ALCEO:

LA RESISTENCIA

 

 

 

 

 

Nomen est omen, decía Plauto. “El nombre es presagio”, una sentencia que en la antigüedad tenía una significación especial. El nombre de Edipo, “el de los pies hinchados”, marcó su destino de abandono; Odiseo fue “el odiado por hombres y dioses”; Aquiles, “el sin labio”. Sin embargo, no solamente en los mitos el nombre del individuo tenía un peso específico que determinaba sus características básicas: sus virtudes, sus defectos, su identidad. Así, el autor Teofrasto era “quien habla como los dioses”, gracias a su maravillosa elocuencia; Pablo de Tarso dejó de ser Saulo para llamarse a sí mismo “el pequeño”.

Alceo es la translación castellana del nombre Ἀλκαῖος, que encuentra su origen en el sustantivo femenino griego ἀλκή, que significa “coraje” o “arrojo”. En ocasiones, Homero lo usó con un matiz diferente: ἀλκή era la contraofensiva, “la fuerza que aparta el peligro”. Heródoto y Esquilo lo empleaban para hablar de “resistencia”, de la “guardia”. Para Esquilo significaba, simplemente, “lucha”, “batalla”.1 Alceo, entonces, sería “el valeroso”, “el defensor”. Si la sentencia latina es cierta, los significados del nombre Alceo refieren con exactitud lo que fue su carácter: un hombre en constante lucha, arrojado a defender lo propio, celoso guardián de lo heredado. Alceo fue, pues, la resistencia.

Pero, ¿quién fue Alceo? La respuesta, a decir verdad, no es fácil. El problema de su identidad estriba en la poca información que la antigüedad nos heredó. No se cuenta con ningún documento que date, con exactitud, ni su fecha de nacimiento ni la de su muerte. Lo único cierto es que fue un poeta “lírico”, nacido en la ciudad de Mitilene, capital de la isla de Lesbos, cuyos poemas fueron colectados en no más de diez libros. Fue reconocido como el inventor de la estrofa alcaica y como un incansable enemigo de los tiranos de su patria, sufriendo el exilio dos o tres veces.

Los escasos restos que tenemos de su poesía impiden tener un panorama completo de lo que fue la vida y obra de Alceo. Al parecer, con el paso de los años, con el arribo de la Cristiandad, con nuevos paradigmas estéticos y morales, su poesía perdió interés y vigencia. Pudiera ser que los copistas de los clásicos lo hubieran censurado, que las obras se hubieran perdido mucho antes o que ya para la Edad Media no quedara completo uno solo de sus poemas;2 eso no puede saberse. Por ello, lo que nos ha quedado de Alceo, sus poemas y fragmentos, son rasguños de un retrato, hilados de un traje, polvo de lo que fue, algún día, una brillante y colorida efigie. Estatua a la que muchos estudiosos han querido dar forma, dinámica, textura y color.

De la vida privada de Alceo no se sabe gran cosa. Se ignora si se casó alguna vez, si tuvo hijos o propiedades. Tal vez aquella información no resultaba muy relevante y, por ello, fue omitida por los estudiosos de la antigüedad. Tampoco hay demasiadas referencias directas a la vida privada en los fragmentos que poseemos de Alceo y las que hay sirven para explicar o ahondar en algún tema político. Porque la vida pública de Alceo, la vida que llevó como integrante político de su ciudad —padeciendo los vaivenes de Mitilene—, fue la que marcó la mayor parte de su composición poética.3 Ya lo había dicho Dioniso de Halicarnaso:

 

Si en muchos lugares removieras el metro, hallarías

retórica política.4

 

Mitilene, igual que toda Grecia, en la época arcaica (desde el siglo VIII al VI a. C.) fue un lugar de severas convulsiones y de cambios políticos y sociales: los antiguos clanes reales desaparecían o eran exterminados; las aristocracias se hacían del poder; los griegos se expandían por el mundo, fundando nuevas colonias, agudizando el fenómeno de las migraciones; la clase comerciante estaba en auge y los tiranos eran una nueva realidad emergente que confrontaría a los aristócratas.

La pólis de Alceo fue fundada en tiempos míticos por Pentilo,5 hijo de Orestes. Ésta, como se ha dicho, era la ciudad capital de la isla de Lesbos, pero no era la única importante; existían al menos otras cuatro ciudades relevantes: Antissa y Metimna —las que tenían el dominio del norte de la ínsula—, Eresos, que se encontraba al oeste, y Pirra, en el golfo central. Mitilene, que controlaba el este de la isla, no tenía el poder

sobre las demás ciudades, ni religioso ni político. Cada ciudad lesbia gozaba de autonomía: tenía su propio sistema de cultos y rituales, conforme a su calendario sagrado. Mitilene estaba unida a ellas por una alianza religiosa llamada anfictionía —que contemplaba un sistema común de creencias—, reafirmada cada cierto tiempo en el marco de juegos locales, festivales religiosos y otro tipo de certámenes. Existen datos que confirman esta idea, pues se conoce, por Alceo, que los lesbios erigieron un templo común para los dioses, y que existían concursos de belleza en los que todas las lesbias participaban.6 La lengua hablada en esas regiones era el eólico, antiguo dialecto griego, bastante distinto del ático o del dórico, con características muy especiales.

Mitilene, hasta fines del s. VIII a. C., estuvo gobernada por los descendientes de su fundador Pentilo, los Pentílidas,7 personajes que, según Aristóteles, eran crueles y azotaban a palos a sus ciudadanos. Empero, para inicios del s. VII a. C., los Pentílidas no regían Mitilene de una manera absoluta, sino que el poder y la duración del cargo del rey —que era una especie de presidente— dependían de la aprobación de los nobles. Sin embargo, los reyes seguían cometiendo excesos. Los nobles, inferiores a los Pentílidas en cuanto al linaje, hartos de sus vejaciones y abusos, se conjuraron contra ellos y, acaudillados por dos héroes, primero por Megacles y luego por Esmerdis, asesinaron a algunos miembros de la casa real, a fin de conseguir el control de la ciudad.

Para mantenerse en el poder, los nobles reformaron el código de normas creando la eunomía —la buena ley—, instaurando las sesiones populares del Ágora y el exclusivo Consejo, y se sustentaron mediante la posesión y explotación de tierras.8 Una de las máximas que crearon fue que sólo los eupátridas, es decir, los de buen linaje, podían regir, a la par de otros nobles, la ciudad. Las capas populares estaban bajo su señorío.

Los nobles, entonces, tomaron el control de la ciudad. Sin embargo, el acuerdo entre ellos no era absoluto y por eso usaron las antiquísimas heterías —grupo de compañeros o amigos, de origen militar— como asociaciones políticas, para que cada familia o grupo de familias se unieran en pos de una idea común sobre los destinos de la pólis. Y aunque éstas heterías o facciones —antecedentes de las agrupaciones políticas desarrolladas en la Grecia Clásica— mantenían la ortodoxia y el consenso interno por medio de la lealtad a los juramentos verbales y por la consanguineidad de sus miembros, hacia el exterior rivalizaban con otras facciones hasta alcanzar niveles encarnizados,9 desestabilizando la vida de la ciudad.

Las continuas trifulcas promovidas por las heterías mitilenias produjeron gran malestar social, pero, sobre todo, enfado entre ciertos grupos de nobles que no concordaban con estas prácticas. Por ello, es posible pensar que algunos aristócratas, contando con el apoyo de las capas populares, buscaron en un solo hombre, en un autócrata, la solución a los males acarreados por las luchas intestinas por el poder.10 Este autócrata respondía al apelativo de τύραννος: un gobernante que estaba por encima de la eunomía, de la ley. Y, mientras que para los nobles más radicales era aborrecible, para algunos otros –junto con el pueblo– constituía, en ese tiempo particular, la solución a muchas de sus necesidades, como la posibilidad de incidir en la política o conseguir la paz.

En ese marco de grandes cambios sociales y políticos, aconteció la vida del poeta que nos atañe. Alceo nació en cuna aristócrata, entre los años 630 y 620 a. C.11 De su familia algo se conoce: tenía, al menos, dos hermanos mayores, Ciquis y Antiménidas.12 Ambos estaban aliados en una facción que formaba parte de la clase gobernante de Mitilene.13

Pocos años después del nacimiento del poeta —y como si fuera un presagio de lo que sería su vida—, se generó el primer conflicto entre la facción de los Alceidas y un tirano emergente, llamado Melancro. Los hermanos de Alceo, Antiménidas y Ciquis, aliados con otro noble llamado Pítaco,14 se enfrentaron a Melancro y, según Diógenes Laercio, lo derrocaron entre los años 612 y 608 a. C. Alceo, al parecer, no formó parte de la deposición, posiblemente debido a su juventud, pues Diógenes no lo menciona.15 Sea como fuere, Melancro no parece ser un tema presente en la poesía alcaica, al menos no en los fragmentos que actualmente se conservan; sólo se le menciona —tal vez irónicamente— en el fragmento 331.

Varios años más adelante —las fechas son inexactas—, Alceo tuvo, tal vez, su primera experiencia bélica: la guerra del Sigeo. Este conflicto se suscitó ente Mitilene y Atenas por la posesión del Sigeo, un promontorio en la Tróade, estratégico para los viajes al Helesponto.16 El héroe de la contienda fue Pítaco, compañero de Alceo y líder de la facción y del ejército mitilenio.17 Se cuenta en varios testimonios que Pítaco se enfrentó al general de los atenienses, llamado Frinón (quien había participado en el pancracio de los juegos Olímpicos), en un combate singular,18 como aquellos que se narran en la Ilíada. Pítaco demostró su inteligencia al vencer a Frinón mediante una fabulosa hazaña: ocultando una red bajo su escudo, dejó que el ateniense se acercara lo suficiente y se la lanzó. Atrapado e indefenso, Frinón fue asesinado por Pítaco y el combate se detuvo. Esta acción de Pítaco evidenció su carácter: no era un noble tradicional; podía utilizar el engaño para lograr sus fines.

En algún momento del conflicto y tras la pérdida de Frinón, los atenienses solicitaron que un extranjero —Periandro de Corinto— fungiera como árbitro, para mediar entre los ejércitos y decidir a quién le correspondía la posesión del Sigeo. Periandro concedió a los atenienses el uso y explotación del Sigeo y otorgó a los mitilenios la posesión del Aquileo, la tumba del héroe mítico Aquiles, que se encontraba en Tracia.

Aunque los mitilenios perdieron el dominio del Sigeo, por el arbitrio de Periandro, las acciones de Pítaco, seguramente, lo elevaron a calidad de héroe en su patria y su fama creció. Alceo, por su parte y según él mismo explica en un poema enviado a su amigo Melanipo, huyó de la batalla y abandonó su escudo en manos de los atenienses, quienes lo colgaron en el templo de Atenea como ofrenda votiva.19 Sin embargo, y aunque esta acción era censurable, Alceo nunca fue reputado como cobarde, pues su intención con ese poema, siguiendo con el pensamiento aristocrático, era explicar que, a veces, los infortunios son inevitables, pero que hay que sobreponerse y, posteriormente, volver a la lid con ánimos renovados.20

A la vuelta de la guerra del Sigeo —y sin tener mayores noticias que aclaren el panorama—, un nuevo autócrata tomó el poder en Mitilene: Mirsilo. Con el ascenso de Mirsilo, inició con todo su esplendor la actividad poético-política de Alceo. De ésta época son sus dos más famosas “alegorías de la nave”,21 composiciones que invitaban a los Alceidas a cobrar fuerzas y oponerse con todo al tirano, al mostrar una situación de naufragio, en la que la nave-ciudad (de orden aristocrático) estaba a la deriva, amenazada por las olas que se enfilaban como un ejército, azotada por los vientos de la revuelta. Alceo formaba parte activa de la facción y hablaba por ella, que veía en Mirsilo la materialización de sus pesadillas.

Como integrante de la facción, Alceo participó en una revuelta que intentó derrocar a Mirsilo. Esta conjura no tuvo el éxito previsto y, derrotados, él y sus compañeros fueron, por primera vez, exiliados a la ciudad lesbia de Pirra22 a 35 km. de Mitilene. Pasado el tiempo, cuando Mirsilo viajaba cerca de aquella ciudad, los compañeros de Alceo intentaron asesinar al tirano, pero ese empeño, de nuevo, falló, gracias a que éste fue salvado por su guardia de mercenarios.23 Después, al parecer, la facción logró deponer a Mirsilo y exiliarlo, pero el tirano regresó en la embarcación de un conocido de Alceo, llamado Mnamón, al que el poeta reprocha, en uno de los fragmentos, haberle proporcionado los medios para volver.24

Entonces, ocurrió el momento clave en la vida de Alceo: Pítaco, su amigo y líder, entendiendo posiblemente tras tanto revés sufrido que la solución a la situación política de sus tiempos no estaba ni en las armas ni en el furor que su facción promovían, utilizó la diplomacia para hacerse del poder. La diplomacia era, al menos para el grupo de Alceo, un recurso impensable, pues suponía pactar con el poder de los tiranos y, con ello, olvidarse del más grande vínculo de los compañeros de la facción: los juramentos. Pítaco, sin tener cuidado por esas formas tal vez ya gastadas e ineficientes para el tiempo, traicionó los juramentos,25 dejó la facción y, según Alceo, se fue “a medias” con el gobierno de Mirsilo para asegurar que la paz reinara en Mitilene. Y así, tal como lo había hecho contra Frinón, Pítaco, el oculto, desplegó su red y asestó el golpe mortal. Esta fue su

 

nueva forma de hacer política, en la que encontró la posibilidad de realizar un gran cambio en Mitilene: cesar la lucha de las facciones y su violencia.

Cuando ocurrió la muerte de Mirsilo, la que Alceo celebró con entusiasmo desmedido,26 Pítaco convocó a una especie de elección a mano alzada (se desconoce si fue aclamado por una mayoría de nobles dentro del Consejo27 y por el pueblo) en la que resultó ser nombrado dictador o magistrado,28 en el año 590 a. C. Su cargo, según los pormenores, duraría sólo diez años, pues era electo únicamente para llevar la paz a Mitilene. Y para alcanzarla, Pítaco se debía enfrentar a sus antiguos compañeros, entre los que estaba incluido Alceo.29

Pítaco, a la postre, fue considerado uno de los siete sabios de Grecia, reconocido por ser el creador de normas particulares (restringió, por ejemplo, la ingesta excesiva del vino o los gastos funerarios), pero, sobre todo, por ser quien terminó con la discordia producida por las revueltas.30 Pítaco estuvo en el poder diez años (tal como se le había encomendado), se retiró de la vida pública y murió diez años después.31

Y aunque Pítaco fue designado y su cargo era provisional, para Alceo era un tirano, un autócrata que estaba por encima de la eunomía; un traidor que en sus acciones dejaba ver un halo de poder absoluto: se casó con una mujer de la casa Pentílida, tenía guardaespaldas32 y perseguía y confiscaba los bienes a algunos nobles exiliados. Lo único real es que los dichos de Alceo —los cuales podrían ser ciertos, pero están evidentemente exagerados— son un producto literario altamente persuasivo, con el que buscaba destruir a una de las más famosas figuras políticas del tiempo: al héroe pacificador, al que vencería la resistencia. Por ello, el oficio poético de Alceo era bastante complejo.

Sin embargo, algunos expertos han considerado que el único plan político del poeta era la violencia irracional, y otros sugieren que tenía intenciones revolucionarias particulares, esto es, querer gobernar, basados en un testimonio de Estrabón.33 Y aunque en la antigüedad se poseían más elementos de la vida y obra de Alceo, es posible pensar que el poeta no tenía por qué abrigar un plan político propio, salvo reivindicar el derecho de su grupo a ejercer el poder, lo que consideraba cierto y natural. Intentaba devolverle a la hetería lo que era suyo, revivir el mundo que se estaba colapsando. La única intención de Alceo —como vocero de su facción— era suscitar la revuelta de los nobles, regresar al antiguo orden34 y salvar a la ciudad. Para conseguirla, pues, debía enfrentar a Pítaco con todas sus capacidades. Por ello, empleó la poesía como su principal arma, para urgir a su grupo a defender su patria y su sistema de creencias. Y es aquí donde Alceo, el nombre, se convirtió en presagio.

La poesía, basada en el pensamiento aristocrático, fue la única herramienta con la que Alceo resistió a sus tiempos. Con ella intentó destruir la figura de los tiranos: a Mirsilo por medio de la arenga a la facción; a Pítaco, llenándolo de insultos centrados en su familia, llamándolo “de mal linaje”;35 arremetiendo contra la decisión y contra quienes lo nombraron dictador; e invitando a su grupo a atacarlo, para evitar la ruina de la ciudad. Los argumentos contra Pítaco no eran filosóficos, sino prácticos, efectivos, concretos. Alceo buscaba, por medio de ellos, concebir una figura antinómica, casi monstruosa,36 enemiga del orden ancestral, un rival al cual combatir, al que se debía remover para lograr el bienestar y llevar a la ciudad a buen puerto.

Por eso, Alceo llamaba a sus compañeros a no dejar nunca la batalla a pesar de las constantes derrotas y a aferrarse al orden heredado. Estos y otros poemas fueron llamados en la antigüedad, por los editores de Alceo —Aristófanes de Bizancio y Aristarco— , como στασιωτικά, “poemas de revuelta”. En unos, atacaba sin piedad a todos los tiranos, desde Melancro hasta Pítaco, pasando por algunas familias de nobles rivales;37 en otros, componía desde el exilio, enviándoles poemas a sus amigos mediante algún intérprete, lamentándose de estar lejos de la política y de ellos mismos.38 Alceo narraba su suerte formando parte de ejércitos extranjeros, llamaba a sus camaradas a olvidarse de la derrota y a practicar una guerra sin fin contra los tiranos; les infundía vigor, invitándolos a portar honorables vestes guerreras, y comparaba a sus enemigos políticos con funestos personajes míticos. El poeta creía que con esto podía lograr su cometido y aspirar a devolverle a su ciudad, al pueblo, el orden antiguo; al que consideraba el óptimo. Sin embargo, perseguido y tribulado, su poesía —su escudo— no sólo estaba revestida con la revuelta, sino con toda la tradición aristocrática: la religiosidad, la amistad, el amor, y el vino.

Cuando todos los intentos humanos fallaban, Alceo se abandonaba al juicio de los dioses. En el mundo griego antiguo esta actividad no era quehacer exclusivo de los sacerdotes o de los ministros de culto. El poeta cumplía un rol social y religioso trascendental: era el intermediario por el cual una ciudad o un grupo humano expresaba sus pesares, necesidades o acciones de gracias. El cantor ponía en los oídos de los dioses un himno que intentaba persuadirlos; por ello, el himno debía emplear métodos suficientes para lograrlo: algunas veces se echaba mano de la danza, de los coros, de la repetición y las fórmulas.

El caso de Alceo como cantor de himnos es peculiar. Por lo que se conoce, era un poeta solista —monódico— que no empleaba el coro o la danza en sus ejecuciones. No existe testimonio fidedigno alguno que alumbre el enigmático performance hímnico de Alceo. Tal vez lo único que se podría aseverar es que Alceo no cantaba bajo encargo externo, ni se contrataba, no era un poeta “profesional”,39 sólo componía para el bien de su grupo (que para él era, por extensión, el bien de la ciudad).40 Siguiendo esta idea, sería adecuado pensar que los himnos de Alceo pudieron haber sido ejecutados en el marco de las festividades religiosas y conmemorativas (onomásticos, aniversario de fundaciones, etc.) que su grupo político celebraba.

Alceo, como vocero de la facción, era el responsable de persuadir a los dioses de intervenir en los asuntos que su grupo solicitaba y es aquí donde entraban en juego las capacidades creativas del poeta. Estas capacidades tenían que ver con la posibilidad de variar temas y conocimientos antiguos. Alceo, pues, echó mano de Terpandro, de Arión y de la tradición hímnica anterior a él, para ponerla al servicio de sus cantos. El mito estaba contemplado en la educación aristocrática de la antigüedad. Al conocer las historias de los dioses y sus hazañas, Alceo tenía la clave para atraer hacia su grupo la benevolencia de los dioses. Este poder que tenía Alceo como cantor de himnos lo distinguía de los demás aristócratas: sólo él conocía la melodía que transformaba, era pieza esencial de la comunicación con

las deidades. Por su poesía, se sabe que Alceo, compuso varios himnos, llamados ὕμνοι, a Apolo Délfico, Atenea Itonia (en la ciudad de Coronea), y a Eros, entre otros.41

Otro de los refugios de la poética alcaica fueron la amistad, el amor y el vino. En cuanto a sus amigos, se conocen muchos: Bicquis, Agesiledas, Esimidas, Melanipo, el efebo Menón y Lico, su preferido.42 Con ellos departía en el simposio, lugar de reunión de los varones nobles, donde se planeaba la política, se hablaba de los problemas existenciales y religiosos, escuchaban máximas y consejos, y obtenían placeres sensuales.43 Ahí participaban, como un coro de comensales o, en algunas ocasiones, como intérpretes en sustitución del poeta. El cantor —ya Alceo, ya algún otro compañero— se hacía escuchar, acompañado de la lira, el bárbitos o el paktis,44 y trataba de amenizar el convivio usando la improvisación, respondiendo a sus compañeros con un consejo, invitándolos a beber y a segur unidos.

El carácter amatorio de Alceo parece ser (por la casi nula conservación de los fragmentos de sus canciones llamadas ἐροτικά) un tema secundario; sin embargo, según varios testimonios de la antigüedad, Alceo era considerado un amante juvenil, no sólo un poeta de revuelta o hímnico, cuya erótica era, fundamentalmente, homosexual y paideútica.45 Pero estos elementos, insertos en un contexto restringido, eran una característica de su grupo: la facción aristocrática que, como cualquier otro grupo griego, no estuvo exenta de tener algún origen cultual o ritual. Se podría pensar que la hetería fue, en algún momento de la historia, un grupo de iniciación para los jóvenes que aseguraba la transmisión de conocimientos. Por ello, la hetería, no generó nunca en el mundo griego algún conflicto con la heterosexualidad, ni provocó inconsistencias en la institución del matrimonio. El amor a los jóvenes y a los efebos fue una herencia que el aristócrata continuó practicando y cantando, como signo inequívoco de su identidad, hasta bien entrado el s. I a. C.46

El vino, por otra parte, era el único filtro real, por medio del cual el hombre se mostraba verdaderamente. Tras la traición cometida por Pítaco, Alceo sólo confiaba en que el vino revelaba los secretos del alma humana:

El vino es la mirilla del hombre.47

Para él, el vino bebido inmoderadamente48 servía para alejarse sin conseguirlo plenamente de la realidad, para quitarse de encima una bochornosa tarde estival o el inclemente invierno,49 o, simplemente, para olvidar los males:

 

Es inútil dar el alma a los males,

pues nada ganaremos afligidos,

Bicquis; el óptimo remedio

es embriagarse, trayendo vino.50

 

A pesar de todos los esfuerzos por resistir a los cambios propios de sus tiempos, lo único que permaneció en la vida de Alceo fue la turbulencia: sufrió varios exilios —no se sabe realmente si fueron dos o tres—, a veces a Egipto o a Pirra, y al parecer, se contrató junto con su hermano como soldado de fortuna en Medio Oriente, luchando unas veces por el ejército lidio, otras por los babilonios.51

Acerca de esto hay un suceso importante en su vida: la batalla “junto al Puente”. Al parecer, su hermano Antiménidas y él combatieron junto a los lidios y su rey Aliates —cabeza de un imperio asentado en la antigua Sardes y destruido posteriormente por los persas, acaudillados por Ciro el Grande— en contra del rey medo Astiages.52 Alceo y su hermano, probablemente, luchaban al lado de los lidios y su rey porque tenían la esperanza de que, granjeándose el favor de Aliates, éste les proporcionaría los medios para reinstaurar el viejo orden en Mitilene y deponer a Pítaco.

De cualquier modo, Alceo nunca pudo vencer a Pítaco, ni destruir su figura por completo,53 ni reinstaurar el viejo y radical orden de pensamiento. Tal vez murió tiempo después de su enemigo, quien habría fallecido hacia el año 570 a. C.; tal vez nunca regresó a su patria. Se puede inferir, por medio de su poesía, que Alceo pudo haber llegado a viejo; sin embargo, todas son simples sospechas.

Diógenes Laercio nos entrega la noticia de un encuentro, probablemente ficticio, de estas dos caras de la moneda, de Pítaco y Alceo. El dictador, habiendo capturado por fin a su enemigo, decidió sobre la vida del poeta con una frase genial: “el perdón es mejor que el castigo”.54

De esto, nada se conoce con certeza, sólo que en ningún sitio está documentada la vuelta de Alceo a su patria, ni el lugar ni la fecha de su muerte.55

Pero la conciliación final sucedió, al menos, en el chisme, en lo literario. Mas nunca se podrá saber si Alceo fue capturado o desistió en algún momento de la lid; si abandonó la empresa a la que dedicó toda su vida y, cansado y harto, vio cómo la defensa cedía; si Alceo, varón de Ares, murió resistiendo, aferrado a sus ideales, como presagiaba su nombre.

 

Muchos años después de su muerte, en época romana y como honor postrero a su tenacidad, a su fuerza —o tal vez de manera irónica—, la moneda de Mitilene tenía acuñado, por un lado, el perfil de Pítaco y, en el otro, una efigie del furioso Alceo.

 

 

 

Javier Taboada Cortina

La presente versión

La traducción que realizo de Alceo es en verso. Sin embargo, el verso que elegí, aunque intenta seguir el número de sílabas del metro griego, es libre. Quien busque tanto una traducción rítmica o silábico-acentual correlativa al griego, como una traducción adaptada al metro castellano, puede acercarse a algunas otras magníficas versiones consignadas en la bibliografía.56

El presente libro es un texto de difusión, que contempla un comentario interpretativo prudente que ayude al lector a entender algo de la fragmentaria poesía de Alceo. De este modo, se encontrará con que el poema en griego se está confrontado con su traducción y en una nota —si se consideró necesario— el comentario. Sobre éste: no hay nada terminante con los poetas líricos, gracias a lo fragmentario de su poesía y a la poca información que tenemos de ellos. Los comentarios contenidos en este libro aspiran a facilitar la comprensión de los poemas y fragmentos de Alceo mediante referencias históricas, míticas, sociales o religiosas, además de ofrecer algunas posibilidades de interpretar los poemas alcaicos con base en autores modernos y antiguos, presentando, en algunas ocasiones, una opción propia. Sin embargo, como se ha dicho, ninguna puede considerarse como definitiva ni libre de error.

La base de los fragmentos seleccionados y su numeración procede de la edición realizada en 1982 por David A. Campbell, para la colección Loeb Classical Library, publicada en Harvard. Ésta, a su vez, es heredera de la edición de Lobel y Page (L-P), publicada en Oxford, en 1955, bajo el título Poetarium Lesbiorum Fragmenta.

Decidí no tomar en cuenta ciertos fragmentos contemplados por Campbell, cuya condición no permitía ni el simple goce poético ni una interpretación relevante. En el presente texto se incluyen ciertas integraciones y lecturas que aparecen en el aparato crítico de Campbell y que son las siguientes (fragmento verso):

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

5 v. 8 Diehl.

v. 16 Hunt.

 

6 v. 16 Hunt.

 

34 A v. 3 Diehl.

v. 7 y 9 Lobel.

 

36 v. 12 y 13 Hunt.

 

39 v. 1 Diehl.

 

41 v. 1 Kalinka.

v. 11 Lobel.

 

43 v. 1 Hunt.

 

45 v. 4 interpr. Ferraté.

v. 6 Gallavotti.

 

48 v. 12 Hunt.

 

50 v. 6 Wilamowitz.

v. 6 Diehl.

 

58 v. 9 Bölte.

v. 12 y 21 Sitzler.

v. 18 Schubart.

v. 19 Diehl.

 

61 v. 12 Lobel.

v. 13 Treu.

63 v. 3 Treu.

 

67 v. 1 Diehl.

v. 3 Schmidt.

 

68 v. 2 Lobel.

 

69 v. 3 L-P.

v. 6 Hunt.

 

70 v. 5 y 8 Schmidt.

v. 6 Bowra.

v. 9 Lobel.

 

72 v. 4 Page.

v. 5 Lobel.

 

73 v. 2 Edmonds.

v. 4 Wilamowitz.

v. 7 Page.

v. 8 emm. 306 (i) fr. 16.

v. 8 Page.

v. 11 Giessler.

 

75 v. 3 Diehl.

76 v. 11 Wilamowitz.

v. 14 y 16 Edmonds.

112 v. 2 Diels.

 

115 (a) v. 5 Hunt.

117 v. 22 Lobel.

119 v. 6 Maas

v. 7 L-P.

v. 13 Diehl y Hunt.

v. 14 Lobel.

 

120 v. 9 L-P.

 

129 v. 18 Voigt.

 

130A v. 4 Diehl.

v. 13 Gallavotti.

 

130B v. 8 Page.

 

143 v. 5 y 10 Lobel.

v. 7 Barner.

 

148 v. 3 Lobel.

v. 4 Page.

 

167 v. 13 y 17 Page.

v. 19 L-P.

 

179 v. 2 y 10 Barner.

v. 12 L-P.

 

206 v. 4 Gallavotti.

 

 

208 v. 9 Unger.

v. 14 Kamerbeek.

v. 15 Lobel.

 

283 v. 8-9 Maas.

v. 17 Gallavotti.

296 a v. 1 Lobel.

v. 3, 5, 6 Page.

 

296 b v. 9 y 12 Lobel.

v. 13 ex. gr. Page.

 

305 (a) col. i v. 14 Latte.

v. 22 Gallavotti.

 

306 (g) v. 8 Lobel

(i) col. i. v. 4 Barner

col. ii. v. 17 Gallavotti

fr. 16 v. 3 L-P

 

306 A (a) v. 7 Page

(b) v. 13 Page

v. 15 Treu

v. 26 y28 Barner

(c) v. 9 Page

v. 10 y 12 ss. Treu

v. 13 Barner

 

347 ed. ex. gr. Page

v. 5 Gallavotti.