Recuerdo que fue un día de 1984 cuando Lluís Carreño me llamó para decirme que tenía un encargo para mí. Lluís era sociólogo, uno de los primeros que hubo en Barcelona, y pertenecía a una generación de pioneros de una nueva manera de pensar la sociedad, tan alejada como fuera posible de los prejuicios y las ideologías. No era tarea fácil en aquellos años y había que ir creando los instrumentos para conseguirlo: para obtener datos fiables, para tratar de objetivar las opiniones y las impresiones sobre la vida colectiva, sobre nuestra manera de vivir y de actuar. Temas, fuentes de datos contrastados, preguntas, argumentos, teorías, que habían estado prohibidos durante la dictadura. El trabajaba entonces en el Ayuntamiento y fue por encargo del alcalde, Pasqual Maragall, que se puso en contacto conmigo.
La conversación me produjo un cierto agobio. El alcalde, que presidía también la Corporación Metropolitana, había decidido crear una nueva institución, el Institut d’Estudis Metropolitans, destinada a analizar la realidad supramunicipal que se estaba configurando ante nuestros ojos y que desgraciadamente contaba con medios demasiado débiles para coordinar el desarrollo del conjunto; y crear al mismo tiempo un instrumento concreto, un sistema periódico de recogida de datos, para poder seguir la evolución social de este territorio. Eran los tiempos de confrontación entre los partidos políticos en torno al tema metropolitano: las dos formaciones políticas que ocupaban los dos edificios principales de la Plaça Sant Jaume1, la Generalitat de Catalunya y l’Ajuntament de Barcelona, tenían puntos de vista contrapuestos respecto a cuál era la organización territorial más conveniente y en aquellos primeros años de democracia, en los que había que rehacerlo todo, las decisiones que se tomaran solían tener un carácter de estructuración que les concedía una importancia superior a las decisiones ordinarias. Pasqual Maragall, alcalde excepcional de aquella etapa, era también un universitario, acostumbrado a pensar en el largo plazo y en los instrumentos que permitieran explorarlo. La realidad ya evidente de una ciudad que había desbordado sus límites físicos desde hacía tiempo obligaba a preguntarse sobre qué estaba pasando en la dinámica del conjunto, en un territorio que era Barcelona sin serlo desde el punto de vista administrativo, que gravitaba en torno a ella y que era inexplicable sin ella, al mismo tiempo que la ciudad ya no podía ser entendida sin ese entorno. Así, ante las dificultades políticas de una unidad administrativa tan necesaria como difícil de conseguir por muchas razones, era urgente tener instrumentos que, por lo menos, permitiesen comprender las diversas partes de la ciudad real y constatar sus homogeneidades y sus diferencias, que por supuesto no eran de carácter geográfico sino social.
Es así como nació un proyecto que me llenó de entusiasmo: la Encuesta Metropolitana de Barcelona, que Lluís Carreño, entonces asesor de Cooperación Técnica y Científica de la CMB, me pedía que dirigiera. Y que, junto al entusiasmo, no podía sino provocarme cierta inquietud, dado que no había tenido nunca ocasión siendo investigadora de dirigir grandes proyectos empíricos. Los tiempos no admitían titubeos. Una generación de poco más de treinta años se había hecho cargo de los Ayuntamientos, de las Diputaciones, de la Generalitat, de todo tipo de instituciones, para llevar a cabo una gran transformación de la sociedad catalana, que había que reinventar por completo, con todo el coraje posible. De modo que acepté el encargo, creé un equipo y comenzamos a trabajar en el proyecto de la encuesta. El Institut d’Estudis Metropolitans creado en 1984 en la Universidad Autónoma con la colaboración de diversas instituciones, daba sus primeros pasos, impulsado desde la Corporación Metropolitana, especialmente por Jordi Borja, entonces consejero delegado de presidencia de la Corporación Metropolitana de Barcelona (CMB); en seguida fue convirtiéndose en un instrumento potente y en una realidad plena, afortunadamente aun viva.
Desde aquella época, el Institut d’Estudis Metropolitans, posteriormente transformado en Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans, ha producido un gran número de estudios y de información, bajo la dirección de Antoni F. Tulla, Antoni Serra Ramoneda, Oriol Nel·lo, Josep Maria Vegara, Carme Miralles y Joan Trullén, en períodos sucesivos. La Encuesta Metropolitana, que durante mucho tiempo fue su proyecto emblemático, fue encargada y tutelada por los Ayuntamientos de Barcelona y por los de la antigua Corporación Metropolitana, por la Diputación de Barcelona y más tarde, por la Generalitat, en la edición del año 2006. Se llevaron a cabo cinco ediciones: las de los años 1985–1986, 1990, 1995, 2000 y 2006. En un trabajo de este tipo, que supone un esfuerzo económico por parte de las instituciones y un esfuerzo científico por parte de los investigadores, ya es un hecho importante que hayan podido mantenerse cinco ediciones con un criterio homogéneo, y se haya obtenido así una serie de datos que cubre veinte años que han sido decisivos en el desarrollo territorial y social de la Barcelona metropolitana; una serie de datos que permite reconstruir los pasos y procesos de la transformación de una sociedad aún muy marcada por la etapa de la dictadura a una sociedad de los albores del siglo XXI, que ha dejado atrás aquella época y que se enfrenta a otros retos, otras crisis, otras identidades. Quiero agradecer a Pasqual Maragall, una vez más, que creara instrumentos de estudio tan potentes de la realidad barcelonesa que él contribuyó tan directamente a transformar, desde la utopía pero, sobre todo, desde un conocimiento muy exacto de cómo eran la ciudad y su gente. Y a Jordi Borja, por su apoyo constante a este proyecto en aquella primera etapa.
El resultado de todo este trabajo fue la producción de una gran cantidad de datos y de análisis de la sociedad metropolitana que pueden encontrarse y consultarse en el Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans y en la web correspondiente, así como en las bibliotecas universitarias e instituciones diversas. Me gustaría pensar que estos resultados, divulgados al término de cada edición, han contribuido, a lo largo de estos años, a un mejor conocimiento de las sociedades barcelonesa y metropolitana. Sin embargo, la fragmentación de la información, necesaria para poder profundizar en cada uno de los temas estudiados, siempre me produjo una cierta insatisfacción. Un instrumento tan potente como la Encuesta Metropolitana, que ya se inició con casi cinco mil entrevistas de más de una hora de duración media y que llegó en 2006 a más de diez mil para toda Cataluña, era capaz de dar muchas respuestas a las preguntas que podemos formularnos en relación a la evolución social en el período 1985–2006, tan rico en acontecimientos y cambios. Podemos hablar de las nuevas formas de familia que han ido apareciendo, del aumento de la educación, de la intensificación de la movilidad, del crecimiento del consumo, pero detrás de todos estos hechos hay algo más. Hay una sociedad que vive y se transforma, que tiende a la convergencia o a la divergencia en sus formas de vida, que va hacia una mayor igualdad o hacia una mayor desigualdad. Que tiene un proyecto de modernización y lo realiza; que comienza a fragmentarse. En la que unos grupos progresan y ganan terreno, mientras otros decrecen y van extinguiéndose, acabado ya su momento de protagonismo en la transformación social. No se extinguen las personas, claro, que siempre se renuevan, sino las situaciones en las que viven y que las transforman en actores sociales que empujan los hechos en una u otra dirección, según sus intereses. No ciegamente, desde luego, no estamos hablando de determinismos; pero sí condicionadas por unas circunstancias que, nos guste o no, son claves en la configuración de la vida humana, en la acción de las personas, pública y privada. Y conocer estas circunstancias es la tarea que se propone la sociología para tratar de comprender no tanto las motivaciones individuales cómo la dinámica colectiva y sus motores de fondo.
Estas razones me llevaron, una y otra vez, a lo largo de estos años, a plantearme escribir un libro que permitiera, a partir de toda la información obtenida en las diversas ediciones de la encuesta, sintetizar los resultados y trazar un recorrido de los cambios ocurridos en el conjunto de la Región Metropolitana, ahora ya más amplia, desde el punto de vista territorial, que el Área Metropolitana inicial, ámbito en que se llevó a cabo la primera encuesta. Una y otra vez, tareas, encargos, urgencias de mi vida, me llevaron a posponer este proyecto. En los últimos años y una vez analizada la Encuesta de Cataluña de 2006 y también la parte correspondiente a la Región Metropolitana, pude finalmente dedicarme a él, limitando el análisis a la Región Metropolitana, porque de Cataluña se tienen únicamente los datos del año 2006, insuficientes para establecer una trayectoria.
Lo que resulta más sorprendente, de todos modos, cuando comparamos los datos relativos a la totalidad de Cataluña con los de la Región Metropolitana de Barcelona, es la gran similitud que presentan. A grandes trazos, puede afirmarse que ya no existe una Cataluña rural; quedan restos, rasgos aislados, en vías de transformación, de esta Cataluña antigua que presentaba tantas diferencias entre el campo y la ciudad; pero los rasgos fundamentales son hoy muy parecidos, el tiempo de difusión de las innovaciones se ha acortado, las nuevas tecnologías tienden a anular el carácter de barreras que antes establecían las distancias físicas y todos los síntomas permiten pensar que este país se encamina hacia una forma de Cataluña–ciudad, tal vez no en la manera en que se imaginó hace un siglo, pero sí con unas características que han permitido avanzar en la igualación de las oportunidades de todo tipo, sea cual sea el lugar donde viven las personas.
El período analizado es el que marcan los datos obtenidos: 1985–2006. De hecho, la encuesta inicial se llevó a cabo durante los años 1985 y 1986, de manera que globalmente abarca veinte años. ¿Qué define este período? Tan solo un hecho fortuito: es el período para el que disponemos de datos homogéneos. Habría sido interesante poder partir de datos de 1980, el momento inicial de la democracia municipal y autonómica, cuando todavía no se habían manifestado, en el territorio y en muchas de las formas de vida de la gente, las mejoras que supuso el final del franquismo y la transición. Los datos de 1985 nos dan ya la imagen de una sociedad en proceso de cambio, pero todavía en el comienzo de su transformación. Los datos del año 2006, por puro azar, marcan el final de un ciclo: a partir de 2007 comenzarán a aparecer los primeros síntomas de crisis económica; en aquel momento no había todavía indicios de lo que podía pasar ni de la posible magnitud de la crisis, pero el paro comenzaba a aumentar y el crecimiento del PIB se moderó. Era el principio de la nueva etapa en la que están inmersas las sociedades catalana, española o europea y hasta el mundo entero en el momento de escribir estas líneas, a mitad del año 2011, sin que veamos todavía una salida posible. Y a sabiendas, en cualquier caso, de que nada será igual en los próximos años.
1985–2006 se convierte pues, por un azar de la historia, en un período con relato propio: el de los años de gran crecimiento de la sociedad metropolitana, de mejora de las instituciones colectivas, de disminución de las desigualdades. El de unos tiempos de bonanza que en algunos aspectos acaba antes, pero en otros puede considerarse que culmina en el año 2006, para iniciar enseguida el descenso. Probablemente, cuando este libro llegue a las manos de los posibles lectores o lectoras, alguien considere que está desfasado, que muchos de los fenómenos descritos ya no están vigentes en el momento de su lectura. Ciertamente, la sociedad metropolitana ya será diferente. Pero la tarea de investigar es lenta y complicada en unas sociedades en las que los cambios tienden a acelerarse. Tratar de ofrecer el relato de una etapa que en gran parte está todavía viva y que en cierto modo permite comprender algunas de las potencialidades y de las debilidades futuras, presenta, al menos para los que intentamos comprender la evolución de nuestro país, un interés que va más allá del presente estricto, incluso cuando en las condiciones intelectuales que caracterizan nuestra forma de vida se haya llegado a la convicción de que todo es para usar y tirar en el minuto siguiente.
Pero quienes dudamos que deba ser así sabemos que muchas cosas cambian en la vida social, mientras otras se mueven lentamente y que necesitamos relatos más pausados que los que nos ofrecen diariamente los medios de comunicación. Es por todas estas razones que no me ha parecido inútil volver a revisar los datos, los estudios, las conclusiones, los argumentos que se han ido produciendo a lo largo de los años a partir de la encuesta y tratar de hallar el sentido global de lo que todo eso nos dice de una época y de un país que fueron nuestros y que empiezan a alejarse, empujados por la velocidad de la globalización.
Para aligerar en lo posible este volumen se ha prescindido casi totalmente de las tablas de datos. Las cifras y porcentajes se utilizan solamente en el texto, como referencia de las afirmaciones y para precisar las dimensiones de las diferencias observadas o de los fenómenos descritos. Quien quiera conocer las cifras con mayor precisión o profundizar en alguno de los aspectos puede consultar los volúmenes publicados, y, para el 2006, que es la edición de la encuesta más utilizada en este libro, puede acudir a los volúmenes publicados en la web del Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans.
Para la primera parte del libro, en la que se analizan algunos de los cambios globales que se han producido en la sociedad metropolitana durante estos años, se han tomado en cuenta las diversas ediciones de 1985, 1990, 1995, 2000 y 2006, con el fin de establecer los cambios para los períodos más largos posible. Una dificultad adicional es que la base territorial de la Encuesta Metropolitana fue cambiando en cada edición, respondiendo a la demanda de las administraciones y como consecuencia de la propia expansión territorial de la realidad metropolitana. Los detalles técnicos se incluyen en los anexos metodológicos i y ii, de un modo muy sintético, o pueden consultarse, como queda dicho, en el Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans.
Para la segunda parte del libro, en la que nos adentramos en las diferencias y desigualdades entre las diversas clases y capas sociales de este territorio, se ha tomado como base la encuesta de 2006, con algunas referencias a datos anteriores. La sorprendente semejanza entre los principales resultados aconsejaba hacerlo así para no complicar en exceso una explicación referida a los diversos años para los que se poseen datos.
La Encuesta Metropolitana reunió a muchísimas personas, en funciones varias, a lo largo de estos años, a las que quiero agradecer explícitamente su colaboración en diferentes momentos y su esfuerzo por producir un trabajo de alta calidad, como es el que creo que se consiguió en las diversas ediciones de la encuesta y en sus múltiples informes, tanto en los generales como en los específicos. Es imposible nombrarlas a todas, pero si a las que recuerdo especialmente por su trabajo en diversos momentos o por su ayuda institucional. Además de los ya mencionados directores del Institut, hay que citar a los sucesivos directores de la encuesta. La primera fue dirigida por un equipo formado por María Jesús Izquierdo, Fausto Miguélez y yo misma. Yo dirigí la segunda, en colaboración con Oriol Nel·lo, director del Institut d’Estudis Metropolitans por aquel entonces, y con Carlos Lozares como metodólogo. La tercera fue dirigida por un equipo formado por Oriol Nel·lo, Albert Recio, Montse Solsona y yo misma. Salvador Giner dirigió la del año 2000, en un momento en que otras tareas me alejaron del Institut. La de 2006 estuvo sujeta a una serie de cambios de dirección, pero se ocuparon especialmente de ella Carme Miralles, directora del Institut en aquella etapa, Eduard Saurina, gerente del mismo, e Isabel Clos, secretaria de redacción, juntamente con Oriol Nel·lo, Martí Parellada y yo misma, que coordinamos diversas partes. Pero a pesar de los cambios de dirección, siempre se mantuvo constante una parte considerable del cuestionario, porqué precisamente el objetivo fundamental de este instrumento no consistía tanto en obtener una fotografía de la situación sino en obtener fotos sucesivas, que permitieran reconstruir la película, la evolución en el tiempo y por lo tanto, las tendencias de fondo de la sociedad metropolitana, más allá de hechos coyunturales.
Junto a los directores de la encuesta, otras muchas personas le dedicaron esfuerzos: es justo mencionar a Albert Serra y a Lucía Baranda, que se ocuparon de la primera recogida de datos, en condiciones todavía muy precarias y, en el caso de Lucía, también en ediciones posteriores; José Luis Crespán, que diseñó una primera muestra de gran complejidad y que ha llegado a constituir una de las piezas más sólidas de la encuesta; Carlos Lozares, Pedro López–Roldán y Marius Domínguez, que tomaron el relevo metodológico en las siguientes ediciones, respetando todo lo que se había hecho anteriormente y haciéndolo crecer; José Luis Flores, un caso único de precisión y eficacia a la hora de comprobar que todas las cifras sean correctas y que todos los errores hayan sido controlados. Antoni Cuadras, que como gerente del Institut hizo un gran trabajo al establecer los vínculos con las instituciones y como administrador de los recursos; Elena Sintes, coordinadora de la encuesta durante unos años, así como tantas y tantas personas que han colaborado en los análisis, Angel Cebolleda, Lluis Flaquer, Marta Masats, Carme Miralles, Enric Mendizábal, Teresa Montagut, Montserrat Pallarès, Isabel Pujades, Pilar Riera, Teresa Torns. Hay que hacer una mención especial de Cristina Sánchez Miret, que trabajó en la encuesta desde 1990 y gracias a la cual fue posible iniciar, desde aquella fecha, un análisis metodológicamente diferente, que es el que básicamente se expone en este libro. Siempre fue fundamental el apoyo de las instituciones públicas, sin las que no habría sido posible llevar a cabo el trabajo realizado, y muy especialmente, del Ayuntamiento de Barcelona, a través de diversos concejales y concejalas y también de sus técnicos; de la Diputación de Barcelona, de la Generalitat de Catalunya y del Idescat en la última edición.
Quiero agradecer finalmente a personas e instituciones la ayuda prestada en la redacción de este libro. Al Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans y a su actual equipo el haberme permitido utilizar los datos acumulados sin restricciones. A los amigos de siempre, Manuel Castells, Lluís Crespo, Vicenç Navarro y Oriol Nel·lo, por la complicidad respecto al proyecto y las observaciones hechas en distintos momentos. A Pedro López–Roldán, Cristina Sánchez Miret y Marius Domínguez por el enorme trabajo realizado en relación al análisis de clases y capas de la Región Metropolitana, un trabajo de muchos años que ha cristalizado en diversas monografías y que en gran parte retomamos hoy en este volumen. A Tony Hilbert, mi compañero, por la mucha información aportada, vivida en su experiencia de tantos años de trabajo en diversas empresas y sobre todo, por su constante complicidad amorosa que ha creado las condiciones para, finalmente, llevar a cabo este proyecto.