PLÁTICA DE CORONACIÓN

Weesen, Suiza, 20 de octubre de l946

Mi querida familia schoenstattiana:

Me alegro de verlos de nuevo aquí. Eso lo habrán podido notar por la forma del saludo. Esta vez no era algo oficial, sino algo realmente sincero, cordial; porque desde que nos conocimos más de cerca en el retiro, surgió un vínculo personal que nos ha unido más fuertemente. Y este vínculo quiere estrecharse más íntima y profundamente esta tarde. Esta comunidad de corazones debe profundizarse a través de una vinculación más cálida de nuestros corazones con la Santísima Virgen, la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt.

Saben lo que queremos: hoy queremos coronar a la Santísima Virgen como Reina de los pueblos. Piensen lo que esto significa. Acaban de oír lo que se les contó de Schoenstatt y saben que la Hermana Myrta y yo venimos de Schoenstatt. Allá hubo una fiesta magnífica, ¿y acá? Allá estaba rodeada la Virgen por un mar de flores y luces. Cientos de schoenstattianos acudieron. ¿Y acá? Sólo un pequeño grupo y condiciones sencillas. Y, a pesar de ello, considero tan importante la coronación que vamos a realizar ahora que, por mi parte, interrumpí la ‘’Semana de Octubre” en Schoenstatt, para venir donde ustedes.

La comparación entre lo que hay aquí y lo que hay allá nos recuerda que una vez Schoenstatt también fue pequeño, más pequeño aún de lo que es actualmente en Suiza. Y de lo pequeño surgió algo grande, y cada vez quiere ser más grande, proyectándose más y más hacia el mundo, en un tiempo en que éste se está derrumbando.

La Santísima Virgen quiere erigir aquí un segundo Schoenstatt. Eso es propiamente, dicho en forma sencilla, el sentido de nuestra celebración. Naturalmente ustedes dirán: ¿Cómo es posible que nos elija a nosotros para ayudarle? Sí, a nosotros, a estos instrumentos pequeños, sencillos y simples eligió la Santísima Virgen para realizar esta gran tarea.

¡Queremos coronar a la Santísima Virgen! Hoy me decía alguien, que estuvo en el último retiro: “aún puedo llevar mi pequeña corona”. Nos habíamos propuesto vivir cada día de tal manera que pudiéramos ser pequeñas reinas coronadas. ¿Qué significa, entonces, “aún puedo llevar mi corona”?: aún soy digna de la pequeña corona. Más todavía: yo misma soy una pequeña reina coronada.

¿Será digna también la Santísima Virgen de la corona que hoy le vamos a colocar sobre sus sienes?

Sí, ella es una reina coronada,

ella quiere ser una reina coronada,

ella debe ser una reina coronada.

Estos son pensamientos que debiéramos meditar más a menudo en la oración.

LA SANTÍSIMA VIRGEN ES UNA REINA CORONADA

Sabemos que Cristo, el Rey, le preparó un trono y puso una corona sobre su cabeza. Ella quiere, debe y tiene que dominar sobre todo el mundo. Ella no es una reina relegada a un rincón cualquiera, sino que es reina del mundo. Ella mereció la corona y la obtuvo acompañando al Señor a través de toda la Obra de la Redención, siguiendo el duro camino de la Redención. No podemos imaginarnos lo que habría sucedido si ella no hubiera dado un sí en la Anunciación. Incluso estuvo de pie junto a la cruz. Siempre está al lado del Señor como su Colaboradora permanente. De esta forma mereció repartir, en dependencia del Señor, todas las gracias desde el cielo. Por eso es Reina por excelencia, ella es la Reina del cielo y de la tierra.

MARÍA QUIERE SER RECONOCIDA COMO REINA

Pero la Santísima Virgen también quiere ser reconocida como Reina. Y porque lo quiere ha ejercido su poderío y sabiduría reales, especialmente en nuestra Familia de Schoenstatt. En qué medida ha merecido el título de Reina aquí en Suiza, entre ustedes, lo puedo entender un poco después de haber mirado más profundamente en sus corazones durante el retiro. Creo que ustedes pueden decirse a sí mismas y confesar: cosas grandes han surgido en mi interior. Mi alma ha llegado a enseñorearse sobre tantas cosas instintivas en todos los años en que luché y recé seriamente. Y para el que conoce el corazón humano, sobre todo el corazón femenino, esto no es algo evidente.

Si ahora miran hacia Alemania, hacia Schoenstatt y hacia los años pasados, podemos decir, con una profunda convicción: ¡Realmente la Santísima Virgen mereció una corona!

¿Por qué? Porque cumplió en forma extremadamente fiel las obligaciones que asumió en 1939, cuando al entregarle la corona solemnemente le dijimos: “recibe la corona”…

Desde entonces se ha mostrado en forma incomparable como Madre de la gracia. Cuando se descorra el velo que cubre la vida interior de todos los schoenstattianos caídos y fallecidos durante la guerra, en los últimos años, recién entonces ustedes podrán darse cuenta cómo la Santísima Virgen se mostró realmente admirable. Les pido que no tomen estas palabras como un mero recurso retórico y una fórmula. No, la Santísima Virgen es realmente la gran Misionera, ella ha obrado milagros de gracia. Esta fue siempre mi secreta esperanza y seguirá siéndolo mientras mantengamos la fidelidad a ella.

Abran los libros de historia de la Iglesia y lean lo que hay escrito sobre el cristianismo primitivo: Cristo demostró su divinidad por medio de milagros. El Señor le prometió a los apóstoles que “andarían sobre escorpiones, y éstos no les harían daño”.

Me parece que Dios quiere probar, de modo semejante, la divinidad de la Obra; allí donde él crea algo grande, por medio de su poderosa intervención, cada vez lo hace en forma original y adecuada. Ha demostrado su poder entre nosotros formando hombres nuevos en el espíritu de nuestra misión. Y así lo seguirá haciendo. Estos son los milagros que siempre he esperado. Pueden entender, entonces, que mi alegría es grande cuando veo lo que Dios hace y cómo lo hace. Por eso, no me resulta difícil afirmar que la Santísima Virgen ha comenzado una marcha triunfal en todo el mundo, en y a través de los hijos de Schoenstatt.

De esto estoy tan convencido que siempre lo repito, también en medio de las dificultades más grandes: ¡ella se glorificará! ¡Y ya se ha glorificado! Ella fue quien educó a todas esas figuras heroicas, que se mostraron como tales en tiempos difíciles.

Sí, son realmente héroes los que están ante nosotros. Ustedes los encuentran en ambos sexos, sea que piensen en las ramas masculinas o femeninas. Y ella es la gran Misionera. Ella realizó los milagros. Lo mismo vale, si pienso en las Hermanas o en los Sacerdotes. La Santísima Virgen se mostró en forma especialísima como Madre de Gracias.

MARÍA, REINA DEL PAN

Pero la Santísima Virgen también se mostró como la “Madre del pan”. Puede ser que ustedes no capten este hecho tan profundamente, porque en Suiza no sufrieron la falta de pan. Pero vean cómo la Santísima Virgen, por ejemplo en Dachau, nos dio diariamente el pan… O piensen en Schoenstatt donde se reunió tanta gente en esta semana –se calculaba alrededor de 1.000 personas– aunque cada una sólo podía traer una tarjeta de invitación restringida, todos tuvieron para comer y todos comieron. Y esto en un tiempo en que es muy difícil conseguir algo. O vean ustedes cómo crecen los cursos en Schoenstatt; y todos tienen que ser alimentados en este tiempo tan difícil. Pueden intuir entonces: la Santísima Virgen mereció una corona como Madre del pan y como Madre de gracias, pero también como Madre del hogar.

Los hombres hoy se preocupan si hay de comer. Por eso, en todas partes, se vive ese craso egoísmo que no tarda en producir sus frutos. Y, en cambio, aquí ahora se percibe una comunidad en la cual cada uno lleva al otro en el corazón y se preocupa por él. Una comunidad que, al mismo tiempo, está cobijada en el corazón de la Santísima Virgen, en el corazón de Cristo y del Padre Dios, en el corazón de la Santísima Trinidad.

La Santísima Virgen ha merecido una corona, pues se ha mostrado en toda la Familia schoenstattiana como la Reina por excelencia por su poder y su sabiduría, como Madre de gracias, del pan y del hogar.

REINA DE LA VERDAD, DE LA JUSTICIA Y DEL AMOR

Al mismo tiempo, se mostró como Reina de la verdad, de la justicia y del amor.

En el año 1939, no sólo le ofrecimos una corona sino que también un cetro. Era costumbre, en las coronaciones de la Edad Media, que a la Reina se le entregara un cetro en sus manos con las palabras: “Recibe en tus manos el cetro, el cetro de la verdad, de la justicia y del amor”.

¡Constaten cómo la Santísima Virgen se ha mostrado Reina de la verdad, de la justicia y del amor! Hoy no es fácil ponerse de parte de la verdad, de la justicia y del amor. Eso lo sabe cualquiera que conozca nuestro tiempo y haya tenido que resistirse a los poderosos de este mundo. Cuántos esclavos existen hoy, porque el número de los defensores de la verdad, de la justicia y del amor, sin acepción de personas, es extraordinariamente pequeño.

Nuestra Familia pertenece a esa pequeña grey. Y eso se lo debemos a la Reina de la verdad, de la justicia y del amor. En medio de todas estas luchas hemos llegado a ser un reino compacto, estructurado por estados de vida y organizado jerárquicamente. En 1939, erigimos espiritualmente un trono a la Santísima Virgen y le repetimos las palabras:

Sta et tene locum! Permanece aquí y toma posesión del lugar, que está preparado para ti desde toda eternidad!”

Vean cuán fiel permaneció la Santísima Virgen al lugar de Schoenstatt en los años pasados. Vayan a Alemania y vean cómo está todo. Schoenstatt permaneció como un paraíso en medio de un montón de ruinas. Por eso con razón podemos afirmar: la Santísima Virgen no sólo es Reina coronada sino que también quiere serlo, porque por su actuar en el Reino de Schoenstatt, ha merecido la corona innumerables veces.

REINA DEL UNIVERSO

Y ahora también quiere ser coronada como Reina del Universo. Ella no es sólo Reina del Reino de Schoenstatt en su forma actual, sino que, como Reina de Schoenstatt, quiere llegar a ser también Reina del mundo.

¿Comprenden lo que esto significa? En el retiro dijimos: La Santísima Virgen toma posesión de su trono no para descansar en él, sino para ejercer, desde allí, su poder. Ella quiere recorrer los pueblos conquistándolos y, en esa misión, queremos y debemos ayudarle.

Al querer coronar ahora a la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt como Reina del mundo, reconocemos, por una parte, que la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt tiene derecho a ser Reina del mundo y, por otra, nos comprometemos a procurar que sea reconocida bajo ese título, o mejor dicho, que ella pueda realizar plenamente la tarea que asume.

SALVAR LA PERSONA Y EL ORDEN SOCIAL

Hoy, en todas partes la persona es despojada de su dignidad, y el orden social querido por Dios es sacudido hasta la médula. Con esto queda señalada la doble tarea de la Reina del mundo: ella quiere y debe ayudar a salvar tanto a la persona como al orden social.

Una corta mirada retrospectiva al siglo pasado nos muestra cómo el liberalismo celebró una marcha triunfal que es culpable, en último término, del nihilismo actual. Apareció hace unos 100 años en la historia, primero como liberalismo económico, político y científico. Pretendía liberar a la humanidad de la omnipotencia del Estado y de las leyes estatales; pero la separó también de Dios y de toda ley natural obligatoria. De este modo, causó, por todas partes, una completa atomización de la sociedad humana.

En estos días, la sociedad aparece ante nosotros como una gran máquina y no como un organismo o una familia de pueblos. Los grandes del mundo tratan de lograr nuevamente una unidad entre los pueblos. Lo que no logró la Liga de las Naciones trata de realizarlo ahora Naciones Unidas. Pero tampoco les resultará. La máquina sigue siendo la misma, sólo cambió de conductor. Así como en su tiempo, cuando los hombres construían la torre de Babel, sin Dios y contra él, y Dios, de repente, descendió y destruyó la obra y dispersó a los hombres, así también fracasarán hoy día todos los intentos de unir a los pueblos. Dios pensó a los pueblos como una familia, como un organismo y no como una máquina. Pero no hay unidad de los pueblos sin Cristo, la Cabeza, y sin la Santísima Virgen, corazón de esta familia. Este es el único orden social y mundial querido por Dios.

Por eso, quien entiende correctamente la coronación de la Santísima Virgen, sabe que tiene en sus manos un medio excelente para salvar el orden social deteriorado y para restablecer la paz destruida entre los pueblos.

Un pensador francés hace notar que “si Dios borra algo, lo hace para escribir algo nuevo”. Da la impresión de que Dios borra actualmente, a gran velocidad, todos los intentos para lograr la unidad del mundo. Al parecer quiere escribir muy pronto, en forma eficaz y nuevamente, su orden en el corazón de los pueblos.

Siguiendo su voluntad, coronamos a la Santísima Virgen como Reina del Universo y asumimos todas las obligaciones que se derivan de ello. No queremos hacer grandes discursos. Después de conocer la verdad, tratamos de hacerla realidad en lo pequeño, es decir, fundamos en pequeño un reino ideal, un estado ideal. En cada una de las agrupaciones, en cada grupo, en cada filial, la Santísima Virgen debe ser la Reina y Cristo, el Rey. Nos inclinamos ante sus deseos y leyes, ya sea que se trate de la ley natural o de una ley positiva. Así reconocemos los derechos reales de ambos sobre nuestro pequeño Reino. Y mientras más sean las agrupaciones que se propongan esta finalidad, más rápidamente y con más seguridad, Cristo será Rey y la Santísima Virgen, Reina de círculos más amplios. Si tomamos en serio las palabras: Schoenstatt mi mundo, mi mundo debe ser Schoenstatt, estamos en el mejor camino para solucionar, cada vez más, los grandes problemas de la época: la salvación de la persona y del deteriorado orden social.

MADRE Y REINA TRES VECES ADMIRABLE DE SCHOENSTATT

No nos olvidamos que con ello no coronamos simplemente a la Santísima Virgen, sino que lo hacemos, expresamente, como Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt.

¿Saben lo que eso significa?

Ella quiere realizar, desde aquí, en forma original y por medio de nosotros, la gran tarea que asumió. Esta originalidad está determinada esencialmente por el espíritu del Acta de Fundación. Este es el espíritu

– de una Alianza de Amor perfecta entre la Santísima Virgen y Schoenstatt,

– que adquiere un sello especial por la fe práctica en la Divina Providencia,

– y que se proyecta en una incansable, marcada y perfecta conciencia de misión.

Este triple espíritu es el triple mensaje de Schoenstatt al mundo de hoy.

Si nombramos a la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt como Reina del mundo, ello quiere decir que queremos ayudarle a comunicar este triple espíritu como regalo a todo el mundo.

Esto significa en concreto:

1. Que le pedimos que se preocupe de que los hombres sellen una Alianza de Amor con ella. Que aprendan a conocer, en la vida, los deseos de Dios y a responderle a través de la santidad de la vida diaria y que, animados por una fuerte conciencia de misión, trabajen, en todas partes, por el Reino suyo y del Señor.

2. Que afirmamos nuestra disposición a dejarnos utilizar como instrumentos para estos tres fines.

3. Que asumimos valientemente todas las penurias que encierra un tal trabajo.

Por eso les pido que no sólo vean en esta coronación un simple acto religioso, que enciende el corazón sólo por un momento, sino que lo comprendan en toda su trascendencia y abracen, con toda su alma, las tareas que lleva consigo. Así serviremos, en forma eficaz, a la Iglesia, hoy duramente atribulada.

QUIEN CORONA A MARÍA CORONA A LA IGLESIA

Quien corona a la Santísima Virgen corona también a la Iglesia. Y lo que sirve a la Santísima Virgen sirve también a la Iglesia. La Santísima Virgen coronada simboliza para nosotros a la Iglesia coronada.

¡Qué poco sentido tenemos hoy día para el reinado de la Iglesia! Estamos contentos si la Iglesia puede ocupar una buhardilla y tiene derecho a existir en un rinconcito del mundo. Olvidamos que ella debe ser la Reina coronada de todos los pueblos y que debe asumir la conducción espiritual del mundo.

Si creo en el reinado de la Santísima Virgen también creeré en el reinado de la Iglesia. Si trabajo por el reinado de la Santísima Virgen también trabajo por el reinado de la Iglesia.

Ustedes me dirán: ¿Pero, nosotros, seres tan pequeños e insignificantes, tenemos que realizar una tarea tan inmensa? ¿Se han olvidado, acaso, cuán pequeño comenzó Schoenstatt? ¡Sólo un puñado de insignificantes estudiantes fueron elegidos entonces como instrumentos! ¿No saben que Dios siempre ama lo pequeño y lo más ínfimo? Imagínense que tuviéramos acá ante nosotros a san Pablo y que nos mirase; diría solemnemente: “¡No hay muchos doctores entre ustedes, no son muchos los sabios –no hay capitalistas– pero Dios eligió precisamente lo pequeño para confundir a lo grande del mundo!”.

Y, finalmente, ¿no les dice nada una fe así en la Divina Providencia, que Dios no sólo está detrás de los acontecimientos del tiempo y del mundo, sino que, también en ciertas ocasiones interviene poderosamente en el engranaje del tiempo, tan pronto como se hace necesario? De nosotros sólo exige que hagamos lo nuestro en cada instante.

En la Segunda Acta de Fundación, se llama la atención sobre una frase de Donoso Cortés: él hace notar que Dios permite, en algunas épocas, que su Iglesia, poco a poco, sea arrinconada por sus enemigos. Pero después, cuando parece que estuviera vencida, aparece de repente en la cúpula del templo, hace resonar las trompetas y se derrumban los muros de Jericó. Personalmente estoy convencido de que Dios no desea esperar mucho. Pronto aparecerá en la cúspide del templo del tiempo actual. Pío X previó esta época. Además, estoy convencido de que Dios nos quiere utilizar como instrumentos para la renovación del mundo. Desde que, por la Inscriptio, hicimos más perfecta nuestra Alianza de Amor con la Virgen, podemos estar compenetrados del convencimiento de que la Santísima Virgen se quiere glorificar, en nosotros y a través de nosotros, en la forma más manifiesta posible. En el futuro podremos arriesgar lo imposible, siempre que tomemos en serio nuestra Inscriptio y que hagamos valer nuestras exigencias de amor.

Ustedes, como suizos, tienen con esto claramente ante sí la tarea futura. Vean en la coronación la tarea: ser, en Suiza, y realizar, en Suiza, todo aquello que expusimos anteriormente.

LLEVAMOS UNA PEQUEÑA CORONA

Nuevamente se me viene a la mente la frase citada: “Aún puedo llevar mi pequeña corona”. Si coronamos a la Santísima Virgen, ella también nos corona a nosotros. Ese es el sentido más profundo de nuestra Alianza de Amor mutua. La coronación no es otra cosa que una forma concreta de la Alianza de Amor. La nueva corona que la Santísima Virgen pone sobre nuestra cabeza como respuesta a su coronación, la podremos llevar solamente si en nuestra vida diaria tratamos de anunciar al mundo, de algún modo, el triple mensaje ya descrito. No basta con que hayamos sido buenos o nos hayamos portado bien: también tenemos que esforzarnos con seriedad por trabajar, apostólicamente, en forma esclarecida y eficiente, en el marco del triple mensaje. Cada uno de nosotros debe hacerlo personalmente. Pero también debemos tender a ello como comunidad.

Así queremos coronar realmente a la Santísima Virgen. Y entonces podremos decir que, venga lo que venga, permaneceremos fieles. ¡Nuestra vida por nuestra Reina! Coronamos a la Santísima Virgen, y la Santísima Virgen nos corona a nosotros. ¡Morimos por nuestra Reina!

Es una lástima que todos los schoenstattianos de Suiza no hayan podido estar aquí. Espiritualmente queremos verlos entre nosotros, cerrar filas, ser un solo corazón y una sola alma, unidos y entrelazados fuertemente el uno con el otro y en el otro.

Hoy estamos alrededor de una pequeña ermita. Pero no pasará mucho tiempo antes de que surja aquí un Santuario tan parecido, o más bien igual al de Schoenstatt. Una casa provincial de las Hermanas con un Instituto de Adoración, con un lugar para ermitaños… Con el tiempo, de lo pequeño surgirá algo grande. Si lo grande se logrará o no, eso dependerá de nuestra fe en la Santísima Virgen, si le ofrecemos a ella nuestro corazón y hacemos valer nuestras exigencias de amor.

Por eso: ¡Nuestra vida por nuestra Reina!

¡Morimos por nuestra Reina!

Más no puedo decir esta tarde. Que la Santísima Virgen siga enhebrando en ustedes las ideas que les expuse. Finalmente, de nuevo agradezco de corazón, a todos aquellos que han colaborado abnegada, fiel y sencillamente y que se esforzaron por honrar a la Santísima Virgen. Y ahora procederemos a la coronación.