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A las siete de la tarde sonó su teléfono. Había pedido que la despertaran a esa hora tras salir de las oficinas de Ordonez y antes de meterse casi a rastras en la cama con una copa de pinot grigio. Se duchó, y cuando estuvo relativamente espabilada, llamó a Tío, que le había dejado una nota en recepción pidiéndole que lo llamara cuando estuviera instalada en el hotel.

Wei —dijo Tío.

—Hola, soy Ava.

—Estoy en la suite mil cuarenta. Ven a verme.

La puerta estaba abierta cuando llegó. Era una habitación preciosa, con relucientes suelos de teca, elegantes muebles de bambú de una calidad que (Ava lo sabía) ya no se encontraba en las tiendas y una cama muy amplia, cubierta por un edredón de plumón blanco como la nieve. Tío estaba sentado en un sillón de bambú, tenía en la mano una cerveza Tsingtao y sus pies apenas tocaban el suelo.

—Tengo vino blanco enfriado para ti —dijo, señalando hacia una cómoda.

—Me mimas demasiado —repuso Ava.

—Es una especie de disculpa.

—No te entiendo, lo siento, Tío. —No se le ocurría que él hubiera hecho nada que mereciera una disculpa. Y aunque hubiera sufrido algún desaire, su relación era tal que Tío podía solucionarlo de una manera mucho más sutil y menos directa.

Él esperó hasta que, tras servirse una copa de vino, se sentó junto a él. Entonces se inclinó hacia ella y la miró a los ojos. Ava se sobresaltó al ver su expresión de ira.

—Me ha disgustado mucho cómo te han tratado hoy Chang Wang y Tommy Ordonez —dijo—. Tuve unas palabras con Chang cuando te marchaste. Le dije que no estaba seguro de que quisiéramos aceptar el trabajo y que dejaría la decisión en tus manos.

Su reacción sorprendió a Ava. Ordonez y Chang no le habían parecido más ofensivos que algunos otros de sus clientes chinos. Aquí hay otra cosa en juego, se dijo.

—¿Hay algún problema con nuestra tarifa?

Tío sonrió.

—Qué práctica eres.

—¿Lo hay?

—No, al contrario. Después de cómo se comportaron, insistí en que cobráramos nuestro porcentaje habitual. Y estuvieron de acuerdo.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Su comportamiento —contestó—. Chang Wang está esperando abajo para cenar con nosotros. Le dije que, si no estábamos abajo a las ocho en punto, sería porque habíamos decidido regresar a Hong Kong mañana.

—Chang Wang y tú… ¿desde cuándo os conocéis? —preguntó, intuyendo que aquello no tenía nada que ver con ella.

—Somos los dos de Wuhan y nos criamos juntos en la misma aldea.

—¿Y os habéis mantenido en contacto todos estos años?

Tío ganó tiempo bebiendo un trago de cerveza.

—Nos hemos hecho favores mutuamente —contestó despacio—. Chang me ayudó a llegar a Hong Kong. Y cuando me establecí, yo lo ayudé a él a llegar a Filipinas, donde tenía un hermano. De vez en cuando nuestros negocios, el mío de antes, necesitaban una mano amiga, y siempre podíamos contar el uno con el otro. Si no fuera por mis contactos, hoy en día Tommy Ordonez no sería en China más que un borrón de tinta. Y Chang me ayudó a ganar un montón de dinero en estas islas.

—Así que sois viejos amigos, y además muy íntimos. No puede haber muchos hombres que lograran salir de esa aldea, y mucho menos a los que les hayan ido tan bien los negocios.

—Sólo un puñado, y eso empeora las cosas.

Ava comprendió por fin. Tío opinaba que, al mostrarse groseros con ella, le habían faltado al respeto a él. A veces era extremadamente susceptible a cualquier desaire, y ella había notado que, a medida que envejecía, se enojaba cada vez con mayor facilidad. Sabía también que el comportamiento de Ordonez le traía sin cuidado: era la actitud de Chang lo que le molestaba.

—Tío, Chang Wang estaba en una posición difícil. Es evidente que Tommy Ordonez está rabioso por culpa de este asunto. Su propio hermano, en el que obviamente confiaba, le ha defraudado. No cabía esperar de Chang que le reprochara su actitud o le llevara la contraria. Quizás, al mostrarse un poco grosero conmigo, logró templar los ánimos de Ordonez. Estoy segura de que mostrándose así conmigo no pretendía faltarte al respeto.

Tío se recostó en el sillón y cerró los ojos.

—Ava, si quieres volver a Hong Kong, dejaremos que Ordonez se las arregle como pueda —afirmó con calma.

—Ése no sería un buen motivo para volver a Hong Kong, Tío.

—¿Qué quieres decir?

—Por lo que he oído y leído, Philip Chew está metido hasta el cuello en esto. Eso es evidente para mí, para ti y estoy segura de que también para ellos. Así que ¿para qué nos necesitan?

Él bebió otro sorbo de cerveza.

—Seguramente tienes razón, claro. Es cierto que sospechan de Philip, Chang más que Ordonez. Éste sigue dispuesto a concederle a su hermano el beneficio de la duda. Quieren que nosotros despejemos esa duda.

—¿Y luego qué? ¿Nos dejarán al margen?

—No, me mostré firme respecto a eso y estuvieron de acuerdo. Aun si descubrimos que el responsable del desfalco es Philip, queda la cuestión de determinar qué ha hecho y por qué lo ha hecho. Y luego siguen estando esos cincuenta millones de dólares, o parte de ellos, que tenemos que encontrar y recuperar.

—¿Por qué no se ha encarado Ordonez con su hermano?

—Quiere estar seguro al cien por cien de lo que ha ocurrido.

—No sé si creer eso —comentó Ava.

—Yo tampoco, pero Chang me ha dicho que, cuando enviaron al director financiero de Manila a Vancouver, Philip Chew no quiso reunirse con él, ni siquiera que hablaran por teléfono. El director financiero se presentó en su casa, y no le permitieron pasar. Chew parece haberse atrincherado dentro. Así que cabe la posibilidad de que Ordonez no haya hablado con él porque no puede —explicó Tío. Hizo una pausa y miró su cerveza—. Ordonez es un hombre muy orgulloso, Ava, y estoy seguro de que ése es otro motivo por el que ha recurrido a nosotros. No quiere que este asunto salga a la luz. Dentro de la empresa, están culpando a Jim Cousins de planear la estafa y a Louis Marx de no haber hecho su trabajo como es debido. Es la versión oficial, y no estoy seguro de que lo que descubramos vaya a cambiar eso, al menos internamente. Tienes que entender que, en Manila, Ordonez es una superestrella del mundillo empresarial. Casi nunca comete un error. Si llega a saberse que lo ha estafado su propio hermano, acabará convertido en un titular chabacano del Manila Star y de los demás periódicos del país. Y en Filipinas la imagen es importante. Pensar que la gente pueda reírse de él a sus espaldas le saca de quicio.

—¿Todo eso te lo ha dicho Chang?

—Casi todo.

Ava guardó silencio un momento mientras calculaba los costes.

—Tío, ¿y si probamos que Chew es culpable? ¿Y si descubrimos dónde fue a parar el dinero y no hay dinero que recuperar?

—Tenemos una tarifa mínima fija de un millón de dólares.

—¿Cuánto tiempo esperan que dediquemos a esto?

—Les he dicho que si no encontrábamos respuestas en el plazo de una semana dejaríamos el asunto y en paz.

—No hay mucho que objetar al trato —afirmó ella.

—Creo que no.

—Entonces, vamos a aceptar el encargo.

Tío sonrió.

—Lo que yo decía: tú siempre tan práctica.

—Y tan codiciosa. Quiero ese porcentaje.

Hizo amago de levantarse, dando por zanjada la conversación, pero Tío permaneció en su sillón.

—¿Hay algo más que yo no sepa? —preguntó.

Él bebió otro sorbo de cerveza.

—Ese gordo con el que me viste en el aeropuerto de Hong Kong.

—¿Sí?

—Se llama Lop Liu.

—Diste a entender que dirigía la tríada de Mong Kok.

—Así es.

—¿Qué tiene que ver conmigo?

—¿Te acuerdas de Jackie Leung?

—¿El fabricante de juguetes de las afueras de Guangzhou? ¿El que intentó trasladar la empresa a Vietnam sin decírselo a su socio? Lo encontré en Ciudad Ho Chi Ming.

—Le diste una paliza, ¿verdad?

—Me atacó con una barra de hierro.

—Sólo se acuerda de que le diste una paliza y te llevaste su dinero. Lop me dijo que le han ido muy bien las cosas y que tiene guanxi, contactos e influencias, con algunos de mis antiguos rivales. Según me dijo el gordo, Jackie quiere vengarse por lo mal que se lo hiciste pasar.

Acostumbrada a las amenazas, Ava se preguntó por qué Tío se tomaba aquélla tan a pecho.

—No estarás nervioso, ¿verdad?

Él hizo un ademán con la mano.

—A mí no se les ocurriría hacerme daño. Es a ti a quien busca ese cerdo de Leung.

—¿Por qué me cuentas esto, Tío? —preguntó ella.

—Porque quiero que tengas cuidado.

—Siempre lo tengo.

—Ava, se trata de personas serias y competentes a las que han pagado muy bien y a las que han prometido más dinero si consiguen matarte. Debes estar muy alerta hasta que consiga resolverlo.

—¿Y cómo vas a hacer eso?

—Voy a ordenar que se encarguen de Leung.

—Entonces, ¿de qué tengo que preocuparme?

—Primero tengo que encontrarlo.