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Primera edición en lengua castellana: diciembre 2007
Primera edición digital en lengua castellana, Marzo 2014
© David Martínez Robles, del texto.
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Autor
David Martínez Robles
Licenciado en Filosofía (Universitat de Barcelona) y doctor en Historia (Universitat Pompeu Fabra), profesor de los Estudios de Lenguas y Culturas de la Universitat Oberta de Catalunya, y del Departamento de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra.
Introducción
Más de mil millones de personas hablan una lengua que en los países occidentales es una auténtica desconocida que se esconde bajo una sólida máscara de mitos y fantasías. La lengua más hablada del mundo continúa siendo uno de los máximos exponentes de la imagen exotizada que tenemos de una nación como China que, si juzgamos por su presencia creciente en nuestros periódicos y medios de comunicación, debería haber dejado ya de ser el país lejano y misterioso que ha capitalizado nuestro imaginario durante siglos. La imagen de la China moderna de los rascacielos, los Juegos Olímpicos y los lanzamientos espaciales que se refleja en nuestras retinas no ha conseguido borrar aquella otra imagen que hace de China una contraparte, un extremo de nuestro mundo occidental y eurocéntrico. China es nuestro Otro, como lo ha sido desde siempre, un país extremamente lejano a pesar de que sólo unas pocas horas en avión nos separan de él. Y la lengua, sin duda, ha contribuido a la reificación de esta imagen estereotipada. ¿Existe alguna expresión española para señalar lo extraño, ajeno e incomprensible más radical y devastadora que la de “sonar a chino”?
Es cierto que se perciben algunos síntomas de cambio. El número de estudiantes extranjeros de chino crece casi con la misma velocidad con que lo hace la economía de la República Popular China. Su inicial apertura a los mercados mundiales y su actual vocación internacional están acercándonos a una realidad que no podemos ignorar en un mundo global como el actual. Nuestra representación del mundo chino sin duda evoluciona. Pero, aún así, todavía pervive un gran número de estereotipos culturales. Nuestro conocimiento de la cultura y la sociedad china vira hacia perspectivas menos prejuiciosas, pero por ahora es un giro de unos pocos grados. China no es ya el imperio inmóvil que se opone a la occidentalización y la civilización, ni el dragón dormido que podía desafiar al mundo entero. Ahora China es la gigantesca copiadora de las tecnologías de Occidente, la competencia desleal que arruina nuestra industria y el desestabilizador del precio mundial del crudo que repercute en nuestros bolsillos. Nuevos estereotipos, viejos prejuicios. Síntomas de cambio, pues, que son más síntomas que cambios.
Buena parte de la cerrazón, impenetrabilidad y oscuridad que habían sido exponentes de la imagen de China que el mundo occidental había tenido en algunos períodos, y buena parte del misterio, la espiritualidad o el misticismo que la había definido en otros se derivan de nuestra percepción de la lengua y, sobre todo, la escritura china. Se trata de una escritura no fonográfica –es decir, que no tiene una correspondencia directa con el habla, a diferencia de lo que ocurre en los sistemas alfabéticos , de una complejidad extraordinaria, de una antigüedad que se funde en los orígenes de China y cuyo aprendizaje había causado rechazo e incomprensión a lo largo de la historia en muchos occidentales que se habían enfrentado a ella. Y ello contribuyó al nacimiento de mitos, que nos hablaban de un país que más que escribir, dibujaba, o que no poseía palabras, sino plasmaba ideas y conceptos a través de signos que estaban en contacto directo con las cosas reales. Así, algunos habían visto en la lengua china un instrumento único para la poesía o las artes pero un lastre insuperable para el derecho y las ciencias. Lo cual quedaba confirmado, allá por el siglo XIX, con la incapacidad que China mostraba para responder a los retos que le ofrecía la Europa de las leyes positivas y universales y de la Revolución industrial. Estas ideas, que responden a una poderosa perspectiva etnocéntrica que justificaba las acciones de los grandes imperios de Occidente fuera de sus fronteras, ejercieron también un papel importante en China, cuando los intelectuales de inicios de siglo XX, con el anhelo de modernizar e indirectamente occidentalizar su país, propusieron reformar una escritura china que veían como una rémora para cualquier cambio profundo en su sociedad. La causa del alto grado de analfabetismo que había en China era su sistema de escritura. La cultura tradicional, y no la difícil situación socioeconómica, era la culpable.
Esta brumosa representación de la escritura china no se acabó con el siglo XX. En la actualidad existen todavía intelectuales críticos, dentro y fuera de China, que consideran que un sistema que cuenta con más de treinta siglos de historia será incapaz de vencer al desafío que las nuevas tecnologías le han planteado. Y citan como ejemplo el hecho de que cada vez más jóvenes acuden a sistemas alfabéticos de transliteración, incapaces de recordar cómo se escribe uno u otro carácter de su propia lengua escrita, acostumbrados a introducir los mensajes de móvil o de correo electrónico con letras latinas. Esgrimen argumentos convincentes y contrastados, aunque reconocen las dificultades de sus propuestas.
Entender las perspectivas de la lengua y la escritura china en este siglo XXI exige acercarse a ellas de una manera global, no sólo atendiendo a criterios lingüísticos sino además, como propone el título de esta obra, analizando el contexto que las rodea y que al mismo tiempo se deriva de ellas. En los siguientes capítulos, la lengua es la principal protagonista, pero no la única. Observada desde las diferentes caras de un prisma, ofrece reflejos y perspectivas complementarias que van mucho más allá del hecho estrictamente lingüístico. El contexto es tan importante como este último. No es difícil justificarlo si comprendemos que la lengua china ha quedado fijada en un sistema de escritura dotado de una fuerte carga semántica en la que durante tres mil años se han ido sedimentando estratos y más estratos del sistema social y la vida cultural de China. Por ello este libro se propone un itinerario que se aproxima inicialmente a la realidad multilingüe china, a su historia y a la de su lengua, para posteriormente analizar la realidad extralingüística que rodea la lengua y los signos que le han dado cuerpo durante milenios. No se trata de un análisis que se pueda encuadrar bajo una única disciplina, ya que en estas páginas confluyen aproximaciones lingüísticas y sociolingüísticas, geográficas, históricas, sociológicas e incluso propias de la historia del arte o del pensamiento. En otras palabras, la lengua se acaba convirtiendo en un medio o una excusa para acercarnos a diversos aspectos de la cultura y la sociedad china tradicional y contemporánea que son ineludibles para comprenderla de un modo cabal.
El capítulo I parte de la gran diversidad étnica y lingüística de la que Asia oriental es escenario. No en vano, en los diferentes países de este ámbito geográfico podemos encontrar un gran número de lenguas pertenecientes a distintas familias lingüísticas e incluso algunas de filiación dudosa, como el coreano o el japonés. En este continente, China destaca por su extensión, pero también por el hecho de que es uno de los países del mundo que presenta una mayor complejidad lingüística. Dentro de sus fronteras podemos localizar aproximadamente un centenar de lenguas distintas. El gran número de etnias que conviven en este espacio geográfico permite entender esta diversidad, que afecta tanto a la lengua hablada como a los sistemas de escritura. En China encontramos gran número de formas de escritura, entre los que analizaremos los de la etnia yi, un silabario de aproximadamente ochocientas grafías diferentes, y la etnia naxi, un sistema pictográfico cuyas características, a pesar de su falta de uso cotidiano, sirven para entender algunos aspectos fundamentales del origen de la escritura china, que se abordará en capítulos posteriores.
El primer capítulo también alude a la diversidad interna de la lengua china. El chino es la lengua más hablada de China y de todo el mundo, pero hay que tener presente que lo que bajo la denominación chino se esconde, más que una única lengua, es una familia de lenguas que incluye dialectos muy distintos entre sí, la mayoría mutuamente ininteligibles. La orografía más compleja de las provincias del sur favoreció el desarrollo histórico de comunidades lingüísticas que evolucionaron con cierta independencia respecto a las regiones políticamente dominantes del norte. Ello delimita una diferenciación lingüística muy notable entre el sur de China y toda la región norteña, en la que destaca el mandarín, la actual lengua estándar oficial basada en el dialecto de Pekín. Un estándar compartido por Singapur y Taiwán, a pesar de algunas diferencias poco notables.
La diversidad del chino no responde sólo a criterios regionales, sino también temporales. La lengua china cuenta con una historia extraordinariamente larga, lo cual conlleva una evolución constante del habla. El capítulo II se plantea un examen de esta historia, partiendo del esfuerzo realizado por los lingüistas pioneros de reconstruir una lengua como la china que no dispone de un sistema de escritura que represente los sonidos, principal herramienta para este tipo de empresa, y acabando en un análisis del chino moderno. Éste vivió una evolución muy importante durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. La revolución política, social y cultural de China en esta época estimuló el nacimiento de iniciativas de reforma de la lengua china, con el objetivo de hacerla más cercana al pueblo y permitir, de esta forma, la alfabetización de un mayor número de chinos. Como resultado de estas ideas, se impuso un nuevo estilo de escritura, más cercano a la lengua hablada, de manera que durante las primeras décadas de siglo XX el chino clásico, hasta entonces única lengua de prestigio en el mundo de la cultura, quedó abandonado por los nuevos intelectuales chinos.
Con la instauración de la República Popular China en 1949, la necesidad de establecer un estándar válido en toda China se convirtió en un objetivo prioritario, hecho que encumbró al chino mandarín de manera definitiva como “la lengua común” de los chinos. Pocos años después de fijar esta lengua estándar, el gobierno chino elaboró un sistema de transliteración de la lengua china, conocido como pinyin. No se trataba del primer intento, puesto que los misioneros cristianos que a partir del siglo XVI llegaron a China ya habían ideado sistemas para transcribir la lengua china. Incluso a inicios de siglo XX, en la propia China, se habían propuesto sistemas fonéticos para remplazar los caracteres, pese a que la mayoría estaban concebidos como herramientas auxiliares para la enseñanza. Siguiendo esta perspectiva, el pinyin es un sistema paralelo que no pretende sustituir los caracteres, sino fijar la pronunciación de los mismos. En este sentido, actualmente se ha convertido en un elemento fundamental para el aprendizaje del chino, ya que permite comprender mejor el sistema fonético del chino mandarín, de ahí que en el capítulo II sea analizado con detenimiento, junto con el sistema fonético del que se deriva.
El capítulo III se aproxima a la historia de la escritura china, probablemente la más antigua de todas las formas de escritura vigentes en el mundo. Su origen está vinculado al propio nacimiento de la cultura china: hay que situarlo en la dinastía Shang, en la que están fechados los primeros restos de escritura articulada. Éstos se encuentran en huesos oraculares y bronces rituales de finales de esa dinastía (del 1200 a. C., aproximadamente). Ello significa que, desde su inicio, la escritura china estuvo vinculada al mundo ritual y de la religión, lo cual le otorga una aureola de respeto y veneración que no perdió en toda su historia.
En su origen, la escritura china era pictográfica, al igual que la inmensa mayoría de códigos de escritura. No obstante, el uso exclusivo de caracteres figurativos no permitiría hablar de un código de escritura suficientemente desarrollado. Como analizaremos en el capítulo III, sólo un sistema que sea capaz de reflejar todos los elementos del habla puede llegar a ser considerado un sistema de escritura, de modo que además de pictogramas (un intento de representar el significado del signo a través de un esquema figurativo de la cosa significada), la escritura china presenta otras tipologías de signos o caracteres. El mito de la escritura china como un sistema de representación pictográfica es totalmente falso, y alude únicamente a un porcentaje muy pequeño de caracteres chinos.
De hecho, los caracteres chinos (hanzi), auténtica base de la escritura china, representan un mundo poliédrico que puede ser analizado desde diferentes perspectivas. Esto hace de la escritura china un código complejo que, razonablemente, conlleva una cierta dificultad de aprendizaje. Ello impulsó que en diversos momentos de la historia surgiese la necesidad de reformarlo. Una de las reformas más importantes de la escritura se planteó a principios del siglo XX, en consonancia con las distintas propuestas modernizadoras que se esbozaron durante las primeras décadas después de la caída del Imperio y la instauración de la República de China (1912): se intentó simplificar parte de los caracteres más complejos, además de eliminar grafías que habían caído en desuso. Con todo, la reforma definitiva llegó con la simplificación generalizada de la escritura impuesta por el Partido Comunista Chino en la República Popular China durante la década de los cincuenta. Consecuencia de ello, desde entonces, conviven dos tipos de escritura: la que emplea los caracteres simplificados, en la China continental, y la que aún utiliza los caracteres tradicionales, principalmente en Taiwán (isla que queda fuera del control del Gobierno de la República Popular) y Hong Kong (excolonia británica que sólo retornó a control chino en 1997). Las diferencias entre ambos sistemas son, no obstante, menores de lo que a menudo se afirma, en tanto que, como veremos, el número de caracteres que realmente se simplificó no es tan significativo como puede parecer a simple vista.
Una vez descrita la lengua y la escritura de China, la segunda parte de esta obra cambia de enfoque y se aproxima a la lengua desde otra perspectiva más contextual. El capítulo IV aborda la lengua a partir de su relación con el arte. De hecho, el arte de la escritura, la caligrafía, ha sido considerado en China como la más excelsa de las prácticas artísticas. No en vano, popularmente se habla de los cuatro “tesoros” de la escritura y el letrado (el pincel, la tinta, el papel y la piedra de tintar), componente material que todo calígrafo debe conocer y dominar. La técnica caligráfica, compleja y exigente, surge en buena medida de las particularidades físicas del pincel chino, que demandan no sólo una práctica y un conocimiento profundo de la idiosincrasia de cada uno de los trazos, sino también conocer el ritmo interno de cada uno de los caracteres y comprender los principios de armonía y equilibrio que los articulan, independientemente de los estilos caligráficos que se practiquen.
La centralidad artística de la caligrafía china ha motivado que se haya convertido desde sus orígenes en una influencia para las otras artes, especialmente la pintura, no sólo desde el punto de vista material y estético, sino también ético. Para los artistas y pensadores chinos, la relación entre el artista, el pincel, la tinta y el papel siempre ha tenido unas dimensiones cosmológicas que elevan el arte de la caligrafía como expresión de los contenidos más profundos del pensamiento clásico chino. No se trata, por tanto, de un arte de la escritura bella, sino que apunta a objetivos mucho más ambiciosos, vinculados a las escuelas de pensamiento tradicional chino, con aspectos que, como veremos, brotan tanto de la ortodoxia representada por el confucianismo como de la exaltación del orden natural y la espontaneidad del pensamiento estético taoísta.
En el capítulo V, la lengua y la escritura se convierten en una excusa para transitar por algunos aspectos básicos de la sociedad tradicional china, sin rehuir algunas referencias a la sociedad contemporánea. La sociedad china se edificó en sus inicios siguiendo las directrices del pensamiento confuciano, fundamentada en la institución familiar, que se convirtió en el modelo del estado chino a lo largo de toda la historia y hasta el siglo XX. Siguiendo la estructuración de la familia, la sociedad tradicional muestra una profunda jerarquización, y la lengua y la escritura son un claro reflejo de ello. El léxico familiar, en el que se introducen distinciones de grado de parentesco mucho más complejas que las de las lenguas generalmente habladas en Occidente, es un ejemplo palmario. La lengua y sobre todo la escritura reflejan también la posición que ocupa la mujer en la sociedad china y dentro de la familia. No sólo se establece una distinción muy clara y rígida entre la familia interior (perteneciente a la línea paterna) y la exterior (la materna), sino que muchos caracteres chinos asociados con vicios y conductas inmorales están formados con el radical “mujer” (...) como uno de sus componentes. Un reflejo de que, tradicionalmente y hasta el siglo XX, la mujer ha ocupado una posición de clara inferioridad respecto del hombre, correspondiéndole la situación más precaria dentro de la jerarquía familiar.
Otro de los pilares fundamentales de la sociedad china que analizaremos es la educación, considerada durante toda la historia como una preocupación fundamental entre los estratos más altos de la sociedad. La educación tradicional china descansaba en el aprendizaje de los clásicos confucianos ya desde la infancia, pese a tratarse de unos textos de una densidad conceptual muy poco adecuada para la enseñanza de los niños. Este aprendizaje estaba basado en la memorización y la repetición de los textos, proceso que permitía también la asimilación de los caracteres chinos y su pronunciación. Es decir, la escritura china obligaba a unos ritmos de aprendizaje y a unas estrategias pedagógicas que con frecuencia han sido señalados como las causas de un supuesto conservadurismo cultural chino. En el capítulo V analizaremos hasta qué punto es lícito afirmarlo y observaremos en qué se fundamentan estas aproximaciones a la cultura tradicional china.
Otro de los elementos de la lengua más vinculados con la estructura social tradicional de China es el de los nombres. Que en China se adopte un único apellido y que éste sea el paterno no es un hecho trivial: esconde toda una dimensión ritual referida al culto a los antepasados que se ha practicado desde tiempos inmemoriales. Esto desequilibró la balanza de la descendencia en las familias chinas, debido a la preferencia por los hijos varones, los únicos que podían llevar a cabo este tipo de cultos y que tomaban a su cargo a los progenitores durante su vejez. Las hijas abandonaban el hogar paterno tras el matrimonio, y éste es el origen de una práctica de la que con cierta frecuencia se hacen eco los medios de comunicación occidentales, el abandono de niñas en la China rural contemporánea, especialmente tras la aplicación de la política del hijo único.
Hay otros elementos, no únicamente vinculados a la escritura, sino también a la sintaxis, a los mecanismos de formación de palabras o incluso a la adaptación de términos extranjeros al chino, que muestran hasta qué punto ha jugado la lengua un papel importante en la definición de la sociedad china tradicional. Hablar chino y escribir con caracteres ha sido una condición suficiente para ser chino a lo largo de la historia, lo cual explica la rápida sinización de algunos pueblos vecinos e incluso invasores y la enorme importancia e influencia que la cultura china ha ejercido en toda Asia oriental. La lengua y la escritura, por tanto, en cierto sentido pueden ser interpretadas como la gran fortaleza en la que la civilización china se ha mantenido firme durante más de tres milenios.
Aún así, la lengua china ha pasado por momentos críticos y procesos de reforma que ha tenido que superar, especialmente durante el siglo XX. Cabe plantearse, pues, cual es el estado de salud de la lengua china en el mundo globalizado del siglo XXI, cuestión que intentaremos resolver en el capítulo VI. Uno de los indicadores más destacados de esta nueva realidad es el uso del chino en Internet. En la actualidad, es ya la segunda lengua con más presencia en la red, sin que el menor desarrollo tecnológico de algunas regiones de China haya conseguido frenar la emergencia del país en el ámbito de las tecnologías de la información. De hecho, el desarrollo de las nuevas tecnologías ha sido un aliado inesperado de la escritura china. A mediados del siglo XX parecía que el sistema de escritura chino no podía competir con los sistemas alfabéticos en su adaptación a las necesidades de la vida moderna. Un ejemplo muy claro era el de las dificultades que los caracteres chinos imponían al desarrollo de las máquinas de escribir, menos eficientes que las que utilizaban sistemas alfabéticos. En este sentido, parecía que China estaba quedando rezagada ante Occidente, a pesar de ser la cuna de la imprenta, muchos siglos antes de que este ingenio llegase a Europa. Pero a finales de los años ochenta, con el desarrollo de los sistemas informáticos para la escritura en caracteres, la situación cambió diametralmente y se inició un proceso de normalización. Existen algunas sombras, a las que aludiremos en este último capítulo, pero la presencia del chino en el mundo contemporáneo no tiene parangón en ninguna otra época.
Otro importante indicador de la situación del chino en el mundo actual es el número de estudiantes extranjeros, que como indicábamos al inicio no ha dejado de aumentar en la última década. El ámbito empresarial, sometido a las imposiciones lingüísticas particulares del mundo chino, necesita de expertos en cultura y lengua china, hecho que explica que el chino haya dejado de ser una lengua únicamente para sinólogos y que incluso en países sin tradición como España comience a percibirse un cambio de tendencia que, entre otros síntomas, resulta en el aumento de traducciones directas del chino o el incremento de estudiantes de las culturas de Asia oriental. La mayor visibilidad del mundo chino se percibe incluso en un arte tan arraigado en la tradición como la caligrafía. El arte de la escritura aparentemente está muy alejado de las preocupaciones del mundo actual, pero aún así ha sabido adaptarse a las circunstancias y ha conseguido penetrar en las artes más vanguardistas. La exploración de nuevos materiales o la investigación de nuevos conceptos caligráficos que reflejan la tensión entre el sistema de escritura chino y los sistemas alfabéticos de Occidente son temas básicos de la obra de algunos artistas chinos contemporáneos que analizaremos.
Pero a pesar de todos estos síntomas positivos, todavía se plantean algunos dilemas sobre la escritura china que no se pueden obviar. Es difícil saber qué futuro le espera a la duplicidad de sistemas de escritura (caracteres tradicionales y simplificados); incluso algunos especialistas hablan de la necesidad de abolir los caracteres chinos y sustituirlos por un sistema alfabético mucho más sencillo. A ello hay que añadir el problema del futuro de la gran mayoría de dialectos chinos, y las dificultades con que se encuentran buena parte de las lenguas minoritarias de China, supeditadas a la oficialidad del chino mandarín. El mismo Gobierno chino, lejos de estar sensibilizado por este tipo de problemáticas, tiende a ahogarlas mediante políticas lingüísticas de repercusiones a menudo muy negativas desde el punto de vista de la conservación de la diversidad lingüística.
Como dice un tópico habitual en los medios de comunicación de todo Occidente alimentado por la imagen que las instituciones chinas se esfuerzan por ofrecer al mundo, tradición y modernidad se funden en la China del siglo XXI. Y como una de sus manifestaciones culturales más importantes, la lengua y la escritura reflejan esta dicotomía y juegan con ella. El chino cuenta con un legado de 3.000 años de historia que, como sedimentos, se acumulan en los trazos de cada uno de sus caracteres pero al mismo tiempo es una lengua que mira hacia el futuro y que disfruta cada vez de más reconocimiento fuera de las fronteras chinas, a pesar de los desafíos que tiene que responder. Y esto es, precisamente, lo que intentaremos en esta obra: arrojar un poco de luz a la historia y al contexto lingüístico, intelectual, social y cultural que rodea la lengua en China.
Se trata de cuestiones que representan un itinerario sin un público definido ni un perfil concreto. Por ello, este libro se dirige tanto a los estudiantes de lengua como a todos lo que no tienen intención de estudiarla. Los temas ahora anunciados dejan claro que se trata de un periplo que va mucho más allá de la lingüística. El chino es una puerta a la realidad cultural de China. Y no porque nos ponga en contacto directo con sus hablantes, sino porque es el reflejo más fiel de su historia, de la evolución de una cultura que ocupa un espacio cada vez más importante en nuestro mundo globalizado. Así, pues, esta obra se dirige a todos los que quieran abrir o entreabrir esta puerta y acercarse a esa cultura sin la máscara que los siglos de estereotipos y prejuicios culturales habían fraguado. Se trate de estudiantes que se inicien en el aprendizaje de la lengua, de empresarios que residan en alguna de las grandes capitales económicas de China o de cualquier persona que sienta un interés por China y Asia oriental.
Antes de finalizar esta introducción, señalar dos cuestiones. En primer lugar, debo destacar los comentarios y sugerencias de algunos de mis estudiantes en la Licenciatura de Estudios de Asia oriental de la Universitat Oberta de Catalunya, en la cual han estado a prueba durante años los materiales docentes que fueron el punto de partida de esta obra. También quiero agradecer a Josep Cru Talaverón, de la University of Durham, y Carles Prado Fonts, de la Universitat Oberta de Catalunya, la lectura de algunas versiones previas de estos capítulos, sus consejos y sugerencias. Igualmente, estoy en deuda con Shu-ching Liao, de la Universitat Autònoma de Barcelona, por las ideas, ejemplos y anécdotas que han contribuido a enriquecer y mejorar esta obra.
En segundo lugar, por lo que se refiere a cuestiones de formato, aclarar los criterios que se han seguido en el uso de términos chinos. Todos han sido transliterados empleando el pinyin, sistema oficial de la República Popular China que, además, es el más universalmente seguido en las publicaciones occidentales. Por otra parte, se han incluido los caracteres chinos cuando un concepto aparece por vez primera en el texto. El sistema de escritura empleado es el tradicional; los caracteres simplificados se han añadido sólo en los casos en que la explicación lo exigía. Tratándose ésta de una obra en la que se describe la escritura china, se explican sus orígenes y se hace referencias a cuestiones etimológicas, el uso de caracteres simplificados no habría sido el más adecuado, a pesar de que son los habitualmente estudiados en la actualidad. En cualquier caso, teniendo en cuenta que siempre se ofrece la transliteración pinyin, el lector iniciado no tendrá dificultades en localizar la versión simplificada en cualquier diccionario.