Autorretrato, 1907


Óleo sobre cartón. 32.4 x 31.2 cm. Colección privada

Prólogo

La obra de Egon Schiele es tan particular que se resiste a la clasificación. Admitido en la Academia de Bellas Artes de Viena cuando tenía apenas dieciséis años, fue un artista extraordinariamente precoz cuya destreza consumada, sobre todo en el manejo de la línea, le confirió a su obra una tensa expresividad. Profundamente convencido de su propia importancia como artista, Schiele logró más durante su juventud abruptamente truncada que lo que muchos otros artistas lograron durante toda una vida.

En la fotografía de Schiele en su lecho de muerte, el artista de veintiocho años parece estar durmiendo, con su cuerpo escuálido totalmente demacrado y la cabeza reposando sobre su brazo doblado. La similitud con sus dibujos es impresionante. Dado el peligro de contagio, sus últimos visitantes sólo podían comunicarse con Schiele, infectado con la gripe española, a través de un vidrio que había sido instalado entre su alcoba y el salón. En ese mismo año, 1918, Schiele había diseñado un mausoleo para él y su esposa.

¿Sabía él, quien tan a menudo se había distinguido por ser una persona previsiva, de su próxima muerte? ¿Se fusionó su destino individual con la caída del antiguo régimen del Imperio Habsburgo?

La vida productiva de Schiele apenas sobrepasó los diez años; no obstante, durante ese tiempo produjo 334 pinturas al óleo y 2503 dibujos (Jane Kallir, Nueva York, 1990). Aunque pintó retratos y naturalezas muertas, paisajes rurales y paisajes urbanos, se hizo famoso por su habilidad como dibujante.

Sus bocetos demostraban una sorprendente capacidad de observación. Como muchos otros artistas expresionistas de la época, Schiele exploraba la vida psíquica más íntima de sus sujetos, así como la suya. Según los expresionistas, esta introspección era la definición más pura del proceso de creación artística.

Un aspecto poderoso del Expresionismo era la convicción de que sus esfuerzos estaban llevando el arte a un reino de la experiencia totalmente nuevo. El arte expresionista podía mostrar innovaciones técnicas espectaculares. No obstante, estas cualidades formales eran un medio y no un fin.

El Expresionismo aspiraba a darle forma nada menos que a un nuevo tipo de visión interior. Implicaba una percepción agudizada que, para algunos espectadores, rayaba en la clarividencia. Los expresionistas buscaban una comunicación íntima, subjetiva y profundamente resonante, entre el artista y el público. Kokoschka describió el Expresionismo como “un darle forma a la experiencia, es decir, como mediador y mensaje entre el yo y otro ser humano. Como en el amor, se necesitan dos personas. El Expresionismo no vive en una torre de marfil, sino que apela a la persona y la despierta”.

Retrato de Leopold Czihaczek, de pie, 1907


Óleo sobre lienzo, 149.8 x 49.7 cm. Colección privada

Pueblo con montañas, 1907


Óleo sobre papel, 21.7 x 28 cm. Colección privada

Paisaje en la Baja Austria, 1907


Óleo sobre cartón, 17.5 x 22.5 cm. Colección privada

Girasol I, 1908


Óleo sobre cartón, 44 x 33 cm. Niederösterreichisches Landesmuseum, Viena

Retrato del pintor Anton Peschka, 1909


Óleo y pintura metálica, 110.2 x 100 cm. Colección privada

Por su oposición al dominio moral de las convenciones de pensamiento, lenguaje y comportamiento heredadas del siglo XIX, el Expresionismo fue el medio a través del cual muchos artistas y escritores intentaron darle libre expresión a la psiquis instintiva y auténticamente rebelde, liberarla de la camisa de fuerza, por así decirlo. Las investigaciones de Sigmund Freud acerca del inconsciente y de los procesos de represión, mediante los cuales los recuerdos dolorosos o inaceptables son relegados al inconsciente, sólo confirmaron la existencia de una poderosa y conflictiva vida interior.

En consecuencia, al intentar darle expresión a los aspectos reprimidos de la psiquis, el arte, la literatura, el teatro, la danza y la música los expresionistas tendían a enfatizar lo rebelde, violento, caótico, extático e incluso demoníaco. Eros y Tánatos, el impulso sexual y el de la muerte fueron temas subyacentes recurrentes. Este tipo de exploración de la psiquis era especialmente notorio en el nuevo arte radical que comenzó a surgir en Austria alrededor de 1910. Al decir de Karl Kraus, el insuperable autor satírico vienés, “la forma no es el traje del pensamiento, sino su carne”.

Así, mientras Sigmund Freud ponía en evidencia los reprimidos principios del placer de la clase alta vienesa, que metía a sus mujeres en corsés y vestidos abultados y les otorgaba únicamente el rol de futuras madres, Schiele desnudaba a sus modelos. Sus desnudos penetran brutalmente en la privacidad de sus modelos y, finalmente, enfrentan al espectador con su propia sexualidad.

La enciclopedia alemana de arte compilada por Thieme y Becker, describe a Schiele como un artista erótico debido a su forma de representar el cuerpo humano. Schiele estudió tanto el cuerpo masculino como el femenino. Sus modelos expresan una increíble libertad con respecto a su propia sexualidad, amor propio, homosexualidad o voyerismo, a la vez que hábilmente seducen al espectador. A Schiele no le interesaban las ideas trilladas de la belleza femenina. Sabía que el impulso de mirar se halla entrelazado con los mecanismos de disgusto y de atracción. El cuerpo humano lleva en sí mismo el poder del sexo y de la muerte.

Retrato de Gerti Schiele, 1909


Óleo, pintura plateada, dorado-bronce y lápiz sobre lienzo, 139.5 x 140.5 cm. Museo de Arte Moderno, Nueva York. Compra y regalo parcial de la familia Lauder, Nueva York

Autorretrato con los dedos extendidos, 1909


Óleo y pintura metálica sobre lienzo, 71.5 x 27.5 cm. Colección privada, Nueva York

Autorretrato, 1910


Aguada, acuarela y carboncillo, 44.3 x 30.6 cm. Museo Leopold, Viena