La conexión
 mente-cuerpo

 

Para averiguar de qué tiene hambre, debe reconectar la mente y el cuerpo, mirando más allá del simple sistema de circuitos de que hablábamos antes, que controla el impulso básico del hambre a través del hipotálamo. Como puede anular las simples señales que su cuerpo le envía, incluso algo tan básico como el hambre acaba siendo parte de todo el cerebro. No todos han interferido en el sistema natural que regula el apetito. Todos conocemos a alguien cuyo peso no ha fluctuado nunca desde el final de la adolescencia. Esas personas dicen cosas como las siguientes:

Mi cuerpo me dice lo que quiere.

Me siento incómodo si aumento un kilo.

Hago ejercicio porque me siento bien.

Son afirmaciones arraigadas en la conexión mente-cuerpo cuando esta funciona adecuadamente. Por desgracia, cuando no funciona bien, la conexión mente-cuerpo sufre un cortocircuito y son las malas costumbres las que le dicen al cuerpo qué tiene que hacer. Se envían señales erróneas y, cuando el cuerpo reacciona engordando, desequilibrándose más y, finalmente, enfermando, la mente no hace caso de estos signos de sufrimiento. Veamos por qué sucede.

Imagine que tres conversaciones telefónicas convergen en un empalme, que en realidad es el punto de encuentro de tres regiones básicas del cerebro. Cada región tiene algo que decirle; cada una le está enviando mensajes neuronales al mismo tiempo. Cada una busca una clase diferente de satisfacción. El cerebro inferior está satisfecho cuando nos sentimos bien físicamente. El sistema límbico está satisfecho cuando nos sentimos bien emocionalmente. El cerebro superior está satisfecho cuando tomamos decisiones buenas para nosotros.

El milagro del cerebro humano es que las tres líneas pueden confluir y cooperar. El cerebro inferior puede enviar el mensaje «Tengo hambre», que el cerebro emocional acepta, porque «Comer me pone de buen humor», de forma que el cerebro superior puede decir, «Hagamos una pausa para comer». Este acto equilibrador es natural y funciona para beneficio de las tres regiones del cerebro. Ninguna de ellas debe forzar el paso del mensaje, tratando de que la oigan quitando a las otras de en medio.

El cerebro está estructurado para encontrar felicidad en todos los niveles. Para un niño pequeño que actúa casi totalmente siguiendo el instinto básico del cerebro inferior, la felicidad significa comer cuando tiene hambre, dormir cuando está cansado, que lo abracen cuando tiene frío. Pero las cosas se vuelven más complejas cuando las otras regiones, el sistema límbico y el cerebro superior, empiezan a desarrollarse. Su versión de la felicidad es mucho más complicada.

Cuando era un médico joven, sabía estas cosas como médico, pero no les prestaba una atención personal. Vuelvo la mirada a la mesa del comedor y veo a un joven irritado (con una joven esposa paciente) cuyo cerebro estaba tan abarrotado de información técnica (cerebro superior) que la voz interior, que gritaba «Soy infeliz y estoy insatisfecho» (sistema límbico) quedaba reprimida. Al mismo tiempo, la voz más primitiva dentro de mi cabeza, que tenía miedo de fracasar y romperse bajo la presión (cerebro reptiliano) añadía un perturbador ruido de fondo. No es de extrañar que las comidas transcurrieran de modo borroso, ofreciendo un relámpago momentáneo de satisfacción. (Tuve la fortuna de que me criaran unos padres cariñosos, porque por lo menos mi nueva familia no se rompió como les sucedió a muchos médicos jóvenes que conocía. Yo sabía el valor de dar y recibir amor.)

No es posible escapar de las tres conversaciones que se desarrollan en nuestra mente todo el tiempo. Cada día, se filtran cientos de opciones a través del cerebro superior, y cada una tiene un sesgo emocional. Es algo exclusivamente humano. Si ponemos un trocito de comida delante de un ratón de laboratorio, se la comerá automáticamente, y de un modo igual de automático se iluminará el centro del placer en su cerebro. Pero cuando ponemos comida delante de una persona, puede producirse cualquier respuesta imaginable. ¿Con cuánta frecuencia decimos cosas como las siguientes?:

Estoy demasiado disgustado para comer.

No quiero pescado. Sólo me gusta la carne con patatas.

Ahora estoy demasiado ocupado.

Nuestro cerebro tiene un centro del placer, igual que lo tiene un ratón de laboratorio, pero nuestra vida interior es increíblemente compleja. Las emociones pueden anular el hambre o hacer que sea anormalmente fuerte. Unas creencias distorsionadas, que surgen en el cerebro superior, pueden interferir tanto en las emociones como en el hambre; de ahí la adolescente anoréxica que ve un cuerpo desnutrido en el espejo, pero se siente «demasiado gorda» debido a una imagen mental deformada. (Me refiero a un único aspecto de un complicado trastorno genético y psicológico.)

Cuando comemos en exceso, puede parecer que el cerebro inferior se ha vuelto loco, forzándonos a tener un hambre incontrolable. Pero, en realidad, el problema es sistémico. En general, es una mezcla de controlar los impulsos (cerebro inferior), intentar encontrar consuelo (cerebro emocional), y tomar malas decisiones (cerebro superior). Los tres están involucrados, formando una danza continua.

Esta danza se mueve en un círculo constante, como ilustramos aquí:

Impulso

Emoción Decisión

Impulso: El cerebro inferior nos dice si tenemos hambre, miedo, si estamos amenazados o excitados.

Emoción: El sistema límbico nos dice de qué humor estamos, positivo o negativo, y nos dicta nuestra respuesta emocional en ese momento.

Decisión: El cerebro superior nos dice que hay que tomar una decisión, que lleve a la acción.

En guerra consigo misma

Permítame ilustrar cómo funciona todo esto con una historia personal. Tracy tiene un problema de peso desde que era adolescente. Ha caído en diferentes clases de conducta contraproducentes desde entonces. Se ponía a la defensiva sobre el peso siempre que sus padres trataban de hablar de ello. Desarrolló una personalidad dominante, pensando que si se mostraba segura de sí misma y autoritaria, nadie vería lo frágil que se sentía por dentro. Cuando llegó el momento de salir con chicos, pasó rápidamente a la actividad sexual, porque era lo que los chicos querían y, a su vez, ella se sentía querida. No obstante, cuanto más actuaba, peor se sentía consigo misma, así que acabaron apareciendo las drogas y el alcohol.

Todo esto ha quedado muy atrás para Tracy. Tiene cincuenta años y está felizmente casada y, en general, se siente bien consigo misma. Pero no se puede soslayar el hecho de que está entre treinta y cinco y cuarenta y cinco kilos por encima de su peso ideal. Nunca ha sido paciente mía, sólo una amiga, y cuando nos encontramos socialmente suele ser en un restaurante. No juzgo cómo come ni le doy consejos, pero en una comida típica he observado algunas cosas:

Cuando se sienta, su primer comentario es que no tiene hambre, pero encontrará algo que comer.

Mientras esperamos el primer plato, habla y come varios trozos de pan de la cesta, al mismo tiempo. Unta el pan con mantequilla, sin mirar lo que está haciendo.

Pide dos platos, un entrante y un plato principal, en cuanto el camarero le pregunta qué quiere.

Siempre deja el plato limpio.

Nunca pide postre, pero picotea del mío si yo pido uno, y suele comerse, por lo menos, la mitad.

Viendo estas costumbres, me doy cuenta de que para Tracy son algo inconsciente. Me presta atención y también se la presta a nuestra conversación, pero no a lo que hacen sus manos. Ha aprendido a borrar lo que no quiere ver. Estoy seguro de que usted ya comprende lo que está pasando; tres zonas del cerebro están librando un conflicto silencioso, y cada una utiliza su propia clase de mensaje.

El cerebro inferior de Tracy repite: «Tengo hambre. Más comida. Sigo muerta de hambre».

El cerebro emocional repite: «No me siento bien conmigo misma. Más comida. Sigo sintiéndome mal».

El cerebro superior repite: «Sé que no debería estar comiendo así. Más comida. ¿Por qué molestarme en resistir? No importa, porque el impulso volverá una y otra vez, de todos modos».

Sería maravilloso que alguien pudiera hacer una instantánea de esta charla cruzada en su cerebro, mostrársela a Tracy y hacer que viera lo que está pasando. Quizás algún día, unas técnicas avanzadas de escaneado cerebral harán precisamente eso. Pero incluso con una instantánea perfecta, el cerebro nunca se queda quieto. El problema de Tracy cambia constantemente. En un momento dado, Tracy obedece a una parte de su cerebro; al siguiente, es otra parte la que domina. Esa es la razón de que en una única comida pueda disfrutar de la comida, odiarse por comer tanto, prometerse que lo hará mejor e ignorarlo todo. Su conducta se contradice constantemente.

Esta es la guerra interna que libra cualquiera que lucha contra su peso. Aquí tiene un secreto: «Nunca ganará esta guerra». Si pudiera, lo habría hecho hace mucho tiempo. Mientras siga luchando contra usted mismo, se quedará atascado al nivel del problema. Debe elevarse por encima de ese nivel y alcanzar el nivel de la solución.

Tracy está siguiendo un patrón típico y lamentable. Cada hora del día, se obsesiona con la comida, controlando lo que come y teniendo un peso excesivo. Está presa en el nivel del problema. ¿Qué se necesitaría para elevarla hasta el nivel de la solución?

Le aseguré que la respuesta existe:

—Está justo dentro de ti —le dije—. Cuando te obsesionas y te preocupas, engañas a tu cerebro. Le estás diciendo que envíe mensajes negativos a cada célula de tu cuerpo. Puedes decidir dejar de hacerlo.

—Pero me siento mal —se quejó—.No tengo ningún mensaje positivo que enviar.

—No, no cuando te sientes tan angustiada y descontenta contigo misma —acepté—. Pero hay un mensaje positivo que has pasado por alto. Prestar una callada atención a cómo se siente tu cuerpo es un mensaje poderoso, por sí mismo. La consciencia no es ruidosa ni emocional. Observa silenciosamente y ese es el mejor estado para que tu cuerpo empiece a reequilibrarse.

Tracy parecía un poco confusa, pero sonrió, porque, en cierto modo, lo entendía. Se sentía aliviada porque hubiera un medio de desatascarse. Siempre que alguien está atrapado por costumbres, viejos condicionamientos y una manera de comer descontrolada, necesita llegar a estar calladamente consciente, sin juzgar, en un estado que acalle el constante diálogo interno que llena su mente. La consciencia nos lleva desde el nivel del problema al de la solución.

Pase a la acción
 Los fundamentos de la consciencia

Bien, ¿cómo lo hacemos para aumentar nuestra consciencia? Ser más consciente es fácil y se puede hacer en cualquier momento del día usando tres técnicas básicas, que equilibran las tres regiones principales del cerebro naturalmente y sin esfuerzo.

Sea consciente de su cuerpo. Vaya a su interior y sintonice con sus sensaciones físicas, cualesquiera que sean. Sienta lo que el cuerpo está sintiendo.

Sea consciente de sus emociones. Cierre los ojos, atienda a su corazón y vea cómo se siente emocionalmente. Sin involucrarse, céntrese y observe estos sentimientos.

Sea consciente de sus decisiones. Busque un momento en que esté en calma, quizás a primera hora de la mañana, cuando se despierte, o mientras se relaja en la ducha, y examine la mejor manera de tomar las decisiones a las que se enfrenta. Las mejores decisiones se toman desde un estado interior de apacible alerta.

Yo experimenté una auténtica transformación adoptando estas técnicas básicas, cuya práctica sólo exige un momento. No había comprendido algo fundamental respecto a mi mente. Es una máquina en perpetuo movimiento. Si se le da la ocasión, funciona todo el tiempo, amontonando una idea tras otra, una emoción tras otra. Yo no le estaba dando tiempo para hacer algunas cosas importantes. Necesitaba calmarme, reflexionar sobre el momento, considerar cómo me sentía, preguntarle a mi cuerpo cómo se sentía. «¿Qué tal vamos?» es una pregunta muy sencilla —incluyendo en esa primera persona del plural el cuerpo, las emociones y el intelecto— y, sin embargo, la mayoría no nos la hacemos con la suficiente frecuencia. Preguntarle a un amigo «¿Qué tal te va?» es algo tranquilizador. Nos merecemos lo mismo si queremos que nuestro cuerpo sea amigo nuestro.

Pruebe estas técnicas, sin esperar ni prejuzgar nada. Estar en sintonía no es difícil, pero muchas personas con exceso de peso han perdido el contacto con su cuerpo, porque la verdad es que ya no se gustan. Son reacias a mirar sus emociones, porque les preocupa lo que puedan encontrar. Se sienten atrapadas por las malas decisiones tomadas en el pasado, lo cual hace que sea más difícil contemplar nuevas posibilidades. Todo esto se puede superar apartando nuestra mente de sus viejos condicionamientos. No es necesario luchar. Sólo convierta estas nuevas técnicas en costumbre y permita que el cambio llegue de forma natural.

Una historia de éxito

Dana es un éxito del planteamiento mente-cuerpo y un ejemplo de lo que quiero decir cuando hablo de un modo de perder peso sin esfuerzo. Lo importante es cómo llegó a su punto de inflexión. Esta es su historia:

—Mantuve el peso que tenía en la universidad durante muchos años —cuenta Dana—. En la treintena cambié de trabajo y aterricé en una empresa que contaba con servicio de comidas. Me acostumbré a bajar a almorzar, y la mayor parte del tiempo pensaba en el trabajo o charlaba con algún compañero mientras comíamos. No salía de la empresa lo suficiente y, si algo tenía un aspecto realmente bueno, lo comía sin pensar.

Sin darse cuenta, Dana aumentó siete kilos en un solo invierno, lo cual la asustó. Empezó a hacer dieta para eliminar ese peso, pero le costaba mantener la motivación. Suponiendo que lo único necesario era más fuerza de voluntad, se prometía, una y otra vez, que controlaría su apetito, pero ese día nunca llegó. Por el contrario, su nivel de estrés aumentó.

—Dejé la empresa y puse en marcha un pequeño negocio, justo cuando llegó la crisis. El negocio se estancó y yo iba corta de dinero. Empecé a hacer algo que nunca había hecho antes. Cada tarde me tomaba una gran barrita de chocolate Snickers, con media lata de un refresco bajo en calorías. Francamente, ni siquiera pensaba en el peso. Estaba demasiado preocupada todo el tiempo.

Al final, sus problemas empresariales empezaron a solucionarse, lo cual era una buena noticia. Pero no cabía en su antigua ropa, y cuando se miraba en el espejo, se sentía frustrada y decepcionada de sí misma.

Una dieta drástica eliminó cerca de la mitad del peso que necesitaba perder, pero cuando yo la vi, había recuperado la mayoría de ese peso. Curiosamente, el hecho de que estuviera consiguiendo nuevos clientes en su negocio de consultoría exacerbó el problema. Almorzaba más a menudo fuera, con los clientes, pasaba más horas al teléfono, había más días en que llegaba a casa agotada, a las seis de la tarde.

Era necesario un planteamiento mente-cuerpo para cambiar esas tendencias negativas. Le propuse que hiciera las tres cosas que hemos visto antes: sentir su cuerpo, observar sus emociones y tomar más decisiones conscientes.

Mi objetivo era hacer que Dana recuperara la sintonía, porque su historia tiene que ver con haber perdido la conexión entre mente, cuerpo y emociones. Este nuevo enfoque despertó su interés, en especial cuando le aseguré que no exigía esfuerzo; la única exigencia era prestar atención unos momentos, lo cual era un gasto de tiempo que podía permitirse fácilmente.

—Al principio, resultaba extraño observarme —dijo—. Empecé a pillarme cuando untaba un panecillo de mantequilla, inconscientemente, en un restaurante, así que paraba, y cuando prestaba atención veía que, en realidad, no tenía hambre. El mensaje estaba allí delante. Lo único que tenía que hacer era sentirlo.

Ahora, un año después, ha recuperado su peso de la universidad, pero lo más importante es que ha aprendido el poder que tiene prestar atención. Ser conscientes es la clave para perder peso, una vez que nos entrenamos para percibir las señales naturales presentes en el cuerpo en cualquier momento. Lleva tiempo y repetición hacer que los desequilibrios prolongados cambien, pero lo harán. Somos nosotros quienes decidimos y quienes podemos crear el cambio que deseamos.

El punto de vista de un médico

Como cualquier médico joven de la década de 1970, llegué a la mayoría de edad en la medicina sin saber absolutamente nada sobre la conexión mente-cuerpo. Mi especialidad era la endocrinología, el campo que se ocupa de las hormonas. En tanto que médico joven, me fascinaba que la secreción más diminuta de sustancias químicas podía hacer que alguien tuviera miedo, fuera valiente, se pusiera furioso, se excitara sexualmente o tuviera hambre en cuestión de segundos. ¡El secreto de la transformación del Doctor Jekyll en Mr.Hyde estaba en una molécula! Ese descubrimiento despertó mi imaginación y, al principio, pensaba que me contentaría con quedarme en el laboratorio examinando los efectos de las hormonas, porque su acción e interacción es asombrosamente compleja.

Pero cuando entré en la práctica privada, vi los devastadores efectos de las hormonas, de primera mano. Las hormonas del estrés eran culpables de trastornos que podían destrozar la vida de alguien, con frecuencia con una gran crueldad social. «Es perezoso y aburrido», es el estigma que va unido, demasiado a menudo, a una deficiencia de la tiroides. Durante siglos, a los soldados les preocupaba parecer cobardes, pero otra hormona, la adrenalina, lleva a huir tanto como a luchar. Además, cuando la oleada de adrenalina desaparece, el cuerpo queda agotado físicamente. Si un soldado está expuesto a suficientes situaciones donde se dispara la reacción de lucha o huye, el resultado será la neurosis de guerra. Innumerables combatientes se han acusado a sí mismos de ser cobardes —y han sido estigmatizados por sus compañeros— porque estaban sencillamente agotados a nivel hormonal. Este estigma no empezó a desaparecer hasta que se comprendió que todos los soldados acabarán traumatizados, si están el tiempo suficiente en el frente. No se trata de ningún fallo moral; el estigma era increíblemente injusto.

Mi experiencia en la práctica privada era más corriente, pero tenía lo mismo que ver con los estigmas. Muchos de mis pacientes —literalmente, miles— eran mujeres con sobrepeso que se sentían avergonzadas y tenían la esperanza de sufrir un «problema glandular», en lugar de algún fallo personal. Era desalentador cuando le decía al 99 por ciento que sus niveles hormonales eran normales. Se marchaban tristes, desalentadas y, a veces, sin esperanzas. Muchas tenían que luchar contra su propia vergüenza y culpa sencillamente para acudir a un médico y pedirle ayuda. Yo las dejaba con algo peor que lo que traían al venir. No podía aceptarlo; me puse a buscar un eslabón perdido. Hacia finales de la década de 1980, vi que un problema del cuerpo era, en realidad, un problema de la mente y el cuerpo, y no tardó en aparecer otra dimensión. Lo que tenían mis pacientes —y un sinnúmero de otras personas— era un problema de la mente, el cuerpo y el espíritu.

Para mí, aquel descubrimiento decisivo de ver los problemas médicos como problemas de la mente, el cuerpo y el espíritu fue apasionante y productivo. Aprendí lo bueno que era estar centrado y relajado, sentirme cómodo en mi interior todo el tiempo. Se valora más algo cuando sabemos que podemos alcanzarlo. Los sueños vacíos calman, pero una vez que descubres que el conjunto mente-cuerpo-espíritu es real, no hay nada más atractivo. Por fin, consigues cumplir tus anhelos más profundos. Se revela el secreto: La vida tiene que ver con la satisfacción.

Una vez que este secreto deja de estar oculto, todo cambia. Ves con una claridad súbita que hay todo tipo de cosas que no producen satisfacción. Algunas son distracciones, como tomar un Martini a las cinco o engancharse a los videojuegos. Algunas son obstáculos, como no hacer caso de nuestros sentimientos negativos y dejar que se enconen. Pensar que no tenemos problemas con la ira, el miedo, la culpa y la vergüenza hace que nos sintamos bien, pero no podemos engañar a nuestro cuerpo. Siente todo lo que tratamos tan desesperadamente de evitar.

No deseaba nada tanto como mostrarles el camino a los demás. Había que cambiar radicalmente todos aquellos años de despedir a mis pacientes, dejando que se sintieran desanimados y frustrados. Para las personas que luchan contra su peso, el cuerpo que ven en el espejo es una máscara. Detrás de él, hay malas costumbres, opiniones distorsionadas, expectativas bajas y todas las variedades de desaliento. La forma más cruel para matar de hambre a alguien es atarlo y ponerle delante un banquete, unos centímetros fuera de su alcance. La satisfacción es un banquete así, y para innumerables personas está fuera de su alcance. Sienten un hambre infinita de satisfacción y no saben por qué no pueden alcanzarla.

Conseguir una vida satisfactoria no es tan fácil como ver un partido de la Super Bowl, con un plato de nachos en las rodillas o disfrutar de un agradable almuerzo con un amigo, mientras el camarero trae un tenedor de postre extra «por si acaso». Pero le prometo que el camino hasta la satisfacción es el proyecto más apasionante que puede emprender. Seamos compañeros en el espíritu de esperanza, confianza y alegría.

Conviértalo en algo personal:
 Un compromiso, sólo entre nosotros

Habrá mucho más que decir en las próximas páginas, pero ahora ya sabe adónde nos lleva nuestro viaje: hacia una solución holística. Me gustaría que se detuviera aquí y asumiera un compromiso. Es su parte de un contrato silencioso entre nosotros.

Su parte: Acepta seguir el programa mente-cuerpo descrito en las siguientes páginas durante 30 días. No se pondrá a dieta. No se regodeará en juicios negativos sobre su cuerpo. Vivirá en el presente y hará caso omiso de los viejos condicionamientos que sólo le han conducido a la frustración y la decepción. Con la mente abierta, se centrará en recorrer el camino de la satisfacción.

Mi parte: Acepto guiarlo hacia el cambio holístico, ofreciéndole principios comprobados y pasos que han demostrado ser eficaces en el Centro Chopra durante años. Juntos, usted y yo, vamos a reequilibrar los mensajes de su cerebro dándole lo que realmente quiere. La satisfacción debe existir física, emocional y mentalmente. Sabrá cómo medir su éxito en cada nivel.

Cuerpo: Su cuerpo se sentirá más ligero, más lleno de energía y cada vez más vital.

Emociones: Estará de un humor más feliz, más optimista y cada vez más positivo.

Mente: Sus decisiones y elecciones aumentarán su visión de una vida mejor y harán que esa visión se haga realidad.

Su cerebro está pensado para cuidar de usted, que es para lo que su asombrosa complejidad está diseñada. El planteamiento mente-cuerpo llena un doloroso vacío en todos los programas para perder peso que conozco. Los kilos perdidos siempre vuelven, porque lo que era necesario cambiar —la persona que usa la comida para llenar vacíos invisibles— sigue siendo igual. Aquí tiene la oportunidad para transformarse. Cuando eso suceda, verá un cambio no sólo en su aspecto, sino en la manera en que desempeña su trabajo, la manera en que ve lo que le rodea y la manera en que quiere a las personas que hay en su vida, incluido usted mismo.