AUTORRETRATO NACIONAL

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EL HECHO (2003)

1 En mayo del año 2002, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó su cuarto Informe sobre el Desarrollo Humano de Chile. La temática versa sobre Nosotros los chilenos: un desafío cultural. Los datos que sirven de base para la reflexión provienen de fuentes privadas y públicas, pero son principalmente el resultado de las entrevistas realizadas a tres mil seiscientos chilenos encuestados por el PNUD a mediados del año 2001.

1 Por cultura, siguiendo a UNESCO, se entiende las maneras de vivir juntos, es decir, las expresiones en que se manifiesta la organización de la convivencia; las imágenes, las ideas, los valores y las prácticas que desarrolla una sociedad o segmentos de ella. Así como el censo de población realizado en 2002 se pregunta por cuántos somos los chilenos, el informe del PNUD presenta una reflexión sobre el quiénes somos los chilenos. ¿De dónde venimos? ¿Cómo se desarrollan la convivencia y los modos de vida del nosotros? ¿Hacia dónde se encamina el futuro de la sociedad?

1 El eje que atraviesa el extenso y completo informe sostiene que actualmente en Chile el proceso de individuación se da en un contexto de una sociedad disociada. En otras palabras, la mayor conciencia de ejercer la propia autonomía en la vida se sitúa en el marco de una sociedad fragmentada. La consolidación del yo acontece en el entorno de un débil nosotros. Por consiguiente, la imagen colectiva del país tiende a ser la de una diversidad disgregada, es decir, la presencia de distintas individualidades sin proyecto común y compartido; por ello, los distintos yo (ciudadanos) no logran percibirse como un nosotros (país).

COMPRENSIÓN DEL HECHO

1 La cultura constituye el puente entre el individuo y la sociedad, mediante el cual se crea un lenguaje común que hace posible la convivencia. La cultura es una producción humana, heredada del pasado, pero renovada constantemente en el presente, mediante la cual se le da significado y sentido a la realidad. La cultura es la construcción significativa de la realidad.

1 La cultura permite la comunicación entre individuos, construyendo marcos comunes y compartidos (valores, leyes, costumbres, lenguaje, arte, etc.) que dan sentido a la vida personal y grupal. Así, el individuo es, a la vez, heredero y constructor de cultura. Descubrir el imaginario colectivo de una sociedad (proyección grupal a partir de una historia común, perteneciente a una comunidad determinada y partícipe en una tarea compartida con los demás) constituye la clave para comprender aquello que da sentido y motiva las vidas de sus ciudadanos; aquello que les da un sentido de pertenencia social (pasado y presente) y de protagonismo en un proyecto de país (futuro). El imaginario colectivo permite al individuo reconocerse a sí mismo como parte y miembro de una comunidad.

1 El imaginario colectivo de una sociedad contesta preguntas de fondo: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? La respuesta a estos interrogantes condiciona la cohesión de la sociedad como grupo y, además, incide directamente en la identidad personal de cada ciudadano. En la medida que el individuo se siente ajeno a la sociedad, va perdiendo su sentido de pertenencia grupal, dificultando su propio crecimiento personal; pero también la sociedad se va debilitando en cuanto la diversidad de los individuos carece de lazos sociales.

1 El informe del PNUD revela que mientras un 42% de la población entrevistada define lo chileno en términos de costumbres, valores e historia común, un 58% encuentra difícil señalarlo (el 28%) o simplemente lo niega (el 30%). Aún más, el 33% se siente orgulloso de ser chileno, pero el 67% se siente inseguro (38%) o molesto (29%). Por lo tanto, el país carece seriamente de una imagen compartida de lo propio y las respuestas más bien reflejan una sociedad fragmentada y disociada, incapaz de entregar un sentido de pertenencia a todos sus ciudadanos, ya que la mayoría no se percibe identificada con ella. La imagen de un nosotros es débil.

1 El 44% considera que su vida es el fruto de sus decisiones personales (la mayoría proviniendo de los estratos sociales acomodados), pero el 55% percibe que su vida es el resultado de las circunstancias que les ha tocado vivir (la mayoría de estratos sociales bajos). Por consiguiente, una mayoría de la sociedad no se siente protagonista de su propio proyecto en la vida, reflejando una individualización asocial, es decir, deficitaria de un sentido o pertenencia social. En otras palabras, por una parte, la sociedad motiva al ciudadano a soñar y construir su vida, pero, por otra, no le da posibilidades para su realización personal.

1 Por consiguiente, actualmente la familia se considera como un espacio de refugio, una fuente alternativa de amparo y significado que no se encuentra en la sociedad. Así, el 69% de los encuestados reconocen a su familia como fuente de identidad personal. Pero, a la vez, este reconocimiento se limita a la familia, porque no se encuentran en la sociedad la sobrecarga de exigencias y expectativas que probablemente no podrá cumplir. De hecho, el 59% considera a la familia como una institución en crisis (31%) o una fuente de tensiones y problemas (28%), y el 24% como un refugio frente a los problemas, pero solo el 15% como un lugar de amor.

1 La percepción de una sociedad disgregada no significa que se ha perdido el sentido de lo nacional. Sin embargo, esta identidad colectiva parece activada por momentos emocionales en acontecimientos esporádicos, como en lo deportivo (el fútbol y el tenis) y en la celebración del 18 de septiembre. Pero este sentido del nosotros no implica el concepto de sujeto activo y participativo. En otras palabras, la identidad nacional parece vaciada de una experiencia de comunidad donde existen vínculos sociales que permiten asumir la sociedad como un sujeto colectivo, como una responsabilidad entre todos y todas. En este sentido, la noción de lo nacional es una pertenencia pasiva, mientras el concepto de sociedad supone una participación activa en torno a un proyecto común.

1 La sociedad está pasando por un profundo cambio cultural. El problema no es tanto la pérdida de los antiguos modelos de sociedad, sino la debilidad de los nuevos imaginarios colectivos que no logran configurar un nosotros compartido. No solo ha cambiado exteriormente el país, sino también la fisonomía de la sociedad. El proceso de la mundialización (lo global afecta a lo local y lo local solo se comprende totalmente desde lo global), el redimensionamiento del estado nación (la identificación de lo público con el Estado ha sido superado por la lógica del neoliberalismo), la lógica del mercado (el reconocimiento social se relaciona con el poder adquisitivo) y la mediatización de las comunicaciones (la presencia de una realidad virtual que ha establecido otra noción del espacio público) han cambiado radicalmente el contexto en el cual se envuelve la sociedad.

1 Pero el rasgo más impactante de la sociedad actual es el proceso de individualización. Hoy en día el individuo toma distancia de las tradiciones heredadas y afirma el derecho a definir por su cuenta y riesgo lo que quiere hacer con su vida. Este proceso puede significar una reformulación de los vínculos sociales, pero también puede desembocar en una mentalidad asocial. La individualización, como categoría social, señala la mayor autoconstrucción intencionada del sujeto individual, el derecho a la autodeterminación, a ser un sujeto protagónico de su biografía personal, de ser sí mismo. Por ello, este concepto no puede identificarse con el egoísmo (categoría ética) ni con la apatía (categoría política).

1 Este proceso de individualización en la sociedad implica también el reconocimiento de la diversidad, dando lugar a una multiplicación de actores sociales y a una variedad de sistemas de valores y creencias. Pero esta misma diversidad necesita de un mundo común, donde cada uno puede ser reconocido como un individuo junto a otros distintos. La diferenciación es tal cuando tiene un referente común. La pregunta por el quién soy no puede ser contestada al margen de –o prescindiendo de– el quiénes somos. Justamente, la cultura proporciona la base de experiencias y significados compartidos que permiten, a la vez, el desarrollo de los individuos en el contexto de una sociedad.

1 Por consiguiente, esta necesidad de autoconstrucción de la propia identidad no encuentra su apoyo en la sociedad, que, por una parte, la fomenta, pero, por otra, no deja espacio para ello. A título de ejemplo, el 70% de los entrevistados se declaran distantes de la política, y el 74% confiesan sentimientos negativos (inseguridad, enojo, pérdida) frente al actual sistema económico. Así, en el caso de la mayoría, el individuo no se siente ni interpretado ni representado por los sistemas sociales y su proceso de individualización tiende a tomar el rumbo del individualismo, ya que cada vez más se siente alejado y marginado de la actual organización de la sociedad.

IMPLICACIONES ÉTICAS

1 Una conclusión que se saca de lo observado es que hace falta una creatividad integradora de la diversidad existente, porque no se trata de buscar respuestas de ayer a las preguntas de hoy. Pero esto solo será posible si existe la convicción de que la sociedad tiene sentido para el individuo, es decir, que vale la pena pensarse como sociedad para poder comprometerse con ella, hacerse responsable de ella, y de esta forma, encontrar la mayor realización del propio individuo. Es que el individuo no puede realizarse al margen de los otros y, a la vez, la sociedad requiere de sujetos autónomos para poder realizarse como tal. El individuo se construye como sujeto mediante una dinámica compleja entre biografía personal y convivencia social.

1 El problema no es la individualización ni la diversidad, sino que hace falta construir entre todos un proyecto de país que represente a la ciudadanía. Actualmente, la gran mayoría de los ciudadanos no siente los cambios sociales como algo propio. Así, el 34% considera que los cambios en la sociedad no tienen ni brújula ni destino, mientras el 50% percibe que, a pesar de los cambios, las cosas siguen iguales. Claramente, la ciudadanía no se siente partícipe de los cambios sociales. Por ello, no se trata de imponer un modelo, sino de encontrar creativamente una nueva formulación de los lazos sociales según el nuevo contexto cultural. Este es el gran desafío del Estado y de la sociedad civil.

1 La desconfianza reinante es un serio obstáculo. El 74% de los entrevistados declara que desconfía del otro; el 63% piensa que la gente con poder trata de aprovecharse de uno; el 65% no se siente tomado en cuenta en el país; solo el 13% sostiene que los políticos están realmente preocupados por lo que le pasa a uno. Hasta el pasado ha llegado a ser objeto de desconfianza, ya que el 50% considera que hablar del pasado deteriora la convivencia en Chile. Aún más, el 69% confiesa que desconfía de la información que se les entrega en las conversaciones con otras personas.

1 También la actual mentalidad de tolerancia resulta ambigua cuando oculta un alto grado de desinterés social. Al otro extremo, la intolerancia suele ser fruto de un temor a la fragilidad del orden social, ya que las diferencias pueden cuestionarlo. Así, también, la intolerancia conlleva un miedo frente al otro diferente, ya que se siente que el orden social establecido resulta amenazado por el conflicto.

1 La construcción de un nosotros permite el marco de un hogar común. Solo en este contexto se abre la auténtica posibilidad del respeto por las diferencias, porque estas mismas llegan a ser fuente de riqueza y no amenaza de destrucción social. El fortalecimiento de una imagen de nosotros (como fuente de sentido, de experiencias y valores compartidos), el percibirse como valorado y tomado en cuenta en la sociedad (experimentar la sociedad como un actor colectivo y no como solo el privilegio de algunos), y la consolidación de los vínculos sociales entre los individuos (una individualización asocial impide el sentido de un nosotros, y una sociedad fragmentada favorece conductas amorales u oportunistas) constituyen una exigencia prioritaria. La dimensión social de la individualización resulta ser el gran desafío cultural y, por ello, habría que fomentar los espacios de socialización, siendo la familia y la escuela instancias privilegiadas.

ELEMENTOS PARA EL DISCERNIMIENTO

1 Este autorretrato nacional no es catastrófico, sino simplemente responde a un cambio de época, donde el gran desafío consiste en resignificar y reformular el tejido social acorde a las nuevas experiencias y el emergente contexto contemporáneo. Esto solo será posible en la medida que se reconozca la tradición (el pasado que da identidad colectiva en el tiempo), se disciernan las tendencias actuales (fortalecer la nueva expresión de valores y ser crítico frente a los obstáculos) y se construya entre todos un proyecto país (un futuro que es responsable de toda la ciudadanía). Esta tarea no se realiza en la confrontación (intolerancia frente a lo distinto) ni en la negación del peso del pasado (que forma parte del presente), sino mediante el diálogo (respetar las diferencias desde las propias identidades para buscar espacios comunes que permitan la convivencia).

1 En este proceso cultural, la religión ocupa un lugar importante porque siempre ha sido una fuente de significado para las personas, un centro de vida comunitaria y una propuesta de orientaciones concretas en la vida diaria. Solo el 2% de los entrevistados declara que no cree en Dios. Así, el 58% afirma que cree en Dios a su manera; el 33% que cree en Dios y participa en una iglesia y el 5% se considera como una persona espiritual/mística. Con respecto a la religión, se observa una doble tendencia: un fuerte sentido religioso junto con su des-institucionalización. Esta privatización de la religión (el 58% cree en Dios a su manera) se confirma por el hecho de que la gran mayoría (73%) se declara católica, pero el 29% de ellos no asiste a las ceremonias religiosas y el 44% asiste solo de vez en cuando.

1 La creciente individualización tiende a comprender la religión en términos más subjetivos y privatizada, alejándose de su expresión social e institucional. Esto no significa la pérdida del sentido religioso, sino más bien connota el profundo impacto de los cambios culturales. También la experiencia religiosa tiende hacia la privatización de la construcción de sentido. Esta tendencia plantea un gran desafío a las instituciones eclesiales, ya que pueden realizar una enorme contribución en la consolidación de los vínculos sociales y en la propuesta de un marco valórico de un proyecto país. Recurriendo a la frase del cardenal Raúl Silva Henríquez, las iglesias, en diálogo con la sociedad, tienen la ineludible responsabilidad de mantener viva el alma de Chile.