¿Cómo dará usted cabida a lo excepcional y a lo arriesgado?
El amanecer comienza en los huesos.
RISA KAPARO1
ESTE libro está pensado para aquellas personas que buscan una mayor libertad y vitalidad; personas que no quieren conformarse con una vida que no sea lo más creativa, fuerte, apasionada y compasiva posible. Este libro está escrito para usted.
Paradójicamente, tal vez usted haya escogido este libro porque esté viviendo ciertas limitaciones: estrés, dolor, enfermedad o traumas, ya sean de orden físico o psicológico. Además, es posible que el sufrimiento que le producen tales limitaciones sea el auténtico motivo que le impulse a buscar una mayor vitalidad. No obstante, con el tiempo quizá llegue a ver esos desafíos como una bendición porque le aportan el don de la necesidad, elevando así su búsqueda al nivel de algo que es verdaderamente urgente.
Durante más de treinta años he venido enseñando Aprendizaje Somático, una práctica de aprendizaje transformador, sanador y de cambio, mediante el despertar de la inteligencia somática. Según mi experiencia, la gente en principio suele llamar a mi puerta no porque se encuentre interesada conscientemente en tener una vida más profunda y despierta, sino porque padecen algún tipo de sufrimiento.
Sus condiciones varían grandemente. Tal vez padezcan algún tipo de daño, problemas estructurales o una enfermedad crónica. Quizás estén viviendo el duelo por una pérdida, sufriendo una depresión, o porque desean sentir una mayor conexión consigo mismos y con el mundo. Tal vez sientan la posibilidad de envejecer con dignidad en lugar de vivir el proceso degenerativo y limitativo que caracteriza el envejecimiento. Aunque algunos se muestran interesados en el desarrollo de su crecimiento espiritual y personal, por lo general no es ése el motivo que les impulsa a venir, al menos no en un principio. Lo que quieren es verse libres de su sufrimiento.
Al margen de la motivación que usted haya podido tener para leer este libro, lo que va a encontrar en el Aprendizaje Somático es el poder transformador de la atención: el poder de liberarse de la tensión y el conflicto —de curarse y renovarse—, y de saborear su experiencia de un modo que amplíe la gracia, la belleza y el placer de la vida. El desarrollo de su inteligencia somática le permitirá curarse y despertar a una libertad y a una vitalidad mayores. A medida que esta inteligencia innata vaya asentándose se hará más profunda su capacidad para sentir y para percibirse usted mismo como un ser más incorporado y conectado con la Tierra y con el Infinito.
Su cuerpo es un sistema sumamente sensible y capaz de reaccionar. Cuando usted empiece a reconocerlo como una presencia inmediata, en lugar de considerarlo un «objeto», su cuerpo le mostrará su canto y usted se convertirá no solo en su canción, sino también en su instrumento y en su músico.
El movimiento es la canción del cuerpo. Sí, el cuerpo tiene su propia canción de la cual surge espontáneamente el movimiento corporal. En otras palabras, la liberación de la parte superior del cuerpo… causada por la aceptación de la gravedad de la parte inferior… es el origen de su luminosidad, y su expresión es la danza. La canción, si usted se esfuerza en escucharla, es belleza. Podríamos decir que es parte de la naturaleza. Cantamos cuando nos sentimos felices, y el cuerpo se mueve como las olas del mar.
VANDA SCARAVELLI2
La palabra somático/a procede de la raíz griega soma, que significa «cuerpo». El uso convencional de la palabra cuerpo implica la existencia de un «objeto» observado desde el exterior. Es una imagen de una «tercera persona» de nosotros mismos, vista a distancia. Es por ello que utilizo el término soma para referirme a cómo percibimos el despliegue de la vida desde el interior. Y empleo el término somático para implicar a una primera persona, aquí y ahora, en este momento, una inteligencia incorporada —el proceso de cómo sentimos, percibimos y nos conocemos— desde el interior. Esto es lo que somos en nuestra plenitud «sin distancia», en contraste con la imagen de una «tercera persona» de nosotros mismos vista a distancia. Confundir el mapa (nivel de imagen) con el territorio (nivel de proceso) representa uno de los fundamentales orígenes de incoherencia en nuestro actual sistema de pensamiento 3, 4.
¿Por qué es tan importante este don de la encarnación? Porque aprendemos a través de la información. La necesitamos para percibir, evaluar y responder de un modo inteligente. La información que recibimos desde el momento de nacer en un cuerpo humano en esta Tierra nos proporciona el perfecto entorno de aprendizaje para desengancharnos de nuestra falsa identificación con la realidad «objeto» y despertar a la conciencia infinita que somos. Después de todo no pudimos aprender a nadar en tierra firme. Necesitamos la resistencia del agua a fin de poder sentir nuestro movimiento. Y necesitamos el campo de gravedad de la Tierra a fin de sentir el apoyo que encontramos en el suelo. Su inteligencia somática le proporciona a usted una información procedente del sistema informativo más afinado que jamás pudo imaginarse; una información que se da en el tiempo real y que es inmediatamente aprehensible. En palabras de Buda esto es «conocer el cuerpo desde el cuerpo», uno de los cuatro fundamentos de la atención plena, mindfulness.
Si estamos atentos en el momento en que llegamos a la conjunción de dos avenidas, no tendremos que hacer más que un mínimo ajuste para conducir por el canal correcto. En la confluencia de dos calles un simple cambio de dirección modifica mi ruta. Sin embargo, si no estoy atento a esa precisa confluencia de calles, una hora más tarde me puedo encontrar en un lugar indeseado. Cuanto más largo sea el recorrido que haga, más difícil será proceder a la corrección. Por eso resulta tan valioso el aprendizaje somático. Utiliza la información en tiempo real para darnos apoyo cuando hacemos pequeños cambios en la atención que alteran el curso de nuestras vidas, el estado de salud y de felicidad, tanto física como emotivamente.
Si no desarrollamos nuestra inteligencia somática como un sistema de guía posiblemente desembocaremos en un destino indeseado. A veces, como sucede con el proceso de envejecimiento o cuando sufrimos un daño, incluso podemos llegar a un destino del que ya no podamos volver. Evidentemente, nos incumbiría despertar el sistema de guía natural, que constituye nuestro patrimonio, antes de que, por ejemplo, podamos rompernos la articulación de la cadera o nos suceda algo peor. Aun cuando podamos encontrarnos en situaciones extremas, los ejercicios de autosalud 5 del aprendizaje somático pueden resultar milagrosos, como revelan los relatos vividos por los practicantes de este aprendizaje.
Toca las campanas que todavía pueden tocarse
Olvida tus grandes ofrendas
En todas partes hay una grieta
Por ella entra la luz
Por ella entra la luz
LEONARD COHEN
Para introducirnos en el aprendizaje somático y en la fuerza que tiene la inteligencia somática, quisiera compartir con usted el relato de mi propio viaje, la curación que originalmente me puso en este camino.
El aprendizaje somático no es algo que yo haya aprendido en un libro o de un maestro. Lo aprendí de mi propio cuerpo y de mi propia conciencia, del mismo modo que quisiera que usted lo aprendiera de este libro. Una buena voluntad para prestar atención al movimiento y a la sabiduría interna de su cuerpo será el mejor maestro para llevarle a un estado de máxima plenitud y vitalidad.
Como tantas cosas que a veces nos parecen maravillosos descubrimientos, este viaje se motivó inicialmente a causa del dolor. Mi vida cambió radicalmente cuando «me di contra la pared» siendo joven. Por entonces yo era artista y había recibido del gobierno el encargo de construir un lugar de esparcimiento en una reserva de los Navajo. Teníamos que hacer los cimientos del patio en una zona rocosa que se nos había dicho que era esquisto, un tipo de roca sedimentaria de grano fino muy fácil de perforar. Pero, como pudimos comprobar más tarde, no se trataba en absoluto de esquisto, sino de roca muy dura. Con la ligereza de mis escasos cincuenta kilos de peso me sentía como una banderola sacudida por las vibraciones de la perforadora que manejaba, y el dispositivo intrauterino que llevaba puesto terminó por dañar las paredes del útero. Como no quería defraudar a los niños con los que estaba viviendo en la reserva ni a mis seis aprendices, seguí trabajando en las peores condiciones físicas hasta que se concluyó el patio de recreo. Pero para entonces apenas si podía moverme por los dolores que sentía.
La herida interna provocó una infección, y debido a un embarazo y a un aborto se me formaron adherencias pélvicas (tejidos cicatrizados en los órganos) que me producían desgarros internos al menor movimiento, lo que producía más derrames y más cicatrices. El caminar se me hacía insoportable. Me pasaba el tiempo postrada en la cama y tenía constantes dolores.
Los médicos insistían en que tenían que hacerme una histerectomía radical, pues estaban seguros de que el daño sufrido me impediría tener hijos. Me advirtieron que debido a las adherencias formadas no podían saber el impacto que la herida hubiera podido causar en mis órganos internos hasta que me abrieran. También me dijeron que incluso después de la operación era probable que siguiera sangrando internamente y que tuviera dolores.
Entre los dolores y la medicación analgésica que tomaba —que me hacía sentir como si me distanciara de mi propio cuerpo— me resultaba difícil pensar con serenidad. Tenía, pues, que reencontrarme, a pesar del efecto que me estaba produciendo aquella medicación. Sabía que las decisiones que necesitaba tomar podrían acarrear enormes consecuencias personales. Me resistí a la operación, confiando en encontrar alguna forma que me permitiese abandonar la medicación analgésica, o al menos reducirla para poder pensar más cuerdamente. No sabía qué hacer. Era muy joven y me sentía lo bastante desesperada para intentar cualquier cosa que pudiera paliar mis dolores y evitar aquella operación tan seria.
Lo que hice para intentar paliar el dolor fue algo que surgió de las introspecciones a las que me había acostumbrado cuando, años atrás, enseñaba pintura y escultura a estudiantes ciegos. La mayoría de mis alumnos eran ciegos de nacimiento, y pocos tenían la suficiente memoria visual como para poderse relacionar con el mundo exterior, o con lo que yo intentaba enseñarles en clase. Después de todo, ¿qué puede hacer una persona que jamás ha podido ver su brazo? Tenía que buscar un método que pudiera ayudar a mis estudiantes en clase.

Un participante vendado en un taller de Meditación Somática.
Así que empecé a vendarme los ojos yo también para comprender mejor sus experiencias y descubrir maneras de poder enseñarles. En cuanto penetré en ese mundo del no ver empecé a comprender que la forma de que mis estudiantes ciegos pudieran «ver» no era fácil. Pronto se me hizo evidente que, en primer lugar, yo me relacionaba con el mundo a través de percepciones visuales. Al principio, mientras me encontraba sentada en la oscuridad, solamente se proyectaban en mi mente recuerdos e imágenes. Yo me conocía —conocía mi cuerpo— por la memoria, como si fuera una imagen vista en un espejo. Finalmente hice un gran avance cuando empecé a percibirme a través de mi propio sistema corporal (algo opuesto a la imagen mental de mí misma). En cuanto empecé a experimentarme fuera del campo visual de percepción descubrí que todo mi ser respondía. Por ejemplo, si percibía mi brazo ya no lo sentía como un «objeto», que era como lo conocía por mi memoria e imaginación. Se trataba de una percepción, en tiempo real, de un movimiento dentro de otros movimientos.
Un día, durante aquella época, me desperté con un gran dolor de cabeza. No estaba segura de dónde procedía. Sin embargo, y a pesar del dolor, continué con mi experimento diario de vendarme los ojos. Poco después pude sentir un movimiento, como un latido. Nada más sentirlo, el latido empezó a cambiar de forma, a alargarse, convirtiéndose en una serie de pulsaciones ondulantes. A medida que esas formas cambiaron, también fluctuó su intensidad y finalmente disminuyeron, como una onda que se alejara. De forma gradual, el dolor no siguió estallándome en la cabeza. En su lugar se convirtió en algo agudo, como un cuchillo que me perforara el ojo y el oído izquierdos. Finalmente, a medida que me abría a aquella sensación aguda, esta adoptó la forma de latidos; y, posteriormente, incluso esos latidos desaparecieron. Solo entonces logré localizar el dolor en el cuadrante inferior izquierdo de la boca, localizándose en un determinado diente. Cada pulsación daba lugar a otros latidos, a medida que yo respondía a esa sensación cambiante… hasta que, finalmente, incluso el dolor del diente desapareció.
Hasta entonces nunca había pensado que estos experimentos con los ojos vendados pudieran ser otra cosa que simples experimentos de percepción. Sin embargo, en ese momento me di repentinamente cuenta de la influencia que tenían sobre el dolor y, potencialmente, sobre la curación. Todavía no lograba entender por qué tenían aquel efecto. Cuando me percibí a mi misma de dentro afuera, como un movimiento dentro de otros movimientos me di cuenta de que experimentaba un enorme alivio y libertad.
Me sentía anonadada. Lo que me había parecido relativamente fijo y sólido —mi propio cuerpo— resultaba ser un movimiento «interpenetrante». La forma, intensidad y ritmo del pulso se había modificado e, incluso, había desaparecido a ratos. Podía percibir muchos movimientos. A veces los ritmos eran inestables y caóticos; otras actuaban como una orquesta, de forma coherente y coordinada. Pronto descubrí que mi sensibilización se había acoplado a esos ritmos diferentes. El movimiento se hizo más coherente. Lo que me había parecido una orquesta afinándose antes de un concierto, un sonido simultáneo y discordante, se había transformado en auténtica música.
Una persona profundamente sensitiva, Jacques Lusseyran, escribió un descubrimiento similar de conciencia somática en su libro And There Was Light («Y se hizo la luz»), en un capítulo que titula «La experiencia del tacto en la ceguera», dice:
Cuando tenía vista mis dedos solían estar rígidos, como medio muertos al final de las manos, solamente buenos para coger cosas, pero ahora cada uno de ellos parece moverse por su cuenta. Exploran las cosas por separado, cambian de nivel, e independientes los unos de los otros se tornan pesados o ligeros.
El movimiento de los dedos era terriblemente importante, y tenía que ser ininterrumpido, porque los objetos no están en un lugar preciso, fijos, confinados a una forma. Están vivos, incluso las piedras lo están. Y lo que todavía es más, vibran y tiemblan. Mis dedos sienten el latido de una forma clara, y si fallan al responder con un latido propio esos dedos se convierten inmediatamente en desamparados y sin sentido del tacto. Pero cuando se mueven hacia las cosas, al vibrar con ellas, las reconocen al punto.
No obstante, había algo todavía más importante que el movimiento y que la presión. Si ponía mi mano sobre la mesa sin presionarla, sabía que esa mesa estaba allí, pero no sabía nada acerca de ella. Para descubrirlo mis dedos tenían que presionar; y lo curioso es que a esa presión la mesa les respondía al momento. Al estar ciego, pensé que tendría que salir para encontrarme con las cosas, pero en lugar de eso descubrí que ellas venían a mí. Nunca tuve que hacer más que la mitad del camino, y el universo se convirtió en cómplice de todos mis deseos.
Si mis dedos presionan la redondez de una manzana, cada uno con diferente presión, no podría decir si se trataba de la manzana o de mis dedos que la estaban presionando; incluso no sabría decir si era yo el que estaba tocándola o era ella la que me tocaba a mí. Y puesto que yo me había convertido en parte de la manzana, la manzana se había convertido en parte de mí. Y así fue como llegué a comprender la existencia de las cosas 6.
En ese momento, postrada en la cama y sufriendo aquellas heridas internas, al recordar aquella experiencia de enseñar al ciego, se me ocurrió que las lecciones que había aprendido podían marcarme el camino para liberarme del dolor. Así que, en lugar de huir de él empecé a «sentir» en mi interior la sensación del dolor. Y al hacerlo me di cuenta de que el dolor no estaba fijo en un punto ni era inmutable. En vez de eso podía sentir cómo las ondas se movían a través de mis órganos y de mis tejidos.
A medida que percibía el movimiento a través de mis tejidos ellos respondían a mi percepción, de la misma manera que una planta responde a la luz: su forma y su estructura se abren a la vasta luz del conocimiento. Y a medida que el espacio se abría ante mí ya no me sentí agobiada por el dolor que, finalmente, desapareció por completo. Empecé a sentirme no como un cuerpo sólido, sino como un movimiento dentro de otros movimientos.
Sin embargo, cuando me levanté de la cama para poder moverme, el dolor y la hemorragia se reanudaron de inmediato. Esto me mostró que necesitaba aprender a levantarme y a moverme por el mundo con la misma fluidez que había descubierto mientras estaba acostada.
A medida que comencé a hacer el ejercicio de observarme, a fin de comprender lo que estaba viviendo, aprendí a utilizar el dolor y las sensaciones experimentadas con él como una información que me pudiera ayudar a percibir, en tiempo real, cómo la conciencia estaba organizando todo el conjunto de mis células. Una de las cosas que redescubrí entonces fue mi vieja costumbre de tensionarme, y cómo esa tensión se manifestaba de mil maneras en las actividades de mi vida diaria. Me di cuenta de que mientras esa tensión, o «contracción», me había sido útil tiempo atrás como una ayuda o una protección, en la actualidad tenía el efecto contrario. Cuando comprendí esto, empecé a ver que mi capacidad para conseguir superar el dolor no se debía a ningún tipo de esfuerzo, sino más bien a sentir mi vinculación con algo mucho más grande. Comprendí que lo que realmente ayuda es ir más allá de las limitadas imágenes, de los hábitos y de los condicionamientos del pasado. En la experiencia de percepción que había tenido no había nada que estuviera por encima o por debajo de esa inmensidad; no había «otra cosa». Solamente había unos movimientos de interpenetración mediante los cuales esa «totalidad» se renovaba. Más tarde decidí llamar a esta expresión de gratitud por recibir lo infinito, «estar presente».
El aprender esta nueva forma de sensibilizarme incluía también un pequeño cambio en la conciencia. Pero no se trataba solamente de cambiar mi estado de conciencia, sino también de invertir el proceso de mi incomodidad. Es decir, no era tan solo la percepción de que mi cuerpo estaba cambiando, sino también del cambio de mi psicología. Todo mi sistema empezó a funcionar de forma diferente. Se produjo una regeneración y una curación.
Esta forma de actuar —en lugar de tratarse simplemente de vivir un efímero alivio del dolor— se convirtió gradualmente en un nuevo modo de vivir, un modo que me curaba y me renovaba. Esta forma de concienciación —esta capacidad para percibirme somáticamente en la pletórica, burbujeante y radiante vida— constituyó la base de mi total recuperación. Tras algún tiempo me volvió la menstruación; y años después concebí de forma natural, y pude disfrutar de un maravilloso embarazo y de un parto en mi propia casa. Finalmente, empecé a enseñar lo que había aprendido como un procedimiento de autoapoyo y de aprendizaje de transformación y de cambio que cualquiera pudiera adoptar.
Aunque no deseo a nadie que pase por la experiencia traumática que yo pasé, en este momento me siento inmensamente agradecida por haberla vivido. Porque lo que yo aprendí con esa vivencia no se redujo a lo que se entiende habitualmente por recuperarse de una enfermedad. Fue un punto de inflexión, una entrada a todo un nuevo modo de ser. Y como lector de este libro le animo a usted a que reclame ese patrimonio que le pertenece: el don de haberse encarnado en el sistema de información más perfectamente afinado que existe.
Piense simplemente que usted ha nacido en un cuerpo que, lejos de ser una máquina que se desgasta, acometida por los estragos de las circunstancias y del tiempo, es un magnífico entorno que nos lleva a aprender de la vida en el momento presente, a percibir y a movernos en el flujo de lo que es. Este vivir, esta reacción infinitamente mudable del cuerpo a la conciencia, es la clave del aprendizaje transformador y del cambio. El incorporar esta concienciación nos lleva más allá de la forma limitada que hemos conocido hasta ahora —una forma que erróneamente tomamos por la realidad— para descubrir, e incluso crear, toda una nueva realidad.
Este nuevo modo de funcionar despierta al asombroso sistema de autopercepción, de autoorganización y de autorrenovación que somos. Nos promete una auténtica revolución de autodescubrimiento. El arte y la práctica del Aprendizaje Somático nos permite inventar y descubrir un nuevo reino de posibilidades que va mucho más allá de nuestros más apasionantes sueños.
Tan profunda como esta experiencia personal de curación ha sido también el proceso de compartir con los estudiantes los descubrimientos sobre la extraordinaria capacidad que posee la inteligencia somática para la curación y el despertar interior. Lo que yo había descubierto era el papel fundamental que desempeña la conciencia en la conformación de nuestra experiencia y en nuestra misma vitalidad. Este papel «determinante» no era exclusivo de una u otra actividad. Por el contrario, descubrí que subyacía en todas las actividades, desde el trabajo diario más corriente a la forma en que hacemos meditación o yoga, o a la manera cómo hablamos a los demás. Se refleja en todas las maneras que tenemos de evaluar los significados, ya sea electroquímicamente, neuromuscularmente, mediante la percepción, el sentimiento, el pensamiento, la anticipación, el recuerdo, el ambiente, etc. 7. A consecuencia de ello introduje estas reflexiones en mi labor de:
Todas estas prácticas se mostraban como disciplinas muy adecuadas para el despertar de la inteligencia somática. Cada una de ellas constituía un portal único para profundizar en esta investigación.
En cuanto empecé a enseñar descubrí que cualquier persona puede aprender a participar en el presente, en el proceso de su propio «llegar a ser», de un modo curativo y transformador. En lugar de intentar evitar el dolor, de compensar nuestra debilidad o de tratar de acomodarnos a cualquier limitación o trauma —procesos todos ellos que nos disminuyen— podemos hacer todo lo contrario. Podemos utilizar nuestras circunstancias para abrirnos a algo que es más grande de lo que pudiéramos imaginar. Me sentí profundamente agradecida por este don del despertar que estos retos y desafíos habían aportado a mi vida, lo mismo que manifestaron muchos de mis estudiantes. A lo largo de estas páginas podrá encontrar algunos de sus inspiradores relatos, contados con sus propias palabras, como si se tratara de esas migajas de pan que van señalando un camino sin fronteras.
Surge una pregunta cuando desaparece el dolor y otras limitaciones físicas y psicológicas: ¿Qué podemos hacer para ampliar el disfrute de la vida?
¿Es posible que incluso el más mínimo cambio en la conciencia pueda producir un cambio tan profundo de modo que ya no vivamos de la misma forma en nuestro cuerpo o, incluso, en el mismo universo?
¿Cómo es posible que el cambio más importante que podemos hacer sea idéntico, tanto si se trata de mejorar nuestra salud como de lograr nuestra liberación personal?
¿Cómo es posible que la liberación no requiera esfuerzo alguno ni ningún acto de la voluntad?
El Aprendizaje Somático constituye una intersección entre lo práctico y lo profundo. Es una invitación para conseguir una alineación más profunda con nuestra inteligencia innata. Esta inteligencia proporciona un nuevo orden, que funciona a partir de estas tres características fundamentales: es autoperceptora, autoorganizadora y autorrenovadora.
La historia de Larry: Una curación multigeneracional
Me faltaban dos discos intervertebrales y tenía tres vértebras colapsadas que estaban punzando sus correspondientes nervios. Los síntomas que sufría eran un hormigueo constante y un entorpecimiento de los brazos.
Esto había sido debido probablemente a hacer demasiado ejercicio (había practicado demasiado esquí acuático, un deporte que comprime todo el esqueleto). Otros accidentes que había sufrido también tuvieron bastante que ver en mis lesiones. Por ejemplo, durante un accidente que sufrí esquiando en la nieve me rompí tres costillas y me dañé un pulmón.
Fui a ver a dos quiroprácticos que me enviaron a dos diferentes cirujanos. Estos me dijeron que terminaría perdiendo la movilidad de los brazos si no se lograba unir las vértebras colapsadas. La operación consistiría en abrirme el pecho, mover la caja torácica, apartar el esófago e introducir dos placas de acero entre las vértebras. Extraerían un trozo de hueso de cualquier parte de mi cuerpo y lo insertarían entre las dos placas para lograr que posteriormente las vértebras se uniesen. Cuando hubieran terminado con esta manipulación volverían a graparlo todo y, con un poco de suerte la cosa podría salir bien. Pero cuando se te sueldan estas vértebras uno presiona más sobre los lados en los que se ha procedido a hacer la soldadura y se termina perdiendo flexibilidad. Esto terminaría por producir más problemas con el tiempo. Aquello no me pareció una gran idea, pero ellos insistieron en que no había otro método para que pudiera recuperar la movilidad de los brazos.
Un especialista médico de la compañía de alta tecnología de la que yo era directivo me vio un día sin el collarín y me preguntó si había mejorado del cuello. «No —le contesté—. De hecho, he empeorado, pero como me voy a operar he dejado de llevarlo porque, a fin de cuentas, tampoco me ayudaba mucho.» Entonces él me recomendó que fuera a ver a la doctora Kaparo antes de operarme… y eso fue lo que hice.
Tras unas cuantas sesiones con ella tanto mi cuello como mis brazos estaban mucho mejor y había ganado mucha flexibilidad. Mantenía esta mejoría haciendo, durante unos cinco minutos, el ejercicio de «estar de pie inclinado hacia adelante» y el de «relajación espinal rápida», ejercicios ambos que hacía todas las mañanas y antes de acostarme. En poco tiempo desaparecieron las molestias desagradables que sentía en los brazos, y no tuve que operarme.
De vez en cuando, cuando conducía mi coche de carreras volví a sentir molestias en el cuello y a tener hormigueo en los brazos. Así que volví a ver a la doctora Kaparo y a realizar los dos ejercicios que me había recomendado, con buenos resultados.
Empecé a preguntarme entonces si ella podría ayudar también a mi esposa, que es profesora y ha venido padeciendo de migrañas diarias desde hace muchos años. Lo irónico del caso es que mi mujer se ha preocupado mucho de mejorar su físico y su salud con la ayuda de un preparador personal. Pero, como se pudo comprobar más tarde, muchos de los ejercicios que estuvo haciendo, lejos de mejorar su estado solo sirvieron para aumentar sus tensiones. Así que no pasó mucho tiempo antes de que fuera a ver a la doctora Kaparo, y a seguir los ejercicios de alargamiento espinal y de concienciación que ella le enseñó, y que casi hicieron desaparecer por completo sus pasados dolores de cabeza.
A la vista de estos resultados decidimos llevar a nuestras hijas a la consulta de la doctora Kaparo. Una de ellas había padecido espondilosis y tuvo que abandonar el colegio durante algún tiempo porque le resultaba prácticamente imposible concentrarse en clase debido a los dolores que padecía. Una vez más pudimos comprobar cómo mejoraba inmediatamente y de forma maravillosa con el tratamiento seguido.
Nuestra otra hija había llevado durante años una abrazadera ortopédica en las piernas, pues de niñita había padecido un problema de pie torcido. Cuando comprobamos que el aparato no resolvía el problema, se nos dijo que un buen remedio sería que hiciese patinaje, cosa que practicó durante años… aunque esto tampoco sirvió para nada. Sin embargo, en una sola sesión con la doctora Kaparo pudimos comprobar una notable mejoría, tanto en sus piernas como en su espalda.
A lo largo de los años hemos visto cómo muchas personas nos han hablado de la mejoría que han experimentado en su salud gracias al Aprendizaje Somático.