3. La lengua catalana: de la marginación al mestizaje

Los movimientos migratorios numéricamente importantes suelen plantear una gran cantidad de problemas en todas partes, o como mínimo de incógnitas respecto del futuro del país receptor y de las variaciones y cambios que los recién llegados pueden aportar a la sociedad ya existente, a su identidad, hábitos, valoraciones sociales y posiciones relativas dentro del conjunto. Cuanto más homogénea, desde el punto étnico y cultural, es la sociedad receptora, más recelos suscita la llegada de grupos extranjeros, sobre todo si se trata de grupos también relativamente homogéneos, cuyos rasgos étnicos y culturales difieren notablemente de los que predominan entre los nativos. Una inmigración masiva es percibida casi siempre como una intromisión amenazadora, tanto más preocupante cuanto menos habituada está la población autóctona a procesos inmigratorios previos y por lo tanto, a convivir con la diversidad.

De todos modos, cada onda migratoria es distinta y se inserta también de una manera específica en un territorio en el que preexiste una sociedad constituida. La llegada de nuevas gentes juega de manera concreta sobre los intereses y enfrentamientos de los grupos ya situados anteriormente, de manera que algunos de estos quedan debilitados mientras otros se refuerzan. Los acuerdos o conflictos preexistentes quedan así modificados por la presencia de los recién llegados, que generalmente ignoran el papel que están desempeñando y los efectos políticos o culturales que provocará su llegada. Y así, se convierten a menudo en víctimas de conflictos anteriores entre actores que ya estaban presentes, actores, a su vez, movidos por intereses y objetivos que tal vez corresponden en mayor medida a los de sus sociedades originarias que a las del país al que se han trasladado.

En Cataluña, a lo largo del siglo XX y en este comienzo del siglo xxi, los movimientos migratorios han revestido gran importancia, como es sabido. Han incidido de muy diversas formas sobre la sociedad catalana. Pero hay una que ha sido especialmente preocupante, porque incide muy directamente sobre el rasgo distintivo más específico de esta zona: la lengua catalana. El catalán, en tanto que lengua original, es el elemento que concentra un alto valor político y simbólico, porque constituye el signo más evidente de algo que ha sido nombrado de muy diversas maneras, según las épocas históricas, pero que responde a una realidad subyacente: la catalanidad, el hecho diferencial, la nación catalana, etc., por citar solo alguno de los conceptos utilizados para designar una identidad que no puede confundirse con la castellana ni con la española, especialmente cuando esta última no es entendida como una identidad de suma de identidades diversas, sino como una identidad monolítica, que no admite ningún tipo de diferencia interna. Como cualquier otra identidad, la catalana ha tenido diversos contenidos o diversas interpretaciones según cada época y ha podido ser interpretada como un factor de conservadurismo, en versiones como el pairalisme o como un factor de modernidad y de innovación, en versiones como la industrialización o el movimiento obrero y las conquistas democráticas, frente a otras identidades españolas. Pero ha mantenido, como el elemento de referencia más constante, una lengua propia, diferente de la que predominaba en España. Todo cuanto afecta a la lengua es, en este sentido, altamente sensible, porque no está referido a un problema funcional de comprensión entre los individuos, sino a unas relaciones de poder entre grupos, relaciones que se miden, entre otras cosas, por la capacidad de convertir sus rasgos culturales y sobre todo su lengua en lengua dominante y por lo tanto, en una reafirmación o una amenaza para el mantenimiento de un rasgo identitario percibido como fundamental.

La importancia creciente de las identidades en el mundo actual ha sido ampliamente descrita. Castells ha puesto de relieve como justo en el momento en que la globalización parecer borrar la importancia de los rasgos culturales específicos para dar paso a una cultura universal, las resistencias a la globalización se están manifestando en gran parte a través de la defensa de las identidades étnicas, lingüísticas, religiosas o culturales17, mostrando que, en un mundo globalizado, lejos de desaparecer, las identidades tienden a fortalecerse y a convertirse, para mucha gente, en elementos centrales de su proyecto personal, con un carácter transcendente que parecía propio de culturas del pasado. También este fenómeno es bien visible en Cataluña: a pesar de que en otros aspectos ha avanzado tan claramente el individualismo y han desparecido muchos de los vínculos comunitarios anteriores, la adhesión profunda a la lengua catalana como elemento cultural propio que necesita ser defendido se ha mantenido en muchos de los movimientos sociales, desde las primeras luchas antifranquistas de la clandestinidad hasta la democracia y la etapa actual. Con formas diferentes según los momentos, por supuesto, pero con una continuidad que muestra que se trata de un hilo político de primer orden.

La preocupación por el mantenimiento de la lengua ha sido una constante porque durante el siglo XX han aparecido un conjunto de amenazas en relación con su continuidad18. Las ondas inmigratorias procedentes del resto de España han sido tan potentes, desde el punto de vista numérico, que indirectamente han planteado la posibilidad de continuidad de una lengua carente de un Estado propio que la imponga como lengua oficial. Al margen ya de las dificultades políticas, tan explícitas durante el franquismo, lo que está en juego es la continuidad de una lengua obligada a convivir con otra mucho más potente por la cantidad de hablantes en el mundo y que no puede imponerse en su territorio como lengua única. De modo que el crecimiento o la disminución del número de personas que consideran que el catalán es su lengua, el nivel de conocimiento y uso que llevan a cabo personas nativas de otras lenguas que viven en Cataluña y la transmisión lingüística a las nuevas generaciones son cuestiones fundamentales para ver cuál es la vitalidad de la lengua catalana y poder evaluar su evolución futura, aun cuando por supuesto, el futuro esté siempre sometido a cambios imposibles de prever con exactitud.

Pero incluso más allá de la pervivencia de la lengua, las cuestiones lingüísticas presentan, en Cataluña, otras dimensiones que nos sirven para entender la vida colectiva, las posiciones de los diversos grupos sociales, las relaciones que se establecen entre ellos, los grados de cohesión de la sociedad catalana y el tipo de divisiones que la atraviesan. La inmigración no afecta por igual a todos los grupos sociales; en general, las inmigraciones masivas son de carácter económico, de personas que esperan que la sociedad receptora les ofrezca mejores oportunidades para ganarse la vida. Suelen ser, por tanto, migraciones de gente procedente de condiciones más pobres19 que las de la sociedad receptora, lo cual supone que realizan lo que podríamos entender como «una entrada desde abajo», una aportación demográfica que se instala en la base de la sociedad y que suele producir una movilidad ascendente de los nativos. Al mismo tiempo, puede producirse una competencia con los segmentos más pobres de nativos, dado que los recién llegados suelen ocupar los trabajos y las viviendas que las personas pertenecientes a estos segmentos consideran como propios. Un impacto, por tanto, que beneficia a unos grupos y perjudica a otros y que en cualquier caso, modifica las anteriores estructuras sociales. Cuando, como en el caso de las migraciones españolas del siglo xx, los recién llegados son en su mayoría más pobres pero gozan de las ventajas que les confiere el pertenecer a la cultura —o por lo menos al grupo lingüístico— dominante, la situación es todavía más compleja, porque el juego de ventajas y desventajas de posición de cada grupo queda determinado no solo por razones económicas, sino también por políticas y culturales.

Esta es la razón por la que las cuestiones lingüísticas fueron consideradas importantes desde el inicio de la Encuesta Metropolitana; a lo largo del tiempo, la encuesta ha ido mostrando que la composición lingüística de cada grupo social es, en la Región Metropolitana, el dato que en mayor medida permite predecir en qué punto se halla cada grupo en el conjunto de la jerarquía social. En todas las clases y capas hay personas de habla catalana y personas de habla castellana, como veremos en la segunda parte del libro. Pero cuanto más alto, en una clase social, es el porcentaje de personas que consideran que su lengua es el catalán, más alta en la escala social está situada esta clase. Nos referimos, desde luego, al período estudiado, desde mediados de los ochenta hasta mediados de la primera década del siglo XXI. Posiblemente, en épocas anteriores, el castellano haya podido ser considerado en Cataluña como un elemento de distinción, de riqueza, de pertenencia a un grupo privilegiado, en una situación clásica de diglosia, con una lengua alta hablada por los poderosos y propia de la administración y el mundo político y una lengua baja que es interpretada como un signo de incultura, de pobreza o de falta de refinamiento. Situación característica durante muchos años del Rosellón, por ejemplo, o también de Valencia. E incluso de Cataluña, en otros siglos, pero no durante el siglo XX, por razones complejas y relacionadas con el papel de una burguesía catalana que, al enfrentarse con las élites estatales, enfatizó, en algunos momentos, su carácter y su voluntad de catalanidad.

De los monolingüismos excluyentes al progreso en el conocimiento del catalán

La presencia de la lengua castellana en Cataluña es antigua; no se trata de una novedad del siglo XX. Durante largas épocas, todos los documentos se escribieron en castellano y toda relación con la administración requería el uso del castellano, fuera cual fuera realmente la competencia de los hablantes. Pero aunque en el mundo de la burguesía y de los asuntos públicos el castellano ha sido una lengua de uso habitual e incluso predominante en Cataluña, la gran mayoría de las personas eran catalanoparlantes y en las zonas rurales y pequeñas ciudades, la presencia del castellano era tan escasa que gran parte de la población lo hablaba en forma rudimentaria.

La etapa de finales del siglo XIX, sin embargo, y sobre todo de comienzos del XX supuso un cambio respecto a esta situación; el catalán vuelve a ser una lengua de cultura, utilizada por gran parte de la burguesía y de las instancias oficiales: la Generalitat, los ayuntamientos, las escuelas. Es también el momento en el que comienza la gran inmigración desde tierras españolas: Aragón, Murcia, algunas zonas andaluzas… Inmigración que al ser todavía incipiente, habita en los barrios obreros de Barcelona y convive en las fábricas y en los talleres con la población de lengua catalana y, en la mayoría de los casos, adquiere así una competencia lingüística suficiente en esta lengua.

En los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX, la situación es otra. La magnitud de la inmigración y su concentración en determinadas zonas de carácter marginal van a dificultar la coexistencia lingüística entre castellano y catalanohablantes. Surgen barrios enteros en los que la presencia de la lengua catalana es inexistente o mínima; comunidades que viven en Cataluña en castellano, sin casi sentir la necesidad de aprender el catalán. Son los años del franquismo, en los que todos los trámites deben realizarse en castellano, también la escolarización, como la prensa, la radio, el cine, casi todo el teatro, la Universidad, el conjunto de la vida pública, en fin. El catalán es la lengua de gran parte de la población, la que se habla en casa, con la familia, en el barrio, con los amigos; pero que no se aprende en la escuela, que casi no se lee, que se escribe intuitivamente sin conocer las normas, sin saber qué es correcto y qué es incorrecto; y, sobre todo, que va convirtiéndose en minoritaria ante la importancia numérica de los recién llegados, muchos de los cuales se expresan en castellano y por lo tanto, la población catalanohablante acabará aprendiendo el castellano y cambiando de idioma cada vez que necesita comunicarse con un castellanohablante. Dos comunidades que conviven en forma desequilibrada: mientras la comunidad castellanohablante puede vivir como monolingüe e incluso, a menudo, le es difícil dejar de serlo por la falta de contacto con el catalán, la comunidad catalanohablante utiliza dos lenguas que conoce de manera superficial, una empedrada de castellanismos —fue la época de las lavadores, bussons y otros extraños constructos— y otra de catalanismos, y pasa de una lengua a otra según lo exige cada situación, preguntándose a menudo cómo ha de escribir, cómo ha de hablar, qué ha de transmitir a las nuevas generaciones.

En los años setenta, con la decadencia del franquismo y las pequeñas grietas que van apareciendo en los aparatos estatales de control de todo tipo, se inicia la recuperación del catalán como lengua de cultura. Lentamente, con dificultad, va entrando en las escuelas, en las universidades, en el teatro, no como lengua de uso en situaciones informales sino como lengua alta, en una evolución marcada en todo momento por los avances y retrocesos políticos frente al franquismo y sus formas de represión. Al mismo tiempo, la burguesía y la clase profesional, en plena formación en aquel momento, son mayoritariamente de habla catalana, de manera que el catalán ya no aparece como la lengua baja, de gente rural y obrera, sino como la lengua de los grupos más cultos que están tomando posiciones para convertirse en dominantes en la nueva situación democrática que va perfilándose lentamente. Son los grupos que a partir de 1977 y de las primeras elecciones democráticas aparecerán como actores destacados de la transición democrática en Cataluña. El catalán adquiere pues, incluso para la clase trabajadora, la más castellanohablante, el prestigio de las lenguas altas que identifican a las personas que pertenecen a los grupos poderosos. Al mismo tiempo, la lucha por la autonomía de Cataluña y por la conversión del catalán en lengua oficial forma parte de las reivindicaciones centrales de la transición, como un elemento clave, en este territorio, de los cambios necesarios para la implantación de la democracia, aceptado por tanto por la gran mayoría de la población como una condición básica de los cambios políticos que se estaban produciendo, a pesar de que en esta etapa, las dificultades de todo tipo eran aun muy evidentes y las resistencias a la catalanización, constantes.

Pero la situación iba a cambiar rápidamente a partir de la constitución de las instituciones democráticas: el catalán se convierte en lengua oficial, aunque no única, dado que el castellano es también oficial; la gran mayoría de las nuevas instituciones comenzaran a utilizarlo en forma casi exclusiva. La educación incluye la enseñanza del catalán y el castellano, pero el catalán se convierte en la lengua vehicular y es el más utilizado en las escuelas, en las que se inicia el programa de inmersión para que los niños y niñas castellanohablantes puedan entrar en contacto con la lengua catalana desde su ingreso en la escuela. Algo más lenta y difícil es la catalanización de la calle —rótulos y publicidad— que va instalándose paulatinamente, al tiempo que aparecen diarios y revistas, teatro y televisión algo más tarde. El aprendizaje del catalán está en marcha tanto para los catalanohablantes, que finalmente podrán aprender a escribirlo, como para los castellanohablantes, que aprenderán a escribirlo y sobre todo a hablarlo, incluso aquellas generaciones que ya no son jóvenes.

Tabla 1. Nivel de conocimiento del catalán según ámbito territorial.
RMB. Datos comparativos 1985–2006 (en porcentaje)

Nivel de conocimiento del catalán según ámbito territorial. RMB. Datos comparativos 1985–2006 (en porcentaje)

*Los porcentajes no suman exactamente 100 porque
hay algunas no respuestas que no figuran en la tabla

El camino recorrido desde entonces ha sido considerable. La evolución es patente en la tabla 1. El año 1985, el 54% de la población residente en la primera corona de la Región Metropolitana declaraba no hablar el catalán, aunque cuatro de cada cinco de estas personas decían entenderlo. Veinte años más tarde, en esta misma zona, únicamente el 35% no lo hablaba y el porcentaje de los que no lo entendían se había reducido a la mitad, de manera que tan solo una de cada veinte personas, aproximadamente, no era capaz de entender el catalán. La primera corona es la zona más castellanizada; en Barcelona ciudad, en 2006, tan solo un 3% de la población decía no entender el catalán, ligeramente por debajo del total de Cataluña. Y al mismo tiempo, se ha producido un gran progreso en el aprendizaje de la lectura y la escritura: de este 17% de la primera corona capaz de escribirlo en 1985 se ha pasado a un 43% veinte años más tarde y a más del 50% de personas que escriben en catalán en el total de Cataluña y de la ciudad de Barcelona. Y lo que es más esperanzador: las diferencias en el conocimiento del catalán son muy importantes en función de la edad, pues mientras en las generaciones mayores quedan todavía muchas personas con dificultades para entender y hablar catalán, en la generación que en 2006 tenía entre 18 y 25 años de edad, aproximadamente un 85% es capaz de escribirlo y hablarlo.

El esfuerzo institucional, y de la población, a través de las instituciones, decidida a preservar su lengua, dio sus frutos: la población inmigrante, sobre todo sus hijos e hijas, ha sido escolarizada de modo que ha podido acceder al conocimiento del catalán que, en este aspecto, ha dejado de ser una lengua marginal, hablada únicamente en familia o en situaciones que podemos considerar privadas, para pasar a ser una lengua de cultura presente en el mundo público, e incluso, a menudo, numéricamente predominante en él. Se mantienen aun numerosas dificultades y limitaciones para la lengua catalana en los medios de comunicación y en determinadas instituciones, como por ejemplo, en el mundo judicial; pero el avance en el conocimiento es innegable. A través de las instituciones políticas, Cataluña ha mantenido y reafirmado su lengua, y el catalán se ha convertido en un idioma que es posible utilizar en todas partes, sin peligro de ser insultado o de ser motivo de burla. Mucha gente de origen inmigrante, nacida o no en Cataluña, se siente orgullosa de hablarlo y escribirlo y de poder usarlo como lengua propia.

¿Cuál es su lengua?

La evolución del conocimiento del catalán por parte de la población que vive en la Región Metropolitana y en Cataluña —aunque para el total disponemos únicamente de los datos de 2006– parece totalmente favorable a la consolidación de una lengua minoritaria, que ha de convivir, en su territorio propio, con otra lengua de una gran potencia. En los años que estamos analizando, la batalla política, por así decir, fue ganada, en gran parte, a partir de la legitimación del uso del catalán en las instituciones y en el ámbito público. Pero ¿qué ha pasado en otros aspectos? ¿Es realmente este hecho una garantía suficiente para el mantenimiento y pervivencia del catalán?

La continuidad de una lengua no depende únicamente de su reconocimiento público; hay muchos ejemplos de lenguas altas —el latín, entre otras— que se han mantenido como lenguas de cultura en determinados ámbitos al mismo tiempo que dejaban de ser lenguas vivas. No es el caso del catalán en este momento, por supuesto, pero sabemos que la vida de una lengua depende básicamente del número de sus hablantes y de la transmisión que estos realizan a las futuras generaciones, de modo que el tamaño del grupo lingüístico no disminuya drásticamente. Estas son las bases reales de la pervivencia de una lengua, aunque, indudablemente, su estatus público sea también muy importante, dado que crea o impide que se produzcan las condiciones adecuadas para su plena transmisión generacional.

Tabla 2. Lengua de la población mayor de 18 años de edad según el ámbito territorial de residencia (en porcentaje). Comparación 1990, 1995, 2006

Tabal de la lengua de la población mayor de 18 años de edad según el ámbito territorial de residencia (en porcentaje). Comparación 1990, 1995, 2006

Pues bien, en este caso las informaciones que hemos ido obteniendo a través de la Encuesta Metropolitana son mucho menos esperanzadoras que las que se derivan del análisis de la evolución del conocimiento del catalán. Cuando preguntamos acerca de cuáles son las lenguas que los habitantes de la Región Metropolitana consideran como propia y cuáles son las que utilizan para comunicarse habitualmente, por ejemplo, con los miembros de su familia, vemos que en este territorio el predominio del castellano es superior al del catalán y que la evolución no indica una mejora, sino un desarrollo hacia una situación de mestizaje en la que cabe una duda razonable sobre la capacidad de mantenimiento a medio plazo del catalán.

La tabla 2 muestra claramente el tipo de evolución lingüística, diferente según los ámbitos territoriales, pero coincidente en su conjunto. Predominio de la población de habla castellana en la Región Metropolitana en todos los casos, por una parte, a diferencia del conjunto de Cataluña donde, en 2006, puede observarse una situación de equilibrio entre las dos comunidades lingüísticas. Y al mismo tiempo, disminución numérica inicialmente de ambas comunidades a favor de una tercera, la de las personas que se consideran bilingües, es decir, hablantes nativas de ambas lenguas. El año 2006, crecimiento de nuevos grupos lingüísticos formados por inmigrantes procedentes de muy diversos lugares. Fundamentalmente árabe y bereber, que en aquel año eran las lenguas de aproximadamente un 2% de la población.

Al margen del grupo inmigrante, sobre el que volveremos en seguida, los datos muestran que, en relación a la posible evolución del catalán, todo se jugará en función de las opciones de esta población que se declara bilingüe. En efecto, si consideramos de habla catalana tanto a quienes dijeron que su lengua es el catalán como a quienes consideran que sus lenguas son el catalán y el castellano, el porcentaje de personas de habla catalana ha ido creciendo en la Región Metropolitana, aun cuando lo ha hecho lentamente. En 1990 eran un 45,6%, cinco años más tarde eran un 46,4%, y diez años más tarde un 47,3%. Desde este punto de vista, por tanto, el volumen de personas de habla catalana aumenta, el catalán va ganando población, pero no frente al castellano, que usando los mismos criterios se mantiene estable (un 63,2% de la población declara que es su lengua, sea como única o conjuntamente con el catalán, tanto en 1990 como en 2006, con una pequeña disminución en 1995). Es evidente que lo que progresa es la adopción del catalán por parte de personas inmigrantes de segunda o tercera generación, pero no de todas ellas. Lo que va implantándose en la Región Metropolitana es el bilingüismo como característica individual, la duplicidad de las lenguas nativas en una misma persona.

¿Qué puede significar el bilingüismo, en términos de comportamiento futuro respecto del catalán? No estamos hablando de bilingüismo en términos funcionales, es decir, de competencia lingüística en dos o más lenguas, que es muy elevada, porque en 2006, toda la población de habla catalana que vive en la Región Metropolitana es capaz de hablar y casi toda también de escribir, en castellano20. Estamos hablando de lo que voluntariamente han dicho las personas al ser preguntadas sobre cuál es su lengua, es decir, sobre la identificación de cada individuo como catalán o castellanohablante o como nativo de ambas lenguas. No sabemos si la población que se considera bilingüe utilizará el catalán de manera habitual, si lo transmitirá a su descendencia o si tenderá a considerarlo como una lengua secundaria y hará un uso más frecuente del castellano. De estos diversos comportamientos depende en gran medida la evolución que tendrá en los próximos años la vitalidad de la lengua catalana. Y en este sentido intervienen factores de carácter totalmente extralingüístico, como por ejemplo, que el catalán tenga prestigio como lengua de cultura y de promoción social, elemento que implica una atracción hacia un uso más intenso por parte de la población autóctona y hacia su aprendizaje por parte de los recién llegados o, por el contrario, que sea considerada como una lengua de poca utilidad social incluso en Cataluña, y, por consiguiente, su uso y su aprendizaje tiendan a aparecer como un esfuerzo inútil21.

Lo que claramente indica también la tabla 2 es que el esfuerzo institucional mencionado no ha significado un crecimiento demográfico del catalán como lengua propia de carácter único. Diversos factores han contribuido a ello, y especialmente, en los últimos años, la llegada de un fuerte contingente de población procedente de América Latina y por lo tanto, castellanohablante, que invirtió ligeramente la tendencia al aumento del catalán, de manera que 2006 marca un nuevo retroceso. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que la diferencia entre grupos lingüísticos es muy acusada por edades. En las generaciones viejas hay un porcentaje muy superior de nativos del catalán —aunque en su mayoría no sepan escribirlo, dadas las dificultades de aprendizaje de la posguerra— mientras en las generaciones jóvenes, el porcentaje de nativos del catalán disminuye de manera constante. El gráfico 1 nos muestra esta evolución y lo que ha pasado en un período de diez años. En 2006, la tendencia decreciente de los grupos más jóvenes a considerar que el catalán es su lengua es muy evidente, pero al mismo tiempo está compensada por la tendencia creciente a declararse bilingüe por nacimiento. Está claro pues que de las actitudes de este grupo dependerá, en gran parte, la futura evolución de la lengua y probablemente, también su evolución léxica, fonética y gramatical, dado que lo que cada día es más común en la Región Metropolitana, y hasta cierto punto normal en una situación de mestizaje, es la constante mezcla, por parte de la población catalanohablante, de palabras, frases, fonemas y expresiones procedentes del castellano, y el cambio rápido de una a otra lengua según cuál sea la persona a la que se dirige la comunicación. También, en el terreno lingüístico, constatamos la evolución que, partiendo de una situación bastante estable con unos parámetros relativamente claros —los nacidos en Cataluña se consideraban de habla catalana, los nacidos fuera, de habla castellana y la interacción era relativamente escasa entre los miembros de cada grupo— ha derivado hacia una situación más fluida, menos estructurada, de mezcla lingüística frecuente, de identidad bilingüe por parte de muchas personas y de presencia de idiomas muy diversos que, a pesar de seguir siendo incomprensibles para la población de la Región Metropolitana, comienzan a resultar familiares en un ámbito territorial en el que hasta hace pocos años se desconocía incluso su existencia.

Gráfico 1. Lengua de la población según edad. RMB. Datos comparativos 1995–2006.

Gráfico de la lengua de la población según edad. RMB. Datos comparativos 1995–2006

La reproducción lingüística generacional e inmigratoria

Constatamos así lo que hemos observado en otros ámbitos de la vida social; también en el lingüístico se ha producido una mayor fluidez, en el uso de las lenguas, en las identidades, en las alternancias. Lo que resulta difícil ahora es delimitar con precisión los grupos de hablantes, las situaciones relativas de cada idioma, justamente porque también las identidades se han hecho más fluidas, más ricas y plurales.

Pero aun así, hay una cuestión que sigue siendo fundamental: ¿qué idioma se transmite a las generaciones futuras? Las personas pueden estar en diferentes ambientes y cambiar de lengua según lo que se hable en cada uno de ellos, o mezclarlas en proporciones variables según el entorno del momento. Pero, ¿qué hablan en casa? ¿Qué transmiten a los hijos e hijas como idioma propio, como instrumento básico para cada persona en la formación de su pensamiento y sus formas de expresión? Más allá de la relación familiar, ¿qué aprenden los recién llegados? ¿A qué grupo lingüístico quedarán asimilados? Preguntas que permiten evaluar, desde otro ángulo, tanto la vitalidad de cada una de las lenguas y sus expectativas futuras como también la presencia y el valor social que tienen en cada momento entre la población.

La tabla 3 da la información esencial sobre la transmisión lingüística familiar. Por una parte nos confirma que, a pesar de la apariencia de azar en las situaciones lingüísticas, hay una notable estabilidad en los procesos que se van desarrollando, que ponen de manifiesto la existencia de diversas pautas. La primera, la disminución, a través del tiempo, de las situaciones monolingües en las familias: en los pocos años de diferencia que estamos considerando, el porcentaje de familias monolingües ha ido disminuyendo mientras aumentaban los casos de familias en las que padre y madre pertenecen a grupos lingüísticos diferentes y también los casos en los que el idioma que hijos e hijas consideran como propio es distinto del de sus progenitores, situación muy frecuente en las migraciones que implican cambios idiomáticos. Una segunda información interesante nos permite comprobar que en el caso de parejas lingüísticamente mixtas, la tendencia más frecuente es que los hijos e hijas adopten el catalán y el castellano como lenguas propias y en caso de no ser así, que se consideren de habla catalana. Ambos procesos parecen haber tendido a acelerarse, mientras, en cambio, son poco frecuentes los casos en los que siendo el padre o la madre de lengua catalana, los hijos e hijas se consideren exclusivamente de habla castellana. Y finalmente, la situación de las familias que hemos llamado «mutantes»: familias, en su mayoría, en las que padre y madre eran de habla castellana y en las que los hijos han cambiado de grupo lingüístico. La situación más frecuente, como vemos, es que la segunda generación, ya nacida en Cataluña, tenga como lenguas propias tanto el catalán como el castellano, seguida a mucha distancia por la situación en la que los hijos e hijas se declaran de habla catalana. En muy pocos casos, el cambio se ha hecho en dirección contraria, es decir, que personas nacidas de padre y madre catalanes se consideren de habla castellana.

Tabla 3. Tipo de transmisión lingüística de padres/madres a hijos/as. RMB. Datos comparativos 1995–2006 (en porcentaje).

Tabla sobre el tipo de transmisión lingüística de padres/madres a hijos/as

Considerando pues la transmisión familiar de la lengua, vemos que se han producido ligeros avances del catalán, pero casi siempre asociados al castellano como otra lengua propia. Lo que no se produce casi nunca es el paso del catalán como lengua familiar al castellano en la generación siguiente.

Sin embargo, hay otro hecho que va en dirección contraria a la ampliación del grupo lingüísticamente catalán: la inmigración reciente, que en cierto modo está modificando los procesos de homogeneización en curso durante los años ochenta y noventa. La inmigración de personas procedentes de fuera de España ha tendido a aumentar la presencia de la lengua castellana y del volumen de sus hablantes en la Región Metropolitana. Por una parte, por el hecho de que un porcentaje muy alto de estos inmigrantes proceden de América Latina y en consecuencia, su lengua es el castellano; y por otra, porque los inmigrantes procedentes de zonas no castellanohablantes muestran una tendencia muy acusada a aprender el castellano y no el catalán. El gráfico 2 muestra claramente la diferencia que existía, en 2006, en el conocimiento del catalán y el castellano, por parte de los inmigrantes de habla no castellana.

Gráfico 2. Nivel de conocimiento del catalán y del castellano según origen geográfico. RMB. 2006

Gráfico sobre el nivel de conocimiento del catalán y del castellano según origen geográfico

Submuestra formada por la población que ha nacido fuera de España

En cualquier caso, sin embargo, queda claro que el conocimiento del catalán es muy pobre entre los inmigrantes extracomunitarios y que muy pocos son capaces de hablarlo, a diferencia de lo que ocurre con el castellano. Así, una vez más, queda reforzada la presencia del castellano en la Región Metropolitana, con la diferencia que ahora los hijos e hijas de estos inmigrantes aprenden el catalán en las escuelas y lo hablan perfectamente, de manera que tenderán, en el futuro y si siguen en esta zona, a aumentar el volumen de los catalanohablantes.

La experiencia de las dos grandes etapas de inmigración que se han producido en Cataluña a mediados y a finales del siglo xx y a principios del siglo xxi, con características tan diversas en lo que atañe al origen de los recién llegados, permite descubrir unas pautas que parecen repetirse: los procesos inmigratorios tienden a imponer y generalizar la lengua castellana frente a la catalana; el esfuerzo de la sociedad catalana, tanto desde la convivencia cotidiana como desde las instituciones, va en el sentido, por ahora, de restablecer el uso del catalán y de favorecer el aprendizaje lingüístico de los recién llegados de una manera amable, sin imposiciones, pero intentando demostrar que el dominio de la lengua catalana favorece las condiciones de vida de quienes llegan. El equilibrio entre los dos procesos, el de inmigración y el de aculturación de los inmigrantes, es precario. En los aproximadamente veinte años que estamos analizando se ha producido una época de avance en el conocimiento del catalán y en su adopción como lengua propia por parte de un grupo importante de inmigrantes de segunda generación que se consideran también castellanohablantes a partir del idioma familiar; este avance ha sido posible como consecuencia del esfuerzo institucional y de la baja inmigración de los años ochenta. La aceleración del nuevo proceso inmigratorio, sin embargo, ha introducido un ligero retroceso en el conocimiento y en el uso del catalán, que en la Región Metropolitana es la lengua minoritaria desde el punto de vista de la identidad lingüística de las personas.

La evolución posible en el futuro es todavía una incógnita que parece vinculada a la evolución de las dos variables señaladas: el volumen de inmigración y la continuidad en el esfuerzo de la sociedad catalana para prestigiar la lengua, mostrar su utilidad como instrumento de relación y de convivencia y mantener los mecanismos fundamentales para su uso, transmisión y aprendizaje. Un esfuerzo que reviste un carácter voluntarista frente a los procesos de movilidad de las personas, con tendencia a acelerarse, que van en el sentido de utilizar idiomas con una amplia base poblacional. Un esfuerzo sin el cual, probablemente, la lengua catalana habría retrocedido mucho más, pero que al mismo tiempo es insuficiente para modificar la situación hasta el punto de convertir la lengua catalana en mayoritaria como lengua de uso o como grupo lingüístico predominante en la Región Metropolitana.

En síntesis y viendo lo que ha sucedido en estos años, es posible afirmar que el catalán se ha afianzado en cuanto a su conocimiento y a su prestigio, y que su continuidad parece estar muy vinculada a una voluntad colectiva de mantenimiento y a la continuidad de las posibilidades de ascenso social que ofrezca, más que a un proceso «natural» de reproducción lingüística, que es el que solemos suponer que sucede en la mayoría de países. La base poblacional que tiene el catalán como lengua propia y única tiende a disminuir, aumentando el porcentaje de personas que tienen diversos idiomas como lenguas propias. Este es probablemente el panorama lingüístico que irá predominando en todas partes en el futuro, como consecuencia de la movilidad creciente y de unos intercambios humanos cada vez más acelerados.

La convivencia de diversas lenguas y la coexistencia y mestizaje entre catalán y castellano, de larga tradición en Cataluña y en la Región Metropolitana, se aceleran también en este período, sin que ello provoque conflictos entre los hablantes. Queda la peculiaridad de una sociedad que habla y mezcla continuamente dos lenguas, la minoritaria más frecuentemente en el mundo público, la mayoritaria más a menudo en las familias y en la calle. Una situación casi inversa a la que vivía la población catalanohablante en tiempos del franquismo.