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EL DUELO POR LA MUERTE DE UN SER QUERIDO

En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido es TOTAL: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y especialmente el futuro. Toda la vida, en su conjunto, duele.

J. Montoya Carrasquilla, 1998

¿Cómo vemos la muerte?

A pesar de que la muerte es un proceso más de la vida, la misma resulta traumática y difícil de superar en muchas culturas, incluyendo la nuestra. Todos los seres humanos nacimos y morimos. No hay otra situación más igualitaria y compartida que la condición de ser “mortales”, sin embargo nuestro conocimiento acerca de la condición de seres mortales es solamente intelectual. Habitualmente experimentamos la vida, no la muerte. Estamos muy aferrados a nuestro cuerpo físico y su pleno funcionamiento, la enfermedad y más aun la muerte, son procesos que generalmente nos provocan angustia y miedo.

Esta poca preparación para asumir la muerte ha existido siempre, pero en la actualidad por la mejoría de la calidad de vida y el aumento de la expectativa de vida nos enfrentamos a la muerte con menos frecuencia de lo que lo hacían nuestros antepasados. Antiguamente la muerte de un hermano, amigo o pariente era una experiencia habitual desde la infancia o la adolescencia, por lo tanto existía un aprendizaje temprano. Para nosotros, este tipo de pérdida suele tener lugar más tarde en nuestras vidas. Por esta razón, tenemos menos oportunidades de aprender sobre el duelo, cómo sentirse, cómo obrar correctamente, que es “ normal “ o cómo superarlo.

Existe el mito popular de que no existe forma de prepararse para cualquiera de las pérdidas importantes de la vida y mucho menos para la perdida de un ser querido. Sin embargo, esto sí es posible.

Una de las principales razones por las cuales se nos hace tan doloroso y difícil asimilar y afrontar la muerte de un ser querido es la falta de aceptación socio-cultural sobre todo lo relacionado con la muerte y nuestro gran desconocimiento sobre el proceso de duelo.

En nuestra cultura evitamos hablar de la muerte, su sola mención nos estremece y nos llena de temor y rechazo. Evitamos hablar del tema y nos auto engañamos, considerando que si no hablamos de la muerte tal vez ésta no se instalará entre nosotros. El lógico desenlace de nuestra propia muerte no es tema de conversación familiar ni de tertulia entre amigos. Estas conductas solo logran que el conocimiento que tenemos de los procesos de duelo sean mínimos y que por lo tanto contemos muchas veces con escasos recursos psicológicos para enfrentar las pérdidas.  

Lo primero que tenemos que hacer para prepararnos a las pérdidas es romper el silencio respecto a ellas. Muchas personas tienen la superstición de que si hablan de la muerte ésta sucederá, pero nada tiene que ver esto con la realidad. 

Una de las tareas más importante en la vida es comunicar nuestros sentimientos y temores a nuestros seres queridos. Ello no es algo morboso cuando a la pérdida se refiere. No es volverse pesimista ante la vida, es optimista quien también es realista. Se trata de asumir una posición en la vida de decir: Puedo superar cualquier pérdida en mi vida. Los seres humanos solemos defendernos de la angustia tratando de pensar que no tendremos pérdidas y que si no hablamos de ellas las evitamos. No se trata de estar hablando constantemente de estos temas, pero necesitamos verlos con naturalidad y como una parte importante de la vida. Solemos pensar que felicidad es ausencia de pérdidas o ausencia de problemas y en realidad la salud mental, eso que llamamos “felicidad”, tiene más que ver con tener con los mecanismos adecuados para enfrentar los problemas, en este caso las pérdidas, y no con la ausencia de los mismos. No podemos incidir en lo que pasará, no podemos evitar la muerte, pero sí está en nuestras manos cómo aprender a manejar los duelos, cómo evitar sus complicaciones y cómo enfrentar la pérdidas.

Prepararse para la pérdida es fortalecernos nosotros mismos para la tarea de encargarnos de nuestro pesar. No es fácil ni agradable. Pero es necesario y posible. Y en la medida que ha decidido que puede hacer cosas para prepararse para las pérdidas inevitables de la vida, ha empezado a encargarse de su propio destino.

Diferencias culturales y religiosas en la concepción de la muerte

Las personas pertenecientes a distintas culturas suelen afrontar la muerte de formas bien diferentes. En la cultura oriental y africana la idea de la muerte bien poco tiene que ver con la nuestra, no siempre es causa de dolor y casi nunca la consideran una pérdida sino otra etapa de un proceso hacia una vida diferente u otra fase de la existencia. La muerte es concebida más como una fase de un ciclo que como un final absoluto. Desde el surgimiento de la humanidad, se han desarrollado ceremonias y rituales sociales para afrontar la muerte y las características de éstos dependen de la concepción que se tenga de la misma. Estos rituales pueden ser de corte social o privados y tranquilos. En algunas culturas el período de duelo es fijo, en otras no. En muchas de estas culturas la defunción de un ser querido puede llegar a ser motivo de fiesta y más bien se alegran de que la persona fallecida haya descansado o se haya proyectado a una nueva dimensión, generalmente considerada más elevada y feliz, en la cual continuará vivo su espíritu. Estas concepciones sobre la muerte serán importantes a la hora de elaborar el duelo.

Cualquier persona que alcance una edad madura, deberá vivir en promedio por lo menos tres o cuatro etapas de duelos especialmente dolorosos a lo largo de sólo 40 ó 50 años de vida. Motivo y razón suficientes para tener información de cómo se elabora el duelo. Es psicológicamente sano y recomendable que aprendamos a aceptar que la muerte es una parte natural de la vida, que no tiene que ser necesariamente traumática para quienes debemos vivir el duelo.

El proceso de duelo

Como señalamos en la introducción, a la respuesta personal ante una pérdida como la muerte de un ser querido se le denomina duelo. Esta palabra proviene del latín “dolus”, que significa dolor.

Cada persona siente el duelo según su idiosincrasia, carácter, creencias y recursos personales. Es evidente que las características del duelo, su intensidad y su duración varían según la personalidad de cada uno. Sin embargo, existen algunos modelos generales que revelan la universalidad de tal experiencia.

Muchos estudiosos y teóricos del tema exponen diferentes etapas y modelos para este complejo proceso. En cada uno de estos modelos se explican fases típicas de respuestas afectivas en el duelo. A pesar de considerarse universal no se puede perder de vista la individualidad del mismo donde cada ser humano es un ente único e irrepetible. Pensamos que el dolor individual no se acomoda a un sistema preestablecido, pero hay características generales que podemos compartir. Nuestro modo de experimentar el duelo tiene bastante en común con el de otras personas, pero también revela mucho de nosotros mismos y de nuestras relaciones.

Lejos de describir todos los modelos y fases que describen los estudiosos del tema, existen tantos modelos como teóricos del mismo, hemos decidido hablar de los aspectos más generales y comunes de una forma sencilla y compresible de manera que lejos de atormentar y aburrir, pueda ayudar a dar los recursos de ayuda necesarios para aprender del tema.

El proceso de duelo está repleto de cambios emocionales, generalmente ocasionados por la ruptura de unos hábitos de vida. No es un sentimiento único, sino más bien una completa sucesión de ellos.

Esta cascada de emociones no convierte al duelo en una enfermedad, es un proceso que conlleva el descubrimiento personal de nuevas formas de vidas, la reorganización paulatina y lógica de nuevas rutinas cotidianas. Se produce en el proceso de duelo un descubrimiento de nuevas motivaciones y razones para seguir adelante con la vida. Se reacomodan y reajustan en el mismo las emociones. Trae como consecuencia la normalidad de los sentimientos y el encuentro de paz interna. En este proceso activo vivenciamos una etapa triste y dolorosa que debemos superar y de la que debemos aprender. Por ello, es prudente y recomendable iniciar con responsabilidad nuestro proceso de duelo; no negarse, no evadirse, esconderse o disfrazarse de valor. Esas conductas solo harán que mañana las consecuencias de un duelo reprimido sean más graves, dañinas, nocivas y dolorosas. Superar las etapas del proceso de duelo de una forma sana, nos ha de permitir superar el dolor, aprender de la experiencia y vivir en homenaje y gratitud a la persona fallecida.

El proceso de duelo precisa de cierto tiempo para ser superado, no es posible acortarlo. Este periodo de tiempo es limitado, puede variar de persona a persona pero no se extiende a lo largo de toda la vida.

Vivir de manera adaptativa un proceso de duelo no significa olvidar, dejar de amar, evadir o negar los recuerdos. Tampoco negar el dolor, ni esconderlo o esquivarlo. Superar un duelo significa que estaremos en condiciones anímicas y emocionales para hacernos cargo responsablemente de nuestros deberes laborales, sociales, familiares, personales y económicos; y sobre todo, que estaremos en condiciones de convertir nuestra vida en una serie de vivencias positivas que sean un homenaje digno a la memoria del ser querido ausente, que volveremos a disfrutar la vida y, esto es importante remarcarlo, si hacemos un proceso de duelo adecuado podemos disfrutar totalmente nuestra vida. En ese proceso aprendemos a sentirnos cómodos tanto con los recuerdos positivos como con los negativos del difunto.

Con frecuencia se piensa que dejar pasar el tiempo es una manera fácil de superar el duelo, dando paso a la opinión popular de que “el tiempo todo lo cura”. Efectivamente el proceso como decíamos anteriormente lleva tiempo pero el tiempo sólo nada soluciona, es lo que cada uno hace dentro de ese tiempo lo que nos ayuda; si alguien no hace nada por su propia “curación” con responsabilidad, el paso del tiempo por sí no resuelve el problema.

Las etapas o fases del duelo

Es normal que en las dos primeras semanas nos sintamos aturdidos y confusos con nuestras emociones, con dificultades para volver a la rutina diaria. La sensación de aturdimiento y confusión suele ir acompañada de dificultades para creer lo que realmente ha ocurrido. Esta sensación puede tener lugar a pesar de que el fallecimiento hubiera sido esperado. Sin embargo, la sensación de irrealidad puede llegar a ser un problema si persiste durante mucho tiempo. El ver el cuerpo del fallecido puede ser, para algunos, la forma de empezar a superar esta fase. De forma similar, para algunas personas, el funeral es una ocasión en la que se empieza a afrontar la realidad de lo acontecido. Se recomienda no negarse a esta parte del proceso, no reprimirse, no bloquearse, por el contrario: es aconsejable dejar fluir el dolor, llorar cada vez que así lo desee. Hablar de la persona fallecida, hablar “con ella”. Pero cuidado, en esta primera etapa también aparecen pensamientos y sentimientos de culpa, rabia y tristeza. Aspectos que se deben comenzar a procesar como punto de partida para poder superar y sobrellevar el duelo.

Posteriormente desaparece este aturdimiento que suele ser reemplazado por una intensa sensación de agitación y desasosiego con anhelo de la persona fallecida. El afectado por el duelo alberga de algún modo el deseo de encontrarse con el fallecido aunque sabe que esto es claramente imposible. Esto hace difícil relajarse, concentrarse en cualquier actividad o dormir adecuadamente. Resulta frecuente en esta etapa la aparición de trastornos del sueño con pesadillas, o sueños recurrentes con el ser querido. Algunas personas pueden sentir que “ven” a su persona amada en cualquier lugar en el que hubieran estado juntos con anterioridad. Los afectados frecuentemente se sienten muy disgustados e irritables en este momento del duelo. Principalmente con los médicos y enfermeras que no pudieron evitar la muerte, con sus familiares y amigos que no hicieron lo suficiente o incluso con la persona fallecida por haberlos abandonado.

Según la agitación disminuye, los períodos de tristeza se hacen más frecuentes y alcanzan su máxima intensidad a las 4 o 6 semanas del fallecimiento. Episodios de gran aflicción o pena pueden surgir en cualquier momento; desencadenados por personas, lugares o cosas que recuerdan a la persona fallecida. Generalmente a los 2 meses de la muerte los signos y síntomas más agudos que describimos anteriormente suelen ir perdiendo fuerza, pudiendo la persona adaptarse mejor: recuperar el sueño, el apetito y el funcionamiento normal.

Algo muy importante que se debe tener en cuenta durante esas primeras seis u ocho semanas es abstenerse de tomar decisiones importantes que puedan tener trascendencia hacia el futuro inmediato o a medio plazo: cambiar de casa, de trabajo, jubilarse, dejar los estudios, cambios drásticos en las rutinas o costumbres, etc. Debe esperarse un plazo más prudente; los normales desórdenes emocionales que se presentan tras el fallecimiento de alguien cercano nos vuelven muy influenciables, débiles, frágiles, sensibles e impresionables. Recuerde: el duelo no es una enfermedad, no estamos enfermos, estamos pasando y viviendo un proceso de adaptación.

También debe entenderse como parte normal del proceso que, de vez en cuando, surgirán recaídas en el ánimo y períodos de tristeza, poco a poco más breves; los cuales irán espaciándose progresivamente. En algunos casos estas recaídas siguen presentándose por un tiempo y su intensidad disminuye paulatinamente. Caso de continuar con etapas depresivas fuertes e intensas es aconsejable consultar un especialista. Durante el primer año aparecerán períodos difíciles coincidentes con las “primeras veces”: primera fecha de cumpleaños sin su presencia, primer día de la madre sin ella, primera navidad, primer 31 de diciembre, aniversario de su fallecimiento, etc. En algunos casos este primer aniversario es especialmente doloroso y no debemos extrañarnos por las manifestaciones emocionales que puedan vivirse. Lo cual no significa necesariamente que el duelo no se esté procesando o llevando a cabo, ni que se haya perdido todo lo que hasta aquí había logrado superar. Estas recaídas suelen ser breves y en un par de días podrá seguir adelante con cierta normalidad. A estas recaídas suelen llamarlas algunos especialistas Fenómeno de Montaña Rusa, para mejor describir las altas y bajas del proceso en esta fase.

Las etapas del duelo anteriormente descritas con frecuencia se superponen y se muestran de diferentes formas en diferentes personas. La mayoría de las personas en duelo suele recuperarse en el primer o segundo año tras el fallecimiento. La fase final del proceso de duelo es la desvinculación de la persona fallecida y el comienzo de un nuevo tipo de vida. La tristeza desaparece por completo, el sueño mejora y el nivel de energía retorna a la normalidad. Se recuperan los deseos de vivir la vida y comenzamos nuevamente a disfrutar todo lo que anteriormente nos entusiasmaba. Esto es lo esperado y no hay que sentirse culpable o avergonzarse de ello.

Las fases del duelo son muy parecidas a las etapas por las cuales una herida cicatriza y cura. Pudiéndose presentar de diferentes formas: simultáneamente, solo algunas de ellas, predominar una sobre otras, persistir algunas por un tiempo más prolongado o continuar en la siguiente fase del duelo. Su presencia nos ayuda a entender y ver el duelo como lo que es: un camino a recorrer.

Todo el proceso anteriormente descrito se resume por algunos autores en 4 fases que pueden estar definidas de la siguiente forma:

La aflicción aguda

Podemos resumir sus características más importantes como: incredulidad, la persona no se cree lo ocurrido, negación-aceptación, confusión, inquietud, oleadas de angustia aguda que aparecen varias veces al día, duran unos minutos y suelen ser disparadas por recuerdos del difunto; agitación, llanto, actividades sin objeto, sensación de ahogo, opresión, respiración suspirante, sensación de vacío, debilidad muscular; preocupación con la imagen del muerto, pensamientos obsesivos, repetición mental constante de los eventos que condujeron a la pérdida y a la muerte misma, y algunos síntomas físicos como sequedad de boca y mucosas, trastornos del sueño y del apetito, manos frías y sudorosas, náuseas, aumento de la frecuencia urinaria, diarrea, bostezos, palpitaciones y mareos.

Conciencia de la pérdida

A medida que los síntomas y reacciones iniciales pierden gradualmente su intensidad, y la persona acepta intelectualmente la nueva situación, en su pensamiento y realidad, comienza la segunda fase del duelo. Cuando el funeral ha terminado y los amigos y conocidos reasumen su vida habitual, el verdadero significado de la pérdida se hace mucho más consciente. Comienza entonces un período caracterizado por una notable desorganización emocional, con la constante sensación de estar al borde de una crisis nerviosa y perder el control. Sus características más importantes son: ansiedad, nerviosismo por la separación del ser querido; culpa, sentimiento común a todo tipo de pérdida; agresividad, también un fenómeno común y natural en el duelo; comportamiento de búsqueda, el superviviente tiende a buscar al muerto en lugares familiares, su presencia todavía puede ser sentida ante lo cual se comporta como si no hubiese ocurrido la pérdida: poner la mesa para dos, preparar la cama, hablar con el difunto, etc.; ensoñación, durante esta fase del duelo los sueños son más vividos. Puede observarse otras reacciones como incredulidad y negación, frustración, trastornos del sueño, miedo a la muerte, etcétera.

Conservación-aislamiento

Esta fase es experimentada por muchos como el peor período de todo el proceso del duelo. Durante la misma la aflicción se parece más a una depresión, ya como enfermedad psiquiátrica. Caracterizada por: aislamiento, la persona prefiere descansar y estar sola; impaciencia, la persona siente que debe hacer algo útil y provechoso que le permita salir lo más rápidamente posible de su estado de duelo; fatiga y debilidad, apoyo social disminuido, desesperación, desamparo e impotencia.

Cicatrización

Este período de cicatrización significa aceptación intelectual y emocional de la pérdida y un cambio en la visión del mundo de forma que sea compatible con la nueva realidad y permita a la persona reorientar su vida, desarrollar nuevas actividades y madurar. Sus características son: reconstruir la forma de ser, esencialmente un proceso de transformación, de “volver a ser” otra persona, lejos de ser completado por el simple hecho de que el individuo haya dejado de llorar. Se retoma el control de la propia vida y se abandonan roles anteriores, papeles o funciones desempeñados anteriormente. Comienza la búsqueda de un significado nuevo para la vida, cerrando el círculo, la herida. Podemos decir entoces que se termina una etapa y que en esta fase se perdona y se asume la realidad con menos idealizaciones. Hay un aumento de la energía física y emocional; se restaura el patrón de sueño normal.

Renovación

Se han realizado los cambios necesarios en el sentido y estilo de vida. En esta etapa se recupera el nivel normal de auto-estima, de verse a sí mismo con un sentido positivo. Se realizan reemplazos apropiados, nacen nuevos intereses; se crea un nuevo proyecto de vida donde no está el fallecido, sólo su recuerdo. Esta es la fase final del duelo.

La duración del duelo

Algunos especialistas afirman que si la especie humana necesita nueve meses para gestar y alumbrar un hijo, quizá sean precisos otros tantos para hacer una buena despedida interna a un ser querido fallecido, culminando así el proceso de separación. La experiencia empírica de la población y la sabiduría popular han cifrado en torno al primer aniversario de la muerte del ser querido una fecha significativa para conmemorarla religiosa y humanamente y empezar a despojarse del luto. Durante ese tiempo, ha debido darse un verdadero proceso interno de cambio y adaptación que para muchos autores empieza a notarse a partir de los dos primeros meses de sobrevenir la pérdida. 

Lo normal y esperable en el proceso es una duración de 6 meses a un año. Puede ocurrir que luego de uno o dos años persistan signos y síntomas del duelo, e incluso puede suceder que permanezcan toda la vida pero esto no es habitual. Si después de 2 años no se ha resuelto el duelo se puede considerar un signo de necesidad de atención por el especialista. Los duelos normales se resuelven finalmente, logrando recuperar el ánimo productivo y la capacidad de disfrutar la vida.

Consejos generales de utilidad para ayudar a elaborar un duelo

• Se deben expresar los sentimientos de tristeza, enojo o rabia. No es recomendable negarse a sentir y ventilar estas emociones.

• Se recomienda compartir los pensamientos y sentimientos con la familia, amigos y allegados.

• Se deben retomar las actividades habituales, cotidianas, no sólo laborales sino también de entretenimiento.

• Es recomendable mantener relaciones personales constructivas y establecer nuevas.

• Se debe expresar el progreso hacia la resolución del duelo, el bienestar que se va alcanzando y no avergonzarse de ello.

• Identificar planes alternativos para alcanzar los objetivos que eran importantes antes de la pérdida.

• Reconocer lo útil de los apoyos sociales y familiares y no negarse a ellos.

Actitudes erróneas que no ayudan en un proceso de duelo

Mecanismo de evitación y negación

Negar la realidad del suceso. Esconder, evadir o evitar las manifestaciones de tristeza. Intentar enmascarar las emociones fingiendo o asumiendo una actitud de falsa fortaleza, calma o despreocupación. Estas actitudes se pueden presentar por estar muy pendiente de la respuesta social o como un intento de evitar causar más pena en otros familiares.

También puede ser una forma de evasión evitar tocar los objetos, ropas y demás artículos personales del ser querido ausente. Asumir que no ha pasado nada y querer autoengañarnos consciente o inconscientemente.

Todo lo que intente reprimir el flujo normal de los sentimientos, la tristeza o el llanto, puede simplemente retrasar y obstruir el procesamiento de cada etapa indispensable para superar el duelo y puede complicarlo. Como consecuencia de todo esto se pueden presentar trastornos de la salud física y mental.

Eliminar todo aquello que recuerde al ser querido

Pretender hacer “desaparecer” aquello que rememore al ser querido, cambiando de lugar sus cosas, es un mecanismo de evitación que interfiere en el proceso normal del duelo. No se recomienda, por lo tanto, cambiar de residencia cuando este acto signifique una forma de evasión o negación. Si se desea cambiar de lugar de residencia debe hacerse conscientemente, entendiendo que allí adonde vamos su recuerdo irá con nosotros.

Intentar reemplazar al ausente

No se debe tomar decisiones importantes en las primeras fases de un proceso de duelo. Los reemplazos lejos de llenar un vacío pueden generar graves problemas afectivos no sólo en el afectado sino en otros. Si la pareja ha perdido uno de sus hijos, no deber enfocarse en que un nuevo hijo reemplazaría al fallecido, sólo será eso: otro hijo.

De manera similar, llegar a aceptar a una nueva pareja es algo que sólo debe intentarse cuando se ha pasado satisfactoriamente el proceso de duelo, no se debe buscar rápidamente un sustituto afectivo. Esto puede traer errores lamentables posteriormente.

De igual manera, buscar consuelo o intentar evadirse a través del consumo de drogas o de alcohol puede agregar muchos problemas, no sólo por sus efectos nocivos sino además por el ya mencionado daño que suelen ocasionar la negación, la evasión y la represión de las vivencias propias del duelo.

Se ha observado que las familias que tienen sistemas de comunicación abiertos y eficaces y facilitan la expresión de los sentimientos tienen mayor probabilidad de llegar a una mayor eficacia en la resolución de las pérdidas con respecto a otras que aplican un modelo de negación o de supresión de sentimientos.

Negarse a participar de las ceremonias como una forma de evasión

Negar u ocultar la realidad no ayudará en el proceso de duelo. Muy al contrario, éstas conductas lo retrasan y ocasionan más tarde un doloroso sentimiento de culpa. Las actitudes que intentan en vano evadir la realidad suelen ser el inicio de un duelo complicado o no resuelto como veremos más adelante.

Obstáculos que se deben superar para lograr el adecuado proceso del duelo

Como exponíamos al inicio, para el fallecimiento de un ser querido generalmente no estamos preparados. Habitualmente desconocemos los mecanismos mentales, psicológicos y emocionales para iniciar adecuadamente un proceso de duelo. El manejo de una situación que nos es desconocida, que nos afecta violentamente y descompensa nuestros pensamientos, sentimientos y emociones es muy difícil pero con información lo sabremos hacer mucho mejor.

Sentimientos de culpa

Es uno de los fenómenos más frecuentes en los procesos de duelo y que más angustia crea. Comienza cuando encontramos motivos y razones para pensar que no hicimos todo lo correcto por la persona que perdimos. Nos decimos: si le hubiese dedicado más tiempo; si le hubiese dicho que la quería; si le hubiera acompañado; si no le hubiese quitado la idea de…; si la hubiera llevado a otro médico, etcétera.

Para superar este obstáculo debemos comenzar por entender que es parte del proceso, que se presenta en casi todas las personas que están haciendo un duelo y que se puede superar.

Después de la muerte de un ser querido muchas veces calificamos como errores algunas acciones nuestras. Si ocurre una discusión sin importancia, cotidiana, sin ninguna consecuencia afectiva desagradable entre dos personas que usualmente se aman y se respetan y posteriormente una de ellas fallece, la otra podría sentirse terriblemente culpable. Pero la polémica es parte de la vida.

El sentimiento de culpa provoca que evaluemos como un error algo que hicimos en el pasado o que dejamos de hacer o de decir pero que en su momento era lógico, normal y hasta conveniente. Nuestra relación con quien ha fallecido no estaba basada en la perfección de nuestros actos, seguramente estaba cimentada en el cariño y aceptación mutuos, en la tolerancia. La persona fallecida también cometió sus propios errores, y aún así le amábamos y nos duele su partida. Es muy recomendable para manejar la culpabilidad que suele presentarse en los procesos de duelo perdonar al otro y perdonarse así mismo.

El protagonismo y la autocompasión

Es el caso de aquellas personas que con expresiones de dolor y pena intentan atraer la atención de los demás con victimismo intentando aprovecharse de su duelo reciente para recibir atenciones especiales y exigiendo de forma demandante su atención. Se sienten el centro del conflicto y todos y todo tiene que girar en torno a su desmedido dolor. Esta es una actitud inmadura, egoísta y egocéntrica que puede complicar el proceso de duelo.

La idealización o beatificación del ser querido ausente

Nuestra cultura tiende a convertir al muerto en un ser perfecto que nunca erró y que debemos venerar por esa perfección, haciendo de él un ser sobrenatural. Se debe perdonar, comprender y respetar la memoria del fallecido sin perder su dimensión humana. Esta conducta puede ser un obstáculo en el proceso de superación que conlleva todo duelo.

Reacciones retardadas

Se ha descrito por algunos estudiosos del tema el retardo y aplazamiento del dolor como un predictor de duelo complicado. El aplazamiento del duelo por más de 2 semanas es un indicativo de que el duelo está tomando un curso difícil. En estos casos las manifestaciones del duelo agudo que describimos anteriormente se presentan después de 2 semanas o más tras la pérdida.

Este tipo de reacción parece estar relacionada con el grado de estrés que un individuo puede tolerar en un momento dado; el grado de apego y relación con el muerto, así como el agotamiento psicológico y físico del individuo que muchas veces ha estado de cuidador de un enfermo en fase terminal de 6 a 12 meses. Estos pueden ser factores asociados que contribuyan mayoritariamente a un aplazamiento del duelo.

También se observan reacciones retardadas cuando el individuo aplaza el duelo de manera consciente porque enfrenta un número alto de crisis vitales concurrentes; los cuales superan sus mecanismos adaptativos. En estos casos el retraso en las reacciones puede ser una necesidad psicológica y física para protegerse.

Aquellos individuos que presentan reacciones retardadas o aplazadas, sin una causa evidente o explicada, son candidatos a evaluación y seguimiento por un especialista.

El duelo complicado

Hablamos de duelo patológico o complicado cuando las respuestas del individuo reflejan una mayor intensidad, prolongación o variación del duelo normal. Lo hacen de una manera que no parece adaptativa y que interfiere de manera significativa en el funcionamiento personal y social. Dentro de las complicaciones potenciales que una reacción de duelo anormal o complicado puede provocar podemos señalar el abuso de fármacos, alcohol y drogas, el aislamiento social, la aparición de patologías ansioso-depresivas e incluso el incremento de la mortalidad y suicidio.

Entre los factores de riesgo más frecuentes que pueden complicar un duelo podemos citar:

1. Edades extremas (niños, ancianos).

2. Pérdidas múltiples o acumuladas.

3. Crisis concurrentes.

4. Enfermedad física o psiquiátrica previa o actual.

5. Duelo no resuelto de pérdida previa. Duelos anteriores no debidamente procesados y por consiguiente no superados. No necesariamente de un ser amado, también de otro tipo de pérdidas: trabajo, rol social, etcétera.

6. Pobres o ausentes sistemas de apoyo emocional y social.

7. Relación altamente ambivalente o dependiente con el difunto.

8. La muerte traumática, repentina e imprevista, accidental, incluyendo suicidio.

9. Aquellos que pueden estar disuadidos de expresar su angustia o no tienen oportunidad de hacerlo.

10. Reacción aguda de ansiedad con ataques de pánico al inicio del duelo.

11. Una incierta o no visualización de la pérdida. No ver el cuerpo muerto: desaparecidos, guerra, etcétera.

12. Pérdida social inaceptable: relación de pareja homo/heterosexual que era secreta, muerte por asesinato, suicidio, SIDA, etcétera.

13. Pérdida que es socialmente negada: aborto, homicidio piadoso, etcétera.

14. Situación socio-económica conflictiva.

15. Negación intelectual/emocional de la pérdida.

16. Fase terminal de larga evolución: 6 meses a 1 año.

17. Obligaciones múltiples: crianza de los hijos, economía familiar, etcétera.

18. Síntomas depresivos de diverso grado de intensidad desde el inicio del duelo.

19. Igual edad u otra característica del difunto a la de otra persona significativa muerta en el pasado.

20. Personalidad pre-mórbida: los trastornos de la personalidad o algunos rasgos de personalidad como los dependientes, histéricos, etcétera.

Algunos estudios sugieren que una tercera parte de todas las personas que están pasando por un duelo tendrán que recibir ayuda profesional. Se recomienda por muchos especialistas ante la presencia de estos factores recibir evaluación psicológica y asesoría de resolución del duelo como una garantía para evitar futuras complicaciones.

Ciertas condiciones antes mencionadas como la pérdida de un niño o de una persona clave en el propio sistema de interacción social producen una complicación del duelo que no depende necesariamente de una historia psicopatológica previa.

Duelo y depresión en el adulto

Se calcula que aproximadamente el 16% de las personas que han padecido la pérdida de un ser querido presentaron un cuadro de depresión durante un año o más después del fallecimiento. Culpa y tristeza son sentimientos que ocurren inevitablemente tanto en el duelo patológico como en el normal. Pero duelo y depresión no son sinónimos. No necesariamente el hecho de sufrir una pérdida y atravesar un duelo va a desencadenar una depresión. Lo que ambos sentimientos tienen en común es su expresión a través de tristeza, llanto, tensión, pérdida del apetito y/o de peso, insomnio, pérdida del interés sexual, abandono de actividades externas. La diferencia radica en que el proceso de duelo tiene como explicamos anteriormente varias etapas y se va revirtiendo la tristeza a medida que pasa el tiempo hasta que se recupera el estado de ánimo normal.

Tanto en el duelo como en la depresión aparecen autorreproches, pero en el duelo se refieren a las cosas que se dejó de hacer con la persona fallecida, mientras que en la depresión la culpa esta centrada en sí mismo. En el duelo normal los síntomas agudos suelen durar de 1 a 2 meses, mientras que en las personas con un trastorno depresivo la duración es más prolongada. Es muy importante considerar que las personas deprimidas tienen un mayor riesgo de presentar conductas o ideas suicidas en tanto que las personas que atraviesan un duelo normalmente no las tienen.

Duelo no resuelto

En estos casos los síntomas y reacciones de las fases tempranas continúan sin cambios en el tiempo. Cuando esto se produce el proceso de duelo ha fracasado. Como resultado, el individuo permanece en un profundo y doloroso duelo como estilo de vida. Este tipo de reacciones es a menudo vista en nuestra cultura en mujeres mayores que han sido muy dependientes del que ha muerto o cuya compenetración ha sido tal que su identidad ha sido enterrada con el individuo muerto. También se observa en personas muy dependientes que necesita de proveedores materiales y afectivos que le ofrecen seguridad y que nunca han logrado la autonomía ni el control sobre su vida.

Duelo infantil

El duelo infantil muchas veces se convierte en un problema de salud para el niño con implicaciones familiares importantes. Generalmente, los adultos queremos evitarles angustias a nuestros hijos y a los pequeños de la familia. Evitamos comunicar lo que sabemos pudiera resultar desagradable o penoso para el niño. Por estas razones, adornamos la verdad con fantasías y le ofrecemos un escenario del mundo muchas veces muy distante del ambiente real. Esta tendencia sobreprotectora, unido a un gran desconocimiento de las etapas del desarrollo psicológico del niño por el que nos parecen disminuidos o adultos en miniatura, hace que el tratamiento de la información sobre la muerte de un ser querido y el posterior manejo del duelo infantil, sea muchas veces de forma bastante inadecuada. Con repercusiones negativas para el niño y su futuro desarrollo psicológico.

Lo que se le dice al niño y cuándo se le dice

Los adultos suelen estar presentes cuando muere un ser querido, o si no lo están la información les llega rápidamente. En nuestra sociedad, en cambio, esto no ocurre con los niños, y la información suele ser tardía, misteriosa y confusa. Debido a esto, muchas veces la respuesta del niño no está en armonía con lo ocurrido. Cuando muere uno de los padres, casi siempre es el progenitor sobreviviente el que informa a los hijos de este hecho, lo que indiscutiblemente es un paso penoso y difícil.

En la mayor parte de los casos, esta información se entrega de forma inmediata, pero en algunos llega a postergarse por semanas e incluso meses o años. El guardar silencio acerca de la muerte no ayuda al niño a afrontar la pérdida. Al hablar sobre la muerte con un niño, la explicación debe mantenerse tan simple y directa como sea posible. Se le debe decir la verdad usando detalles suficientes para su nivel de comprensión, y sus preguntas deben ser respondidas con honestidad y sin rodeos. A los niños se les debe dar seguridad, a menudo se preocupan de si van a morir también, o si su otro padre les va a abandonar. Debemos asegurarnos de que el niño entiende toda la información ofrecida.

Generalmente, se dice al niño que el muerto se ha ido de viaje o que está en el hospital, o que ha ido a dormir. El niño no entiende que se trata sólo de una metáfora y para él, irse a dormir o al hospital pasa a convertirse en un hecho peligroso. Es frecuente decir en nuestro medio que el fallecido se fue al cielo. En este caso, el cielo para el niño no pasa a ser diferente de otros lugares físicos como la ciudad o la casa de un familiar. El niño comienza a preguntar dónde queda este lugar, quiénes viven ahí, etc.; y suele creer entonces que el fallecido regresará pronto.

En mis años de práctica clínica he tratado numerosos casos de información mal manejada por la familia con posteriores consecuencias negativas en el niño. Recuerdo el caso de un niño de 5 años al que se le dijo que su padre muerto estaba en el extranjero y el día de su cumpleaños lloró porque su papá no lo llamó para felicitarlo; o la niña que fue descubierta por la abuela hablando por teléfono con su madre muerta porque le habían dicho que estaba en el cielo. En consulta confesó que por la noche tomaba el teléfono y hablaba a su mamá en el cielo pensando que era un lugar.

Muchas veces, cuando al niño no se le habla en casa de lo sucedido de forma adecuada, obtiene en la escuela la información por medio de un amigo pero no comenta nada en el hogar porque se da cuenta que los familiares evitan el tema y les crea angustia.

Cómo debemos manejar la información con el niño

Este manejo dependerá de la edad que tenga, su etapa de desarrollo, la elaboración sobre la idea de la muerte y el vínculo familiar con el fallecido. Otro factor importante a tener en cuenta es la creencia sobre la muerte que tenga la familia.

A pesar de estos factores a tener en cuenta se debe dar información lo más precisa posible sobre lo ocurrido, permitirle hacer toda clase de preguntas y contestar del modo más honesto posible.

Las informaciones importantes que debe saber son:

• El muerto no regresará.

• El cuerpo se encuentra sepultado en el cementerio; no está en el hospital, etcétera.

• La muerte es un proceso natural de la vida.

Esta conversación debe incluir las palabras apropiadas como: cáncer, muerte y murió. No se debe usar eufemismos tales como, “él se fue al más allá,” “él está dormido” o “lo perdimos” porque pueden interpretarse mal y confundir al niño. Esta información es difícil de dar porque los adultos queremos proteger a los niños de la impresión de muerte y de la situación de duelo. No se debe dramatizar esta información ni reprimir totalmente los sentimientos. Puesto que los niños dependen de los padres y otros adultos para sus cuidados y necesidades, la pérdida de alguien importante les puede hacer sentir miedo por la incertidumbre de quién les va a cuidar. Esta información debe quedar clara y expresarse explícitamente en el momento en que se esté dando la información.

Se debe tener en cuenta que los niños interpretan rápidamente la información extraverbal y cuando un padre teme expresar sus sentimientos, los hijos también reprimen los suyos y dejan de hacer preguntas al respecto. Sólo cuando se les da información verdadera y el apoyo necesario, los niños son capaces de asumir y responder al duelo en forma realista y sana.

Cómo se elabora la muerte

Las ideas de muerte de un niño derivan de su maduración psicológica y de las etapas de desarrollo que va alcanzando. Interviene además las tradiciones familiares y las relaciones con su grupo de amigos. Los niños comienzan a preguntar sobre la muerte en determinadas circunstancias, como cuando ven un animal muerto por ejemplo. Es importante en este momento responder todas sus dudas para que se forme en él una adecuada idea de la muerte. Lo más importante es decir al niño desde pequeño que todos vamos a morir algún día, que esta es una ley de la naturaleza y que en ese momento es normal sentir pena y deseos de que esa persona regrese con nosotros. Si natural es la muerte, con naturalidad debemos hablar de ella.

El proceso de duelo en el niño

A diferencia de los adultos, los niños no experimentan un duelo intenso y continuo de reacciones emocionales y conductuales. Los niños pueden mostrar su duelo de manera ocasional y breve dado que la capacidad en ellos de experimentar emociones intensas es más limitada. Los episodios de pena en los niños tienden a ser más cortos. Ellos no pueden explorar de una manera racional todos sus pensamientos y sentimientos como lo hace un adulto. En el proceso del duelo infantil el comportamiento es más importante que la expresión verbal de los sentimientos. A pesar de esto, el duelo dura mucho más tiempo que en los adultos, y quizás necesite ser analizado varias veces durante el desarrollo de la vida de un niño y continúa a través del tiempo. Los niños pueden pensar repetidamente sobre la pérdida, principalmente en los momentos especiales de sus vidas: irse de campamento, al graduarse en la escuela, etc.

Algunos aspectos afectan la manera en que el niño experimenta el duelo: la etapa de desarrollo en que se encuentre, su edad, sus rasgos incipientes de personalidad, sus vivencias anteriores con la muerte, y su relación con el fallecido. Otros factores que pueden influir en el proceso de duelo son: las características de la familia, el ambiente que rodea al niño, la capacidad de comunicación de los familiares, la estabilidad de la familia después de la pérdida, la causa de la muerte, cómo se satisfacen las necesidades del niño, las oportunidades que él tenga de compartir sus sentimientos y sus recuerdos, la capacidad de los padres de afrontar las tensiones, y la existencia de relaciones firmes entre el niño y otros adultos.

A pesar de que existen diferencias en el proceso de duelo de acuerdo a las características del niño y de la familia, como expusimos anteriormente, existen algunas pautas universales en el mismo. Después de la muerte de un familiar el niño demanda la presencia del ser querido con tanta persistencia como un adulto, abrigando en ocasiones la esperanza de que el fallecido pueda volver pero cuando reconoce la realidad se vuelve triste o colérico. Los niños pequeños se ponen extremadamente furiosos. A veces se puede comprobar que experimentan una viva sensación de la presencia de la persona muerta. Pueden tener estallidos de cólera por la pérdida sufrida y también sentimientos de culpabilidad, temer que los familiares sobrevivientes mueran; es decir, el resultado de una pérdida es temer sufrir otra. A menudo se encontrará ansioso y tendrá conductas difíciles de comprender.

Cuanto menor es el niño menos posibilidades hay de que el duelo se parezca al de un adulto.

El duelo en las diferentes etapas del desarrollo infantil

De 0 a 2 años de edad

No reconocen lo que es la muerte aún, pero vivencian la falta del familiar ausente, con más intensidad si ésta es la madre. A pesar de que no hay una comprensión cognitiva de la muerte son sensibles a los cambios de organización y cuidados, a las emociones intensas negativas de los padres o cuidadores. Puede observarse llanto, irritabilidad, o por el contrario una conducta indiferente, apática, no responden al afecto de los adultos. Sentir ansiedad ante la separación de los cuidadores. También pueden verse cambios físicos como pérdida de peso, cambios en el apetito, trastornos en el sueño y falta de actividad.

De 3 a 6 años de edad

A esta edad todavía no hay un desarrollo completo del concepto de la muerte, no separan completamente la muerte de la vida y pueden pensar que la persona todavía está viva, o que está viva pero limitada en alguna forma. Ven la muerte como una forma de dormir, piensan que es temporal, reversible y no definitiva. Por esta razón los niños en esta etapa del desarrollo suelen hacer preguntas sobre el fallecido del tipo: cómo come, cómo va al baño, cómo respira, juega, etc. También en estas etapas el concepto de la muerte puede tener un componente de pensamiento mágico. Por ejemplo, pueden creer que un pensamiento malo suyo causó que la persona enfermara o muriera. Los niños menores de cinco años pueden presentar trastornos en la alimentación, del sueño, de la conducta y en el control de las funciones corporales.

De 7 a 9 años de edad

Los niños en esta edad empiezan a mostrar curiosidad acerca de la muerte y es frecuente que hagan preguntas concretas sobre la muerte y acerca de lo que le pasa al cuerpo cuando uno muere. Los niños pueden ver la muerte como algo definitivo pero que le pasa más a la gente vieja (no a ellos). Conciben la muerte como permanente y real pero no son capaces de comprender su propia mortalidad. Pueden desarrollar fobia a la escuela, problemas de aprendizaje, comportamiento agresivo, volverse extremadamente preocupados sobre su propia salud; por ejemplo, mostrando síntomas de enfermedades imaginarias, y aislarse de los demás. También pueden convertirse en niños sumamente apegados y dependientes de otros. Los varones típicamente manifiestan una conducta más agresiva y destructiva; por ejemplo, portándose mal en la escuela, en vez de mostrarse tristes abiertamente. Cuando los padres fallecen los niños pueden sentirse abandonados por ambos padres, tanto el que murió como el que está vivo, ya que el padre vivo queda inmerso en su propia tristeza y no es capaz de brindarle el apoyo emocional que necesita.

De 10 años de edad en adelante

Generalmente después de los 10 años tienen una idea más elaborada de la muerte y la ven como algo inevitable. Entienden que la muerte es irreversible, que le pasa a todo el mundo, la muerte es real, final y universal. Comprenden la diferencia entre vivir y no vivir. Se interesan en los aspectos biológicos de la enfermedad y en detalles del funeral. Comienzan a comprender las consecuencias existenciales de la muerte a medida que adquieren las capacidades para un pensamiento más abstracto y según van madurando emocionalmente. Es frecuente que hablen con otras personas, incluso extraños, como una forma de observar sus reacciones y encontrar pautas que les ayuden a explorar sus propios sentimientos.

Duelo complicado en la infancia

A pesar de los tremendos mecanismos adaptativos que tienen los niños por encontrarse en una etapa de crecimiento, desarrollo y transformación psicológica importante los cuales facilitan asumir las nuevas condiciones de vida como algo natural y coherente, en ocasiones el duelo puede complicarse. Los factores de riesgo que interviene en esta complicación pueden ser factores de la familia, del propio niño a ambos.

Cuando esto ocurre observamos algunas conductas en el niño que por su gravedad o duración pueden ser tributarias de atención por el especialista. Entre las más frecuentes tenemos:

Temor a sufrir otra pérdida

Los niños que pierden a un padre temen perder también al otro, ya sea por abandono o por muerte. Esto puede evitarse si se le explica de forma clara la causa de la muerte del otro padre, respondiendo además a todas sus preguntas al respecto. Se deben dar muestras de cariño y de seguridad, explicar que el padre sobreviviente esta pasando por un momento difícil pero que no ha cambiado el amor que sentía por el niño, debe quedar claro para el niño que tendrá asegurado los mismos cuidados y el mismo amor. También deben evitarse observaciones que directa o indirectamente hagan al niño sentirse responsable de la muerte del padre o del estado de salud del sobreviviente.

Hay que tener en cuanta el efecto que tienen en un niño las palabras del padre sobreviviente cuando en su proceso de duelo tiene expresiones de dolor y refiere que la “vida ya no vale la pena vivirse”, “yo era el que debía haber muerto”, etc., cuando esto ocurre el niño puede interpretar de manera negativa estas expresiones y aumentar su inseguridad.

El temor de ser abandonado cuando uno de los padres muere se incrementa si se deja al niño con algún extraño por algún tiempo y la familia no maneja el duelo de forma adecuada.

Los signos de alarma comienzan cuando los temores del niño de que pueda morir el otro padre o abandonarlo se mantienen, y se agravan cuando son rechazados o reprimidos por el padre sobreviviente.

Temor a morir también

Este tipo de razonamiento es bastante frecuente. Si se identifican con el padre del mismo sexo, puede ocurrir que cuando muere el padre mueran también ellos. Otro problema es que los niños suelen asociar la muerte con algún hecho cercano y tratan de evitarlo en el futuro para no morir, por ejemplo: enfermar, visitar posteriormente el hospital, etc. La muerte de otro niño es muy difícil de aceptar. Si el niño piensa que la muerte se pudo haber evitado, ya sea por los padres o el doctor, puede temer que le vaya a pasar a él también.

Esperanzas de encuentro y deseos de morir

Es común que los niños guarden la esperanza de encontrarse con el progenitor muerto y piensen que si mueren podrán reunirse con él. Esta conducta se ve con frecuencia ante la pérdida de uno de los padres cuando no se sustituye los afectos y los cuidados que el niño recibía de él. Falta de información o información inadecuada.

Persistencia en culpar o culparse

Se observa una persistencia de la culpa como una complicación del manejo inadecuado del duelo infantil por los adultos o por antecedentes que pudieran reforzarla. Por ejemplo: si el fallecido tenía expresiones del tipo: me vas a matar con tu mala conducta, o, si te portas mal me puedo morir, si te portas mal me iré y no regresare más. También puede culpar al progenitor vivo si éste tenía expresiones con el fallecido parecidas a: te mataré si haces tal cosa, etc. Los niños frecuentemente creen que tienen poderes mágicos. Entre niños cuando después de una discusión uno dice, o piensa: Ojalá se muera. Si ese niño muere después, el niño que lo deseó puede creer que sus pensamientos provocaron la muerte.

Euforia

Cierto grado de euforia es común en niños que no han pasado por el adecuado proceso de duelo. Algunas veces parece probable que se deba a una expresión de alivio al quedar ahora anuladas las restricciones impuestas por el padre fallecido. También se da porque los niños manifiestan que no quieren estar tristes. Su razonamiento es que la persona feliz no muere.

Se ha referido por un estudioso del tema para explicar esta conducta que “la característica más típica de la persona muerta es su inmovilidad, por lo tanto es natural que un niño que tema morir se mantenga en constante movimiento, incluso la idea de mantener con vida a otras personas contribuye a esta respuesta”. Usualmente se interpreta este comportamiento de manera errónea: como que el niño no entiende, no quería al familiar, no tiene buenos sentimientos o que ya rebasó la etapa de dolor.

Es recomendable dadas las complejidades del duelo infantil y la cantidad de variables que intervienen en él la ayuda especializada ante cualquier duda o señal de alarma.

Redes de apoyo al duelo

Las redes de sostén social dan ayuda a las personas que están elaborando un duelo. Las religiones aportan sus ritos y valores. Otros eslabones sociales también representan un apoyo potencial o real. 

En algunos países existen además sistemas de apoyo por los llamados Grupos de Ayuda, formados por personas que han sufrido pérdidas y que tienen un encuentro cada cierto tiempo para intercambiar experiencias, darse ánimo y crear una red de mutuo sostén tanto dentro como fuera del grupo.

A pesar de que todas estas redes de contención social son de vital importancia y ayudan en el proceso de elaboración del duelo, es el individuo con sus características y recursos personales quien puede elaborar de manera positiva una pérdida. Está en nuestras manos que transformemos lo que pudiera ser un proceso devastador y paralizante en una experiencia de maduración y crecimiento personal.

Después del duelo resuelto

Podemos decir que hemos completado un duelo cuando somos capaces de recordar al fallecido sin sentir angustia y desesperación, cuando hemos aprendido a vivir sin él o ella, cuando hemos dejado de vivir en el pasado y podemos invertir de nuevo toda nuestra energía en nuestra vida y en los que nos rodean.

Las personas que se han recuperado de un duelo han ganado a pesar de haber perdido. La muerte y la pérdida no dominan sus pensamientos. Su vida refleja lo acontecimientos del pasado pero se concentran en el futuro. Han aprendido que la vida ya no puede enfrentarles a algo que no pueda manejar.

Mi esperanza es que esta información ayude a los que no han tenido que pasar por este proceso y a los que están atravesando el camino. Tener esta información sentará las bases para pasarlo lo más sanamente posible cuando llegue y los ayudará a crecer en el mismo. Recuerde que su vida tras la pérdida puede ser igualmente plena y satisfactoria.

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