Capítulo 4

 

Los golpes en la puerta despertaron a Jack y a Briony. Él ya tenía la pistola en la mano y le estaba haciendo gestos para que se recluyera en la seguridad del baño.

—¡Abre la puerta, Bri! —gritó Jebediah—. Estoy en la puerta con una taza de café y tú todavía duermes. Venga.

—Es mi hermano —dijo Briony, aunque no era necesario. Sólo quería que Jack bajara la pistola. Se colocó delante de él para bloquearle la visión de la puerta, y aprovechó para tocarle la frente y comprobar si tenía fiebre. Levantó la voz—. Un momento, Jebediah. Espera un segundo.

Jack la apartó con el brazo.

—Cuando abras, quédate a un lado de la puerta. Podría haber alguien detrás de él apuntándolo a la cabeza.

—Me habría avisado —protestó ella—. No dispares a mi hermano.

—Quédate a un lado. —Cuando vio que no se movía y lo miraba con el ceño fruncido, apretó los dientes—. Haz lo que te digo, joder.

Briony resopló para que supiera que estaba furiosa, aunque a Jack no pareció importarle demasiado. Mientras giraba la llave y abría la puerta, se dijo que le hacía caso para que no se enfadara, no porque le diera miedo.

—Toma. —Jebediah le dio la taza de café y se inclinó para darle un beso. Mientras lo hacía, deslizó la mirada hasta la cama, donde estaba Jack bajo la sábana, pistola en mano, apuntándolo al corazón—. ¿Qué coño haces aquí, Norton?

De un salto, se colocó entre Briony y la pistola.

—Me alegro de que te acuerdes de Jack, Jeb —dijo Briony, intentando sonar despreocupada—. Tiene que salir del país y pensé que podrías ayudarle.

—Cierra la puerta.

Jack bajó la pistola, dejó caer la cabeza en la almohada y se cubrió los ojos con un brazo.

Briony cerró con llave y se apoyó en la puerta, soplando el café para evitar mirar a su hermano.

—¿Cómo has conocido a Jack Norton, Briony? —preguntó Jebediah.

—Fui al bosque que hay al borde de la ciudad —admitió ella.

—Joder, Briony. —Jebediah avanzó hacia ella con actitud amenazadora y se abalanzó sobre su figura más menuda—. ¿En qué estabas pensando para correr un riesgo como ese? Fuiste al bosque sabiendo que te había dicho que no te movieras.

—Jebediah —intervino Jack, con un tono muy bajo, casi un ronroneo—. Si le vuelves a hablar así delante de mí, te arrancaré el corazón. ¿Entendido?

El corazón de Briony dio un brinco ante aquella amenaza. Si la hubiera dicho cualquier otra persona, habría sonado melodramático, pero Jack lo decía en serio. Su tono era moderado; ni siquiera había levantado la voz. En realidad, ni siquiera se había incorporado. Todavía tenía un brazo encima de los ojos, pero aquella postura relajada engañaba, como si por dentro llevara una serpiente dispuesta a atacar en cualquier momento. Briony nunca había conocido a nadie que tratara la violencia de forma tan casual.

Jebediah retrocedió.

—Es mi hermana y mi responsabilidad, Jack. Podrían haberla matado —dijo casi conciliador.

—Ya le he echado yo la bronca. Y con una vez basta.

Con su tono quería dejar claro que no quería volver a hablar de eso.

Briony se sentó en un extremo de la cama y miró a su hermano.

—Lo siento. Necesitaba respirar aire fresco. No podía quedarme aquí rodeada de tanta gente que...

Jack alargó el brazo y la agarró por la muñeca.

—No te disculpes. No eres un ancla. No puedes estar rodeada de tanta gente y no sentir su dolor. Y tu hermano debería saberlo.

—¿De qué coño estás hablando, Jack? —preguntó Jebediah—. Mi hermana no es asunto tuyo.

Jack se incorporó muy despacio y la sábana cayó y reveló los cortes, las quemaduras y las heridas del pecho y los brazos.

—Santo Dios, Jack. —Jebediah tuvo que tragar saliva, y luego miró a su hermana—. ¿Qué te ha pasado? Necesitas un médico.

—Briony se ha encargado de mí.

La expresión de Jebediah cambió.

—¿Briony? ¿Qué está pasando entre vosotros dos?

—Sexo desenfrenado, Jebediah —le espetó Briony, con la voz teñida de sarcasmo—. No tengo dieciséis años, ¿sabes? Y me estás dejando en ridículo. —Le pasó el café a Jack—. ¿Te parece que en este estado habría podido hacer algo?

Jack la miró por encima del borde de la taza, sus ojos se encontraron, y la intención de su gesto derritió el frío gris de sus ojos hasta convertirlo en un platino líquido.

—Si me lo hubieras pedido, te habría complacido.

Ella dibujó una pequeña sonrisa, pero, por dentro, el estómago le dio un vuelco. Parecía que lo decía en serio. Notó una extraña tensión en la parte baja del vientre y tuvo que apartar la mirada.

—No tiene gracia, Jack —le espetó Jebediah—. Ni se te ocurra pensar en mi hermana en esos términos.

—Tengo que ir al baño y no llevo ropa —dijo Jack—. Si eres tímida, te sugiero que no mires.

Briony ya había mirado. Se volvió hacia la ventana porque no quería que ninguno de los dos viera que se había sonrojado.

—Te he lavado la ropa —dijo—. Está colgada de la ducha, pero no creo que esté seca. Jebediah, ¿te importaría dejarle unos vaqueros y una camiseta?

Su hermano esperó hasta que Jack hubo desaparecido para agacharse delante de ella.

—¿Te has vuelto loca? —dijo, entre dientes—. ¿Sabes quién es ese hombre? ¿O de lo que es capaz?

Incluso desde la otra habitación, la proximidad de Jack evitaba que la rabia, la sorpresa y la alarma que su hermano sentía la afectaran como siempre.

—Yo sólo sé que lo han torturado y que necesita ayuda. ¿Puedes sacarlo de aquí?

—Los soldados que patrullan la ciudad están en alerta. Por eso te he traído el café a la habitación, para que no tuvieras que salir. Esta mañana han encontrado varios cadáveres, supuestamente de rebeldes. El miedo es que puedan infiltrarse en la ciudad, por eso el ejército está movilizado. Anoche, registraron los bares.

—Los rebeldes buscan a Jack. Se ha escapado de uno de sus campamentos.

—¿Y la desesperación por encontrarlo hace que acudan hasta Kinshasa, que está llena de soldados? —Jebediah se rascó la cabeza—. Tienes razón, tendremos que sacarlo. Nos mirarán con lupa porque somos extranjeros. Le traeré ropa, y tú encárgate de que nadie lo vea. ¿Tiene fuerzas para viajar?

—Sí, aunque no sé cómo. Pero necesita un médico. Si tú o cualquiera de los demás tenéis antibióticos, traedlos.

Jebediah asintió.

—¿Seguro que estás bien, Briony? ¿No te ha hecho nada?

Ella meneó la cabeza.

—Me ha protegido, Jebediah.

Quería compartir con su hermano lo que Jack le había explicado de los Soldados Fantasma, pero sabía que el hecho de que con Jack no sintiera el dolor que sentía cuando estaba con los demás lo entristecería. Aquella revelación le dolería y ya hacía tiempo que había tomado la decisión de no volver a herir a ningún miembro de su familia. Jamás sabrían lo mucho que sufría en su presencia.

Jebediah lanzó una mirada rápida hacia el baño.

—Seguro que él también tiene contactos. ¿Ha dicho algo sobre qué estaba haciendo aquí? ¿Si se suponía que tenía que llegar a un punto de extracción o algo así?

—No ha dicho casi nada.

—Muy propio de Jack. Es de pocas palabras. Voy a buscar algo de ropa. Cierra la puerta.

Briony lo siguió, cerró la puerta y dejó el café en la mesita para cuando Jack saliera de la ducha. Le daría otra dosis de antibióticos, un poco de comida y más líquidos. Tenía que recuperar fuerzas deprisa y eso significaba que había que eliminar la infección.

Oyó cómo cerraba el agua y, al cabo de unos minutos, Jack apareció con la toalla envuelta alrededor de la cintura. Todavía llevaba el pelo oscuro mojado y las heridas rojas en carne viva eran horribles. Con puntos por todas partes, parecía Frankenstein. Tenía la espalda ancha y unos brazos fuertes, y estaba muy bien proporcionado, con un torso corpulento y musculoso. Y su rostro también era muy masculino, duro y marcado por varias cicatrices. Además, en otras partes del cuerpo, también tenía antiguas cicatrices de cortes y disparos.

—Estás hecho un desastre —comentó Briony, mientras le daba otra botella de agua—. Bébete esto, tómate otra pastilla y puedes quedarte el café. No voy a pedirte ni un sorbo.

Jack la encontraba preciosa. Como los rayos de sol y las flores en un prado. Intentó no mirarla, y aceptó el agua y la pastilla sin rechistar. Mirarla le dolía y su olor lo volvía loco. Le dio la espalda y se acercó a la ventana para mirar al callejón. Oyó cómo ella contenía el aliento y supo que estaba mirando las heridas de la espalda. El pecho estaba peor, pero no se quejaba, porque estaba vivo.

—No me importa compartir el café contigo.

Sonó ronco, casi oxidado. No solía hablar mucho. Cuando era necesario, casi siempre se encargaba Ken. Jack no pretendía que sus palabras sonaran íntimas, pero así fue, parecieron una invitación. Estar cerca de ella despertaba todos sus sentidos y la sangre le corría deprisa por las venas. Le resultaba desconcertante reaccionar de aquella forma ante una mujer.

—Jack, vas de un lado a otro como un tigre enjaulado. Siéntate y deja que te mire las heridas.

Jack la miró y su corazón dio un vuelco al tiempo que aceleraba los latidos. Se colocó una mano encima del pecho, porque estaba sorprendido ante la nula capacidad de control que tenía. Se sentó, puesto que era mucho más fácil eso que seguir caminando cuando el cuerpo le dolía tanto. Enseguida se dio cuenta de que había sido un error. Ella se inclinó a su lado y estaba tan cerca que Jack podía sentirla en la piel. Su aroma lo envolvió hasta que no pudo hacer otra cosa que respirarlo. Era muy consciente de cada detalle de su cuerpo, la curva de la mejilla, el largo de las pestañas, el ritmo de los latidos de su corazón. Cada roce de sus dedos mientras le aplicaba antibiótico tópico parecía una caricia destinada a aumentar la necesidad que sentía de ella.

Su erección creció, la sangre llegaba con fuerza y se concentraba en su entrepierna. Los pechos de Briony le rozaron el brazo cuando se acercó un poco para curarle una herida del pecho que estaba especialmente infectada. Si el cuerpo le había dolido antes ni se acordaba, porque ahora el dolor se concentraba en su miembro viril. No podía pensar con aquel rugido constante en la cabeza y el sabor y el contacto de Briony grabados en su piel.

Apretó los dientes e intentó utilizar el cerebro. Era un tipo solitario que no necesitaba a nadie y pretendía seguir así. Todas las mujeres que habían pasado por su vida habían sido alguien que pudiera tomar y dejar, y lo prefería. Pero ella no era de las que dejabas pasar y Jack tenía la sensatez suficiente para no desearla. Tenía disciplina. Control. Oyó que su garganta emitía un sonido, un gruñido de deseo que no pudo reprimir. Un sonido tan primitivo como lo que ella le estaba haciendo sentir. No, peor. Briony había traspasado todas las barreras y le había llegado al corazón.

Jack la agarró por la muñeca y tiró de ella hasta que volvió la cabeza y lo miró. Sus ojos se encontraron y Jack notó una descarga eléctrica en la espalda.

—¿Te he hecho daño? —La voz de Briony le acarició la piel, cálida y suave, mientras le tocaba el pelo mojado—. Intento ir con cuidado, pero tienes muchos cortes profundos.

—Siéntate al otro lado de la cama. —Sonó brusco incluso para él, pero no importaba. Tenía que alejarla porque, si no, la acabaría colocando debajo de él y haciéndole todo lo que le estaba pasando por la cabeza. Y quizá la asustaría.

Briony le sonrió.

—¿Das órdenes a todo el mundo?

La sonrisa le iluminó la cara. Provocaba algo especial en sus ojos, como si el marrón se convirtiera en chocolate derretido. Otro gruñido y él intentó apartar la mirada, pero esa chica lo fascinaba.

—Sí —respondió él, apretando los dientes—. Haz lo que digo cuando lo digo y todo irá bien, Briony.

Ella se rió. Aquel sonido lo sacudió de placer. De repente, Jack tenía miedo por los dos, por su honor y por la inocencia de ella.

—¿Has oído hablar del instinto de supervivencia? Porque creo que no sabes ni lo que es.

Briony se sentó en la cama.

—Claro que sé lo que es, y me sobra. Es que esperas que todos hagan lo que dices cuando tú quieres. Y si los demás no quieren, no puedes controlarlos.

Él la miró a la cara con posesión.

—Tú no eres una de esas personas. Y quiero que sepas que estoy intentando hacer lo correcto y no tocarte.

A ella el corazón le dio un vuelco. Se le aceleró el pulso. Su olor la había estado volviendo loca, como si se tratara de un afrodisíaco al que no podía resistirse. Había intentado que él no lo supiera, pero necesitaba tocarlo y estar a su lado. Intentaba convencerse de que era porque, por primera vez en su vida, podía estar entre las cuatro paredes de una habitación con otro ser humano y no sentir el dolor de sus pensamientos y emociones. Se humedeció los labios secos con la lengua y enseguida vio que él clavaba la mirada en su gesto, convirtiéndolo en algo sexual.

—Al menos tienes la sensatez de estar nerviosa.

Un golpe en la puerta la asustó. Jack alargó el brazo para cubrirla con su cuerpo y sacó la pistola con un gesto tan memorizado que ella supo que era algo automático en él.

—¡Briony! —gritó Jebediah—. Abre.

Jack no sabía si respirar tranquilo o maldecir.

—Nunca ha sido demasiado silencioso —dijo—. Y acuérdate de quedarte a un lado.

—Siempre grita —asintió Briony mientras giraba la llave y abría como le había dicho Jack.

Jebediah entregó unos vaqueros y una camiseta a Jack y una jeringuilla a Briony.

—Seth tiene antibióticos en el botiquín. —Salió al pasillo y entró con una bandeja—. También he traído comida, porque he imaginado que llevarías días sin comer.

Jack asintió y aceptó la bandeja.

—Estás hecho una mierda, Jack —comentó Jebediah—. Los rebeldes se han ensañado contigo. Casi te hacen picadillo.

—Despellejaron a Ken. —Lo dijo con una nota de brusquedad, vengativa—. Lo cortaron de pies a cabeza. Conmigo sólo habían empezado. Tuve suerte.

Jebediah maldijo entre dientes, miró a Briony y vio que estaba luchando por contener las lágrimas.

—Eres demasiado sensible, Bri —le dijo—. Siempre lo has sido. En el mundo real, pasan desgracias y tienes que ser más dura.

Jack levantó la cabeza y los ojos grises brillaban con algo más que una amenaza. Reflejaban la promesa de una revancha.

—Déjala en paz. Es perfecta así.

Jebediah maldijo en silencio mientras se encogía de hombros.

—Puedo hacer algunas llamadas, Jack, y ver qué podemos hacer para sacarte de aquí; si no, ya pensaré en la forma de camuflarte.

—Puedo llamar y pedir una extracción, pero tengo que llamar a gente en la que confío.

Jebediah apretó la mandíbula.

—¿Crees que ha sido una trampa?

—Estoy seguro. —Los fríos ojos grises no se apartaron de Jebediah ni un segundo, y lo miraban con una intención mortal—. Qué bien que estuvieras aquí.

Fue un comentario muy inocente, pero nada en Jack Norton era inocente.

—Mira, Jack, yo ya no estoy en el ejército. Llevo el negocio familiar y ya no tengo nada que ver con todo eso. No tengo vínculos con la CIA ni con ninguna otra organización. No he tenido nada que ver con lo que sea que te haya pasado. Deberías conocerme mejor. No tengo ningún motivo para traicionar a mi país o a mis amigos.

Recordó su pasado juntos de forma deliberada.

—El dinero puede ser una gran motivación.

—No acuses a mi hermano de algo así. Estamos poniendo en peligro nuestras vidas por ayudarte —le espetó Briony.

Le untó el brazo con antiséptico y cogió la jeringuilla.

Jack la agarró por la muñeca.

—¿Vas a clavarme eso?

La miró divertido, pero enseguida recuperó el gesto serio.

—Pues claro. Y no seas llorón. Seguro que cuando te estaban cortando todo el cuerpo eras un tipo duro.

Sí, pero ellos no tenían grandes ojos marrones ni me miraban como si fueran a llorar por mí.

Hablar de forma telepática creaba una intimidad que Briony no podía negar y su voz era como una caricia tan delicada que la sacudía de arriba abajo. Entonces meneó la cabeza y le clavó la inyección.

Sabes cómo tratar a las mujeres.

Jack no respondió, sólo le acarició el brazo con un dedo, un roce. Briony sintió calor, le dolían los pechos y la presión entre sus piernas iba en aumento. La respuesta de su cuerpo fue tan intensa que, por un momento, no pudo moverse. Se quedó allí de pie, como un ciervo ante los focos, mirándolo con miedo de que su rostro revelara lo mucho que lo deseaba.

Él entrelazó los dedos con ella, como si quisiera quitarle la jeringa, pero no la soltó.

—Necesitaré contactar con mi gente, Jebediah. Mientras tanto, este lugar no es la mejor defensa. No tengo demasiado espacio para maniobrar, y sabrían que Briony me ha ayudado. No quiero que haya ningún rastro que pueda conducirles hasta ti o tu familia.

—Bri, llévalo al local de ensayo. Está a una calle de aquí, Jack. Con mi ropa y yendo con Briony, no te pasará nada. Encontraré la forma de contactar con los tuyos.

—Gracias, Jeb. Agradezco cualquier cosa que puedas hacer —dijo Jack.

—Llegarás a casa sano y salvo —prometió Jebediah, mientras levantaba una mano y se marchaba.

—Come —le ordenó Briony. El pulgar de Jack le acariciaba la muñeca. No sabía si era consciente del gesto, pero ella sí. Cada caricia le lanzaba un latigazo de placer por todo su cuerpo. Apartó la mano y retrocedió unos metros porque necesitaba espacio. Cada bocanada de aire que respiraba iba cargada del aroma masculino de Jack, que ahora ya corría por sus venas—. ¿Cómo puedes estar tan destrozado y no mostrar ni un síntoma de dolor?

Jack deslizó la mirada hasta su cara, luego hasta la boca, y después por todo el cuerpo. Dio un bocado a la tostada y masticó tranquilamente.

—Actúas delante de miles de personas. Estás aquí, en Kinshasa, donde matan, violan, e incluso torturan. Y sientes todo lo que ellos sienten. Dime, ¿cómo lo haces?

—Es distinto.

Briony estaba un poco sorprendida de que Jack conociera su vida de forma tan clara; los sacrificios que hacía por su familia.

—¿Por qué es distinto?

—Porque yo elijo hacerlo por mi familia. Para encajar. Para ser parte de algo

—¿Para que te quieran?

Ella volvió la cabeza con los ojos llenos de ira.

—¿Por qué haces eso? Pareces muy tranquilo y calmado y, sin embargo, intentas provocarme de forma deliberada.

—Sólo era una pregunta.

—¿Crees que mi familia no me querría si no actuara con ellos?

—Yo creo que te querrían hicieras lo que hicieras, pero quizá tú no te lo crees.

Briony se giró.

—No sabes nada acerca de mí o de mi vida.

—Estoy en tu cabeza. ¿Piensas que no puedo sentir tus emociones?

Ella volvió a darse la vuelta, muy sorprendida.

—¿Puedes? Yo no puedo sentir las tuyas. Has dicho que eras un ancla. ¿Qué significa eso, exactamente?

—Alejo la emoción y la energía de ti; actúo como el filtro que no tienes. Y sí, si yo quisiera podrías sentir mis emociones; y no, no puedo sentir las tuyas a menos que bajes la guardia. A veces, me dejas entrar, y otras, no. Como ahora. La puerta está totalmente cerrada. No quieres que sepa nada de tu familia.

—No te conozco.

Jack se terminó la comida en silencio y se bebió lo que quedaba de agua. Apartó la bandeja y se levantó. Casi todo su cuerpo estaba cubierto de heridas y, sin embargo, no hizo ni una mueca.

Briony, sí.

—Tengo un analgésico. No es muy fuerte, pero quizá te ayudaría.

—No lo necesito. Intenta que mis pantalones se sequen. Los necesitaré cuando me vaya. —Fue hasta el baño, pero no cerró la puerta. Sólo se escondió mientras se quitaba la toalla—. Si quisiera hacer daño a tu familia, ya estarían muertos, Briony. —Abrió la puerta mientras terminaba de abrocharse los vaqueros. Ella estaba pálida—. ¿Ha sido tu primer cadáver?

Briony apretó los puños. La pregunta había sido tan casual que quería lanzarle algo a la cara. Quitar una vida no tenía nada de casual.

—No. Encontré a mis padres... asesinados.

Apenas podía pronunciar la palabra.

Él contuvo el aliento. Podía sentir sus emociones. Puro dolor. Una mezcla de pena, culpa y miedo.

—Esa sensación nunca desaparecerá, y te lo digo por experiencia. Yo descubrí el cadáver de mi madre cuando tenía nueve años. Y todavía recuerdo todos los detalles. La sangre. Cómo le había quedado la cara deformada. Había mucha sangre. —Meneó la cabeza—. Es horrible que tengamos que vivir con eso el resto de nuestras vidas, ¿verdad?

Su tono no había cambiado, seguía siendo afable. En voz baja. Pero Briony captó una vibración amenazadora en la cabeza. Jack no demostraba ningún tipo de emoción, pero sentía, y la intensidad de sus sentimientos era como un volcán a punto de entrar en erupción.

—Creo que alguien los mató por mi culpa —le dijo, porque mientras nadie más parecía tomarla en serio, él la creía.

Él se estaba poniendo la camiseta y se quedó quieto.

—¿Por qué?

—No lo sé. Oí que discutían con alguien en el establo, con los caballos. Oí perfectamente cómo mi padre decía que no permitirían que yo probara algo así, que era demasiado peligroso. Y entonces oí dos disparos. Corrí lo más deprisa que pude, y soy muy rápida, pero, cuando llegué, los dos estaban muertos y la persona que lo había hecho ya se había ido. Tenían una bala en la cabeza, aquí. —Señaló justo en el entrecejo—. Nunca vi quién lo había hecho, y no podía estar muy lejos, pero no lo encontré. —Lo miró—. Ni siquiera pude olerlo.

—¿Qué querían que hicieras?

—No tengo ni idea. Se lo expliqué a mis hermanos y buscaron entre todos los papeles de nuestros padres que había en la caravana, pero no encontraron nada. La policía no encontró al asesino. —Lo miró—. ¿Cómo murió tu madre?

Jack se puso la camiseta. Nunca se lo había explicado a nadie. Nunca había vuelto a abrir aquella herida. Y no tenía ninguna intención de hacerlo ahora. Joder. Era imposible suturar esa herida y cerrarla. Iba a explicárselo y no sabía por qué.

—La mataron a golpes. Con el puño y con un bate de béisbol.

—Jack. —Briony quería abrazarlo. Ahora sí que sentía sus emociones: pura ira fría como el hielo—. Lo siento. Qué horrible. ¿Quién pudo hacer algo así?

—Su marido. —Miró alrededor de la habitación—. ¿Tienes una gorra? ¿Y una mochila?

¿Cómo había podido imaginar que no tenía emociones? La habitación entera temblaba y las paredes estaban onduladas.

—Jack —dijo y alargó el brazo para tocarlo.

Él le apartó la mano en un acto reflejo. Era un hombre fuerte y ella notó el golpe en todo el cuerpo. Sus miradas se encontraron. Y no se separaron. Jack tensó un músculo de la mandíbula.

—Lo siento. ¿Te he hecho daño? —Se acercó a ella, casi de forma protectora—. No sé por qué lo he hecho.

—Estoy bien.

Briony sacó una mochila pequeña del armario para evitar tener que mirarlo. Tenía que contener las lágrimas, y no porque le hubiera hecho daño, sino porque su dolor era tan intenso y su ira tan profunda que necesitaba llorar por él. Él no había llorado. Ni lo haría.

—Joder. No suelo hablar tanto.

Ella le entregó la mochila y buscó una gorra por los cajones.

—¿Dejas la ropa en el armario?

Ella lo miró y supo que necesitaba cambiar de tema de conversación. Jamás estaría cómodo con las revelaciones personales.

—Claro. ¿Tú no?

Él miró a su alrededor.

—No suelo quedarme en hoteles. Estoy al aire libre. Como mucho, un talego.

Briony le dio una gorra.

—Creo que te servirá. Vamos.

Las cuatro paredes de la habitación estaban empezando a ponerla nerviosa. Jack parecía estar en todas partes. Jamás había sido tan consciente de la presencia de un hombre.

Jack la detuvo antes de que abriera la puerta.

—Espera. Comprueba siempre antes de salir. —La apartó a un lado y él se colocó al otro, pistola en mano y pegada al pecho—. Abre la puerta, pero muy poco. —Él se agachó y comprobó que no había nadie en el pasillo antes de indicarle que podía salir—. Tienes que pensar en la seguridad, Briony. Te guste o no, eres una Soldado Fantasma, y has recibido el entrenamiento.

—No pienso perseguir a nadie por la jungla —protestó ella—. Actúo en un circo. Vuelo.

—Camina a mi izquierda. A mi lado. Si tenemos problemas, colócate detrás de mí y márchate. Yo te cubriré. No te acerques a la mano de la pistola y camina a mi altura.

Ella suspiró.

—¿Tienes alguna regla más?

De nuevo, su boca dibujó un pequeño gesto de diversión, aunque desapareció enseguida.

—No tienes ni idea.

—Ya me imagino.

—Soldado a las siete. No lo mires. Mírame a mí. Quédate bajo mi brazo y rodéame la cintura con el brazo. Déjalo ahí. Sigue caminando y habla conmigo, sonríe y ríe como lo harías con uno de tus hermanos.

—Si mis hermanos no dejaran de darme órdenes, les daría una patada —dijo Briony, dedicándole una sonrisa—. Sabes en qué siglo vivimos, ¿verdad?

—Me da igual. Sé cómo sobrevivir y, mientras estés conmigo, me aseguraré de que tú también sobrevivas.

—Eso me deja más tranquila. Gracias, Jack. —Caminó más despacio y señaló un almacén con la cabeza—. Nos dejaron este edificio porque tiene los techos muy altos. Hace un calor horrible, pero tenemos espacio de sobra.

Jack sujetó la puerta y vio que el soldado giraba la esquina. Entró detrás de Briony y se detuvo, mirando el trapecio y el cable.

—¿Actúas ahí arriba?

Ella asintió.

—Paso entre anillos de fuego y corro por el cable sin percha. Es un número único. Puedo realizar un cuádruple salto mortal porque genero mucha velocidad cuando vuelo. Nadie hace cuádruples.

Él la observó.

—¿Te gusta?

Ella parpadeó y luego golpeó la cuerda con el pie como si quisiera probarla.

—Hace muchas generaciones que mi familia trabaja en el circo.

Jack no apartó la mirada de ella.

—Un dato muy interesante, pero no es lo que te he preguntado. No te gusta, ¿verdad?

Ella se encogió de hombros.

—Me cuesta un poco compartir el mismo espacio con tanta gente. Puede llegar a ser muy difícil, pero ya me he acostumbrado. —Le dedicó una pequeña sonrisa—. Es increíble estar contigo. No me pongo mala ni siento dolor.

—¿Por qué sigues haciéndolo?

Briony estiró todo el cuerpo para agarrarse a una de las cuerdas que colgaban del techo.

—Porque es mi vida. Es lo que hacemos.

Subió por la cuerda con movimientos fluidos y ágiles, agarrándose sólo con las manos.

Jack tomó la cuerda que había al lado y empezó a subir deprisa para atraparla. Ella aumentó la velocidad, y lo obligó a hacer lo mismo. Jack oyó su risa, un desafío en toda regla para él, la superó y agarró la cuerda de Briony para frenar su ascenso.

Ella rodeó la cuerda con el pie y le sonrió.

—Tienes mucho ego.

La boca de Briony estaba a escasos centímetros de él, y su aroma femenino le llenaba los pulmones hasta el punto de que lo único que respiraba era a ella. Le encantaba la forma de su boca y cómo la sonrisa le iluminaba los ojos.

—Ni te lo imaginas. —Se inclinó hacia ella y acercó la cuerda un poco más. Si quería ser un caballero, tenía que decírselo—. No deberías estar a solas conmigo.

No la soltó. Si quería podía descender por la cuerda, pero no podía seguir subiendo.

Se quedaron mirando el uno al otro lo que pareció una eternidad.

—Cierra los ojos.

Ella los abrió como platos. Parpadeó dos veces, como si estuviera hipnotizada, pero luego reaccionó y se echó hacia atrás mientras meneaba la cabeza.

—No puedes besarme.

—Voy a besarte.

—Yo no beso.

Él arqueó las cejas.

—¿Nunca?

—No puedo tocar a los demás. Bueno, beso a mis hermanos, pero hay... repercusiones.

—Me besaste.

—Eso no fue un beso.

Jack soltó la cuerda, pero la siguió de cerca mientras ella seguía subiendo hasta sobrepasar la plataforma más alta. Él la observó mientras se balanceaba, hacía un mortal en el aire y caía de pie en la plataforma.

—Cuando me tocas, no hay repercusiones.

Jack realizó la misma maniobra y aterrizó a su lado. La agarró por los hombros y, sin darle otra opción, la acercó a él.

Sin más palabras, bajó la boca hacia ella. No tenía sentido discutir. Tenía que besarla. No podía pensar en otra cosa que no fuera la forma de su boca y la suavidad de sus labios. Y quería saborearla. Casi desde la primera vez que olió su aroma femenino, Briony le había llenado la mente hasta el punto de que ya no podía pensar en otra cosa.

En cuanto sus labios se tocaron, el tiempo se detuvo. Briony era su mundo. No existían ni su cuerpo, debilitado por el dolor, ni su firme determinación a mantenerla a una distancia emocional prudencial. Todo lo que había existido antes había desaparecido, hasta que sólo quedó ella. Sabía a especias picantes y miel, un sabor adictivo que le recorrió las venas como una bola de fuego hasta que llegó a su interior. Nunca podría sacarla de allí. Podía pasarse el resto de su vida besándola, y nunca bastaría.

Le tomó la cara entre las manos y la sujetó mientras la besaba y jugueteaba con la lengua, porque quería más. Empezó con la mejor intención, con un beso suave e inofensivo, lamiéndole los labios hasta que ella los separó para él, pero, en cuanto acarició la magia de su boca, delicada, cálida y acogedora, no pudo evitar un gruñido de deseo y su necesidad se apoderó por completo del beso. Jack utilizó toda su experiencia y pericia. No quería darle tiempo para pensar, sólo para sentir, para desearlo como él la deseaba.

Algo golpeó la puerta metálica del edificio y Briony se separó y miró a su alrededor, con la respiración entrecortada.

—¿Soldados?

—Quizá —respondió él, muy serio.

—Están en la puerta —advirtió ella—. Deprisa. Tiéndete en el centro. Aquí arriba estás entre las sombras.

Jack la obedeció, porque esperaba que ella se tendiera a su lado. Pero Briony corrió hasta la cuerda y se detuvo cuando la había agarrado con una mano.

—Quédate quieto. Estás demasiado alto; no te verán —susurró ella. Ignoró la mano que Jack le tendía, se agarró con fuerza a la cuerda y se deslizó hasta la mitad. Estaba colgada a unos cinco metros del suelo y empezó a realizar una serie de movimientos lentos, a cambiar de posición con una precisión fluida, algo que requería mucha fuerza y experiencia.

¿Qué coño estás haciendo? Me estás poniendo de los nervios.

No queremos que empiecen a buscar por aquí y mis hermanos y yo venimos a entrenar constantemente. No te muevas. Si te descubren, me mataran a mí y a mis hermanos. Cortó la comunicación en seco y rezó para que no se pusiera nervioso.

Jack se mordió la lengua. No tenía sentido discutir con ella; ya estaba a la vista de cualquiera. Podía matar a los rebeldes, estaba más que preparado, pero el almacén se convertiría en un infierno. Maldita sea. Briony no tenía derecho a arriesgar su vida; no para protegerlo a él o a sus hermanos.

Tres hombres entraron en el edificio. Se movían de forma furtiva, como si tuvieran miedo de que los vieran. No llevaban uniformes, pero se comportaban como los soldados que Briony había visto en cada esquina. Se la quedaron mirando un buen rato y algo en aquella forma de mirarla la hizo estremecerse. Se detuvo en mitad de una pirueta y se sentó, enrolló el pie en la cuerda y los miró.

Rebeldes, advirtió él.

¿Tú crees? Tenía la boca seca y el corazón le latía con fuerza.

—Lo siento, se supone que no pueden estar aquí mientras ensayamos.

—Baja ahora mismo —le dijo uno, mientras señalaba el suelo.

Se abrió la chaqueta para que Briony viera la pistola.

Ella permitió que el miedo se le reflejara en la cara. No le costó demasiado, porque estaba asustada.

—Ya se lo he dicho. Los chicos de seguridad llegarán en cualquier momento. Será mejor que se marchen.

El hombre sacó la pistola y la apuntó.

—Que bajes.

A pesar del acento, Briony lo entendió. Se deslizó por la cuerda lentamente hasta el suelo.

—Actúo con el circo en el festival de música. Mis hermanos llegarán en cualquier momento. No tengo dinero...

El corazón de Jack latía con fuerza de miedo por ella. Sacó la pistola de la mochila y la dejó en la plataforma, con el dedo en el gatillo. Una gota de sudor le resbaló por la ceja. Los rebeldes violaban a las mujeres con toda la brutalidad posible, y lo habían convertido en un arte. Cuando los matara, no sólo atraería a los demás, sino también a los soldados.

—Cállate —le espetó el rebelde, avanzando hacia ella. Se colocó junto a ella y la miró desde arriba con la intención de intimidarla.

Están acostumbrados a que todo el mundo les tenga miedo.

Briony tragó saliva y tuvo que hacer un esfuerzo por no asentir ante la información que acababa de recibir mientras veía cómo el más bajito cerraba la puerta.

—Estamos buscando a un prisionero que se ha escapado.

Briony se puso una mano en la cadera.

—No son soldados o miembros de seguridad. Miren esto, ¿les parece que voy con prisioneros?

El líder le dio una bofetada, obligándola a retroceder. Briony se tambaleó, pero mantuvo el equilibrio. Las orejas le pitaron unos segundos, y entonces percibió la ola de ira, tan profunda e intensa que le llamó la atención. Ni se te ocurra perder los estribos y empezar a disparar. Respiró hondo para intentar tranquilizar a Jack, porque estaba a nada de matar a ese hombre.

Briony se cubrió la mejilla con la mano. El tipo más corpulento avanzó hacia ella, agresivo, mientras lanzaba la pistola a su compañero. Dijo algo en su idioma que ella no tenía que entender, pero estaba muy claro. Creía que esa joven necesitaba que un hombre le enseñara quién mandaba allí. La certeza de tener a Jack cerca era increíblemente tranquilizador.

El hombre la agarró por la camisa y ella lo agarró por las muñecas, presionó y lo miró a los ojos. Al mismo tiempo, intentó meterse en su cerebro. Si me tocas, eres hombre muerto. Márchate ahora mismo. Llévate a estos hombres y marcharos antes de que sea demasiado tarde.

Él la soltó como si lo hubiera quemado y murmuró la palabra autóctona para «bruja». Le quitó la pistola a su compañero, dio media vuelta y salió corriendo mientras daba órdenes a los otros dos. Los demás lo siguieron y cerraron de un portazo.

Briony se sacudió de alivio y se cubrió la cara con las manos temblorosas. Jack se deslizó por la cuerda y corrió hacia ella, con el gesto duro y los ojos con un brillo peligroso.