LA SANTIDAD PERSONAL, LA SANTIDAD MATRIMONIAL

“Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto –tenía unos cien años–, y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete”. (Rom 4, 18-23)

Abrahám creyó en la promesa de Dios en su vida. No dudó. No dejó de caminar sabiendo que era Dios el que sostenía sus pasos. La promesa es la que permite caminar sin perder la esperanza. Cuando creemos en la promesa de Dios para nuestras vidas, todo comienza a ser diferente. La promesa de santidad es una promesa de plenitud, de felicidad, de bienaventuranza para nuestra vida.

El P. Kentenich, a través del Movimiento por él fundado, propone un camino de Santidad para el hombre de hoy. Schoenstatt puede ser definido como “un Movimiento de Educación y de Educadores para lo sobrenatural”. El P. Kentenich lo expresa ya así en 1912: “Bajo la protección de María queremos aprender a educarnos para llegar a ser personalidades recias, libres y sobrenaturales.” 1

Este desafío de santidad es el que nos plantea el P. Kentenich por medio de su vida. Desde el comienzo sueña con formar personalidades libres, recias y sobrenaturales. Hablamos tanto de educación en nuestros días, sabemos que Schoenstatt quiere darnos un camino de educación para nuestra vida. Sin embargo, muchas veces, experimentamos nuestra limitación, y no vemos cómo llegar a hacer realidad el ideal que nos plantea, perdemos la esperanza tanto con nosotros mismos, como con nuestros hijos.

José Ballesteros, en su libro “el mejor libro de autoayuda de todos los tiempos”, en el que trata de mostrar cómo las claves del éxito se encuentran recogidas en el Evangelio, señala la importancia de formarnos como personas para alcanzar lo que queremos. Muchas veces invertimos tiempo y dinero en la formación técnica e intelectual, nuestra y de nuestros hijos, y, sin embargo, ¡qué poco tiempo dedicamos a conocernos en profundidad, a trabajar nuestro mundo interior, a dejarnos acompañar y aconsejar en este camino del alma!

En el fondo del corazón, queremos ser santos, no nos conformamos con menos, queremos ser felices. Sabemos que santo es aquel, que, haciendo en su vida lo que Dios quiere para Él, vive una vida plena y feliz. El otro día me decía una persona que todo le había cambiado, en su cabeza y en su corazón, cuando comprendió que él podía ser santo, que la santidad no era algo reservado para aquellos que desde su nacimiento hablaban con los ángeles o tenían dones especiales. Todos, sí, todos estábamos llamados a la santidad. Al comprender esto, empezó a construir con las manos de Dios y todo cambió.

Miramos a los santos y nos admiramos con la obra de arte que hizo Dios con ellos. Sin embargo, si profundizamos algo en sus vidas, vemos que eran como nosotros, que estaban hechos con el mismo barro: una familia, una educación y, al final, la obra de arte hecha por Dios aprovechando nuestro barro y el agua del Espíritu. Parece tan fácil y, no obstante, nos enfrentamos una y otra vez con nuestros límites. ¿Cómo lo va a hacer posible? ¿Cómo va a transformar mi barro? La debilidad del alma nos sorprende. Queremos ser santos y chocamos con nuestra humanidad. ¿Cómo llegaremos a ser hombres y mujeres santos? ¿Recios, libres y sobrenaturales?

Hablamos de santidad matrimonial y por lo tanto, es necesario comenzar por cada uno de los que componéis esa “sola carne” con la que Dios quiere hacer una vida santa. En ocasiones nos conformamos, contemporizamos, aceptamos que no podemos tanto, y dejamos que la vida nos consuma sin darnos cuenta. Reducimos nuestra lucha diaria por la santidad a un pequeño puñado de formas mínimas, comunitarias y familiares. Me he encontrado, en ocasiones, con matrimonios, que confesaban, sin pudor, que su oración personal o matrimonial, dependía del caso, se reducía a la que hacían con los niños junto a María antes de acostarlos. ¿No nos estaremos conformando? ¿No nos habremos relajado? ¿No estamos dejando que la vida nos coma sin preguntarnos nada más? Es por eso, por lo que en esta ocasión, quería invitaros a recorrer con esperanza el camino de santidad que nos muestra Schoenstatt.

1. Documentos de Schoenstatt, 9. Acta de Prefundación