1. Clasificación de los psicofármacos y las
sustancias psicoactivas: mecanismos genéricos de acción
Los psicofármacos, y las sustancias
psicoactivas en general, pueden clasificarse según diferentes
criterios. Uno de ellos puede ser en función de su mecanismo de
acción, pero se hace difícil habida cuenta de que aquél no se
conoce bien en muchos casos. Otro método de clasificación podría
basarse en la estructura química. Sin embargo, sustancias con
estructura muy similar presentan acciones farmacológicas muy
diferentes, mientras que estructuras químicas muy diversas dan
lugar frecuentemente a efectos farmacológicos similares. Por tanto,
siguiendo principalmente las directrices de R. M. Julien (1995),
hemos optado por presentar una clasificación resumida de las
sustancias psicoactivas atendiendo a sus efectos conductuales y
clínicos más característicos. La Tabla 1 presenta dicha
clasificación, a la que hemos añadido un comentario sobre el
principal (y genérico) mecanismo de acción de cada clase de
fármacos o sustancias, siguiendo, además del autor arriba
mencionado, los manuales de Bravo Ortiz, MF. (2002), J. De Pablo
Rabassó (1996), G. Gómez-Jarabo (1997), S. M. Stahl (2002), Feldman
y cols (1997) y Salazar M y cols (2005).
Tabla
1. Clasificación resumida de las principales sustancias
psicoactivas, con ejemplos representativos y algunos mecanismos de
acción genéricos
‘+’,
‘-’, indican estimulación o inhibición,
respectivamente, del sistema neurorregulador señalado.
>, >>, indican una
acción relativa ‘mayor’ o ‘mucho
mayor’ en el sistema situado a la izquierda de esos
signos. ‘?’, mecanismo de acción aún dudoso. «,
indica una acción similar a la inmediatamente anterior. GABA
(neurotransmisión GABAérgica): ácido gamma aminobutírico. BZ :
receptor benzodiacepínico (sobre el que actuan las
benzodiacepinas), ligado al complejo receptorial del GABA. 5-HT:
serotonina. NA: noradrenalina. DA: dopamina. NMDA: subtipo de
receptor central sobre el que actua el glutamato.
2. Aspectos generales de la combinación de
terapias farmacológicas y psicológicas
La administración conjunta de tratamientos
farmacológicos y psicológicos es común en la práctica clínica, aun
a pesar de que la investigación sistemática de los efectos de tal
combinación es aún bastante escasa (si la comparamos, por ejemplo,
con la cantidad de estudios que se realizan para valorar los
efectos de una de las terapias –farmacológica o psicológica–
administradas solas). Por tanto, la administración de terapias
psicofarmacológicas y psicológicas combinadas a los pacientes se
lleva a cabo, en la práctica clínica cotidiana, sobre bases a
menudo más intuitivas que fundamentadas en la investigación
sistemática y empírica de sus resultados.
Al decir ‘investigación sistemática’ nos
referimos a diseños experimentales/clínicos adecuados y
suficientemente rigurosos como para permitir a los terapeutas
(principalmente psiquiatras y psicólogos, y equipos conjuntos) la
predicción de que determinada combinación de tratamientos aportará
(o no) ventajas sobre las que tendría cualquiera de ellos
–farmacológico o psicológico– por sí solo.
Al margen de lo anterior –que hace muy
deseable la realización de estudios sistemáticos y bien diseñados,
así como la revisión de los ya existentes (a lo que dedicamos este
libro)– se dan algunos aspectos prácticos que influyen
probablemente en la situación definida arriba. El
primero es el hecho de que los
tratamientos farmacológicos requieren fármacos (o medicamentos) que
pueden adquirirse con relativa facilidad y que dan lugar a efectos
relativamente rápidos, con el único esfuerzo del paciente de
‘tomarse la pastilla’ siguiendo las pautas indicadas. En
segundo término, las terapias psicológicas
requieren mayor esfuerzo, compromiso, motivación y constancia
(disciplina) por parte del paciente, así como un terapeuta
adicional, y sus efectos positivos aparecen (normalmente) más
lentamente, si bien poseen la ventaja, en general, de
ser más perdurables, más eficaces para la prevención de recaídas, y
carecer de efectos secundarios (como se mostrará a lo largo de
este libro).
En la actualidad existe suficiente evidencia
de que en el origen y curso de los diferentes problemas y
trastornos psicológicos/psiquiátricos intervienen –de manera
desigualmente conocida en función de los trastornos– factores
biológicos y psicosociales. Hay acuerdo, además, en que los
tratamientos no son de aplicación general sino que deben en cada
caso adaptarse a las características del paciente si se pretende
conseguir el mejor resultado terapéutico.
Otro aspecto a destacar, tal vez el más
abandonado en la investigación sobre la eficacia de los
tratamientos combinados, es la observación de que gran parte de los
trastornos psicológicos/psiquiátricos presentan un alto
índice de recaídas (como se verá, supera el 50% al cabo de
1-2 años de haber realizado un tratamiento eficaz), y por tanto, la
comprobación de si un tratamiento (combinado o no) es más o menos
eficaz debe necesariamente acompañarse de estudios que
incluyan seguimientos suficientemente prolongados (incluso de meses
o años) de los pacientes, aspecto que no es habitual en
este tipo de investigaciones. Aún así, revisaremos (en el presente
y en próximos capítulos) algunas de las investigaciones relevantes
sobre este tema.
2.1. Combinación de tratamientos: posibles
resultados positivos y negativos
Las ventajas y desventajas posibles de la
combinación de tratamientos psicológico/conductuales y
farmacológicos pueden enunciarse así:
a. Efectos
positivos
- Los psicofármacos pueden incrementar la
adherencia al tratamiento psicológico/conductual.
- Los tratamientos psicológicos pueden incrementar
la adherencia a la terapia farmacológica.
- Ambos tipos de tratamientos pueden presentar
efectos sinérgicos sobre diferentes síntomas o aspectos del
trastorno que se trate. Ejemplo: En un paciente con ‘ataques de
pánico y agorafobia’, mientras que un determinado fármaco puede
reducir los ataques de ansiedad, una terapia conductual adecuada
puede reducir las conductas desadaptativas.
- Tratamientos farmacológicos y psicológicos
pueden, también, presentar efectos aditivos (sumación de efectos)
sobre uno o varios aspectos del trastorno.
- Los tratamientos psicológicos pueden disminuir
la reinstauración de sintomatología cuando la terapia farmacológica
se está eliminando.
b.
Efectos negativos
- Los psicofármacos pueden reducir los síntomas y,
como consecuencia, el paciente puede perder motivación por el
cumplimiento completo del tratamiento.
- Los psicofármacos pueden interferir directamente
con los tratamientos psicológicos/conductuales (afectando la
memoria o la atención...). Ejemplo: En su forma más extrema puede
darse ‘aprendizaje dependiente del estado’, de
modo que aspectos nuevos que el paciente debe aprender en el curso
de una terapia conductual (como Terapia de exposición), puede no
generalizarlos al estado de ‘no medicación’ si los
ha aprendido mientras estaba bajo tratamiento farmacológico. Por
tanto, la mejora en síntomas podría perderse cuando el paciente
deje de ser tratado farmacológicamente (Lader y Bond 1998; Marks
1983). El aprendizaje dependiente de estado es un
fenómeno extensamente investigado en Farmacología Conductual en
animales, y constituye un caso claro de como los conocimientos
aportados por la disciplina básica pueden trasladarse a las
aplicaciones clínicas.
- Los psicofármacos pueden distorsionar la
relación paciente-terapeuta, haciendo que el paciente asuma un
papel demasiado pasivo.
- Administrar psicofármacos es una tarea compleja
que requiere exploración psicológica, para evitar, por ejemplo que
el paciente pierda su confianza en su capacidad (autoeficacia) de
‘aportar algo al tratamiento’ y deposite todas sus
expectativas de recuperación en ‘agentes externos (los
fármacos)’. Esto es similar a situar al paciente en una
posición de incontrolabilidad, en la que él no
puede hacer nada, sino que todo lo que se puede hacer no depende de
él.
- La supresión de los tratamientos farmacológicos
es también una tarea compleja que precisa de asistencia
psicológica. Un ejemplo claro es la supresión progresiva de
un tratamiento con benzodiacepinas (ej. el tranquimacín)
que haya producido mejoría de síntomas de ansiedad, pero que
también puede haber producido una cierta dependencia. Si este es el
caso, para evitar la reaparición de síntomas de ansiedad el
tratamiento deberá reducirse paulatinamente (hasta suprimirlo por
completo) y a menudo será necesaria y muy positiva clínicamente la
asistencia con alguna terapia psicológica que asegure el buen fin
del proceso.
2.2. Métodos de estudio controlado de la
interacción entre tratamientos cuando se aplican de manera
combinada
La combinación de terapias psicológicas y
farmacológicas para el tratamiento de trastornos
psicológicos/psiquiátricos puede dar como resultado que se
sumen los efectos de ambos tratamientos, que
no sean más efectivos que cada uno de ellos por
separado, o incluso que se resten eficacia entre
ellos. La forma adecuada de estudiar todas las posibles
interacciones entre ambos tipos de tratamientos se ilustra en el
diseño siguiente:
Tabla 2. Diseño de búsqueda de interacción entre
el tratamiento psicológico y el tratamiento farmacológico
Esto es lo que se denomina un diseño factorial
‘2 x 2’, en el que cada paciente recibe dos tratamientos, activo o
placebo, fármaco o ‘no fármaco’, y los grupos independientes que se
generan son:
- Tratamiento psicológico control
(inactivo) + Placebo (sustancia inactiva), o grupo
‘control doble’ que teóricamente valora la evolución de los
pacientes en ausencia de tratamiento activo alguno;
- Tratamiento psicológico activo + Placebo
(sustancia inactiva), o grupo control del tratamiento
farmacológico que únicamente valora los efectos de la terapia
psicológica.
- Tratamiento psicológico control
(inactivo) + Fármaco, o grupo control del tratamiento
psicológico que únicamente valora los efectos del fármaco;
- Tratamiento psicológico activo +
Fármaco, grupo que valora los efectos de administrar los
dos tratamientos (activos) conjuntamente.
Un diseño que aún mejora al anterior, pero que
se usa raramente, incluye dos grupos adicionales: un grupo
de ‘Fármaco’ solo, y un grupo de
‘Tratamiento psicológico activo’
solo. Estos dos grupos permiten controlar, además de lo ya señalado
y por comparación con los grupos del diseño ‘2 x 2’ descrito, si
simplemente por administrar un ‘placebo’ (ej. pastillas de cierta
sustancia inactiva sobre el sistema nervioso) o un ‘tratamiento
psicológico inactivo’ (es decir, que de hecho no es estrictamente
ningún tipo de terapia) los pacientes ya pueden experimentar
efectos o cambios.
Los diseños factoriales, como el ‘2 x 2’
mostrado, pueden también completarse añadiendo más niveles en los
factores. Así, por ejemplo, tendríamos un diseño de ‘2 x 4’ si en
lugar de una dosis del fármaco usásemos 3 dosis. Ello permitiría
estudiar las interacciones de la terapia psicológica con
las diferentes dosis del fármaco, cosa que en
muchos casos es importante porque puede ocurrir que la terapia
psicológica y el tratamiento farmacológico a dosis bajas
interaccionen positivamente, pero también que esto no ocurra así (e
incluso la interacción pueda ser negativa) cuando se utilizan dosis
más altas del fármaco.
Más adelante tendremos ocasión de comentar
algunos estudios controlados en los que han usado estos
diseños.
2.3. Diseños de caso único y líneas basales
múltiples
Ante el problema ético de dejar pacientes sin
tratamiento activo, como ocurre en diseños factoriales como el
anterior, o cuando es difícil obtener muestras homogéneas (en
cuanto al diagnóstico) y suficientemente grandes de pacientes, se
usan también los diseños de caso único con múltiples líneas basales
(Hersen 1986). En este diseño cada paciente que se incluye recibe
todos los tratamientos, así como hay fases en que el tratamiento se
suprime. El ejemplo más sencillo es el denominado diseño A-B-A,
donde ‘A’ es línea basal sin tratamiento activo, y ‘B’ es la fase
de administración del tratamiento activo. Estos procedimientos
están, obviamente, más limitados que los que vimos arriba para la
evaluación de interacciones entre diferentes tipos de tratamiento,
pero presentan la ventaja de ser menos influidos por la
variabilidad entre sujetos, puesto que aquí cada sujeto/paciente
ejerce como su propio control al compararse los efectos de las
diferentes fases de tratamiento (fases ‘B’, ‘C’, etc) con las
medidas obtenidas durante las fases control o de ‘línea basal’
(fase ‘A’) del mismo sujeto.
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