¿Dónde encontrar hippies en la India? ¿Cuál era la India que nos interesaba conocer?
Estas fueron dos de las principales premisas en la preparación de nuestro documental, aunque una de las lecciones que a posteriori nos ofreció el viaje es que nunca conoces el mañana, como indica el título de la canción de los Beatles con la que se cierra el disco Revolver.
La investigación para el documental daba una excusa cultural al viaje y acotaba la inmensidad del territorio indio a dos zonas: las playas de Goa y las montañas del Himalaya. Desde mediados de los sesenta debido, entre otros factores, a la lectura de la novela On the road (1957) de Jack Kerouac, se instaló entre la juventud la idea de viajar. Primero fue el coast to coast por la Route 66 americana y después, llegó el viaje a oriente y a otros destinos remotos que permitían desconectar del mundo occidental. Los hippies y la generación de los sesenta establecieron una ruta fija en la India. Durante el verano residían en el norte, desde Delhi hasta las montañas del Himalaya. Rishikesh fue uno de los centros de peregrinación más importantes, al concentrar gran número de ashrams o centros de espiritualidad. Manali, en el escarpado valle de Kulu, era el paraíso del hachís, algo por lo que entonces y todavía hoy en día viajaban muchos. También supone la puerta al pequeño Tíbet, a cuya principal ciudad, Laddakh, se llega en avión desde Delhi o desde Manali, en un autobús que asciende, únicamente durante el verano, por una carretera suicida y vertiginosa. Dada la altísima temperatura, la humedad y los monzones del verano hindú, la mayoría de hippies se trasladaban a estas latitudes durante la canícula, como antes habían hecho los británicos en tiempos del imperio. Algunos, incluso, se adentraban en los verdes valles de Pakistán siguiendo los pasos de conjuntos ilustres como los Led Zeppelin.
De las montañas descendían muchos hippies siguiendo el curso del Ganges hasta llegar a Varanasi (Benarés), la más sagrada de las ciudades de la India, donde toda persona india debe acudir al menos una vez en la vida para bañarse en sus aguas al amanecer. Al morir, sus cenizas serán lanzadas al gran río indio que simboliza la madre naturaleza en estado puro. Varanasi está situada en la gran llanura india, lejos de las montañas, a medio camino entre Delhi y la desembocadura del Ganges en Calcuta. Sin ninguna duda, es uno de los lugares que el viajero debe visitar para conocer la India, pese a que las autoridades hindúes y algunas agencias locales lo quieran evitar por estar alejada de la idea de progreso tecnológico y de modernidad que ofrecen ciudades como Bangalore o partes de New Delhi. Varanasi, en la actualidad y en tiempos de los hippies, era puerto de salida hacia Nepal, país que marcaba el final de su ruta por el norte. El lago de Pokkhara y Katmandú, a mil trescientos cincuenta y cinco metros de altitud, con su extenso valle rodeado de altas cimas y vistas al Himalaya, fue el oasis veraniego de aquellos jóvenes que querían desaparecer del mundo conocido, integrarse en la naturaleza o simplemente, fumar porros y tocar los bongos.
En invierno, cuando la nieve cubría las cimas y el frío llegaba, se abría la ruta del sur, cuyo epicentro eran las salvajes playas de Goa, hoy en día llenas de apartamentos y fiestas rave para pastilleros, herederas de las primeras fiestas lisérgicas de los sesenta. La droga fue uno de los principales problemas en aquel momento y posiblemente fue lo que acabó con la libertad de los hippies para transitar por el territorio indio. A partir de mediados de los setenta, las autoridades hindúes vieron con malos ojos el desmesurado consumo de hash, marihuana, opio y LSD, iniciando una cruzada contra ellos por constituir un mal ejemplo para la juventud del país. En la India siempre se había fumado con fines rituales entre los babas, esos eremitas tan característicos que vagan por su geografía sin más posesión que un zurrón, un bastón y un turbante naranja para protegerse del sol.
Muchos hippies fueron encarcelados en las inmediaciones de Goa. También era visitada el área entre Madrás y Pondicherri, donde proliferaron ashrams tan conocidos como el de Aurovindo, que creó una ciudad nueva llamada Auroville y que todavía está habitada, o la fundación Krishnamurti (Chenai). De este modo, los que querían juerga se iban a las playas de Goa y los más místicos o interesados en hallar su gurú o maestro espiritual, optaban por lo segundo.
Pude obtener mucha de esta información gracias al contacto y a una futura amistad con Albert Padrol, a quien entrevisté para el documental, y a Oscar Pujol, experto conocedor de la India, creador del primer diccionario sánscrito-catalán y entonces director de programas educativos de la Casa Asia. Libros como el ya citado Karma Cola o Anochece en Katmandú de Chema Rodríguez (2003) fueron también de gran utilidad. Éste último me hizo comprender, tal y como me había advertido Padrol, que el viaje no empezaba en la India sino en diversas ciudades europeas como Londres, París o Ámsterdam, viajando en furgoneta y viviendo la gran aventura de cruzar el este de Europa para entrar a oriente por la puerta de Estambul. La India era el destino final, después de haber recorrido miles de kilómetros. Muchos se quedaban en Afganistán u otros lugares del camino. Si en el documental queríamos ser fieles a la realidad del viaje a la India, debíamos cubrir todo este territorio, pero ni el tiempo ni el presupuesto lo permitían, de forma que una vez más, tuvimos que acotar y centrarnos en los hippies en la India y no en el viaje.
Dado que disponíamos de apenas un mes y medio de viaje, tampoco era posible visitar el norte y el sur de la India. Oscar Pujol me había desaconsejado la búsqueda y entrevista de hippies por Goa, dado que todo lo que allá podía encontrar eran viejos decadentes consumidos por la droga. Tampoco la idea de meterme en prisiones buscando hippies me parecía acorde con el espíritu colorista de los sesenta. Hablando con un viejo amigo de la infancia, entrañable, pero fiestero como pocos, que había estado en numerosas juergas por las playas de Goa, me decidí a eliminar este lugar de nuestro itinerario.
El destino era el norte, pero quedaban decisiones por tomar. La primera fue descartar Pakistán, pese a la belleza del Kashmir de la que tantos viajeros habían hablado y donde la canción del mismo nombre de mis admirados Led Zeppelin, me había transportado tantas veces. Ese lugar de valles paradisíacos, donde lo indio y musulmán se encuentran, supone el entorno más bellamente salvaje, pero la situación bélica actual desaconsejaba su visita. También tuvimos que prescindir del Rajastán, la tierra de las mil y una noches, con lugares como Pushkar, Jaipur o Jaisalmer, que seguro deben entrar en un itinerario turístico de la India. Nosotros no íbamos a hacer turismo, buscábamos el legado de los hippies y ver si podíamos encontrar a alguno. Obviamente, tampoco íbamos a ver el Taj Mahal, la maravilla del mundo, en cuyo tren, al parecer, hay que dormir encadenado a la maleta si uno no quiere perderlo todo. Por último, después de contactar con un ex alumno de la Escuela superior de cine y audiovisuales de Cataluña que posee una productora de documentales y que me había prestado las cintas de su viaje a la India de hacía dos veranos, me surgió un dilema más ¿Valía la pena llegar hasta Kajhurao, el gran templo con las más bellas y explícitas escenas sexuales del arte hinduista? Se encuentra en un remoto lugar, en una zona casi desértica a la que se accede mediante un larguísimo viaje en autobús o avión. No cae cerca de ningún lugar. Como ya tenía alguna imagen de lo rodado por mi colega, decidí descartar su visita pese a que como turista o historiador del arte me hubiera encantado poder ir. Kajhurao, es el kamasutra hecho en piedra. Alrededor de las paredes del templo, figuras amatorias disfrutan de los placeres más carnales, combinando las posturas del yoga con las del arte del amor. Un sueño hippie convertido en parque turístico. Buscábamos seres de carne y hueso y no piedras, así que lo descartamos.
Estas decisiones ayudaron a definir el itinerario que era de suma importancia en esta especie de safari en busca del hippie, una rara avis, como la define Padrol en el documental que anida en lugares ocultos del Himalaya. Diversas personas consultadas me hablaron maravillas de Manikaram, en el valle de Parvati, desaconsejándome la visita a Manali. Este lugar de peregrinaje hippie se ha convertido en un hervidero de fumetas occidentales y legiones de israelitas que huyen del servicio militar obligatorio. Por ello decidimos dejarlo también en standby.
A los seis meses de iniciar la investigación, pudimos acotar definitivamente el itinerario de nuestra aventura. La ruta empezaría en Delhi, aunque simplemente pasaríamos por la capital para ir directamente hasta Rishikesh, siguiendo los pasos de los Beatles. De ahí, subiríamos hasta el valle de Parvati para llegar a Manikaram, sin tener exactamente una idea fija de lo que vendría después. La parte de las montañas era bastante libre, aunque teníamos claro que queríamos huir de focos turísticos para hallar lugares más tranquilos y remotos donde poder encontrar algún hippie. Tras esta primera parte, en la que la ruta asciende, iniciaríamos el descenso, para llegar en tren hasta Varanasi, donde ya teníamos una entrevista concertada con un ex-hippie maestro de tantra. Ahí pasaríamos una semana, antes de volar a Katmandú. La situación para entrar en Nepal no era del todo clara por la amenaza de la guerrilla maoísta. Finalmente, después de una semana en Katmandú, regresaríamos a Delhi para dedicarle los cuatro últimos días de nuestro viaje. La ruta no aseguraba el éxito en nuestro objetivo, pero mi equipo y yo confiábamos en que las cosas irían saliendo sobre la marcha, y así fue. El reducido equipo de rodaje estuvo formado por un cámara y un ayudante de producción. En principio, sólo íbamos dos, pero un buen amigo mío, cansado del trabajo tras sufrir un revés amoroso, decidió venir a ayudar en lo que pudiera. La verdad es que su apoyo resultó fundamental en el momento en el que a mí se me fundieron los plomos mentales, en un pasaje del viaje que relataré más adelante. Mi amigo Ferran es, con todo el cariño, un Sancho Panza, no tanto por su complexión corpulenta como por su inmensa humanidad.
Para el cargo de cámara, iba a contar con un colega responsable del mantenimiento de equipos en la ESCAC, donde ejerzo de profesor de cine desde hace años. Después de aconsejarme en los aspectos técnicos relativos a qué cámara y micros utilizar, parecía la persona idónea, pero finalmente las fechas y una oferta de trabajo lo impidieron. Faltaban apenas tres meses para emprender el viaje y debía encontrar alguien pronto. Una posibilidad era emplear a un ex alumno de la escuela con cierta experiencia, pero mediante un amigo mío que trabajaba en Barcelona TV, y que iba a venir a la India para encargarse del sonido del documental, surgió un cámara con experiencia que había estado en la India el verano anterior. El sincronismo o el extraño magnetismo que conecta el pensamiento, personas o acciones que suceden simultáneamente, se presentó cuando me entrevisté con Sergi. Hacía un año, había ido a la India, mientras leía el libro de mi padre sobre Oriente y Occidente. Ahora, el hijo le llamaba para rodar un documental. Espontáneo y vivaz, Sergi, al que sus amigos llaman el pillo, es de los que se hacen inmediatamente con todo el mundo. Sin hacerle ninguna prueba o ver nada de lo que había rodado, le di el puesto mientras urdía un plan de aprovechamiento de recursos bastante extremo. Como hilo conductor del documental, entre las entrevistas y las imágenes de la India, pensé en recurrir a la creación de un personaje ficticio, Gary Snyder, que viajaba por los lugares que recorríamos, mostrando la ruta de los años sesenta. Sergi, con sus rastas, frente abombada y ojos rasgados, sería Gary Snyder. Yo rodaría esa parte de ficción, con una cámara de S8mm, como las que se utilizaban de forma amateur en aquellos tiempos. De modo que Sergi pudo demostrar su polivalencia, siendo actor de la ficción situada en el pasado, cámara de entrevistas e imágenes actuales de la India y por si fuera poco, también responsable del sonido directo. El amigo que iba a venir para encargarse de este último aspecto técnico puso algún problema a lo largo de la preparación del documental queriendo intervenir excesivamente en decisiones que no le correspondían. Al ver que surgían conflictos antes del viaje, decidí cortar por lo sano y reducir el equipo a tres componentes. Mi filosofía de rodaje antepone la armonía y el buen entendimiento del equipo a cualquier otra cuestión, y más aún cuando se trata de viajar rodando. Pude haberme equivocado, pero la verdad es que como grupo funcionamos perfectamente. Sergi fue el sherpa perfecto, Ferran el guardián y apoyo humano mientras yo ejercía de conductor concentrándome en las entrevistas, el itinerario y las imágenes a grabar. Inevitablemente, surgieron las tensiones propias de un viaje en el que estuvimos juntos a largo de un mes y medio, pero en conjunto todo fue muy bien.
Antes de partir sólo faltaba resolver ciertos aspectos burocráticos, como la obtención de los visados para entrar en la India, que en el año 2004, se obtenían sólo desde la embajada de Madrid. Hubo cierto suspense, porque había que enviar un pasaporte y una foto en un sobre que esperabas fuera retornado a tiempo. Llegaron apenas una semana antes de nuestro vuelo. Por otro lado, había que resolver los aspectos relativos a aduanas y a los equipos de rodaje. En una producción profesional, debe cumplirse con el trámite llamado cuadernos Ata que consiste en declarar en el aeropuerto de salida todo el material de rodaje que se utiliza, estando obligado a dejar una fianza por la totalidad del valor de estos equipos que es retornada cuando se regresa con el mismo material. Parece ser que este trámite se cumple para evitar que vuelvas con equipos comprados en el extranjero. La verdad es que, en una producción de presupuesto tan reducido como el nuestro, dejar la fianza suponía la ruina. De modo que decidimos viajar como turistas. Para ello, no debíamos llamar la atención con equipos muy voluminosos. Sergi llevaba su cámara en su mochila de mano, una Sony PD-125 dvcam, de tamaño bastante moderado. Ferran cargaba con el trípode, metido en un tubo con correa. Yo viajaba con las cintas mini dv, la cámara de S8mm y sus cartuchos. No llevamos ni focos, ni reflectores para iluminar y en cuanto al sonido, usamos los micros de la cámara a los que añadimos un micro inalámbrico para las entrevistas. Me preocupaban la cámara de S8mm y sus cartuchos de material fotosensible. No son equipos que se utilicen en la actualidad, se trata de arqueología fílmica, como lo demuestra el hecho de que sus negativos sólo se vendan en una tienda de Barcelona, y que para el revelado, los cartuchos de tres minutos deban ser enviados a Suiza o a Londres. El temor era que en alguna aduana abrieran los cartuchos y velaran el negativo. Por este motivo pedí una carta a Oscar Pujol, como jefe de los programas educativos de la Casa Asia, donde explicara quiénes éramos, y que por favor, no manipularan en exceso el material de rodaje. También me preocupaba que las cintas correderas de rayos X velaran el material, pero un amigo de la ESCAC me aseguró que no había problema.
Sorprendentemente, superados estos trámites, lo que resultó más difícil fue dar con una cámara de S8mm que funcionara y no costara una fortuna. En Salvador Serra, disponían de precios de anticuario para coleccionistas, pero por suerte, después de probar varias cámaras de padres de amigos, conocidos y abuelos, la mayoría de las cuales fallaban por algún lado, di con una pequeña tienda en el calle de la Perla, en el barrio de Gracia, donde su propietario me garantizó que podía retocar una Canon de los años setenta para que funcionara a la perfección. Jamás he visto un caos tan bien organizado como el de aquella pequeña tienda donde se hablaba de cine mientras los tornillos caían y los papeles volaban. Su propietario estaba encantado de que alguien quisiera rodar con el viejo formato S8mm y no fuera un publicista enmascarado. Le compré la cámara y un proyector después de varias visitas en las que quedó claro que la forma no hace el contenido.
Todo estaba a punto habíamos sido vacunados de tétanos, tifus, hepatitis y no sé cuantas cosas más. Llevábamos un buen botiquín y las dichosas pastillas de Malarone que se deben tomar cada día para evitar contraer la malaria, la gran amenaza de la India y gran parte del sudeste asiático que se transmite por la picadura de un mosquito.
En las mochilas, poca ropa de verano, porque Sergi nos aconsejó comprarlo todo allí. Tan sólo un par de tejanos, bambas, abarcas menorquinas o sandalias, alguna camiseta, un jersey y una chaqueta. Los equipos de rodaje eran lo más importante, y ya ocupaban suficiente espacio. Pese a ello, cargamos con algún libro, en mi caso creo que fue El viaje a Oriente de Hermann Hesse (1932) y Espiritualidad hindú de Raimon Pannikar (2005). También llevé el primer modelo de I pod con la intención de grabar los diarios de rodaje, pero al final se convirtió en un juguete musical que nos transportaba con su música a los tiempos de los hippies.
Por deferencia a mi abuela, a la que tanto quería y que me crió como a su hijo, me llevé la estampita del santo Cristo de Lepanto para que me protegiera de infortunios durante el viaje. También me llevé unas fotos de mi amada Marité y mi querido perro Poe, a los que iba echar mucho de menos. En mitad del curso, y con permiso de la ESCAC, me fui a la India a cumplir un sueño. Pasara lo que pasara, ya no tendría esa frustrante sensación de haber querido hacer algo y no haberlo hecho.
Creo que una de las claves para ser feliz es, no arrepentirse. Las cosas pueden haber sido buenas o malas, puedes haber pasado por momentos difíciles o maravillosos, pero hay que estar siempre satisfecho con las decisiones que uno ha tomado. Hay que ser fiel a uno mismo y tener la conciencia tranquila, siguiendo tu dharma o camino en la vida por el que mejor te desenvuelves.
Let go (deja fluir), le decía Owi Wan a Luke Skywalker en Star Wars, de George Lucas (1977), pero siempre estando satisfecho con tus actos y tus decisiones. De este modo, como creen los indios, tu karma estará limpio y puro para la siguiente reencarnación. Éstas son algunas de las cosas que aprendí en las lecturas anteriores a mi viaje. Sin embargo, no hay lectura que pueda transmitir lo que te ofrece la experiencia y el contacto con un lugar tan especial como la India.