Con el título de Neologismos y Americanismos di publicidad en 1895 a un opúsculo, en el cual consigné poco más de quinientas voces que no se encontraban en el Diccionario, y que son de uso constante en América, y muchas aún en España. En las juntas académicas a las que concurrí en Madrid, en 1892 y 1893, propuse la admisión hasta de una docena de palabras que, en su mayor parte, fueron desdeñadas, y me retraje de continuar proponiendo.

Mejor fortuna tuvo mi opúsculo; pues de los vocablos en él apuntados adquirieron lugar en la edición 13.ª del Diccionario los siguientes

Esto es, casi la tercera parte de las voces por mí patrocinadas.

Aunque con cédula de cesantía y jubilación en la vida literaria, cédula que me decreté desde el primer día del nuevo siglo, no pude renunciar a mi chifladura, lexicográfica, ocupando mis ratos de ocio en apuntar y estudiar vocablos. Burla burlando, mi labor paciente de un par de años ha dado por fruto este libro, que me resistía a publicar; pero, a la postre, he tenido que ceder ante la exigencia de algunos bondadosos amigos encariñados por los borrones de mi pluma. Declaro, pues, sinceramente que este es un libro ocasional, escrito sin pretensiones, y lo que es mejor, sin gran irritabilidad nerviosa.

En materia de verbos la autoridad de la Academia está muy por debajo de las imposiciones del uso. Nadie se cuida de averiguar si están o no en el Diccionario verbos que vienen constantemente a los labios o a los puntos de la pluma, tales como contraprobar , salvaguardar , sesionar , presupuestar , clausurar , hospitalizar , nacionalizar , independizar , agredir , pavimentar , deshipotecar , catear , exteriorizar , raptar , desmonetizar , festinar , escobillar , fusionar y tantos otros a los que dedico papeleta, y que los americanos conjugamos sin escrúpulo. Todo verbo que alcanza a generalizarse en el lenguaje de un pueblo, es sólo porque satisface una necesidad de expresión clara. ¿A qué rodeos y perífrasis, cuando con un vocablo podemos exteriorizar nuestro pensamiento?

El Diccionario es parsimonioso con los adjetivos que terminan en able o ible . Tengo, en mis apuntes, consignados más de quinientos; pero también quiero proceder con parsimonia, dedicando papeleta sólo a los de uso más frecuente.

Argumento sin base sólida me ha parecido el de que no debe admitirse en el Léxico un vocablo nuevo siempre que esté ya consignado otro que signifique lo mismo. Acabo de leer un romance del padre Juan Mir, en el que figuran más de setenta voces para llamar al prójimo tonto o imbécil. Para llamar pecadora (contra el sexto mandamiento) a una mujer, trae el Léxico ochenta y dos voces. Lo que abunda no siempre daña, y no es malo tener sobra de palabras para escoger como entre peras, amén de que no todas las voces usadas en España han pasado el charco y aclimatádose en América.

Muchos hacen estribar el purismo en emplear sólo las palabras que trae el Diccionario. Si una lengua no evolucionara, si no se enriqueciera su vocabulario con nuevas voces y nuevas acepciones, si estuviera condenada al estacionarismo, tendrían razón los que así discurren. Para mí el purismo no debe buscarse en el vocabulario sino en la corrección sintáxica, que la sintaxis es el alma, el espíritu característico de toda lengua. Rebelarse contra locuciones gálicas y antisintáxicas, como problema a resolver , asunto a discutir , y otras que están de moda en la prensa, es combatir impurezas en el idioma. Más que los doctos, de suyo engreídos y autoritarios, es el pueblo quien crea las palabras y el uso quien las generaliza. Y lo que pienso y creo sobre los vocablos, lo aplico también a las acepciones. No he empleado en mis escritos ni hecho propaganda en favor de las locuciones terreno accidentado y pasar desapercibido ; pero ¿á qué conduce luchar contra ellas cuando campean constantemente hasta en los libros de los académicos? En materia de lenguaje, nada encuentro de ridículo más pretensioso que eso de exhibirse como afiliado entre los mantenedores de una pureza fantástica, y que excomulgan a los que, con criterio liberal, no rechazamos locuciones que ya el uso ha generalizado. El lenguaje dista mucho de ser exclusivista. Surge una nueva acepción, y -para excluirla o condenarla no hay institución bastante poderosa ni suficientemente autorizada.

Jóvenes muy inteligentes e ilustrados de la nueva generación me han revelado su poco o ningún apego por la lengua castellana, con estas palabras no escasas de fundamento: «la pobreza del anémico vocabulario español, en la marcha progresiva del siglo es una rémora para la expresión fiel del pensamiento. El cartabón académico es exageradamente estrecho, y para acatarlo habría que pasar la existencia hojeando el Diccionario para convencerse de que vocablos de uso frecuente están excluidos del Léxico». Hoy, en la mayoría de las repúblicas, no son muy leídos los libros españoles, y la juventud universitaria devora los textos en francés, inglés o alemán. No es entusiasta, como la de la anterior generación, por la lectura de los clásicos españoles. El purismo pasó de moda. El siglo XX impone un vocabulario más rico que el tan admirado del siglo de oro o de esplendor para las letras castellanas. Hoy tiene caracteres de aforismo esta espiritual frase de Unamuno : ‘ «no caben, en punto a lenguaje vinos nuevos en viejos odres». ’

Mucha gracia me hace aquello de que, en un Diccionario, sólo deben estamparse las palabras de uso literario y culto, desdeñando las vulgares del pueblo. Bastante que podar habría en el Léxico, y no bajarían de trescientos los vocablos obscenos o asquerosos. No tengo devoción por los escrúpulos de monja boba, ni acepto que un Diccionario se parangone con el manualito de Moral y Urbanidad.

La división de las palabras en feas y bonitas, como algunos han escrito, me ha parecido siempre un grandísimo despapucho . No me explico el ideal de belleza tratándose de palabras, y sólo acepto que las haya de áspera o dificultosa pronunciación. Según aquella doctrina, las mujeres feas estarían excluidas de la buena sociedad. Esta, como el Diccionario, sería sólo para las bonitas.

Trae el Diccionario no pocas voces, en mi concepto, pésimamente definidas. He escogido algo más de una docena entre las que encuentro que urge sean corregidas por la docta corporación.

En punto a vocablos científicos, únicamente considero aquellos de los que nadie prescinde en la conversación social. Verdad que penetrar en tan abundoso campo habría sido para mí labor complicadísima, dada mi incompetencia científica, y hasta ajena a mi propósito. Esta tecnología puede afirmarse que reclama un Diccionario especial y abultadísimo.

Soy parco en abogar por la admisión de anglicismos y galicismos. Sólo trato de aquellos que se han impuesto ya en el lenguaje, y para los que no hay policía que alcance a expulsarlos de casa, amén de que algunos de ellos son precisos por no existir en castellano voz equivalente, como sucede con las palabras revancha , sport y otras pocas.

He creído que carece de objeto determinar en las papeletas la condición analógica de los vocablos, así como el ser muy explícito en las definiciones. En el Diccionario se encuentra la voz originaria de las dos terceras partes de papeletas, y a él tiene forzosamente que acudir el lector que se proponga convencerse de la necesidad de admitir las derivadas que yo propongo.

Declaro que en el orden o catalogación de papeletas no he andado muy escrupuloso, por falta de tiempo que dedicar a minucias. Esa formalidad estricta queda para los diccionarios. Casi puedo decir que, en cada letra, van a granel los vocablos.

En materia de limeñismos (y hasta de peruanismos y quichuismos ) he cuidado de consagrar papeleta sólo a aquellos que cuentan con siglos de existencia, lo que hace ya imposible su desaparición en el lenguaje peruano, y que sin escrúpulo han sido empleados por los más cultos escritores sudamericanos. Disfuerzo y disforzarse , piquín y piquinear , liso y lisura , tetelememe y chichirimico son los únicos limeñismos (entre más de doscientos que habría podido apuntar) que, a mi juicio, merecen entrada en el Léxico con mejor derecho que las voces de germanía. Son vocablos que se leen en diversos libros referentes al Perú, y cuya significación en vano buscaría el lector que no haya estado en Sud-América, si el Léxico no la contuviera.

Tratándose de quichuismos valdría más que en el Diccionario no se consignasen, si ha de persistir la Academia en aceptarlos con cargo de reforma ortográfica, como ha hecho con nuestras voces quechua , cachua , cachapari , jora , haravico , etc. Desde que ninguno de los señores académicos ha vivido en los pueblos sudamericanos donde predomina el quechua, y por consiguiente aprovechado la oportunidad para estudiarlo, mal podemos acatar imposiciones antojadizas. No se puede legislar sobre lo que se desconoce. Si así se teje, es mejor que se deje.

Patente de fatuo merecería si conceptuase que todas las papeletas que exhibo han de merecer, indefectiblemente, la aceptación académica. No son más que piedrecitas talladas, y es claro que en muchas habrá estado poco o nada diestro el lapidario.

Otros escribirán librejos como el mío, aumentando en algunos centenares, y quizá millares, las papeletas. Que sea en buena hora.

Tampoco aspiro a que todas mis definiciones de vocablos sean de indiscutible exactitud. Muchísimas habrá que exijan ampliación o reforma.

Tengo (entre otras, seguramente) la inofensiva chifladura de que cuando encuentro una palabra, en la conversación o en mis lecturas, que me parece necesaria o apropiada, y que no se halla en el Diccionario, sin pérdida de minuto la consigno en mi cartera de apuntes, para después estudiarla y alambicarla. Tal es el origen de este librito, para el que he puesto a contribución también, entre otros americanos aficionados a la Lexicografía castellana, autores como Bello, Irisarri, los Cuervo, Baralt, Pichardo, Miguel Macías, Merchán, Eduardo de la Barra, Zorobabel Rodríguez, Alberto y Fidelis del Solar, Amunátegui Reyes, Juan de Arona, Seijas, Batres Jáuregui, Alberto Membreño, Carlos Gagini, Santiago Barberena, Ferráz, Pablo Herrera, Carlos Tobar, Pedro Fermín Ceballos, Daniel Granada, Washington Bermúdez, Ernesto Quezada, Carlos Martínez Vijil, García Icazbalceta, Rivodó y muchos más que a mi memoria escapan. He tenido también sobre mi mesa de trabajo el reciente Diccionario de Toro y Gómez, utilizándolo no poco, a la par que los de Salvá, Domínguez, Barcia, Fernández Cuesta etc.

Con estas papeletas abro a la Real Academia campo para que destruya la que yo llamé mi axiomática frase de que el Diccionario es un cordón sanitario entre Esparza y América. Y la destruirá si, como me dan a entender mis esclarecidos compañeros y amigos don Eduardo Benot, don Juan Valera, don Benito Pérez Galdós y don Daniel de Cortázar, domina ahora en la docta corporación espíritu de liberal confraternidad para con los pueblos hispano-americanos. Créalo la Academia. Su acción, más que la de los gobiernos, puede vigorizar vínculos.

Lima, Agosto de 1903.