Capítulo I

Configuración de la profesionalidad

Introducción

Desde el once de Septiembre de 2001, el mundo transita por nuevos derroteros. Ese día no sólo cayeron las Torres Gemelas de Nueva York. A partir de esa fecha (Castells, M. 2006) o quizás desde poco antes (Delors, J. 1996), se han visto derrumbadas buena parte de las proyecciones de futuro realizadas hasta entonces.

Vivimos en un mundo turbulento, en el que sin previo aviso se reestructuran realidades que creíamos fijas y perennes. Son los “cambios multidimensionales”, como los denomina Manuel Castells (2006) en sus artículos de La Vanguardia, publicados entre 2003 y 2006. Son transformaciones capaces de modificar de repente la trama de nuestras vidas, aunque se produzcan a miles de kilómetros. Saber cómo nacen, comprender su alcance, anticiparse a sus efectos, resulta cada vez más necesario.

El cambio de siglos nos ha introducido en una sociedad del saber, donde el conocimiento es esencial para el desarrollo de cualquier actividad socio-laboral. Casi sin darnos cuenta, hemos estrenado “una civilización del ser, con su parte equitativa del saber”, como la definió J. Lebret.

La gran transformación estructural de nuestros días ha traído consigo incertidumbres duraderas a superar: tensiones entre lo mundial y lo local, lo universal y lo individual, la tradición y la modernidad, las consideraciones a largo plazo y a corto plazo, la competencia y la igualdad de oportunidades, la expansión ilimitada de los conocimientos y las capacidades de asimilación limitadas de los seres humanos, lo espiritual y lo material.

Esta transformación tecnológica, económica y social ha generado profundos cambios en todas las actividades humanas, pero especialmente en las de carácter socio-profesional. El mundo laboral está cambiando rápidamente, a medida que la globalización y la sociedad de la información traen consigo cambios importantes en los modelos de organización del trabajo y en las necesidades de cualificación.

Nuevos contenidos, nuevos medios, nuevos métodos y nuevas formas sociales del trabajo inciden notablemente en la configuración de la profesionalidad. Las cualidades, aptitudes y destrezas personales, que actualmente se exigen para incorporarse al mundo del trabajo y para desenvolverse en la profesión, se apartan en buena medida de las finalidades y métodos tradicionales de la educación y la formación profesional.

Poco a poco, se impone la movilidad como cultura y ésta requiere una capacidad de adaptación a la realización inteligente –“inter&ligare”– de una gama relativamente amplia de funciones, transfiguradas con el paso de los tiempos.

En nuestros días, y, ¿más en el futuro?, la profesionalidad tiende a definirse por la relación dialéctica entre el puesto de trabajo y la organización donde se ejerce. Como tal, exige un “diálogo” dentro de una confrontación, en la cual hay una especie de acuerdo en el desacuerdo, pero, también, sucesivos cambios de posiciones, inducidos por cada una de las posiciones “contrarias”.

A medida que el empleo se convierte en trabajo y la actividad remunerada en recurso para la autorrealización, la profesión no puede reducirse a una determinada cantidad de requerimientos técnicos más o menos complejos, para llevar a cabo una tarea. En este contexto cobra especial sentido la idea de Lucía Berta –presidenta del Forum Europeo de Orientación Académica (FEDORA)–, expuesta en las Jornadas de Orientación Académica y Profesional de la Universidad de Barcelona (18-19 Abril 1996). Desde su óptica, “Llegar a ser un profesional –derivado de profiteor– es ‘confesarse’ a través de su propio trabajo, convirtiendo el saber en saber hacer, para saber ser, demostrando quién es uno mismo, con su propia individualidad y originalidad irrepetible”.

Como se expone en este capítulo, pero sobre todo en el siguiente, al profesional de nuestros días no sólo se le pide saber y saber hacer, sino también saber estar y en el fondo saber ser. No basta con SABER afrontar los requerimientos laborales. También es preciso introducir buenas dosis de SABOR a las actividades socio profesionales. En pocas palabras, se busca profesionales competentes.

Si esta competencia de acción profesional es requerida a todos los expertos, con más razón han de demostrarla los profesionales de la orientación. Al fin y al cabo, su función principal se centra en potenciar el esclarecimiento de posibilidades personales con sentido, mediante la identificación, elección y/o reconducción de alternativas académicas, profesionales y personales, acordes a su potencial y proyecto vital, contrastadas con las ofertadas por los entornos formativos, laborales y sociales.

Tras el debate abierto a nivel mundial, a partir de la Asamblea General de la Asociación Internacional de Orientación Escolar y Profesional (AIOSP), celebrada en Berna (03.09.2003), al profesional de la orientación se le demanda las siguientes “competencias fundamentales”.

Demostrar conocimiento del proceso de desarrollo profesional permanente.

Conocimiento de información actualizada sobre educación, formación, tendencias de empleo, mercado laboral y asuntos sociales.

Integrar la teoría e investigación en la práctica de la orientación, desarrollo profesional, asesoramiento y consultas.

Competencias para diseñar, implementar y evaluar programas e intervenciones de orientación y asesoramiento.

Demostrar promoción y liderazgo en el avance del aprendizaje, desarrollo profesional e inquietudes personales de los destinatarios.

Habilidad para comunicarse eficazmente con colegas o destinatarios, empleando el nivel de lenguaje apropiado.

Competencias para cooperar efectivamente en un equipo de profesionales.

Demostrar conciencia y apreciación de las diferencias culturales de los destinatarios para interactuar eficazmente con todas las poblaciones.

Sensibilidad social y transectorial.

Demostrar conciencia de la capacidad y limitaciones propias del destinatario.

Demostrar comportamiento ético apropiado y conducta profesional en el cumplimiento de roles y responsabilidades.

1.Gran transformación estructural

La gran transformación estructural (Castells, M. 1997, 2006), que ha caracterizado los últimos años del siglo XX (Toffler, A. 1971, 1980, 1990), nos ha introducido en una sociedad del saber, donde el conocimiento es esencial para el desarrollo de

cualquier actividad socio-laboral. Casi sin darnos cuenta, hemos estrenado “una civilización del ser, con su parte equitativa del saber”, como la ha definido J. Lebret. Una serie de rasgos caracterizan la denominada sociedad de la información (Cuadro 1).

Estas y otras mutaciones generan la necesidad de despertar, movilizar y educar la capacidad de “inte-lligere” de las personas en particular, así como de los sistemas políticos, económicos y sociales. Con cierta urgencia, demandan invertir en inteligencia.

Ya no basta con que cada individuo acumule al comienzo de su vida una reserva de conocimientos a la que podrá recurrir después sin límites. Sobre todo debe estar en condiciones de aprovechar y utilizar durante la vida cada oportunidad que se le presente de actualizar, profundizar y enriquecer ese primer saber y de adaptarse a un mundo en permanente cambio”. (Delors, J. et al., 1996: 95). Cursivas del autor.

La turbulencia de nuestro mundo se percibe claramente en las grandes transformaciones, generadoras de los cambios multidemensionales del siglo XXI (Gráfico 1).