Paisaje, 1896-1897


Óleo sobre lienzo, 70 x 55 cm. Colección Guadalupe Rivera de Irtube

Sus primeros pasos

Diego Rivera novelaba tanto su vida que incluso su fecha de nacimiento está envuelta por el mito. Su madre María, su tía Cesárea y los registros del Ayuntamiento indican que vino al mundo a las 7:30 de la tarde el 8 de diciembre de 1886. Ese es precisamente el auspicioso día de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, en el registro eclesiástico de Guanajuato, la documentación bautismal constata que el pequeño Diego María Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez vio la luz el 13 de diciembre.

El hermano gemelo de Diego, Carlos, murió año y medio después, mientras que el endeble Diego, que padecía de raquitismo y tenía una constitución muy débil, se convirtió en el protegido de su institutriz indígena tarasca, Antonia, que vivía en la Sierra. Allí, según el relato de Diego, ella lo trataba con medicina herbal y practicaba con él rituales sagrados, le daba de beber leche fresca de cabra directamente de las ubres, mientras vivía en los bosques salvajemente, entre todo tipo de criaturas.

Sea cual fuere la verdad en relación a su nacimiento y a su infancia más temprana, Diego heredó un agudo intelecto analítico a través de un complejo mestizaje, que incluía ascendencia mexicana, española, indígena, africana, italiana, judía, rusa y portuguesa.

(A lo largo de toda esta lucha) el joven Diego fue una especie de niño consentido. Era capaz de leer a la edad de cuatro años y, ya por aquel entonces, había comenzado a pintar en las paredes. El traslado a Ciudad de México le abrió los ojos al maravilloso mundo de una ciudad que se levanta en una elevada meseta, sobre el antiguo lecho de un lago al pie de los volcanes gemelos Iztaccíhuatl y Popocatépetl, coronados por la nieve.

Diego estaba sobrecogido por las vías públicas pavimentadas de la capital con su elegante arquitectura francesa y por el Paseo de la Reforma, que podía rivalizar con los mejores bulevares europeos y que poco tenía que ver con las polvorientas carreteras rurales y las casas de tejado plano de Guanajuato. A la edad de ocho años ingresó en el Colegio del Padre Antonio, en el que estudió durante tres meses, luego lo intentó en el Colegio Católico Carpentier y al final terminó en el Liceo Católico Hispano-Mexicano.

Tras haber expulsado a los franceses de México en 1867, el presidente Díaz dedicó los siguientes años de su administración a exterminar la democracia de Benito Juárez y a restablecer la cultura francesa y la internacional como ejemplos de progreso y civilización para el pueblo de México. El aspecto negativo de su importación cultural fue la denigración de la sociedad, las artes, el idioma y la representación política de los nativos. Los pobres fueron abandonados, mientras que los ricos y la clase media eran halagados por su dinero y, a su vez, ellos se mostraban agradecidos por permitírseles conservarlo.

Paisaje con un lago, c. 1900


Óleo sobre lienzo, 53 x 73 cm. Colección Daniel Yankelewitz B., San José

Autorretrato, 1906


Óleo sobre lienzo, 55 x 54 cm. Colección Gobierno del Estado de Sinaloa, Ciudad de México

Paisaje con un molino, paisaje de Damme, 1909


Óleo sobre lienzo, 50 x 60,5 cm. Colección Ing, Juan Pablo Gómez Rivera, Ciudad de México

Notre-Dame de París, 1909


Óleo sobre lienzo, 144 x 113 cm. Colección privada, Ciudad de México

Retrato de Angelina Beloff, 1909


Óleo sobre lienzo, 58 x 45 cm. Colección Gobierno del Estado de Veracruz, Veracruz

El mismo año en que Díaz y Juárez expulsaron a los franceses de México, se publicó El Capital: Una crítica de Economía Política, Volumen 1, que representaba un estudio de la época sobre la economía política de la clase trabajadora, enfocado con una perspectiva científica. Esta obra evitaba las habituales demandas incendiarias de trabajadores reprimidos, sustituyéndolas por deducciones bien fundamentadas que establecieron las premisas socialistas básicas de su creador, Karl Marx. Si alguna vez ha habido un gobierno autocrático maduro para una fuerte corriente revolucionaria, basada sobre los pilares intelectuales de una ideología socialista digna de ese nombre, fue sin duda el caso del mexicano.

La filosofía cultural y económica del gobierno de Díaz se desarrolló estrictamente alrededor del concepto de creación de riqueza, sin ocuparse de los problemas de los pobres que, desgraciadamente para los científicos mexicanos que establecían las políticas económicas, no morían con la suficiente rapidez para equilibrar su velocidad de procreación.

A la edad de 10 años, el joven Rivera ya había experimentado los resultados de la autocracia en México. Explotar al máximo su talento para el dibujo y la realización de bocetos se convirtió en la mayor preocupación de sus padres. A Diego le gustaba dibujar soldados, por eso su padre consideró una carrera militar, pero lo cierto era que el niño también pasaba gran parte de su tiempo libre en la estación de ferrocarril dibujando trenes... así que ¿por qué no un trabajo como conductor de tren?

Dejando a un lado estas disquisiciones, la madre de Diego desafió los deseos de su marido de que el joven ingresara al Colegio Militar y, en su lugar, lo envió a la Academia de Bellas Artes de San Carlos, donde asistió al turno nocturno.

Diego luchó con esta educación escolar diurna y nocturna durante un año hasta que, a la edad de once años, recibió en 1898 una beca para estudiar tiempo completo en esta academia. Sin embargo, a pesar de que era considerada la mejor en México, su programa de estudios estaba constreñido por el polvoriento dogma artístico europeo, sintetizado por la ingeniería social de los científicos en el poder que predicaban la fuerza por encima de la debilidad en todos los ámbitos de la vida.

En 1906, Rivera cumplió ocho años de estudio en San Carlos y se graduó con matrícula de honor, exhibiendo veintiséis de sus obras en la exposición final realizada por los estudiantes. Sus esfuerzos se habían visto recompensados con una excelente reputación entre los miembros del Gobierno, a los que se suponía que tenía que impresionar para que le continuaran concediendo el dinero de las subvenciones. Aunque lo logró, el dinero para estudiar en Europa tardó seis meses en llegar, lo que permitió al joven Diego llevar la vida de un artista bohemio entre sus camaradas de la escuela.

Esta cuadrilla de “intelectuales, artistas y arquitectos” (El Grupo Bohemio), que había pasado apuros para concluir como es debido sus estudios en la Universidad, trabajaba duro sin embargo a la hora de explorar aquel estilo de vida disipada.

Durante esta época, entró también en contacto con el curioso personaje Gerardo Murillo, profesor universitario y agitador político anarquista contra Díaz. Murillo escogió el nombre de “Doctor Atl” mientras residía en México. En dialecto indígena “Atl” es el nombre del cuarto de los cinco soles, Nahui Atl, que significa “Sol de Agua”; sin embargo, Murillo era en realidad sólo un criollo provocador, igual que el resto de la clase gobernante.

Los viejos, 1912


Óleo sobre lienzo, 210 x 184 cm. Museo Dolores Olmedo, Ciudad de México

Retrato de un español (Hernán Alsina), 1912


Óleo sobre lienzo, 200 x 166 cm. Colección privada