Prólogo

 

El combate finalizaría con uno de los dos muerto.

Manos sujetando muñecas, brazos tensos como estachas metálicas, músculos temblorosos a causa del supremo esfuerzo.

Ambos con los músculos crispados, contrarrestándose, el hombre y el styx se probaban mutuamente una y otra vez, mientras las hojas de sus armas reflejaban el lejano sol en lo alto, que se iba empequeñeciendo a medida que seguía cayendo.

Los labios del Limitador estaban retraídos y los dientes quedaban al descubierto mientras maldecía en su lengua styx, pero Jiggs guardaba un silencio absoluto.

Se habían trabado en un combate mortal desde el instante en que Jiggs había arrastrado al Limitador al interior de la sima. El styx había perdido enseguida su largo fusil, cuando Jiggs se lo había quitado de la mano de una patada, pero en un abrir y cerrar de ojos había sacado su hoz, y en una lucha cuerpo a cuerpo un arma blanca siempre resulta más peligrosa.

Sin el elemento sorpresa que le ayudara, Jiggs había sabido que despachar al segundo Limitador no iba a ser labor fácil. El primero había sido pillado completamente desprevenido con el certero golpe de un cuchillo de combate que le seccionó la yugular. El Limitador había muerto con la extrañeza dibujada en el rostro, preguntándose todavía cómo era posible que aquel hombre menudo y con barba hubiera surgido de la nada.

Y ahora Jiggs se estaba enfrentando al segundo soldado styx mientras ejecutaban la macabra exhibición acrobática. El propósito mortífero de ambos los unía como unos grilletes, porque ninguno soltaría la mano del cuchillo del otro, ya que eso significaría una muerte instantánea. Así que el combate continuaba, conscientes ambos adversarios de que no habría intervención alguna de un camarada ni ayuda de la topografía, porque sólo estaban ellos y la fuerza del aire.

Físicamente andaban muy parejos: los dos poseían la fuerza tendinosa y los músculos entonados que les habían deparado los años de servicio, los de Jiggs en las junglas del mundo donde había sido enviado para realizar misiones de reconocimiento en solitario, y los del Limitador en los larguísimos viajes por las Profundidades.

Pero, poco a poco, el Limitador estaba empezando a imponerse. Parecía tener reservas de energía que sobrepasaban las de cualquier humano. Mientras luchaban cuerpo a cuerpo dibujando lentas espirales en el aire, el styx había conseguido apresar las piernas de Jiggs con las suyas en un movimiento de tijera. Y ahora que Jiggs estaba atrapado en esa llave implacable, el Limitador apretaba con todas sus fuerzas, presionando la espalda de su contrincante. Jiggs empezaba a sentir la tensión en su columna vertebral; no sabía cuánto tiempo más podría aguantar.

Y la despiadada hoz curvilínea se estaba acercando paulatinamente a su cuello.

El sol estaba cada vez más lejos y las sombras empezaban a cerrarse cuando Jiggs alcanzó a ver una ráfaga de color con el rabillo del ojo. Dado que el agujero tenía forma cónica, las posibilidades de golpearse con los laterales aumentaban con la caída, y eso era exactamente lo que había visto: había vislumbrado la pendiente de cuarenta y cinco grados recubierta de un residuo marrón oscuro que algunos meses antes el doctor Burrows había identificado como cierta clase de asfalto natural.

Jiggs sabía que chocar con el lateral podía ser su salvación; tal como estaban las cosas, estaba perdiendo, y tenía que conseguir darse un respiro. Y pronto.

Entonces se estrellaron contra la pendiente y empezaron a rodar uno encima del otro, tropezando caóticamente en el descenso y no tardando en acabar cubiertos del pegajoso asfalto. Debido a la acusada reducción de la gravedad en aquella profundidad de la sima, más que caer por la pendiente rebotaban contra ella, de una manera muy parecida al movimiento de un guijarro arrastrado por el lecho de un río.

«¡Sí!», pensó Jiggs, cuando el Limitador dejó de aprisionarle las piernas.

Entraron entonces en un tramo de la pendiente cubierto de árboles atrofiados, y las ramas les azotaron las caras cuando las atravesaron dando volteretas, y en el esfuerzo de ambos por contenerse mutuamente, la pelea se iba haciendo aún más confusa.

Cayeron rodando por una pequeña escarpa, y se encontraron de nuevo flotando.

La defensa de Jiggs parecía flaquear, como si sus brazos se estuvieran rindiendo. El Limitador aprovechó la ocasión. Girando el tronco, dirigió su hoz hacia el cuello de Jiggs en un impresionante esfuerzo.

Y aunque Jiggs consiguió desviar el arma, la punta de la hoz le alcanzó longitudinalmente en el esternón. Cuando le desgarró la tela de su cazadora de combate, tuvo suerte de que la correa de su Bergen impidiera que la hoja causara demasiado daño en la carne.

Pero el Limitador había infligido la primera herida. Creyendo que el combate se había tornado a su favor, de inmediato decidió lanzar un segundo ataque al cuello de su oponente.

Exactamente lo que Jiggs había estado esperando.

Había permitido que el Limitador obtuviera su pequeña victoria porque había visto lo que se estaba acercando rápidamente.

Y como había sido intención de Jiggs, el Limitador se había distraído tanto que no se había percatado del descomunal afloramiento rocoso contra el que estaban a punto de estrellarse, mientras gravitaban de nuevo hacia el lateral.

En el último instante, Jiggs arqueó el cuerpo para controlar el vuelo de ambos. Entonces chocaron con la roca.

Con un sonoro crujido, el cráneo del Limitador recibió el impacto de lleno, y su cuerpo se desmadejó; con unos pocos segundos tal vez se hubiera recobrado, pero Jiggs no estaba por la labor de permitir que ocurriera tal cosa.

Hundió con fuerza su cuchillo de combate en el pecho del styx, justo por debajo de la clavícula.

Cuando se despegó del Limitador exánime, no tuvo tiempo de regodearse en su victoria. Sólo tenía una idea en la cabeza; sabía que ya estaba bastante por debajo del artefacto nuclear que Drake y Sweeney habían fijado en el lateral de la sima y preparado para su detonación a distancia. Y sabía que tenía que poner toda la distancia que pudiera entre él y el artefacto.

Antes de que explotara.

Jiggs no se sentía culpable por salvar el pellejo. No podía hacer nada por Will y los demás que se habían quedado atrás, en la parte superior del Poro; ya estaba demasiado lejos para ayudarlos.

Tras sacar el cohete propulsor del bolsillo lateral de su Bergen, hizo girar la válvula para obtener el máximo impulso y, apuntándolo por detrás de él, lo puso en marcha. Una llama azul brotó del extremo de la unidad de propulsión, y Jiggs salió disparado como un cohete de feria.

A la velocidad de vértigo que viajaba, salió de la sima en cuestión de segundos y entró disparado en la enorme caverna que había más allá, tan interminable como el cielo nocturno. Aunque todavía estaban a muchos cientos de kilómetros, su trayectoria le estaba llevando directamente hacia las masas suspendidas de agua tras las cuales titilaban las luces etéreas. Jiggs ya había presenciado esa iluminación en su primera etapa del viaje al mundo interior. Y sabía que estaba generada por la triboluminiscencia que se producía en el Cinturón de Cristal, donde unas masas de cristal del tamaño de una montaña se trituraban mutuamente como en una especie de máquina de movimiento perpetuo. Y eso también era el origen del estruendo que le llenaba los oídos. Pero en ese preciso momento, a Jiggs le traía sin cuidado hacia dónde se estaba dirigiendo; simplemente tenía que conseguir alejarse del radio de la explosión.

Con el propulsor todavía a plena potencia, se preparó para la explosión contando los segundos. Siguió contando hasta completar un minuto, y luego dos, y tres. En ese punto dejó de contar, preguntándose si Drake y la gemela Rebecca seguirían todavía frente a frente en una especie de punto muerto, o incluso si habrían acordado una tregua, por improbable que se antojara una cosa así. Quizá finalmente ni siquiera hubiera explosión.

Y entonces el artefacto atómico explotó.

Cuando el estruendo le sacudió todos los huesos del cuerpo, se preparó para recibir la primera onda de la bomba de un kilotón, un chorro de luz y calor abrasador. No era tan tonto como para mirarlo, y se aseguró de bajar bien la cabeza y de protegerse los ojos con el brazo. El calor que sintió en la espalda fue tan intenso que realmente creyó que la ropa y la Bergen se le podrían incendiar.

No tuvo más tiempo para seguir preocupándose de eso cuando la onda expansiva le alcanzó. El muro de aire comprimido le pareció como si la mano de un gigante le hubiera arreado un bofetón, que lo lanzó hacia delante con tal ímpetu que apenas pudo tomar aire. Aquello le recordó la primera vez que había montado en una montaña rusa siendo niño; la sensación de caer a una velocidad de vértigo era idéntica, aunque este viaje parecía no tener fin.

Tras atreverse a apartar el brazo de la cara mientras avanzaba a toda velocidad, alcanzó a vislumbrar brevemente los torrentes de luz de la explosión rebotando y reflejándose en las remotas esquinas de la enorme cámara que se abría ante él. Cuando toda la zona se iluminó, su inmensidad e infinitud le hicieron sentir vértigo. Las masas de agua relucientes y las colosales esferas de cristal quedaron a la vista en todo su esplendor, quizá como jamás se hubieran visto en este lugar secreto en las profundidades del planeta.

Y lo que se le antojó totalmente ilógico, durante el instante en el que el velo de oscuridad se levantó, fue que podría haber jurado que la hilera de esferas de cristal era notablemente regular, como si no fuera simplemente un producto de la naturaleza. Y había también algo curioso en el tramo de muro de la caverna que había vislumbrado a través de la neblina en el extremo más remoto: parecía estar señalado por unas cuadrículas de líneas o partes en relieve de alguna representación.

«Serénate», gruñó para sus adentros. Debía haber una explicación racional; los dibujos que había visto tenían que deberse a las corrientes de aire sobrecalentado. O a eso, o a que la onda expansiva de la explosión le había alterado momentáneamente la vista.

Y es que había sido una traca endemoniada. Echó un vistazo por encima del hombro y enseguida localizó el mate resplandor rojizo que señalaba el lugar de la explosión nuclear. Donde anteriormente había estado la sima, la roca se había fundido, formando un inmenso tapón de silicato y sellando completamente la entrada al mundo interior, como Drake había predicho que sucedería.

«¡Carajo!», gritó Jiggs, encogiéndose de miedo cuando una masa pétrea al rojo vivo pasó como una centella por su lado a menos de tres metros. Cuando le siguieron más de esos misiles, se dio cuenta de que eran una consecuencia de la explosión, como una ducha de meteoritos en miniatura. Pero el aluvión principal acabó casi tan deprisa como había empezado, y él ya estaba lo bastante lejos para que no supusiera un peligro importante.

Aunque en ese lugar no existía ni «arriba» ni «abajo», no necesitó que su excelente y afinado sentido de la orientación le indicara que la explosión le había lanzado en la dirección totalmente equivocada. Calculó su posición en relación con el Cinturón de Cristal. Si quería tener alguna esperanza de volver a controlar su camino de vuelta a la superficie exterior, tenía que encontrar la boca de la segunda sima, la llamada Jean la Fumadora, que era la que habían utilizado en su viaje al mundo interior. Trató de utilizar el cohete propulsor para ajustar su trayectoria de vuelo, pero era tal la velocidad que llevaba que ni siquiera varios minutos con el dispositivo de propulsión a todo gas sirvieron de gran cosa.

Pero no le quedaba más remedio que perseverar si quería volver a casa alguna vez, así que siguió utilizando el propulsor sin dejar ni un instante de comparar su posición con el todavía reluciente lugar de la explosión.

Fue entonces cuando reparó en algo curioso. A lo lejos apareció un rayo de luz verde, que enseguida se desvaneció. Jiggs se estaba preguntando si no le estaría fallando la vista de nuevo cuando, al cabo de unos segundos, un segundo rayo siguió al primero, aunque en esta ocasión era de color amarillo.

—¿Bengalas? —se preguntó en voz alta.

Del equipo, sólo él, Sweeney y Drake habían llevado consigo bengalas de esos colores concretos. La bengala verde era la señal para comunicar un encuentro de emergencia, mientras que el amarillo significaba que el lanzador necesitaba ayuda; en efecto, era una bengala de petición de socorro. Lo que carecía de lógica por completo era lanzar las dos al mismo tiempo.

Jiggs frunció el ceño, mientras consideraba brevemente la posibilidad de que algo que llevara encima el cadáver a la deriva del Limitador al que había liquidado se hubiera incendiado por la explosión. Pero era sumamente improbable que hubiera sido de esos colores exactos. No. Decidió apresuradamente que aquello tenía que provenir de Drake o de Sweeney, o de uno de los otros. Pero ¿de quién?

Y sabía que las bengalas debían de haberse apagado a causa del intenso calor, así que no tenía sentido enviar una señal de respuesta. Quienquiera que fuera tenía que estar en apuros.

No se pensó dos veces lo que tenía que hacer.

—Nunca abandonamos a nadie —dijo, adoptando ya una nueva trayectoria para atajar hacia donde el miembro de su equipo (o quizá miembros) estaba atrapado. Había suficiente combustible propulsor en los tanques del cohete para el cambio de rumbo, así que eso no era un problema. Su principal preocupación era que perdería a su vertiginoso objetivo, cuya trayectoria de vuelo lo llevaría finalmente hasta el interior de las enormes masas suspendidas de agua o incluso más allá, dentro del Cinturón de Cristal. Pero en el interminable lienzo negro de aquel espacio enorme, interrumpido sólo por la tenue luz parpadeante, sería lo mismo que buscar una aguja en un pajar a medianoche.

Sacó su monocular de visión nocturna IL (intensificador de luz), se lo colocó en la cabeza y lo ajustó a los niveles de luz reinantes. Aunque Drake había hecho todo lo que estaba en su mano para hacer que adoptara una de sus lentes patentadas, Jiggs se había mantenido resueltamente fiel a su mira de visión nocturna de fabricación soviética. Aunque su electrónica quizá resultara primitiva en comparación con el diseño de Drake, el dispositivo le había prestado ayuda durante dos décadas de servicio activo, y él sabía cómo repararlo sobre el terreno si se estropeaba.

Pero ahora, todo lo que Jiggs veía a través de su monocular eran lentos fragmentos de roca que habían sido arrojados por la explosión. En ese momento divisó por fin algo que le pareció más prometedor, y durante unos segundos continuó siguiéndole la pista a través del visor. Estaba más lejos de lo que había esperado, pero no obstante inclinó el cohete acelerador para poder dirigirse hacia aquello, rezando para que no fuera otro fragmento de roca itinerante.

Al final, se desvió para tomar una trayectoria paralela, y recorrió la distancia con el cohete emitiendo pitidos. Cuando distinguió algo más a través del monocular, la esperanza le inundó al ver lo que le pareció alguien del equipo por la Bergen y el cohete impulsor que arrastraba por detrás en el extremo de un acollador. Con un último acelerón, se acercó lo suficiente para sujetar la forma a la deriva. Agarró la Bergen, que todavía ardía en algunos lugares, y volvió el cuerpo hacia él.

—¡Dios mío! ¡Eres tú, Drake! —gritó.

Pero Drake no estaba solo; había alguien más con él, aunque las heridas de esta segunda persona eran de tal gravedad que estaba prácticamente irreconocible.

Para empezar, se concentró en Drake. Partiendo incluso de un examen superficial, Jiggs se dio cuenta de que su estado era muy malo. La explosión le había arrancado por completo algunas partes del uniforme de faena, y tenía chamuscada la carne de debajo. Había perdido parte del pelo, y tenía la cabeza cubierta de ampollas rojas ulceradas, que se extendían desde la coronilla hasta uno de los laterales de su rostro. Jiggs le palpó el cuello en busca de pulso; lo encontró, aunque era muy débil. Debía de haber estado muy cerca de la bomba cuando ésta explotó, lo que explicaba que se hubiera desplazado tan deprisa. Y probablemente también significaba que se hubiera bañado en radiacion.

Luego, Jiggs pasó a la segunda persona, a la que le giró la cabeza para poderle ver las facciones.

Era Rebecca Uno.

A todas luces, Drake había utilizado la misma táctica que Jiggs y la había arrastrado al interior de la sima para dejarla fuera de juego. Luego se habrían enzarzado en una pelea, lo que explicaba que ella estuviera enredada en un rollo de cuerda sujeto al lateral de la Bergen de Drake.

No se tomó la molestia de buscarle el pulso. El cuerpo estaba tan achicharrado que no había ninguna duda de que la gemela Rebecca estaba muerta.

—¡Ah! ¡Una víctima de la moda! —observó Jiggs, cuando parte del abrigo de la gemela se desmenuzó al tocarlo—. Esto es lo que te pasa por ir vestida de negro en las proximidades de una explosión nuclear —añadió sin un asomo de compasión.

Tenía razón; la superficie no reflectante de su abrigo styx negro mate había hecho un trabajo admirable de absorción del calor y la luz. Y, mientras trataba de desenredar el brazo de la mujer de la cuerda, la extremidad se partió como si estuviera hecha de carboncillo. A Jiggs no se le escapaba que, de los dos, ella había salido mucho peor parada que Drake. De hecho, Rebecca debía de haberle servido de ayuda al protegerle gran parte del cuerpo de los efectos de la explosión.

Jiggs registró rápidamente a la gemela en busca de algo útil, pero aparte de unos cuantos objetos contenidos en las bolsas del cinturón, resultaba difícil saber dónde empezaba ella y dónde los restos de su ropa calcinada. El calor lo había fundido todo.

Durante un momento, Jiggs se limitó a contemplar el cuerpo menudo de Rebecca Uno. Para ser tan joven, había sido responsable de demasiado sufrimiento.

—No te mereces ninguna palabra de despedida —dijo con un gruñido, y sin ninguna ceremonia la arrojó a la oscuridad.

Jiggs estaba comprobando de nuevo el pulso de Drake cuando oyó que trataba de decir algo, aunque su voz era apenas un leve murmullo.

—Tranquilo, amigo. Espera un momento —trató de consolarle, viéndose obligado a gritar para hacerse oír por encima del estrépito del Cinturón de Cristal. Se desenganchó el equipo médico del cinturón y extrajo una jeringa flexible con una monodosis de morfina—. Algo para el dolor —le dijo, mientras empujaba con fuerza la aguja contra el muslo del hombre herido.

No fue hasta ese momento que Jiggs sintió la humedad en la cara y levantó la vista rápidamente. Se había acostumbrado tanto a ir rodando a toda velocidad por aquel entorno con poca gravedad, que se había olvidado completamente de que él y Drake seguían moviéndose muy deprisa.

—¡No! —Jiggs sólo tuvo tiempo de gritar cuando ambos chocaron contra un enorme glóbulo de agua. Aunque apenas tuvo ocasión de calibrar su tamaño, el cuerpo medía unos seis metros de diámetro. Al menos, hasta que chocaron con él.

Era tal la velocidad que llevaban que desintegraron el glóbulo en miles de gotitas más pequeñas. Y de pronto aparecieron más de esas megagotas suspendidas de todos los tamaños en el camino de Jiggs. Tosiendo a causa del agua que había inhalado, trataba simultáneamente de proteger la cara de Drake, esquivar las gotas más grandes y arrancar su cohete impulsor, que con semejante mojadura se había apagado.

Cuando intentaba proteger a Drake de otro remojón, sus pies se deslizaron por la circunferencia de una gota del tamaño de una casa; ésta no se deshizo, sino que tembló como un trozo gigante de gelatina.

—¡Surf espacial! —exclamó Jiggs cuando consiguió arrancar de nuevo el cohete, hecho lo cual se puso a buscar desesperadamente algún espacio aéreo sin ocupar. Necesitaba un lugar seguro para detenerse y aplicarle algunos primeros auxilios urgentes a Drake.

En un claro donde las gotas eran más pequeñas distinguió una forma angulosa y familiar.

—¡Qué le…! —aulló. No comprendía realmente lo que estaba viendo. Intentó utilizar el cohete para alcanzarlo, pero se pasó de largo y tuvo que retroceder. Cuando se acercó con Drake, pudo confirmar su primera impresión.

Era un Short Sunderland, un hidroavión que llevaba fuera del servicio regular desde hacía casi cincuenta años y que en esos días probablemente se podía encontrar en un museo de aviación. Era una aeronave bastante grande, capaz de transportar a sus buenos veinticuatro pasajeros. Una de las alas había sido arrancada, y la cabina del piloto estaba seriamente dañada, aunque el resto del fuselaje parecía estar intacto, excepto por unos cuantos agujeros en la sección de cola.

Sin creerse todavía lo que estaba viendo, Jiggs maniobró hacia el avión cuando se acordó del submarino ruso en Jean la Fumadora y de lo que el propio Drake había dicho acerca de que los poros se abrían a la superficie de vez en cuando. ¿Así que podía ser un capricho del destino la razón de que aquel hidroavión también hubiera sido tragado? ¿Que un remolino lo hubiera atrapado y llevado hasta aquel espacio interior?

El fuselaje conservaba gran parte de su pintura blanca, aunque salpicada aquí y allá por algunas manchas de óxido, en especial alrededor de los remaches. Y unos largos zarcillos de una especie de alga negra se habían enganchado formando matas sobre todo el exterior, y se balanceaban al impulso de las corrientes de aire como finos pelos negros.

Tras llegar al gran flotador que había debajo del ala superviviente, Jiggs se apuntaló contra ella e, impulsándose con las piernas, se lanzó hacia una puerta en la que estaba estarcido «SALIDA DE EMERGENCIA». Tiró de la palanca. La puerta se negó a abrirse, así que utilizó su pistola para hacer saltar la cerradura y los goznes. Con otro tirón, la puerta se desprendió con una salva de óxido. Jiggs dejó que se alejara flotando y entró en la aeronave con Drake.

Aunque sorprendentemente las ventanas no estaban rotas en esa sección del hidroavión, todo el interior estaba mojado; la tela de los asientos y la alfombra estaban casi completamente podridas y cubiertas por un cieno gris. En una de las filas divisó un par de esqueletos. Se abrazaban el uno al otro con sus brazos descarnados, y por la manera en que se rozaban las calaveras, no había duda de que se habían fundido en un postrero abrazo en el momento de la muerte.

—Yo habría hecho lo mismo —les confió Jiggs.

Pero no tenía tiempo para examinar qué más había allí dentro, porque tumbó cuidadosamente a Drake en el suelo y se dispuso a atenderle. La evaluación de las emergencias en el campo de batalla no era ni mucho menos una novedad para él. Tras librar a Drake de la Bergen y quitarle el cohete propulsor atado a su muñeca, catalogó metódicamente las zonas que precisaban de atención. Después de recorrer cada una de las extremidades y de hacer lo propio con el torso, no tardó en encontrar la herida de su hombro.

—Esto no es una quemadura. Es una herida de bala —masculló para sí, y le echó un vistazo a los verdugones de la cabeza de Drake y a las zonas chamuscadas de su traje de combate, que tendría que ser retirado cuidadosamente para valorar el daño infligido a los tejidos de debajo—. Pero ése, probablemente, sea el menor de nuestros problemas.

Echó un vistazo por la cabina mientras enumeraba en voz alta sus preocupaciones.

—Lesiones graves por quemaduras de tercer grado…, riesgo alto de infección por este entorno séptico, y a menos que haya algunos suministros por aquí, sólo contamos con mi equipo médico para trabajar. —Se subió las mangas—. Qué se le va a hacer —susurró sombríamente—. Manos a la obra.

Cabía alguna esperanza de que Drake saliera adelante, ya que estaba en manos competentes. Jiggs era sumamente diestro en la medicina de combate. En algunos lugares a los que había sido enviado —que solían estar en medio de la nada—, a menudo había precisado su pericia tanto para salvarse a sí mismo como a los que le rodeaban.

Pero en ese momento, se dio cuenta de pronto que su paciente había dejado de respirar.

—No, de eso nada, amigo. No te vas a morir en mis manos. —Se inclinó y le hizo la reanimación boca a boca—. Hoy no —le dijo, empezando a golpearle el pecho para hacer que su corazón volviera a latir—. No estando yo de guardia.