Me presentaré como Juan, un nombre entre millones de nombres. Nací en un lugar precioso, rodeado de árboles frutales, y una linda playa natural y llena de vida.
Mis primeros pasos furon dados con precisión, mis pequeñas piernas tenían que hacerse fuertes para poder recorrer mundo, y aunque no lo sabía, algo de mí ya parecía presentir como sería mi desdichada vida.
Mis primeros recuerdos vienen a mí como sonidos del cantar de los pájaros y del mar, con su vaivén de las olas. En ese pueblo, o más bien en esa playa, solía jugar con mis tirachinas, y con una concha de tortuga donde yo solía aprovechar para guardar las piedras que utilizaba contra algún pájaro o lata que me llamase la atención.
Las piedras que me parecían más bonitas las guardaba para la que fue mi madre. La concha era bastante grande, pero yo la llevaba colgada a mi cuello con una cuerda, también la utilizaba para llenarla de arena y para hacer agujeros en la arena del mar, donde guardaba las conchas de almejas y de caracolas vacías que iba encontrándome por el lugar.
Recuerdo que por aquel entonces yo era un niño más o menos feliz, solitario quizas ,pero feliz. Pero en unos momentos todo cambió.
Mi padre murió repentinamente, y nos dejó solos a mi madre y a mí. Este suceso trajo a mi infancia la mayor de las desgracias. Mi padre siempre fue labrador, y vivíamos de lo que él humildemente aportaba, trabajaba duro, pero con lo que aportaba, según mi madre, apenas daba ni para comer, y según ella el dueño de las tierras creía que aún le daba mucho.
Mi madre cuidaba la casa y tenía que hacer de criada durante horas a los dueños de ésta, ya que estábamos arrendados y a cambio de esto hacía este servicio. Al fallecer mi padre tuvimos que abandonar la casa, ya que tendría que sustituirnos otra familia, que se ocuparía de las tareas de las que se ocupaba mi padre en el campo, y de las de mi madre en la casa.
Veía a mi madre sufrir, ya no solo la pérdida de mi padre, sino también del que hasta entonces había sido nuestro hogar. Yo intentaba calmarla, rodeando con mis pequeñas manos su bonita cara, pero nada le consolaba.
En un plazo de días teníamos que abandonar todo y marchar. Las súplicas de mi madre de nada sirvieron a esos amos poderosos, que por tener bienes se creían dueños del mundo. Al menos así lo veíamos nosotros.
Metimos todas las cosas que nos pertenecían dentro de una sábana, y haciendo un hatillo metió un palo en el nudo y mi madre se lo echó al hombro, destino a donde los pies nos llevaran, teniendo de casa el suelo y de techo el cielo.
Mi madre me dio una mano, mientras que con la otra sujetaba con todas sus fuerzas el hatillo, para que no se le cayeran las pocas pertenencias que poseíamos. Recuerdo que anduvimos mucho rato, y que ninguno de los dos deciamos una palabra.
Yo por no interrumpir su llanto, y ella “quizás” por no saber qué decir. Por fin mi madre rompió ese largo silencio diciéndome: “¿Juan, hijo, tienes hambre”?. Yo rápidamente dije que sí, ya lo creo que tenía hambre, pero hubiese aguantado todo lo que hubiese hecho falta con tal de no interrumpir el silencio y el llanto de mi madre.
Nos sentamos en tierra, debajo de un pino que encontramos por el camino, y por fin salió de mí esa pregunta que temía hacer y que sabía que mi madre no quería oír. “¿Adónde iremos ahora, mama?.“No lo se,Juan, seguiremos andando y después ya se vera”.Tenía muchas más preguntas que hacerle, pero aunque era aún muy pequeño, entendí que podrían esperar, así que después de comer y descansar un poco, la noche nos alcanzó.
Yo tenía miedo, era una noche muy oscura, y nos encontrábamos a saber dónde, pero no podíamos seguir caminando, apenas se veía nada, y mi madre decidió parar en aquel lugar y pasar la noche, sacó una manta del hatillo y nos dispusimos a dormir debajo de un árbol que nos hacía de techo. Mi madre me protegía con su cuerpo, y yo acurrucado en ella, me quedé rotundamente dormido.
Ya estaba amaneciendo cuando oí a mi madre decirme que me despertara. Ya despierto y después de comerme un trozo de pan y queso, seguimos caminando. La tristeza de mi madre seguía acompañándonos, yo le decía cosas, pero ella apenas me contestaba, estaba ausente, como perdida y yo no sabía qué podía hacer.
Recuerdo que pasamos cerca de una fuente donde le pedí que parásemos un poco, ella llenó una bota de agua, era la misma bota que días antes mi padre tenía llena de vino, y al volver del trabajo solía beber algún trago, mientras le contaba a mi madre cómo había sido el día.
Al mirar la bota y después a mi madre, vi como de nuevo rompía a llorar. Hubiese dado mi vida por haber podido volver semanas atrás y que nada de eso hubiese pasado. Caminamos y caminamos hasta llegar a una pequeña granja de gallinas, a mi madre le pareció buena idea el acercarnos y pedir asilo para esa noche, o algo para poder comer. Así que nos acercamos hasta la granja y salió a recibirnos una familia que amablemente nos cobijó esa noche, además de permitirnos lavarnos y darnos algo de comida y ropa gastada de alguno de sus hijos, por si yo la pudiese necesitar.
Al día siguiente, mi madre, muy agradecida por todo, cogió nuevamente mi mano y con la otra el hatillo, que parecía estar más hinchado por todo lo que esta buena familia nos había proporcionado.
No reccuánto tiempo tuvimos que vivir así, repitiendo las mismas escenas una y otra vez y en diferentes lugares. Hasta que un día en un lugar que no quisiera ni recordar, por haber sido fatídico por lo que contaré después, entramos en una finca pues alguien le comentó a mi madre que podrían ofrecerle trabajo. Allí le dijeron que en una lujosa casa de no sé qué ciudad, necesitaban una sirvienta, y que según le comentaron tendría cobijo y un sueldo considerable por los servicios.
Por primera vez desde que faltó mi padre, pude ver una pequeña mueca de felicidad y alegría que me llenó de esperanza. Marchamos sin perder tiempo hacia ese lugar, y por fin pude oír de los labios de mi madre, palabras seguidas que decían que solo pedía un techo donde poder vivir y comida que poder comer. Me decía que ya no tendría que volver a pedir y que a partir de entonces no iba a permitir que nada que no fuese bueno me pasara en la vida.La noté tan cambiada, que no solo había recuperado a mi madre, sino que se había hecho más fuerte.
La casa que nos habían dicho era muy grande y lujosa, la srvienta que nos abrió la puerta llevaba uniforme y una cofia blanca en la cabeza. Muy educadamente, y después de explicarle mi madre el porque estábamos allí, nos hizo pasar dentro mientras avisaba a su señor.
Mientras esperábamos a que el dueño llegara, yo recorría inquieto parte de la casa, con ganas de ver y tocarlo todo, nunca había visto tantas cosas juntas ni tan bonitas. Me daba cuenta que mi madre estaba muy nerviosa y asustada a la vez. Creo que temía tanto que le dijesen que no en lugar de sí.
Por fin apareció el dueño de la casa, era un hombre que tendría sobre los cuarenta o cuarenta y tantos años. Le hizo muchas preguntas a mi madre que ella muy asustada le respondía, parecía que le gustó mi madre, pero la única objeción fue el que yo no podría quedarme en la casa.
Al parecer odiaba a los niños y no iba a permitir que yo viviera allí con él. Toda la alegría que hasta ahora vislumbré en mi madre, desaparecía de su cara.
De lo que más me arrepentí fue de no haberla cogido de la mano y haberla obligado a salir de allí y buscar otro lugar. Aquel hombre no me gustaba nada, pero mi madre parecía muy segura de poder llegar a convencerle, así que aceptó sus condiciones.
Yo no entendí su actitud, pero pronto lo entendí “cuando me contó que con el dinero que ganara, yo podría entrar en una buena escuela y aprender bien a leer y a escribir”, aunque por el momento el precio fuera separarnos y tener que quedarme interno en él.
Yo me negaba a tener que separarme de ella, no quería ir a ningún colegio, y menos estar lejos y no poder vivir juntos.
El dueño de la casa tenía muchas relaciones e influencias y rápidamente pasé a formar parte de un colegio donde solo los ricos podían acceder, y estando muy bien recomendado.
La separación de mi madre fue muy dolorosa, era la primera vez que me alejaba de ella. Yo entonces no podía entender cómo podía vivir sin mí, porque yo no podía vivir sin ella.
La primera noche en el colegio donde me matricularon la pasé llorando, lo hubiese cambiado sin dudar por seguir durmiendo en la calle y vagabundeando de un lugar a otro, sin destino ni rumbo, sin saber donde dormiría al día siguiente y sin saber qué comería o si comería.
Todo aquello me resultaba grande, estaba rodeado de lujos, de niños de mi edad, de seguridad, y en una cama limpia y cómoda, pero no era eso lo que yo quería, necesitaba estar con mi madre.
Esa misma noche experimenté mi primer castigo, las disciplinas se incorporarían en mí a fuerza de normas estrictas, y si no eran cumplidas, podrían ser impuestas por medio de los castigos físicos.
Aquella escuela me pareció peor que una cárcel, o te portabas bien y obedecías, o eras castigado sin ningún tipo de piedad. Como decía al principio, mi llanto llamó la atención del encargado de hacer guardias por la noche, y sin ni siquiera preguntar que me ocurría, me sacó de la cama a estirones y me llevó al patio, una vez allí me ató a un poste donde pasé toda la noche.
Fue terrible, tenía miedo y hacía mucho frío. Esa fue una de las peores noches hasta entonces de mi vida (por desgracia después vendrían otras). Cuando empezó a amanecer, me llevaron al director del colegio, y me preguntó qué tal mi primera noche en el colegio.
Pensé que era ajeno a lo acontecido, y cuando intenté explicarle lo que me habían hecho, conn una vara métrica que había encima de la mesa, me propinó un golpe en toda la boca que me rompió el labio superior, y acto seguido me obligó a memorizar todas las normas de la escuela, empezando por no delatar jamás a un superior, y a continuación no perturbar el silencio de la noche bajo ningún concepto, a no ser en el extremo de vida o muerte, añadiendo muchas más que recordé el resto de mis días.
Me curaron el labio partido y rápidamente me tuve que incorporar a las clases que estaban a punto de comenzar. Tengo que admitir que fueron días tortuosos, pero aprendí a leer y a escribir perfectamente, con una extremada rapidez, también las disciplinas que más de una vez me habían costado muchos golpes y penurias.
Llevaba ya seis meses sin ver a mi madre, nada sabía sobre si estaba bien o mal, lo único que sí sabía era que seguía pagando la cuota puntualmente, ya que sin esos pagos elevados yo no podría estar allí, pues sin costes te echaban del colegio sin ningún tipo de consideración. Estaba seguro que mi madre invertía en mí todo cuanto ganaba.
Por fin llegó el día de las visitas de los familiares. Antes del momento de poder verlos, nos volvían a recordar las normas, y lo que nos podría pasar si no las cumplíamos. Así que a tragarte todas tus emociones, y sobre todo a hacerles creer que estabas muy bien y que ese era el mejor de los colegios.
Yo tenía tantas ganas de volver a ver a mi madre que las normas impuestas eran lo de menos. Solo quería verla y poder abrazarla.
Cuando la vi entrar por la puerta, mi corazón dio un brinco, la vi bien, pero me parecía un poco triste y más delgada que cuando nos separamos, pero a pesar de ello a mí me parecía la madre más guapa de todas las madres.
Nos abrazamos llorando por la emocion, pero ni siquiera me preguntó cómo me sentía allí. Creo que no quería saber mi respuesta, y aprovechó para contarme que ella estaba muy bien y que la respetaban mucho, y que el amo estaba muy contento con ella y con sus servicios.
Al escucharla percibí un hondo dolor, y a pesar de ser todavía un niño, yo intuí que se aprovechaba de ella y que quizás la obligaba a hacer otro tipo de servicios, pero no podía ni debía preguntarle algo así.
Tan solo le demostré alegría, y no queriendo preocuparla le mentí, diciéndole que yo era muy feliz allí y que estaba aprendiendo muchas cosas. Estaba cumpliendo las normas, y esta vez no me pesó.
Para ese día el colegio preparó una especie de picnic, y pude pasar mucho rato con mi madre. Recuerdo sus palabras llenas de fuerza y fe.”Aprovecha estos momentos, aprende mucho y conviértete en un señor, no quiero que te pases la vida sirviendo a nadie, ni que nadie abuse jamás de ti. Prométeme que no dejarás que nadie te humille ni te manipulen como a tu padre y a mi,”.
Yo no entendí muy bien aquellas palabras, pero le prometí que sí sería así. Con un fuerte abrazo llegaría el momento de decirnos adiós. Sabía que como poco hasta después de otros seis meses más no volveríamos a vernos. Así que después de la promesa hecha, decidí ser más prudente y cumplir todas las disciplinas, además de aprovechar más y mejor el tiempo que me quedase de estar allí.
De nuevo habían pasado ya seis meses desde la visita de mi madre, yo me sentía totalmente integrado en el colegio, y había aprovechado muchísimo el tiempo, había aprendido mucho.
Ya había cumplido los once años, pero me sentía mucho más mayor. Todos esperábamos impacientes el encuentro con nuestras visitas, deseaba volver a ver a mi madre y poder contarle todo lo que estaba aprendiendo, mi educación era ejemplar, obtenía muchos reconocimientos por parte de muchos sobre todo por mi manera de ser, incluso había obtenido algún que otro premio de compensación que guardaba para poder regalárselo a mi madre.
Por fin el día de las visitas, había muchos padres, pero mi madre no acudió, no sabía lo que había podido pasar y me vine abajo. Pregunté a los superiores, pero tampoco sabían nada.
Las cosas antes eran así, mientras seguían cobrando las tarifas, lo demás les era indiferente.
Pasaron días, meses después de aquel, y seguía sin tener noticias sobre ella, a punto de pasar un año, fui requerido por el director del colegio para informarme que llevaban ya un tiempo sin recibir sus honorarios, y que debido a ello intentaron averiguar la causa, y les habían comunicado que mi madre había fallecido dos meses atrás, y que no había acudido a las visitas por encontrarse enferma, además añadió, sintiéndolo mucho, yo tenía que abandonar el colegio inmediatamente ya que eran las normas, y debía llevarse a cabo para todos por igual.
Yo me sentí desgarrado por dentro, mi madre había fallecido y ni siquiera había podido estar a su lado. El tener que irme del colegio para mí en aquellos momentos era insignificante. No pensé en lo que esto trastocaría mi vida, solo pensaba en la muerte de mi madre, cómo había sido y por qué no se me avisó.
Me dieron solo una semana para abandonar el colegio, sin saber adónde ir ni qué hacer, me dirigí hacia la casa donde mi madre había estado sirviendo. Necesitaba y quería saber todo lo ocurrido y por qué no se me avisó. Llamé a la puerta y salió una mujer de la edad aproximada de mi madre. Me dio un impulso el corazón, por un momento me pareció ella, pero no fue así, era la mujer que entonces la estaba sustituyendo.
Le expliqué quién era yo y por qué estaba allí, ella respondió que no sabía y que quizás el señor de la casa me lo podría explicar.
Me hizo pasar, y después dio aviso al señor de la casa que salió de muy mala gana a recibirme. Le pregunté todas mis dudas y fríamente me dijo que mi madre enfermó y que después de una pulmonía empeoró durante algún tiempo y estuvo en el hospital hasta que murió, y que él no tenía la obligación de avisar a nadie, tan solo añadió que me marchara y que no volviese más por allí, porque él no tenía nada que ver con mis asuntos, y que le agradeciera que le había dado sepultura y estaba en el cementerio de la ciudad descansando en paz.
Yo me sentía furioso, pero era solo un niño, además lo de haberse ocupado del entierro me tranquilizó, al menos descansaba dignamente como el resto de las personas normales.
¿Qué hubiese podido hacer yo, con menos de trece años y sin nada ni nadie en este mundo? En aquellos momentos reparé que jamás supe si tenía algún pariente aunque fuese lejano, nunca me habían hablado de ello, y no tenía adónde ir, ni con quién, ya que la única persona que me quedaba en el mundo ya tampoco estaba.
¿Qué podía hacer, adonde podía ir? Empecé a caminar hasta llegar al cementerio, una vez allí no sabía por dónde empezar, no tenía ninguna referencia y el cementerio era enorme.
Me pareció buena idea buscar al enterrador, que casualmente estaba enterrando a alguien. Le pregunté en cuanto tuve la ocasión, y le di la explicación que pude, él enseguida me llevó al lugar, aún era un hecho reciente además de saberse que había sido la sirvienta de fulano de tal, tan conocido por todos, además de que gracias a su generosidad esa mujer pudo ser enterrada dignamente.
Me acerqué tanto como pude a la fosa, y vi un montón de tierra abultada y debajo estaría su cuerpo ya haciéndose cenizas. Quería llorar pero no lo conseguí, no me salían las lágrimas, no entendía bien el porque de aquella reacción, pero aún así me pasé toda la tarde allí sentado frente a aquel montón de tierra que hacía de hogar para mi madre.
De momento sentí que por primera vez mi madre estaba en paz. Quizás fue que por eso no lloré. Más tarde vendrían mis lágrimas.
El momento de cerrar el cementerio llegó, el enterrador amablemente me dijo que tenía que marcharme de allí para poder cerrar e irse a su casa. Yo no respondí, el enterrador debió percibir que no sabía dónde ir, porque me dijo, “si necesitas algo que yo pueda hacer por ti, me lo dices.” ¿Qué le podía decir, que no tenía ya a nadie en el mundo, y que no sabía adónde podía acudir?
El, apiadándose de mí, me dijo que me fuera con él a su casa, su esposa me daría algo de comer. Intuí que reparó en que la noche estaba cerca, pero tendría que preguntarle a su esposa si podría pasar la noche con ellos. El temía ofrecerme algo que luego no lo pudiera cumplir.
Desde luego yo no perdía nada por intentarlo, me sentía totalmente desamparado y solo. Al llegar a su casa me pidió que esperara fuera para poder hablar a solas con su mujer. Al rato salió y me dijo que podía entrar y también podía pasar allí la noche con ellos.
Supuse que le contaría mi historia y ella se apiadó. Me presenté como Juan, y rápidamente tuvimos afinidad. Me pareció una mujer joven comparada con él, pero no pregunté. Mi silencio me hacía prudente y evitaba el meterme en líos.
Esa noche cené muy poco, el recuerdo de mi madre ocupaba todo en mí. Ellos me hicieron preguntas a las que yo respondía con rapidez sin oponerme a ello. Ya tenía ganas de acostarme, necesitaba estar solo y llorar mi pérdida.
Esperé un rato y le agradecí su cordialidad, y me retiré a una habitación donde había una humilde cama preparada para mí. Al acostarme me di cuenta que había tenido mucha suerte al encontrarme con estas personas, ya que eran muy buenos. La noche se me hizo muy larga, apenas pude dormir pensando en mi madre, y en que ya nunca más la podría volver a ver. Tenía que resignarme, todo lo que podía hacer era eso, resignarme.
A la mañana siguiente me desperté temprano, al escuchar voces y ver luz me levanté de la cama con la intención de despedirme del matrimonio que había sido tan generoso conmigo.
El enterrador, después de darme los buenos días y preguntarme qué tal había dormido, me propuso que le ayudase en el cementerio, dijo que tenía algunas cosas que arreglar y mi ayuda le iría muy bien.
Por supuesto le dije que sí, no podía negarme además de sentirme en deuda con él. Desayunamos y me marché con él al cementerio, nuevamente me encontré delante de la fosa de mi madre querida. Había llovido esa noche y la tierra estaba mojada, pensé que quizás había pasado frío (qué necios somos algunas veces), mi madre estaba muerta y los muertos al parecer no pasaban frío ni calor. Hoy puedo dar fe de ello.
Recé un poco por su alma, y después me puse a ayudar al enterrador en algunas tareas del cementerio. Al terminar la jornada, me dijo que si quería podía volver a comer con su esposa y él, y después de descansar un poco ya me marcharía.
Yo lo agradecí su ayuda, y le respondí que no hacía falta, que había pensado volver al colegio a ver qué se podía hacer. El enterrador me dio algo de dinero por mi trabajo. Era realmente un buen hombre, él sabía que no tenía nada de nada en mis bolsillos, y pensaría que, aunque era poco, para comer me llegaría.
Volví al colegio con la esperanza de que se compadeciesen de mí y me pudiese quedar allí un tiempo, al menos hasta que fuese un poco más mayor y que pudiese ganarme la vida por mí mismo, pero no fue así.
Yo estaba dispuesto a ayudar en la cocina, o en lo que hiciera falta a cambio de mis estudios y un lecho, pero las normas eran las normas y al parecer eso no lo podían hacer.
Así que recogí mis pocas pertenencias y nuevamente me encontré sin hogar, y ahora sin mi madre que me acompañaba. Empecé a dar pasos sin rumbo, la historia parecía repetirse, pero aun era más complicado, años atrás mi madre guiaba mi rumbo, en aquellos momentos me sentía solo y muy asustado ante un mundo enorme y lleno de incertidumbre.
Anduve horas, no me di cuenta de ello hasta que una de mis sandalias se rompió, teniendo que seguir mi camino descalzo. Llegué hasta un pequeño pueblo que daba a ambos lados del camino, me senté en un portal para descansar un poco, cuando de repente la puerta se abrió y salió por ella una señora llena de rabia y muy molesta por haberme encontrado allí.
Me gritó que me fuera a jugar a otro sitio y que me lavara si no quería terminar llenándome de piojos. Imaginé que pensaría que era un niño más de los del pueblo, y que me había parado para sentarme allí sin más. Aproveché para pedirle algo de agua y le dije que llevaba todo el día andando y que estaba cansado y tenía sed.
La señora, algo asombrda, me preguntó si me había perdido, yo le dije que no, que solo estaba un poco cansado y sediento. Sacó agua y me la dio, después le pregunté dónde podría comprarme unas sandalias. Miró mis pies, y se dio cuenta que tenía heridas de andar descalzo, me dijo que esperara un poco, sacó una toalla mojada y unas alpargatas hechas de esparto.
Mis pies eran grandes, aquellas supongo que serían de su esposo pero me acoplaron bastante bien. Después de limpiarme los pies con la toalla mojada, me puse las alpargatas. Antes de marcharme me dio pan con chocolate y una longaniza y me dijo que me la guardara por si después tenía hambre.
No hizo más preguntas y se quedó mirando en su portal viendo como me marchaba.
Hasta esos momentos la suerte me había acompañado, todas las personas con las que me había encontrado me habían tratado muy bien. Ajeno a los peligros del mundo seguí caminando y caminando.
La bolsa que llevaba era una especie de macuto que pude sacar de la escuela, sentía que cada vez era más pesada, mi espalda apenas podía soportar el peso y mis pies sangraban del roce del esparto de las sandalias en las heridas que ya tenía antes en los pies.
Para poder descansar un poco me adentré en un huerto que había en al camino, creo que entre otros árboles predominaban los olivos, y allí pasé la noche. No hacía mal tiempo, así que con una camisa que llevaba en el macuto echada por encima tuve bastante.
Comí todo lo que aquella señora me dio, después arranqué algunas frutas metiéndolas en el macuto para el día siguiente, “menos mal que lo hice”, porque a la mañana siguiente me despertó un labrador muy antipático con algo parecido a un palo, “creo que era su bastón”, y me echó de allí a golpes, llamándome sinvergüenza, ladrón, y gamberro.
Tenía pinta de ser alguien a quien le había sobrado más de una vez, porque de no ser así no podía entender su comportamiento.
Me marché rápidamente de allí y seguí caminando, anduve un buen tramo acelerado intentando alejarme de allí y de aquel enfurecido hombre, después de esto paré a descansar, comí una de las naranjas que había en mi macuto, llevaba también un membrillo y un par de nísperos. Esos fueron mis alimentos para todo el día.
Más tarde continué caminando hacia ningún lugar, comiendo lo que encontraba y parando a beber en las fuentes de los lugares por los que pasaba.
No tengo recuerdos exactos de los días y semanas que pasaron viviendo así. Una mañana mis pies me llevaron a un pequeño pueblo o aldea, donde se estaban celebrando sus fiestas (no puedo recordar el nombre), en mí solo quedaron registrados algunos lugares que me marcaron y los cuales aquí nombraré.
Decía que en la celebración de las fiestas pude ver a gente bailando, cantando, y mesas en las calles llenas de comida y bebidas variadas. Mi hambre era voraz, hacía ya semanas que no me llevaba algo sustancioso a mi boca, tan solo algunas frutas del camino, o algunas hortalizas crudas encontradas en alguna huerta.
Algunas mesas estaban bien abastecidas de panes, carnes y dulces, mucha variedad de alimentos donde elegir. Pero no sabía cómo llegar a ellas sin ser visto. Era consciente de mi deterioro físico y de mi aspecto, y eso no me permitía acercarme y pedir. Esperé impaciente un momento de descuido y corrí hasta la mesa más cercana. Cogí unos trozos de carne y un poco de pan, lo suficiente para calmar mi hambre que era bastante.
Cuando corría para esconderme, alguien reparó en mi, empezando a gritar para llamar la atención de los demás. “Mirad” ese mendigo está robando la comida”, y todos pusieron su atención sobre mí. Yo corría todo lo que podía pero seguía oyendo voces y los insultos. Un muchacho más o menos de mi edad corría tras de mí, y a pesar que tenía unas piernas fuertes hechas a base de tanto caminar, me sentía debilitado y desnutrido, además del peso del macuto que colgaba en mi espalda. Este muchacho logró alcanzarme, me tiró al suelo y me quitó lo que había robado, además de una vez en el suelo me hartó de patadas.
Yo escuchaba cómo a lo lejos los demás se reían y divertían mientras éste me propinaba las patadas y los insultos. Cuando se cansó de ello, me quitó mi macuto y lo echó al fuego con todas mis pertenencias, probablemente donde habían asado la carne para la fiesta.
Así que no comí además de sentirme magullado por todo el cuerpo, me incorporé como pude y eché a andar en medio de insultos y griteríos. Por todo lo ocurrido empecé a ser consciente de mi situación. Me pregunté si esa era la vida que me esperaba, yendo de un lado para otro sin nada ni nadie en el mundo.
El dolor que sentía mi cuerpo era poco comparado con el que estaba sintiendo mi alma, pero qué podía hacer, no conocía a nadie, no tenía dinero y no tenía otra manera de vivir.
Eso era lo que había hecho en la vida, caminar sin rumbo fijo y además solo. Me di cuenta que el mundo estaba compuesto por buenas y malas personas, y que nunca se sabía con quién te podrías encontrar en el camino. Me di cuenta que tenía que parar, elegir un lugar donde poder hacer mi vida, tenía que encontrar un trabajo, crear una familia y echar raíces.
Nunca antes había pensado en el futuro, nunca tuve la menor ocasión de poder pensar en ello, no tenía noción de qué año era, y mucho menos qué día o qué mes. Tenía que parar y poner en orden mi vida. Era consciente que aún era muy joven, pero también de que tenía que buscar un lugar y centrarme en echar raíces.
También en aquellos momentos recordé la promesa hecha a mi madre, convertirme en un hombre de bien.
Anduve unos días más con la intención de encontrar un trabajo y un lugar donde poder vivir. Recuerdo que llegué hasta una ciudad llamada Barcelona, era muy grande y pensé que sería fácil poder encontrar un buen trabajo.
Me encargué de rebuscar en las basuras algo para comer y ropa decente, tenía que tirar y deshacerme de la que llevaba semanas ya puesta. En cada lugar por donde pasaba, hacía lo mismo, en la basura podía encontrar cosas que para mí eran muy valiosas. Cuando has vivido experiencias como la mía, te das cuenta de la cantidad de cosas que la gente tira por tirar, el tener mucho hace que no valores nada.
Yo me solía encontrar de todo, zapatos prácticamente nuevos, ropa recién usada, comida en perfecto estado, muebles seminuevos, vajillas, ollas y un sinfín de cosas que en cualquier momento pudieses necesitar. La pena era que no podías cargar con todo lo aprovechable, pero sí sabía sacarle bien el partido, ese era mi suministro y la materia prima de la que disponía ya que no tenía nada más donde elegir.
Me aseé un poco y me vestí con lo más decente que encontré, después me dirigí a una casa de albergue que había en la entrada de la ciudad. Me dio vergüenza entrar en aquel lugar, vi a varios indigentes que comían apresuradamente una sopa de fideos, me acerqué a la mujer que repartía la comida y le pedí un poco.
La mujer parecía extrañada, me dijo que aquella comida era solo para personas necesitadas y que no la podían pagar. Entonces le confesé que yo no tenía nada en la vida, y que tenía hambre.
Me puso fideos y fruta en una bandeja pero percibí que no estaba muy conforme, Observaba cómo de vez en cuando miraba para mi mesa con curiosidad. Comí aquella comida con desespero, ella me llamó y me puso un poco más.
Cuando terminé la comida eché un vistazo a mi alrededor, conté entre diez a doce personas, estaban todos muy sucios y malolientes, todos parecían mayores que yo y daban un poco de aprehensión, y pude entender por qué la mujer no me había comparado con ellos, y a pesar de no tener adónde ir, no abandonaba y cuidaba bastante bien mi higiene y sobre todo mi aspecto, o por lo menos lo intentaba, dentro de mis posibilidades.
Cuando hice el intento de marcharme, la mujer, que no dejaba de observarme, me paró y empezó a hacerme preguntas, sin darme cuenta le conté toda mi vida y le dije que quería cambiarla, que estaba dispuesto a trabajar donde fuera y ganarme la vida honradamente. Me pidió que me esperara hasta que se marchasen los demás, y me dijo que quizás ella podía ayudarme a conseguirlo.
Esperé un rato sentado delante de la mesa, y cuando ya no quedaba nadie, ella se acercó y se sentó a mi lado. Me preguntó la edad, yo no la sabía con exactitud, pero calculando había cumplido ya los dieciocho años. Tenía apariencia de ser bastante mayor debido, supongo, a la mala alimentación y sobre todo a lo que llevaba vivido y sufrido mi cuerpo y mi alma.
Había pasado por fríos extremos, calores asfixiantes, momentos extremadamente difíciles, patadas, insultos, un sinfín de situaciones, que no solo te hacían parecer mayor, sino que lo era.
Ella parecía asombrada por mi educación, ya que según decía la mayoría de los que pasaban por allí no tenían estudios, ni muchas veces respeto hacia nadie. Probablemente el tiempo que pasé en aquella escuela me sirvió. Yo nunca fui violento, tampoco simpático, pero me consideraba, eso sí, respetuoso y humilde (tarea nada fácil para muchos que, sin ser indiferentes, son crueles, insensibles y malvados).
La propuesta fue bastante generosa, como caída del cielo, y aunque no era muy religioso, sí creía en un Dios que estaría en alguna parte y que de vez en cuando me echaba una mano.
Aquel albergue era bastante viejo y sus paredes parecían resquebrajarse, ella me propuso arreglar cualquier desperfecto, pintar paredes, tapar grietas, arreglar tejas del viejo tejado, cuidar el exterior, atender las plantas, etc.
Yo no tenía demasiada experiencia, diría que ninguna, pero además del sueldo tenía la comida y la cama aseguradas, y no podía permitirme tener escrúpulos, así que acepté encantado. Esa misma tarde comencé con los arreglos y tareas de limpieza en el lugar, comprobé que verdaderamente tenía mucha necesidad. Me empeñé en que todo fuera perfecto y lo conseguí.
Mi relación con la directora empezó a coger mucha fuerza, ella tendría unos treinta y tantos, yo apenas dieciocho, pero por mi necesidad de afecto y el roce, hizo que nos enamorásemos perdidamente el uno del otro. A escondidas vivíamos nuestro amor.
Así pasaron meses, yo seguía ocupándome del mantenimiento y ella de atender y auxiliar a las personas necesitadas que pasaban por allí.
Por desgracia aquella situación terminó, la estabilidad que había tenido durante ese tiempo llegó a su fin. Aquel lugar pertenecía al ayuntamiento, que con pocas palabras un día nos comunicó que lo iba a derrumbar para construir un restaurante de lujo y que ya no me necesitaban.
A ella la llamaré María, pues tenía la curiosa manera de llamarse así, porque todos los que habían sido ayudados por ella decían que era la Virgen María, por su dulzura y bondad. A María le ofrecieron otro lugar donde trabajar, pero a mí me despidieron sin ninguna explicación.
María hizo todo lo posible para que me contrataran también pero nada funcionó, ella me propuso quedarme a vivir con ella y vivir de sus ingresos, pero yo no estaba conforme, nunca lo hubiese permitido, yo era pobre pero honrado.
Y a la vuelta de unas semanas las maquinas derrumbaron el albergue con todo lo que había adentro. Me dio mucha pena pues allí había vivido mis mejores momentos, me había enamorado y me sentía estabilizado.
Al poco tiempo María pasó a formar parte de un lujoso restaurante que en poco tiempo estaría en marcha, yo nuevamente tenía que seguir buscándome la vida. Necesitaba un lugar donde poder trabajar, no me importaba en qué, pero allá donde buscaba todo estaba ya cubierto y no conseguía nada.
María y yo seguíamos viéndonos a escondidas, yo no quería alejarme de su lado, durante el día ella acudía a su puesto de trabajo y por la noche aprovechábamos para estar juntos. María iba cambiando por momentos, yo solo quería verla y estar con ella, peor ella parecía no querer lo mismo.
Tenía un poco de dinero ahorrado y le propuse marcharnos a otro lugar donde poder vivir juntos y empezar de nuevo. Ella no pensaba igual. Empezó por ponerme cada vez más excusas y a darme plantones, alegando que cada vez tenía más trabajo y que no podíamos seguir viéndonos tan a menudo. Ella era mi obsesión, hubiera dado la vida por ella.
Una noche decidí decirle que la amaba y que quería casarme con ella. Yo ya tenía veinte años y ella treinta y cuatro, pero a mí no me importaba la diferencia de edad, estaba dispuesto a todo. Al acercarme al lugar donde ella trabajaba, pude ver con mis propios ojos cómo se besaba con otro hombre. Este hombre tendría más o menos su edad.
Me quedé estático, ni siquiera podía gritar y eché a correr cuando pude moverme, y después de recoger mis pocas pertenencias, de nuevo empecé a caminar sin rumbo, sin compañía y con el corazón hecho pedazos.
El camino lo hice sin darme cuenta, no tenía conocimiento de los kilómetros recorridos, necesitaba alejarme lo máximo posible de aquella ciudad, de María y de mis recuerdos.
Anduve todo el camino llorando, jamás había sentido tanto dolor ni siquiera con las muertes de mis padres, aquel dolor era desgarrador.
Después de caminar y caminar sin parar, al día siguiente me encontré un pequeño pueblo, bordee el camino y entré en él para comprar algo para comer, tenía hambre además de dolor. En aquel pueblo había una fonda donde entré y pedí una habitación para poder descansar y pasar la noche. Hacía frío y yo tenía dinero en mis bolsillos y pensé que sería un dinero bien gastado.
Detrás de la barra había una agradable jovencita, tendría aproximadamente mi edad, me sonrió y después me preguntó qué quería para comer y beber. Me recordó a María por su sonrisa y simpatía, me quedé absorto por unos momentos, ya que tuvo que hacerme la pregunta un par de veces.
Le pedí algo de comida, creo que un cocido y algo para beber, ella tomó nota y con una sonrisa me señaló para el aseo, y me aconsejó lavarme un poco antes de comer, le di las gracias y me fui a lavar, cuando volví ya estaba todo lo que había pedido encima de la mesa., pan tierno, los garbanzos y una jarra de vino.
Me puse a comer y a beber como un animal, tanto que la muchacha me aconsejó parar un poco diciéndome que aquel vino era muy peleón, y que si no me calmaba podría acabar borracho.
Yo la escuché pero no me importó, quería emborrachuarme y olvidar, era un momento de esos en los que todo daba igual. Me comí dos platos del cocido de garbanzos y le pedí otra jarra de vino, ella me volvió a advertir, pero yo le dije que se metiera en sus asuntos. Aun no estaba muy borracho, pero sí lo suficiente como para perder mi compostura.
El padre de la muchacha le hizo una señal y me trajo otra jarra. Lo único que recuerdo después de aquello fue el encontrarme en una cuadra detrás de la posada, donde habían algunos animales, también yo.
Apenas recordar lo sucedido empecé a sentir vergüenza, busqué mi bolsa de viaje pero no la encontré, me preocupé mucho ya que en ella levaba mis pertenencias y el resto del dinero que no llevaba en los bolsillos.
Con un fuerte dolor de cabeza y casi sin poder ponerme en pie, salí de aquella cuadra en dirección a la posada. La muchacha al verme entrar nuevamente por la puerta me sonrió. Con la cabeza agachada por la vergüenza le pedí disculpas y le pregunté qué había pasado, ya que solo recordaba haber bebido demasiado vino.
Me preparó un café fuerte, dijo que me iría muy bien para espabilarme, también unas tostadas de pan con mantequilla. Después se sentó un instante a mi mesa y me dijo que debía tener más cuidado, ya que no todo el mundo eran personas tan honradas como su padre y ella, y que podría encontrarme con muchos problemas, y antes que pudiese preguntarle por mi bolsa, el padre de ésta la sacó de detrás del mostrador y me la dio diciéndome,”págame lo que me debes y no vuelvas más por aqui”. Revisé lo de dentro y comprobé que estaba todo intacto.
Después de desayunar pagué por los servicios y volví a pedir disculpas, luego me marché. Esa fue la primera vez en la vida que había llegado a perder la consciencia por culpa del alcohol y decidí que no volvería a emborracharme nunca más.
La rabia que sentía la dejé detrás de mí. Seguía teniendo dolor, eso sí, pero rabia ya no. Aunque el recuerdo de María seguía acompañándome y la visión de la última escena también, pensé que el marcharme sería lo mejor para ella, y quizás yo no era el hombre que ella se merecía, y quizás nuestra diferencia de edad con el tiempo nos hubiese podido pedir cuentas. Pero por pensar esto, nada cambiaba mis sentimientos. Yo amaba a María más que a nada en el mundo.
Pasaron semanas, caminé sin rumbo hacia ninguna parte, aún me quedaba algo de dinero y eso era lo menos preocupante. Yo sabía pasar sin demasiadas cosas, y no tenía en qué gastármelo, las comidas seguía haciéndolas al paso, frutas y algún que otro trozo de pan que iba comprando en los pueblos por los que pasaba.
Anduve mucho tiempo de aquí para allá, me situé en una ciudad pesquera, donde oí que necesitaban hombres para ayudar en las barcas. Me informé de todo y me apunté a la lista de pescadores.
En aquella ciudad, según se decía, la pesca era abundante y se podía ganar mucho dinero. Iba todos los días hasta el puerto para tener noticias. Miraba las listas donde habían apuntados muchos nombres, también estaba el mío.
A cargo estaba un hombre mayor con aspecto de haber sido un navegante con experiencia. Me acerqué para preguntarle si tenía alguna posibilidad de embarcar. El de muy malos modos me respondía que yo era de otra ciudad y que primero estaban los del pueblo.
Yo entendí, pero aún así le volví a preguntar si podría tener alguna posibilidad. Él muy chulesco, dándome un manotazo, me dijo gritando,”mejor que te largues de aquí, tú no me gustas”.
No pude comprender por qué me trataba de aquella manera, al fin y al cabo yo solo le había preguntado si cabía la posibilidad.
Esta situación llamó la atención de los demás, que enseguida corrieron a su encuentro, y sin ni siquiera preguntar me propinaron una paliza y me tiraron al agua y seguidamente tiraron mi bolsa detrás de mí. Intenté agarrarla como pude y después salí del agua.
Las risas de aquellos hombres eran seguidas de abucheos, parecían divertirse con mi situación. Entre abucheos y lleno de vergüenza y de agua me intenté alejar de allí. Los que estaban mirando me daban empujones de un lado para otro, los demás no hacían ni decían nada.
Yo me sentía humillado y ultrajado, pero estaba solo y lo mejor era largarme de allí lo antes posible, era más que evidente que no iba a conseguir el trabajo que tanto anhelaba.
Estaba totalmente empapado y mis cosas también, y entre burlas y risas por fin salí de allí y pude alejarme de aquel puerto. Por más que lo intentaba no podía entender por qué algunas personas se comportaban así solo por diversión, sin tener en cuenta y ni siquiera pensar el dolor que pueda hacer a otros.
Después de unas cuantas horas caminando, la ropa ya se había secado, sentía frío y tenía hambre, reparé en mi bolsa y lo que había dentro, al abrirla me encontré que algunas cosas como ropa y el dinero seguían mojados, me adentré en un huerto y aprovechando para descansar la tendí para que se secara y los billetes los puse en la tierra al sol. Conté el dinero que me quedaba y me alegré un poco, con lo que aún me quedaba podría seguir comiendo un poco, el dormir para mí ya no era ningún problema, pues me había acostumbrado a dormir en cualquier rinconcito.
Cuando llegó la noche, recogí la ropa y guardé todo el dinero en la bolsa y vislumbré no muy lejos de allí algo de luz, y me dirigí hacia aquel lugar. El hambre parecía apoderarse, además me sentía sin energías y necesitaba reponer fuerzas.
Conforme me acercaba, podía ver con más claridad que se trataba de una humilde casa de campo. Vi luz dentro y supuse que habría alguien.
Con los nudillos llamé a la puerta y escuché la voz de un hombre preguntando quién era. Me quedé sin saber qué responder, ya ni siquiera sabía quién era yo. “Me llamo Juan”, respondí, “por favor, necesito algo de comer, llevo todo el día caminando, he visto luz y por eso estoy aquí”.
La puerta se abrió y apareció un labrador que me recibió con amabilidad. “Pasa”, me dijo, “ahora estaba preparando algo para cenar, si quieres podemos compartirla”. Todavía existen buenas personas, pensé, su amabilidad me enterneció y después de compartir su mesa, me invitó a sentarme con él delante del fuego, hacía mucho frío afuera.
Dijo que si quería podía calentarme un poco antes de que me fuera. Yo no tenía donde ir, pero pensé que ya había sido bastante generoso y no podía abusar de su hospitalidad. Me calentaría un poco y después me marcharía, ya encontraría algún sitio donde dormir fuera.
Me preguntó quién era, de dónde venía y qué me había llevado hasta allí. Ese hombre me daba confianza y le conté todo lo que había sufrido y la causa de haber llegado a aquella lamentable situación.
Percibí en sus ojos algo de compasión, me dijo que todavía era muy joven y que sabría salir adelante. Me confesó que algunas veces él también había tenido la necesidad de hacer lo mismo.
Dejarlo todo y desaparecer dirección a ninguna parte, pero que esa decisión le parecía de cobarde y decidió quedarse allí para enfrentarse a lo que hiciese falta. Pude darme cuenta que había mucho dolor dentro de su corazón y también cómo una lágrima resbalaba por una de sus mejillas.
No quería ser indiscreto, pero sin darme cuenta le pregunté qué le había ocurrido para que hablase de esa manera. El parecía tener muchas ganas de contarlo. Quizás hasta ahora, nunca lo había hecho o quizás nadie le dio esa confianza.
“Hace ya un tiempo”, me dijo, “yo era feliz, tenía esposa y dos preciosas hijas. También la finca, en la que poder trabajar y ganar el sustento para mí y mi familia”, De pronto enmudeció, y las lágrimas empezaron a salir a borbotones.
Yo le miraba sin hablar, esperando que prosiguiese con su historia. Me sentía intrigado, además de recordarme parte de la mía. Cuando la emoción le permitió, continuó diciendo que todo iba muy bien y que él era muy afortunado por ello.
Un inesperado día al regresar a casa el caldero estaba quemado por el fuego y la mesa aún sin preparar, algo que según él no era habitual, ya que su familia siempre lo esperaba con todo dispuesto para sentarse juntos a comer. “Al ver que no había nadie en la casa (prosiguió), salí afuera y recorrí la hacienda, gritando el nombre de mi esposa y el de mis hijas. No hallé ninguna respuesta, parecía como si la tierra se las hubiera tragado, y al ver que no estaban eché a correr hasta la casa de mis suegros, pensé que quizás habían ido allí por alguna razón y me estarían esperando”.
“Una vez allí me llevé la sorpresa de que no sabían nada y que no habían aparecido por la casa. Me sentí perdido y sin saber adónde podrían haber ido o qué les podría haber pasado, ya que las niñas eran aún muy pequeñas y no podrían estar muy lejos”.
“Recorrí todos los lugares de los alrededores, pero nadie sabía nada sobre ellas. Yo estaba desesperado y trastornado. Regresé a la casa por si habían vuelto pero seguía sin haber nadie, recorrí de nuevo toda la hacienda por si podía entender algo, miré todos los recodos, cuando mis ojos me llevaron hasta el pozo de agua que está detrás de la casa, no quería hacer caso a los pensamientos que pasaban por mi cabeza, y mientras mis pies recorrían el camino hacia allí, los latidos de mi corazón se hacían más fuertes y rápidos. Incliné mi cabeza para mirar no queriendo pensar en lo peor y allí estaban las tres, ahogadas y sus cuerpos flotando por encima del agua”.
Tuvo que parar de contar, el llanto le ahogaba y parecía como si el dolor lo estuviese desgarrando por dentro. Se levantó de la silla, salió fuera de la casa y se perdió en medio de la noche. Yo quería ir tras él, pero pensé que no era lo que él necesitaba y mejor era dejarlo a solas con su dolor. Realmente aquella historia fue desgarradora.
Comparado con aquello mi dolor se había hecho muy pequeño. Pobre hombre, menuda tragedia la que había vivido. Me asomaba de cuando en cuando para ver si lo veía llegar, pero al ver que no me adentré en el bosque en la dirección que él había tomado y empecé a llamarle.
Todavía no me había dicho su nombre, yo gritaba si se encontraba bien y que por favor volviese a la casa. Hacía frío y estaba muy preocupado por él. Entre las sombras de la noche perfilé que lentamente se acercaba. Vi que era él que regresaba y respiré hondo.
Me dirigí a él y le abracé, él nuevamente agradeciendo el abrazo volvió a llorar. Sin mediar palabras entramos en la casa. Me ofreció alojamiento para esa noche, era ya muy tarde y necesitábamos dormir.
Me alojó en una habitación de dos camas. Dijo que era la primera persona que volvía a acostarse allí. Al parecer era la de las niñas. No hice ninguna pregunta, le di las buenas noches y nos dispusimos a dormir.
Estaba tan cansado que no me quité ni la ropa para dormir, me eché en una de las dos camas y hasta el día siguiente no abrí los ojos. Al salir de la habitación pude ver a Tomás (así me dijo que se llamaba cuando yo le pregunté,) “¿está usted bien?”. Triste pero entero, él me dio las gracias por haberlo escuchado, dijo que le había hecho mucho bien hablar de ello ya que nunca lo había hecho, y se sentía mucho mejor.
Me pidió que le acompañara en el desayuno, además me dijo que si quería podía quedarme allí con él unos días hasta que encontrara algo mejor. La verdad es que me sentía bien con Tomás, el cual antes de que yo respondiese continuó con la conversación de la noche anterior. Yo no le hubiese recordado nada, pero si él se iba a sentir mejor, por mí no había ningún inconveniente.
“El forense y la policia”, dijo, al reconstruir el hecho, “dijeron que probablemente jugando una de mis hijas se asomó demasiado al borde y se le fue el cuerpo, y su herma, que estaría cerca intentando cogerla, la arrastró con ella y que después mi esposa al ver lo ocurrido y sin dudarlo se tiró a por ellas. Una vez abajo, no teniendo de donde agarrarse, agotadas se ahogaron las tres”.
“Si yo hubiera mirado en el pozo antes de salir a buscarlas y no me hubiese marchado de aquí en vez de ir a buscarlas fuera, podría haberlas salvado. Según el forense llevaban menos de una hora ahogadas, así que cuando yo llegué a la casa y marché para buscarlas todavía estaban con vida”.
Me di cuenta de que no solo la pena le estaba matando, también la culpa. Yo me mantenía en silencio, no sabía qué decirle y quizás tampoco le hubiese servido de mucho.
Le miré y le transmití con mi mirada todo lo que con palabras me resultaba imposible. Volví al momento de su ofrecimiento y le dije que no quería ser una carga ni molestarle, pero que me quedaba encantado hasta poner mi cabeza en orden y el cuerpo descansado.
Tomás me dio un abrazo y me pidió que fuera con él y ayudarle a arreglar algunas cosas de la hacienda y una valla que llevaba mucho tiempo rota. Me pareció muy buena idea, ser útil era importante para mí, además la compañía de Tomás me resultaba muy grata y satisfactoria.
Los días fueron pasando con rapidez, la amistad entre Tomás y yo se hacía cada vez más fuerte. Apenas sin darnos cuenta se acercaba el buen tiempo, ya era casi primavera y recordé que ya estaba cerca mi cumpleaños, nací un veinte de abril, ya pronto cumpliría los veintiuno, yo me sentía fuerte y sano y feliz en aquella casa de campo. Con Tomás me sentía renovado.
Recuerdo que el día de mi cumpleaños Tomás me preparó una grata sorpresa, me compró una bicicleta que me llenó de alegría, yo le agradecí muchísimo aquel gesto.
Ya la hacienda estaba arreglada, totalmente reparada, habíamos trabajado duro. Un día Tomás me comentó que le había salido un buen comprador y que con el dinero que le daba pensaba marcharse de allí y poder empezar una nueva vida en cualquier lugar.
Me dijo que le gustaría que yo le acompañase. Me di cuenta que mientras él siguiese allí en aquel lugar, jamás encontraría la paz. Durante mi estancia allí, le observé mucho y nunca pasaba cerca del pozo ni se acercaba a él.
Pensé que sería una buena idea, buscaríamos trabajo en cualquier otro sitio, y un lugar donde poder empezar una nueva vida. En aquellos momentos, ninguno de los dos nos sentíamos solos.
En el plazo de unas semanas Tomás cerró el trato y partimos rumbo a Francia, a Tomás este país siempre le había llamado la atención y después ya se vería. Viajamos hasta un pueblecito de Francia y nos aposentamos una temporada allí, era época de vendimia y Tomás y yo enseguida nos pusimos a trabajar, ganábamos mucho dinero además de hacernos buenos amigos, nuestra diferencia de edad nunca fue un impedimento. Salíamos siempre juntos a divertirnos.
Pero un día Tomás conoció a una mujer, llevaba mucho tiempo sin estar con una. Creo que perdió la cabeza por ella, pues su comportamiento cambió radicalmente, pasamos de estar siempre juntos y contárnoslo todo a ni siquiera hablar. Toda su atención y dedicación era para ella.
Yo percibía que mi presencia le empezaba a molestar. La vivienda que compartíamos era de los dos, pagábamos en partes iguales el alquiler, la compra y los gastos que había. Pero aún así él traía muy seguido a nuestra casa a esa mujer, que además de ser mucho más joven que é, tenía pinta de ser una aprovechada ya que sabía que él tenía mucho dinero.
Intenté decírselo más de una vez pero nunca me escuchó, además de ofenderse mucho. Ella cada vez pasaba más tiempo con nosotros. El trabajo había bajado mucho y las jornadas empezaron a rebajarse.
Un día yo no tenía que acudir a trabajar pero Tomás era imprescindible y necesario. Ese día la mujer se encontraba en casa como tantas veces y aprovechando la ausencia de Tomás, intentó seducirme, yo me negué sobre todo por respeto a mi amigo. Tomás la adoraba y jamás hubiese sospechado de ella y mucho menos de mí (al menos eso mismo pensaba yo).
Hasta que ese mismo día yo volví a negarme a lo que esa mujer insistía en proponerme. Fue tan grande su orgullo al sentirse rechazada por mí, que quizás por eso, o por temor a que se lo contase a Tomás, que en cuanto llegó le dijo que yo había intentado seducirla y que ella se había negado.
Tomás arremetió contra mí, propinándome un golpe que caí al suelo dándome fuerte en la cabeza, además de ponerme un ojo morado. Intenté explicarle la verdad, pero antes de haber podido abrir la boca, me propinó otro golpe en el mismo ojo, además de echarme de allí. Me obligó a recoger mi ropa y rápidamente me echó de una patada a la calle.
Me di cuenta de que no había nada que hacer. Aquella mujer lo tenía totalmente poseído. Salí de allí y busqué un hostal donde poder pasar la noche, tenía que ir pensando en marcharme de aquel lugar, acudir al trabajo donde tendría que volver a reencontrarme con él, era absurdo además de peligroso y poder hablar con él una pérdida de tiempo, ya que no me iba a escuchar y mucho menos creer.
Parece mentira cómo se puede trastocar todo en un solo segundo. Tomás era la persona más amable y generosa que había conocido y su ceguera y la necesidad ante una mujer lo cambió totalmente.
Ojalá que yo me hubiese equivocado, pero después supe que esa mujer lo engañaba con diferentes hombres, además de dejarlo abandonado después de llevarse toda su fortuna.
Al día siguiente de este lamentable hecho, preparé mi maleta y cogería un tren en dirección a España. Quería volver a mis raíces, tenía una buena cantidad de dinero ahorrado y pensé que lo podría invertir en algún negocio y poder vivir dignamente. La verdad es que ese era el plan que Tomás y yo teníamos, volver a España, juntar nuestro dinero y abrir algún negocio, pero lamentablemente tendría que hacerlo yo solo.
Me dirigí a la estación, saqué un billete para el tren dirección España para terminar destino Valencia, lo más cerca posible de mi pueblo natal. Mientras esperaba el tren sentado en un banco, soñaba con mi nueva vida. Recordaba también la playa, los campos y a mi padre labrando las tierras, y la alegría que mi madre y yo sentíamos al recibirlo a su llegada.
También pensé que la promesa hecha a mi mdre estaba a punto de ser cumplida. Ser un hombre de bien y no permitir que nadie me explota se ni me humillas.
El sol de la mañana me estaba dando en la cara. Me daba cuenta de la gente que me miraba el ojo, que además de dolerme mucho parecía una morcilla, hinchada y negra. Me fui relajando plácidamente en el banco, tanto que llegué a dormirme, despertándome el pitido del tren que llegaba a la estación.
Abrí los ojos (al menos uno el otro lo tenía cerrado por la hinchazón), me propuse coger la maleta y subirme al tren cuando pude comprobar que no estaba allí donde la había dejado. La maleta había desaparecido y con ella todo mi dinero y mis ilusiones.
Miré para un lado y para otro y veía gente que iba y venía, yo miraba todas las maletas por si veía la mía, pero no la vi. Me sentía trastornado, fui a pedir ayuda al guardia más cercano y le conté lo ocurrido. Él me dijo que no había visto nada.
El tren se puso en marcha y yo me encontraba fuera y sin nada, solo el billete de tren que llevaba en el bolsillo y unos cuantos francos, nada más. Quizás alguien la podía haber cogido por error, eso necesitaba pensar, pero mi sentido común me decía todo lo contrario. El guardia me acompañó a poner la denuncia y después me pidió que me quedara por allí unos días por si aparecía. Pasé dos días en la estación, durante el día lo pasaba dando vueltas, y por las noches durmiendo en cualquier rincón o donde no me pudiesen echar.
El poco dinero que tenía en mi poder no podía derrocharlo. Ya tenía la experiencia de saber lo que era no tener nada de nada. Después de una semana y pasando varias veces al día por la estación y la comisaría, me dijeron que dejara una dirección y que si aparecía me lo harían saber, pero que si ya no había aparecido, probablemente ya no lo haría.
Sentí como si retrocediese en el tiempo. Todos mis esfuerzos no me habían servido para nada, me había pasado años ahorrando y trabajando sin descanso, todo lo que podia, y el resultado era estar como al principio.
Resignado eché mano al billete del tren y fui preguntar a qué hora saldría algún tren con destino a España. Me iría para allí, el billete de tren había caducado y yo ni había reparado en ello, tanto trajín y desespero, no me percaté de cambiarlo o canjearlo y aunque le expliqué un sinfín de veces al supervisor lo ocurrido, nada se pudo hacer.
Me encontraba totalmente desamparado, ahora ni siquiera poseía ni un solo franco. Mi ropa ya estaba empezando a ensuciarse y mi cuerpo a oler mal, pero al menos, pense, tenía salud. Después de pensar un rato sobre lo que podía hacer, decidí volver a la fonda donde había estado la última vez después del suceso y después hablar con Tomás, contarle todo lo que me había ocurrido y esperar que se compadeciese de mí y me ayudara como ya lo hizo una vez.
Yo sabía que él era muy buena persona y quizás ahora me escuchase. Volví a la fonda y le pedí a la dueña que me permitiera pasar allí la noche y le conté lo que me había sucedido. La mujer me reconoció y se compadeció, pero me dijo que tendría que dormir en la habitación del almacén donde guardaba algunas cosas que ya no utilizaba. Por supuesto que rápidamente le dije que sí, en peores sitios había dormido y eso para mí no tenía ninguna importancia. Le pedí algo de jabón para poder lavarme la ropa y un lugar donde poder lavarme yo, ella me dio ropa de la suya y cogió la mía diciendo que la lavaría con el resto de ropa de los huéspedes.
Yo le agradecí una y mil veces su hospitalidad y le prometí pagarle su generosidad en cuanto me fuese posible. Me permitió pasar allí la noche y al día siguiente ya tenía mi ropa lavada y colgada en la puerta para que me la pudiese poner limpia y planchada.
Me invitó a desayunar una taza de café y un trozo de bizcocho. Después del desayuno me dirigí a mi antigua vivienda que había estado compartiendo con Tomás, esperaba poder hablar con él y aclarar nuestras diferencias.
No tenía claridad de lo que iba a pasar, pero al menos yo tenía que intentarlo. Conforme iba acercándome a la casa, mi nerviosismo iba en aumento. Todo aquello me parecía sobrenatural.
¿Cómo la amistad de Tomás y mía había podido llegar a romperse de aquella manera y tan rápidamente?, yo no podía dejar de pensar. Una vez en la puerta llamé con los nudillos y apareció Tomás, que al verme hizo un gesto de querer volver a pegarme, mas creo que el moratón de mi ojo lo frenó.
“Siento mucho el haberte pegado, pero no quiero volver a verte nunca más por aquí”, dijo Tomás con seguridad. Yo le intenté contar que todo era falso, pero veía cómo su cara empezaba a contraerse de rabia y pensé que era mejor no insistir. Aquella mujer ejercía todo el control y de nada me hubiese servido, ya que no me creería.
Le dije que no volvería a molestarle si eso es lo que él quería, pero que necesitaba algo de dinero, le conté aproximadamente lo que me había pasado pero tampoco lo creyó. Me dio una propina, lo que llevaba encima, y me dijo que volviera a las calles que era lo que me merecía y me dio un portazo en las narices y así terminó nuestra amistad (de momento, ya que la vida siempre encuentra la manera de hacer justicia y todo lo que se siembra echa raíces).
Comprobé todo lo que tenía en mi poder y no llegaba ni para el billete de tren, sabía que bien poco podía hacer, pero acordé que menos tenía anteriormente. Empecé a andar y me dirigí camino a España, algunas veces hacía autostop. Algunas personas a las que le parecía prudente me adelantaban un poco de camino, pero otras, la mayoria pasaban por mi lado sin tan siquiera mirar.
Solía pasar de una ciudad a otra y de un pueblo a otro, vagando día y noche dejando caminos atrás y encontrándome con otros. Empezaba a pasar hambre y sed y muchas calamidades que no voy a contar, porque prefiero hacer referencia a lo más destacable.
Mi aspecto era lamentable, pedía en los lugares adonde iba y algunas veces tenían compasión, pero otras veces me echaban a patadas e insultos. Ya nunca hablaba con nadie, tampoco tenía con quien hacerlo, nadie se sentaba cerca de mí, y si lo hacía yo, me echaban sin consideración o se iban ellos.
Empezaba a darme cuenta de mi lamentable estado y situación. Por momentos mi dignidad iba degradándose. Nadie me respetaba y muchas veces casi todo el mundo me ignoraba, pasaban por mi lado como si yo no existiera y al observarlos podía ver en sus caras repulsión y asco hacia mi persona, también oía murmuraciones sobre mi aspecto, pero que con el poco conocimiento sobre le idioma francés no llegaba a entender, mejor así, pese, pues me evitaba el tener que oír palabras sobre mí que podrían herir a cualquier perro mucho más a una persona.
Llegué hasta la frontera española y me sentí muy aliviado, intenté entrar pero no me lo permitieron, yo empezaba a tener dificultades para expresarme con el habla, pasaba semanas, meses, sin comunicarme con nadie y es bien sabido que todo lo que no se utiliza acaba por atrofiarse, hasta las propias palabras por muy extraño que lo parezca.
Como pude y haciendo grandes esfuerzos, les intenté contar mi penosa historia, me pidieron el pasaporte, yo les intenté de nuevo explicar que al robarme la maleta me robaron el pasaporte que lo llevaba en uno de los compartimientos, les repetía una y otra vez que me creyesen y que era español, y que lo único que pretendía era llegar a España. En aquellos momentos los insultos empezaban a ser más dolorosos.
“Vete a dormir la mona (creo que esta presunción la hicieron debido a mis torpes palabras que me costaba transmitir)” También me dijeron que solo era un asqueroso vagabundo y que apestaba a mierda,y añadieron que en España no querían a alguien como yo y mejor que me quedara en Francia y también mis piojos.
Aquellas palabras me resultaron muy hirientes y sobre todo venidas de compatriotas y soldados, algunos de mi edad. Yo les supliqué ayuda y que me dejasen pasar, pero no quisieron ayudarme.
Me quedé cerca de allí toda la noche esperando el cambio de guardia, esperaba tener un poco de suerte y poder encontrarme con una buena persona. Al fin y al cabo mi vida había sido así, formaba parte de ella gente buena y no tan buena.
Pude observar cómo hacían el cambio, esperé unos minutos y reaparecí nuevamente por la aduana. Esta vez me encontré con un hombre más mayor que al verme acercar me dio el alto, diciéndome que no continuara. Mandó a un compañero,y después de revisar y comprobar que no llevaba ningún arma, me preguntó quién era y qué hacía allí. Yo le conté toda mi historia.
No parecía mala persona, pero me dijo que sin pasaporte no me podía dejar pasar, y me dijo que por el momento me esperara escondido y cuando él pudiera hablaríamos y me diría algo. Esperé durante un buen rato, y esperando buenas noticias terminé por dormirme. Estaba agotado de haber estado andando todo el día sin parar.
El guardia llegó hasta mí y me despertó, diciendo que era muy difícil entrar en España sin pasaporte, pero que quería ayudarme, por lo menos evitar que durmiera en la calle y pudiera acceder a algo de comida.
Me dio whisky para beber y me echó por encima un poco, eso llamaría la atención y tendría que arrestarme por estar borracho, mientras se aclarara algo sobre mi nacionalidad. Me dijo que seguramente acabaría deportado a una celda, pero después se encargarían de encontrar mi origen y una vez absuelto quedaría libre y dentro del país. Me pidió que jamás dijera nada sobre él ni sobre su ayuda, yo le agradecí mucho aquel gesto.
Fue un gesto que jamás olvidaré, sin su ayuda no sabía cómo podía llegar a mi país. Esperé un rato e hice lo que él me pidió, creo que me emborraché de verdad, pues sin nada en el estómago el alcohol entró en mi sangre haciendo una bomba explosiva. Entré con la botella cantando y oliendo a alcohol por dentro y por fuera.
Enseguida llegaron guardias, entre ellos el que me ayudó haciendo como si no me conociera y les ordenó a sus compañeros, meterme en una celda hasta que se me pasase la borrachera, y añadió, “después ya veremos qué se puede hacer con él”.
Pasé el resto de la noche en una dura litera donde dormí profundamente. Me trajeron algo para desayunar, y después de presentarme ante el general (así oí que lo llamaron los soldados), aquél me preguntó mi nombre, nacionalidad, la razón por la que había estado en Francia y por qué quería volver a España.
Le informé sobre todo lo que él quería saber, y después de un rato me permitió salir con un visado que me insistió que no perdiera. Por fin me encontré en España, jamás había sentido tanta alegría, me sentí como en casa, me encontraba en la calle sin nada que llevarme a la boca y sin techo, como única pertenencia la ropa vieja y roñosa que cubría mi roñoso cuerpo y unos viejos zapatos que me había encontrado en un basurero de cualquier lugar, y aún así, yo me sentía en casa y muy feliz.
Siempre he creído que el lugar donde naces crea en nosotros un vínculo especial, la tierra que pisas, el agua que bebes, la fruta que dan los árboles, todo contiene esa conexión diferente.
Pero por suerte o desgracia, lo que no varían son las personas, allá donde fuese me encontraría con personas buenas y malas, inteligentes e ignorantes, ricos y pobres, eso no cambia nunca, no al menos para mí.
Después de haber podido dormir aquella noche en algo parecido a una cama, además de aquellos tragos, yo me sentía fuerte y con energías para empezar una nueva vida. Mi nuevo destino era caminar rumbo a Valencia, necesitaba volver a mis raíces y empezar de nuevo, poder sentirme como cualquier persona normal, recuperar mi aspecto y evitar los rechazos e insultos de algunas personas sin escrúpulos ni compasión.
Anduve todo el día, apenas descansaba y me adentré en un pueblo donde divisé un bar. Desde lejos podía oler a guisado caliente. Mi primer impulso fue entrar y pedir un poco de comida, pero me había encontrado con tantas patadas e insultos, que el temor a pasar por lo mismo me hizo mantenerme atrás.
Me acerqué y miré por la ventana, no había mucha gente adentro, pero pensé que podría esperar un poco a que la gente saliera y después poder probar suerte cuando los dueños pudiesen quedar solos.
Después de un rato, los comensales fueron saliendo. Entré al local y al acercarme a la barra, el dueño que estaba con una botella en la mano y dando gritos me dijo que saliera cuanto antes de allí si no quería que me rompiese la botella en la cabeza. Por supuesto que no me quedé.
Cuando llevas tanto tiempo en la calle, te haces audaz y perspicaz, sabiendo cuándo vale la pena correr o parar, y de allí había que salir a toda prisa posible pues ya sabía que no conseguiría lo que necesitaba. Me adentré en la oscuridad y después de un rato me volví a acercar sin ser visto a la parte trasera del bar donde pude ver un cubo de basura que supuse tirarían las sobras del día.
No me equivoqué, aquel hombre traía en un cubo de lata restos de comida y trozos de pan que recogería de las sobras de los clientes. Esperé escondido un poco más y cuando creí que no había peligro, escarbé en la basura y cogí lo que mezclado entre más basura pude aprovechar. Y así me alimenté.
Cuando después de guardarme algún trozo de pan en los bolsillos intenté marcharme de allí, por accidente la tapa del cubo de basura (que era de lata) cayó al suelo, el ruido hizo alertar al dueño, que salió con un palo de madera derecho hacia mí, que intentaba correr para poder escapar de allí.
Me propinó varios golpes entre la cabeza y la espalda, él corría detrás de mí dándome con el palo, yo corría todo lo que podía delante de él, hasta que ´wste por fin se paró, pero seguía oyendo los insultos y cómo me gritaba cosas como que era un ladrón, un vagabundo y algunas cosas más con amenazas de como volviese a verme por allí, etc., etc.
Muchas veces sentí que la crueldad de algunas personas no tenía límites. Me sentía muy dolorido, mi espalda y mi cabeza habían recibido una buena paliza. Como pude me alejé de aquel lugar y busqué un sitio donde poder pasar la noche. No pude conciliar el sueño, cada vez que cerraba los ojos, me imaginaba a aquel despiadado hombre dándome garrotazos.
Yo era de complexión fuerte, pero aquella paliza me había vencido dejándome muy magullado. El dolor que sentía en la cabeza era cada vez más y más fuerte, parecía que me iba a estallar en cualquier momento. Esperé a que amaneciera y como pude me incorporé echando a andar, pero el dolor de cabeza no se me pasaba y con el esfuerzo de andar aun iba aumentando. Recuerdo que perdí el conocimiento y caí al suelo.
Cuando pude abrir los ojos me encontraba en un hospital, me habían lavado, afeitado y llevaba puesto un camisón. Según me contaron una pareja de novios pasó por el lugar donde yo estaba, y al verme tirado en el suelo, me recogieron y me llevaron allí. Yo no recordaba nada, ni siquiera mi nombre. El médico que me atendió me dijo que podría ser de la conmoción, además de los golpes recibidos en la cabeza.
Hacía intentos por recordar, pero no lo conseguía. Después de unos días en el hospital, el médico me informó de que ya había pasado el peligro y que tenía que marcharme de allí. Me dijo que en el bolsillo de mis pantalones, entre unos trozos de pan, habían encontrado mis datos pero que no había ninguna dirección ni parientes a los que poder avisar. Yo no conseguía recordar, entonces aquel amable hombre me dijo que mi nombre era Juan, me dio el papel y algo de ropa decente que me había traído él de la suya. También unos cómodos zapatos, al parecer teníamos la misma talla.
Otra vez tuve la suerte de encontrarme con grandes personas, empezando por los que me llevaron hasta allí y me socorrieron y terminando por el médico y unas cuantas enfermeras que hacían comentarios sobre lo guapo que era y la diferencia que había con el que ingresó inconsciente y el que salía por la puerta.
Por supuesto que aunque el hábito no hace al monje, un buen aspecto te cambia ante los ojos de los demás. Con todo mi agradecimiento y marchándome del hospital esperaría, como me había dicho el médico, a que poco a poco recobrase la memoria.
Al guardar el documento en el bolsillo, pude encontrar algo de dinero. Había doscientas pesetas, por aquellos tiempos era mucho dinero. Yo pensé que el amable médico no había reparado que lo tenía en el bolsillo y no se había acordado de sacar el dinero antes de darme el pantalón y volví al hospital a devolvérselo.
Pensé que ya había hecho por mí demasiado y mi moralidad no me permitía quedármelo sin más. Eso me hizo darme cuenta que por muy necesitado que estuviese, mis principios y mi honestidad no las había perdido ni olvidado.
Al regresar al hospital pregunté por el médico, que al ser requerido apareció rápidamente. Le dije que me había encontrado doscientos pesetas en el bolsillo y quería devolvérselas. El médico, muy emocionado por mi actitud, respondió diciéndome que ese dinero era para mí, y que habían hecho una colecta y algunas personas del hospital habían colaborado. Me dijo que se le había olvidado decírmelo.
Dos lágrimas brotaron de mis ojos y con un fuerte abrazo me despedí de él, sintiendo que las grandes personas no solo se dedican a salvar vidas, sino que consiguen que los necesitados sigan teniendo esperanzas en ellas.
Sentía mi corazón henchido por la emoción, y que después de una cosa mala te lleva muchas veces a algo mejor de lo que tenías antes y que lo que pueda parecer de una manera podría ser de otra.
Aunque no recordaba qué fue lo que me había llevado al hospital, sí sabía que en aquellos momentos yo me sentía bien. Me alejé un poco del lugar y me dirigí al centro de la ciudad, me dediqué a observar a la gente, miraba las casas, a los niños que correteaban jugando en el parque, me parecía todo muy hermoso.
Yo en aquellos momentos quería creer que alguien me estaría buscando, que en algún lugar, no muy lejos de allí, tendría una familia, quizás una mujer y algunos hijos y un hogar como los que veía a mi alrededor.
La cabeza no me dolía, pero sentía como si dentro hubiera un mundo esperando a que yo me reencontrara con él. Mi falta de memoria me había convertido en un hombre nuevo, diferente, ajeno a todas las calamidades del pasado.
Busqué un lugar donde poder pasar la noche, esperando que mi memoria volviese y poder encontrarme con los míos. No deseaba otra cosa,me había forjado la idea, quizás era lo que más deseaba, y mi inconsciente me llevaba a vivir así. Pasé varios días viviendo en aquella ciudad y creyendo en lo que quería que fuera real.
Paseaba por los lugares, queriendo encontrar algo que hablara de mí. Pensé que si me habían encontrado desmayado cerca de allí, mi hogar y mi familia no podrían andar muy lejos. Pensaba que todas las personas tenían una familia y un lugar para vivir.
No encontré ninguna noticia que hablara sobre mí, nadie parecía estar buscando a nadie. Un día volví al hospital para ver si habían tenido alguna noticia, por si alguna persona o algún familiar habían estado preguntando por mí, pero me respondieron que no había ido nadie, no hubo ningún cambio. Una vez allí pregunté por el médico que me atendió, quería saludarle y volver a darle las gracias por todo lo que hizo por mí y contarle que todavía no había recuperado la memoria y que seguía esperando tener noticias sobre mí y los míos.
Percibí en la cara del médico un gesto amargo, me dijo que quizás era lo mejor que yo fuese recordando poco a poco, pero que tal vez lo que yo creía no era la realidad. Me contó que cuando llegué al hospital mi aspecto era el de una persona que podía llevar tiempo yendo de un lugar para otro.
En pocas palabras, me dijo que mi aspecto era de haber sido un vagabundo y que quizás mi hogar y mi familia podrian estar muy lejos. Así que me aconsejó no forzar la mente y esperar a que mis recuerdos volviesen sin hacer especulaciones.
Me llevé un buen desengaño, pero sabía que aquel médico era una buena persona y que aquella información me la había dado “por mi bien”, para que no pudiese encontrarme con algo que resultara una fantasía y que mi realidad fuese muy dura.
Pasé unas cuantas semanas más en aquel estado, no diría lamentable pues al no poder recordar, mi mente vivía una realidad que yo me había creado, lo peor fue salir de aquella situación.
Me desperté una mañana con fuertes dolores en la cabeza y al incorporarme de la cama comencé a sentir náuseas y mareos que casi me hacen caer de la cama. Empecé a tener recuerdos dentro de mi cabeza girando a gran velocidad. Recordé todo mi pasado y pude ser consciente de mi triste vida y de todo lo ocurrido, de mis penas y de mis pocas alegrías, me encontré con miles de preguntas y de cómo había podido llegar a encontrarme en aquella lamentable situación.
Lloraba desconsolado, miré en mis cosas y solo encontré un documento donde acreditaba quién era yo y treinta pesetas que me quedaban y que era toda mi fortuna.
Me despedí de la posada y me dirigí al hospital, pero mi vergüenza de saber quién era yo (o sea nadie) me impidió ponerme delante de aquel médico tan generoso y amable. Aquel que el día anterior me parecía un hombre más, en aquellos momentos se había convertido para mí en alguien grande y muy elevado, me sentí indigno y muy inferior y pequeño. No pude encontrarme con él, no me atreví, tan solo me acerqué a la centralita del hospital y le pedí a la recepcionista que, por favor, le dijera al doctor tal, que Juan había recobrado la memoria, y que le agradecía mucho todo lo que había hecho por él.
Le pedí que le dijera que me había marchado a mi tierra para empezar una nueva vida. Marché rápidamente del hospital, evitando que él o alguna de las enfermeras que me conocían pudieran verme o preguntarme, sentía tanta vergüenza que me hubiese resultado muy duro tener que afrontar el lamentable estado en el que me ingresaron.
Anduve por la ciudad, ahora la sensación de tener alguien que me pudiese haber echado de menos y me quisiera se había esfumado totalmente. Estaba sintiendo pena y rabia a la vez, y pensé que todavía mi vida no estaba acabada, así que si me esforzaba y con un poco o con mucha suerte, quizás yo podría lograr tener aquellos que tanto necesitaba.
Después de salir de aquella ciudad y sintiéndome muy cansado de tanto caminar, me encontré delante de un bar de carretera, uno de esos que se entra y se sale y que casi nadie conoce a nadie. Aquel lugar no me gustó pero tenía hambre y sed, además de eso yo necesitaba un poco de compañía, oír hablar, el ruido de las tazas y el olor y el sabor de un buen café.
Había vivido durante semanas rodeado de todas esas cosas y ahora las extrañaba. Pedí un plato de comida y agua, mientras me lo preparaban, me fui al aseo para poder lavarme un poco la cara y las manos. Al salir me encontré con una pelea, dos camioneros estaban dándose puñetazos y gritaban entre ellos, yo me sentía un poco contrariado, pero aún así me dirigí a la barra mientras que el encargado del bar intentaba poner remedio a aquella pelea.
Yo observaba con discreción cómo aquellos hombres ibaN de un extremo a otro del bar rompiendo cosas con los cuerpos, a la vez que seguían dándose una buena paliza. No sabía la razón por la que discutían, pero por mi experiencia sabía que algunas personas ni siquiera la necesitaban, son conflictivas sin más.
Alguien debió avisar a la guardia civil, porque entraron en el bar y nos detuvieron a todos los que estábamos allí. Yo quería defenderme, explicándoles que no tenía nada que ver con la pelea, pero tenía miedo y no supe, que decir, además creo que tampoco me hubiese servido de nada, yo era un testigo y querían hacernos preguntas sobre lo ocurrido.
Después de estar horas esperando en una sala, junto con el resto de personas que como yo también se encontraban en el bar, un guardia civil me hizo entrar. Anotó mis datos y mi declaración con la ayuda de una vieja máquina de escribir. Le dije todo lo que había visto y le expliqué que yo solo iba de paso, pues me dirigía a Valencia que era mi tierra natal.
Después de responder a sus preguntas, me soltaron viendo que yo no tenía nada que ver en el asunto. Así que ya en la calle y aún con el miedo en el cuerpo, empecé a caminar y seguiría hacia adelante. El hambre y la sed ya no eran importantes después de aquella desagradable experiencia, lo único que sentía era una sensación de miedo y angustia.
Después de caminar un rato, me senté a descansar, después oí un sonido de claxon de un camión que pasaba por allí, y pude ver como dando un fuerte frenazo el camión paró en un lado de la carretera, el camionero sacó la cabeza por la ventana y me gritaba que si quería podía llevarme. Me acerqué al camión y reconocí a uno de los camioneros que horas atrás habían detenido por el jaleo y la pelea producida en el bar.
Por unos momentos dudé, pero me sentía cansado y al fin y al cabo conmigo no había tenido nada y no había ningún problema. Así que me subí al camión y el camionero, que también me reconocio, aprovechó para contarme el origen de la pelea, añadiendo que aquel otro era muy chulo y lo había provocado.
Yo no decía nada, ya que no era de mi incumbencia, yo solo necesitaba que me adelantase un poco de camino y adiós muy buenas. El camionero dijo dirigirse a Barcelona, yo a Valencia, él me dejaría allí y yo ya seguiría mi camino.
Durante el trayecto me contó Cómo era su vida, me dijo que tenía esposa e hijos y que él se pasaba la vida fuera de casa, trabajando y de carretera en carretera yendo de un lugar para otro y que casi nunca estaba con ellos.
Yo le escuchaba y en parte le entendía, mi vida también era un poco así, pero con la diferencia de que él tenía a alguien que lo esperaba siempre y yo no tenía quien se acordara de mí.
Me preguntó si tenía hambre, respondí que sí, y cuando tuvo la oportunidad de parar, nos bajamos del camión y entramos en un bar de carretera, justo al lado había un burdel, éste lo señaló y dijo, “después de comer le haremos una visita a esas guarras a ver qué pueden ofrecer”. Le dije que yo tenía poco dinero, además de no apetecerme.”eres “maricón”, dijo exactamente con esas palabras.
La actitud de aquel hombre empezó a no gustarme nada. Yo le respondí que no, además de recordarle que él tenía esposa e hijos y que quizá no fuese lo correcto. Noté cómo iba encolerizándose y me dijo que quién me creía yo que era para decirle a él lo que estaba bien o mal.
Yo guardé silencio pero empecé a sentir miedo, recordé la pelea del bar y me di cuenta de que quizás una palabra más hubiese sido suficiente para emprenderla también conmigo y yo no quería llegar a ese extremo pues además de robusto y grande, parecía tener muy mala leche.
En silencio nos sentamos en una mesa y pedimos algo para comer, yo le recordé que apenas tenía dinero, y que temía no poder pagar lo que él había pedido, ya que no escatimó lo más mínimo.
“Tranquilo”, me dijo,” hoy te invito yo a la comida, también a las guarras, ¿o prefieres putas?” (Siento utilizar ciertas palabras, pero quiero narrar la historia tal y como me tocó vivirla, con sus vulgaridades y con su dureza, ya que no es más que la vida misma).
Yo no quería utilizar esos servicios, pero tenía miedo a su reacción y me sentía atrapado a tener que obedecer sus órdenes sin más. Me daba cuenta de que yo cada vez me sentía más vulnerable y cobarde y que la gente con cierto temperamento me daba mucho miedo.
Quizás el saber que no tienes a nadie que se ocupe de ti o que te pueda defender, hacía que no me enfrentase a nadie quedando siempre a merced de los demás. Yo cada vez me sentía más nervioso, la comida me estaba sentando fatal, sobre todo el pensar lo que vendría después, era algo que no era necesario para mí ni había extrañado en mis días de cómo estar con una mujer.
Yo tenía mis propios principios y uno de ellos era el no pagar jamás por acostarme con una mujer, el sexo para mí no era importante, al no ser con amor y deseado por ambas partes. Era por ello que lo que él me proponía, mejor dicho obligaba, iba en contra de mí y de mis principios.
Después de aquella comida y beber vino, yo me sentía muy mareado, tembloroso le dije que no me sentía bien y que mejor yo le esperaba mientras en el camión, pero dando un puñetazo en la mesa me dijo, “¿te vas a atrever a rechazar mi invitación, pero quién te crees que eres?”. De nuevo sentía miedo, y no queriendo irritarlo más le dije que iría con él. “Así me gusta a ver si de allí sales hecho un hombre y no una gallina”.
Aquel lugar me pareció tenebroso, el olor ambiental era una mezcla entre alcohol y perfumes florales de ambientadores, sentía náuseas quizás por la comida o quizás por los nervios además del vino que tuve que beberme obligatoriamente.
Enseguida aquel hombre (ni siquiera le llegué a preguntar por su nombre, la verdad era que no me interesaba saberlo en absoluto, solo quería escapar de allí y sobre todo no tener que volver a subir con él en su camión) llamó a la encargada del local y le pidió dos habitaciones, por supuesto con la mujer incluida, dándome un fuerte manotazo en la espalda me dijo que en media hora nos veíamos allí.
Cuando creí oportuno, le pedí disculpas a la mujer que me acompañaba y le dije que no necesitaba sus servicios y que me marchaba de allí. Mi sorpresa fue que me resultó imposible, la madame, como así la llamaban, no permitiría que nadie saliese de allí sin haber pagado los servicios. Yo pregunté cuánto costaba, cuando me lo dijo supe que con lo que llevaba en los bolsillos no tenía ni para la consumicion mucho menos para el servicio de habitaciones. Me sentía atrapado, tenía que esperar a la fuerza que el camionero terminara para poder marcharnos ya que tenía que pagar él.
La madame me aconsejo que mientras tanto volviera a la habitación hasta que pasara el tiempo, ya que mi aspecto no resultaba muy agradable a la vista de los demás clientes.
Volví a la habitación y la mujer de antes me acompañó. Empezó a tocar mi cuerpo y me pidió que yo hiciera lo mismo, trajo una palangana donde había agua y ella lavó mis genitales, no sé cómo pero terminé cediendo a sus insinuaciones y provocaciones.
Realmente era una profesional, pues perfectamente supo cómo estimularme y dejarme sexualmente muy satisfecho. Una vez terminado el servicio, me acerqué al mostrador, esperé un buen rato al camionero y viendo que no aparecía pregunté a la madame si lo había visto por allí, la cual me dijo que hacía ya rato que se había marchado.
Al escuchar aquellas palabras me asusté un poco, pero me alivió el oír que mis servicios ya estaban pagados y que podría marcharme cuando quisiese. Salí de allí a toda prisa y pude comprobar que el camión no estaba aparcado en el lugar donde lo dejó y respiré aliviado, por fin me había librado de aquel dominante hombre y podría seguir mi camino libre y en paz.
Mientras caminaba, venía a mi mente una y otra vez el recuerdo de aquella mujer y de su habilidad en el sexo. Yo solo había tenido relaciones sexuales con María y sabía bien lo que era, pero aquella experiencia había sido diferente y pensé que quizás por sus habilidades en ello seguía siendo una profesión aún vigente y la más antigua del mundo, ya que muchos hombres repetían y repetían además de llamarse a sí mismas profesionales del sexo.
Quería quitarme aquella visión de mi cabeza y centrarme en lo que era importante. Llegar a mi destino y echar raíces. Anduve horas y más horas caminando, no tenía nada para comer, los huertos de los alrededores del camino no tenían demasiada fruta, no era tiempo para ello, por eso o estaban verdes o ya recogidas.
Anduve un poco más y una vez adentrada la noche, me acerqué a una pequeña aldea buscando algo que echarme a la boca, pero no encontré nada, no había nada ni siquiera en los cubos de basura que pudiera servirme de alimento.
Me acosté para descansar un poco en un banco de un pequeño parque del lugar y allí pasé toda la noche, hacía frío, pero estaba tan cansado que ni siquiera me daba cuenta, hasta el día siguiente que amanecí agarrotado y helado.
Pedí algo para comer a una señora que pasaba por allí, me dijo que esperara allí sentado ya que se dirigía a la panadería a por pan y me traería un bollo. Por supuesto que esperé, la señora volvió y me regaló un bollo de pan aún caliente, estaba exquisto, tierno y recién hecho.
Después de comerme el bollo de pan continué mi camino y sentí un fuerte dolor de estómago además de la barriga, pensé que sería del pan caliente que me había sentado mal, pero fue pasando el tiempo y no se me pasaba, además tenía muchas ganas de orinar pero no podía, busqué un sitio donde poder estar tranquilo, pero además de no conseguirlo sentía un dolor agudo en mis ingles y con mucho esfuerzo lo único que conseguí fueron unas gotitas que al salir, parecía como que salían de mis genitales pequeños trozos de cristal que me rascaban y cortaban por dentro.
El dolor que sentía era tan intenso que lloré, mi vejiga estaba llena y sin embargo no podía salir apenas nada. No entendía qué me podía estar pasando, me sentía muy mal y para colmo del frío de la noche también me dolía el pecho, la garganta y tenía mucha tos. Pero lo que más me preocupaba era el poder orinar, creía que iba a reventar si no lo conseguía, lo intentaba una y otra vez haciendo grandes esfuerzos para que saliera la orina, pero eso me producía un dolor intenso e insoportable.
Como pude seguí andando, paraba de vez en cuando debido al fuerte dolor pero aún así anduve todo el día. Sentía que mi cuerpo ardía por dentro, al toser también mi pecho y garganta parecían romperse, mi barriga estaba cada vez más hinchada, las gotas de orina iban saliendo poco a poco y cada vez que esto sucedía, no podía evitar gritar por el dolor que esto me producía.
Llegué a dar con otro pueblecito y me adentré en él, no había comido ni bebido nada durante el resto del día y me sentía muy muy mal y la fiebre se había hecho conmigo. Recuerdo llegar hasta un portal de una casa que me pareció muy grande, pero era de noche y no pude ver bien. Solo recuerdo que por la fiebre deliraba y decía cosas incoherentes.
Recuerdo levemente que pasaban algunas personas por aquella calle y que me miraban y que quizás por mi aspecto o mis palabras sin sentido, pasaban de largo o se iban a la otra acera. Yo me sentía sin fuerzas a pesar de mis delirios.
Recuerdo haber pasado allí la noche, nadie se compadeció de mí, sino todo lo contrario, huían como si yo tuviera la peste. Yo era un ser humano como cualquiera y sin embargo nadie se paraba ni me ofrecía ayuda.
Ya era de día y sentía que iba empeorando, mi fiebre era muy alta y mi vejiga estaba a punto de estallar, sentía terribles picores en mis órganos sexuales, casi no podía rascarme debido a mis pocas energías.
Vi pasar cerca de allí unas niñas que probablemente iban camino hacia la escuela y me miraban pero se apartaban de mí, yo les pedí ayuda extendiéndoles mi mano, una de ellas intentó acercarse a mí y vi compasión en aquel gesto, pero antes de que esto fuese posible, oí la voz de otra niña que tirando de ella el decía, “no te acerques, no ves que es un pordiosero y está meado y huele muy mal, vámonos de aquí”, y vi que echaron a correr y me dejaron allí.
No sé cuánto tiempo permanecí así pues la fiebre me tenía descontrolado, dormía y me despertaba no siendo consciente nada más del tremendo frío que sentía y del fuerte dolor abdominal.
Perdí la noción del tiempo y del espacio, recuerdo que una de las veces que abrí los ojos, había delante de mí dos o tres personas que parecían murmurar algo. Yo escuchaba palabras, pero casi no podía entender nada sobre su significado. Alguien me tocó la cara y dijo que estaba medio muerto y que había que llamar a la policía o a la guardia civil.
También recuerdo vislumbrar caras de asco, y escuchar levemente cómo decían, “ese vagabundo está meado y cagado, qué asco da, no lo toquéis por si tiene alguna enfermedad contagiosa”.
Yo podía oírles pero mis fuerzas eran nulas, la fiebre estaba acabando con mis últimas defensas. Me hubiese gustado morirme y terminar de una vez por todas con aquella desagradable situación.
Sentía cómo me trataban, con miedo y con asco. Y eso aunque lo pueda parecer no lo superas jamás. Algunos recuerdos te hacen sentir peor que un gusano. Escuché una voz que a la vez coincidía con unas palmadas en mi cara, intenté abrir los ojos y vi a un guardia civil que me preguntaba cómo me llamaba y qué me había pasado, y si tenía familia. Yo movía la cabeza, no tenía fuerzas para nada.
Recuerdo que entre dos guardias civiles me levantaron de aquel portal y me subieron a un coche detrás. “Espera un momento”, gritó uno de ellos, “pon esta manta en el asiento si no no podremos quitar las manchas del meado ni la peste que echa este”.Aún en mi delicado estado, aquellos gestos y palabras me herían profundamente.
Yo solo necesitaba silencio, si no podían tener compasión, un poco de silencio me hubiese bastado y no la cantidad de juicios que sin conocerme y sin tener razón hacían hacia mi persona sin ninguna piedad.
Debí desmayarme de nuevo, y durante horas no recordaba nada, y cuando desperté me encontré en un hospital, me habían lavado un poco y al parecer me habían sacado toda la orina, nsé como pero la barriga ya no estaba tan hinchada y los dolores habían cesado un poco y aunque sentía picores intermitentes, al ir bajando la fiebre desaparecieron poco a poco.
Recuerdo que me hicieron algunas preguntas. Yo me seguía sintiendo débil para hablar y no respondía. Apareció una enfermera con un sobre en la mano y se lo dio al médico para que lo leyera. Este comenzó a leer y con cara de pocos amigos (a diferencia del anterior médico que tuve la suerte de conocer) me dijo, “ el tratar a personas como tú no nos resulta nada grato, pues solo consiguen que los que tenemos una profesión digna nos veamos curando a lacras sociales, que no solo no aportáis nada a nadie, sino que además producís unos gastos que no os merecéis”.
Yo intenté decirle que se estaba equivocando conmigo y que mi situación era debido a ciertas circunstancias desafortunadas y que por eso me encontraba así, pero él parecía no escucharme, yo le repetía que era una persona honrada y que estaba procurándome una vida digna y saludable.
El médico, soltando una carcajada me dijo, “cuéntale a otro ese cuento, una persona saludable y digna no contrae solo una enfermedad venérea, tienes una sífilis como la de un caballo, hipócrita”.
Yo, que no estaba muy informado sobre este tema, por sus gestos presentí que era algo peligroso y no muy aprobable, le pregunté que a qué se refería y me respondió, “pues que cualquier mujer de mala vida te ha contagiado, y solo se contagia por contacto sexual, así que guárdate esa historia de ser digno para aquel que se lo crea”. Prosiguió diciendo,” estarás un par de días más en este hospital y después te recetaré un tratamiento que deberás tomar siempre, ya que esto no tiene cura”. Muy afectdo, le pregunté por los posibles efectos, no tenia intención de explicarle ni de convencerle de que solo había estado una vez con una y mucho menos qué me llevó a ello, además que daba por hecho de que no me iba a creer.
A las personas como yo, catalogados socialmente como pordioseros, vagabundos, yo prefiero la palabra indigentes ya que resulta menos doloroso y menos despreciativo y tajante, nadie tiene la intención de escuchar y mucho menos creerle.
Me sentía morir después de escuchar aquello, yo no podía ni siquiera imaginar que me pudiese haber pasado algo así y empecé a creerme que tenía alguna maldición y que por más que me esforzase nunca terminaría mi padecer. Pensé que algunas personas nacen con estrella y yo era de los estrellados y que quizás mi vida me estaba dando señales para que me resignara a mi fatal destino y dejara de luchar por convertirme en alguien que no había nacido para ser.
Me puse a recordar que ya desde muy pequeño tuve que empezar a andar sin rumbo a ninguna parte y que muy pronto me quedé sin padre, esa figura que todo niño debería tener siempre cerca. Al poco tiempo también sin madre, y después de esto vivía una calamidad detrás de otra.
Ya no me quedaban fuerzas para seguir adelante, además de tener que cargar con una enfermedad que ni siquiera tenía consciencia de que existiera, y lo peor de todo ello era que tenía que dejar de creer en mis sueños de tener una esposa e hijos, ya tenía obligatoriamente que decirles adiós, un adiós para siempre.
Me sentía hundido por completo. Ojalá pensé que me muriese allí en aquel hospital, al menos podría morir en una cama y alguien a mi alrededor. El saber que tenía que volver a la calle solo y en aquellas condiciones me resultaba aterrador. Pasé dos días más en aquel hospital y después de un tratamiento que según el médico era necesario seguir tomando, cogí mi ropa ya limpia y me marché. Menos mal que tenía limpia la ropa, no pregunté quién me la habría lavado ni por qué, tenía el alma por los suelos y me daba igual una cosa que otra.
Al salir del hospital me dirigí a la farmacia más próxima para comprar los medicamentos temiendo no tener dinero suficiente para todas. Como así fue, subía una cantidad que yo no poseía.
Le ofrecí todo lo que tenía y el farmacéutico me dijo que todas no me las podía llevar, solo me dio los antibióticos, según él por el momento era lo más necesario para erradicar la infección. La de los picores y para el dolor de garganta y la tos podía prescindir por el momento.
Tomé lo que me dio, pagué y me marché de aquel lugar esperando ver qué me depararía la vida. Nuevamente, después de mucho caminar el cansancio, el hambre y la sed empezaban a llamar la atención. Me sentía triste, débil y muy deprimido.
Encontré una fuente y recordé que debía ya tomarme la pastilla, así que de un trago la introduje en dirección a mi estómago, era lo único que entraría en él durante todo el día. Al cabo de un rato comencé a sentir mareos y un fuerte dolor de estómago y pensé que podría ser que al tomar la pastilla con el estómago vacío por falta de alimento, estaba produciéndome aquel tremendo dolor.
Me fui a un pueblo cerca de donde estaba en aquellos momentos y me encontraba cada vez más mareado, me acerqué a una tienda de comestibles y le pedí por favor a la tendera algo para comer. Ella me preguntó si yo era del pueblo, le dije que iba de paso y que me había tomado una pastilla con el estómago vacío y me encontraba mal.
Aquella señora se apiadó y me dio un flan que dijo haber hecho ella misma, me dejó sentarme un poco y sin perderme de vista, esperó a que me lo comiera para ver qué tal me sentaba. Me sentó muy bien, mi estómago necesitaba sólido que mezclar con la pastilla que por cierto yo sentía que se me había quedado pegada en alguna parte. Muy pronto comencé a sentirme mejor, no bien del todo, pero si mejor.
Le dije que no quería abusar de su generosidad, pero que tenía que continuar caminando y si podría darme algo de pan para el camino, algo que le sobrara y para cuando me entrase hambre poder comer y no tomar la próxima pastilla sin alimento. La señora cogió de su tienda unos bizcochos y una lata de sardinas en aceite, también me dio un buen trozo de pan.
Me despedí de ella dándole miles de gracias. Las gracias las había ido dando infinidad de veces y probablemente las tendría que seguir dando infinidad de veces más, pero eso no me preocupaba, lo que en verdad me preocupaba era el encontrarme con personas a las que no pudiese encontrar nada de lo que agradecer.
El pasado había sido tan injusto conmigo que ya cada vez creía menos en la caridad y la bondad de algunos hombres.
Después de aquel día pude vivir muchos parecidos. Decidí no seguir tomándome las pastillas porque el dolor que le producían a mi estómago me resultaba irresistible. Así que decidí dejar en las manos del destino lo que tuviese que pasar, si tenía que morir daba igual que fuese de una gonorrea, sífilis, infección, pero no de un dolor de estómago debido a una úlcera que sentía cómo las pastillas al ser tomadas sin alimentos, me podrían producir si no lo habían hecho ya.
Recorrí caminos, pueblos, ciudades, siempre en las mismas condiciones, pidiendo, robando y llevándome insultos y golpes. Tengo que admitir que todas las vivencias me hicieron aprender muchísimo, sobre todo a reconocer a las buenas personas de entre las malas. Yo las veía venir incluso mucho antes de que se acercaran. Yo ya tenía idea de cómo serían y cómo sería su condición.
Te encuentras de todo tipo de personas y en cualquier parte, desde gente generosa sin límites, que incluso te abren las puertas de sus casas y te sientan con ellos a sus mesas para que compartas lo que tienen, y gente que tan solo por el mero hecho de que existas te pegan, insultan y te maltratan psicológicamente.
Recuerdo una tarde que llegué a un pueblo de los muchos pueblos por los que pasaba, y que durante unos días hice de una casita abandonada algo parecido a mi hogar. Jamás me metí con nadie, ni pedí ni robé. De noche tan solo recorría los basureros y cogía de ellos algunas cosas que me pudiesen servir, sobre todo sobras de comida con lo que poder alimentarme. Difícilmente fui visto durante el día, ya que no quería complicaciones además de no tener ningún interés ni confianza en nadie.
Aquel día era fin de semana, lo deduje por lo que ocurrió. Una panda de amigos que probablemente se reunirían cerca de allí, para divertirse tocando música alta y emborrachándose. Yo advertí movimientos cercanos pero pensé que se quedarían distantes del lugar y que yo pasaría inadvertido.
Pero no fue así, por desgracia a uno de ellos le dio por inspeccionar la casa donde yo me encontraba cobijado esos días. Este muchacho llevaba una linterna que le permitía ver en la noche. Se adentró en la casa y reparó en mí, que estaba medio escondido en una esquina de la casa temiendo que me vieran.
Dirigía la luz de la linterna de un lado a otro revisando todo el espacio y lo inevitable llegó, proyectó la luz hacia mi cara y acto seguido, empezó a dar gritos llamando a los demás para que fueran y vieran lo que se había encontrado, o sea a mí.
Los amigos llegaron enseguida y entre dos me sacaron de la casa a rastras y me tocaban con ramas, como si fuera un animal. Mientras hacían aquello bebían, reían y parecían divertirse mucho. Conté cinco jóvenes y por sus vestimentas, que apenas podía vislumbrar, parecían bastante adinerados, pero por sus hechos y palabras eran muy pobres y desagradables.
Aquella noche decidieron tomarla conmigo y hacer un baile de desnudos, la luz de la luna llena ayudó bastante a vislumbrar sus movimientos que sin ningún escrúpulo ni miramiento, manteniéndome sujeto entre dos, el resto pasaban y restregaban sus genitales y ano por mi rostro. Esta perversión provocaba mucha risa, incluso carcajadas, dando paso a repetirlo más de una vez.
Yo no decía nada, ni siquiera forcejee, tenía poca salud y mis energías tenía que guardarlas para un caso extremado y por si las cosas se complicaban más. Por el momento, y después de mis muchos percances y experiencias vividas, aquello aun me parecía bastante tolerable. Cada vez se divertían más a mi costa y la diversión fue a más y más.
Después de haber pasado ya mucho tiempo de aquello y de sentirme libre y sin rencores, mis emociones se alteran por saber que en alguna parte, en algún lugar del mundo en este preciso momento, está pasando lo mismo y que sigue habiendo personas con el corazón tan negro y el alma tan insensible ante el dolor ajeno, y con tanta falta de respeto aprovechándose de los débiles y necesitados.
Ya no contentos con esta burla, comenzaron a orinar encima de mí, uno de ellos me obligó a tragarme su orina, mientras los demás mi obligaban a abrir la boca, también dentro de esta aberración decidieron que había llegado la hora de cenar y las heces de uno de ellos me las dieron como alimento.
Aquellas escenas sobrepasaban todo límite, no fui violado porque olía tan mal que según ellos podrían contraer alguna enfermedad. Menos mal que de algo me sirvió mi lamentable estado, si no a sber dónde podría haber llegado aquella diversión. Cuando decidieron que ya se habían divertido bastante, me dieron una buena paliza mientras me decían que ese era mi postre, ya que había tenido bebida y comida.
Después de los puñetazos y de las patadas y casi muerto en el suelo, alguien decidió de nuevo que aún no había tenido bastante y propuso traer una cuerda con la que me ataron y me dejaron atado dentro de la casa, hasta que el hambre y la sed me mataran y así no tendría que padecer más.
Eran realmente crueles. Yo necesitaba creer que quizás la bebida les había hecho comportase así. Pero bien es cierto que solo aparece fuera aquello que se lleva dentro, y ellos por desgracia eran así y no necesitaron ninguna excusa. Quizás el alcohol les hizo aflorarlo con más facilidad, pero somos lo que hacemos y no hay más.
Me ataron los pies y las manos, después me tiraron dentro de la casa y cerraron la puerta por fuera atando la manecilla, para en el caso de haber podido desatarme, no pudiese salir.
Pasé el resto de aquella trágica noche llorando, ya no solo por los golpes y por la humillación, sino por saber que existían ese tipo de hombres capaces de llevar a cabo aquella aberración y no llegar a sentir ningún remordimiento.
No me gustaba aquella forma de vida, yo tenía muy claro que aspiraba a algo digno, algo mucho mejor, pero no siempre las cosas son lo que parecen y es por ello la razón por la que transmito estos mensajes, para que se pueda hacer más justicia y al menos para que quien lo lea se conciencie y no se vuelva a juzgar jamás a los que no sean como vosotros, ni a los que las circunstancias de la vida les haya obligado a convertirse en vagabundos, pordioseros o indigentes.
Quiero recalcar que detrás de cada persona existe una historia personal y diferente y que quizás el día de mañana puedas ser tú al que traten de indigente, o quizás en tu pasado ya lo fuiste.
Quiero concienciar para que sean tratados y respetados por igual, y si no puedes llegar a amarles, por lo menos intenta no juzgarles ni maltratarles. Yo, tú, él, nosotros y vosotros, quizá llegue un día que logremos vivir sin los malos tratos y ayudar siendo a la vez ayudados sin condiciones sociales, culturales ni raciales, ya que todos somos iguales ante los ojos del Creador y todos recibiremos la justicia divina, y existen leyes universales, y no olvidemos que la destacable aquí es la ley de causa y efecto, aquello que siembras recogerás, y si no puedes evitar el sufrimiento de los otros al menos evita el tuyo, respetando y amando.
Me he permitido el aprovechar estas incidencias para dar estas enseñanzas, pero por desgracia o por suerte mi vida no terminó aquella noche, todavía me queda por contar más experiencias que me acompañaron con mis días y noches. Así que seguiré relatando mi pasado, hasta completar todo lo sucedido después de aquella noche y lo que aprendí llenando mi alma de dolor y amor a pesar de tormentosos momentos.
Una de las veces en las que abría mis ojos, pude ver que por la ventana entraba algo de luz y deduje que ya estaba amaneciendo. Intenté muchas veces desatarme las manos para después poder desatarme los pies, pero era inútil, no había ninguna forma posible de lograrlo.
Yo me sentía cada vez más débil y pensaba que ese era ya mi fin, mi cuerpo iría perdiendo fuerzas y mi corazón se pararía, aparte del hambre y la sed que también acabarían con mi vida. Después de dejarme caer en el suelo, rindiéndome a mi suerte, me pareció oír unos ladridos de perro y podía oír cómo esos ladridos estaban más cerca.
El miedo recorrió todo mi cuerpo, pensé que podría ser alguno de los muchachos de la noche anterior, que no teniendo bastante iría a rematar la faena. En aquellos momentos yo podía esperar cualquier cosa menos buena. Seguía escuchando los ladridos además de unos pasos que se acercaban y pude ver como alguien miraba por la ventana, yo me hice el muerto, no quería que pensase que estaba aún vivo, en el caso de que se tratase de alguno de los de la noche anterior.
Oí como si un puño chocase contra los cristales y también una voz que me preguntaba si me encontraba bien. Yo abrí los ojos, y antes de que pudiese responder, escuché cómo intentaban abrir la puerta.
Tenía más miedo que vergüenza, no sabía quién o qué querría de mí aquella persona, ya no me fiaba de nadie. Después de un rato forcejeando, la puerta por fin de abrió y pude ver a alguien como yo, otro indigente que acompañado por un perro entró en la casa. Enseguida se fue para mí y, después de desatarme, me preguntó qué me había pasado. Se lo conté y me dijo que él llevaba ya tiempo viviendo por allí, pero que los fines de semana se buscaban otro lugar porque había oído ruido y temía ser visto y correr la misma suerte que había corrido yo.
También me dijo que llevaban ya un tiempo vigilándolo y que seguramente aquellos chicos lo habían confundido conmigo, ya que algunas veces se había dejado ver por el pueblo y no había sido muy bien recibido.
El aspecto de este hombre era fatal y su olor echaba para atrás, pero fue mi salvador y eso lo ocupaba todo. Me dio para que comiera unas cuantas almendras que llevaba en los bolsillos y se presentó como Rafael. Después de su presentación me dijo que su perro se llamaba ‘Amigo; que desde que se lo encontró solo como él por uno de los caminos, jamás habían vuelto a separarse ni a sentirse solos.
“¿Tú cómo te llamas?” me preguntó, le respondí que mi nombre era Juan y después llegamos a la conclusión de que teníamos que marcharnos cuanto antes de aquel lugar, ya que después de lo ocurrido quizás el siguiente paso de aquellos gamberros podría ser aún peor.
Cogimos los trozos de cuerda por si nos pudiesen servir para algo y nos dirigimos a un lugar donde, según Rafael,había algunas personas más igual que nosotros. Según dijo, él iba de vez en cuando a visitarlos y pasaba algunos días con ellos. Mi desconocimiento de que pudiese haber más personas en el mundo como yo, en vez de alegrarme me entristeció.
Yo no quería que nadie sufriera y bien sabía que si habían acabado como yo,detrás de sus vidas había mudo dolor y muchas penas. Rafael se empeñó en que le acompañara y los conociera, y después podría decidir si me quedaba un tiempo con ellos o me marchaba.
La verdad era que tenía miedo de seguir vagando solo. Además tampoco perdía nada con acompañarlo, pensé que quizás un poco de relación con personas que no me juzgaran ni me humillaran por mi aspecto podría estar muy bien,y quizás recuperaría un poco la confianza en los hombres.
Rafael era muy hablador, recorrimos gran parte del camino sin que yo pudiese pronunciar ni una sola palabra, él había cogido el mando y hasta que no me puso al tanto de todos sus motivos por los que había llegado a aquella situación, no dejó de hablar.
Tengo que reconocer que me molestaba tanta charla, yo estaba acostumbrado a andar solo y no hablar con nadie, así que parte de su información ni siquiera la escuché, cerré mi mente y mis oídos y caminé junto a él sin más. Lo que destacaría como interesante en toda aquella historia fue que él había tenido negocios y que se pasó toda la vida luchando para poder sacarlo adelante, y cuando ya lo consiguió llegaron malos tiempos y tuvo que reinvertir en ello todo lo que había ganado, y que llegó un momento en que los propios trabajadores ganaban más dinero que él siendo el dueño ya que su sueldo era para poder mantener a los trabajadores, pagar a los proveedores e impuestos, y que ya no tenía ni vida, ni podía dormir, ni comer por las preocupaciones, todo se le volvieron pagos, y que mientras más bienes conseguía, más impuestos tenía que pagar por ellos y más tenía que pagar por ellos y más tenía que esforzarse para poder mantenerlos.
Ya nunca había diversión y buenos momentos, y todo fue a peor y perdió todo por lo que había luchado, también su familia, y se quedó en la nada, hasta sin salud, además de algunas deudas de las que no pudo hacerse cargo.
Así que un día decidió desaparecer y empezar una nueva vida, y que en aquellos momentos sentía tranquilidad y libertad para ir y hacer lo que quisiera, “al menos” dijo, “no tengo que dejarme la salud trabajando para que otros se lleven lo que es mío y nunca perder conseguir nada”.
“Ahora no poseo nada, pero al menos nadie chupa de mi”. Curiosa historia, pensé, yo me había propuesto muchas veces el poder llegar a tener algo parecido y la vida jamás me dio esa oportunidad. Él la había tenido, pero al parecer tampoco era algo que podría hacer felices a los hombres.
Evidentemente el sistema estaba fallando, la razón por la que creía que todo hombre lucha en la vida funcionaba solo para algunos. Jamás me había hecho este planteamiento, para mí todo estaba equilibrado, pero por supuesto en la vida yo me había encontrado, visto, sufrido y experimentado de todo. Él continuó contándome anécdotas sobre su existencia, me repetía que mientras más cosas materiales posees en la vida, más tenían que preocuparte por los gastos de mantenimiento, y que los impuestos cada vez eran más desconsiderados. Así lo vivía él, decía que con las casas, los coches y los lujos no se comia y que eran cárceles donde la condena era trabajar día y noche y no tener tiempo libre para poder disfrutar de ello.
Así era siempre, su vida prosiguió, esto sin contar a los ricos y poderosos que se aprovechan de los que menos tienen para vivir de ellos sin más, haciendo lo que les apetece en cada momento, poseyendo cada vez más mansiones, lujos, haciendo viajes y muchas cosa más pagándoselo siempre los mismos, los trabajadores inconformistas que queriendo llegar un día a ser como ellos, lo único que consiguen es ser más esclavos y llenar más sus cuentas bancarias, no dándole ni una cuarta parte de lo que realmente ganas.
Yo les escuchaba con expectación, si eso era verdaderamente así, yo no quería pertenecer a aquel sistema, pues si para conseguir tener una casa tenía que pagar como tres, no te quedaría aliento para nada más, y calculé el tiempo que necesitaba emplear y el esfuerzo que eso llevaría, y cuando realmente me perteneciera estaría ya viejo y cansado para poder disfrutar de ella o meterte en otro proyecto.
La vida tenía que ser más fácil y justa, pero evidentemente no lo era. Pensé que el pobre siempre sería pobre y que el rico cada vez más rico a costa de los pobres, no había mucho más que entender. Después de quedar agotado por tantas quejas. Rafael me dijo tú y yo no somos ricos, pero al menos tampoco hacemos rico a nadie. Tenemos vida, salud, nuestro hogar es todo el planeta, el sol nos calienta cuando hace frío y nos permite ver sin que nadie se aproveche por ello, los ríos llevan agua que nos permite beber cuando tenemos sed y tampoco nos cobra por ello, los árboles frutales nos regalan su fruto, sin que por ello sus dueños empobrezcan y si todo ello Dios nos lo da gratis, porque algunos hombres pretenden aprovecharse de todo, haciendo pagar tres o cuatro veces el valor de las cosas.
Tenía la cabeza hecha un lío, aquella información me creó un tremendo conflicto. Entendí que en muchas cosas tenía razón, pero la vida que llevábamos y teníamos por delante tampoco era un jardín de rosas. Aunque bien pensado, al menos no tenía deudas ni deudores, yo vivía el momento y me conformaba, no queriendo lo de los demás, y nunca aprovechándome de nada ni de nadie.
Creo que la honestidad era más importante que la propia bondad, eso cambiaría muchas cosas. Necesitaba aclarar un poco mi mente y entender donde estaria la soluciónYo solo quería tener un hogar, una familia que me quisiera y a quien querer y un salario digno que me permitiese vivir tranquilo y feliz, pero si todo ello me iba a encarcelar obligándome a trabajar día y noche privándome del disfrute y de lo positivo, no valía la pena aquel esfuerzo.
El mundo consumista donde el robo, los impuestos exagerados y el triplicarse los pagos de los préstamos, me parecía realmente injusto, y si el sistema estaba realmente montado así a mi no me interesaría.
Por fin llegamos al lugar donde nos dirigíamos, era una especie de cueva situada en medio de un campo en las afueras de una gran ciudad. Por los alrededores pudimos ver personas también dentro de la cueva, pude ver hombres y mujeres a los que Rafael les llamó sus amigos. Yo al verlos me sentí muy apenado, realmente lo que me había contado Rafael era lamentable, pero vivir de esa manera era para mí algo impensable.
En el lugar cada cual tenía su pequeño espacio para dormir, pero lo común era estar todos juntos rodeados de chatarras, cosas inservibles y montones de ropa mezclada entre basura.
Conforme íbamos acercándonos, los amigos de Rafael lo reconocieron y salieron a su encuentro, parecían felices por volver a verse y encontrarse. Yo no tenía ningún interés en quedarme en aquel lugar, pero por el momento no tenía nada ni nadie que me esperase.
Mirando a todos los lados un poco desorientado caminé al lado de Rafael que me fue presentando uno a uno a todos los que le conocían. Me dijo que había algunos nuevos, pero que sus amigos nos tratarían bien.
Tengo que admitir que yo jamás me consideré un vagabundo, quizás por fuera y por mi aspecto y el estar recorriendo mundo de aquí para allá, daría una impresión de mí diferente y así lo pareciese, pero yo tenía clase, proyectos y no mi gustaba vivir entre basura ni soportaba el mal olor que respiraba aquel lugar y aquellas personas.
Sentía un fuerte rechazo y me di cuenta que el mismo rechazo, la mayoría de la gente que se consideraba normal, podían haberlo sentido hacia mí. A pesar de no considerarme una persona orgullosa ni irrespetuosa, lo pasé realmente mal. Aquel lugar me pareció un foco lleno de personas indeseables y contagiosas.
Me avergoncé mucho por pensar así, pero era algo que salió de lo más profundo de mí ser. Me di cuenta de ello y lo rechacé sin más, les estaba rechazando y juzgando sin ni siquiera haberles dado la oportunidad de conocerlos y me di cuenta que estaba olvidando que la mayoría de los que estaban allí tendrían sus motivos y sus vivencias, dándoles la razón por los motivos por los que se encontraban allí (al igual que yo).
Por unos momentos me olvidé de quién era yo para sentirme superior a los demás y recordé la cantidad de veces que había juzgado y criticado a los que se habían permitido el hacerlo conmigo.
Uno de los amigos que llegó a recibirnos se llamaba Braulio, tendría aproximadamente setenta años y a pesar de que su aspecto era denigrante, su educación y su solidaridad eran inmensas. Me tendió su mano y me dio la bienvenida al lugar donde ellos ahora llamaban su casa.
Sacó de una caja de cartón, un trozo de pan y un trozo de salchichón duros como una piedra y con un viejo cuchillo cortó unos trozos y nos ofreció diciendo que era todo cuanto poseía, pero que nos serviría para matar un poco el hambre. Yo no dudé en aceptarlo, el hambre no me permitió el escrúpulo además de no andarme con remilgos, pues ya estaba bien acostumbrado a tomar cualquier alimento en esas condiciones.
Rafael hizo lo mismo y de un manotazo, visto y no visto, aquel alimento fue devorado. Braulio al ver cómo devorábamos aquella comida, soltó una carcajada y dijo,” los dioses tienen la dicha de proteger a los necesitados y yo de haber podido dan alimento al hambriento, seguramente que en estos momentos ambos sentimos la misma satisfacción”.
Después de apurar hasta la última miga de pan, Braulio nos pidió que le acompañásemos para poder presentarnos al resto de personas que habitaban allí. Al parecer Braulio era el más anciano y por ello jefe del clan. Todos lo respetaban y pedían consejos.
Empezó las presentaciones por los que se encontraban más cercanos y terminó por los que ni se movieron de su sitio, siéndoles indiferente nuestra presencia. También nos encontramos con uno que solo esperó a que nos alejásemos unos metros de Braulio para decirle que no estaba conforme con que hubiese más gente en aquel lugar.
Como podréis observar en todos los lugares y condiciones existen personas con actitudes my diferentes. Braulio también nos presentó a una mujer que por su aspecto tendría unos treinta años y nos explicó que había llegado hasta allí en circunstancias deplorables y que detrás de esa imagen había una mujer muy arrepentida por sus errores pero que por cobardía por reconocerlo ante los implicados le había hecho abandonar su hogar y no volvió a saber nada de ellos.
Aquella mujer se llamaba Juana,sus ojos eran brillantes, mas llenos de amargura. Envolvía su cuerpo con una especie de poncho, yo besé su mano, que ella ruborizada apartó con rapidez y tapó su cara con un cartón que tenía más cerca que la protegió de su vergüenza.
Aquel gesto me pareció de una quinceañera, y por unos instantes yo me sentí como un adolescente. Fue todo un flechazo que me llenó el corazón. Me pareció muy bella, y a pesar del poco tiempo de contemplación y la suciedad, su rostro quedó reflejado instantáneamente.
Amigo, el perro de Rafael, lamió su mano, que al parecer hacía unos instantes había mojado sus dedos apurando un bote de mermelada. Juana dejó que lo hiciera, mientras que con la otra mano acariciaba su cabeza.
Braulio nos propuso seguirlo y poder continuar con las presentaciones. Mi impacto fue cuando nos presentó a uno de ellos, estaba borracho y muy enfermo dijo, “yo lo saludé e intenté abrazarlo, pues era Tomás, el único amigo que había llegado a tener de verdad y que por culpa de una malvada mujer se rompió nuestra relación de una forma injusta y violenta”.
Tomás también me reconoció, y intentando incorporarse me pidió perdón y terminó llorando. No me lo podía creer, la vida tiene cosas impensables como reserva.
Aquel era mi amigoTomás y en aquella condición lamentable intuí que todo fue producto de aquella mujer, pero no le quise hacer ninguna pregunta. Braulio me aconsejó que le dejara dormir la borrachera y más tarde ya hablarle y preguntarle todo lo que quisiese.
Aquel impacto fue total. Tomás era la última persona que yo hubiese pensado poder encontrarme allí y en aquellas condiciones.
Se fue haciendo de noche y Braulio nos indicó un lugar donde poder pasar la noche. Un lugar cercano al suyo, habíamos caminado mucho y el cansancio ya estaba dando señales de ello. Rafael fue y recuperó a su perro que todavía estaba dando lengüetazos lamiendo la mano de Juana, y después nos acostamos en una cama hecha de cartones y algunas telas por encima.
La noche pasó como un suspiro y yo había soñado algo que tenía que ve con aquel lugar, pero al despertar no recordaba los detalles exactos, por ello no era consciente de si fue realmente importante o no.
El olor a café llamó mi atención y me acerqué a una pequeña hoguera donde había una vieja cafetera de porcelana requemada por el fuego, miré dentro y había agua hirviendo con un poco de café. Eché un vistazo a los alrededores y vi diferentes cuerpos durmiendo, algunos ya estaban incorporados, pero permanecían en su sitio.
Yo no sabía cómo actuar, cuando de pronto vi a Juana acercarse, se había aseado y peinado un poco, su belleza resaltaba de una forma sobrenatural. Me ofreció un poco de café que según ella había recogido de cualquier lugar y lo guardaba para desayunar mientras quedase.
Ya es sabido que la gente como nosotros sabemos aprovechar todo lo que los demás tiran, como si fuera sagrado. Me notaba nervioso por dentro, aquella mujer me alteraba con solo mirarla, las palabras me salían torpemente de mi boca pronunciando que para mí sería todo un placer compartir aquel café. Juana sonrió y dijo, “qué galante, si no fuera por las pintas que tienes, pensaría que eres todo un caballero”.
Sentí vergüenza, tenía una preciosa mujer delante mismo y solo podía ofrecerle mis tímidas palabras y un poco de cortesía. Me di cuenta que esa era toda mi riqueza y nada más podía ofrecerle.
En una taza de lata puso un poco de café y me lo cedió, aquel café era muy amargo, pero además de caliente me pareció como si estuviera tomando el mejor café del mundo. Braulio, que apareció en aquel momento, le preguntó a Juana si había un poco de café también para él. Juana le sirvió un poco de café y nos dejó solos.
Braulio me dijo que jamás había visto a Juana tan aseada ni tan motivada desde que había llegado a aquel lugar, y que hacía ya más de diez meses de aquello. Yo le dije a Braulio que Juana me parecía una mujer muy guapa, pero no pensaba quedarme allí, y que era mejor no hacerse conjeturas sobre nada, pues yo no podía estar con ninguna mujer y que tenía mis razones para ello.
Yo no quise contarle lo de mi enfermedad venérea, ya que para mí era vergonzante y no quería ni pensar en ello, además de sentir que no era nadie ni tenía nada en la vida.
Braulio, muy respetuoso y educado, me interrumpió diciendo que él solo había hecho una observación y que el resto lo estaba diciendo yo. Me sentí ridículo y estúpido, por un momento había supuesto que aquel hombre sabio me había dado una información que quizás yo deseaba saber y que no era más que mi propia proyección.
Juana me gustaba de verdad y necesitaba que alguien me dijera que yo también a ella. Pero me di cuenta que antes de que estas palabras fuesen dichas, yo las interpreté. Menudo estúpido y engreído, pensé, cómo una mujer como Juana iba a fijarse en mí.
Braulio me sacó de mis pensamientos preguntándome si tenía algún destino adonde dirigirme. Yo le dije que pensaba dirigirme a Valencia y después a la tierra donde yo nací, y donde al ser posible me gustaría también morir. Observé a Braulio, aquel hombre poseía elegancia y ternura y a pesar de su aspecto destacaba por su gran amabilidad y por poseer mucha cultura.
Recordé nuestro encuentro del día anterior y la frase que llamó mucho mi atención “los dioses tienen la dicha de proteger a los necesitados, y yo de poder dar alimento al hambriento”, o algo así.
Le pregunté por qué había dicho “los dioses”, yo solo creía en un Dios. Él me respondió con una sonrisa, es que solo existe un Dios todopoderoso, pero nosotros en esencia pura también somos Dios. Me parecía que la cordura que tanto valoraba en él, se estaba esfumando.
Braulio debió presentir algo porque dijo, “todas las personas buenas están reflejando esa parte de Dios, con los aspectos de Amor, Inteligencia y Caridad. Así que ni es necesario que te escandalices. Dios forma parte de nosotros, como nosotros de él”.
Yo entonces añadí que si él llevaba parte de Dios y tal vez yo también, no entendía cómo teníamos tan mala suerte en la vida y nos permitíamos vivir de aquella manera. Braulio con total seguridad respondió que antes de nacer nosotros elegimos nuestras experiencias en la vida necesariamente para poder experimentar y aprender sanando cosas del pasado y así poder crecer. El Dios que llevamos dentro es justo y para todo tiene una intención.
“¿Quieres decir que esta penosa vida, tiene una razón y que todos mis pesares y mis momentos dolorosos yo los elegí por algo?”.”Así es respondió,”todo absolutamente todo tiene una razón de ser, y cuando el hombre la encuentra el Dios que llevamos dentro aparece y nos aclara por que”.
Todo aquello que Braulio decía me resultó muy extraño y no me lo acababa de creer. Yo pensaba que ningún Dios elige ni quiere vivir en la suciedad, ni quiere pasar frío y hambre. Un Dios querría comodidad, abundancia y una buena familia a la que amar y ser amado. Yo no estaba de acuerdo con eso y cuando fui a decirle lo que pensaba, vi aparecer a mi amigo Tomás con un aspecto deplorable.
Me abrazó con una fuerza que te llega al alma y me volvió a pedir perdón. Braulio,cuya sabiduría le hacía vernos nos dejó solos para que hablásemos y aclarásemos todo lo que debíamos aclarar.
“Tenís razón era una mala mujer y siento mucho no haberte creído” y diciendo estas palabras Tomas se hundió en un profundo llanto. Yo intenté consolarle y me di cuenta que la historia volvía a repetirse, él angustiado como tiempo atrás y yo intentando consolarle en su dolor.
“No importa, eso ya pasó”, le dije, “pero dime qué te llevó a encontrarte en estas condicioes”, le pregunté. “Me engañó, me robó todo cuanto poseía y se rió de mí en la cara (me decía entre sollozos), no solo que quitó mi fortuna sino también mi honor como hombre. Un día perdí los nervios y casi la mato de una paliza, y ahora tengo que vivir atormentado por mi vergüenza y me escondo porque me denunció y me buscan por ello, ahora no tengo nada de nada. Todos mis ahorros, mis proyectos y mis sueños quedaron rotos y perdidos para siempre, y es por ello que me encuentro aquí”.
“Un dia, desesperado y perdido tuve la suerte de encontrarme con Braulio, que se apiadó de mi, y aunque no tiene nada para darme al menos me proporcionó compañía y un lugar donde poder vivir”.
“He deseado la muerte muchas veces, pero soy demasiado cobarde para quitarme la vida, bebo todo lo que encuentro por ahí, pido en las calles y con lo que recojo compro vino barato, y me emborracho hasta no recordar y así día tras día, desde hace seis meses”.
Un hondo y profundo silencio se hizo entre nosotros y recordé su pasado donde tampoco fue nada feliz con aquella tragedia vivida, y ahora estaba viviendo otra en su vida. Nuestro silencio era total. Rafael y su perro amigo apareciefon de repente, éste me dijo que le apetecía un café, yo le cedí mi taza para que se pusiera un poco y sin decir nada Tomás aprovechó para alejarse. Recordé que él funcionaba así, en momentos de dolor necesitaba estar solo hasta que se le pasaba un poco para después volver y poder continuar con la charla.
Yo aproveché entonces para decirle a Rafael que tenía intención de marcharme al día siguiente y continuar mi camino.
El interés que tenía por Juana se hacía grande, y antes de que cogiese más fuerza era lo mejor alejarme, por el bien suyo y el mío. Rafael era muy testarudo e insistía en que me quedara unos días más por allí o los alrededores, y después de esos días quizás él podría venir conmigo para que yo no estuviese tan solo por los caminos.
Pero yo no estaba dispuesto, quería llegar cuanto antes a mi pueblo, además necesitaba estar solo, había vivido tanto tiempo así que la compañía me molestaba. Rafael lo entendió y con un gesto de “me da igual” se pudo a jugar con su perro y me dejó en mi silencio. Tomás tardaba en volver, pensé que quizás había ido hasta la ciudad a pedir limosna para comprar más vino y no le di mucha importancia.
Juana, que daba vueltas por el lugar, después de varias miradas se acercó a mí y me preguntó qué planes de futuro tenía yo, le dije que me marcharía al día siguiente dirección Valencia. Ella me pidió que la llevase conmigo porque pretendía cambiar de vida, y que yo le había despertado cosas por dentro.
Me quedé sin palabras, y aunque no tenía ninguna intención de hacerlo, le dije que me lo pensaría. Ella me confesó que tenía algo de dinero entre sus cosas, porque todas las limosnas las guardaba para una ocasión como aquella y que le encantaría compartirlo conmigo.
Braulio había escuchado accidentalmente aquella conversación y me preguntó qué pensaba hacer yo al respecto. Cuando Juana no estaba ya presente le respondí que no la iba a llevar conmigo, ya que no tenía nada para ofrecerle y conmigo nunca tendría ningún futuro. “¿Crees que si se queda aquí lo tendrá?” Aquellas palabras me hicieron pensar, aquella mujer realmente me gustaba y al parecer yo a ella tambien y quizás la vida podría querer darnos otra oportunidad.
Entonces recordé las palabras de Braulio todo en la vida pasa por algo, y quizás mi destino era el vivir todo lo que había vivido y recorrer todos los lugares que había recorrido hasta llegar a aquel y encontrarla para ser felices juntos. Era más que evidente que de no haber sido así y en aquellas condiciones, yo jamás hubiese puesto mis ojos ni me hubiese fijado en una mujer con aquellas características.
Suspiré profundamente y decidí pensar sobre ello, mientras esperaba a mi amigo Tomás para poder despedirme de él. Estuve esperándole todo el día, hasta que Braulio llamó mi atención, cuando dijo que Tomás tardaba mucho y que normalmente a esas horas estaba ya de vuelta y que estaba un poco preocupado por su tardanza.
Quise salir a buscarlo pero Braulio me aconsejó que no lo hiciera, ya que la ciudad era muy grande y era difícil saber su paradero, mejor sería esperar a que pasase la noche y por la mañana saldríamos a buscarlo. Mientras yo seguiría con la duda de si me llevaba a Juana conmigo o no. Jamás había tenido una lucha tan grande en mí. Por un lado mi cabeza me decía que debía ser prudente y ser consciente de la realidad, pero por el otro estaba mi corazón diciéndome que sí y sintiendo con mucho entusiasmo.
Me di cuenta que Juana había recogido sus pocas pertenencias aprovechables y había tirado el resto de sus cosas, que solo tardó unos minutos en que fuesen recogidas por otros compañeros, añadiendo más trastos a los ya obtenidos.
Este hecho me irritó un poco, yo todavía no le había dado mi conformidad y ella ya había previsto para que así fuera. Yo no me sentía preparado para cuidar de nadie, apenas si había sabido cuidar de mí y temía que Juana pudiese correr algún peligro o que le ocurriese algún hecho lamentable como el que hacía poco me había ocurrido a mí.
Hecho un mar de dudas se me ocurrió ir para hablar con Braulio y explicarle mi situación y mis miedos, yo necesitaba que él con su sabiduría me aconsejara y me diera algo de luz ante tanta oscuridad. Observé que Braulio se encontraba rodeado de varias personas que escuchaban con mucha atención todo lo que explicaba y contaba.
Sin intención de interrumpir aquel coloquio, me senté cerca y me uní al grupito de oyentes esperando que Braulio acabase para poder pedirle consejos ante el dilema que tenía por delante. Mientras escuchaba a Braulio contar una historia sobre alguien, yo intuí que ese alguien del que hablaba era él: todo lo que contaba llenaba de optimismo y de esperanzas a cualquiera. Yo le observaba con atención, presentía que detrás de aquel andrajoso hombre había un ser muy grande y luminoso.
Hablaba de cómo poder llegar a conocer a los demás y cómo poner verdad en sus corazones, la ayuda divina, decía, no siempre están tan lejos como algunos creen, Dios siempre tiene maneras y encuentra la forma de poner su mano en aquel que lo necesita, es por ello que algunas veces uno tiene que renunciar a cosas por el bien de los demás.
Yo le escuchaba atento y sorprendido y me preguntaba quién sería ese hombre y qué había detrás en su pasado. Me di cuenta que con la charla de Braulio me había olvidado de Tomás y de Juana, solo tenía en mi cabeza palabras llenas de compasión y altruismo, por unos instantes sentí que no había hecho nada malo en la vida, pero tampoco nada bueno, empecé a sentir una gran fuerza y ganas de hacer algo importante, algo que me llenara de orgullo y satisfacción.
Mi vida tenía menos importancia para los demás que la del perro de Rafael, que en poco tiempo ya se había ganado el afecto y cariño de la mayoría del lugar. Me di cuenta de que había recorrido muchos lugares, había visto muchas ciudades y conocido a muchas personas pero nadie me recordaría ya y mucho menos llorarían por mi muerte, y sin embargo sentí que por Braulio muchos sí lo harían.
Recordé nuevamente sus palabras y si todo sucedía por algo, por algo yo le había conocido y por algo había logrado vencer a la muerte en varias ocasiones y que quizás era la mano de Dios quien envió a las personas que pudieron salvarme.
Todo aquello me resultaba extraño, yo jamás me había hecho antes aquel planteamiento y jamás me hubiese dado cuenta de mi suerte de no haber sido por conocer a Braulio.
Juana se acercó en aquellos momentos a nosotros y poniéndose a mi lado dijo,”todos tenemos aprecio y devoción por Braulio, para nosotros es nuestro salvador. Él había sabido hacernos ver lo que no veíamos y hacernos sentir ricos e importantes sin tener ninguna fortuna, él nos ha enseñado que la vida es el mejor tesoro y malgastarla la peor de las ruinas”.
Yo escuchaba las palabras de Juana, pero sentía mucha confusión. Una vida malgastada era la que teníamos en aquel lugar y en aquellos momentos, pensé, y él también se encontraba allí con nosotros y sin nada que no fueran sus palabras y el aprecio de todos los que estábamos allí.
Pero reparé en que quizás ese era su tesoro, el poder lograr que las personas”llegasen a apreciarle, existen otras que teniéndolo todo en la vida, están siempre rodeadas por personas que les odian, aborrecen y critican, desprecian y jamás llegan a ser valorados ni respetados por nadie.
Quizás esa sea la dicha, ser alguien por el que el día de mañana te recuerden por lo que fuiste y no por lo que tuviste.
El lío que tenía en la cabeza se pasó de pronto, cuando la mano de Juana cogió una de las mías. Debí quedarme tieso, ya que las carcajadas de Juana llamaron la atención de los allí presentes, que a la vez empezaron también a reírse. Braulio, que entendió lo que pasaba, me dijo, “ves Juan a mí me escuchan y contigo se ríen, no sabes el bien que has hecho con solo tu presencia”.
Yo no sabía qué responder, ya que a mí no me parecía gracioso, además de no saber qué podía hacer con mi mano, si dejar que Juana la siguiera acariciando o apartarla y salir corriendo de allí.
La cosa se complicó un poco cuando a alguien del lugar le dio por gritar ¡qué se besen! y los demás siguieron. Braulio aumentó sus carcajadas, seguramente veía en mí a alguien asustado y a punto de salir corriendo a esconderme. Juana acercó sus labios a los míos y me propinó un beso, jugoso como la miel. La fiesta parecía continuar y paso seguido gritaron ¡otro, otro! El mal rato que pasé con aquello no lo olvidé jamás, tanto que me perdí el poder saborear aquel delicioso beso nacido del corazón de aquella bellísima y espectacular mujer.
Braulio y los demás seguían riéndose de mí, yo me disculpé y dije que me sentía cansado y me apetecía dormir. Todos seguían riendo, y más cuando Juana descaradamente dijo: “si necesitas compañía me lo dices, los preliminares están hechos, tú decides”.
Menos mal que al ser de noche, los colores de mi cara no podían verse, porque si no las carcajadas por mi vergüenza hubiesen podido durar toda la noche y hasta el día siguiente.
Educadamente me despedí y me alejé un poco hasta que mi corazón relajó sus latidos, ya podría haber pasado un cuarto de hora, puse oídos al resto del corito de risueños y de vez en cuando continuaban esporádicas carcajadas, sobre todo de Braulio, que probablemente seguiría haciendo algún tipo de comentario sobre lo acontecido.
Ya alejado y fuera de peligro, repasé todo el proceso y no pude contener la risa, debieron oírme porque automáticamente rompieron a reír nuevamente pero todos a la vez.
Me di cuenta de que jamás me había sentido tan bien, las risas finales descubrieron en mí a una persona escondida. Ese aspecto que vive contigo y que por desgracia casi ni reconoces. Juana se acercó lentamente a mí y me preguntó, después de las risa, qué era lo que había decidido en lo referente a ella.
Yo con un poco de guasa le respondí, “si te digo que no, tendrás que volver a construir tu hogar, y cualquiera les quita ahora a tus vecinos tus pertenencias”. Nos echamos a reír como nunca lo habíamos hecho, en aquellos momentos me sentía inmensamente feliz y muy rico, por un instante tenía todo cuanto podía desear, a Juana, el cielo, la tierra, libertad, amigos y risas llenas de felicidad.
Fueron los momentos más felices vividos hasta ese momento. Sentía algo inigualable. Juana se trajo unos cartones y su vieja manta y se acostó a mi lado para pasar la noche junto a mí. La curiosidad hizo que más de uno se pasara la noche en vela, vigilando nuestro nido, para ver qué hacíamos, por supuesto que nada, yo ni siquiera lo intenté.
Aparte de mi pudor, estaba el angustioso temor de mi enfermedad, que aunque no me estaban dando demasiadas preocupaciones los síntomas, sí la tenía presente en mi mente y el temor de poder contagiar a Juana lo tenía muy aflorado en mí. Juana estaba a mi lado, yo sentía mucho deseo de tenerla, pero pensé que yo para ella sería más un peligro que una salvación. Me daba cuenta que estando a solas con ella fuera de aquel lugar, sería incapaz de poder controlar aquellos deseos.
En aquellos momentos sentía mi corazón y estaba henchido y despierto, pero era más que evidente que mi cuerpo también se había despertado y la deseaba con todas mis fuerzas.
Después de pasarme un buen rato meditando sobre el asunto, pude darme cuenta que Juana estaba ya dormida, y los ronquidos de los alrededores indicaban que los demás también.
Tuve un irrefrenable impulso y con sumo cuidado, sin hacer el menor ruido, me levanté del lugar, cogí mi bolsa y lo poco que tenía y me marché rápidamente de allí. Me dolió profundamente tener que irme así, huyendo de aquella manera, pero sabía que era lo mejor que podía hacer.
Pensé que Juana quizás me odiaría por aquello, pero al menos tendría la oportunidad de poder encontrar a alguien sano que pudiese hacerla sentir mujer. Yo sabía que mi enfermedad, según me dijo aquel médico, no tenía cura y tarde o temprano empezaría a resurgir; no sabía cuánto tiempo podría tardar, pero lo que no podía permitir era que Juana la contrajese y sufriera por mi culpa.
Aquella angustia me estaba matando, no por la enfermedad, sino por no poder amar a Juana en cuerpo y alma. Advertí que Braulio movió un poco su cuerpo, no estaba seguro de si me había oído o no, pero de lo que sí lo estaba era que jamás se opondría a mi derecho a decidir qué hacer en cada momento. También estaba seguro que ayudaría a Juana en lo que necesitara para que afrontara cualquier trance.
Marché entre pasos sigilosos pero aceleradamente, el camino estaba alumbrado con una preciosa luz de luna llena y empecé a caminar hacia mi siguiente destino. Me sentía un auténtico cobarde, me hubiese gustado poder despedirme de todos. Tampoco sabía nada de Tomás, pero sentía que era lo más acertado y quizás la opinión de los demás sobre mi actitud era importante, pero en aquellos momentos lo era más renunciar al amor que sentía por Juana y protegerla de una enfermedad que podría acabar con su vida.
Estuve andando sin parar toda la noche, recordando aquel lugar, a Juana y sobre todo a Braulio, me hubiese gustado saber más sobre él, la razón por la que terminó viviendo en un lugar como aquel y en aquellas condiciones, preguntarle dónde había aprendido tantas cosas hermosas que le hacían ser tan diferente y especial.
También recordaba a Rafael, aquel hombre que me salvó la vida y que me hizo pensar muchas cosas, además de haberme dado la oportunidad de sentirme bien, de haber tenido calor de hogar, de haber conocido amigos y sobre todo de haber podido enamorarme, todo ello en un solo día.
Al meditar sobre aquello, pensé que si no me alejaba lo más rápido posible de aquel lugar, acabaría volviendo, me parecía increíble cómo me había marcado el lugar, la gente y tantas emociones diferentes que en tan poco tiempo había conseguido y logrado hacerme feliz de verdad.
Al hacerse de día, divisé un pueblecito donde el olor a pan recién horneado despertó mi hambre, que hasta esos momentos había estado dormida y callada, dejando hablar solo a mi mente.
Me adentré en el pueblo y siguiendo el olor a pan caliente, me situé delante de un horno de leña, donde vi a un hombre casi totalmente enharinado con un delantal blanco y una pala de madera, mientras metía la masa hecha de harina en el horno ardiendo.
El cantar del hornero no le permitió oír mis pasos y tuve que interrumpir diciendo, “buenos días”. El hornero, muy sorprendido al verme allí, me dijo algo tenso que qué quería y que quién era yo.
Era más que evidente, tenía hambre y quería un poco de pan. Seguramente mi aspecto fue lo que no le gustó, pero mi educación a la hora de hablarle pareció darle un poco de tranquilidad. Me dio un trozo de una hogaza de pan aun caliente, que tenía hecha junto con otras en una canasta hecha de palmas.
Dándole las gracias por su generosidad me disponía a marcharme, cuando el panadero me pidió que me sentara un poco y que me tomase un vaso de leche caliente, dijo que él estaba a punto de tomarse uno y podría compartirlo conmigo.
Por su amabilidad y comportamiento me pareció un hombre bueno y solitario, además de muy necesitado de compañía. Yo acepté su invitación encantado, por supuesto para mí fue un placer.
Compartió conmigo su leche y también me ofreció una sardina arenque, tenía varias envueltas en un papel, así que comí pan tierno con la sardina y después el vaso de leche calentita. Aquella mezcla me sentó muy bien. Sentí que había recuperado energías y podría marcharme y proseguir mi camino hacia mi destino.
Aquel hombre, dándome confianza, me dijo que se llamaba Adrián y que llevaba toda la vida trabajando en aquel horno, era un negocio familiar, sus antepasados ya lo hacían y ahora él había cogido el relevo. Dijo que era un trabajo duro y diferente a cualquier otro, ya que mientras la gente dormía, él tenía que estar despierto para hacer el pan, para que cuando los demás despertasen y él los sirviese entonces poder irse a dormir.
“Como verás” dijo, “este trabajo no te permite tener una vida normal, pero es lo que hay y uno tiene que ganarse la vida de alguna manera
“¿no te parece?”. Después de darme información de cómo era su vida, me preguntó cómo había sido la mía y qué me había podido llevar a encontrarme en aquella situación.
Me pareció buen hombre, calculé que tendría aproximadamente mi edad, me había ofrecido de lo suyo además de su confianza y pensé que lo menos que podía hacer era responderle y decirle algo sobre mí.
Le hice un resumen sobre mi vida y le informé sobre dónde me dirigía en aquellos momentos. Él me dijo bastante seguro que si necesitaba trabajo, él podía ofrecerme, dijo que su padre le echaba una mano de vez en cuando en el horno, pero que era ya muy mayor y últimamente no andaba muy bien de salud.
Yo jamás hubiese imaginado aquel tipo de propuesta, además del salario me ofrecía cobijo y comida. Me pareció un verdadero milagro, pensé que podría quedarme un tiempo allí, ahorrar un dinero y poder llegar dignamente hasta mi tierra, donde tenía la necesidad de vivir y morir. Hicimos un trato y después de un apretón de manos, me indicó un lugar donde poder lavarme y asearme.
Adrián me prestó algo de ropa limpia que tenía por allí, también me dio un delantal y me dijo que era un buen momento para empezar la jornada, pero que me diera prisa en cambiar mi aspecto para no impresionar a las personas que muy pronto llegarían a comprar pan. También me pidió que no contara a nadie mi historia ya que diría a todos que yo era su primo que había llegado al pueblo para ayudarle durante un tiempo con la faena.
“La gente de aquí es muy buena, pero ya se sabe, las imágenes valen más que mil palabras”. Por supuesto yo le entendí perfectamente, hacía solo unos días yo mismo, sin ir más lejos, había sentido rechazo por personas por culpa de sus aspectos, que al fin y al cabo eran iguales que yo. Cómo no iban a sentirlo ellos llamándose a sí mismos gente normal.
Con otro apretón de manos le prometí fidelidad y me comprometí en aprender rápido y ayudarle en todo cuanto pudiese necesitar. Mientras me aseaba, podía oír cómo cantaba el hornero. Pensé que había tenido mucha suerte por haberme encontrado con alguien como él, pero echaba de menos a todos los demás.
También pensé que en unos cuantos dias, cuando ya todo estuviese más o menos controlado, yo podría acercarme a ese lugar en algún día libre y así podría coger mientras tanto un poco de valor para dar la cara y poder explicarles la verdad de mi repentina huida durante la noche, también necesitaba tener noticias de Tomás y ver a Juana, confesarle todo y pedirle perdón.
En aquellos momentos pude oír voces en la parte del horno, puse atención y escuché al hornero que hablaba con alguien que había ido a comprar pan. Adrián le estaba diciendo que su primo (o sea yo) estaba allí en el pueblo para poder ayudarle y echarle una mano en el horno, ya que su padre estaba ya muy anciano y necesitaba más descanso y tranquilidad.
Oí que me llamaba por mi nombre, y cuando acudí a su llamada, Adrián me presentó como su primo Juan, este amable hombre tendió su mano y me saludó, “mucho gusto, Juan”, me dijo, “ya era hora que este insensato tuviera ayuda, ya que para él solo es mucho trabajo y temía también por su salud. Me alegro de conocerte, y si necesitas algo, no dudes en pedírmelo, la familia de Adrián es mi familia”.
Le di las gracias y me quedé con aquel apretón de manos que me pareció sincero y muy reconfortante. Después de recoger su pan se marchó. Adrián, al quedarnos solos, me dijo, “¿ves como hay buena gente?, pero si te hubiese visto diez minutos antes probablemente las cosas hubiesen sido diferentes, así que ten presente que a partir de ahora eres mi primo, y tienes que cuidar mucho tu aspecto”.
Adrián empezó por enseñarme el peso de la harina, la cantidad de agua necesaria y después el amasado del pan, después de revisar mis manos, me dijo, “así tienen que estar, siempre bien limpias. Pero antes de empezar a amasar, ven adentro de la casa y te daré una navaja para afeitarte esa barba, aquí debe evitarse cualquier tipo de suciedad y que no caiga ningún pelo”.
Percibí a Adrián más acelerado, algo diferente en su trato conmigo, pensé que pudiese ser por la rapidez con la que se había producido todo, o quizás ya empezaba a arrepentirse. El tener a un extraño en el trabajo era una cosa, pero meterlo a vivir en tu propia casa otra muy diferente.
Entramos en su casa, al parecer el padre de Adrián permanecía aun acostado, porque éste me hizo una señal de silencio para evitar despertarlo. Me dio su navaja de afeitar y jabón y me acompañó frente a un espejo para que me pudiese afeitar, mientras Adrián aseaba un poco la casa.
Por las condiciones en que se encontraba aquel hogar, deduje que Adrián y su padre vivían solos, pues una mano femenina le hubiese hecho mucho bien. Yo acabé mi afeitado y Adrián y yo salimos fuera de la casa en silencio en dirección nuevamente al horno. Había llegado el momento de poder empezar mi jornada.
Me daba cada vez mas cuenta de la expresión de su cara y de su cuerpo, él parecía diferente. Temía preguntar por si la respuesta no era la que necesitaba escuchar, pero sabía que tenía que hacerlo. Siempre me consideré un hombre sensato y necesitaba saber a qué me estaba exponiendo. No quería aprovecharme de unas palabras o compromiso hecho quizás en unos momentos de euforia por parte de Adrián.
Pero antes de que yo articulase palabra, Adrián me dijo directamente y sin ningún rodeo, que él mantenía su palabra y el compromiso conmigo, pero que debía asegurarse de que yo estaba sano y no tenía ninguna enfermedad contagiosa, ya que el pan tenía que ser elaborado por contacto y su proceso de manipulación debía ser pulcro, por el bien del negocio y sobre todo por el de las personas que se alimentaban de él.
Entendí perfectamente aquella actitud preocupante, pero claro, estaba mi enfermedad venérea, seguía siendo mi mayor problema y no lo podía contar. Adrián continuó diciéndome que no era nada personal, era por prudencia ya que la vida de las personas, siempre en las calles, comiendo cosas a veces en mal estado y durmiendo en cualquier parte, podría haberme contagiado de algo que ni siquiera yo mismo hubiese podido percibir.
Por un momento estuve a punto de contarle la verdad, pero pensé que no era prudente hacerlo, así que me marcharía y él no tendría nada que temer. Adrián llevaba toda la razón, pero yo me fui abajo. Por fin había encontrado algo bueno y digno y mi alegría había durado tan solo horas.
Dándole las gracias por todo, le dije que le entendía y que me marchaba. Pero me llevé una gran sorpresa. Adrián me dijo que en ningún momento él me había despedido. “¿Recuerdas adon José, el hombre que te he presentado primero esta mañana?, pues es el médico del pueblo, me gustaría que te hiciese una buena exploración y así los dos podemos quedarnos más tranquilos, ¿estás de acuerdo?”.
Qué le iba a decir, yo tenía que intentarlo, además siempre me quedaba contarle la verdad, pero a mí también podía interesarme saber sobre mi salud y lo avanzada que podría llegar a estar aquella maldita enfermedad venérea. Prefería hacerme aquel chequeo y después ya se vería qué hacer.
Aquella mañana llegué a conocer a casi todos los vecinos de Adrián, efectivamente me parecieron buena gente. Cuando por fin terminamos de despachar todo el pan, Adrián me propuso aprovechar la mañana y hacerle una visita a don José, parecía tener prisa pero quizás yo en su lugar también las hubiese tenido.
Las cosas bien hechas deben hacerse cuanto antes. Así que recogimos un poco las canastas, dimos una barrida rápida al lugar y nos dirigimos a la casa del médico. Si hubiese tenido el valor suficiente le hubiese confesado la verdad y me habría marchado inmediatamente, pero recordé las palabras de Braulio, TODO EN LA VIDA PASA POR ALGO, TODO TIENE UN PORQUE.
Pensé que quizás tenía que pasar por aquello y dejarme revisar mi salud, y que aquel médico me hiciese un buen reconocimiento y enfrentarme a la verdad sin más. Don José se alegró mucho al volver a verme y educadamente nos invitó a pasar. Adrián le informó del porque estábamos allí, por supuesto a don José le pareció muy acertado, pues por muy primo suyo que fuese, la salud y la prevención sobre todo por el trabajo que iba a desempeñar.
Todo fluía con normalidad, el médico me dijo que era necesario estar en ayunas para los análisis, así que tendría que acudir al día siguiente a primera hora de la mañana sin haber tomado ningún alimento. Adrián parecía haber vuelto a la normalidad. Me dijo que se sentía muy cansado y que tenía que dormir, “supongo que tú también, pues la noche habría que rendir mucho”.
Volvimos a dirigirnos hacia su casa, el padre de Adrián ya se encontraba despierto y levantado. Adrián me presentó como el nuevo ayudante, me di cuenta de que el padre de éste suspiró aliviado.
Me pareció que era un buen hombre, de ahí debía venirle la bondad a su hijo, por supuesto que no le habló sobre mi linaje, ya que no le pareció adecuado, además ya mi aspecto había cambiado al cien por cien y nada tenía que ver con mi identidad anterior, tanto que al no ser por el miedo que tenía a lo que debía enfrentarme al día siguiente, hasta me hubiese creído ser diferente. Había asumido realmente ser el primo de Adrián, sobrino de aquel bondadoso hombre, y encima agradecido porque iba a ayudar a su hijo, que según parecía era su mayor preocupación.
Después de una buena charla mantenido por los tres, Adrián pasó a enseñarme la habitación la cual a partir de aquellos momentos pasaría a ser la mía. Observé una cama hecha, y el pensar que dormiría encima de un colchón se me saltaron las lágrimas. Aquello para mí era más de lo que me podía ni siquiera imaginar, casi me pude sentir normal, simplemente normal por tener una casa donde cobijarme, una cama decente donde poder dormir y unos amigos con un corazón enorme.
Mientras Adrián padre (se llamaba también Adrián) arreglaría un poco la casa y daría una vuelta por el horno, tareas que desarrollaba diariamente ya que era su cometido impuesto por él, y si lo cambiara dijo, ya no se sentiría él mismo. Adrián y yo nos retiramos a nuestras habitaciones a descansar.
Miré el reloj y pude ver que iban a dar las once de la mañana y aunque los horarios para mí nunca fueron un problema, debía saber a qué hora tenía que salir para trabajar y tal vez antes comer un poco, en fin todo eso que Adrián tendría como costumbre.
Pensé que, poco a poco, ya tendría ocasión de saberlo, iría aprendiendo todo en su momento, si es que llegaba ese momento, claro estaba.
No quería pensar en el mañana, tampoco era algo a lo que estaba acostumbrado, mi vida era vivida como el presente, el mañana no sabía nunca donde lo podría pasar, ni adonde pararían mis pies.
Me sentí como si hubiese aterrizado, como si alguien o algo me hubiese llevado hasta allí y de momento era esa mi vida. No quería pensar en nada más que disfrutar de aquello. No pude dormir, no estaba habituado a dormir en blando ni en una cama y sentía que me incomodaba más que relajaba.
También me sentía influenciado negativamente por los pensamientos de no saber cómo podrían reaccionar aquellas buenas personas cuando descubriesen que les pude engañar ocultándoles algo así. Tenía pensamientos torturantes. Yo no quería mentirles, pero tampoco quería perderme aquella oportunidad. Decidí dormir en el suelo, así que puse una manta y me dormí profundamente.
Me despertó un ruido afuera, el anciano al parecer, preparando algo para comer, se le resbaló una olla y fue rodando por toda la cocina. Eso me asustó y salí para saber qué había ocurrido. Adrián hijo ya estaba preparado para empezar la jornada, pregunté por la hora, pero antes que me respondiera puse mi atención en un reloj que había colgado en la pared.
Ya habían dado las diez de la noche y yo había estado durmiendo todo el día, mi cuerpo no había dormido jamás tanto tiempo seguido. El anciano se disculpó por el ruido y Adrián hijo me aconsejó que espabilase porque había que cenar algo y después empezaría nuestra jornada de trabajo que duraría toda la noche.
La cena se componía de una tortilla de patatas y una ensalada variada que el anciano se encargó de preparar. Todo me parecía exquisito, fue la mejor cena que había tenido desde hacía años, además de la compañía de aquellas buenas personas que me trataron como si realmente fuera de la familia.
Después de cenar recogí la manta que seguía estando en el suelo y nos marchamos al horno donde Adrián y yo estaríamos trabajando toda la noche. Me enseñaba pacientemente todo lo que debía saber sobre las tareas, yo estaba encantado con mi suerte, lo peor era la visita del médico que tenía prevista para la mañana siguiente.
Mientras hacíamos la masa, Adrián me habló de su madre y de una repentina enfermedad que la mantuvo en cama durante dos años. También sobre la soledad de su padre al quedarse sin ella. Me contó también que había tenido una relación de pareja con una buena mujer, pero que debido a su trabajo y no poder llevar una vida normal, las cosas no salieron bien y lo dejó por otro hombre, algo que él decía entendió perfectamente.
Me dijo que aquella mujer fue la única que quiso y que aún seguía queriendo. Noté tristeza en su rostro cuando me hablaba de ella, pero cantó una canción y dijo, “quien canta su mal espanta”. Nos reímos por su improvisación y a seguir trabajando. La jornada se me hizo corta, yo pensaba que trabajar durante toda la noche m iba a resultar muy pesado, pero no fue así, sino todo lo contrario.
Adrián hacía algunas paradas para tomar líquidos, pues debido al calor del horno la deshidratación se hacía más que una amenaza. Ya de madrugada, todo estaba ya controlado y teniendo tiempo de sobra para descansar. Adrián aprovechó para preguntarme algunas cosas sobre mi vida, en particular sobre mis relaciones sentimentales.
Yo le conté lo mío con María y entendió mi frustración. Me salté mi visita a aquella prostituta, no vino al caso además de no haber sido ninguna relación sentimental. Después le hablé de Juana y de mí actitud cobarde por haberla abandonado de aquella manera.
Aproveché aquella charla para decirle que cuando tuviese ocasión iría a visitarla y pedirle disculpas. Adrián, que era muy curioso preguntó por qué la abandoné. Yo no podía mentirle así que aproveché para contarle lo de mi enfermedad venérea, tarde o temprano iba a acabar por saberlo y lo mejor sería que fuera por mí mismo.
Antes de que pudiese sacar conclusiones precipitadas le conté lo acontecido y le pedí disculpas por no haberlo hecho antes, por temor a perder la oportunidad que amablemente me había brindado. Temía su reacción más que a mi enfermedad, pero creí que era la mejor ocasión de sincerarme y ser honesto con él. Percibí a Adrián un poco tenso, pero aún así me dijo, “mañana cuando vayamos al médico tendrás que decírselo, él sabrá mejor que nosotros qué se puede hacer al respecto y quizás no sea ningún impedimento para poder llevar a cabo este tipo de trabajo. Pero si no es así, espero que lo entiendas y te marches de aquí.
Por supuesto que lo entendía, desde luego la bondad y la comprensión de aquel hombre cada vez me asombraba más, pues además dándome unos toquecitos en la espalda me dijo, “ya verás cómo no será nada de importancia, tú tranquilo, hombre”.
Brotaron lágrimas de mis ojos, realmente había topado con el mejor hombre que se pueda llegar a conocer. Ya se había hecho de día y los primeros clientes empezaron a entrar en el horno, don José también entró por la puerta, me recordó la visita concertada con él y me preguntó si había tomado algo de alimento después de la cena, por supuesto que no”, le respondí, “yo soy hombre de palabra y mi responsabilidad no me lo hubiese permitido”.
Lo primero tiene que ser lo primero. Después de recoger y servir todo el pan previsto, le pedí a Adrián que me acompañase a la consulta, yo me sentiría mucho más tranquilo al saber que Adrián estaba conmigo.
Una vez en la consulta don José empezó a hacerme preguntas sobre mis familiares y si habían sufrido algún tipo de enfermedad destacable. Le puse al tanto de todo lo que yo sabía y llegada la hora de contarle lo mío, Adrián se adelantó diciendo,”mi primo tuvo un percance con una mujer de mala vida, que al parecer le contagió una enfermedad venérea y quiere saber cómo está de aquello, ya que ser soltero e irse una noche de juerga con los amigos le trajo esta sorpresita, ¿verdad, Juan?”.
Adrián supo hacerlo fácil y casi gracioso, aunque aquel tipo de comentario no le hizo mucha gracia al médico, que seriamente me dijo, “esperemos que el contagio no fuese grave, porque si no podría ser peligroso para tu salud”. Don José me preguntó por el tiempo que hacía y algunas cosas más que probablemente tenían que ver con los síntomas que aquel contagio hubiese podido producirme.
Don José me hizo un buen reconocimiento, después me dijo que tenía que mandar el cultivo al hospital más cercano, para que allí pudiesen efectuar todo el proceso exacto, pero que podría llevar semanas antes de poder darme el diagnóstico y que ya me avisaría él, pero que si mientras tanto notaba fiebre o algún tipo de dolor o picor se lo hiciese saber.
Muy agradecido por tanto interés en ayudarme, salí de su casa acompañado por Adrian que seguía dándome ánimos y diciéndome que estuviera tranquilo, que todo iba a salir bien.
Me cogió por el hombro como se cogen los buenos amigos, me dijo que debía tener confianza ya que de peores cosas habían salido. Yo agradecí su historia inventada para el médico. No le pareció prudente contarle la verdad, dijo,”es un buen hombre, pero la gente del pueblo solemos ser muy conservadores y una noche de juerga la podría tener cualquiera, pero no era sensato sacarlo de ahi”.
No lograba entender por qué con el poco tiempo que hacía que nos conocíamos, cómo confiaba tanto y cómo daba la cara por mí. No era lo normal, o al menos no era lo que se suele hacer, claro está que también depende de algunos hombres.
Al llegar a su casa, comimos un poco de bizcocho y leche ya que Adrián tampoco, aparte de líquidos, había comido nada en toda la noche. Quizás por evitar que yo pudiese tener tentaciones de hacerlo, lo evitó por mí, nuevamente me había demostrado la gran persona que era.
Pasaron dos semanas y media desde que llegué a aquel lugar y mi adaptación era total. Adrián y yo éramos inseparables. La amistad que se había producido entre nosotros era genial, con su padre también se creó un vínculo muy fuerte, parecía como si toda la vida nos hubiésemos estado relacionando.
Por fin una de las mañanas en las que don José fue como cada día a comprar el pan, me dijo que los resultados de los análisis habían llegado y que cuando pudiese pasara por la consulta. No le hice ninguna pregunta, creí más prudente acudir a su consulta y que él me dijera lo que había salido y que me aconsejase qué hacer.
Adrián me preguntó si quería que me acompañase o si prefería ir solo, por supuesto que quería, según el médico Adrián era mejor animando que él mismo a los pacientes.
Una vez allí y temiendo lo peor, don José leyó el diagnóstico: un poco de anemia “nada grave”, un poco de infección de orina, pero de una enfermedad venérea nada de nada, y según él, en caso de haberla llegado a tener, estaba más que erradicada. No me lo podía creer.
Aquella noticia era milagrosa, según el médico que me atendió en un hospital era sífilis y no tenía cura, yo no entendía bien a qué fue debido aquel diagnóstico tan diferente.
Don José debió llegar a intuir mis pensamientos, ya que me dijo que probablemente pudo haber sido un error o quizás hubiese podido tener alguna infección de próstata o que debieron confundir la enfermedad, quizás estaba en pleno apogeo y que los medicamentos la erradicaron si más.
Mi cabeza no paraba de dar vueltas, no entendía nada, según un desagradable médico yo iba a morir de aquello además de condenarme a no poder volver a mantener relaciones sexuales con ninguna otra mujer, y ahora resultaba que estaba sano y sin nada que temer, aparte de una leve infección de orina que probablemente se produjo solo por haber tocado mis genitales teniendo las manos sucias.
Aquello me parecía increíble, cómo la vida de un hombre pueda estar en manos de alguien que te de un diagnóstico equivocado y pueda hacer que tires a la basura todas las ilusiones y proyectos en la vida.
Pensé que si no hubiese sido por Adrián jamás hubiese sabido que yo era un hombre sano y que podía tener relaciones sexuales con una mujer sin ponerla en peligro. Hubiese corrido a decirle cuatro cosas a aquel desagradable médico de hospital. Pero ni lo iba a hacer, ni iba a perder ni un minuto más de mi vida si fue un error o no lo de mi supuesta enfermedad.
Don José me dio unos antibióticos y unas vitaminas, juntos con algunos consejos para alimentarme por mi insignificante anemia. Adrián y yo fuimos a celebrarlo, yo le invité a un desayuno en un bar del pueblo. Él me pagaba el sueldo todas las semanas y ya tenía mis ahorrillos.
Mientras desayunábamos, le propuse a Adrián irme a encontrar con mis amigos, Braulio y compañía, también quería saber de Tomás y sobre todo poder hablar con Juana, ya que no tenía nada que temer y le confesaría la verdad aparte de pedirle que fuera mi esposa.
Me sentía eufórico, estaba lleno de alegría y esperanzas. Adrian que me observaba, me dijo que nunca me había visto tan feliz. Ya lo creo que lo era, tenía todo cuanto había deseado, trabajo, amigos, salud y una estupenda mujer a la que amaría y haría mi esposa cuidándola siempre y ocupándome de que fuese muy feliz y que nada le faltara.
Adrián se alegraba mucho por mí, tanto que me propuso que cuando encontrara a Juana podría quedarse a vivir con nosotros, podría ocuparse de las tareas de la casa y cuidar un poco a su padre, que evidentemente estaba necesitando cuidados femeninos, sobre todo ayuda en el hogar.
Aquella idea me pareció excelente, mientras ahorrábamos un poco, Juana y yo podríamos vivir juntos un tiempo y después quizás podríamos ir a vivir a Valencia a cualquier otro lugar donde nos casaríamos y podríamos vivir los dos solos para construir nuestra propia familia. En aquellos momentos yo me sentía inmensamente feliz.
Ese día era viernes y los sábados no se trabajaba, ya que los domingos no se servía pan. Ya lo tenía todo previsto para la marcha, total el lugar estaría a un par de horas en coche y Adrián se había brindado amablemente a acompañarme en su carromato que utilizaba para las ocasiones.
Yo era muy feliz, tenía ansias por llegar a aquel lugar y poder poner en conocimiento el porque de mi huida. Por fin el ansiado sábado, Adrián y yo emprendimos el camino hacia el lugar, sentía muchas ansias por llegar.
Yo no hablé mucho durante el trayecto, pero la sonrisa se reflejaba en mi rostro y hablaba por mí, por momentos me sentía como cuando era un niño y salía a por conchas de mar, o cuando iba a ser mi cumpleaños y esperaba con ansias mi regalo.
Todo me parecía diferente, pensé que las cosas habían cambiado por fin, pero no fue como me lo imaginé. Habíamos llegado al lugar previsto y me sentí inmóvil al comprobar que no había nadie, ninguno de los que habitaban allí, el lugar se encontraba recogido y limpio de suciedades y de personas, no sabía qué podía haber pasado, Braulio y los demás habían desaparecido y no tenía ni idea de dónde poder encontrarlos.
Adrián me propuso acercarnos a la ciudad para poder informarnos sobre algo. Yo me sentía hundido totalmente, toda mi fuerza se había esfumado y me sentía totalmente abatido.
Nos dirigíamos a la ciudad, cuando pudimos ver a un hombre caminando en dirección a aquel lugar, donde semanas atrás yo había estado conviviendo con los que ahora tampoco estaban. Adrián me pidió que lo dejase hablar a él, ya que mi curiosidad y ansias por saber quizás llamasen la atención y no sabíamos si era lo correcto pues no teníamos información de lo que pudo haber ocurrido.
Después de un cordial saludo, Adrián le preguntó con discreción que si era cierto que en aquel lugar habían vivido durante un tiempo, un grupo de vagabundos. Aquel hombre no dudó en contestarle que sí, y añadió, “hasta hace unos días así era, pero uno de ellos se suicidó ahorcándose en aquel árbol” y señaló cuál fue con el dedo, “pero digamos que el jefe del clan fue a dar parte de ello y luego por parte de la policía y con una orden judicial, fueron expulsados de aqui”.
Me quedé perplejo, quién podía haber hecho algo así. Entonces vino a mi mente Tomás, recordé que cuando yo me fui de allí, él andaba desaparecido, pero además también dudaba de Rafael ya que tenía la cuerda con la que me ataron en la casa aquellos gamberros semanas atrás y quizás podría haber sido él, pero no podría estar seguro, ya que en un momento de desesperación podría haber sido cualquiera.
Reparé que había dicho un mendigo y no una mendiga, y a pesar de sentir que estaba afectado, al menos Juana seguiría con vida. Adrian, que sabía sacar información sin levantar ninguna sospecha, prosiguió el interrogatorio. “Pobre hombre, qué desesperado debió estar para llegar a algo así. ¿Sabe usted cuál era su nombre o si tenía familia, o dónde fue enterradenterrado?”. “ no respondió, “tan solo oí que lo llevaron al cementerio de la ciudad y que el jefe del clan dio a la policía los datos correspondientes”.
“Pero ya se sabe que el nombre de estas pobres personas no les importa a nadie, solo las noticias, y es que se ha encontrado un mendigo ahorcado cerca de la cueva y por desgracia así pasará a la historia ya que probablemente nadie lo eche en falta, ni pregunte por él. Pero al menos él tuvo la suerte de tener amigos que se encargarían de darle sepultura digna.”
En aquellos afligidos momentos recordé a mi madre, también tuvo alguien que se encargó de ello, aunque siempre me pesó, ya que de algo así me hubiese tenido que encargar yo. Al menos hubiese podido hacer algo por ella que me hubiese dado algo de dignidad.
Mientras Adrián sacaba cualquier información que pudiera darnos alguna pista sobre el paradero de los demás, yo seguía inmerso en mis recuerdos.
Todo lo que sentía en aquellos momentos era pena, me acordé de la alegría con la que había vivido unos días atrás, hasta llegado aquel momento. Me parecía increíble el comprobar cómo de un instante a otro las cosas suceden sin poder hacer lo más mínimo para impedirlo.
La voz de Adrián me sacó de aquel aturdimiento, me decía que podíamos acercarnos hasta el cementerio y poder salir de dudas, preguntaríamos si el vagabundo se encontraba allí enterrado y así saber quién pudo haber corrido aquella desgracia.
Mientras nos dirigíamos en dirección al cementeio mi confusión iba en aumento, pensaba que podría ser Rafael el que decidió acabar con su vida, pero no me dio aquella impresión ya que continuamente repetía que jamás se había sentido tan libre y feliz como lo era entonces. Así que el candidato más acertado para poder haber cometido aquella atrocidad podría ser Tomás, su depresión y su adicción al alcohol daban señales más claras.
Casi ni me di cuenta del recorrido hacia el cementerio hasta que Adrián me repitió varias veces que bajara del carromato para entrar al cementerio y poder salir de dudas.
El cementerio estaba cerrado, eran las tres de la tarde y hasta las cinco no abrían las puertas a las visitas. Yo no tenía hambre, pero entendí que Adrián también llevaba toda la mañana sin comer ni beber nada y era justo que me preocupase un poco también por él. Así que nuevamente subimos al carromato y nos adentramos en la ciudad buscando algún sitio para poder comer algo.
Durante la comida aproveché para darle las gracias a Adrián por todo lo que estaba haciendo por mí, le pregunté si le habían dicho algo sobre los demás. Yo había estado tan absorto que no pude enterarme de nada. Él ampoco sabía nada, pero dedujo que se habían dispersado y cada cual habría tomado direcciones diferentes, según me dijo el hombre que le informó solo hizo hincapié en las toneladas de basura que habían dejado allí, pero que no sabía nada más, ni el paradero de nadie.
Me di cuenta que era como buscar una aguja en un pajar. Por experiencia propia sabía que la vida que llevaban ellos era impredecible, ya que nunca sabes cuándo ni adónde van a parar sus pies.
Yo me arrepentí por haberme marchado aquella madrugada, quizás si me hubiese quedado, las cosas habrían sido muy diferentes y por lo menos en aquellos momentos podría estar cerca de Juana y acompañarla en su suerte. Además de aquello, la culpa de haber cogido aquella cuerda también rondaba por mi cabeza.
Por otra parte también me di cuenta de que si hubiese sido así, tampoco hubiera conocido a Adrián, y no sabría que estaba sano y que al menos no iba a morir por culpa de la dichosa enfermedad venérea.
En fin, según Braulio todo ocurría por alguna razón que desconocemos, pero lo que tiene que pasar, pasa sin más. “Claro que si, tu amigo Braulio parece un tipo inteligente”. Me di cuenta por este comentario que estaba pensando en alto, porque a esto añadió, “y quizás tú no tenías que verte implicado en algo asi”. Aquellas palabras me dieron un poco de paz.
Después de la comida que amablemente Adrián se encargó de pedir, salimos rumbo al cementerio, al menos saldríamos de dudas y ya se vería qué hacíamos después. Una vez dentro preguntamos al encargado dónde podríamos encontrar al vagabundo que se quitó la vida ahorcándose en la cueva. Así tuvimos que hacerlo, según nos dijeron esa era la referencia para que todos supieran de quién hablábamos. Nos indicó el lugar y después nos preguntó si lo conocíamos de algo.
Adrián inmediatamente respondió que no, solo era curiosidad, ya que habíamos oído hablar sobre el hecho. Debo reconocer que me molestó aquella repentina respuesta, pero en parte era cierto no teníamos claro de quién podría tratarse en realidad.
Nos fuimos acercando hacia donde el encargado del cementerio nos señaló y entre otras fosas dimos con la que buscábamos, y pudimos comprobar de quién se trataba, era Tomás, el amigo que creí haber recuperado, le había vuelto a perder, pero esta vez para siempre y ni siquiera pude despedirme de él. Recé una oración por su alma y después nos marchamos del lugar.
Pensé que al final no había sido tan cobarde como él se creía, había acabado con su vida y también con su sufrimiento, al menos así yo lo creía.
Ya una vez fuera de dudas, y sabiendo quién era, por la fecha me di cuenta que cuando me marché él ya había fallecido y esa era la razón de su tardanza. Antes de abandonar el cementerio le pregunté al encargado si tenía información de alguno de sus compañeros, respondió que al parecer uno de ellos de vez en cuando aparecía por allí y le hacía una visita. Dijo,”esta mañana me ha parecido verlo por aquí”.
Aquella noticia me llenó de esperanzas, quizás fuera Braulio, quizás no, pero si lo conocía a él, también podría saber sobre el destino de los demás. Adrián le dio mis datos con su dirección por si volvía para que así se pusiera en contacto conmigo.
Ya sin nada más que hacer por allí, volvimos para la casa de Adrián, al menos teníamos algo, aunque no había seguridad de que eso fuese posible, tampoco podíamos quedarnos por allí dando vueltas o esperar a que ese alguien volviese, o quizás no.
Pasaron varias semanas y no habíamos tenido ninguna noticia, y yo necesitaba volver al cementerio por si el visitante había vuelto por allí y si le habían entregado la nota con mi nombre y la dirección de Adrián.
Le informé a Adrián que iba a volver, pero que no era necesario que él me acompañara, ya que tenía a su padre peor de salud y no podía permitir que lo dejara solo, pues si le pasase algo yo no me lo perdonaría jamás. Adrián no puso ninguna objeción, dijo que le hubiese gustado acompañarme pero evidentemente su padre lo necesitaba allí.
Me cedió su carromato para el viaje, yo ya había aprendido a conducirlo pues llevaba los pedidos de los alrededores y los repartía también en el pueblo. No podía negarme, en dos o tres horas ya estaría en el lugar, de haber ido andando me hubiese llevado todo el día o toda la noche.
La verdad es que el caminar jamás se me hizo tan pesado como en aquellos momentos. Es bien cierto que la comodidad hace a los hombres vagos y lo que me costaba nada de momento se convertía en toda una batalla.
Esperé al sábado siguiente y en vez de acostarme a descansar, después de la jornada desayuné y partí rumbo al cementerio de la ciudad donde los restos de Tomás reposaban. Hice todo el camino de un tirón, solo paré para repostar y a las doce de la mañana me encontré en la puerta del cementerio. Una vez dentro busqué al encargado y le recordé quién era yo. “Ah, sí ya me acuerdo”, dijo, “pero no ha vuelto a venir nadie más, o al menos yo no le he visto”, y metiendo su mano en el bolsillo sacó la nota diciendo que siempre la llevaba encima por su acaso.
Ahora sí que se habían esfumado mis esperanzas, tal vez el visitante de Tomás en aquellos momentos estaría lejos de allí y lo que era aún peor, a saber dónde. Aproveché para hacerle otra visita a la tumba de Tomás y me despedí de él, con el deseo de que Dios se hubiese apiadado de él, y que se hubiese podido encontrar con su esposa y sus hijas en algún lugar del cielo.
Después de salir del cementerio, me adentré en la ciudad y dediqué un tiempo dando vueltas y vueltas a los parques, sabía que eran los mejores lugares para encontrar a alguno de los conocidos en caso de que estuviesen por allí. No tuve suerte, todos mis intentos habían sido en vano, pues no encontré ni vi a nadie.
Sentí un poco de hambre y me senté en una terraza de bar a comer algo y a descansar un poco, tuve la intención de preguntar si habían visto a algún mendigo merodeando por allí pero me contuve, recordé mi pasado y lo desagradable que eran ante la presencia de alguien así por aquellos lugares, donde solo puede sentarse la gente normal.
Era más que evidente que mi vida había cambiado y que mi aspecto nada tenía que ver con meses atrás, pero yo quería saber algo sobre ellos, tener noticias de Juana y poder llevarla conmigo, aquel pensamiento me estaba matando y aproveché la cercanía del camarero y la reciente muerte de Tomás, y haciéndome pasar por un curioso más, le pregunté qué se sabía de los compañeros de aquel pobre vagabundo que decían se había ahorcado cerca de la cueva.
“Ah, ¿te refieres a aquel grupo de vagabundos que vivían con el ahorcado?, pues según lo que se dice por ahí, se marcharon huyendo de la policía, que los culpaba por la muerte. También se dice que el jefe de ellos estuvo unos cuantos días por aquí y los alrededores y que después también desapareció y no se ha vuelto a saber nada más del tema. Ya se sabe en las ciudades no pequeñas las noticias duran días, después cada cual vuelven a su rutina y todo el mundo pasa de todo el mundo”.
“Yo aquí me entero de todo, pero cuando te das cuenta, nadie dice nada de nadie, así que yo ver, oír y callar”. Pensé que eso era lo mejor que podía hacer ya que meterse en la vida de los demás podría costarle el trabajo seguramente.
Intentaba pensar y averiguar hacia dónde podrían haberse dirigido, si hubiesen ido todos juntos habrían llamado mucho la atención y posiblemente estarían en algún lugar discreto y su habían decidido elegir diferentes rumbos, quizás alguno de ellos podría estar cerca de allí, pero dóde me preguntaba una y otra vez, todo era tan difícil de presuponer.
Yo tenía prevista pasar toda la tarde buscando por los alrededores y se me ocurrió preguntarle al camarero si por allí había algún albergue, pues quizás alguno de ellos podría encontrarse en él. El camarero me indicó uno pero no estaba en aquella ciudad, sino en las afueras dirección Valencia, en una especie de ermita que según el camarero tenía arrendada el ayuntamiento de aquel pueblo, “está lejos de aquí, pero esos mendigos tienen buenas piernas y mucho tiempo para caminar”.
Aquella información me gustó, era una nueva referencia y lo más probable es que alguien pudiese haber decidido parar allí. Me subí de nuevo al carromato y me dirigí de vuelta a la casa de Adrián.
Cuando llegué le conté todo lo ocurrido y le dije que mi intención era marchar hasta el albergue pues para mí era una pequeña esperanza, pero si perdía más tiempo, la distancia podría hacerse más grande y perdería la oportunidad de encontrar a alguien. Yo necesitaba saber de Juana, tenía que encontrarla y poder pedirle perdón con un poco de suerte, poder vivir con ella y formar una familia, ese era el mayor de los deseos.
Adrián me escuchó y me dijo que no podía retenerme, pero que en la situación en la que se encontraba su padre, me necesitaba más que nunca ya que él solo no podría ocuparse de él y llevar el negocio.
Quise marcharme enseguida pero no podía hacerlo, con todo lo que él había hecho por mí, no podía dejarlo tirado y le dije que me quedaría el tiempo necesario hasta que encontrase a alguien que pudiera ocupar mi sitio y que después me marcharía. Encontrar y hablar con Juana cada vez se volvía más obsesivo.
En unas semanas Adrián padre mejoró bastante de su enfermedad y el trabajo estaba bien controlado, y le recordé a Adrián mi necesidad de irme. Como sustituto contrató a un joven del pueblo, y en un par de días más podría emprender las tareas que yo le enseñaba con precisión. Adrián no quería que yo me marchara, pero también sabía que no lo podía evitar ya que yo lo tenía más que decidido.
Pasada una semana más, el muchacho ya estaba preparado para desempeñar las tareas correspondientes, así que sin dudarlo ni un segundo, me despedí de aquellos dos amigos que tan bien me habían tratado. Les agradecí su ayuda todo lo que me quedó de vida. Me sentía triste, porque allí me había llegado a sentir normal y digno, pero tenía por delante la búsqueda de Juana y el proyecto de vivir con ella, al ser posible en mi pueblo natal.
Nos despedimos con lágrimas y pena, dirección al albergue donde aquel camarero me había indicado. Por el momento tenía buen aspecto y una maleta con algo de ropa decente, además de algún dinerillo. Decidí coger un taxi, podría dejarme justo delante de la puerta del lugar y no tendría que ir preguntando de un lugar a otro. El servicio del taxi me costó caro, pero valió la pena.
Me encontraba justo delante del albergue, al entrar volví a revivir escenas de mi pasado, allí se encontraban indigentes con aspecto deplorable, y sentía aquel desagradable olor a suciedad que desprendían algunos cuerpos. También vi a tres mujeres que servían la comida.
Lentamente me acerqué a una de ellas con mi maleta en mano, antes que pudiese articular palabra me dijo que me había equivocado de lugar, que aquello era un albergue solo para los necesitados y que a unos kilómetros podría encontrar una fonda, donde poder comer y dormir.
Amablemente la dejé hablar y después me presenté, le dije que estaba buscando a alguien y necesitaba informarle de su aspecto, por si podía ayudarme a encontrarla. Yo seguía creyendo que Juana o algunos del lugar estaban o podrían haber pasado por allí, mi intuición o quizás mi deseo de que fuese así me hacía creer que Juana había cogido rumbo a Valencia ya que sabía que ese era mi destino. Quizás era presuntuoso pero era lo que yo necesitaba creerme.
Le di referencias sobre su aspecto, pero nadie recordaba que hubiese podido pasar por allí, también les hablé de Braulio y de Rafael y su perro, pero nadie parecía estar seguro de nada, solo obtuve un “por aquí pasa tanta gente con esas características que por sus aspectos todos se parecen, lo siento no te podemos ayudar, además aquí no preguntamos, solo los alimentamos y después la mayoría de ellos nunca vuelven a pasar por aquí”.
Nada, no había conseguido nada, quizás si hubiese adelantado dos semanas de tiempo quizás alguien hubiese podido encontrarse allí o alguien los hubiese advertido. Abatido por no haber tenido noticias, me marché de allí camino a Valencia, no paré en la fonda recomendada, me sentía cansado y la maleta pesaba bastante, pero yo quería llegar cuanto antes mi destino y sobrevivir, al menos Juana, pensé, si quería saber de mí, tenía una referencia. pero yo no tenía nada de nada.
Llegué a Valencia capital, una ciudad enorme, y me puse a buscar un lugar donde pasar la noche. A la mañana siguiente tenía previsto coger un tren de cercanías que por fin me llevaría a Nules, mi pequeño pueblo donde nací y donde pretendía vivir hasta el resto de mis días, enfrentándome a mi suerte.
Pude encontrar un hostal y pedí una habitación, por el momento allí pasaría la noche. La sensación de ser rechazado aún vivía en mí, pero no fue así, una amable señorita me atendió y después me acompañó a una habitación, para comer me llevó un plato de comida y un suculento arroz con leche para el postre. Me sentía rendido tanto física como anímicamente.
Me encontraba sin recursos para poder saber sobre Juana, no tenía dirección ninguna ni referencia sobre ella. Cuando estuve en la cueva con ella jamás le pregunté de dónde venía ni adónde estaba su familia, nada de nada, yo era torpe para preguntar y eso me pasó factura, muchas veces las preguntas son puertas que se abren ante la necesidad.
Dormí toda la noche de un tirón, pero me levanté muy temprano, tenía muchas ganas de llegar a mi pueblo y una vez allí poder sentar la cabeza y no moverme de allí en lo que me quedara de vida. Pagué mi habitación y la comida a la muchacha que estaba de servicio y le pregunté dónde se encontraba la estación. Me dio la información y después me marché para allá.
Al llegar a la estación me pareció ver en un banco a alguien que dormía, era de madrugada y hacía frío, yo me acerqué disimuladamente y pude ver que se trataba de un indigente que al oír mis pasos se asustó e intentó incorporarse. Yo le di las gracias y me senté en un lado del banco, éste, muy asustado y desconfiado, quiso levantarse cogiendo un sucio y roto bolso que probablemente eran todas sus pertenencias, quiso levantarse y marcharse de allí.
Antes de que se marchara le pregunté si tenía hambre, él desconfiaba y yo entendía bien por qué, pero con la cabeza me dijo que sí. Yo le invité a un café con leche con un bollo, después le pregunté hacia adónde se dirigía, él me respondió que no iba a ninguna parte, que él iba y venía sin ninguna dirección.
Le informé que yo me dirigía hacia Nules y que si quería podía acompañarme. Le di algo de mi ropa, él muy asustado y sin responder marchó hacia los lavabos de la estación. Esperé en un banco a que saliera, pero me di cuenta que tardaba demasiado. Pensé que pudo haberle pasado algo, me dirigí hacia allí y pude comprobar que la ropa que yo le había ofrecido estaba tirada en el suelto y él había desaparecido.
Entendí aquella huída. Esa clase de vida te da tantos palos que los desengaños no te permiten confiar fácilmente del primero que llega. Presentí que se asustó y sacó falsas conclusiones sobre mí, y tal vez pensó que sería algún pervertido y que mis intenciones en lugar de ayudarle pudiesen ser otras.
Pobre hombre, pensé, le había dado la oportunidad de tener ropa limpia y un amigo en quien poderse apoyar y él había salido huyendo. Recogí mi ropa del suelo y a volví a meter en la maleta.
Saqué mi billete dirección a Nules y esperé en la estación sentado en el banco, “por supuesto sin soltar la maleta ni un solo instante”, esperando a que llegase el tren. Mientras lo hacía miraba de un lado para otro por si veía al pobre hombre y poder explicarle cuál era mi intención y poder también hablarle algo sobre mi pasado y que pudiese sentirse tranquilo, pero no lo volví a ver y pensé que lo más seguro era que ya estaría lejos de allí y lo más escondido posible en algún lugar de aquella estación vigilando que cogiera el tren y me fuera cuanto antes de allí, para poder sentirse más seguro.
Por fin llegó el tren, y después de aposentarme, comencé a darle vueltas y repasar toda mi vida. Me di cuenta que habían pasado ya más de veinte años desde que cogido de la mano de mi madre, sin rumbo, marcó un destino fuera de aquel lugar y que nuevamente me había vuelto a llevar hasta allí.
El viaje me pareció muy corto, apenas pude darme cuenta el revisor gritaba “nueva parada en Nules, la siguiente Villarreal y después Castellón de la Plana”. Sentía que mi corazón latía con fuerzas, recordé cómo fueron mis primeros años y sin duda alguna los mejores de mi vida y fueron vividos allí cerca de la playa y al lado de mis padres.
Bajé del tren maleta en mano y con muchas ganas de volver a recorrer aquel pueblo tan pequeño y tan grande a la vez al menos para mí. Nada más bajar del tren, vi unos ancianos sentados en un banco de la estación que amablemente me saludaron y me desearon buenos días, aquel gesto me llenó de satisfacción, ellos eran así, apenas si recordaba cómo era esa gente de mi tierra, pero la bondad y la amabilidad que siempre caracterizó y recordaba de mi padre así lo demostraba.
Siempre fue bueno y muy trabajador, y aunque yo era aun muy pequeño cuando él murió, los hechos que recordaba de él eran siempre de amabilidad hacia todos los que le conocían. Busqué un lugar donde poder alojarme hasta poder poner en claro mi estancia allí.
Encontré un pueblo muy bien conservado aunque mis recuerdos eran más del campo y la playa, el colegio donde mis padres me llevaban estaba aun igual, quizás algunos cambios pero, en el mismo lugar. Yo tenía vagos recuerdos porque fue muy poco tiempo del que pude estar allí.
La mayor parte del tiempo la pasé en el campo y la playa que era donde vivía con mis padres y donde solía jugar y disfrutar de mi infancia con las conchas de playa y su arena. Tenía ya casi treinta años y no tenía nada mejor que recordar que aquellos años, pero sí tenía un sinfín de experiencias que para la mayoría de las personas serían difíciles de comprender y aceptar.
Los recuerdos de mi vida estaban marcados en mí como la cruda realidad, fui un pobre indigente, alguien sin nada ni nadie en el mundo quien te pueda recordar y llorar. Hice una pausa sobre mi vida y la verdad es que quizás, aunque solo fuera esporádicamente, me hubiese gustado encontrar alguna persona por la que pudiese ser recordado, lamentablemente no todo mis recuerdos eran buenos, pero algo de mi necesitaba creer que no siempre se me iba al recordar así.
Fui preguntando hasta que llegué a una fonda donde alojarme, después comí un poco y después comencé a caminar hacia la playa, conforme daba los pasos iba sintiendo el contacto de lo que llevaba mi ser durante tanto tiempo ya que mis pensamientos siempre fueron el poder volver a mi pueblo, y por fin, me encontraba allí con ansias de poder recuperar el tiempo y poder dedicarlo a hacer algo bueno.
Recordé la casa donde me crié y me dirigí hacia aquella dirección, necesitaba pasear por los alrededores. Mientras me dirigía hacia allí contemplé que en los lugares que recordaba habían fincas y algunos cambios, huertos de naranjos que ahora eran huertas de hortalizas, y algunas huertas de hortalizas habían sido cambiadas por naranjos y árboles frutales, era lógico habían pasado muchos años desde entonces.
Por fin a lo lejos pude vislumbrar la casa que buscaba y sentí un extraño escalofrío, pensé que si me acercaba a ella tampoco sería ninguna imprudencia ya que tan solo pretendía volver a aquel lugar y después marcharme sin más.
Algo excitado, me acerqué hasta la puerta de la casa que parecía bastante conservada, pero los huertos sí parecían bastante abandonados, sobre todo a falta de una limpieza de hierbas, ya que llegaban a la altura de mitad de los árboles. Me acerqué gritando amo, era así como recordaba que mi padre llamaba cuando íbamos a una casa o cuando alguien solía venir a la nuestra. Repetí varias veces la palabra ¡amo!, ¡amo!”, hasta que vi salir de la casa a un anciano que caminaba apoyado en un bastón de madera. “¿Quién anda ahí?”, preguntó.
Mi intención era saber sobre esas tierra y a quién podían pertenecer, y sobre todo necesitaba entrar en aquella casa en la cual nací y viví mis primeros años de vida. No supe bien cómo presentarme ni qué podía decir, entonces recordé que la verdad siempre es la mejor respuesta para todo.
Así que le dije,”me llamo Juan y hace ya aproximadamente treinta años, mi padre, que también se llamaba Juan, y mi madre Luisa, vivíamos aquí en esta casa y trabajaron en estas tierras hasta que mi padre falleció, y por desgracia mi madre y yo tuvimos que marcharnos de aquí. Yo he regresado y quería visitar un poco los alrededores que recuerdo y donde fui tan feliz:.
El anciano, después de darle est información no dudó ni un momento. “Ya me acuerdo”, dijo, “tú eres el hijo de Juanito el que estuvo trabajando para mí durante muchos años. Yo siempre lo recordé, nadie pudo suplantarle nunca, ni como labrador ni como persona. Cuando él murió algo en estas tierras morían con él. Pero pasa, hombre y siéntate un poco, yo soy Pasual, el dueño de todo esto, y ya ves cómo esta pero no quiero irme de aquí, mis hijos viven en el pueblo, mas yo prefiero seguir aquí en el campo y cerca de la playa, soy consciente que tengo ya una edad avanzada, pero si salgo de aquí para mí sería peor que estar muerto”.
“Una vez a la semana, exactamente los domingos, mis hijos y nietos vienen a visitarme, compartimos la paella y me traen comida o aquello que yo pueda necesitar, después se marchan y me quedo nuevamente solo en este tranquilo lugar. Los huertos no están muy bien cuidados aunque yo hago lo que puedo, mis hijos tienen sus ocupaciones particulares y las tierras no les gustan, creo que cuando yo falte, rápidamente se desharán de ellas, pero mientras yo viva eso no ocurrirá jamás.
“Cuéntame algo sobre ti, ¿y tu madre Cómo está?”. “Murrio”, respondí apenado. “Mi esposa también murió”, dijo, “desde entonces las pocas ilusiones que tenía se han ido esfumando con ella, pero ahora tengo tres nietos que cuando vienen a verme me devuelven toda la alegría y me llenan de vida. Yo los espero todos los domingos con impaciencia. Pero y tú, ¿tienes hijos, estás casado?”no”, respondí,” he estado muy ocupado recorriendo mundo, pero la verdad es que me gustaría sentar cabeza y conseguir una familia, y quizás aquí lo consiga, he llegado hoy y lo primero que necesitaba hacer era visitar este lugar, mañana empezaré a buscar trabajo y poder aposentarme”.
“Me alegro mucho de tu visita, además te pareces mucho a tu padre y me gustaría que el domingo te vinieses a comer con nosotros, así te presentaría a mis hijos y nietos, a mí me harías muy feliz y podríamos recordar aquellos tiempos”.
Al principio rechacé la invitación, pero pensé que no tenía ningún plan para el domingo ni para el resto de la semana, así que acepté la invitación y después dimos un paseo inspeccionando los alrededores.
Cuando ya estaba cubierta mi necesidad Pascual quedó en su casa y yo me dirigí a la playa, la recorrí toda de una punta a la otra, muchos recuerdos afloraron en mí y pensé que ojalá las cosas hubiesen podido ser diferentes y ojalá nunca, nunca, hubiese tenido que marcharme de allí, evitándome el tener que pasar tantas calamidades una detrás de otra.
Me eché un ratito encima de las grandes piedras que hacían de escollera y me quedé dormido, al despertar pude darme cuenta que se estaba haciendo de noche y pensé que tenía que darme prisa si quería llegar al pueblo antes de que anocheciera.
Eché a andar y aligerando los pasos llegué a Nules antes de que llegara la noche, llegué al hostal y después de asearme un poco cené y salí a dar una vuelta por el pueblo. Aquel pueblo respiraba humildad, quizás eso era lo que más me gustaba del pueblo, su humildad, que hacía que no me sintiese pequeño ni insignificante. Nules me hacía sentir muy bien y aquella sensación me calaba hasta los huesos.
Después de haber recorrido casi todo el pueblo y sus calles, me volví a la posada a descansar y a dormir ya que al día siguiente tenía previsto buscar trabajo en el pueblo o los alrededores. Aquella noche soñé con mis padres, ellos me abrazaban y me bañaban en la playa, después me daban galletas para comer. Éramos una familia muy feliz.
Al recordar el sueño me daba cuenta que estaba falto de cariño y de abrazos. Aun era muy temprano cuando me desperté y esperé un poco para levantarme ya que no oía ningún ruido y supuse que todos en la fonda aún estarían durmiendo.
A mis recuerdos acudieron Braulio, Rafael y sobre todo Juana, y pensé que si no la hubiese abandonado quizás en esos momentos podría estar a mi lado, pero solo era eso un quizás, porque tal vez las cosas no hubiesen pasado como pasaron y a saber qué podría haber sido de nosotros en aquellos momentos en otras circunstancias.
Lo mejor al menos para mi era aceptar lo que había y creer que las cosas nunca pasan por casualidad y que todo tenía un porque la mayoría de veces ni siquiera entendemos.
Eran ya las siete de la mañana y me sentía ansioso por encontrar un empleo, ya que aunque tenía en mi poder algo de dinero que ahorré trabajando en el horno de Adrián, tenía que asegurar el no malgastarlo por si las circunstancias así lo requerían. Después de un desayuno caliente salí a dar unas cuantas vueltas por los alrededores.
Entré en diferentes lugares buscando un puesto de trabajo, almacenes, carpintería, hornos de pan, comercios, albañilerías, en todos los lugares donde podría haber una oportunidad, allí que yo entraba para ofrecerme, pero los puestos de trabajo estaban todos ya ocupados, en algunos lugares apuntaban mi nombre y el lugar donde habitaba diciéndome que si tenían algo ya me avisarían.
Aquella mañana me sentía de muy mal humor, yo necesitaba encontrar un trabajo, el miedo a tener que volver a las calles a dormir y el quedarme sin dinero y no tener un techo fijo donde cobijarme me aterraba, no quería ni pensar en ello, yo quería cambiar de vida y nada era más importante que poder llegar a conseguirlo.
Así fueron pasando los días, buscando trabajo sin descanso yendo de un lugar a otro, también busqué en los alrededores pero nada, hasta que llegó el domingo mis ánimos andaban por los suelos, pero ya me había comprometido y yo solía cumplir mi palabra.
Empecé mi camino andando en dirección a la playa, y después de una hora más o menos, me presenté delante de la casa, donde vi que habían un par de niños que jugaban con Pascual, que en cuanto me vio llegar inmediatamente me saludó y me hizo entrar con él en la casa ofreciéndome algo para beber.
Me fue bien el tomar algo fresquito, de la caminata me sentía sediento además de sudado. Me presentó a sus hijos, Pascual, su hijo mayor, que también se llamaba como él. Por aquel entonces ponerles el mismo nombre que el padre a los primogénitos era casi obligatorio y el orgullo de los padres. Después me presentó a Dolores, su hija, que nada más verla me recordó a Juana, tenían casi la misma mirada y más o menos deduje serían de la misma edad, además de ser también una señora muy simpática y hermosa.
Después pasó a presentarme a los respectivos cónyuges y, cómo no, a los niños. Dolores me presentó a su hija que tenía en sus brazos, era una niña preciosa con síndrome de Down, la cual enseguida se echó en mis brazos dándome tiernos besitos. Me pareció un ángel del cielo, aquella niña respiraba tanto amor y ternura que en solo minutos había cubierto mi necesidad de amor y afecto que hacía tiempo tenía.”Se llama Carmen”, dijo, “al principio cuando nació creí que era un castigo de Dios, pero ahora no tengo la menor duda que es una bendición, si me faltara no sabría vivir sin ella”.
Pude ver cómo a Pascual padre se le corrían las lágrimas. Mientras que las dos mujeres se encargaban de los preparativos para la comida, los cuatro hombres y los niños nos sentamos en la terraza de la casa donde los adultos hablaban del trabajo. El hijo de Pascual también me pareció buena persona, pero no tuve la misma impresión de su yerno, que de vez en cuando interrumpía la conversación para hacer alguna queja y llevarle la contraria a todo lo que Pascual padre decía, más de una vez éste tuvo que pararle los pies por su arrogancia y chulería.
Llegado el momento de comer una estupenda paella que Dolores y su cuñada se habían encargado de hacer, nos sentamos todos en las sillas alrededor de la mesa. Durante aquella comida salieron a relucir temas y recuerdos del pasado, donde Pascual me ponía al tanto sobre el carácter de mis padres y las veces que se enfrentaron por temas laborales, pero que los enfados les duraban muy poco. También contó que una vez se llevó a mi padre de juerga con los amigos y terminaron en una casa de citas, y que por más que le insistió, no consiguió hacerlo entrar “y se quedó sentado enfrente del lugar por más de tres horas esperando a que todos saliésemos de allí. Yo por supuesto que no hice nada reprochable y siempre respeté a vuestra madre”, dijo Pascual advirtiendo la mirada de su hija Dolores y que no era para nada agradable.
Pascual prosiguió, “el pobre la bronca se la llevó igual, tu madre estuvo sin dirigirle la palabra casi tres semanas al final tuve que ir yo para contarle que todo había sido una idea mía y que él ni siquiera entro”.
“En fin, qué tiempos aquellos, cuando eres joven todo te parece normal y raras veces piensas en las consecuencias”. Pascual hijo aprovechó ese instante para cambiar de tema y me preguntó a qué pensaba dedicarme.
Yo le comuniqué que no tenía aun ningún empleo y que si él se enteraba de cualquier cosa que me lo hiciera saber, yo le informé que solo quería trabajar y por el momento no me importaba en qué. Entonces se dirigió a su padre y le dijo, “¿tú no decías que las tierras necesitan trabajarse y que tú solo no puedes con todo? Por qué no lo contratas, al menos hasta que pudiera encontrar algo que le interesase más. ¿A ti qué te parece la idea, Juan?”, me preguntó. “A mí me parece magnífica”, por el momento no tenía nada que hacer y trabajar las tierras donde años atrás había estado mi padre trabajando me parecía genial.
“Por mi parte encantado, yo no podría pedir nada mejor, si Pascual está de acuerdo, no hay más nada que hablar”. Estaba de suerte, Pascual aceptó y además del trabajo me ofreció la vivienda, podría quedarme allí en aquella casa, donde nací y viví durante mi infancia. Además de ahorrarme el dinero que estaba pagando en la fonda, nos haríamos compañía, aquella oportunidad me pareció genial y única.
Miré a Dolores, que con una sonrisa me hizo entender que ella también estaba de acuerdo. Además de no tener que estar ya preocupada porque su padre se quedase viviendo allí solo, así que todos ganábamos.
Ese mismo día, Pascual hijo me acercó hasta el pueblo para poder recoger mis cuatro cosas y despedirme de la fonda donde estaba viviendo en aquellos momentos. Todo parecía perfecto, me sentía un hombre con suerte y pensé que la vida quería darme una oportunidad que sin duda alguna yo iba a aprovechar.
Ya entrada la tarde y yo casi instalado, los respectivos hijos de Pascual y sus familias se marcharon hasta el siguiente domingo, donde volverían como hacía ya años a compartir la paella y visitar al abuelo.
Pascual y yo nos quedamos un rato a solas en la terraza organizando el trabajo para el día siguiente, diciéndome por dónde podría empezar a labrar. Una vez el trabajo organizado, me preguntó qué me había parecido su familia, “me refiero a mis hijos claro está. Mi nuera nunca dice nada, y mi yerno es un prepotente muerto de hambre que está deseando que yo me muera para heredar las tierras y quedarse con la mitad de lo mio”. Le respondí que su hijo me había parecido una buena persona y que su hija mejor aún.
Le añadí que tenía mucha suerte por haber tenido unos hijos como ellos. “Si es verdad lo que dices, mi hija la pobre con lo que Dios le ha mandado ya tiene bastante porque desde que la niña nació, el marido y ella discuten por todo, él no acepta que mi hijo tenga dos varones y ellos una niña y en esas condiciones”.
“No sé bien cómo acabarán, pero yo ya le he dicho que mientras yo viva que no me entere que trata mal a ninguna de las dos”. Escuchar aquellas palabras me entristeció, aquel hombre tenía todo cuanto se podía pedir, una mujer extraordinaria y preciosa además de un ángel como hija y se quejaba de su suerte.
Recordé todo cuanto había sufrido y me di cuenta que efectivamente existen personas muy desagradables y muy desagradecidas con su suerte en la vida. Casualmente, la habitación que Pascual había destinado para mí era la misma donde dormía cuando vivía allí, los muebles habían sido cambiados, pero el resto permanecía casi intacto.
Pascual y yo nos retiramos a dormir con la intención de madrugar para empezar pronto la jornada. Una vez en mi cuarto, ya a solas miré por la ventana, recordaba que entonces tenía que subirme a una silla para poder ver lo que había fuera. A lo lejos podía ver la playa, al menos un poco de ella, ya que algunos árboles tapaban la vista.
Pensé un poco en la situación en la que me encontraba y me parecía increíble cómo la vida igual que una rueda gira y gira llevándote muchas veces al mismo lugar que al principio. En aquellos momentos yo no tenía la mínima intención de contarle a nadie nada sobre mi pasado, solo quería vivir el presente y disfrutar de la gran oportunidad que tenía por delante.
Me dediqué a mirar las estrellas y les dije a mis padres por si me podían escuchar, que había vuelto a casa y que a partir de entonces todo lo que yo hiciera en la vida sería motivo para que ellos pudieran sentirse orgullosos de mí, como yo me sentía de ellos.
Llegada la mañana, oí que Pascual hizo un ruido con alguna olla o cazo. Me dirigí a la cocina y vi que estaba hirviendo algo de leche, le di los buenos días y después de desayunar, nos dispusimos a llevar a cabo las tareas.
El primer paso seria cortar y arrancar la mala hierba que había nacido de la tierra y que no era productiva. Después de recorrer todo el terreno, me indicó un sitio por donde debía empezar, me dio una hoz y un rastrillo y me enseñó cómo debía hacerlo, Pascual se marchó para la casa y me dijo que cuando tuviese hambre o sed que acudiera a la casa, y que si no era así, ya me llamaría él para la hora de la comida.
Empecé a trabajar con mucha fuerza y casi sin darme cuenta mientras trabajaba comencé a cantar, tarareaba la canción que Adrián, mi amigo el hornero tarareaba cuando metía el pan en el horno y me acordé de él y de su padre, pensé que algún día volvería a verlos.
En aquel momento me sentía un hombre con suerte, además de sentirme en casa, esa agradable sensación me hacía sentir especialmente bien. No había reparado la hora que sería hasta que Pascual me llamó para comer, había trabajado toda la mañana sin parar, la ilusión que tenía me producía una energía increíble.
Al llegar hasta la casa Pascual me dijo que había cocinado un caldero con garbanzos y tocino, él le llamó olla. Aquellos garbanzos estaban exquisitos yo me comí dos platos y un vaso de vino, según Pascual era necesario para recuperar fuerzas. Me preguntó qué tal me encontraba, yo le respondí “muy bien, creo que he adelantado mucho”.
“Tampoco quieras hacerlo todo en un dia”, me dijo, “las tareas del campo hay que tomárselas con calma y poco a poco, si te pegas hoy una paliza mañana seguramente no adelantarás nada porque apenas si podrás moverte, así que poco a poco podrás adelantar mucho más”.
Yo no me sentía cansado, tenía ganas de continuar con las tareas. Después de quitar toda la mala hierba, empezaríamos con podar algunos árboles y después sembrar hortalizas en la huerta.
Después de comer descansé un rato y volví al trabajo hasta que se hizo de noche. Eso era el campo y entendí por qué mi padre madrugaba saliendo siempre muy temprano de casa, y se acostaba muy pronto para descansar y poder aprovechar las horas del sol para llevar a cabo aquellas tareas.
Ya de vuelta sí sentía el cansancio, pero nada comparado con el dolor que sentí al día siguiente al levantarme de la cama, me dolían todos los huesos del cuerpo, no podía ni moverme en aquellas condiciones. Pascual al verme en aquel estado, me aconsejó que durmiera un poco más y empezara las tareas más tarde.
Estuve a punto de aceptar su propuesta pero mi dignidad quedaría rebajada, y yo quería demostrarle que había hecho un buen negocio contratándome. El parecer un blando no me lo podía permitir, así que desayuné un poco y me marché para poder continuar las tareas pendientes del día anterior.
No podía hacer ningún movimiento, todos los huesos sin salvar ninguno me dolían tremendamente, cualquier pequeño esfuerzo me parecía que movía toneladas. Aquel dolor me hacía tener que parar de vez en cuando, pero el volver a arrancar era todavía peor. Aquello fue dramático, no quería reconocerlo pero el trabajo del campo si tenía que ser siempre asi podía acabar conmigo.
Pobre de mi padre pensé, tuvo que trabajar en el campo desde muy temprana edad, no me extrañaba nada que perdiese la vida tan joven. Aquellas tareas eran capaz de matar a cualquiera pensaba una y otra vez. De pronto escuché unos pasos que se acercaban a mí y rápidamente me incorporé para disimular y continuar con el trabajo como si no pasase nada.
De pronto vi acercarse a Dolores que llevaba una bota de vino y un trozo de pan con queso y según me dijo, su padre le había dicho que me lo trajese y que comiera un poco. Me dio mucha alegría el volver a verla y disimulé para que ella no pudiese advertir ningún signo de dolor o cansancio en mí.
“¿Qué tal el trabajo?”, me preguntó, “se me ocurrió venir a haceros una visita y ver qué tal lo llevas”. Me cedió lo que llevaba y me dijo, “descansa y come un poco para que puedas recuperar las fuerzas”. Yo agradecí su preocupación, hambre lo que se decía hambre no tenía, pero el dolor que sentía podría haber llegado a escucharse en caso de no disimularlo todo lo que pude.
Dolores y yo nos sentamos en un reguero de esos que llevan agua para poder regar los huertos, también compartimos vino de la bota que me había traído. Parecía interesada por saber por qué había vuelto por allí y cómo había sido mi vida.
Me dijo que su padre le había informado que no tenía familia, tampoco novia ni compromiso con nadie. Yo no podía contarle la verdad y le dije que después de haber estad en tantos lugares diferentes, lo que más me apetecía era el volver a vivir en aquel sitio, también le dije que mi vida no tenía nada de especial y que había sido como a de cualquier persona.
Aquella era la primera vez que mentía a conciencia y no me sentía para nada orgulloso, pero me hubiera sentido peor si le hubiese contado la verdad, me avergonzaba el tener que contarle que fui un triste y penoso vagabundo. Me di cuenta que no quería que Dolores tuviese una mala imagen de mí.
Dolores continuó, “pero seguro que a lo largo de su vida habrás conocido a muchas mujeres ¿no?. “Sí, a algunas, pero no te creas que a muchas, yo he estado siempre ocupado en otras cosas”. ¿En negocios o algo así? “si algo asi”, respondí tímidamente. “Entonces ¿habrás conseguido obtener una gran fortuna, ¿no?”. “No creas, la vida te da y te quita, y al estar siempre de un lado para otro, lo que ganas por un lado, lo gastas invirtiendo en otros y así día a día, tengo algo ahorrado pero nada importante”.
Yo lo creía para nada importante, apenas si tenía veinte mil pesetas, que aunque para mí si era toda una fortuna, para ella sería el salario de su esposo en un mes. Me di cuenta que me estaba creciendo mucho y que normalmente yo nunca me había comportado así, pero no quería dar pena ni que Dolores tuviese mala impresión sobre mi pasado ni sobre mi vida pasada. Necesitaba sentirme digno y valioso ante aquella mujer que llegó a perturbarme cada vez más.
Después de aquel interrogatorio y para evitar que me hiciera más preguntas y el tener que seguir mintiendo, le dije que tenía que volver a las tareas y que tenía mucho trabajo aún por hacer. Creo que Dolores se dio cuenta de mi tensión y se fue para la casa, me dije que en un par de horas volveríamos a encontrarnos, ya que había decidido pasar el día con su padre y conmigo.
No sé bien si aquella noticia me alegró o me molestó, ya que las preguntas de Dolores eran muy directas y muy poco discretas, y yo no estaba habituado a tener que responder a tantas cosas ni tan personales.
Después de marcharse Dolores y al quedarme solo, reparé en que alguna vez yo tendría que buscarme una mujer y con suerte construir mi propia familia, y aunque no me sentía mayor tampoco era ya un adolescente. Volví a incorporarme al trabajo haciendo un gran esfuerzo para combatir los dolores, y puse toda la atención en las tareas que tenía pendientes.
Después de un par de horas, oí la voz de Dolores, que gritaba que fuera a comer. Había cocinado conejo frito con tomates y pimientos rojos y la verdad es que estaba muy, pero muy bueno.
Durante la comida Dolores retomó el mismo tema de conversación, decía que tenía mucha curiosidad por saber sobre mi vida íntima. Pascual le dijo que eso era asunto mío, y que si yo no quería hablar sobre ello, no tenía por qué hacerlo.
“Si ya lo se”, continuó Dolores, “pero es que me extraña que con lo apuesto que es no tenga una esposa o la haya tenido”. Yo ni siquiera respondí, además sobre esos asuntos no sabía cómo hacerlo, solo pude decirle que quizás no había llegado a mi vida la mujer adecuada, “pero no estoy cerrado a esa posibilidad sino todo lo contrario”.
Dolores, aprovechando mis palabras, me dijo que conocía a una mujer que trabajaba en la tienda de ropa donde ella solía frecuentar, que hacía poco tiempo que quedó viuda y necesitaba distraerse, además de ser muy buena persona y que podía ser una oportunidad para los dos.
Aquella rapidez fue para mí como un impacto, yo tenía intención de encontrar a alguien, pero tan rápido no lo tenía previsto y antes de que pudiese decir nada, Dolores dijo que “mañana al cerrar la tienda le diré que me acompañe a visitar a mi padre y así tú podrás echarle un vistazo y ya me dirás qué te parece y si no te gusta no pasa nada pero si por el contrario te gustase yo te puedo ayudar a conquistarla”.
Pascual reía, yo en cambio no dije nada pues al parecer Dolores ya lo tenía todo previsto y sentenciado. Menudo interés cogió Dolores porque yo encontrara una mujer, en verdad yo no entendía aquellas prisas, tenía la costumbre de tomarme las cosas con mucha calma.
Quizás, deduje, que todavía y a mi edad nunca había conseguido tener nada de nada.
Después de aquella comida volví un rato más a trabajar al campo y después de mi jornada, al regresar a casa, Dolores ya se había marchado y como no recordándole a su padre que me dijera que me aseara y me pusiese guapo para la ocasión que sería al día siguiente.
Llegó el día siguiente y la hora de la visita, yo me sentía muy nervioso, la sensación que vivía era la de tener que comprometerme con aquella desconocida me gustase o no, por no dejar mal a Dolores. Así que me asee y me puse mi mejor ropa para aquella ocasión.
Pascual y yo oímos acercarse a las dos mujeres, la niña también, la tenía Dolores en los brazos desbordando alegría como siempre. Después de las presentaciones Pascual sacó unas bebidas y para acompañar unas almendras fritas con sal que él mismo se había encargado de hacer. Observé a la mujer, era hermosa y parecía bastante afligida, según nos contó, había pasado más de un año de la muerte de su esposo y todavía le echaba de menos.
También nos dijo que tenía dos niños, uno de diez y el otro de cuatro y que ellos preguntaban todos los días por un nuevo papa y que ella se sentía con la responsabilidad de conocer un buen hombre y darles lo que necesitaban.
Me asombró escuchar aquellas palabras yo no creía que las cosas funcionasen así, mi idea sobre el matrimonio era conocerse, enamorarse y después decidir si se casaban, y no como el sustituto de un padre para los hijos. Yo siempre pensé en tener mis propios hijos y la idea de convertirme en el padre de otros no se me había pasado por la cabeza.
Por supuesto, fui muy respetuoso y amable con Mercedes, así se llamaba esta señora.
Por lo que pude deducir, había tenido una buena vida, un esposo cariñoso y un buen padre para sus hijos y quizás todo aquello era lo que necesitaba sustituir, no importándole el enamorarse de alguien o no.
Yo no pensaba así, yo necesitaba sentir. Echaba de menos las mariposas que sentía en el estómago al ver a Juana y las palpitaciones precipitadas de mi corazón con solo pensar en ella y poder abrazarla, en unas palabras, quería experimentar el amor.
El cariño hacia la mujer me parecía bien, pero no para mí, yo quería lo más de lo más. Durante aquella conversación y mientras Dolores más intentaba resaltar las cualidades positivas de Mercedes, más me iban gustando las que percibía en ella, su simpatía, las ganas de que su amiga fuese feliz, su educación y dulzura, su manera de abrazar y mimar a su hija y los cuidados que le proporcionaba sin escatimar a su anciano padre y en particular su manera de moverse de un lado para otro llenando de su aroma todo aquel lugar.
Pensé que tenía que parar aquellos pensamientos y centrarme un poco más en el drama que contaba sobre la pérdida de su esposo aquella pobre mujer. La verdad es que me costó aguantar tanta repetición. Llegué a pensar que a ella le gustaba sentirse así, quizás era la manera que tenía para poder llamar la atención de su alrededor y sentía que cuidaban de ella debido a su lástima, cubriendo su necesidad y no sentirse ten sola.
A mí no me gustaba su manera, yo necesitaba otro tipo de mujer, alguien como Dolores. Qué obstinación, Dolores estaba casada y su rango muy por encima del mío. Me daba cuenta que a pesar de ser un imposible, se estaba metiendo con mucha fuerza en mi cabeza y sobre todo en mi corazón. Reconozco que aquella cita a medias me resultó muy larga, sentía la necesidad de quedarme solo.
Entre la dramática historia de Mercedes contada una y otra vez y los pensamientos sobre Dolores, tuve que usar todos mis recursos de caballerosidad para poder aguantar, hasta que decidieron marcharse de allí y volver a sus hogares, quedándonos Pascual y yo dando suspiros de alivio.
La risa de Pascual me dio a entender que la opinión sobre esa penosa mujer era la misma que tenía yo. “ya le vale a mi hija, su necesidad de ayudar a los que sufren y la pena por los que están solos, se había propuesto dar un solo tiro y matar a dos pájaros a la vez ¿no te parece?”.
Carcajadas de risas hicieron que por fin acabara aquella velada ya que Pascual con todo el respeto hacia el difunto, hacía bromas sobre la sorpresita de su hija Dolores. Añadiendo para terminar, “cuando mi hija te pregunte, tú dile que sí te gusta, porque si no es capaz de traérmela a vivir aquí conmigo y que yo cuide a los niños”.
Pascual me parecía cada vez más cachondo, me hacía reír mucho y a casi todo le sacaba su chiste. La sorpresita para mí vendría al día siguiente cuando Dolores se volvió a presentar allí para preguntarme qué me había parecido.”Es guapa”, le dije, “pero yo necesito otro tipo de mujer. Aún no la conoces. En estos momentos está pasándosela muy mal pero ella es muy buena y decente”. Yo no tenía ninguna duda de que así fuera, pero no es lo que necesito.
Después de mi negación ante volver a verla, le pedí a Dolores que no se preocupase por mí, ya que cuando llegase el momento la mujer de mi vida aparecería y yo sabía que la iba a conocer sin duda alguna.
Dolores era una mujer muy sensible y me daba cuenta que su deseo era ayudar, por eso le agradecía su intención y le confesé que mi corazón estaba ocupado, y que todavía estaban en él los recuerdos.
Advertí un gesto extraño en su rostro y algo enfadada me dijo: “pues haber empezado por ahi”, y sin decir ni adiós se marchó. Aquella actitud de Dolores me preocupó, por qué se había marchado así, al fin y al cabo yo no le había pedido nada, fue ella la que se brindó a su amiga, pero me di cuenta que las mujeres siempre fueron para mí un misterio y nunca advertía cuando iban de broma o en serio.
Pasó más de un año de aquello y todo se volvía rutinario, Pascual y yo en la hacienda y la visita de sus hijos y nietos los domingos para comer la paella. Dolores cada vez estaba más y más en mi corazón. Esperaba con ansias la llegada del domingo, y cuando la veía aparecer era para mí el mejor de los regalos, con esa dulzura y esa frescura que la caracterizaba.
Carmen, su hija, ya andaba sola y le cogí un gran y verdadero cariño, también a los demas por supuesto, pero a Carmen la quería diferente, por ser especial quizás o por ser la hija de Dolores, a la que amaba en silencio cada vez con más fuerza y densidad.
La relación entre ella y su esposo se volvía más fría y distante, algunos domingos los pasaban allí apenas sin hablarse y otros iba ella sola con su hija achacando cualquier pretexto. Pero, eso si, ellas dos no fallaron nunca, su padre era su prioridad y mientras él viviera decía, “los domingos son siempre para pasarlos con el”.
Uno de esos días me enteré que unas tierras colindantes a las de Pascual estaban en venta y me interesé por ellas, el precio que tenían no estaba a mi alcance. Yo había ahorrado mucho dinero de mis jornadas, pero aún así no me alcanzaba para poder comprarlas.
Hablé con Pascual y le dije que me parecía una buena oferta pero que necesitaba un préstamo, el cual yo le iría devolviendo poco a poco o descontándose de mi jornal. Lo consultó con sus hijos, que estaban de acuerdo, y me proporcionó lo que necesitaba para cerrar el trato y poder convertirme en dueño de aquellas tierras, y trabajándolas un poco podrían llegar a ser muy productivas.
Todo mi tiempo era dedicado a trabajar las tierras, sin dejar de lado mis tareas en la finca de Pascual. En poco tiempo empecé a recoger los frutos y pude liquidar mi deuda con Pascual, el cual cada vez más se convertía para mí en ese padre que tan pronto perdí y que estaba seguro que allá donde se encontrase, estaría muy orgulloso de mí y referente a mi madre ya casi había cumplido mi promesa hecha de que algún día trabajaría para mí y jamás permitiría que nadie se aprovechase de mí ni me faltase el respeto, trabajando siempre con dignidad.
Mi vida había dado un cambio para bien del cien por cien y me sentía casi realizado, pero la necesidad de tener mi propia familia empezaba a ser casi obsesiva. Amaba a Dolores con toda mi alma, pero jamás le perdí el respeto ni le hablé de mis sentimientos, hasta que un afortunado día, Dolores llegó a la casa para cuidar a su padre que no se encontraba muy bien de salud.
Me informó que se quedaría a vivir allí un tiempo con nosotros hasta que su padre se encontrase mejor. Yo me alegré y a la vez temí por mí. Pensé que al tenerla tan cerca y a todas horas, podría volverse una tortura para mí ya que cada vez estaba más dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
Pasaron ya varios días y me extrañó que su esposo no había ido por allí, y menos el domingo que yo creí aprovecharía para hacerlo. Pascual, extrañado por ello le pregunto por él, Dolores que había evitado el hablar del tema hasta entonces le dijo que no quería seguir viviendo con él y que él no la trataba bien, y que últimamente pasaba mucho tiempo sola porque él no aparecía por casa y que cuando lo hacía no iba en muy buenas condiciones.
Resultaba más que evidente que desde que nació Carmen, él no lo superó y cada vez le resultaba más difícil aceptar aquella situación, haciendo por ello culpable a Dolores de su desgracia. Pascual enfadado por lo que escucho reaccionó diciéndole a Dolores que no volviera más con él y que arreglaría todo lo necesario para la separación matrimonial, le dijo que él lo único que pretendía era quedarse con su fortuna.
Me di cuenta que Dolores más que apenada parecía aliviada, aquel apoyo recibido por parte de su padre le había dado mucha fuerza, tanto que le dijo que al día siguiente iría a decírselo y lo solucionaría todo cuanto antes.
Un millón de pensamientos afloraba por mi mente en aquellos momentos, si Dolores se separaba, podría ser libre y entonces yo aprovecharía para confesarle mi amor, pero el temor al rechazo también estaba en mi cabeza, ya que si corría el riesgo y me rechazaba, nada podría volver a ser igual que entonces.
Después de terminar aquella jornada cada cual ocupó el lugar correspondiente, yo me retiré a pasear por la playa, era casi de noche, pero con la ayuda de una linterna y mi habilidad para andar por los caminos, no tuve ningún problema. Necesitaba estar solo y pensar sobre lo que estaba sucediendo.
Para mí era una gran noticia, pero y si las cosas no salían bien, y quizás era peor el remedio que la enfermedad. Mi actitud cobarde florecía sin duda alguna, pero mi corazón estaba latiendo de una manera inusual.
De pronto pude escuchar cómo unos pasos de alguien que se acercaba hasta mí y cómo la luz de la linterna iba aproximándose, entonces pude ver a Dolores que se acercó y se sentó a mi lado, me dijo que necesitaba saber mi opinión sobre el tema.
Yo respondí que si no era feliz, no tenía por qué seguir viviendo con él, pero que yo no podía opinar en algo tan particular.
Acto seguido Dolores me cogió la mano y me dijo que mi opinión era la que más le importaba, ya que en parte si tomaba esa decisión era por mí, ya que desde la primera vez que me vio, se enamoró profundamente y esa era la verdadera razón por la que quería separarse de su esposo, pues llevaba ya mucho tiempo sin quererlo.
Me quedé perplejo, no sabía qué responderle, hubiera dado mi vida por haber escuchado esas palabras y me sentí inmóvil y como un niño asustado. “¿Qué me dices Juan?, yo he notado cómo me miras y he deducido que tú también sientes algo hacia mí, pero si no es así dímelo ahora y yo continuaré con mi vida y jamás volveré a molestarte”.
No pude pronunciar una palabra, tan solo apreté fuerte su mano y me eché en su hombro llorando por la alegría. Después de darnos unos minutos de silencio, Dolores me besó, y desde luego yo le correspondí, llevaba mucho tiempo deseándolo y no pudiendo controlar nuestros deseos hicimos el amor allí mismo, en la playa, donde todo lo que había vivido había sido bueno. Sentí todo el amor compartido que mi alma tanto anhelaba.
Tenía la certeza de que esta vez era de verdad, aquel era mi lugar destinado y aquella mi destinada mujer, en aquellos instantes entendí mi insistencia y mi necesidad por volver a aquel lugar, de no haber sido así, lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos jamás hubiese sido posible.
Sentí que aquel era mi momento y no iba a permitir que nada ni nadie me lo arrebatara, después de hacer el amor, nos dirigimos abrazados hasta la casa. Al entrar dentro pudimos advertir que Pascual estaba tirado en el suelo, tenía una sudoración excesiva y parecía muy enfermo, pedimos ayuda a un médico y éste lo ingresó en un hospital, donde lo trasladamos y permaneció allí unos cuantos días. Durante la estancia de Pascual en el hospital, Dolores y yo no volvimos a tocar nuestro tema, en aquellos momentos lo importante era la recuperación de Pascual y después todo lo demás.
Dolores y su hermano se turnaban para estar con su padre y cuidar de él, yo continuaba ocupándome de la hacienda suya y de la mía y apenas tenía tiempo para nada. Pascual tuvo un infarto y falleció en pocos días, y eso lo cambió todo.
Dolores no volvió a visitar la hacienda, pasaron ya diez días del fallecimiento y no tenía ninguna noticia sobre ella ni si seguiría con su matrimonio adelante o había dicho algo para no reconciliarse.
Después de dos semanas de la ausencia de Pascual, decidí ordenar un poco la casa. Empecé por la ropa de Pascual, no sabía qué hacer con ella, así que la guardé en el armario y como por instinto metí la mano en uno de los bolsillos de una chaqueta que estaba colgada en una de las puertas, aquella chaqueta era la preferida de Pascual se la solía poner en cualquier ocasión.
Al meter la mano me encontré con un sobre cerrado donde pude leer mi nombre como destinatario, lo abrí rápidamente y me encontré con dos sorpresas agradables. La primera era que en su testamento Pascual me había dejado la casa y una pequeña parcela de tierra que según él, de no haber fallecido mi padre hubiese sido de su propiedad ya que pensaba en comprarla, y en honor a él y por agradecimiento me las cedía en su nombre.
La segunda sorpresa fue mucho más emotiva. Me pedía que cuidara siempre de su hija Dolores y de su nieta y que cuando tuviese la oportunidad la hiciera mi esposa ya que según decía siempre había estado al tanto del amor que sentíamos el uno por el otro.
Vaya dos sorpresas, pensé, pero aún no podía cantar victoria, tenía que respetar su decisión, pero por supuesto sus hijos tendrían que estar de acuerdo con todo. Dos días después apareció Pascual hijo por la finca, acto seguido también Dolores, al parecer estaban allí para decidir qué se podría hacer con la finca y para pedirme que yo siguiera encargándome de todo.
Yo tenía la carta que encontré en uno de mis bolsillos, pero no me pareció prudente enseñársela en aquellos momentos y esperaría mejor ocasión. Me regalaron el vehículo de Pascual, era un dos caballos, pensaron que así podría desplazarme por los alrededores y no tener que seguir haciéndolo en bicicleta o andando. Yo lo agradecí de todo corazón.
Observaba la mirada triste de Dolores, ella quería muchísimo a su padre y su pérdida le afectaba notablemente. Necesitaba mucho abrazarla, también hacerle muchas preguntas, pero también creí prudente esperar el momento. Pasé días de incertidumbre y soledad.
Hasta que una mañana, era aún muy temprano, se presentó en la casa Dolores con la niña, llevaba también una maleta, yo me asusté y le pregunté si había pasado algo malo, aquellas horas no eran normales y menos el ver la maleta. Dolores me dijo que acababa de romper definitivamente y que necesitaba estar cerca de mí.
Me contó que la reacción por parte del esposo ante aquella decisión no fue nada buena además de amenazarla, pero aún así se había armado de valor y no pensaba dar un paso atrás. Me contó también que durante días había tenido muchas luchas con ella misma porque se sentía culpable por la muerte de su padre, y según ella creía la causa era la noticia que ella le dio aquella tarde sobre la mala relación con su esposo.
Yo creí que era el mejor momento para enseñarle la carta que su padre había dejado escrita para mí. Después de leerla con detenimiento se echó a llorar, me pareció un llanto liberador, y se dio cuenta de las veces que su padre hacía intentos para que se llevara bien conmigo, también le pareció bien la idea de que la vieja casa quedase en mi propiedad, según ella podríamos repararla y poder vivir allí los tres: ella, la niña y yo.
Por supuesto que respetando la opinión de su hermano, que sabíamos que nunca se opondría a la voluntad de su padre ni por lo de la casa, ni porque Dolores y yo fuésemos un matrimonio. La verdad es que siempre tuve muy buena relación con él.
Todo pasó muy deprisa, el divorcio de Dolores, la herencia, nuestra boda, todo fue colocado en su lugar correspondiente. El terreno que por herencia le correspondía a Pascual quedó todo en propiedad de Dolores y mía, ya que se la compramos a Pascual y nos quedamos los dueños de toda la hacienda, sumando la propiedad que adquirí, más la que yo poseía hicimos una gran suma de terreno que nos hizo conseguir amasar una fortuna que Dolores y yo siempre nos preocupamos de ella y supimos aprovechar.
Me sentía inmensamente feliz, el amor que nació entre Dolores y yo le dio vida a un precioso niño al que pusimos de nombre Pascual en honor a su abuelo, y a su tío, por haber hecho posible aquella nueva oportunidad y dicha.
El pequeño Pascual trajo a nuestras vidas más felicidad y motivo de agradecimiento. Yo me sentía pleno y total. Las tierras cada día se iban haciendo más productivas y eso nos llevó a poder invertir en más tierras, teníamos mucho terreno fértil y por ello hizo posible el poder dar jornales a muchos labradores a los cuales siempre traté con total respeto y con dignidad, haciendo también una buena cantidad de amigos. Las comidas y fiestas en la finca eran usuales, cada cual compartía lo que temíamos.
Recuerdo aquellas noches de verano. Dolores y yo vivíamos verdaderos oasis, disfrutábamos cada día, hora y minuto, de nuestros hijos, porque Carmen para mí fue también mi hija adorada y mimada tanto o más que Pascual. También recuerdo aquella preciosa luna llena que alumbraba nuestro hogar la mayoría de las noches.
Construimos una preciosa alquería, respetando las partes más resistentes de la vieja casa. No quisimos deshacernos de nuestros recuerdos de la infancia ni de la casa donde pude vivir y después revivir los mejores momentos de mi vida.
Había cumplido totalmente la promesa hecha a mi madre, por fin lo conseguí. Por supuesto, también llegué a contarle a Dolores toda la verdad sobre mí. Fue ella la que me animó y acompañó a todos aquellos lugares que recorrí y que sentía que quedaba algo pendiente que concluir.
Viajamos a Francia y pude saldar mi deuda con aquella posadera tan amable y solidaria que un día me dio cobijo y desayuno gratis, además de haberse ocupado de lavar mi ropa. Apenas se acordaba ya de mí, pero yo le hice memoria y el compromiso de pagarle todo lo que hizo por mí si algún día la vida me daba esa oportunidad. Como así fue, además de regalarle una buena propina que ella me agradeció muchas veces.
Una vez en Francia, Dolores y yo aprovechamos para vivir una noche maravillosa en París, la ciudad del Amor, además de unos días de luna de miel. Después fuimos al cementerio donde yacía Tomás, prometiéndole que tendría un lugar de descanso al lado de la que fue su esposa y sus dos niñas. Dolores y yo nos encargamos de hacerles una visita a sus familiares y los pusimos al tanto de todo cuanto había ocurrido.
Fui recogiendo miles de agradecimientos, todos me daban las gracias y me parecía curioso, tiempo atrás era yo quien pasaba mis días dando las gracias por todo y ahora la vida me estaba dando los frutos de mi cosecha. Tomás fue enterrado en su pueblo junto a los suyos teniendo digna sepultura.
Tampoco me olvidé de visitar a mi amigo Adrián. Cuando llegamos hasta su casa cerca del horno, pudimos ver a un niño de la edad aproximadamente del nuestro, estaba jugando con un carrito hecho de madera. Al ver que nos acercábamos llamó a su papá y Adrián apareció instantáneamente al oír los gritos del niño para comprobar lo que quería.
Al volver a vernos Adrián y yo nos abrazamos como siempre lo hicimos, dejando el alma en el abrazo. Llamó a su esposa que al parecer había vuelto con él y habían traído al mundo aquel pequeño y precioso niño.
Pregunté por su padre y me dijo que faltó al poco tiempo de marcharme yo, al parecer el ayudante que me sustituyó seguía trabajando para él, además había agrandado el negocio ya que aparte del pan también hacía dulces, cocas saladas magdalenas.
Tenía trabajando con él, aparte del ayudante a cuatro personas más por el día, según decía ahora tenía tiempo disponible para su esposa y su hijo además de ayudar dando jornales a quien los necesitaba.
Me di cuenta que seguía teniendo el mismo corazón de siempre, y pensé que con los años aún se había vuelto más generoso. Ya una vez hechas todas las presentaciones, quedamos los cuatro para comer en el bar restaurante del pueblo, por supuesto aquella vez pagaría yo, Adrián discutió un poco, pero después de ponerle al día sobre mi suerte dijo, “pues muy bien puedes pagar tú ya que ahora tienes más dinero que yo”.
La esposa de Adrián nos pareció simpática y muy atenta con nosotros. Pasamos unos cuantos días allí con ellos. Antes de marcharnos y saludar a todos los conocidos, fuimos a visitar a don José el médico del pueblo, aquel que me devolvió la vida con aquel chequeo fortuito.
Dolores estaba encantada, cualquier encuentro o experiencia compartida le parecía insólita y eso que era ella una mujer formada y con estudios, pero todo cuanto ocurría le parecía un mundo lleno de expectación y fuera de lo común.
Adrián nos prometió que irían a visitarnos, como así fue unas veces lo hacían ellos y otras veces Dolores y yo con nuestros respectivos hijos por supuesto. La relación que mantuvimos Adrián y yo perduró incluso después de la muerte. Pero este es un tema que no voy a relatar aquí ni ahora.
Así que todo en mi vida fue bien recolocado. En aquellos momentos estaba pleno y feliz, todo en mi vida tenía su lugar y su porque correspondiente. Me hubiese gustado encontrarme con Rafael, Juana y Braulio y poderles haber dado una explicación por mi huida.
Además me hubiese gustado compartir con ellos algo de mi nueva vida y haberles ayudado un poco, pero pensé que las cosas no pasaban por casualidad y asumí que esa parte de mi vida tendría que quedarse así.
Todo funcionaba perfectamente, tenía amor, familia, tierras, casa, amigos y dinero, todo cuanto cualquier hombre debería tener en la vida.
También añadiré que siempre intenté alimentar mis ilusionesjamás por muy duras que fueran mis experiencias, perdí la fe. Entendí cuál era mi propósito en la vida y a valorar todo lo que poseía, aprendí también a respetar y ayudar siempre a los demás como yo hubiese querido serlo en su día.
Gracias de todo corazón por la oportunidad de poder exponer mis memorias y que tú si, tú hayas podido aprender algo más sobre las tristes y muchas veces insospechables historias que existen detrás de cada persona sobre todo de aquellas que por circunstancias no tienen la suerte que tienes tú.
Soy Juan un indigente que consiguió lograr cumplir todos sus sueños.