Capítulo I. Planificación y desarrollo urbano

Baltasar Fernández Ramírez

Universidad de Almería

1. Una aproximación al concepto de urbanismo

El concepto tradicional, tal como se ha entendido desde la época del modernismo, es tecnocrático, y se identifica con el proceso de zonificación, ordenación y acondicionamiento del espacio urbano. El espacio de crecimiento urbanizable se divide en manzanas edificables y vías de comunicación. La clásica división en cuadrícula (hipodámica, en damero), cuyo significado y función ha variado en distintas etapas y lugares, se convierte en herramienta para el control político y para la especulación económica. Parece común el proceso en el cual la presión económica se adelanta y posteriormente los poderes de las corporaciones locales regulan la urbanización y legitiman en parte lo que ya está hecho (Dear, 2000). La planificación es sistemática y tiene en cuenta el diseño arquitectónico y la ordenación del territorio a gran escala (land-use planning, medios de transporte), en combinación con procedimientos administrativos y de gestión. Esta visión del urbanismo se complementa con la aportación de las ciencias sociales, las cuales muestran desde su origen un especial interés por la teoría social urbana, con un impacto creciente entre las disciplinas técnicas desde los años de la Escuela de Chicago. La mayor influencia se produce durante los años setenta y ochenta, con el auge de una perspectiva política que prima la defensa de la participación y la crítica neomarxista (Harvey, Castells). El auge político conservador desde los ochenta nos devuelve a un “nuevo urbanismo” o una planificación “neotradicional”, de carácter tecnocrático, que rechaza la aportación de la ciencia social, y tiene en la ciudad jardín su principal modelo (Katz, 1994).

Tenemos pues, a grandes rasgos, dos urbanismos diferentes (2) : el tecnocrático y el de las ciencias sociales. Aunque podemos imaginar modos de complementariedad, la distancia entre los distintos roles implicados dificulta la comunicación. Ellos dos son las principales fuentes de ideas para la planificación y el desarrollo urbano, sin que ignoremos la necesidad de combinar múltiples campos como la educación, los servicios sociales, la seguridad ciudadana, la zonificación del suelo y el desarrollo económico, dentro de un marco amplio de política social activa (Helms, Atkinson y MacLeod, 2007).

El urbanismo, los estudios urbanos, o su versión práctica como planificación y desarrollo urbano, es un campo complejo, diverso, plural y multifacético de teorización y praxis, en el que diversas tradiciones profesionales e intelectuales se han abierto un hueco, un nicho desde el que se les escucha con un discurso más o menos propio. Tienen un discurso reconocido los economistas, como asesores de la inversión, teóricos de la expansión económica y el resurgimiento de la ciudad a través de las actividades de negocio; los responsables técnicos de la administración pública, protagonistas del discurso legal y administrativo de los permisos y los planes de edificación y urbanización; los arquitectos –los modernos humanistas, en expresión que seguro les satisface–, que combinan saberes técnicos y artísticos en una tradición donde se identifican los autores clásicos más relevantes desde la antigüedad griega hasta el modernismo inglés y francés; en fin, los profesionales relacionados con la obra civil, ingenieros de distintas especialidades, responsables de la construcción del trazado urbano, los sistemas de transporte y todo tipo de canalizaciones necesarias para nuestro modo de vida doméstico y empresarial (el cable, la luz, el agua, la alcantarilla, etc.). Si sumamos a los inversores, las constructoras, los grupos vecinales o activistas y a la clase política interesada en el gobierno y en el beneficio económico, no sé si me equivocaré al afirmar que todos ellos juntos se bastan para definir el desarrollo urbano de nuestras ciudades.

Cada uno de estos grupos se constituye o forma parte de grupos profesionales, económicos o políticos, que despliegan un comportamiento político para defender sus intereses, e imponer su versión del desarrollo urbano mediante discursos más o menos ideologizados, que sirven, y a veces ocultan, los intereses por los que se mueven. Sum (2005) analiza este tipo de dinámicas aplicando la lógica del poder y el discurso de Foucault a la definición de las políticas urbanas.

Un planteamiento psicosocial (en el sentido que Blanco, 1996, da al término), construccionista, dinámico y discursivo, en el que distintos grupos de actores proponen y compiten por imponer su discurso, que luego se convierte en referencial, se introyecta y genera sus propios contra-discursos críticos. Así, los argumentos neo-liberales y alternativos sobre el desarrollo de la ciudad, como elementos que se instrumentalizan en la generación de discursos hegemónicos.

Sin embargo, no existe algo así como un manual de urbanismo que dé cabida a todos estos discursos y perspectivas. Las diversas disciplinas y tradiciones profesionales convergen de un modo independiente y no articulado. En la actualidad, como decíamos, buena parte del debate se plantea como una vuelta a las raíces tecnocráticas de los planificadores de las primeras décadas del siglo XX, frente a otros que ven más útil o interesante buscar propuestas y explicaciones que enriquezcan nuestro modo de pensar y amplíen las posibilidades de actuación ante la complejidad de la realidad social urbana. Da la impresión de que algunos defienden una nostálgica vuelta al pasado modernista, en el que los planificadores tenían una responsabilidad definida y herramientas técnicas claras para realizar su trabajo –sin las complejidades y sutilezas que introduce el pensamiento social en la segunda mitad del siglo XX–. Creo que el deseo es irreal y fantasioso, pues no hubo tal pasado profesional idílico, sino la explosión urbana desordenada que todos conocemos de la época de la industrialización, la inmigración masiva y la especulación capitalista descontrolada (Mumford, 1961). Se tata más bien del modo en que nuestros colegas técnicos se quejan de las dificultades conceptuales y políticas que encuentran en su trabajo, de las críticas que reciben, y de la expresión de un deseo por disponer de herramientas sencillas para aplicar en procesos técnicos controlados, predecibles y sin interferencias (Needham, 2007). Absurdo e irreal, visto nuestro tiempo caótico, múltiple, político y complejo.

Como sistemas sociales, las ciudades son entidades que muestran comportamientos auto-organizativos y resultan, en cierto modo, impredecibles, incontrolables e implanificables (Portugali, 1999). Sin restar valor a la visión técnica de los planificadores, debemos ser conscientes de que no es posible un modelo de planificación convencional simplificador y reduccionista, y más bien hay que preguntarse qué podemos hacer ante el complejo sistema urbano. Toda intervención social (y entendemos el diseño urbano de este modo) es una apuesta de cuyos resultados nunca tenemos una certeza completa, dado el carácter parcial, hipotético y auto-referencial (al modo de profecías que se cumplen a sí mismas) de todo conocimiento científico aplicado. El riesgo de error exige un posicionamiento ético, y no meramente técnico (Torregrosa y Crespo, 1996), que muchos identifican con cierto ideal democrático y participativo (Moroni, 2007), aunque evidentemente no es la única opción (el ideal tecnocrático, por ejemplo, que es compartido tanto por ideologías socializantes como por distintos modos de despotismo humanista, si se me permiten las expresiones un tanto libres).

Ciñéndonos a las teorías sociales de la ciudad, los grandes marcos podrían ser dos (ya quedaron apuntados en Fernández-Ramírez, 2006): la ecología, representada por la tradición del modelo de Chicago, en sus dimensiones teóricas, metodológica y práctica (la adaptación del grupo al entorno físico, los mapas urbanos y el modelo de crecimiento concéntrico con sus variaciones), que nos ha legado una orientación en la que factores estructurales, tales como la morfología urbana, el sistema de transportes o las características del diseño tienen un protagonismo especial como hipótesis para entender el comportamiento de individuos y grupos sociales, así como los patrones para el crecimiento urbano; y el construccionismo, la síntesis psicosocial fruto de la dialéctica entre grupos de interés que compiten por hacer valer sus discursos, sus puntos de vista e intereses, hasta imponer por la vía de los hechos una definición de la realidad que tienen consecuencias posteriores en lo psicológico y lo sociológico, conectando en la teoría desde Vygotsky, Mead y Lewin hasta la perspectiva de Foucault (ver la propuesta foucaultiana de Sum, 2005, para un análisis de los grupos de interés en el desarrollo urbano). Construccionismo en estrecha relación con la crítica postmoderna, crítica a los discursos imperantes y búsqueda de alternativas históricas a la concepción modernista de la ciudad (la ciudad de los hierros, la industria y el automóvil), con la arriesgada apuesta de Dear (2000) por situar la caótica multicentro y multiétnica ciudad de Los Ángeles como modelo del urbanismo para el actual siglo XXI.

Destaca también en lo teórico la discusión sobre los modelos de gestión, en la que se contrapone una filosofía neoliberal o neoconservadora (conceptos muy diferentes, aunque usados como sinónimos por sus oponentes críticos), que propone criterios gestoriales y económicos para el desarrollo y la planificación urbana (planificación estratégica, revitalización de la economía, remodelación para potenciar la inversión y el consumo), y un segundo modelo participativo y comunitario, que defiende un tipo de gestión de abajo arriba, identificado con posiciones políticas de izquierda, en una simplificación muchas veces mantenida de manera interesada por los propios implicados (por ejemplo, Veltz, 2004, para la primera; Moulaert, Martinelli, González y Swyngedouw, 2007, para la segunda).

En un apartado posterior, expondré mi opinión respecto de esta simplificación ideológica. Quisiera añadir mis dudas sobre la conveniencia de realizar una defensa extrema de cualquiera de estas dos posiciones, puesto que tanto el liberalismo como el afán por la participación no pueden sostenerse como fines en sí mismos. En cada contexto de planificación será necesario considerar el abanico de factores, condicionantes estructurales, antecedentes históricos, marcos legales, etc., así como los grupos de interés en liza y el modo en que los discursos ideológicos decantan las decisiones a favor o en contra de cada grupo. En su complejidad, la intervención social debe considerar cuestiones técnicas, políticas y éticas, y las opciones teóricas e ideológicas pueden considerarse pragmáticamente como estrategias al servicio del bienestar social (3) .

2. La estructura urbana

Las fotografías aéreas ofrecen una visión privilegiada de la morfología de las ciudades. Desde el aire se destacan enseguida las grandes avenidas y paseos que dividen la ciudad en áreas o barrios claramente diferenciados, se aprecian los accidentes geográficos (el puerto, el río, los montes), las zonas monumentales, así como los límites físicos internos y externos. Si uno piensa en el crecimiento orgánico de la ciudad, esta visión aérea ofrece sugerencias inmediatas de las zonas que mejor se prestarían para la expansión. Con esto no queremos afirmar que podamos entender de manera global la ciudad de un vistazo, esfuerzo imposible y sin sentido, dado el elevado número de factores y elementos relevantes existentes. Lo que queremos es destacar la importancia de la estructura física, rígida, en el planteamiento de la trama urbana.

Suisman (1989), por ejemplo, señala el papel de los bulevares en la estructura de la ciudad de Los Ángeles (en España diríamos avenidas). Los bulevares conectan la ciudad, como arterias de escala metropolitana, ofrecen un marco para el viajero y actúan como filtro para las zonas residenciales adyacentes. En términos cognitivos, las avenidas ayudan a entender el crecimiento de la ciudad, la distribución de los barrios y actúan como fronteras internas. El modelo de crecimiento de Los Ángeles es paradigmático en este sentido. Desde los años cincuenta, la red de ferrocarriles conforma los principales ejes estructurales de esta ciudad dispersa y multicéntrica, condicionando el patrón de desarrollo. Posteriormente, la red de autopistas refuerza y potencia la descentralización en un mosaico fragmentado de vecindarios segregados por clase y etnia.

El papel del sistema de transportes va más allá del mero trazado de la red viaria. La estructura física condiciona las decisiones y las posibilidades de desplazamiento de los ciudadanos, que ajustan sus rutinas diarias con un margen de libertad reducido. Más aún, la fluidez de las comunicaciones condiciona la viabilidad empresarial, de tal modo que, como apuntan los economistas, el resurgir actual de las grandes ciudades tiene que ver con su capacidad para ofrecer y poner en relación recursos variados en cadenas proveedor-cliente, las cuales marcan las preferencias para la localización (y deslocalización) empresarial, reforzando el posterior desarrollo económico (Garrido, 2007; Veltz, 2004; Ribera-Fumaz, Vivas y González, 2007). Incluso, el sistema de transportes hace un importante papel en la “sostenibilidad” urbana, puesto que una planificación racional y la proximidad de los centros de actividades (residencia, puesto de trabajo, lugares de ocio y servicios), reduce y disminuye la necesidad de desplazamiento en automóvil, y por tanto la contaminación y el consumo energético (4) .

En este punto, dos son las cuestiones que reclaman nuestra atención: cuáles son los elementos que estructuran la vida urbana y cómo definir un modelo estructural (ecológico) que no resulte superficialmente determinista y pueda ser compaginado con una perspectiva construccionista acorde con el discurso psicosocial y postmoderno que aquí quisiera defender.

Para la primera cuestión, señalaré a continuación los distintos elementos que podrían formar parte de un manojo de factores estructurales en la vida urbana (distinguiré entre factores físicos, económicos, legales y tecnológicos). En primer lugar, el marco físico, en la cual se incluye la red viaria, junto con la red peatonal, las edificaciones y los espacios públicos de todo tipo. El espacio físico se constituye en el escenario previo al comportamiento, tal como si cada amanecer –permítaseme la licencia– se encontrara con una trama física urbana fría y vacía, que se convierte en el fondo por el que se va desplegando la actividad ciudadana. Así, como hemos visto, las decisiones sobre desplazamiento se toman a partir de este fondo preexistente, igual que el delincuente analiza el espacio propio para el delito (la calle atestada, el recoveco junto a un paso obligado de buenos candidatos para el robo), el inseguro evita cierto espacio (el descampado, el túnel poco iluminado) o el paseante disfruta de la vista del sol que recorta la figura de los edificios y monumentos de un modo peculiar y único (5) .

En segundo lugar, el marco económico. Para muchos, la actual situación de “mundialización” o “globalización” (6) económica ha modificado nuestra consideración sobre la extensión y la proximidad de las ciudades (desde las conurbaciones –Geddes, 1915– a la metrópolis – Bogart, 2006– y de ahí a megalópolis, la red mundial). Debido a los nuevos transportes y tecnologías de la comunicación, las distancias interurbanas se han reducido (incluso como distancia psicológica) y ninguna ciudad europea parece ya alejada (incluso las asiáticas), en comparación con las penurias de nuestros abuelos para transitar por España hace apenas poco más de un siglo. Y no sólo las distancias física y psicológica, sino el impacto de los cambios económicos se extiende con rapidez, tal como se aprecia en el efecto de las bolsas asiáticas y neoyorquina, como una marea que sigue la línea que separa el día y la noche en cada ciudad.

En el discurso del economista, la ciudad se entiende como un mercado para el intercambio de mercancías, una bolsa de recursos que pueden ponerse en relación de manera ventajosa en forma de cadenas proveedor-cliente. Las ciudades en auge disponen de buenas vías de comunicación para el traslado de materias y productos, bolsas de trabajadores disponibles a cambio de un sueldo ajustado y condiciones flexibles de contratación, así como suelo apto para la localización de factorías, naves y oficinas, dentro de una presión impositiva aceptable. Este tipo de discurso no es ajeno para los protagonistas de las decisiones sobre el tejido económico (Harvey, Veltz, Storper), cuya influencia en la población urbana es evidente, al menos, si consideramos de qué modo un puesto de trabajo condiciona nuestro tiempo, nuestras prácticas urbanitas y nuestras vidas.

Tercero, el marco legal, formado por el conjunto de normas, reglamentos y disposiciones que regulan nuestro comportamiento en múltiples relaciones sociales y espacios, públicos o privados. Las normas pueden ser formales e informales, dependiendo de su proceso de producción, es decir, pueden haber sido emitidas por cuerpos administrativos formales, consejos de dirección empresariales, o haberse desarrollado en la interacción diaria dentro de los grupos sociales. En definitiva, no puedo circular con el coche por donde quiera, no puedo entrar y salir de los lugares del modo que me apetezca y, sobre todo, tengo que ajustarme a las normas vigentes para lograr los fines que persigo. Los conceptos de normas del lugar, comportamiento requerido y compatibilidad son aplicables aquí (Corraliza, 1987), además de cuestiones relativas a la lógica y la práctica formal del derecho. La norma incluye tanto los casos “positivos”, que podríamos considerar éticamente deseables para el gobierno de las ciudades, como los modos en que se producen y sostienen todo tipo de infracciones y perversiones del sistema. Moroni (2007) defiende un sistema urbano “nomocrático”, regido por el imperio de la ley, en lugar de estar sujeto a los intereses particulares de cada momento, aun cuando parece registrarse una pérdida de la importancia que los ciudadanos atribuyen a la necesidad de que los planificadores sigan principios legales.

En cuarto lugar, es obligado hacer mención de los sistemas tecnológicos, cuya presencia en nuestras vidas es tan importante que creo justificado el interés que algunos colegas ponen en ellos (Vivas y Ribera-Fumaz, 2007). Quizá la pregunta sea qué no está regido por un sistema informatizado en la actualidad, desde el encendido del alumbrado público hasta el seguimiento de un vehículo, nuestra presencia en espacios virtuales locales y mundiales, nuestros expedientes médicos y legales, etc. El sueño domótico está a la vuelta de la esquina y resulta muy sugerente el análisis de los sistemas de inteligencia artificial en el que las personas somos piezas que ocupan un lugar necesario para facilitar que el engranaje del sistema continúe (cibercities; Sheller y Urry, 2006), y la idea de ciborgs –organismos cibernéticos hombre-máquina– ofrece interesantes posibilidades para el diseño y gobierno de las ciudades, así como para la producción de metáforas sobre la distopía que ha de venir (Haraway, 1991).

Evidentemente, estos cuatro elementos no son independientes. El correcto funcionamiento de la red viaria y del sistema económico depende de sistemas tecnológicos informatizados, las decisiones sobre el cambio de la estructura física de la ciudad se toman en foros económicos donde inversión, riesgo, rentabilidad, localización y especialización son lugares comunes. Todos ellos, sistemas constreñidos por los marcos legales vigentes, locales o internacionales. Y al revés: marcos legales que regulan de manera reactiva en aquellas parcelas cuyo dinamismo introduce cambios que requieren de la participación del legislador, siempre a remolque de las necesidades y los cambios sociales. En fin, que el urbanita no puede moverse por donde quiera: el espacio está diseñado y tiene que ir por las calles que ya hay –marco físico–, no en cualquier momento, sino en los huecos que le dejan sus obligaciones laborales –marco legal– usando los servicios que le ofrece el mercado –marco económico–, y no de cualquier modo, sino atendiendo a las normas de uso de los espacios –marco legal–. Quisiera pasear, pero por los caminos habilitados, en el horario adecuado y con la urbanidad requerida.

Por último, hay que considerar el papel que juegan los sistemas políticos. Podemos defender con Sum (2005) que los distintos grupos de presión se expresan dentro de dinámicas políticas, en las cuales encuentran un mejor modo de representar y defender sus intereses (alianzas, grupos de opinión, lobbys, partidos). Las decisiones que afectan al desarrollo o la reforma urbana son el resultado de este juego de intereses, el cual resulta finalmente en marcos legales y reglamentos que legitiman distintas iniciativas (Di Masso, 2007). Más allá, estos procesos de legitimación tienen por consecuencia que distintos modelos de crecimiento y reforma, así como sus fundamentos teóricos (ideológicos, económicos, culturales o legales), lleguen a la ciudadanía como discursos oficiales “evidentes” por sí mismos, contra los cuales es difícil argumentar y proponer alternativas sin ser negado (obviado, ignorado) públicamente apelando a la supuesta evidencia que otorga la opinión oficial, la opinión acrítica de la mayoría, o la aplicación de argumentos ad hominen, etiquetas que sitúan al crítico fuera del sistema (loco, radical, facha). Así, en una discusión muy común en nuestros días, la ideologización, la polarización de las posiciones lleva a recategorizar fenómenos, procesos, modelos y propuestas diversas, como si fueran representativas de dos supuestas filosofías o marcos políticos (izquierda-derecha), como si pudieran ser unificadas cosas tan diferentes, como si existiera algo concreto, bien definido, a lo que pudiéramos llamar urbanismo “de derechas” o “de izquierdas”, y que tuviera tan gran potencial heurístico como para servir de marco en el que encajar tantas y tan diversas cuestiones (7) .

Volvamos ahora al problema de cómo soslayar la crítica determinista, según la cual se interpretaría la relevancia de los mencionados marcos estructurales como una burda causación directa sobre los procesos psicosociales. Si llevamos a la práctica una hipótesis construccionista, con todas sus consecuencias, tendremos que aceptar que todos los productos urbanos toman la forma de discursos sociales, construidos dentro de dinámicas intergrupales, en donde cobran sentido, y que vienen a constituirse como el acervo cultural que caracteriza cada contexto sociohistórico urbano. Por ejemplo, frente a la idea de un marco físico que cobra relevancia per se (el edificio, la calle), se impone una interpretación socio-física (el edificio es un colegio o una comisaría, la calle es de doble sentido o el paso está prohibido); frente a la idea del sistema tecnológico per se (el cableado, la red wi-fi), se impone una visión sociofísica (el sistema de comunicación con los proveedores de una empresa, el espacio virtual de un grupo de aficionados a los insectos o a los pasteles).

Creo que esta argumentación es suficiente para resolver el problema determinista y reunir los dos principales marcos teóricos de la psicología urbana: el ecológico y el discursivo (Fernández-Ramírez, 2006). Los distintos elementos aquí expuestos (físico, económico, legal, tecnológico) tienen por tanto un poder estructurante. No son marcos estructurales, sino factores estructurantes, cuidado con el matiz. Un ejemplo del marco legal: el horario de entrada en los trabajos condiciona el comportamiento de miles de ciudadanos que se ven obligados a ponerse en carretera durante ciertas franjas horarias, colapsando las vías principales –circunvalaciones, accesos a la ciudad, avenidas de distribución–. La vida de estos ciudadanos, y otros muchos factores asociados –apertura de los comercios, distribución de mercancías, reposición en las tiendas, repartos– se estructura a partir de ese primer elemento simple, el horario de entrada al trabajo, que podemos adscribir en el marco legal, y que cobra por tanto un poder estructurante. O un ejemplo del marco físico, cuando una plaza (cuadrangular, definible arquitectónicamente partiendo de proporciones y materiales) se convierte en una joya renacentista cargada de significados sociohistóricos e identitarios para la población del lugar o sus visitantes. Es decir, no se trata de que “el horario” o “la forma de la plaza” actúen como variables independientes estructurales que determinan o “causan” respuestas psicológicas de recorrido o de contemplación entre los ciudadanos. Ningún lenguaje más lejos que este de lo que aquí pretendo exponer. Se trata de que el marco legal (o el marco físico) está dado ante los ciudadanos, que tienen opciones de construir y definir su situación y sus decisiones en consecuencia, resultando finalmente pautas estructuradas de comportamiento, y el horario se convierte en obligación de madrugar, la plaza que es joya para algunos, es rincón para la borrachera de otros o lugar ventajoso para el robo al turista. La clave está, por tanto, en compaginar los elementos estructurantes con procesos sociales de construcción del significado, para crear espacios y contextos urbanos dotados de significados sociales (sociofísicos, por tanto) (8) .

3. El urbanismo contemporáneo

Para describir el “urbanismo” contemporáneo, tendríamos que revisar el concepto de urbanismo y comprobar así la variedad de opciones y la sensación de “vaciedad”, dada la falta de unidad entre los distintos modelos y disciplinas que comparten intereses sobre la planificación, gestión y comprensión de los asuntos urbanos. Algunos afirman que no existe algo a lo que podamos denominar con propiedad de esta manera, otros reclaman la desaparición de los profesionales que se presentan con esta etiqueta (los town planners, Blowers, 1986). Para aclarar mínimamente el panorama, tenemos que distinguir entre los técnicos de la administración pública, vinculados a las agencias de urbanismo, los profesionales de la arquitectura y los colegas que provienen de diversos campos de conocimiento y que se sienten cómodos bajo la etiqueta flexible de ciencias sociales (economía urbana, geografía humana, ecología humana, psicología social, sociología urbana, etc.). Una mención especial merecen los economistas, especializados en economía aplicada, planificación del territorio o desarrollo regional. El discurso del “resurgir” de las ciudades se acompaña de un marco teórico ecológico, en el que se analiza la ciudad como un mercado de oportunidades económicas (empresariales, de negocio), capaz de poner en relación con rapidez y flexibilidad a proveedores y clientes para optimizar las opciones de desarrollo económico. El éxito económico de la ciudad depende de sus conexiones interurbanas (redes de transporte, alta velocidad), su relación con las grandes metrópolis de la globalización actual, las ventajas que ofrezca para la localización de empresas, y factores similares que la sitúen en redes económicas internacionales y la hagan atractiva para la inversión empresarial (Spaans, 2004).

Se conocen esfuerzos por controlar y decidir la forma del tejido urbano, así como resolver problemas urbanos, desde muy antiguo, prácticamente desde los albores de la historia escrita, varios milenios antes de nuestra era (Chueca Goitia, 1968; Delfante, 2005; Morris, 2004). Las ciudades griegas y romanas aún son objeto de estudio y resultan un buen modelo para comprender y aprender algunas posibilidades y soluciones. El Renacimiento (prolongado hasta el barroco y el neoclasicismo en algunos casos) es la gran época de la arquitectura urbana, teñida de concepciones artísticas (pintura y escultura), que tratan la “composición” urbana como un arte escenográfico (las plazas, las torres, la armonía a través de las proporciones geométricas entre las formas de los edificios). Desde entonces, el modernismo ha sido el gran hito que ha marcado definitivamente la forma de nuestras ciudades. No sólo sus aportaciones estéticas (las exposiciones universales, las estaciones de ferrocarril, los monumentos, la estética insuperada del mobiliario urbano), sino las soluciones propuestas a algunos de los grandes problemas causados por la explosión demográfica (la inmigración) del nacimiento de las ciudades industriales, han quedado, y sobre todo, han condicionado los planteamientos, problemas y posibilidades de actuaciones posteriores, hasta nuestros días y mucho más.

Una de las claves teóricas del urbanismo modernista se encuentra en los trabajos del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (Holston, 1989), cuya principal figura fue Le Corbusier. Allí se fijan las cuatro funciones principales de la ciudad (vivienda, trabajo, descanso y tráfico [housing, work, recreation and traffic] ), a las que posteriormente se añade la función administrativa. Los modernistas afrontan los problemas urbanos de la época (masificación, higiene, tráfico, desigualdad social, contaminación…) con soluciones rupturistas e innovadoras que tienen vocación universal (aplicables en todas las ciudades), y, por tanto, que obvian la dimensión histórica de las ciudades. El resultado es un proceso de homogeneización que aproxima el aspecto de todas las grandes ciudades, a costa de olvidar o relegar sus peculiaridades históricas. La ciudad modernista es producto de la utopía del progreso, la creencia en la planificación, la racionalidad y la ciencia como motor para crear un futuro mejor. El paisaje urbano queda caracterizado por la monumentalidad de las megaestructuras (el rascacielos, el puente colgante, la torre Eiffel), los straight spaces (9) , la flexibilidad, la dureza y opacidad de las formas (el acero, la estructura metálica) y una visión serial discontinua desde el automóvil.

Por su parte, el urbanismo postmodernista es a la vez una toma de conciencia sobre los problemas y discusiones contemporáneas en ciencias sociales, y una toma de conciencia sobre la distancia que nos separa de aquel modernismo de hace cien años. Algunos de los problemas que aquejan a nuestras ciudades actuales son el resultado de aplicar y extender las ideas modernistas (10) , comenzando por el diseño para el automóvil, el fracaso en resolver los problemas de la contaminación, la congestión, la sobrecarga humana, la elevada densidad de edificaciones o el decaimiento de los centros históricos, rediseñados una y otra vez para el tráfico, pero carentes de interés para la residencialización y la actividad económica, rotas o abandonadas muchas de sus señas históricas.

Al margen de los colegas que quieren reescribir la ciencia social al modo post-moderno desde distintas disciplinas (geografía, sociología, psicología social), sin que esté claro el significado y el futuro de esta reorientación, cabe mencionar aportaciones interesantes tales como las que se engloban en los conceptos de tecnópolis y de lugares de sociabilidad transitoria (véase Vivas, Pellicer y López, en este volumen), así como el modelo sintetizado en la ciudad de Los Ángeles, y encarnado en la Escuela que lleva su nombre por contraposición a la popular Escuela de Chicago. Chicago ya no nos sirve como modelo, se dice, y todo lo que ahora encontramos ya ha sido ensayado en Los Ángeles (Soja, Dear, otros), para algunos, el colmo del desorden y el caos más absoluto; para otros, la constatación de lo que han venido a convertirse las grandes urbes contemporáneas, fragmentadas, heterogéneas, multicéntricas, multiétnicas, etc. Para Dear (2000), las características del paisaje urbano postmoderno son la agudeza (cuántico, afilado, cuteness), la fachada con textura, el estilismo (modas, diseño, chic), la reconexión con lo local, la recuperación de la historia y el cambio del ciudadano en automóvil al caminante que recorre la ciudad (11) .

Los Ángeles es un antimodelo, la heterogeneidad y la distopía pesimista, trágica o fantástica, frente a la feliz utopía modernista del progreso y la racionalidad de la ciudad jardín o la ciudad universal del acero (12) . No es una propuesta de cómo debe construirse la ciudad, sino de cómo han sido construidas nuestras ciudades y de cuál es el futuro al que se dirigen. La fragmentación se aprecia en la variedad de “modelos” (en un sentido limitado del término) urbanísticos que conviven en la ciudad, tales como espacios urbanos alejados de la propia ciudad (edge cities), urbanizaciones privadas exteriores fuertemente hostiles al visitante (privatopía, ciudades fortaleza), heteroarquitectura mixta multicultural y transgresora (heterópolis), espacios agresivos y disuasorios previos a la ciudad fortaleza (interdictory spaces), entre otras (p.ej., Dear, 2000). Un antimodelo que podemos extender más allá cuando pensamos en la comunidad de megalópolis interconectadas en nuestro sistema económico y cultural mundializado, las metrópolis con sus pequeñas ciudades satélite dependientes, las conurbaciones como base para la planificación regional del territorio (Bogart, 2006), las multinacionales, las corrientes migratorias y las decisiones económicas que cobran el carácter líquido, rápido, cambiante, fluido, que Bauman (2007) atribuye a nuestra época. No obstante, no hablaríamos tanto de un (anti)modelo como de una actitud o una interpretación postmodernista, una forma de entender la ciudad contemporánea y sus problemas, en línea con algunas propuestas del mejor pensamiento social de nuestra época.

4. Planificación y desarrollo urbano en la práctica

La planificación es una práctica o competencia de gestión que se utiliza (junto a la evaluación) en todos los contextos de intervención y toma de decisiones que siguen un planteamiento racional, incluido el campo de la intervención social en todas sus ramificaciones. La planificación urbana, ya lo dijimos anteriormente, es uno de estos campos de intervención social, pero también la planificación tiene que ver con el poder (Dear, 2000). La crítica conceptual fundamental a esta idea racionalista tiene su origen en los años setenta, aproximadamente, en ámbitos diversos, y cuestiona la viabilidad de un pensamiento racional en un mundo social caracterizado por dinámicas políticas, realidades sociales simbólicas y sistemas altamente impredecibles (Fernández-Ramírez, e.p.; Gergen, 1989; Moroni, 2007; Pfeffer, 1998). En términos de gestión, los conceptos de flexibilidad, innovación o capacidad de adaptación, han supuesto un desafío a la práctica tradicional de la planificación, que se reduce de algún modo a un pensamiento estratégico puntual y oportunista (Mintzberg, 1994) de difícil traducción práctica.

La gran discusión es política (muchas veces, soterrada) y enfrenta a grupos con intereses creados en el desarrollo urbano. El plan es un recurso técnico, pero también el resultado de la dinámica política, un reflejo de los equilibrios de poder entre los partidos, los representantes públicos, distintos grupos ciudadanos y las corporaciones empresariales. Aunque el plan es técnico, siempre asume unas metas y objetivos que preceden y escapan a la discusión técnica, y por tanto se corre el riesgo de que pasen como asuntos “dados”, esquilmados a la posibilidad de crítica y discusión pública (13) .

En cuanto a las estrategias para el cambio y el diseño urbano destacan diversas propuestas. La residencialización persigue la revitalización urbana (por ejemplo, en los decaídos centros históricos) mediante la creación de espacios residenciales integrados, mezcla de clases sociales y de usos para el barrio (residencial, comercial, de ocio) (Bromley, Tallon y Thomas, 2005). La mezcla de usos reduce las necesidades de desplazamiento en automóvil, iniciativa que se pone en relación con la sostenibilidad del área residencial, mientras que la mezcla social contribuye a la diversificación de actividades de negocio, revitalizando la economía del lugar. Aunque la tendencia apunta a un cambio de localización y características de los espacios públicos, cada vez más identificados con grandes superficies e hipermercados, espacios multifuncionales cerrados, muchos colegas insisten en la utilidad del concepto clásico de espacio público, bien sea para aumentar la seguridad ciudadana gracias al control informal que se deriva de la presencia de actividades sociales en la calle (Fernández-Ramírez, 2006), bien para alentar procesos de gentrificación que renueven la población atrayendo a sectores de las clases medias (Helms, Atkinson y MacLeod, 2007), o para mejorar las relaciones interétnicas, al menos por cuanto podamos confiar en la hipótesis clásica del contacto (Sennett, 2004).

La renovación urbana mediante proyectos de intervención menores, que resultan de la expresión de los intereses de los grupos urbanos de base, catalizada en procesos de participación donde la identidad vecinal y los movimientos colectivos tienen un gran impacto (Moulaert, Martinelli, González y Swyngedouw, 2007). La participación se ha convertido en uno de los frentes preferidos por muchos colegas para la intervención profesional del psicólogo en cuestiones de urbanismo. Justificada por razones técnicas e ideológicas, es una temática compleja, defendida tanto por las oficialistas agencias de urbanismo como por asociaciones vecinales, por movimientos civiles contestatarios y por investigadores comprometidos con cierto tipo de crítica social (Vidal, en este volumen).

La realización de grandes “proyectos bandera” (Spaans, 2004), o remodelaciones radicales de gran calado vinculadas a convocatorias internacionales con una importante repercusión mediática, que persiguen sustituir a la población residente atrayendo a grandes inversores y a miembros de las clases medias o altas y representantes del mundo cultural, en un proceso de gentrificación, no siempre reconocido como tal (el caso de Sevilla y Barcelona en 1992 son ejemplares, y cuántas ciudades españolas y europeas no tratan desde entonces de organizar uno de estos grandes eventos con el objetivo de renovar alguna zona urbana en decaimiento y relanzar la actividad económica). La base conceptual e ideológica de estos proyectos proviene del discurso de los economistas, y son promovidos desde corporaciones locales e influyentes grupos de interés, preocupados por el desarrollo económico como motor del auge urbano. Supuestamente, la proximidad a las grandes vías de comunicación (alta velocidad, aeropuertos internacionales, autopistas) y el impacto propagandístico del proyecto atraerá la tan deseada inversión, dentro del actual juego de deslocalización y relocalización de sectores industriales y de servicios (Garrido, 2007). Spaans (2004) llega a la conclusión de que estos proyectos tienen un impacto limitado sobre la internacionalización de la ciudad, al menos a corto plazo, aunque aseguran cierta visibilidad y ayudan a mejorar las infraestructuras y la imagen interna.

Finalmente, la construcción de las llamadas “ciudades fortaleza” (gated communities), cada día más extendidas por todo el mundo, con sus complicados y sutiles mecanismos (el diseño antidelito llevado hasta el límite) para aislar física, social y psicológicamente a los residentes respecto de un entorno urbano que se criminaliza como fuente potencial de amenazas (Foster, 2004; Helms, Atkinson y MacLeod, 2007). Frente a la sutileza del diseño antidelito de los años setenta y ochenta (Newman, Taylor), la tendencia actual deriva hacia el uso de mecanismos formales de disuasión y control, tales como los circuitos cerrados de televisión y la seguridad privada (Valera, en este volumen). Bosdorf, Hidalgo y Sánchez (2007) describen el interesante caso de las ciudades chilenas, en donde el modelo de ciudad fortaleza se ha generalizado en distintos sectores sociales (incluso en viviendas protegidas), generando un patrón de desarrollo urbano periférico y multicéntrico, estrechamente vinculado al sistema de transportes, en un claro paralelismo con el modelo de Los Ángeles.

Estas son algunas de las más mencionadas en la literatura al uso. En nuestro país, merece también un comentario el modo en que están creciendo nuestras ciudades, como fruto de una actividad inversora desproporcionada, ampliando una oferta residencial que excede con mucho la demanda de viviendas, y que ha contribuido a una carrera desorbitada en los precios. En realidad, la “economía del ladrillo” es una estrategia antigua de crecimiento económico, ya conocida en diversos países desde hace años, razón por lo que resulta más asombrosa la inactividad de las clases políticas españolas para prever el pinchazo inmobiliario (14) . Está por estudiar la vida social de estos nuevos espacios residenciales, con un nivel de ocupación incompleto y con una red de servicios deficiente, por cuanto la respuesta comercial y de los servicios públicos (colegios, asistencia sanitaria) se retrasa por diversas razones.

En fin, más allá de los marcos teóricos y de las estrategias de desarrollo urbano, es necesario considerar problemas como los procesos de gentrificación, la inseguridad ciudadana, la revitalización económica, la deslocalización y pérdida del tejido industrial, o el decaimiento de los centros históricos, y sería útil analizar su impacto social, cómo la vida urbana se resiente de ellos y cómo el ciudadano se adapta, asimila los cambios y recompone (redefine) su situación vital. Y por supuesto, como gran tema de fondo, tendríamos que tratar sobre la recuperación de la utopía clásica o modernista (la ciudad ideal, la ciudad jardín), incluso en su versión postmoderna como distopía, siguiendo el nuevo modelo de la escuela de Los Ángeles (Dear, 2000).

Tampoco quisiera finalizar sin hacer mención de la cuestión de la sostenibilidad, que alguno de nuestros colegas llega a sugerir como el nuevo ideal urbano. Desde luego, la extensión del concepto en los discursos políticos y en muchas propuestas técnicas parece demostrar sobradamente su auge. Personalmente, tengo muchas dudas sobre el concepto (15) , aunque reconozco su potencia ideológica para la dinamización de muchas iniciativas dignas de consideración (véase Herranz, Proy y Eguiguren, en este volumen).

Un gran número de temas, cuestiones, problemas y conceptos, apasionante y complejo, en el que no nos cabe duda del potencial de nuestra psicología ambiental. Quizá pudiéramos empezar por concretar un número reducido de cuestiones clave, en las que nuestra opinión y saberes pudieran tener repercusión en los foros internacionales y en los núcleos de decisión sobre el desarrollo de nuestras propias ciudades, y plantearnos qué direcciones debe tomar la investigación para ganar la relevancia que todos deseamos.

Lo aquí expuesto es el resultado de mi discreto conocimiento, lecturas y reflexiones actuales sobre la extensa y diversa temática del urbanismo, la planificación y el desarrollo urbano. Es mucho lo escrito al respecto, y las discusiones de muy alto nivel (¡prácticamente, 150 años de teoría social de la ciudad!), y casi debería sonrojarme por expresar mis opiniones con la libertad que lo hago. Ruego al exigente lector que cumpla con el papel crítico que le corresponde, y añada, matice, rechace o extienda imaginariamente este esbozo de ideas del modo que considere oportuno. No porque a mi soberbia intelectual le agrade la crítica, sino porque será más sano para él y para mí mismo (cuestión de higiene intelectual, como solía decir el profesor Corraliza). No sé de qué modo estas ideas servirán para contextualizar los trabajos que con tanto acierto presentan mis colegas en este libro, ni sé si en algo beneficiarán a la Psicología ambiental española en su esfuerzo por reencontrarnos con los estudios urbanos como espacio de reflexión, teorización y práctica. En parte, ambas cuestiones están en el origen del texto, aunque el resultado quizá no haya sido tan certero como el lector hubiera deseado. En mi inmodestia, me atrevo a darlo a la imprenta; si despierta la curiosidad o el debate entre nuestros colegas, me daré plenamente por satisfecho.

Vale.

Referencias bibliográficas

Bauman, Z. (2007). Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre. Barcelona: Tusquets.

Bettin, G. (1982). Los sociólogos de la ciudad. Barcelona: Gustavo Gili.

Blanco, A. (1996). Vygotski, Lewin y Mead: Los fundamentos clásicos de la Psicología social. En D. Páez y A. Blanco (Eds.), La teoría sociocultural y la Psicología social actual (pp. 27-62). Madrid: Infancia y Aprendizaje.

Blowers, A. (1986). Town planning: Paradoxes and prospects. The Planner, 72(3), 11-18.

Bogart, W.T. (2006). Don’t call it sprawl: Metropolitan structure in the twentyfirst century. Cambridge, UK: Cambridge University Press.

Bounds, M. (2004). Urban social theory. City, self, and society. Melbourne: Oxford University Press.

Bromley, R.D.F., Tallon, A.R. y Thomas, C.J. (2005). City centre regeneration through residential development: Contributing to sustainability. Urban Studies, 42(13), 2407-2429.

Canter, D. (1988). Environmental (social) psychology: An emerging synthesis. En D. Canter, J.C. Jesuino, L. Soczka y G.M. Stephenson (Comps.), Environmental social psychology (pp. 1-18). Dordrecht: Kluwer.

Chueca Goitia, F. (1968). Breve historia del urbanismo. Madrid: Alianza.

Corraliza, J. A. (1987). La experiencia del ambiente. Percepción y significado del medio construido. Madrid. Tecnos

Dear, M.J. (2000). The postmodern urban condition. Oxford: Blackwel.

Delfante, C. (2005). Gran historia de la ciudad. De Mesopotamia a Estados Unidos. Madrid: Abada.

Di Masso, A. (2007). Usos retóricos del espacio público: la organización discursiva de un espacio en conflicto. Athenea Digital, 11, 1-22.

Fernández-Ramírez, B. (2000). El medio urbano. En J.I.Aragonés y M. Amérigo (Ed.), Psicología Ambiental (pp. 259-280). Madrid: Pirámide.

Fernández-Ramírez, B., (2006). Un breve apunte para enmarcar la psicología ambiental de la ciudad. En J.A. Corraliza, J. Berenguer y R. Martín (Eds.), Medio ambiente, bienestar humano y responsabilidad ecológica (pp. 453-459). Madrid: Resma y Fundación General UAM.

Foster, N. (2004). Crime, fear and the gate prospects of resurgence in South African cities. Presented at the Leverhulme International Symposium 2004: The resurgent city. Londres: London School of Economics, 19-21 de Abril. http://www.lse.ac.uk/collections/resurgentCity/Papers/NinaFoster.pdf (Página visitada el 22 de febrero de 2007.)

Garrido, R. (2007). Localización y movilidad de empresas en España. Madrid: Fundación EOI.

Geddes, P. (1904). Civics: as applied sociology. http://www.gutenberg. org/files/13205/13205-h/13205-h.htm (Página visitada el 1 de junio de 2008.)

Geddes, P. (1915). Cities in evolution: an introduction to the town-planning movement and the study of cities. London: Williams and Norgate. (Traducción al castellano en Ed. Infinito, Buenos Aires, 1960.)

Gergen, K.J. (1989). La psicología posmoderna y la retórica de la realidad. En T. Ibáñez (Coord.), El conocimiento de la realidad social (pp. 157-185). Barcelona: Sendai.

Haraway, D. (1991). A Cyborg Manifesto: Science, Technology, and Socialist-Feminism in the Late Twentieth Century. En D. Haraway, Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature (pp.149-181). Nueva York: Routledge.

Helms, G., Atkinson, R. y MacLeod, G. (2007). Securing the city: Urban renaissance, policing and social regulations. European Urban and Regional Studies, 14(4), 267-276.

Holston, J. (1989). The modernist city: An anthropological critique of Brasilia. Chicago: Chicago University Press.

Huxley, M. (2006). Spatial rationalities: order, environment, evolution and government. Social & Cultural Geography, 7(5), 771-787.

Katz, P. (1994). The new urbanism: Towards an architecture of community. Nueva York: McGraw-Hill.

Mintzberg, H. (1994). The rise and fall of strategic planning. Nueva York: the Free Press.

Moroni, S. (2007). Introduction: land-use, planning and the law. Planning Theory, 6(2), 107-111.

Morris, A.E.J. (2004). Historia de la forma urbana. Desde sus orígenes hasta la Revolución Industrial. Barcelona: Gustavo Gili. (1ª ed., 1979.)

Moulaert, F., Martinelli, F., González, S. y Swyngedouw, E. (2007). Introduction: Social Innovation and Governance in European Cities: Urban Development Between Path Dependency and Radical Innovation. European Urban and Regional Studies, 14(3), 195-209

Mumford, L. (1961). The city in History: Its origins, its transformations, and its prospects. Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich.

Munné, F. (2007). ¿Qué es la complejidad? Encuentros en Psicología Social, 3(2), 6-17.

Needham, B. (2007). Final comment: Land-use, planning and the law. Planning Theory, 6(2), 183-189.

Oskamp, S. (2002). Sumarizing sustainability issues and research approaches. En P. Schmuck y W. Schultz (Eds.), Psychology of sustainable development (pp. 301-325). Norwell, MA: Kluwer Academic Press.

Portugali, J. (1999). Self-organization and the city. Berlin: Springer.

Ribera-Fumaz, R., Vivas, P. y González, F. (2007). Ciudades en la sociedad de la información, una introducción. UOC Papers, 5, 1-5.

Scriven, M. (1967). The Methodology of Evaluation. Chicago, IL: Rand Mc-Nally.

Sheller, M. y Urry, J. (2006). The new mobilities paradigm. Environment and Planning A, 38, 207-226.

Spaans, M. (2004). The implementation of urban regeneration projects in Europe: Global ambitions, local matters. Journal of Urban Design, 9(3), 335-349.

Sum, N-L. (2005). Towards a cultural political economy: Discourses, material power and (counter-)hegemony. Demologos working paper. Disponible a petición.

Veltz, P. (2004). The rationale for a resurgence in the major cities of advanced economies. Presented at the Leverhulme International Symposium 2004: The resurgent city. Londres: London School of Economics, 19-21 de Abril.

http://www.lse.ac.uk/collections/resurgentCity/Papers/Opening%20plenary/pierreveltz.pdf (Página visitada el 22 de febrero de 2007.)

Vivas, P. y Ribera-Fumaz, R. (2007). Ciudades, movilidad y tecnologías: hacia la Barcelona móvil. UOC Papers, 5, 14-22.