Introducción
El 18 de octubre de 2014 el Movimiento de Schoenstatt celebra en todo el mundo los cien años de su fundación. Una jornada internacional en preparación del jubileo dio comienzo a la correspondiente planificación. En febrero de 2009 se reunieron en Schoenstatt representantes de las Familias de Schoenstatt de 32 países. En medio de la variedad de los diferentes idiomas y mentalidades, los participantes experimentaron la alegría de tener un mismo Padre y Fundador, de estar arraigados en un mismo santuario, y finalmente albergar una misma pasión por el apostolado y la misión. De la gozosa certeza de esa unión más allá de las fronteras, surgió el deseo de caminar juntos hacia el jubileo 2014.
Particularmente en las Familias de Schoenstatt latinoamericanas había un fuerte recuerdo de otra experiencia de preparación a un jubileo: Habían vivido de manera muy positiva la preparación al año 2000 hecha mediante tres pasos previos: Año de Cristo, Año del Espíritu Santo y Año de Dios Padre. De ahí que propusieran un trienio a nivel mundial para recorrer el camino hacia el año jubilar 2014, a lo largo de estos próximos tres años. Cada año estaría inspirado en uno de los motivos fundamentales de las tres corrientes mencionadas.
Así pues el camino común comienza con un “Año de la corriente del Padre”. En él se coloca en el centro al P. Kentenich, cuya figura de Fundador se yergue en la alborada del Movimiento. Se acordó y la Presidencia General resolvió poner un primer signo en esta dirección: Que el símbolo del Padre recorriera todos los países. Desde el 8 de julio de 2009 se halla en camino, y entre tanto ha visitado muchos santuarios en varios continentes. En los informes se percibe siempre que muchos se han sentido tocados por ese símbolo y en él saludan al Padre y Fundador que, por así decirlo, visita personalmente su santuario y país.
El “Año de la corriente del Padre” fue inaugurado el 18 de octubre de 2010 y se extenderá hasta el 18 de octubre del año próximo. Durante la Semana de octubre, en la víspera del 18 de octubre, el P. Heinrich Walter, en su calidad de presidente de la Presidencia General, lo inauguró solemnemente en una celebración que tuvo lugar en el santuario original. La ceremonia fue transmitida a todo el mundo por Internet.
Habiendo sido consultado por el “equipo 2014”, el Instituto José Kentenich, sección Renania Central, se declaró dispuesto a compilar una antología del P. Kentenich que ayudase a configurar realmente todo el año a la luz de una especial vinculación al Fundador. Los textos han sido escogidos y compilados de tal modo que sigan y presenten cómo la vinculación al Fundador se ha ido desarrollando en la historia del Movimiento. La antología y los pensamientos introductorios quieren ofrecer una ayuda para reflexionar sobre la relación con el Padre y Fundador, y profundizarla.
Quien siga con atención los acontecimientos de la época fundacional no podrá pasar por alto que el P. Kentenich, por entonces joven sacerdote en el cargo de acompañante espiritual, buscaba una vinculación vital y de confianza con las personas que le habían sido confiadas. Ya en su primera presentación señaló un nuevo estilo en el trato con los jóvenes del seminario, donde había sido designado acompañante espiritual: “Me pongo enteramente a disposición de ustedes, con todo lo que soy y tengo, con lo que sé y no sé, con lo que puedo y con lo que no puedo, pero sobre todo con mi corazón”. (J. Kentenich, Acta de Fundación)
En relación con la organización que quería generar, el P. Kentenich dijo en esa misma oportunidad: “Nosotros juntos; no yo solo. Porque no haré absolutamente nada sin la plena aprobación de ustedes.” El P. Kentenich comienza su sacerdocio con un compromiso total y con la entrega completa de su persona a esa labor. En el “Año de san Pablo” leímos algunos textos de esa época temprana en los que se aprecia cómo se inspiraba en san Pablo.
El P. Kentenich se puso a disposición de los seminaristas para conversar personalmente con ellos, y muchos lo eligieron como acompañante espiritual o “director espiritual”, como se designaba por entonces esa función. Los seminaristas sabían que podían recurrir a él con todas sus preguntas y preocupaciones.
Cuando los jóvenes fueron partiendo uno tras otro al servicio militar, el P. Kentenich mantuvo el contacto con ellos. Innumerables cartas dan testimonio de este compromiso personal con todos los intereses de los muchachos. Un compromiso que presenta, de manera creciente, rasgos paternales y maternales. Se encargó de conseguir orejeras o bien ropa interior de abrigo, y las enviaba al frente de batalla. Les brindó a los jóvenes soldados contención en sus crisis, y los ayudó como un padre bondadoso a asumir los duros desafíos de la vida militar y las infaltables decepciones.
Luego de la guerra trabajó perseverantemente con los jóvenes congregantes en la construcción y consolidación de la congregación, haciéndoles sentir que confiaba en ellos y contaba con su colaboración. Esta confianza llegó al punto de que él mismo se abstuvo de hacerse presente en la fundación de la Federación Apostólica, en Hörde, dejando así actuar con autonomía a los jóvenes.
Siguieron años de ardua labor de consolidación de la joven fundación que ya trascendía los muros del seminario. Pronto llegaron las primeras mujeres al reciente y atractivo movimiento. En 1926 el P. Kentenich se arriesgó a dar el gran paso de la fundación de las Hermanas de María. En esos años el Fundador percibió aún más que en torno de él crecía una “familia”, y que se esperaba de él que fuese “padre”. Fueron a la vez los años del mayor compromiso con los sacerdotes, cuando no sólo predicaba grandes tandas de ejercicios espirituales sino que también se dedicaba a ayudar a innumerables personas en sus dudas y problemas.
La celebración de las bodas sacerdotales de plata (11.8.1935) ha de ser considerada como un cierto punto de inflexión. Según testimonio y vivencias de la primera generación, hasta ese momento el Fundador había procurado cuidadosamente permanecer por completo en un segundo plano. Pero entonces permitió la celebración de su jubileo y se alegró de él. En su notable alocución de dicha oportunidad, se aprecia muy claramente cuán fuerte era la íntima comunión existente entre él y la creciente fundación.
De manera impresionante el P. Kentenich da testimonio de cómo fue construyendo en esos años el Movimiento manteniendo un contacto vivo y una íntima conexión con sus miembros. Con gran gratitud declara que ha tomado e integrado a la fundación lo que fue leyendo en el alma de las personas. Hay pues una profunda comunión espiritual entre Fundador y fundación; y esa comunión redundó en una patente fecundidad.
El siguiente y decisivo paso del desarrollo de la vinculación de Fundador y fundación se detecta en el entorno histórico de la prisión de Coblenza y Dachau. El 20 de septiembre de 1941 el P. Kentenich fue arrestado por la Gestapo. Pasó las primeras cuatro semanas como prisionero de la Gestapo en un calabozo subterráneo y sin luz, en el cuartel de Coblenza, ubicado en la calle Im Vogelgesang; de allí fue trasladado a la cárcel de la calle Carmelitas. Poco más tarde se hizo manifiesto el peligro de que fuera trasladado al campo de concentración de Dachau. Esta situación suscitó en la Familia de las Hermanas y entre los sacerdotes una más profunda solidaridad y disposición a comprometerse por el Fundador.
En su confinamiento en la celda y en el calabozo oscuro se supo amparado en el santuario y en el corazón de personas nobles.
Hacia la Navidad de 1941 recibió una carta de la Hna. Mariengard, escrita a modo de carta de una niña, en la que le pedía al “Niño Jesús” que devolviera a la Familia al padre a quien se echaba dolorosamente de menos. La Hermana Superiora le hizo llegar la carta al Fundador que se hallaba en la cárcel. El P. Kentenich la interpretó a la luz de la fe en la Divina Providencia. Dicha carta generó la gran corriente del “Jardín de María”. El Fundador se adaptó al estilo de la carta y respondió como si fuera el Niño Jesús quien escribiese. En la respuesta expuso su convicción de que Dios había ligado su liberación de la cárcel al empeño ascético de su familia espiritual. Y canalizó ese empeño ascético hacia el “cultivo del Jardín de María”, que se convirtió en imagen del creciente Movimiento. El compromiso por el Fundador, expresado simbólicamente con esta imagen que pronto se fue llenando más y más de contenidos, habría de suscitar inusitadas energías a lo largo de los años siguientes. Se procuró la unión de destinos con el Fundador y comprometerse con el “Jardinero”, encarcelado en la persona del Fundador.
Los sacerdotes respondieron con el “acto de séquito” a las señales del Fundador que les llegaran de la cárcel en el entorno del 20 de enero de 1942. Este acto despertó igualmente entre los sacerdotes, y durante muchos años, una seria disposición al compromiso por el Fundador.
En tiempos del nacionalsocialismo ambas corrientes fluyeron, en un primer momento, totalmente separadas, limitándose a las comunidades de las Hermanas de María y de los Sacerdotes de Schoenstatt respectivamente. Pero luego de que el P. Kentenich fuese liberado del campo de concentración de Dachau, el Fundador las fue uniendo gradualmente.
La Semana de Octubre de 1950 revela que el P. Kentenich quería transmitir a todo el Movimiento esas dos motivaciones espirituales. Por eso permitió que se tomara conocimiento de la vida que había surgido, procurando asegurar para el futuro la profundidad y seriedad de ese empeño ascético. Apuntaba a un Schoenstatt que estrechara filas en torno del Fundador en cuanto cabeza de la Familia, y viviese y actuase basándose en la realidad de esa relación. Por el camino de la fe en la Divina Providencia había arribado a la certeza de que debía aceptar y vivir la función unificadora de la cabeza y la función de padre para con el Movimiento. Quedó claro para él que la fundación, tal como había ido creciendo en torno de su persona y del santuario, había de aspirar a esa concentración en un padre y a la cohesión y solidaridad propias de una familia.
No todos comprendieron esa convicción suya y continuaron caminando junto con él. Algunos dijeron en son de burla que habría regresado de Dachau “con una fractura psicológica”. Y hasta en ámbitos de la jerarquía eclesiástica hubo reproches de “culto personal” y temores de una excesiva adhesión a su persona. El P. Kentenich debía “desaparecer de la vista”, tal como se leía en la disposición tomada por el Visitador, por la cual se le impuso un alejamiento cada vez mayor de su fundación, en particular de las Hermanas de María, y finalmente el exilio en Milwaukee.
En los testimonios de los años siguientes se aprecia que en su fundación el P. Kentenich siguió fiel a su papel de “cabeza supratemporal” y a su lugar de “padre”. Lo hizo sobre la base de una sólida reflexión y lo sostuvo siempre a la luz de la fe. En innumerables conversaciones con personas y por la observación del desarrollo espiritual de éstas, tomó conciencia y obtuvo claridad sobre la importancia que en el desarrollo religioso del ser humano reviste la imagen de padre y la vivencia de tener un padre. En él había madurado la convicción de que el camino hacia una sólida vinculación personal con Dios Padre pasa comúnmente por la vivencia que se tiene de un padre humano.
En el tiempo sucesivo, en el seno del Movimiento se fue avizorando cada vez con mayor claridad que en la Iglesia existían también otras grandes comunidades religiosas en las cuales los fundadores, en cuanto figuras paternales, favorecían la unidad y la espiritualidad común de sus fundaciones. Por ejemplo, en los benedictinos, franciscanos y jesuitas existe la tradición explícita de tratar de “padres” a sus respectivos fundadores. Aún cuando en los años posguerra no se acostumbraba todavía a hablar de “Padre y Fundador” o tratarlo de “Padre”,1se lo fue considerando cada vez más como uno de los grandes fundadores de órdenes religiosas. Para los miembros del Movimiento era “Herr Pater”. La costumbre de llamarlo “Padre2 y fundador” o sencillamente “Padre”3se fue desarrollando gradualmente. Dicha costumbre se generó con plena libertad y no siempre en los mismos tiempos entre las diferentes comunidades del Movimiento. En los años de los viajes internacionales, y quizás por influencia de las voces “padre” y “father”, del español y del inglés respectivamente, se comenzó a emplear el término “Vater”. El mismo P. Kentenich puso énfasis en que se diese ese trato sólo cuando la persona lo percibiese como adecuado y la palabra “Vater” estuviera llena de sentido y significara realmente algo.
Con el paso del tiempo la época de Milwaukee se fue revelando, más y más, como una etapa en la cual el P. Kentenich, lejos de su amado Schoenstatt y sin las grandes conferencias y jornadas, debía ser pastor de una pequeña feligresía de alemanes refugiados de la guerra. Muchos ni siquiera sabían que era un fundador. El P. Kentenich se tomó tiempo para atender a muchas personas y familias de su feligresía o bien personas que visitaban el pequeño santuario construido allí. Su estilo de atención pastoral había tenido siempre en cuenta la dedicación individual de cada persona. Y ese estilo pastoral llegó a su plenitud en los años de Milwaukee. Para cada vez más hombres y mujeres se convirtió en un padre que comprendía y acompañaba, que guiaba hacia Dios con paciencia y empatía. Muchos confiesan agradecidos que para ellos fue un reflejo fidedigno de Dios Padre misericordioso.
En ese segundo cautiverio se generó en muchos grupos de la Familia de Schoenstatt un Movimiento de sacrificios que con su empeño espiritual hizo mucho por el regreso y rehabilitación, aparentemente imposibles, del Fundador. Un hombre de la Curia le habría dicho al Fundador, cuando éste partía al exilio, que “sólo regresaría a Europa en el ataúd”. Tal como sucediera en la época de su cautiverio bajo el régimen nazi, también entonces creció en el Movimiento la solidaridad y la experiencia de la paternidad del Fundador. Pero éste no se dejó arrastrar a la protesta contra Roma ni tampoco cedió a la amargura. Hasta el final confió en la Santísima Virgen y en la alianza de amor, viviendo silenciosamente su paternidad en el marco del amor a la Iglesia y de la responsabilidad por su amada fundación.
En 1965, al cabo de 14 largos años, regresó del exilio, en la plenitud de su paternidad. Era un hombre que al hablar sobre Dios Padre se irradiaba de él algo que sólo pocos pueden irradiar. Un hombre que estaba como padre en el centro de su familia espiritual, uniéndola en una época de grandes cambios para la Iglesia y el mundo. Un hombre que era padre, que guiaba su fundación colocándola a la altura de los tiempos, despejándole hasta el final el camino hacia el futuro.
Al cabo de tres años sus fuerzas se agotaron. Fallece en 1968, tras haber celebrado su primera misa en la iglesia de la Adoración, recientemente construida. Era domingo, día de Nuestra Señora de los Dolores. Siguieron días inolvidables que pusieron de manifiesto que él se había convertido en padre de incontables personas de diversos países. Parecía no acabar la fila de personas que pasaban junto a su ataúd. Día y noche estuvieron allí presentes grupos y comunidades enteras de su fundación internacional: Querían tener una vez más al Padre en el centro, prometerle fidelidad y seguimiento más allá de la muerte.
La corriente del Padre no se acaba con el fallecimiento del padre. El lugar donde se produjo su tránsito a la eternidad y donde fuera sepultado, se convirtió en un lugar precioso para innumerables personas de su familia espiritual. Un lugar donde se busca su cercanía y donde siempre se lo encuentra. Muchos cursos e incontables personas lo experimentaron allí, en medio de ellos, y le prometieron su fidelidad y seguimiento filiales. La capilla del Fundador con su tumba es un punto espiritual de atracción para hombres y mujeres de su familia internacional y más allá de esa familia.
Su cercanía luego de su muerte se experimenta también de otras maneras, por ejemplo, mediante el testimonio de aquellos que lo conocieron, mediante sus escritos, fotos y símbolos, o bien mediante las innumerables oraciones escuchadas. Entre tanto en todo el mundo se organizaron lugares que recuerdan al P. Kentenich y su mensaje. Se construyeron centros de Schoenstatt que llevan su nombre. Se erigieron monumentos de diferente tipo, con los cuales las comunidades expresan su agradecida vinculación a él. Hay estatuas del P. Kentenich de tamaño natural que nos recuerdan su cercanía. Muchas casas llevan su nombre y en este año se edifica en Roma la Domus Padre Kentenich, que la Familia de Schoenstatt le regaló, junto con el Santuario MATRI ECCLESIAE, cuando el P. Kentenich cumplió sus ochenta años.
Este libro escrito con motivo del Año de la corriente del Padre quiere ser una invitación a redescubrir sus pensamientos y declaraciones sobre el ser padre y la paternidad en su más amplio sentido. Por la colaboración en la compilación de estos textos agradezco ante todo a los miembros de la sección del Rin Medio: El Dr. Bernd Biberger, el Pbro. Oskar Bühler, el Dr. Daniel Keller, la Dra. Gertrud Pollak, Uta y el Prof. Dr. Joachim Söder. Agradezco asimismo las importantes sugerencias del Dr. Rainer Birkenmaier, del P. Dr. Herbert King y del P. Jonathan Niehaus. Vaya además mi agradecimiento a las Direcciones Generales de las Hermanas de María de Schoenstatt, de los Padres de Schoenstatt y de los Hermanos de María, así como a los responsables de la Editorial Schoenstatt por los derechos de impresión concedidos. Agradezco el diseño de tapa a mi cohermano el P. Oskar Bühler.
Que estos textos escogidos sean una ayuda para dar forma al Año de la corriente del Padre, junto con nuestro Fundador y en camino hacia el 2014, y para volver a colocar en el centro la figura del Fundador como nuestro Padre.
Schoenstatt, 4 de octubre de 2010
Peter Wolf
1 El idioma alemán designa “Vater” al padre de familia y trata de “Pater” al sacerdote religioso. En español (“padre”) y en inglés (“father”) una misma palabra se usa para ambos casos. Aquí en el original alemán se utiliza la palabra “Vater” (N. del T.).
2 “Vater”.
3 “Vater”.
Me pongo enteramente
a disposición de ustedes,
con todo lo que soy y tengo:
con lo que sé y con lo que no sé,
con lo que puedo y con lo que no puedo,
pero, sobre todo,
con mi corazón.
José Kentenich, 1912
Una carta del Fundador al P. Menningen, escrita en 1953, nos ofrece un vívido cuadro de cómo era el estilo de trabajo en los primeros años. El P. Kentenich señala que Schoenstatt, desde el principio, se fue gestando a partir del compromiso personal y profundamente paternal en el abordaje de todas las tareas, incluso las más insignificantes. Y ve ya en los albores de la fundación las bases de la corriente del Padre. El Fundador quiere que se tome conciencia de ese estilo de trabajo, quiere sensibilizar y ganar a sus colaboradores para dicho estilo. Quien se quiera comprometer y compartir la responsabilidad por el futuro de Schoenstatt, hará bien en tomar como norte ese estilo de trabajo del Fundador.