las gemelas encerradas en su prisión de hielo. Pero esos cazadores habían podido compartir voluntariamente sus conocimientos con ellas dos, con la esperanza de que finalmente pudiesen usarlos para escapar.
No dejó ni el menor rastro tras su partida. Ningún olor. Nada que Gregori pudiese seguir. Es más, sabía que no iba a dejar solo al príncipe durante mucho más tiempo después de conocer las noticias que ella le había traído. Los licántropos eran elusivos. Podían estar a tu lado, y no ser consciente de ello. La idea de que hubiese una manada de renegados tan cerca del príncipe y su hijo debía resultarles desconcertante.
Tatijana siguió el camino contrario al de su falsa pista y se adentró en el bosque. Serpenteó entre los árboles y se mantuvo muy cerca del suelo para poder ver cualquier rastro del paso de la manada. Los lobos eran muy hábiles a la hora de pasar por un lugar dejando muy pocas huellas, pero en dos ocasiones vio gotas de sangre y hierbas pisoteadas. La manada había pasado por ahí rápidamente cuando se alejaba del lugar de la batalla.
Aun así había algo que le parecía raro. Era como una nota discordante, algo no nombrado, ni visto, que la ponía nerviosa y hacía saltar sus alarmas.
¿Fen? ¿Estás a salvo? Estoy muy cerca pero hay algo que no está bien.
Tatijana, este no es un lugar para ti. Déjame desactivar esta trampa antes de que vengas a mi lado. Si me meto en problemas, estarás cerca para ayudarme.
Si hubiese estado en un cuerpo que tuviese dientes, los habría hecho rechinar de frustración. No sabía mucho de los hombres, y menos aún de los compañeros. Pero ¿por qué pensaba que ella se preocupaba menos por él que Fen por ella? La atracción entre ambos era muy fuerte, y mientras más tiempo pasaba en su mente, más conocía que era honorable e íntegro. Le parecía imposible dejar que librara la batalla solo.
Se mantuvo en silencio para no distraerlo mientras avanzaba entre los árboles con cautela. Fen se agachó hacia el cadáver, y le borró las huellas del ataque de la manada. Era importante que la gente local pensara que había muerto accidentalmente, y que no era responsable ninguna criatura salvaje. Parecía totalmente absorto en su trabajo.
El repiqueteo de las ramas era constante, y el sonido se introducía en toda criatura viva en kilómetros a la redonda. Tatijana se estremeció al oírlo. No estaba en un cuerpo físico, pero aun así, el ritmo le alteraba los nervios y amenazaba con hacer que se obsesionara con él. Le costaba pensar con claridad. Sentía la mente pesada y confusa. Había visto que ese truco había funcionado con un sinnúmero de víctimas en la cueva de los horrores de Xavier.
Entró en la mente de Fen, aterrorizada por lo que pudiera estar ocurriéndole. Pero la encontró en calma. Clara. Estaba al tanto de lo que lo rodeaba, y de cada mínimo detalle. Los efectos hipnóticos no funcionaban en los patrones de su cerebro. Había algo que producía su mezcla de sangre de carpatiano y licántropo, que hacía que repeliera las notas. Rebotaban en él y se alejaban.
Quédate en mi mente, le advirtió Fen muy suave haciéndole una cálida caricia en el cerebro. Estás a salvo conmigo.
Xavier había mutado deliberadamente a muchas especies, pero sus resultados siempre habían sido grotescos y horripilantes… seres que se alimentaban de carne humana, o que no tenían mente, y que nunca fueron más que marionetas violentas. Pero nunca consideró cruzar a un licántropo con un carpatiano.
Tatijana se permitió sumergirse en la mente de Fen, sorprendida de que la invitara a entrar en todos sus recuerdos. Ella seguía protegiéndose, y mantenía la mayor parte de su pasado a resguardo de él. Sin embargo, Fen estaba totalmente abierto a ella y no le escondía nada. Además, hacía que se sintiera reconfortada y protegida, y no como imaginó que se iba a sentir, con claustrofobia, e incluso prisionera.
Oyó el suave susurro de una pisada porque él también lo había hecho. Un murmullo acompañaba el ritmo de las ramas. Su corazón sufrió un vuelco y comenzó a palpitar salvajemente.
Es un hechizo para detenerte. Si lo completa, no te podrás mover. Controlará cada uno de tus movimientos.
El hechizo está ligado al ritmo, dama mía, le recordó Fen suavemente. Tampoco siento sus efectos. Quiero saber quién, o qué, está detrás de estos ataques.
Se trata de un mago. Reconozco el trabajo de uno de los protegidos favoritos de Xavier. Era mucho más joven, pero era un auténtico psicópata. Xavier estaba muy orgulloso de él y de su naturaleza sádica. Se llama Drummel. Es muy perverso y muy, muy peligroso.
¿Puedes contrarrestar sus hechizos sin que te descubran?
Tatijana inspiró profundamente y dejó que Fen la arropara con su seguridad. Le asombraba su calma. Tenía los nervios de acero. No se giró para encarar la amenaza ni ofreció el menor indicio de que lo estuvieran acechando. La manera en que manejaba el cuerpo del hombre muerto era suave y reverente. No temblaba. Nada hacía sospechar que estuviera al corriente del peligro que se cernía directamente sobre él.
El cántico aumentó, más rítmico que nunca, y se acompasaba con los golpes cada vez más fuertes de las ramas. Un paso. Dos. Un ligero crujido y después solo se oyó el sonido de las notas hipnóticas. Tatijana intentó bloquear sus oídos y protegerse dentro de la mente de Fen.
Súbitamente Fen pasó a la acción, dio un brusco giro y se mantuvo a ras de suelo transformado en licántropo, mitad hombre y mitad lobo, y tremendamente fuerte. Dio a Drummel un gran golpe que hizo que cayera de espaldas, y en un instante ya estaba encima de él. Tatijana nunca hubiera imaginado que alguien se pudiera mover tan rápido. Enseguida le asestó un puñetazo tan fuerte que le sacó todo el aire de los pulmones y lo dejó jadeando.
Fen apretó con fuerza la garganta de su agresor para cortarle el suministro de aire hasta que le ardieron los pulmones y le saltaron los ojos de sus órbitas. La criatura levantó los labios intentando rugir a pesar de estar ahogándose. Tenía los dientes puntiagudos y manchados de marrón.
Fen lo sacudió sin dejar de agarrarlo.
—Te veo, Bardolf —susurró entre dientes—. Sabías que este ser poseído no tenía ninguna posibilidad de capturarme con su hechizo. ¿Para qué sacrificar a un peón valioso?
Está ensombrecido. ¿Sabe Bardolf dividirse e implantar una sombra suya en otro ser?, preguntó Tatijana. Son muy pocos los magos que saben hacer eso. Es muy difícil y aterrador. Las sombras son absolutamente letales, Fen, y pueden meterse dentro de cualquiera que se les acerque. Ten mucho cuidado.
A Fen no le hacía falta que le dijeran que Drummel estaba ensombrecido. Podía ver a Bardolf mirándolo a través de los ojos del cuerpo del hombre que tenía bajo su control. Había encontrado la manera de poseer a un mago tan hábil y poderoso como Drummel. ¿Qué decía eso de Bardolf?
Drummel movió los labios varias veces intentando formar palabras.
—Llamaré a mi manada y seguiremos nuestro camino, Fenris Dalka.
Era una demostración de poder que consiguiera hablar a través de otra persona. Todos los instintos de Fen se pusieron en guardia. Expandió sus sentidos y analizó la zona que lo rodeaba. Era casi imposible detectar a los licántropos cuando querían mantenerse escondidos. A los hombres lobo les costaba más porque no podían contener su energía y sus ganas de matar, pero aun así eran muy hábiles escondiéndose de los cazadores.
Mantente alerta, Tatijana. Hay más de lo que se ve a primera vista.
—¿Por qué me dices eso, Bardolf? ¿Por qué no coges a tu manada y te vas sin más? —le preguntó Fen.
—Quiero que me des tu palabra de que ya no nos seguirás cazando.
Le colgaban largos hilos de baba desde la boca hasta la barbilla.
No tenía sentido. Fen era un cazador. Un carpatiano. Bardolf había reconocido que era una mezcla de licántropo y carpatiano. Eso significaba que debía saber que él había sido antes que nada un carpatiano, un antiguo cazador de vampiros. Era su deber, y además un tema de honor, cazar a los no muertos. Bardolf era uno de ellos sin lugar a dudas. Puede que tuviera mezcla de hombre lobo, pero era ante todo un vampiro y debía ser destruido.
—Ese es mi deber. He jurado a mi gente que haría justicia con aquellos que han entregado sus almas a cambio de la excitación que les provoca la adrenalina cuando matan —contestó sin aflojarle la garganta. No iba a dejar que la sombra de Bardolf escapara, e intentase introducirse en él—. Creo que ya sabes todo eso.
Estaré vigilando la sombra. Si intenta entrar en ti, puedo repelerla, le aseguró Tatijana. No pasé siglos en la guarida de Xavier para no haberme aprendido todos sus hechizos. Bardolf tiene que haber aprendido de Drummel. Realmente era muy bueno, pero yo soy mejor.
No estaba alardeando. Tatijana tenía miedo de lo que estaba sucediendo. Sabía lo peligroso que era el mago y que ahora, con la sombra de Bardolf dentro de él, lo era el doble. Tenía confianza en sí misma, pero no quería que Fen se fiara demasiado.
No te preocupes, dama mía, la reconfortó. Lo que está diciendo no son más que bobadas. Sabe que los voy a cazar. Me he dado cuenta de que esto no es más que una táctica para ganar tiempo.
Fen respiró hondo, y potenciando sus sentidos de licántropo agudizó el oído y el olfato, pero no apartó la mirada de Drummel.
—Te ofrezco un trato.
—La justicia no hace tratos, Bardolf. He sido nombrado para hacer justicia contigo.
Drummel escupió y lanzó un gruñido. Sus ojos rojos giraron salvajemente cargados de odio y maldad, pero Bardolf hizo un gran esfuerzo para recuperarlo. Eso enfureció más a Fen. Los vampiros no eran famosos por su capacidad para controlarse. ¿Por qué estaba Bardolf haciendo ese esfuerzo?
Fen, te lo estoy diciendo, si Bardolf era un licántropo antes de convertirse en vampiro, no puede haber colocado una sombra de sí mismo dentro de un mago de la talla de Drummel. Solo un antiguo carpatiano podría hacerlo. Incluso un vampiro podría haberse encontrado con un mago dispuesto a entregar su alma a cambio de la inmortalidad, pero ¿cómo sabría hacer esas cosas un licántropo?, preguntó Tatijana.
Si tenía razón, teniendo en cuenta que era la hija del mago más poderoso de la historia, Bardolf no podía haber colocado una sombra dentro de Drummel. Fen no esperó a lo que Bardolf podía decirle a continuación. No había manera de razonar con locos, y no veía razón por la que esperar un ataque cuando sabía que iba a llegar en cualquier momento. Dio un golpe fuerte y rápido que rompió el cuello de Drummel.
Los ojos del mago se abrieron de par en par, Bardolf lo miraba sorprendido y horrorizado. El cuerpo sufrió convulsiones y un sudor venenoso salió de sus poros, de sus pestañas y de su boca.
Cuidado, por detrás, le avisó Tatijana saliendo de su refugio para lanzarse al campo de batalla en su ayuda. El fragmento de la sombra de Bardolf va a buscar otro huésped.
Fen se giró, más preocupado de lo que no podía ver ni oír que del pequeño fragmento de la sombra de Bardolf.
Mantenlo alejado de mí, le ordenó, ahora seguro de ella y de que le cubriría las espaldas. Y mantente escondida. No te muestres pase lo que pase, le advirtió.
No estaban solos y Fen lo sabía.
El cadáver se movió. Tosió. Pero Fen no se molestó en mirarlo. Ese era el cometido de Tatijana y ya sabía que estaba susurrando un antiguo hechizo dirigido al diminuto fragmento de sombra, que era absolutamente letal. A él le tocaba encontrar a la amenaza invisible. Se apartó del cadáver donde la sombra de Bardolf buscaba un nuevo huésped.
El suelo estaba lleno pequeños insectos que pululaban sobre la vegetación en descomposición. Fen dio un gran salto en el momento en que unas criaturas mitad hombre y mitad lobo salieron de los árboles en todas las direcciones. Justo debajo de donde había estado, el suelo explotó y se formó un enorme géiser que lanzaba tierra contaminada a gran altura. Por detrás surgió una gran figura que tenía los brazos de lobo extendidos, y las puntas de sus garras cubiertas de veneno. Enseguida atacó a Fen.
Este cambió de dirección, se volvió hacia el recién llegado a una velocidad cegadora y se lanzó contra él con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo. En el puño llevaba una estaca de plata. Era el vampiro lobo con el que Bardolf había intercambiado sangre, aunque supuestamente había acabado con él. Bardolf le había salvado la vida a cambio de ser el siervo de un amo asesino.
Fen le insertó la estaca de plata en el pecho para que se clavara profundamente en el corazón del vampiro. Apenas lo reconoció; se trataba de un carpatiano solo unos años menor que él con el que solía jugar cuando eran niños. Sus padres lo llamaron Abel. Era un niño con una personalidad alegre que siempre sonreía. Nunca hubiese pensado que Abel decidiese convertirse en vampiro. De hecho, sintió un pinchazo de dolor al enterrarle la estaca en su pecho y retorcérsela profundamente.
Se le estaba derramando la sangre del vampiro sobre el puño, la muñeca y el brazo, y le quemaba hasta los huesos como si fuera ácido. Los ojos de Abel se abrieron como platos, pero Fen no se apartó como esperaba. No solo era un vampiro, también era un hombre lobo. Lanzó su largo hocico hacia Fen y le enterró los dientes afilados como cuchillas entre su cuello y el hombro, y le atravesaron la piel hasta tocar los huesos y le desgarraron un gran trozo de carne.
Por el cuerpo de Fen chorreaba un montón de sangre, y el vampiro se abalanzó hacia ese antiguo manjar para devorar toda la que pudiera.
Cayeron al suelo pero enseguida Fen se lo sacó de encima. El olor de su rica sangre carpatiana provocó un ataque de histeria colectiva. Los hombres lobo aullaron y corrieron hacia él. Pero en el instante en que se le abalanzaron, consiguió disolverse. Después de desaparecer de pronto, se pudo ver uno de sus brazos, cuya mano empuñaba una estaca de plata que clavó en el corazón del hombre lobo más cercano. Se dio mucha prisa por salir lo antes posible de entre la muchedumbre, pero un reguero de sangre color rojo rubí delataba su rumbo.
Se sobrepuso al dolor poniéndolo en una dimensión diferente mientras intentaba detener el flujo de sangre. Tatijana apareció a su lado al instante, era simplemente una imagen translúcida, pero sus manos adquirieron consistencia física para poder pasarlas por encima de sus heridas. El sonido de su cántico de sanación llenó la mente de Fen. Por un momento el frío glaciar de sus lesiones ardió como fuego. Tatijana había conseguido detener la hemorragia cauterizando la zona.
No puedes estar aquí. Es demasiado peligroso. Si te ve, va a ir por ti para capturarme a mí.
Puedo dispersar a los hombres lobo y cazarlos desde el cielo.
No tenía tiempo para discutir con ella.
Mantente atenta a sus trucos y vuela alto. Los licántropos pueden saltar distancias enormes.
Las ramas de los árboles temblaron. Los troncos se abrieron en dos con un terrible estrépito, anunciando que se avecinaba una gran amenaza. Tatijana se lanzó al cielo y recuperó el cuerpo de su dragona azul. Respondió al eco del estrépito con su propio rugido amenazante.
Abel siguió el rastro de sangre roja y alcanzó a Fen en el momento en que Tatijana despegaba. El no muerto saltó tras ella, pero Fen lo bloqueó con su cuerpo. El vampiro chocó contra él y ambos aterrizaron de pie en medio de la manada.
—Cogedlo, mis lobos hambrientos —ordenó Abel de manera compulsiva—. No dejéis que escape. Este es mi regalo para vosotros. Toda la sangre caliente, rica y fresca, que fluye por sus venas.
Los hombres lobo lo rodearon mientras aullaban. Fen se movió en círculo manteniendo la mirada fija en el sange rau, pero con los sentidos puestos en el inminente ataque de los lobos. Los gruñidos se volvieron más fuertes, lo que indicaba que la manada ya estaba preparada para atacar. Abel sonrió con aire de superioridad enseñando sus dientes rotos y manchados de negro que salían de sus encías hundidas. Se arrancó de un tirón la estaca de plata del corazón, y la lanzó al suelo a los pies de Fen.
—He venido a unirme a esta fiesta —anunció una voz.
Un cazador carpatiano salió de entre los árboles y se plantó de lleno en medio de los frenéticos hombres lobo para alejarlos de Fen. Sus ojos plateados brillaban mientras se movía ágilmente entre ellos. Les rompía el cuello y la espalda, y lanzaba los cuerpos a un lado.
Lo siento. Él es Gregori Daratrazanoff, lugarteniente del príncipe y principal protector de los carpatianos. Debe haberme seguido hasta aquí. No voy a poder achicharrar a los hombres lobo desde el cielo sin quemar vivo a Gregori.
Por muy veloz que fuese Gregori, los lobos lo eran más cuando estaban a la búsqueda de sangre nueva, caliente y viva. Se arremolinaron tantos a su alrededor que lo derribaron y quedó enterrado bajo sus frenéticos cuerpos.
Fen maldijo para sí mismo, pues no le quedaba más remedio que compartir con el cazador sus conocimientos sobre todo lo relacionado con los renegados y los mestizos de vampiro y lobo, a través del canal telepático común que empleaban los carpatianos. Sabía que se estaba arriesgando y que el carpatiano podría recabar una tremenda cantidad de información sobre él en cosa de segundos. Eran tan pocas las ocasiones en las que había usado ese vínculo común, que no estaba seguro de haberle transmitido lo que sabía sobre la velocidad y la fuerza de los lobos renegados, o del inmenso poder que tenían los sange rau. Mientras le transmitía toda esa información, Fen saltó hacia la refriega para apartar a los hombres lobo que estaban encima del guardián del príncipe.
Cuando Gregori intentó levantarse, Abel golpeó a Fen con mucha fuerza y muy rápido desde atrás e hizo que se tambaleara. Este apeló a su sangre de licántropo, se giró en el aire mientras caía y se transformó a la velocidad del rayo. Sus garras de licántropo agarraron a Abel por el cuello, lo lanzaron al suelo y se le calvaron profundamente. De ese modo quedó anclado a su cuerpo, a pesar de que enseguida le comenzó a crecer el hocico para hacer espacio para su enorme dentadura.
Rodaron por el suelo, y Fen hizo que se alejaran de la masa retorcida de hombres lobo para que sus dientes pudieran seguir destrozando la garganta de Abel.
¡Gregori, sal de ahí!, le advirtió mientras mordía al sange rau con su fuerza de licántropo.
Su hocico chorreaba una sangre negra que bajaba por su cuello y su pecho quemándolo como si fuera ácido. El aire olía a carne quemada.
Abel aulló de horror y miedo al ver que Fen lo tenía muy bien agarrado, sin importarle que el no muerto le estuviera desgarrando el pecho para intentar llegar hasta su corazón. Tenía que aguantar hasta que el no muerto estuviera tan aterrorizado que llamara a sus esbirros. Era la única manera de salvar a Gregori de la sanguinaria y voraz manada.
Fen enterró su garra en el pecho de Abel para buscar su ennegrecido y marchito corazón, sin dejar de arrancar a mordiscos trozos de carne podrida del lobo vampiro.
—Hay que matar a este. Dejad al otro. ¡Venid todos a matarlo! —gritó Abel.
Su voz sonó tan aguda que hirió los sensibles oídos de los hombres lobo. Mientras obedecían de mala gana la orden de su líder, armaron un terrible estrépito de aullidos y gritos. Fen vio por el rabillo del ojo a Gregori en el suelo, que todavía luchaba contra un gran hombre lobo que no quería apartarse de la rica sangre del carpatiano.
Por encima de él, la dragona azul planeaba haciendo un círculo sobre el dosel del bosque, pero enseguida descendió y lanzó una contundente llamarada que atrapó a varios de los lobos renegados. Tatijana tuvo cuidado de mantenerla alejada de Gregori. El alto hombre lobo que lo estaba destrozando saltó de pronto sin ni siquiera girar la cabeza, y con las garras se agarró al vientre de la dragona azul y quedó colgando aferrado a él con sus uñas curvas.
Ella contraatacó rizando su larga cola llena de pinchos. Con un barrido le asestó un tremendo golpe, y le clavó los pinchos mientras sus grandes alas hacían que se elevara por encima de los árboles. La fuerza del impacto hizo que el lobo renegado se soltara, pero vaciló un momento arañando desesperadamente su vientre para agarrarse mejor. La cola entonces lo golpeó una segunda vez, y con un chillido estridente cayó de vuelta a la tierra.
La dragona perdía sangre por la herida que le había hecho, pero bajó en picado tras el hombre lobo que se precipitaba hacia el suelo, e intentaba enderezarse para aterrizar de pie. El hombre lobo miró hacia arriba justo en el momento en que la cabeza en forma de cuña de la dragona lanzaba una llamarada hacia él, proyectando todo su dolor y rabia. Antes de que golpeara contra el suelo ya estaba envuelto en llamas. Pero consiguió saltar y ponerse en pie con las piernas evidentemente rotas, y aun así corrió aullando hacia los que quedaban de la manada. Pero mientras más agitaba el fuego, las llamas rojas y naranjas rugían con mayor intensidad y se hacían más grandes.
En el instante en el que el hombre lobo saltó para dar un zarpazo a la dragona azul, Gregori consiguió ponerse en pie a pesar de estar sangrado por docenas de sitios. Con un movimiento de su brazo estableció una barrera entre Fen y los hombres lobo, que impedía que se acercaran al cazador mientras luchaba contra ese ser que era una mezcla de vampiro y lobo. Algunos de los lobos renegados volvieron hacia Gregori, mientras otros atacaban el escudo para acudir en ayuda de su amo.
El cuerpo del borracho se sacudió y se movió a pocos centímetros de Gregori. El fragmento de la sombra de Bardolf estaba intentando encontrar un huésped vivo para socorrer a su amo.
¡Detrás de ti!, le advirtió Tatijana.
Cuando la dragona azul se dio la vuelta y se ladeó para descender cayeron grandes gotas de sangre del cielo. Gregori giró la cabeza y vio que la abominación de carne muerta estaba enterrando las uñas en el suelo para atraer el cadáver a su lado.
Lo puedo quemar, pero debes salir de ahí, le avisó Tatijana.
Gregori hizo un valiente esfuerzo para apartarse de la línea de fuego, y avanzó a trompicones hacia la manada, que seguía intentado romper la barrera que había levantado para separarlos. Fen y el sange rau estaban rodando sobre el suelo que no dejaba de temblar, pero ninguno de los dos quería soltar al otro. Cuando Tatijana se acercó, la tierra se movió intensamente, y dio una sacudida que hizo que Gregori cayera al suelo.
El suelo siguió temblando, y bajo la superficie algo hizo que se levantara. Apareció una gran grieta y muchos árboles se partieron en dos.
Tatijana vio desde el cielo que la gigantesca grieta tenía forma de zigzag. Era una zanja abismal que se iba abriendo a toda velocidad hacia donde Fen y el vampiro lobo continuaban luchando ferozmente.
¡Fen!
Tatijana le gritó sollozando su nombre en la mente como advertencia.
Y enseguida lanzó una llamarada hacia el cadáver que se sacudía y enterraba sus garras en el suelo para acercarse a Gregori. Siguió cayendo en picado. Había cerrado las alas para lanzarse como una piedra hacia la zanja cada vez más ancha, justo en el instante en el que se estaba tragando a Fen y al sange rau. Gregori avanzó hacia ellos, pero en ese momento los hombres lobo consiguieron romper el escudo que les impedía ayudar a su amo. Pero su intento para llegar hasta el jefe de su manada había sido tan apresurado, que cayeron por la parte estrecha de la grieta.
Fen también cayó por la hendidura y sus dos hombros se rozaron contra sus paredes hechas de tierra, raíces y roca. Seguía aferrado a Abel y mantenía las garras profundamente clavadas en su pecho. Estaba decidido a agarrarle el corazón, aunque tuviera que arrancarle el cuello y la garganta. Ninguno de los dos podía disolverse en vapor, pues se lo impedía el hecho de estar enganchados el uno al otro.
Tatijana pasó como un rayo junto a Gregori con las alas todavía plegadas contra su cuerpo, y se lanzó en picado hacia Fen. Al aproximarse a los dos combatientes estiró el cuello todo lo que pudo y su gigante cabeza en forma de cuña se encontró con la de Abel. Cuando lanzó una llamarada, prestó mucha atención en concentrarla solamente sobre el cráneo del vampiro, a pesar de que seguían cayendo.
Fen no pudo evitar admirar lo hábil que había sido. Tatijana seguía volando en picado a bastante velocidad. Había sentido la explosión del calor, pero no lo había llegado a tocar ni una sola llama. Abel chilló emitiendo un sonido horrible. El olor era aún peor. La tierra comenzó a cerrarse por debajo de ellos soltando terroríficos quejidos y chirridos. El planeta completo parecía estremecerse.
Suéltalo, le ordenó Tatijana. ¡Ahora! O lo sueltas o los tres vamos a morir.
Le faltaba tan poco. Tenía los dedos alrededor del corazón marchito del sange rau, pero no podía arrancárselo.
Abel es demasiado poderoso para dejarlo vivo. Solamente tengo que agarrarlo un poco mejor…
Tatijana usó su cabeza triangular para soltar al vampiro lobo de las manos de Fen, y Abel siguió cayendo. El viento avivaba las llamas que le envolvían la cabeza por completo. Pero ella enrolló su largo cuello alrededor de Fen, y lo agarró para que no continuara cayendo. Él se sujetó a sus pinchos y se impulsó para montarse sobre el lomo. Entonces las alas de la dragona se movieron y frenaron la caída.
Fen miró hacia arriba y vio que Gregori, que tenía el cuerpo destrozado, y lleno de heridas y sangre, también caía a toda velocidad. Levantó una mano.
¡Gregori!
Con la misma mano le atrapó la muñeca, y Gregori se aferró a él. Fen tuvo que tirar con fuerza para subirlo a la dragona. Gruñía de dolor, pero el cazador lo había agarrado firmemente mientras la dragona azul hacía el enorme esfuerzo de hacer que escaparan de la grieta que se cerraba. Las paredes de la hendidura le rozaron las alas, y le arrancaron un trozo de piel. Tatijana chilló de dolor, pero continuó ascendiendo.
Todos los hombres lobo que se cruzó a su paso, la mayoría colgando de las paredes de tierra de la gran fisura, intentaron darle zarpazos o mordiscos, tanto para impedir que se elevara, como para salvarse con él. Intentaban escalar las paredes de tierra antes de que la grieta terminara de cerrarse. Por debajo de ellos el abismo se iba cerrando sobre ellos a gran velocidad.
Cuando Tatijana salió al aire por encima del agujero que se había hecho en el suelo, por poco se desploma. Aterrizó jadeando de manera muy torpe justo en el instante en el que ambos lados de la grieta se unieron de golpe produciendo un terrible chirrido. La dragona azul se tambaleó hacia adelante para mantener a salvo a sus pasajeros, y dejó un gran reguero de sangre. Se estremeció, tropezó con algo y cayó al suelo. Su cabeza en forma de cuña se dio un fuerte golpe, y se arrastró hacia adelante impulsada por su cuerpo como si estuviera arando la tierra.
¡Tatijana! Un grito de mujer irrumpió en la mente de Fen a través del vínculo que tenía con su compañera. Desgarro. Miedo. Conmoción. ¿Está muerta? Voy ahora mismo.
Fen supo al instante que era Branislava, la hermana de Tatijana.
No vengas. Puedo atenderla y protegerla. Gregori está aquí también. Mejor que no estéis las dos aquí. Confía en que lo voy a hacer bien.
Fen saltó del lomo de la dragona, y aterrizó de pie dándose un gran golpe debido a la altura. Miró el cuerpo de la dragona y se estremeció al ver tanta sangre, y las numerosas heridas que le había hecho Abel con sus zarpazos, arañazos y mordiscos.
Branislava estuvo un rato en su mente buscando cuanta información pudiera encontrar sobre él antes de presentarse a sí misma bruscamente.
Si permites que le pase algo no dejaré de perseguirte hasta que consiga acabar contigo.
Lo acepto.
Fen cortó la comunicación que estaban manteniendo y se dirigió rápidamente hacia el cuerpo de la dragona. Al llegar a su cabeza la cogió entre sus brazos para que sus enormes ojos lo miraran.
—Transfórmate Tatijana. Hazlo ahora mismo. Aunque no me vuelvas a hacer caso en toda tu vida, por favor hazlo esta vez. Transfórmate por mí ahora.
Puso todo su ser en esa orden. Todo el miedo que sentía por ella. Su rabia por haber permitido que la hirieran. Su amor cada vez más intenso. Su respeto. Su necesidad de que viviese y se quedara a su lado.
Gregori también saltó de su lomo y aterrizó pesadamente, apenas capaz de mantenerse en pie. Avanzó tambaleándose alrededor del gran cuerpo de la dragona hasta llegar a su cabeza.
Los enormes ojos de esta parpadearon y enseguida se cerraron, pero Fen sintió que su cuerpo había temblado al intentar obedecerle. Entró en su mente. Perdía rápidamente la conciencia.
Ven a mí, sívamet… amor mío. Entrégate a mí. Yo te mantendré a salvo.
Se produjo un momento de incertidumbre, como si ella no confiara lo bastante en él como para entregarse por completo a sus manos. Fen esperó a que se decidiera aunque no tenían mucho tiempo, y el corazón le latía con tanta fuerza que le resonaba como un trueno. Pero ella de pronto cedió y Fen sintió que ponía la esencia de su espíritu a su cuidado.
Al instante desapareció la dragona azul, y recibió en sus brazos el cuerpo de Tatijana. No esperó. Se hizo un tajo en la muñeca, se lo puso sobre su boca y se sentó en el suelo aferrándola entre sus brazos. Gregori se arrodilló a su lado y en un segundo salió de su cuerpo malherido y se convirtió en luz pura. En cuanto entró en el cuerpo de Tatijana comenzó a trabajar febrilmente para detener la hemorragia. No paró ni un momento, ni siquiera cuando dos cazadores más aterrizaron en picado del cielo para ayudarlos.
Jacques Dubrinsky, hermano del príncipe y Falcon Amiras, un antiguo cazador, miraron alrededor del campo de batalla. Algunos hombres lobo comenzaban a moverse, y varios cuerpos ya estaban regenerándose.
—Dinos que se hace para matarlos —dijo Jacques—. No hay nada como llegar tarde a una fiesta.
—Estacas de plata. Hay que clavarlas por completo en sus corazones, y después hay que rebanarles la cabeza. Por último, hay que quemar los cuerpos con las estacas dentro —dijo Fen.
Estaba cansado. Exhausto. Mantenía su atención en Tatijana, que estaba acurrucada entre sus brazos mientras la alimentaba con la sangre que le devolvería la vida. Estaba muy agradecido de la actuación de Gregori, que aunque estuviese destrozado había decidido generosamente ponerse a curar a Tatijana antes de ocuparse de sus propias heridas.
Falcon se puso al lado de Fen.
—Gregori y tú también necesitáis que os curen —señaló ofreciéndole la muñeca—. Te la ofrezco libremente —añadió siguiendo la tradición de los carpatianos. Fen dudó. Había pasado mucho tiempo sin confiar en nadie más que en Dimitri—. Lo necesitas —le dijo Falcon—. Es para ella. ¿Te acuerdas de mí? Eras un par de años mayor. Me ayudaste a perfeccionar mis técnicas de lucha.
Fen inclinó la cabeza. Acomodó nuevamente a Tatijana en sus brazos y la apoyó contra su pecho mientras continuaba dándole tanta sangre como podía. El flujo era lento, pues Fen tenía que hacer que tragara. Agachó la cabeza hacia la muñeca que Falcon le ofrecía. La sangre antigua le proporcionó mucha fuerza, a pesar de sus horrendas heridas.
Sintió que Tatijana estaba mejorando gracias a que Gregori había reparado meticulosamente su vientre y sus costados. Tenía los brazos llenos de mordiscos y de todo tipo de heridas. El cuerpo de Gregori también estaba herido y maltrecho, pero se tomó el tiempo que le hizo falta, asegurándose de que no se le fuera a escapar nada.
Cuando regresó a su propio cuerpo tambaleándose por el agotamiento, Jacques le pasó un brazo alrededor de la espalda y le ofreció sangre con el otro.
—Por lo visto ha sido una batalla de mil demonios —dijo—. En toda mi vida nunca me había cruzado con una manada de lobos renegados.
Fen cerró educadamente las pequeñas heridas que se había hecho Falcon en la muñeca.
—Es una manada muy grande. Van con ellos dos vampiros lobo a los que los licántropos llaman sange rau.
Los tres carpatianos intercambiaron miradas y enseguida volvieron su atención hacia Fen, que cambió la postura de Tatijana en sus brazos.
—Estos vampiros son un cruce de licántropo y vampiro. Yo conocía a Bardolf. Era un licántropo alfa. Eso fue hace muchos años. Un vampiro con la sangre mezclada había devastado las manadas destruyéndolas por completo, y yo me uní a su caza. Las pruebas indicaban que Bardolf lo había matado. Pero en vez de eso, debieron haber unido sus fuerzas. Los he estado siguiendo hasta aquí.
—¿Quién está cuidando del príncipe si estáis los dos aquí? —preguntó Gregori a Falcon y a Jacques—. Os envió a buscarme ¿verdad?
Fen disimuló una sonrisa al percibir el evidente enfado que transmitía la voz de Gregori.
—Por lo menos no ha venido él en persona —señaló Jacques—. Es la primera vez que no lo hace. Debe ser que su hijo lo ha ablandado —sonrió mirando a Gregori desde arriba.
—Tú sí que estás mal. No puedo dejarte ir a casa en este estado. Savannah me cortaría la cabeza. Déjame ver qué puedo hacer mientras Falcon se dedica a…
Esperó deliberadamente.
—Fen. Fenris Dalka —contestó Fen y miró a Falcon con ojos de acero—. Es imperativo que todo el mundo piense que soy un licántropo. Sus cazadores de élite están en camino. Un hombre llamado Zev se está alojando en la posada. Es el explorador que envían en avanzadilla antes de que lleguen los cazadores. Para eso tienes que ser el mejor de la élite. Creedme, lo he visto en acción y es mejor de lo que puedo describir. Están acabando con los asesinos que pertenecieron a su propia especie, de la misma manera que nosotros cazamos a los nuestros.
—¿Por qué quieres que piensen que eres un licántropo en vez de un carpatiano? —le preguntó Gregori ignorando el hecho de que Jacques no había esperado a que le diera permiso para que le curara las heridas.
Fen se encogió de hombros.
—Los licántropos no toleran el mestizaje con los carpatianos. Creen que una vez que se hacen vampiros son demasiado destructivos y difíciles de matar. No tengo ni idea qué es lo que los carpatianos piensan al respecto.
Gregori lo miró frunciendo el ceño.
—Nunca había visto, o conocido, esa clase de cruces hasta que Mary Ann y Manolito De La Cruz nos hicieron saber que ella era licántropa y que su sangre se había mezclado en vez de anularse entre ellas. ¿Hay alguna razón por la cual deberíamos tener problemas con los mestizajes de licántropos y carpatianos? Siempre nos hemos llevado bien con los licántropos, y viceversa. Los carpatianos y los vampiros no son lo mismo, y ellos lo saben.
—Los vampiros maestros son extremadamente difíciles de matar —dijo Fen. Ya comenzaba a sentir cómo el influjo de la sangre de Falcon, y la sanación que le había hecho el carpatiano le aportaban energía. Pero estaba realmente agotado. Tenía que ir a meterse bajo tierra, y necesitaba que Tatijana lo hiciera también—. En el caso del cruce de un vampiro y un lobo es cien veces más difícil. La destrucción que provocan con sus matanzas también es cien veces mayor. Pero son muy escasos, y son muy pocos los cazadores que saben cómo matarlos.
—Pero tú sí sabes cómo hacerlo —afirmó Gregori.
Fen suspiró.
—Saberlo no es siempre suficiente, como eres muy consciente, cazador.
—Gregori. —Jacques interrumpió suavemente—. Los tres debéis ir a meteros bajo tierra. Tal vez la conversación podría continuar en casa de mi hermano en otro momento.
Gregori asintió con la cabeza.
—Perdóname, Fenris, pero debes llevarte a Tatijana, que evidentemente es tu compañera, para que os metáis bajo tierra.
—Os doy las gracias por venir a ayudarnos. No sabía de la existencia de Abel a pesar de haberlo rastreado hasta este lugar. Apenas sospechaba que Bardolf estuviera involucrado con la manada de renegados cuando me crucé en su camino y me dispuse a seguirlos. Además —dijo frunciendo el ceño—, la manada es mucho más grande de lo que pensamos.
Gregori se levantó lentamente. Su cuerpo se negaba a funcionar correctamente tras el salvaje ataque de los lobos renegados.
—Por favor ven a casa de Mikhail en cuanto te levantes para darnos más información. Estaremos muy agradecidos de que lo hagas.
Fen suspiró. Como era su deber, si se presentaba ante el príncipe debía jurarle fidelidad, pero tenía que pensar como licántropo. Ser un licántropo. Y el ciclo de la luna llena ya estaba comenzando. Si se cruzaba en esos momentos con Zev o con sus cazadores de élite, lo matarían rápidamente y harían preguntas después. Su vida se había vuelto demasiado complicada.
Los carpatianos estaban en silencio esperando su decisión. Finalmente asintió con la cabeza y se lanzó al aire con Tatijana en los brazos. Se aseguró de que nadie lo estuviese siguiendo antes de girar hacia el lugar donde había dejado a su hermano. Abrió la tierra que estaba por encima de Dimitri custodiándolo, y se acomodó ahí mismo acompañado de Tatijana. Por encima de ellos la tierra se cerró y los dejó completamente cubiertos. Un montón de hojas y restos de vegetación se posaron suavemente y de manera completamente natural sobre su lugar de descanso, y taparon la zona como si nunca hubiese sido alterada.