Capítulo 3

 

Para todos los búhos nocturnos que estáis ahí, aquí tenéis una canción de amor especial de la Sirena Nocturna para vosotros.

Saber lanzó su suave voz susurrante a las ondas radiofónicas, metió la música y se quedó mirando el reloj por centésima vez.

Tenía un dolor atroz de cabeza, la garganta irritada y se había tenido que secar las gotas de sudor de la frente más de una vez. No daba con un diálogo decente para el programa de esta noche. La sexy Sirena Nocturna de las ondas estaba enferma a más no poder. Llevaba en el trabajo exactamente dos horas y se encontraba a punto de rendirse.

Saber se frotó las sienes en un intento de aliviar el espantoso martilleo. Se había quedado dormida a las seis de la mañana y, algo inusual en ella, había continuado así todo el día. La garganta irritada y el dolor de cabeza no habían cesado desde el momento en que abrió los ojos.

—Jesse ha pasado el día haciendo conjuros —musitó con resentimiento.

Parecía la viva imagen de la salud cuando ella salió para el trabajo, pero le había encontrado distante. Bien, eso no era del todo cierto. Él nunca se mostraba distante, pero le había notado más cerrado, y nunca era así. Suspiró y apoyó la cabeza en el escritorio, usando los brazos de almohada. Estaba demasiado enferma para pensar.

Brian Hutton, su técnico de sonido, le hizo una señal desde el otro lado del vidrio para indicar el teléfono. Cuando vocalizó el nombre de Larry, Saber arrugó la nariz con desagrado y negó con la cabeza. La idea de aquel puerco sólo incrementaba las espantosas punzadas en sus sienes. Tendría que marcharse a casa, meterse en la cama y confiar en quedarse dormida con la luz encendida.

Abrió la línea con un chasquido:

—Brian, no voy a acabar la noche —dijo con sincero pesar.

Nunca había perdido un día de trabajo, ni siquiera había llegado tarde. Para ella significaba mucho ser capaz de ir a trabajar, por breve que fuera su permanencia. Le gustaba tener un historial limpio, sabía que dejaría una buena impresión cuando se marchara.

—Tienes un aspecto horrible —le informó Brian.

—Oh, gracias. Necesitaba oír eso. ¿Harás el favor de sustituirme para que pueda irme a casa y dormir un poco?

—Claro, Saber —accedió él comprensivo—. Tanto da, esta noche llaman los majaras.

Ella rodeó el micrófono con los dedos, todo se detuvo en su interior.

—¿Qué majaras, Brian?

Había esperado demasiado, debería haberse ido semanas atrás.

—No te preocupes por eso —la tranquilizó—. Siempre llaman, por eso estoy yo aquí, para filtrarlos. Siempre me aseguro de señalarte las amenazas de muerte. El chalado de esta noche ha sido muy insistente, pero no es de los que va a apuntarte con una pistola o salvar tu alma. Es un chiflado más, seguramente buscando una cita con la dueña de esa voz tan sexy.

Saber forzó una risa, se obligó a relajar sus músculos tensos.

—Si pudieran verme ahora mismo...

Pero debería tener más cuidado de lo habitual. Había acabado por sentirse demasiado cómoda aquí. Demasiado cómoda con Jess.

Brian sacó una de las cintas de Saber y encontró el punto que quería. Hicieron una cuenta atrás en silencio y su voz entró en el estudio como la seda.

Saber dio un suave suspiro de alivio, dejando caer la cabeza sobre sus manos. Lo único que quería era meterse en un agujero y esconderse.

Brian entró en la cabina y rodeó sus hombros con un brazo consolador.

—Estás ardiendo. ¿Crees que puedes conducir? ¿O quieres que llame un taxi?

Ella le dio unas palmaditas en la mano y escapó de su abrazo con el pretexto de recoger sus cosas.

—Me las arreglaré, Brian, gracias. Descanso, zumo de naranja, caldo de pollo, y mañana por la noche estaré aquí en perfectas condiciones. —Sostuvo las llaves del coche—. No las he perdido esta vez.

Él hizo una mueca.

—Vaya sorpresa. Espera al vigilante de seguridad. Ya sabes cómo es Jess con lo de andar por el aparcamiento a solas a estas horas de la noche. Primero me dejaría sin trabajo y luego sin cabeza.

—Pobre Jesse. —Saber sonrió sólo con pensar en él, a pesar del hecho de que le dolían hasta la muelas—. De verdad piensa que sólo doy problemas, ¿verdad?

Brian le sonrió:

—Y lleva razón. Vamos, te acompaño.

—Gracias, estoy bien, de verdad —insistió ella—, pero la siguiente vez que quieras tomarte un día libre, hazlo en el turno de otra persona. El técnico de sonido de día, cómo se llama...

—Les.

Saber entornó los ojos.

—Pues es un gruñón y un muermo de tío. Anoche no fue nada divertido trabajar con él.

Brian le dedicó una sonrisa.

—Me aseguraré de planificar bien toda mi parrilla en función de tu horario.

Saber le dio una palmada en el hombro, pues reconocía el sarcasmo en cuanto lo oía.

—Los teléfonos no paran de sonar.

Él se encogió de hombros sin importarle.

—Lo más seguro es que sea ese chiflado. Ya ha llamado seis veces esta noche. No quiero hablar con él.

—Tal vez sea así —reconoció ella—. Pero por otro lado podría ser nuestro poderoso jefe. ¿Alguna vez lo has pensado?

La sonrisa de Brian se desvaneció al instante. Ya estaba a mitad del pasillo cuando Saber levantó una mano con pesadez para despedirse mientras acomodaba sus pasitos a las largas zancadas del guarda de seguridad.

El trayecto a casa pareció más largo de lo habitual. Saber estaba tan enferma que apenas conseguía aguantar la cabeza levantada. Ella nunca enfermaba, estaba tan acostumbrada a la inmunidad natural de su cuerpo a la enfermedad que era inquietante descubrir que tenía fiebre alta. Si no le diera tanto pavor llamar la atención —y atraerla hacia Jess— podría considerar ir a un médico.

Aparcó el pequeño escarabajo Volkswagen al lado de la gran furgoneta adaptada de Jess. Su coche parecía fuera de lugar al lado de aquella enorme mole. Lanzó una mirada desafiante al par de coches, pensando en las muchas veces que Jess le había tomado el pelo sobre su pequeño tamaño. Dio una patada al neumático en un arranque de resentimiento. Tan parecidos a ellos dos. Como los personajes Mutt y Jeff. No era su sitio. Nunca pertenecería a este lugar y tenía que sacar valor y largarse... y pronto.

La gran casa parecía más oscura y espeluznante de lo habitual cuando entró. Saber se resistió a la necesidad imperiosa de inundar de luz la habitación, pues no quería molestar a Jess. Ya le incordiaba bastante las noches en que no trabajaba, manteniéndole despierto con sus fobias.

Sin sonido alguno que la pusiera sobre aviso, de pronto Saber no pudo respirar y la adrenalina se disparó por su cuerpo paralizándola a medio camino por el recibidor. No hubo olor, ni aliento, ni se agitó el aire, pero supo, una eternidad demasiado tarde, que no estaba sola.

Algo le enganchó los tobillos y cayó despatarrada boca abajo sobre el suelo de madera noble soltando todo su aliento. Antes de poder rodar o contraatacar, notó el beso frío y mortal del cañón de una pistola contra su nuca.

Todo sucedió en cuestión de segundos, no obstante el tiempo se ralentizó de tal manera que todo quedó claro como el cristal para ella. El débil limón del lustre del suelo de madera, los latidos de su corazón, el dolor en sus pulmones, el contacto mortífero del metal contra su piel. Todo se paralizó como si hubiera estado esperando.

Estaban aquí. Le habían dado caza, habían estado acechando y ahora estaban aquí. Jesse. Oh, Dios, pensó enloquecida. Jess estaba solo, dormido, vulnerable... ¿y si le habían hecho daño? Concentró la visión en un punto, todo en ella se replegó, preparada para atacar. Tendría que matar al intruso para poder proteger a Jesse. Aunque su agresor la matara, tendría que llevárselo con ella.

En el momento en que bajó las palmas de las manos para levantarse del suelo, él la empujó más fuerte con el arma.

—No lo hagas.

Saber tenía que ponerle las manos encima al agresor, hacerle pensar que era una mujer aterrorizada. Necesitaba ese único momento para rodearle la muñeca, captar su pulso, los latidos... Entonces se puso como loca, retorciéndose e intentando volverse, sacudiendo los brazos para alcanzar el arma y empujarla a un lado.

—Adelante, ¡dispara! ¡Hazlo! Acaba ya, no voy a intentar escapar. —Capturó el cañón reluciente mientras se sentaba y lo atrajo contra su cabeza—. ¡Hazlo!

Calculó la distancia hasta la muñeca del hombre. Un momento, sólo un instante y le tendría.

Para su sorpresa, el asaltante de pronto maldijo y retiró hacia atrás el arma.

—¡Saber! —La voz de Jess sonaba ronca con una mezcla de miedo y rabia—. ¿Has perdido la cabeza o qué? ¿Cómo se te ocurre colarte así aquí? Podría haberte disparado.

La furia y el alivio se toparon con el miedo y la rabia en un choque frontal, mezclándose y fundiéndose en un torbellino violento de emoción que no pudo contener.

—¿Me has apuntado con un arma?

Se abalanzó sobre él, lanzándole un gancho con el puño cerrado. Podía haberle matado, por un pelo no había matado a Jesse. Oh, Dios, nunca —nunca— podría vivir con eso.

Jess la cogió por ambas muñecas, le hizo perder el equilibrio y la sujetó con fuerza pegada a sus piernas.

—Para, Saber. —La zarandeó un poco al ver que seguía forcejeando—. No tenía ni idea de que venías pronto a casa. Es mucho más temprano de lo habitual. Detestas la oscuridad y ni siquiera has encendido una sola luz.

Hizo que sus palabras sonaran como una acusación.

Ella temblaba sin control, a punto de echarse a llorar; tan poco le faltó que se sintió aterrorizada.

—Estaba siendo considerada contigo —dijo entre dientes—. Es más de lo que puedes decir tú. Suéltame, me haces daño.

Podría haberle matado. Le habría matado. ¿Por qué no había sabido que era él? Siempre reconocía su aroma, su calor. Ni siquiera había reconocido su voz. Tal vez a algún nivel, sí, pero más tarde, no al principio, no cuando la había abordado en la oscuridad. ¿Por qué? ¿Qué había cambiado? Su mente acelerada planteaba preguntas, pero la rabia, el dolor y el terror dominaban su razón.

—¿Te has calmado?

—No me trates con tanta condescendencia. Me pusiste una pistola en la cabeza. ¡Dios! Vivo aquí, Jesse, puedo entrar y salir cuando me plazca. ¿Y qué haces levantado a la una de la mañana, con las luces apagadas y una pistola en la mano? —quiso saber ella.

De pronto lo entendió. Notó la presencia de otra persona, un testigo de su ataque de histeria. Se enderezó y se volvió poco a poco. Alcanzó a ver una figura en las sombras, retrocediendo a toda prisa para no ser vista. Alta, curvas generosas. El corazón se le cayó a los pies. Una mujer. Jesse estaba con una mujer en medio de la noche. Una desconocida, con las luces apagadas. Peor todavía, Jess estaba tan ansioso por proteger a esa desconocida que de hecho había permanecido a la espera con una pistola. La traición sabía amarga en la boca de Saber. ¿Y por qué no había captado el aroma de la mujer?

Una pequeña llama empezó a arder en su interior. ¿Había estrechado a la mujer entre sus fuertes brazos? ¿Le había pasado las manos por el pelo? ¿La había besado como ella había anhelado tantas veces que la besara? Oh, Dios, lo más probable era que estuviesen haciendo el amor, justo ahí en el salón. El fuego se propagó a toda prisa. Y la mujer había presenciado su falta de control. Clavó la mirada en los rasgos duros de Jess. Fue una acusación silenciosa de traición, sin importarle un bledo que supiera cómo se sentía. Había pasado demasiado tiempo aquí, había arriesgado demasiado. Vete al infierno por esto.

Saber eludió el movimiento instintivo de Jess hacia ella, llevándose el dorso de la mano a la boca. Se sentía traicionada, por completo. Si fuera posible odiar a Jess, justo en aquel momento lo haría.

—Saber.

Había congoja en la voz de Calhoun.

La joven se giró en redondo y se fue corriendo escaleras arriba, sin importarle por primera vez en años que las luces estuviesen apagadas o sin tan siquiera percatarse de ello. Se fue directa a su dormitorio, con el pecho ardiendo, buscando aire con esfuerzo, y la cabeza a punto de explotar. Tiró un zapato y luego el otro contra la pared, y se arrojó cabeza abajo sobre la cama. Si esto era normal, era un asco. Ya no quería ser normal. Deseaba desaparecer, dejar que Saber Wynter muriera y que otra persona ocupara su sitio, alguien que no se sintiera así, que no pudiera sentirse así.

Jess cerró el puño deseando, necesitando romper algo. En diez meses Saber nunca había vuelto temprano a casa del trabajo. El vigilante de seguridad debería haberle llamado. ¡Maldición! ¿Por qué estaba en casa? ¿Y qué diantres le pasaba ahora? No se había enterado de que era él quien la apuntaba con el arma, pues había ocultado tras un escudo los aromas y sonidos en la habitación, no obstante ella había peleado como un gato montés, hasta el punto de pedirle a gritos que le disparase.

Al instante percibió la nota discordante. No era por él. Ella creía que era otra persona. Dio un respingo al oír los zapatos contra la pared. ¿Quién? ¿A quién esperaba? Se movió a oscuras en dirección al salón.

Un leve sonido apagado le detuvo en seco. Saber estaba llorando, era un sonido sordo, descorazonador, que le desgarró el corazón. Malditos Soldados Fantasma y todas sus precauciones tan indispensables de seguridad. Maldito el vigilante de la emisora y Brian por no mandar aviso.

—Mejor me voy ahora.

Su invitada salió de las sombras.

—Lamento las molestias —se obligó a decir Jess.

Bien podía decirle que se fuera al infierno. Louise Charter, la secretaria del almirante, había puesto su vida en peligro para entregarle en mano una pequeña grabadora digital, no obstante en aquel momento lo único que él podía oír, lo único en lo que podía concentrarse y que le preocupaba, eran los suaves sonidos de angustia que llegaban del dormitorio de arriba.

Saber nunca lloraba ante él. Ni siquiera cuando se hacía daño. Las lágrimas podían brillar un momento en sus ojos, pero en diez largos meses Saber Wynter no había llorado.

Jess sabía que estaba rozando la grosería al invitar a Louise a salir de su casa con prisas tan impropias. En el momento en que la puerta estuvo cerrada esperó con impaciencia el ascensor. Pareció tardar una eternidad. Notó un deseo enloquecido de intentar subir a saltos con la silla el tramo de escaleras, haciendo equilibrios sobre las dos ruedas.

¿Por qué había venido a casa? Recordó el contacto de su piel de satén quemándole. Por supuesto. Estaba enferma. No había otra razón para que la pequeña y concienzuda Saber dejara su puesto de trabajo. No se permitió recordar el frío acero en sus ojos cuando se dio por primera vez la vuelta, la facilidad con que su cuerpo se volvió levantando las manos en una defensa clásica. Sólo importaba el dolor, la traición en sus ojos, en su voz... Su voz se había colado en su mente con suma facilidad, con claridad y dolor.

El ascensor le llevó al segundo piso y su silla de carreras se deslizó en silencio por el salón al que daba el dormitorio de Saber. Se detuvo ante el amplio umbral, fijando su mirada afligida y oscurecida en la forma delgada de la joven. Se encontraba boca abajo, con el rostro surcado de lágrimas enterrado en el codo doblado.

Su corazón sufrió un vuelco. Con un impulso de sus brazos, se situó a su lado y enredó la mano en los rizos revueltos.

—Pequeña —gimió en voz baja con una especie de angustia—, no, no hagas esto.

—Lárgate.

Su voz sonaba amortiguada.

—Sabes que no voy a irme —contestó manteniendo la voz baja—. Estás enferma, Saber. No voy a dejarte aquí para que te las arregles sola. —Le acarició el pelo—. Vamos, cariño, tienes que dejar de llorar. Te dará dolor de cabeza.

—Ya tengo dolor de cabeza —respondió tratando de no llorar—. Vete, Jesse, no quiero que me veas así.

—¿Quién va a verte? Está oscuro aquí —bromeó él, pasándole las manos por los hombros con ritmo tranquilizador.

—¿Adónde irá tu amiguita?

Saber no pudo evitar decirlo; tendría que haberse mordido la lengua. Como si le importara. Jess podía tener cincuenta mujeres, todo un harén cada noche, mientras ella trabajaba en la emisora.

Calhoun se encontró sonriendo a pesar de todo, y tuvo que esforzarse para controlar la voz.

—Tienes fiebre, criatura, déjame que vaya a buscarte un paño frío. ¿Ya has tomado una aspirina?

—Qué perspicaz por tu parte. —Saber se sentó y se frotó los ojos con el puño, furiosa consigo misma por llorar. Se pasó la mano por la masa de rizos negro azabache en un esfuerzo vano de arreglar esa masa alborotada—. Y sé tomar sola una aspirina.

Jesse ya iba de camino al baño.

—Cierto, pero ¿lo harás? —preguntó mientras abría la puerta.

Jess había diseñado la reforma de la casa para asegurarse de que todas las puertas fueran lo bastante anchas y de que todo quedara a una altura baja, para su comodidad. Ahora se sentía especialmente agradecido por haberse preocupado de tener facilidad de movimiento en el piso superior igual que en el de abajo. Pasando por alto las piezas de ropa interior de encaje colgadas en el toallero para secarse, Jess cogió una toallita.

Saber hizo un esfuerzo para recuperar la compostura. Así que no se encontraba bien. Pues vaya. Así que su mejor amigo en el mundo le había dado un susto de muerte. Pues vaya. Y Jess se veía a hurtadillas con una mujer de la que no quería que supiera nada. Fantoche inútil, apestoso y ruin. A ella le consumía el resentimiento, la frustración y algo demasiado cercano a los celos.

¿Y qué hacía entonces con todas las luces apagadas? ¿Con qué frecuencia le visitaba la mala pécora ésa cuando ella no estaba? Y no sería porque ella no le contara nada de cada cita asquerosa que tenía. Mantenían discusiones interminables sobre sus planes. Ella no se escabullía a sus espaldas.

Jess reprimió una sonrisita. Hizo un esfuerzo tremendo para mantener el rostro inexpresivo. Los ojos azul violeta de Saber le escupían fuego. Los celos significaban que él le importaba, quisiera o no. Algo se agitó en lo más profundo de él, algo amable y tierno, olvidado hacía tiempo.

—Pequeña —dijo con dulzura— si sigues mirándome así acabaré muerto en el suelo.

Pasó el paño frío por su rostro ardiente y a continuación le acarició el cuello.

—Buena idea, una gran idea de hecho —soltó Saber, pero no esquivó sus cuidados.

—¿Debo llamar a Eric? —dijo y le apartó el pelo.

Eric Lambert era el cirujano que había salvado la vida a Jesse. Sabía que era alguien importante, por lo visto famoso en la profesión, que aún hacía visitas a domicilio... al menos a Jess. A veces venía con otro médico, una mujer, aunque Saber nunca había coincidido con ella. Pero sabía que Jess había vomitado muchísimo después de la última vez que vinieron; no quería tener que ver con eso.

—Tengo gripe, Jesse —le tranquilizó, pese a que él se merecía la pena de muerte—. Nada del otro mundo, así que no me hace falta un médico.

—Tienes que quitarte esa ropa.

Su voz descendió una octava; sonaba ronca.

—Mejor espera sentado.

Desde luego, teniendo un lío del que no soltaba prenda cuando él quería conocer cada detalle de sus citas, ¿cómo se atrevía?

—¿Quién pensabas que era yo?

Dejó ir la pregunta con la precisión de un cirujano.

Bajo sus cuidados ella se quedó quieta, desviando los ojos azules de él. Se enrolló con nerviosismo un mechón de pelo en el dedo.

—No tengo ni idea de qué hablas.

Jess levantó el paño, le cogió la barbilla con asimiento firme, y la obligó a encontrar su mirada fija y penetrante.

—Vas a resultar ser una mentirosa horrible.

Saber soltó la barbilla.

—Pensaba que estabas tranquilo en la cama, cavernícola. ¿Por qué crees que iba dando traspiés por la oscuridad? Para ser considerada. ¿Cómo iba a suponer que mantenías un encuentro clandestino con la ramera local? —Furiosa, Saber se sentó y encendió la luz tenue de la lámpara de su mesilla—. No puedo creer que de hecho me hayas puesto la zancadilla y me hayas apuntado con tu pistola.

—No puedo creer que tu comportamiento fuera tan estúpido. Si yo hubiera sido un asaltante, ahora mismo estarías muerta —respondió con furia a su vez, con oscuros ojos centelleantes.

—Bueno, tal vez supiera en todo momento que eras tú. ¿Se te ocurrió en algún momento?

Saber dio un brinco y se levantó para poner distancia entre ellos.

—Y un cuerno.

—No te atrevas a enfadarte conmigo. No era yo quien te apuntaba con la pistola a la cabeza. Ni siquiera sabía que tenías un arma en la casa. Detesto las armas —declaró.

Pero sabía usarlas. Podía desmontar una y volver a acoplarla en cuestión de segundos, menos de eso en caso necesario. Era rápida, eficiente, mortífera.

—Ya lo he notado —dijo Jess y sonrió a su pesar.

Ella recorrió la distancia de la habitación en cuestión de segundos, con esa gracia fluida familiar propia de una bailarina de ballet.

—Bien, entonces, ¿quién creías tú que era yo? ¿Alguna investigadora privada contratada por el marido de la mujer?

Jess ni siquiera pestañeó.

—No sé qué has imaginado ver —empezó a decir.

—He visto a una mujer. Se escabulló en las sombras.

Saber sonaba inflexible.

—Sucedió tan rápido, cielo, y estabas asustada.

—Estropéalo un poco más, Jesse —replicó ella con brusquedad.

—No estoy seguro del todo de lo que significa eso.

—No te rías. No te atrevas a reírte. Significa: vete al infierno. Y para tu información, no estaba asustada. Sé que vi a una mujer. —Cruzó los brazos sobre el pecho e inclinó la cabeza con cara de pocos amigos—. No es que te culpe por querer negar su existencia. Lo más probable es que su perro quiera negar su existencia, vaya cardo de tía. Pero sé lo que vi.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo él con voz tranquilizadora—. Viste a una mujer escondiéndose en el salón, te creo. Ahora quítate esa ropa y ponte un pijama.

Saber le fulminó con la mirada.

—Me tratas con condescendencia, fingiendo que finges creerme.

Jess alzó una ceja.

—Esto es demasiado complicado para aclararlo, y contigo enferma. Ni siquiera yo puedo seguir la lógica de eso. Si te sientes mejor, cerraré los ojos.

Ella consideró la posibilidad de arrojarle alguna cosa, pero tenía un dolor de cabeza atroz y la fiebre era insoportable.

—Pues ciérralos —ordenó y se fue a zancadas al baño.

Era observadora, se dijo Jesse, al menos eso tenía que reconocérselo, aunque no debería sorprenderse. Pese a que tenía mucha fiebre, le aterrorizaba la oscuridad —y más aún con su asalto inesperado—, no obstante había advertido ese mínimo movimiento en la esquina más oscura de la habitación. Por otro lado, los movimientos de Saber habían sido bastante calmados y calculados como para funcionar con alguien menos preparado que él.

Salió enfundada en una larga camiseta que le llegaba a medio muslo. Estaba más guapa que nunca.

—¿Aún sigues aquí? —inquirió mientras cruzaba el suelo con aspavientos para tirarse en la cama.

—¿Has tomado una aspirina?

—Sí. —Le hizo una mueca para mostrarle que aún no estaba perdonado—. ¿Contento?

Jess soltó un pequeño suspiro.

—Sigues enfadada conmigo.

Saber formó un ovillo y le dio la espalda, de hecho encorvando el hombro.

—¿Tú crees?

Con un poderoso movimiento de sus brazos increíblemente fuertes, Jess se desplazó de la silla a su cama. El cuerpo delgado de Saber se puso tenso mientras él se estiraba a su lado, pero no protestó.

Jess la estrechó, acomodándola en su hombro, maravillado de lo suave que era su piel, lo frágil y pequeña que parecía junto a él. Estiró una mano perezosa para apagar la luz.

—No.

—Es hora de dormirte, pequeña —le recordó, sumiendo la habitación en oscuridad con un rápido movimiento de dedos.

Al instante notó el estremecimiento que recorrió su cuerpecito.

—Duermo con la luz encendida.

—Esta noche, no. Esta noche duermes en mis brazos, sabiendo que te mantengo a salvo.

Le acarició el pelo con ternura.

—Tengo pesadillas si las luces están apagadas —admitió la chica, demasiado enferma como para que aquello le importara.

Jesse frotó con la barbilla sus rizos sedosos.

—No si yo estoy aquí, Saber. Las espantaré.

—Rey dragón arrogante —murmuró adormilada, estirando la mano para enlazar sus dedos—. Los demonios no se atreven a contradecirte, ¿verdad?

—¿Quién pensabas que era, Saber? ¿De quién huyes?

Se hizo un silencio tan largo que Jess se convenció de que no iba a responder. Al final ella suspiró:

—Estás imaginando cosas, no huyo de nadie. Me diste un susto, eso es todo.

Había una leve nota de diversión en su voz sensual y sedosa.

Estar tendido junto a ella debería haber provocado el conocido anhelo incesante, pero en vez de eso notó una paz profunda, algo que nunca había experimentado, invadiendo todo su ser. Saber estaba ardiendo a pesar de que el aire estaba bastante fresco en la habitación y que él había echado sólo la sábana sobre los dos.

—Tal vez debería llamar al médico —murmuró—. Eric podría estar aquí en un par de horas.

Saber suspiró.

—Deja de inquietarte, Jesse —suplicó. Estrechó más sus dedos—. Me pondré bien.

Él la abrazó, notando que el cuerpo se relajaba con su protección, que la respiración se volvía lenta y rítmica. Jess enterró la barbilla en la masa sedosa de tirabuzones azabache, disfrutando de la sensación de estar tendido sencillamente junto a ella, de estar cerca de ella.

Algo después Jesse debió de quedarse dormido, con sueños levemente eróticos, no las fantasías tórridas que Saber provocaba por lo general en él. La primera señal de la aflicción de ella le despertó en forma de un leve gemido y su cuerpo agitándose con convulsiones.

De repente se dio la vuelta y levantó la mano hacia él, deslizando un puñal a toda velocidad contra su yugular con precisión mortífera. El movimiento fue fluido y practicado. Él le agarró el brazo, lo bajó de golpe contra el colchón, casi retorciéndolo hasta romperle la muñeca, mientras encontraba con el pulgar un punto de presión para obligarla a soltar el puñal. Ella no profirió ni un sonido. No lloró de dolor, ni siquiera cuando Jess clavó los dedos con fuerza suficiente para hacerle una magulladura.

Jess tenía una fuerza enorme; estaba mejorado genéticamente y trabajaba a diario para poder levantar el peso de su propio cuerpo a todas horas. Aun así le estaba costando someterla.

—Despierta, Saber —masculló mientras la sacudía un poco.

El puñal cayó de su mano y se escurrió desde la cama, pero ella se dio la vuelta lanzando el codo contra su mentón. Él encajó el golpe en su hombro y la agarró por la garganta, sujetándola de golpe sobre el colchón.

Saber forcejeó, con ojos enloquecidos y su nombre en los labios.

—¡Jesse! —llamó otra vez, un sonido tan cargado de dolor, tan descarnado por el terror, que de hecho él notó lágrimas reales escociéndole los ojos.

—Por el amor de Dios, Saber, despierta. Estoy aquí. —Le sujetó las muñecas, manteniéndola inmovilizada para que no continuara con su ataque—. Tienes una pesadilla, eso es todo, sólo un mal sueño.

Supo en qué momento exacto ella recuperó el conocimiento. Su cuerpo se detuvo y se puso tenso. Luego su mirada saltó hacia él, examinando cada centímetro de sus rasgos, estudiando su expresión para tranquilizarse. Él la soltó poco a poco y volvió a tumbarse a su lado, volviéndose para poder rodear con su cuerpo protector el de Saber.

—Hay alguien en la casa, Jesse, he oído un ruido.

Se estremeció y se apoyó contra el frescor de su frente.

—Era una pesadilla, pequeña, nada más.

—No, hay alguien en la casa. Abajo. —Se aferró a sus hombros—. Cierra con llave mi puerta. ¿Está echado el cerrojo?

Él le alisó el pelo con dedos cuidadosos.

—Nadie puede entrar, estás a salvo conmigo.

—Enciende la luz, tenemos que encenderla. Nadie entrará si la luz está encendida —insistió Saber con desesperación.

—Chit. —Él la tomó en brazos, enterrando su rostro pequeño y delicado contra su pecho. Estaba temblando, ardiendo contra su piel. La acunó con ternura, adelante y atrás—. No pasa nada, Saber. Nunca permitiría que te sucediera nada.

El corazón de la chica golpeaba contra su pecho, su pulso se aceleraba tan frenético que Jess tuvo que estrecharla más.

—No ha sido un sueño, sé que he oído un ruido, lo sé.

Formó un puño con una mano, golpeteando el hombro de él. Con la otra acarició la línea abultada de sus bíceps con gran agitación.

Pese a las circunstancias, había algo de intensa intimidad en el contacto de sus dedos siguiendo el contorno de sus músculos. El cuerpo de Jesse reaccionó como respuesta con una tensión dolorosa, de urgencia exigente. La pasó por alto, imponiendo la disciplina estricta que le había mantenido vivo durante años. Se limitó a abrazarla, a acunarla con delicadeza, acariciando su pelo para tranquilizarla, sin responder a sus imaginaciones alocadas.

Hizo falta un rato para que su cuerpo dejara de temblar y se sosegara en sus brazos.

Jess le dio un beso ligero como una pluma sobre los rizos sedosos.

—¿Te sientes mejor?

—Creo que estoy haciendo el ridículo —respondió bajito.

—Eso nunca, cielo —murmuró él con diversión amable—. Has tenido una pesadilla. Seguro que por culpa de esa música atroz que oyes.

Ella se acurrucó contra su pecho; le gustaba el ritmo constante de su corazón bajo su oído.

—La música country es buena.

—Después de la otra noche he decidido que acabará por gustarme. Y así, ¿qué demonios era lo que pusiste?

—¿No te gusta el rap? —Su risa sonó amortiguada—. ¿Por qué sabía que no iba a gustarte ese grupo en concreto?

Como castigo, él estiró un rizo con un poco más de fuerza, luego frotó el punto con suavidad al oír su grito.

—Porque compongo un número uno tras otro y ninguno ha sido jamás un rap.

—Maniaco ególatra —acusó—. No todo el mundo tiene que escuchar tu música.

—Eso es cierto, encanto, no me importa lo más mínimo que el mundo entero deje de escuchar. —Acarició otra vez su pelo, con los labios esta vez—. Excepto tú. No sólo te exijo que escuches, además tiene que gustarte.

Le dio la orden con aspereza.

Ella se rió en voz baja, relajándose contra él.

—Entonces cántame.

Se hizo un largo silencio. Jess se aclaró la garganta.

—¿Cómo has dicho?

—Canta. Ya sabes, Ooooh, baby, baby, tararará... Canta.

—Yo no canto, compongo. Música y letras. Compongo, Saber, y lo vendo a otros artistas. Trabajo para la marina, no tengo un grupo.

—¿Y por qué, Jess? Es obvio que te ganas muy bien la vida, has adquirido fama como compositor de canciones y aun así sigues con el ejército. Estás en una silla de ruedas.

—No me había dado cuenta.

—Sabes a qué me refiero. ¿Por qué sigues metido?

—¿Quién dice que lo esté?

—Llevo diez meses viviendo aquí. Sé que haces alguna clase de trabajo para ellos. ¿O se supone que no debo saberlo?

—Se supone que no.

Ella se apretujó más contra su pecho y alzó la vista, con humor.

—Pues bien, entonces no me enteraré de nada. Cántame, Jesse. Si no puedo encender la luz, ni podemos hablar de la absoluta estupidez de que continúes en el ejército, al menos canta un poco.

—¿Es esto lo que tengo que esperar el resto de mi vida? —preguntó él amontonando el pelo de ella en las manos.

—Un destino peor que la muerte —reconoció Saber amodorrada.

Al menos él no quiso saber a qué se refería. Jess sacudió la cabeza mentalmente; no podía permitirse más errores de ese tipo. Saber no permanecía mucho tiempo en ningún sitio y últimamente estaba más inquieta, mirando a su espalda. ¿Estaba preparando su partida? Había dicho que había dejado de huir. No podía arriesgarse a ponerla más nerviosa, porque no iba a dejarla marchar así como así, y él iba a aclarar cada uno de sus secretos le gustara o no.

—Jesse.

Saber sonaba enfurruñada.

Él se acomodó contra las almohadas, con la cabeza aún sobre su pecho y el limpio aroma femenino calando en él. Se tragó el nudo en la garganta y le cantó a Saber su canción. La que había escrito para ella, la que latía en su corazón, en su cabeza, cada vez que la miraba o pensaba en ella. Una balada lenta y onírica.

 

Se mueve como una artista, grácil y libre

Discurre como la pintura fluida sobre el lienzo

Oh, pero esos ojos inquietantes

Me hacen ser consciente

De la profundidad de las emociones que me desbordan

Es la mujer con la que sueño

Una niña jugando

Luchando a favor de otros, a su manera especial

Cuando pienso que se ha terminado, no ha hecho más que empezar

Cuando miro sus ojos...

Oh, pero esos ojos inquietantes

Me hacen ser consciente

De la profundidad de las emociones que me desbordan

Como el vuelo de la mariposa con una leve brisa

Sus rasgos delicados son tan evidentes

Es una mujer, una guerrera que nunca se rinde

Oh, pero mi mariposa esquiva

Me hace ser consciente

De la profundidad de las emociones que me desbordan

 

Jess notó las lágrimas de Saber en su pecho mientras su voz se desvanecía y apretó las manos con actitud posesiva, una en el pelo, la otra en torno a su delgada cintura. No le hacían falta palabras; aquellas lágrimas eran suficientes. ¿Percibía ella la profundidad de las emociones que le desbordaban? ¿Se percataba de que desnudaba su alma ante ella? Permitió no obstante que Saber se escondiera, pues no quería presionarla en su estado vulnerable.

Se quedó dormida, con un sueño irregular. Esperó hasta que la respiración fue lenta y constante, y entonces estiró el brazo hasta la mesilla y encontró el puñal. Sujetándolo por la punta, lo introdujo en el pequeño bolsillo de su silla de ruedas. Lo examinaría por la mañana, recogería cualquier huella, descubriría si aparte de Saber alguien más había manejado ese puñal militar reglamentario.

La abrazó casi toda la noche, a veces durmiendo, a menudo simplemente tendido despierto, disfrutando con la sensación de tenerla entre sus brazos. La fiebre remitió en algún momento próximo al amanecer, y se separó de ella a su pesar, pues sabía que no le gustaría despertarse y encontrarlo en la cama, recordándole las lágrimas y la emotiva noche compartida. No sabría cómo asumirlo y, con lo preparada que estaba para salir huyendo, él no iba a correr riesgo alguno.

Sujeto Wynter ha vuelto temprano. Doblé la dosis que habíamos acordado en un principio con intención de infectarla. Su sistema es mucho más resistente de lo esperado. Encontraremos la manera de obtener más sangre de ella con la que trabajar. Sigue distanciándose de su formación con cada día que pasa. Le doy la razón en que hay que insistir en el aislamiento y en el entrenamiento diario. Cuanto más deja de ejercitar sus habilidades, más rápido su deterioro. El Sujeto Calhoun ha tenido visitas frecuentes. Lily Whitney y Eric Lambert le visitan de modo regular, pero casi nunca cuando Wynter está en casa. Lily trae un considerable dispositivo de protección para el rato que pasa con Calhoun, por lo que secuestrarla sería casi imposible. Veremos cómo rechaza Wynter la infección y si Calhoun pide cuidados médicos.

Desconectó la grabadora, deseando poder demorarse en el lugar, pero esta noche no se atrevía. Estaba apurando y arriesgándose demasiado, y no podía jugársela y que le atraparan. La muerte aprovechaba cualquier error. Quería el premio que sostenían ante él. Modificación genética y mejora psíquica. Podría obtener lo que quisiera. Sí, y además se estaba divirtiendo con esto. La próxima vez quizá volviera a traerse compañía. Le encantó la mirada en los ojos de la fulana cuando se percató de lo que pretendía hacer exactamente. Su semen le había manchado toda la cara, pringando los labios que protestaban justo cuando entendió que también iba a quitarle la vida.

—No, encanto, no me diste ni de lejos el placer que tú creías —susurró en voz alta y lanzó una mirada a la ventana, sonriendo con una promesa fría y siniestra.