MOMENTOS

 

X

El hombre que se atreva a desperdiciar una hora de su tiempo
 no ha descubierto el valor de la vida.

CHARLES DARWIN

Después de varias horas perdidos en las dunas de Merzouga, empecé a dudar de si celebrar el nuevo año en pleno Sáhara marroquí había sido una buena idea. Estaba cansada y muerta de hambre, y comenzaba a sufrir el calor del sol de mediodía. Mis amigos, en cambio, cantaban a voz en grito, felices de la vida.

—Tranquila —me dijo Carola sonriendo—. Más tarde o más temprano nos vamos a cruzar con alguien que nos pueda indicar cómo llegar a la kasbah.

No se equivocaba. Al poco tiempo, percibimos en la distancia la silueta de un hombre montado sobre un camello. Lau aceleró hasta darle alcance. El señor era un bereber que conocía esa parte del desierto como la palma de su mano y no tardó en señalarnos con el dedo la dirección que debíamos seguir para dar con nuestro hospedaje.

La kasbah se alzaba, majestuosa, sobre un pequeño promontorio. Hecha de una mezcla de piedras y barro, la construcción parecía salida de la madre tierra. Dentro nos esperaba el encargado, que se presentó sencillamente como un bereber sedentario. Después de enseñarnos nuestras habitaciones, el hombre nos sirvió un delicioso almuerzo a base de sopa de lentejas, ensalada, pinchos morunos y té. Estábamos solos: aparentemente, éramos los únicos extranjeros que habían escogido ese rincón del desierto para darle la bienvenida al año nuevo.

—Ahora, descansad —nos aconsejó—. Si queréis, en un rato os despierto y os indico el mejor lugar para disfrutar de la puesta de sol.

Así lo hicimos y despedimos el último atardecer del año sentados sobre la cresta de una enorme duna, en total soledad y con un silencio nacido de nuestro asombro ante tanta belleza. Ya de noche, desandamos el camino de regreso a la kasbah. Allí, nuestro anfitrión y dos amigos suyos nos esperaban para dar comienzo a la fiesta.

En la terraza que rodeaba las habitaciones, habían encendido una hoguera y, a su alrededor, habían colocado alfombras de colores vivos. Encima habían dispuesto cojines y una mesa metálica, redonda y bajita, en la que compartimos una multitud de pequeños entrantes y una gigantesca tajine de cordero, verduras y cuscús. Estábamos a punto de pasar a los postres cuando nos dimos cuenta de que faltaban pocos minutos para la medianoche. En ese momento, los bereberes entraron en la kasbah, salieron con unos tambores y comenzaron a tocar. Durante unos instantes, la música danzó, tímida, junto a las llamas del fuego. Su soledad duró poco. Pronto, desde la absoluta oscuridad que nos rodeaba, empezamos a escuchar otros sonidos: los que emitían grupos lejanos de personas que, como nosotros, también esperaban la llegada del nuevo año en medio del desierto. Las músicas se fueron acompasando y, al poco tiempo, sólo hubo una única melodía errando por el cielo. Sumidos en el trance de ese ritmo ancestral, nuestra íntima fiesta de fin de año se convirtió en una auténtica celebración que nos conectó con todo lo que estaba más allá de nosotros mismos. La música logró sacarnos de nuestro aislamiento y nos permitió celebrar, con alegría y esperanza, la ilusión de un nuevo comienzo.

TIEMPO LINEAL
 Y TIEMPO CIRCULAR

La vida de todos nosotros está llena de momentos de profundo significado y belleza intensa. Muchos de ellos son tan efímeros como personales: los amaneceres en el mar, los paseos por la montaña junto a los niños, los desayunos de los sábados, la lectura del periódico las mañanas de domingo, los vermuts con aceitunas a la hora del aperitivo, las comidas de familia, las siestas en pareja, las fiestas con los amigos, las tardes de tormenta, las puestas de sol o las noches de lluvia de estrellas. La lista de instantes individuales que dotan de encanto a nuestra existencia es tan infinita como las maneras en que cada uno de nosotros los apreciamos y celebramos en nuestro día a día.

Otros momentos, en cambio, son comunes a todos los seres humanos. El propio ciclo de la vida, ese proceso inexorable de nacimiento, crecimiento, reproducción, enfermedad y muerte, nos ofrece innumerables ocasiones de celebrar el inmenso regalo que supone nuestra simple presencia física en este planeta. La otra fuente principal de momentos que estructuran nuestro tiempo y alimentan nuestra alma es la naturaleza. La alternancia del día y la noche, el ciclo infinito de las estaciones y el paso de los años son instantes de tiempo externos a nosotros que, sin embargo, marcan nuestra vida en extremo.

Desgraciadamente, muchos de nosotros hemos dejado de prestar atención a estos hitos esenciales que han guiado la conducta y las emociones de las personas desde el principio de los tiempos. Poco a poco, nos hemos ido desvinculando de los ciclos de la naturaleza y de la vida hasta tal punto que ya no tenemos que parar de trabajar cuando se pone el sol, ni acostarnos cuando llega la noche ni quedarnos en casa cuando hace demasiado frío. Hemos logrado comer alcachofas en verano y tomates en invierno. Podemos ser madres biológicas sin haber parido a nuestros hijos y morirnos, ya ancianos, sin una arruga en el entrecejo. A lo largo de este proceso, hemos ganado libertad, autonomía y una enorme comodidad individual, pero no podemos dejar de observar que esta arritmia progresiva también tiene efectos menos positivos en nuestra salud y en nuestra sensación de bienestar. Atrapados demasiado a menudo en una vorágine de pensamientos, emociones y actuaciones sin sentido, no nos damos cuenta de que muchos de los momentos fundamentales de la vida se nos escapan como arena entre los dedos.

Las celebraciones rituales nos pueden salvar de tanto automatismo: al fin y al cabo, no son otra cosa que citas para apreciar. La exuberancia de armonías de un canto chamánico con el que recibe su nombre guaraní un recién nacido, la riqueza de colores de las pinturas que lanzan los hindús durante su fiesta de bienvenida a la primavera o los olores de los manjares que preparan los vietnamitas para conmemorar el poder de la luna otoñal durante el festival de la cosecha nos despiertan a la vida de una manera muy efectiva. Con la belleza de sus formas y su profundo contenido, logran detener el tiempo para que podamos centrarnos totalmente en disfrutar de la experiencia que estamos viviendo.

Muchas religiones orientales como el hinduismo, el budismo y el jainismo, así como los pueblos indígenas de América, Asia Central, Australia y África, además de los cultos occidentales neopaganos como los de los wicca o los druida, han hecho del estudio del tiempo un elemento central de su pensamiento. Para ellos, el tiempo no es un camino lineal con un inicio y un final: en sus observaciones de la naturaleza han deducido que el tiempo viaja en círculo, como una rueda que gira, gira y gira sin parar. Según su forma de comprender el mundo, el ciclo eterno de las estaciones está asociado a un ciclo de vida, muerte y renacimiento personal sobre el que construyen su felicidad.

Celebrar los ciclos de la vida y los ciclos de la naturaleza permite a todos estos pueblos recordar su interconexión con el resto de la creación, además de apreciar el milagro de estar vivos en el instante presente. Algo fundamental ya que, como escribió el rey Salomón hace tres mil años: «Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz». Repasemos algunos de estos tiempos.

EL CICLO DE VIDA
 DE LAS PERSONAS

El embarazo, el nacimiento, la bienvenida al bebé, los cumpleaños, la mayoría de edad, la elección de pareja, la separación de ésta, la edad de la sabiduría y la muerte son algunos de los momentos más importantes en el ciclo de vida de las personas. Son instantes en los que dejamos de ser quienes éramos hasta entonces y adoptamos un nuevo matiz en nuestra identidad. Marcar de alguna forma estos cambios es fundamental si queremos entender mejor lo que implican a nivel personal, familiar y social. Y, de hecho, la mayoría de las culturas los celebran con algún tipo de ritual.

El milagro de la concepción

Es tan importante celebrar el misterio de la fertilidad como el milagro de la concepción, así que por todo el mundo abundan ceremonias para abordar ambos momentos. Las mujeres judías que quieren quedarse embarazadas suelen sumergirse en un baño ritual en la mikve para cuidar su pureza espiritual y, en el Tíbet, las mujeres budistas visitan a los amchi, sus guías espirituales, para que las ayuden a atraer a los bebés. Según sus creencias acerca de la reencarnación de las almas, los bebés no pueden ser concebidos, sino que deben ser invitados a entrar en el útero, así que se esfuerzan en cuidar su alimentación, meditan regularmente y evitan todo tipo de estrés.

Cuando la concepción ya se ha producido, los rituales se centran en felicitar a los padres, desearles que el embarazo y el parto discurran sin problemas y ofrecerles regalos y consejos. Se encienden velas e incienso, se pone música, se cuentan historias divertidas o emocionantes, se preparan baños y se ofrecen masajes. A las samoanas, por ejemplo, les masajean el cuerpo con mantequilla de cacao porque creen que si cuidan a la madre mientras está embarazada, ésta atenderá con mayor amor a su bebé una vez que nazca. Las embarazadas haitianas prefieren tomar baños en agua caliente con infusiones de hierbas protectoras. Otras mujeres, como las japonesas, aprovechan estas celebraciones para aprender los ejercicios de respiración y las posturas que les pueden ayudar en el momento del parto. Y, en el sur de la India, las embarazadas de ocho meses siguen la ceremonia del Seemantham, un ritual que fomenta el desarrollo del cerebro del bebé a través de un recitado de mantras y en el que no puede faltar un concierto de música y cantos tradicionales. Durante la fiesta, las mujeres se sientan en columpios decorados con guirnaldas de sus flores favoritas y reciben regalos para satisfacer sus deseos. Creen que, así, se favorece un parto saludable.

Aunque algunas de estas celebraciones nos pueden parecer lejanas y de interés sólo para antropólogos, lo más importante es percibir la necesidad de cuidar de forma especial a la embarazada. En mi caso, comí bien, hice yoga, recibí masajes y, sobre todo, tejí. Al principio, me parecía rara la pasión que me entró por la lana durante los meses previos a los nacimientos de mis hijos, pero pronto me di cuenta de que lo hacía porque era una actividad que me permitía entrar con facilidad en un estado meditativo: el sonido del choque de las agujas y el movimiento repetitivo de cada punto del tejido me calmaban y me permitían concentrarme y sentir a mis hijos.

Hola, bebé

Junto a la concepción, el nacimiento es el momento más importante en la vida de cualquier ser humano. Las maneras de preparar la llegada de un bebé al mundo son enormemente variadas, pero todas reflejan un deseo común: que el niño crezca feliz y sano.

Independientemente de que vayamos a dar a luz en un hospital o no, las personas preparamos nuestro hogar con amor para que la primera experiencia del bebé en él sea agradable. Las tailandesas, por ejemplo, cuelgan en las paredes de sus casas telas con inscripciones y dibujos de especial significado. En Madagascar, tapan con bolas de papel de periódico todos los resquicios de la vivienda por donde pueden colarse espíritus malvados. Y las zulús de Sudáfrica decoran sus hogares con cuentas de colores y tallas de madera porque creen que es muy importante que lo primero que vea el bebé en este mundo sea algo lleno de belleza.

Algunas culturas consideran que el parto es una experiencia privada entre una mujer y su hijo. Por este motivo, las embarazadas de las aldeas de Botsuana buscan un lugar sombreado en cuanto sienten las primeras contracciones y preparan una cama de hojas tiernas para recibir al bebé a solas y en medio de la sabana. En otros lugares del mundo, en cambio, se considera que los vínculos que unen a los niños con las personas fundamentales de su vida empiezan en los primeros instantes después del nacimiento, así que se fomenta que la mujer esté acompañada en el momento de dar a luz. En estos lugares, el bebé es recibido, además de por el médico o la comadrona, por la madre de la parturienta, el padre de la criatura u otros familiares y amigos importantes. Si, por algún motivo, no pueden estar en el momento del parto, se suelen buscar formas alternativas de que la mujer que está dando a luz pueda sentir su presencia. Las hawaianas, por ejemplo, representan a los ausentes con piedras colocadas cerca de la puerta.

Bienvenido a la vida

Después del nacimiento, los padres suelen buscar una manera de presentar al bebé a la comunidad para darle la bienvenida de forma oficial y pedir la ayuda de familiares y amigos a la hora de criarlo y educarlo. Hay múltiples formas de acoger socialmente a esta nueva vida, siendo el bautismo una de las más conocidas. Pero hay otras.

Tradicionalmente, las mujeres nigerianas dan a luz a solas y en la oscuridad, pero se reúnen con sus amigas justo después del parto y le cantan al bebé canciones en las que celebran la maternidad; el padre, mientras tanto, corta una hoja de platanero y la ata delante de la puerta de entrada de la casa para que todo el mundo sepa que su hijo ya ha nacido. En la India dan la bienvenida a los bebés poniéndoles sobre la lengua un poco de miel y trazándoles en la frente con una varita de oro la sílaba sagrada «om» para remarcar que todo es uno. Los padres musulmanes también colocan una gota de miel o de zumo de dátil sobre la lengua del recién nacido, pero lo hacen mientras susurran en sus oídos su declaración de fe en Alá y en su profeta, Mahoma, ya que consideran que éstas deben ser las primeras palabras que escuche un niño. En China, en cambio, la bienvenida oficial a los bebés no se celebra hasta un mes después de su nacimiento, y consiste en una fiesta muy rica en simbolismos. Me parece muy bonito que los miembros de la familia más cercana ofrezcan al niño huevos rojos, huevos blancos, incienso de acacia y semillas de flores para desearle felicidad, longevidad, prosperidad y hermosos hijos.

Feliz cumpleaños

Desde tiempos remotos, se sabe que cumplir años es un regalo en sí que hay que celebrar con más o menos boato. De hecho, encontramos testimonios de fiestas de cumpleaños entre los primeros pueblos que dispusieron de calendarios con los que seguir el paso del tiempo. Es el caso de los asirios y de los antiguos egipcios, quienes utilizaban el día del aniversario del nacimiento de una persona para remarcar tanto la singularidad del individuo como la universalidad del viaje humano. Los celtas, en cambio, aplicaban a los aniversarios la creencia de que entre el final de un ciclo de tiempo y el inicio de otro se producía un vacío por el que podían colarse espíritus indeseados y los celebraban de forma muy similar a sus fiestas de Año Nuevo: encendían fuegos, hacían ruido, cantaban, bailaban y brindaban esperando que estas actividades mantuvieran a los demonios bien alejados del camino del homenajeado. Por su parte, los antiguos persas centraban esta celebración en un banquete en el que compartían su rica gastronomía, a la vez que demostraban su agradecimiento por todo lo vivido.

Con el tiempo, el cumpleaños se ha ido convirtiendo en el tipo de fiesta que todos conocemos y que está tan llena de alegría como de simbolismo. El pastel, por ejemplo, representa la totalidad de la vida sobre la cual reclamamos una parte, y su sustancia, un regalo de la tierra para satisfacer las necesidades de energía de nuestro cuerpo. Las velas evocan la luz de nuestra individualidad y el deseo de que nos guíe en medio de la oscuridad. Nos acompañan las personas a las que debemos gran parte de nuestra felicidad, y sus regalos nos recuerdan que la vida es el don fundamental.

La edad de la confusión

La llegada de la pubertad supone un momento de gran cambio físico, mental, emocional y sexual. Los jóvenes se esfuerzan por entenderse a sí mismos, integrarse en su grupo de amigos, establecer relaciones amorosas y expresar sus sentimientos. Se preguntan quiénes son, de dónde vienen, hacia dónde van y para qué están aquí, y no saben bien dónde buscar las respuestas. En esta época de confusión, los adultos son una fuente imprescindible, y a menudo indeseada, de consejo y ayuda. Por todo ello, muchas de las ceremonias de mayoría de edad que se celebran en el mundo están ideadas para lograr que los adultos y los jóvenes puedan compartir sus experiencias acerca de las dificultades que comporta el crecimiento.

En muchas culturas tradicionales, las ceremonias que marcan la llegada de la pubertad tienen como objetivo señalar con claridad el umbral que convierte a un adolescente en un adulto de pleno derecho para poder participar en la comunidad y también para recordarles sus nuevas obligaciones y tomas de responsabilidad. Es el caso de las Bar Mitzvah judías, las fiestas que se organizan cuando los niños varones cumplen trece años para indicarles que, a partir de ese momento, deben seguir todos los mandamientos de su religión y pasan a ser plenamente responsables de su conducta.

En otras regiones del mundo, la entrada en la adolescencia se celebra con ritos que incluyen algún tipo de examen o prueba. Los sioux y otros pueblos nativos americanos creen que, cuando llega el momento, los jóvenes deben ir al desierto solos y sin comida con el objetivo de tener la visión que les permita encontrar su propio camino. Según la costumbre, el aislamiento debe durar lo suficiente como para que los chavales entren en sintonía con el mundo de los espíritus y logren soñar con el animal o la fuerza de la naturaleza que les ayude a orientar su vida.

También en África las ceremonias tradicionales de iniciación tratan de lograr que los jóvenes descubran su talento y se pongan en contacto con las personas de su comunidad que mejor puedan guiarlos, mientras que, en otras culturas, esta etapa de transición se honra de una forma más festiva. En muchos países de Latinoamérica, por ejemplo, existe la tradición de celebrar una fiesta cuando las niñas cumplen quince años. Ese día, las visten con sus mejores galas, las maquillan, las peinan y las llevan en un coche de lujo hasta el lugar donde las esperan sus invitados con comida y bebida, música y flores. Y los navajos del sudoeste de Estados Unidos y el norte de México reverencian el inicio de la pubertad regalando ropa nueva a las chicas que acaban de tener su primera regla y organizándoles una fiesta a base de canciones y danzas llamada «kinaalda». Es una ceremonia repleta de símbolos, pero lo que más me gusta de ella es que, durante los cuatro días que dura, se celebran carreras de velocidad y sesiones en que muelen manualmente el maíz para enaltecer no sólo las cualidades femeninas tradicionales, sino también la resistencia y la fortaleza de las chicas.

Sí, quiero

Las personas elijen pareja por muchas razones: emocionales, sexuales, económicas, sociales, legales, espirituales o religiosas. Pueden optar por unirse con personas del sexo opuesto o de su mismo sexo; formar, a lo largo de su vida, una única pareja o varias; compartir casa o vivir cada una bajo techos diferentes. Pueden querer que algún tipo de autoridad formal, legal o religiosa ratifique su unión o preferir que su pareja no dependa de ningún contrato. Sea como sea, la mayoría de las personas celebran la formación de una nueva pareja de una forma u otra.

Las ceremonias de boda suelen implicar la presentación de un regalo más o menos simbólico y la proclamación pública o privada del motivo principal que une a la pareja, así como algún tipo de gesto de aceptación y compromiso. El rito cristiano ortodoxo, en cambio, no entiende que el matrimonio sea un contrato entre personas sino la unión de dos almas y, por esta razón, no prevé el intercambio de votos. Uno de los momentos fundamentales de la celebración tiene lugar cuando el sacerdote coloca sobre las cabezas de ambos cónyuges unas guirnaldas de flores de azahar unidas entre sí con un lazo de seda, un gesto que simboliza, por un lado, que ambos son los reyes de su casa y, por otro, la obligación de afrontar juntos las dificultades que les pueda deparar el futuro.

Las flores son también las protagonistas de las bodas tradicionales de Hawái, donde representan el amor y el respeto que debe prevalecer en el matrimonio. En estas celebraciones, los novios, vestidos de blanco, son ataviados con largos y coloridos collares hechos con las flores más hermosas y fragantes de la isla. Después, bailan para demostrar la alegría de su unión. En las ceremonias hindús, la madre de la novia pone flores sobre los pies del novio y decora los pies de su hija con flores y arroz. En el instante de convertirse en marido y mujer, los contrayentes intercambian guirnaldas de flores, son unidos por una cadena de oro y dan siete giros alrededor de un fuego sagrado. El rito que culmina la ceremonia tiene lugar cuando los novios se adentran en la noche para contemplar la estrella Dhurva, la que nunca se mueve, y con ello simbolizar la constancia y la fidelidad. No obstante, desde mi punto de vista, el ritual matrimonial más bello tiene lugar en las bodas japonesas. Cuando todos los invitados están sentados en el salón del banquete, los novios hacen su aparición llevando cada uno entre las manos una vela apagada. Los dos únicos cirios encendidos están ubicados junto a sus padres, así que los novios se separan un momento y se dirigen a la mesa de sus progenitores para encender su vela. A continuación, se reúnen de nuevo y encienden juntos las velas de todas las mesas de los invitados a la boda y, por último, la vela enorme que está ubicada en su propia mesa. Después de este gesto tan profundo y sencillo, comienza la fiesta.

Hablando de fiestas, es curioso constatar que, muy a menudo, las fiestas previas a la ceremonia son más divertidas que las que tienen lugar el mismo día de la boda. Mi amiga Kate me ha hablado de las stag and hen parties, las legendarias despedidas de solteras escocesas, en las que los futuros esposos se reúnen cada uno por separado con su grupo de amigos íntimos para celebrar su última juerga antes de asentarse en la estabilidad del matrimonio. Aunque yo, poco aficionada al alcohol y los trasnoches, prefiero las henna parties, una costumbre habitual entre hindús, musulmanes y judíos sefardís que consiste en una reunión de mujeres en las que se pintan dibujos en las manos y los pies justo antes de la boda. De hecho, creo que pocas veces he estado en una fiesta tan divertida como la henna party que celebró mi amiga Nirit la tarde antes de casarse.

La ceremonia tuvo lugar en la casa de una amiga de su madre en un barrio de Toronto. Allí nos esperaban las mujeres de la familia para que nos vistiéramos con caftanes de vivos colores. Luego, nos hicieron sentarnos junto a la mujer que iba a decorarnos el cuerpo con henna y nos enseñaron un grueso catálogo de dibujos para que escogiésemos. Yo me decanté por un clásico punto rojo en el centro de la palma y unas discretas siluetas de hojas en el reverso de las manos y en el empeine de los pies, pero muchas se dejaron seducir por adornos más elaborados. Después escuchamos música tradicional sefardí, bailamos y cantamos sin parar hasta que, a la hora de la cena, empezaron a salir de la cocina bandejas repletas con comida.

Los platos eran una muestra de la mejor gastronomía marroquí y libia, ya que la dueña de la casa era de origen marroquí y la madre de mi amiga, mitad libia y mitad israelí. Había mezamez, unos huevos duros con salsa de tomate y cebolla; mafrum, un plato a base de patatas y alcachofas rellenas con una salsa de canela, y un estofado de ternera y espinacas al que se refirieron como tavshil. También pusieron una fuente enorme con un cuscús hecho al estilo de Libia sobre un caldo de pollo, un canasto con triángulos de pan tostado al horno con semillas de sésamo y varios cuencos con los tres acompañamientos clásicos de la cocina tradicional de Oriente Medio: baba ganush, hummus y tabulé. Junto al bufete central, había una mesa redonda dedicada a los postres, lo que me permitió culminar la comida con una deliciosa degustación de la pastelería tradicional marroquí. Entre bocado y bocado, las mujeres mayores compartían historias, bromas y recetas, se abrazaban, reían y lloraban, conscientes de que esta celebración les daba la oportunidad de compartir su sabiduría femenina con todas las jóvenes de la fiesta pero muy especialmente con mi amiga, quien al día siguiente entraría en una nueva etapa de su vida.

Bienvenida, libertad

Parecería que no hay nada que celebrar en la separación de una pareja. Es, sin duda, uno de los momentos más duros en la vida de las personas y, de hecho, se suele tener tal sensación de tristeza y de fracaso que mucha gente se retira de la sociedad durante un tiempo. No obstante, algunas culturas nos enseñan que marcar con algún tipo de ritual el final de una relación ayuda a que sus miembros se despidan formalmente de ella y puedan seguir su camino con menos sufrimiento que si se adopta la estrategia del aislamiento. Así ocurre al menos en Japón, donde los divorcios se formalizan con una comida ritual durante la cual se piden y se dan explicaciones, se da rienda suelta a la tristeza y se destruyen los anillos de boda para simbolizar el final de la pareja.

Y parece que funciona. Una amiga que ha vivido esta experiencia asegura que el rito nipón permite a las personas evaluar mejor lo que está ocurriendo en el presente, facilita la aceptación de que hay momentos en la vida en los que hay que dejar marchar para poder continuar y permite vislumbrar los aspectos positivos de la disolución de la pareja. En su caso, la recuperación de la sensación de libertad.

La edad de la sabiduría

La entrada en la etapa final de la vida tampoco es algo que solamos celebrar en el mundo occidental. Consideramos que envejecer no tiene nada de admirable y hacemos todo lo que está en nuestra mano para parecer más jóvenes, tanto en el aspecto físico como en el de nuestras actitudes y habilidades. De hecho, son muchos los hombres que caen en una depresión grave cuando se ven obligados a dejar de trabajar, y un porcentaje elevado de mujeres afirman que la menopausia marca el principio del declive de su feminidad.

Sin embargo, en otras sociedades están deseando llegar a una cierta edad para poder relajarse y dedicarse a disfrutar del fruto de su trabajo y del amor y el respeto de los suyos. Para los maorís de Nueva Zelanda y los indios iroqueses de Norteamérica, por ejemplo, la experiencia es fundamental para alcanzar la sabiduría, así que hacerse mayores ubica a las personas en un lugar de honor y deferencia. En el caso de los japoneses, cuando celebran su sesenta cumpleaños, entran en una etapa de ceremonias periódicas llamadas Ga No Iwai en las que se reza para que el homenajeado tenga una larga vida y envejezca con alegría y bondad. Las mujeres de la India reciben la llegada de la menopausia con alegría, ya que a partir de ese momento se les permite entrar en templos y participar en rituales que hasta entonces les habían sido prohibidos. Y lo mismo pasa en China, donde muchas mujeres viven el adiós definitivo de la regla con alegría.

El momento de marchar

La muerte es el rito de paso más difícil para el ser humano, y, por este motivo, las celebraciones para consolar y ayudar a los moribundos a dejar este mundo con tranquilidad son tan abundantes como ricas. En muchos de estos ritos están presentes familiares y amigos y suele haber un momento en el que se hace un repaso del legado que deja la persona agonizante y se promete que no se la olvidará.

En el Tíbet, por ejemplo, a los moribundos se les leen fragmentos del Libro tibetano de los muertos para recordarles la impermanencia de todo ser humano y guiarlos en la transición hacia su nuevo estado. Entre los esquimales de las tierras del Ártico es habitual que los moribundos entreguen un regalo a cada una de las personas que les acompañan en su lecho de muerte porque creen que así, cuando los tomen u observen más adelante, su espíritu revivirá y seguirá presente. Los judíos prefieren despedirse con una carta llamada «tzava’ah» en la que transmiten a su familia las recomendaciones y bendiciones que desean dejar atrás. Y en la cultura japonesa existe la costumbre de poner por escrito en forma de poema o de frase breve un último pensamiento ante la inminencia de la propia muerte.

LOS CICLOS
 DE LA NATURALEZA

Además de marcar de alguna forma los principales cambios a nivel personal, los seres humanos también necesitamos resaltar las transformaciones que vemos en el entorno que nos rodea. En este sentido, los ciclos de la naturaleza son el otro manantial de momentos que estructura y enriquece la vida de las personas desde la antigüedad. La alternancia del sol y la luna, el flujo de las estaciones y el paso de los años son señalados de manera ritual en el calendario de celebraciones de muchos pueblos.

En la mayoría de los países pertenecientes a las regiones templadas y subpolares de nuestro planeta, el año se divide según el método astronómico, que relaciona la posición de la Tierra respecto al sol. Este sistema de clasificación permite marcar cada tres meses una fecha clave en el calendario: los equinoccios de primavera y de otoño y los solsticios de verano e invierno. Aunque estos acontecimientos se festejan en fechas opuestas en cada hemisferio, percibir y celebrar los cambios que se producen en la naturaleza en cada una de estas cuatro estaciones es, para muchas personas, tan importante como festejar la llegada del año nuevo.

El inicio de la renovación

En el equinoccio de primavera, como en el de otoño, se produce una situación de máximo equilibrio entre las horas de luz y de oscuridad, ya que el día dura exactamente lo mismo que la noche. Tradicionalmente, marca el inicio de la primavera y ha sido celebrado desde siempre por su poder de renacimiento y renovación. Admirando los brotes de los árboles y los capullos de las flores, muchas personas sienten que están ante la oportunidad de un nuevo comienzo. Después del descanso del invierno, encuentran en la naturaleza la energía y la inspiración que necesitan para volver plenamente a la vida.

En Irán, el equinoccio de primavera es tan importante que señala oficialmente el inicio de su año nuevo y se celebra con una fiesta, llamada Noruz, que empieza con la preparación de una gran mesa en la que están representados los siete elementos de la vida según los antiguos persas (fuego, tierra, agua, aire, plantas, animales y personas) y termina, trece días más tarde, con una comida cerca de un río para simbolizar la revitalización y la limpieza. En otros lugares del mundo, en cambio, las celebraciones de la primavera no están estrictamente marcadas por el equinoccio. En Japón, por ejemplo, la apertura de las flores de los cerezos es la señal que esperan cada año miles de personas para desplazarse hasta los parques y celebrar con picnics bajo los árboles la fiesta de Hanami. La fugacidad de las flores, su belleza extrema y su rápida muerte es, para los japoneses, una metáfora de lo efímero de la vida y de la importancia de disfrutarla al máximo mientras dura. Los hindúes celebran el final del invierno con la fiesta de Holi, una celebración durante la cual se lanzan agua y polvos de colores tradicionalmente elaborados a base de plantas medicinales para simbolizar la fertilidad de la tierra y prevenir las enfermedades que suelen aparecer durante los cambios de tiempo. Y en China, los primeros indicios de la llegada de la primavera se celebran quince días después del comienzo de su año nuevo con el Yuanxiao o Festival de los Farolillos. En cuanto anochece, empiezan a aparecer en los hogares, las calles, los árboles y los templos unos farolillos que simbolizan el retorno de la luz, el calor y la belleza de la naturaleza durante la estación del crecimiento; suelen ser rojos, de formas redondeadas, y representar todo tipo de paisajes, flores, animales y personajes legendarios. En la cena de esa noche no puede faltar el postre típico de la celebración, unas bolas dulces de arroz glutinoso y rellenos diversos, llamadas «tangyuan», que, servidas en un bol redondo de porcelana, simbolizan la unidad familiar que se desea lograr. Al terminar, todo el mundo sale a pasear por las calles iluminadas para apreciar la belleza de su ciudad y admirar los magníficos fuegos artificiales con que se clausuran los festejos. Cada familia lleva sus propios farolillos encendidos en un intento de atraer a los espíritus de la abundancia y de la fertilidad.

Al calor del amor

El solsticio de verano señala el momento en que el sol está más cerca de la Tierra y, por lo tanto, representa el día más largo del año. Con el calor y el buen tiempo, la vida bulle. Allá donde se mire hay signos de crecimiento, fecundidad, creatividad, abundancia y fortaleza. Los huertos están rebosantes de frutas y verduras, la tierra está repleta de insectos y los pájaros revolotean por el cielo. Animadas por la vivacidad de la naturaleza, muchas personas sienten la necesidad de trasladar gran parte de sus actividades al exterior, aunque los niños suelen ser los primeros en querer participar en cualquier evento que comporte comer fuera, jugar fuera o, incluso, dormir fuera. Es habitual hacer las maletas, vestirse con ropa ligera y trasladarse a algún lugar en el que disfrutar del calor. El sentimiento general suele ser de sensualidad, creatividad y relajación: un estado de ánimo ideal para disfrutar del amor.

En los países nórdicos, donde se sufre más la disminución de horas de sol de los meses precedentes, el solsticio de verano se celebra con enorme entusiasmo. En Lituania, por ejemplo, la fiesta se llama Ja_n.i y tiene su punto culminante cuando las parejas se adentran solas en el bosque para buscar, o al menos eso dicen, la flor del helecho. En Suecia la celebración de Midsommarafton alcanza su clímax con el baile alrededor de un poste decorado con cintas de varios colores, un más que evidente símbolo fálico. Y en España, el solsticio de verano se celebra la noche de San Juan con hogueras gigantescas y otros ritos ligados al amor, la fertilidad, la adivinación y la pureza.

La abundancia antes del crepúsculo

El equinoccio de otoño es el otro momento del año en que se produce un equilibrio entre las horas de luz y oscuridad: esa jornada, nuevamente, la noche y el día duran lo mismo. Con la llegada del otoño, se hace evidente el inicio del proceso de declive de la naturaleza que, cansada tal vez de tantos meses de calor intenso, demuestra claramente su voluntad de alejarse del sol. En muchos rincones del mundo, mientras los pétalos de las flores, las semillas de las plantas y las hojas de los árboles se caen y se funden con la tierra, las personas se dedican a cosechar los campos, a conservar todo lo recogido y a sentirse agradecidos por los frutos que les van a permitir sobrellevar mejor el largo y duro invierno. La gente se esfuerza para acabar las tareas pendientes antes de que los días sean demasiado cortos y el frío se instale.

Algunas de las fiestas de esta época se centran en apreciar y agradecer el poder de la luna. En Japón, se considera que el otoño es el mejor momento para admirarla debido a que, por su posición respecto a la Tierra y el sol, brilla más que nunca. Por este motivo, los japoneses organizan en esa estación una fiesta al aire libre, llamada Tsukimi, en la que se reúnen para comer pasteles redondos de arroz blanco y hacer ofrendas de sake mientras admiran la belleza de la luna llena. En Vietnam, la fiesta de Tê´t Trung Thu celebra la magnificencia de la luna con una serie de actividades organizadas alrededor de los más pequeños de la casa. Tradicionalmente, los vietnamitas consideran que en la época de la cosecha los adultos suelen trabajar tanto que a veces se olvidan de que tienen hijos, de modo que tratan de recuperar el tiempo perdido y demostrar a los niños todo su amor con juegos, danzas, historias, disfraces y dulces.

También en otras culturas es habitual organizar las celebraciones otoñales alrededor de un acto de agradecimiento a la Tierra ante la abundancia de la cosecha. En Estados Unidos, por ejemplo, la fiesta actual de Acción de Gracias, o Thanksgiving, recuerda a otra que tuvo lugar hace cuatrocientos años y en la que los antiguos colonos y los nativos norteamericanos se sentaron juntos para compartir y apreciar la primera cosecha en esas tierras. Desde entonces, los norteamericanos aprovechan la ocasión para reunirse con sus seres queridos y dar las gracias por la riqueza que reina en sus vidas. En Corea, las personas celebran el equinoccio de otoño con una fiesta en la que agradecen a los espíritus de sus antepasados la abundancia de alimentos y lo hacen con unas ceremonias en las que les ofrecen cinco frutos de colores diferentes: manzanas, peras, caquis, dátiles y castañas. Durante este festejo, llamado Chuseok, también es costumbre visitar a los amigos y a los parientes más queridos e intercambiar platos de comida con ellos.

No es raro asociar el ocaso progresivo que sufre la tierra durante el otoño al crepúsculo de toda vida, así que en algunos lugares del mundo se considera esta época como la más propicia para honrar a los antepasados muertos. La mayoría de estas celebraciones suelen tener lugar entre manifestaciones de añoranza y tristeza, pero otros pueblos consideran que a los que se han ido hay que recordarlos con buen humor, canciones y alegría. En México, por ejemplo, el Día de Muertos se festeja entre las risas de quienes evocan anécdotas divertidas de sus familiares y amigos desaparecidos mientras que, en la fiesta de Halloween, los niños norteamericanos se disfrazan de seres terroríficos en una metáfora visual que trata de hacernos perder el miedo a la muerte y aceptar que ésta forma parte de la vida.

En Cataluña, celebramos la Castanyada, una fiesta que está tan vinculada con la llegada del otoño como con el recuerdo de los muertos. Según parece, antiguamente, durante la víspera de Todos los Santos, la gente se reunía alrededor del fuego para rezar por los difuntos hasta el amanecer, y, para soportar mejor la vigilia, bebían vino moscatel, asaban castañas y boniatos y comían unos pastelitos hechos con masa de almendra molida y azúcar llamados «panellets». En la actualidad, casi nadie celebra la Castanyada pasando la noche en vela recordando a sus muertos, pero se sigue viviendo intensamente como una forma de darle la bienvenida formal al otoño disfrutando de algunos de los alimentos más típicos de la estación.

La esperanza de un nuevo comienzo

El solsticio de invierno marca el día más corto del año. Con tantas horas de oscuridad y tanto frío, las semillas reposan bajo la tierra, las plantas se protegen dentro de raíces y bulbos y los animales hibernan. Muchos aspectos de la naturaleza dejan de dar signos de vida, pero no porque haya llegado la muerte, sino porque están recuperando fuerzas para poder germinar y renacer más adelante. Lo curioso es que algunas personas se sienten durante esta estación de una forma similar: después del trabajo intenso de los meses anteriores, les apetece refugiarse en el calor del hogar, reposar, conectar con lo esencial y reflexionar sobre los cambios que desean implantar en cuanto llegue el buen tiempo.

Muchos pueblos celebran de forma especial esta esperanza de victoria de la luz sobre la oscuridad. Algunos cristianos, por ejemplo, interpretan las cuatro semanas del Adviento como un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo, el hijo de Dios pero también un símbolo de celebración del renacimiento de la luz interior que logra vencer, por fin, a tanta oscuridad. Los judíos, por esas mismas fechas, evocan la conquista de la luz encendiendo de forma progresiva todas las velas de la luminaria judía durante la fiesta de Janucá. Con ese gesto, conmemoran un milagro que sucedió hace más de dos mil años y, según el cual, el candelabro del Templo de Jerusalén pudo encenderse ocho días consecutivos con una exigua cantidad de aceite que, en principio, no podía alcanzar más que para uno. Y los indios hopi norteamericanos consideran que el solsticio de invierno marca el inicio de un periodo de purificación a través del cual intentan lograr la paz interior necesaria para sentirse más a gusto consigo mismos y tratar mejor a sus familiares, sus amigos y el resto de los elementos de la creación.

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HAZ TUYAS LAS ESTACIONES

Celebrar el ciclo de las estaciones desarrolla nuestra sensibilidad y enriquece nuestra vida, así que observa con atención la naturaleza a medida que va pasando el año y adapta tus actividades para que te permitan apreciar mejor sus cambios. Puedes empezar cocinando alimentos de temporada, cambiando algunos elementos de la decoración de tu casa para que estén en armonía con los colores y las texturas que ves al otro lado de la ventana y modificando tus paseos de manera que te permitan impregnarte del carácter único de cada estación.

A mí también me ayuda tener guardada en el armario una caja en la que reservo algunos libros y cuentos con contenidos claramente estacionales que sólo saco para consultarlos cuando empieza la nueva temporada.

PRIMAVERA: Tiempo de renovación

En la cocina: aprovecha la abundancia de judías, espárragos, habas, zanahorias, remolachas, alcachofas, guisantes, ruqueta, espinacas, ruibarbo y todo tipo de hojas verdes para crear la ensalada perfecta; cámbiala cada año y preocúpate de presentarla de una forma que alimente tanto tu alma como tu cuerpo. Enriquece tus vinagretas con hierbas frescas. Utiliza las verduras para preparar empanadas, quiches y croquetas. Disfruta de los nísperos, los albaricoques, las fresas y las cerezas: cómelos crudos o aprende a hacer tartas con estos frutos. Prepara limonadas caseras y todo tipo de batidos.

En casa: abre las ventanas y haz una limpieza profunda de la casa. En un bol en la cocina puedes germinar algún tipo de semilla. Pon sobre la mesa del comedor un jarrón con un ramo de rosas frescas o una planta de violetas. Haz un móvil con huevos teñidos. Coloca sobre la chimenea el nido abandonado de un pájaro que hayas encontrado en medio de un camino.

Afuera: organiza picnics en la montaña con tus amigos. Visita un huerto donde puedas recoger cualquiera de las frutas típicas de la primavera.

VERANO: Relájate al sol

En la cocina: el tomate, la berenjena y el pepino son las estrellas del huerto: usa los tomates en un buen gazpacho, haz un puré de baba ganush con las berenjenas y prepara una sopa fría de pepino. Sofríe una mezcla de verduras y haz una ratatouille o un pisto. Corta un buen puñado de hojas de albahaca y prepara un pesto para la pasta. Consigue frutos del bosque y haz un pudin con ellos. Pica menta y trocea melocotones y hornea una tarta basada en esta mezcla. Prepara un bol grande de sangría y no te olvides de hacer un ponche de frutas sin alcohol para los niños. Refresca el final de tus comidas con té frío a la menta o con un granizado de sandía. Para alargar el goce de las frutas de verano, haz con ellas mermeladas y chutneys: te sabrán a gloria cuando llegue el frío.

En casa: decora una estantería con conchas, algas secas y tarros con arena de la playa. Llena un cuenco con agua y las piedras que te encuentres en el lecho de un río. Pon un ramito de flores silvestres en un jarrón pequeño.

Afuera: traslada tus picnics a la playa. Vete de vacaciones a algún lugar que te permita romper con la rutina. Saca una pantalla de proyección al jardín o llévate un ordenador portátil al parque y organiza una sesión familiar de cine al aire libre: si te gusta la experiencia, amplíala proyectando cada semana tu película favorita de cada década o haz una serie de un mismo director. Sal al monte a buscar higos y moras.

OTOÑO: Agradece todo lo que tienes

En la cocina: guarda hasta el año que viene las especias frescas del verano y empieza a utilizar más cardamomo, curry, pimentón, clavo y canela. Haz sopas. Hierve unas mazorcas frescas de maíz y sírvelas con un poco de sal y mantequilla. Limpia a fondo el horno y utilízalo de nuevo. Cocina con setas, champiñones y calabaza. Llena el frutero con mandarinas, granadas, madroños, caquis y membrillos. Compra manzanas y hazlas las reinas de tus postres: están deliciosas crudas, al horno, al vapor, cocidas, en tartas, madalenas, salsas, mantequillas y mermeladas. Tuesta almendras y piñones: son aperitivos tan ricos como sanos. Asa castañas y boniatos. Haz panellets. Es época de uvas, así que aprovecha para hacer buenos zumos de esta fruta a tus hijos y enriquece tu bodega con algunas botellas de tu vino favorito.

En casa: coloca en una estantería varias calabazas de diferentes tamaños y rodéalas de hojas de árboles de formas y colores variados. Apoya en algún rincón una rama caída. Llena de manzanas un jarrón grande de cristal. Pon sobre la mesa del comedor un cuenco con bellotas, castañas u otros frutos. Cuelga unas mazorcas de maíz junto a la ventana. Haz un móvil con plumas, piñas y hojas de hiedra. Suspende en algún lugar de la cocina unos ataditos de hierbas secas. Haz un telar sencillo con cuatro palos y cuatro hilos y entrelaza varios tipos de brezos y helechos.

Afuera: sigue la tradición japonesa de momijigari y sal a admirar cómo cambian de color las hojas de los árboles. Mientras paseas por la montaña, trata de localizar castañas, almendras, piñones, granadas, madroños, caquis y cualquier otro fruto de la estación. Visita un viñedo y, si puedes, ayuda en la vendimia. Sal de noche a admirar la luna llena y el brillo de las estrellas.

INVIERNO: Alimenta tu calor interior

En la cocina: enriquece tus desayunos con cereales de avena. Prepara guisos a fuego lento a base de verduras y tubérculos. No dejes descansar el horno: utilízalo para asar carne, hacer bizcochos y todo tipo de muffins, scones, roscos y galletas. Renueva tus reservas de aceite de oliva con unas cuantas botellas de la nueva cosecha. Haz glühwein, el vino caliente con especias tan habitual en los mercados navideños del norte de Europa. Disfruta de las infusiones de hierbas, del té y del café.

En casa: enciende velas en cuanto oscurezca. Refuerza con edredones tu ropa de cama y reparte mantas por los sofás de casa. Pon en un rincón de la cocina un tiesto con bulbos de jacintos o de otras flores que te gusten y, en la mesa del comedor, un jarrón con agua y unas ramas de algún árbol de hoja perenne.

Afuera: disfruta de la nieve ya sea mirándola, esquiando, haciendo muñecos o lanzándola. Encuentra alguna forma de gozar del frío, aunque te cueste.

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OTRAS DIVISIONES DEL TIEMPO

El modelo occidental que divide el año en cuatro estaciones no es, ni mucho menos, universal. Muchos pueblos orientales o indígenas consideran que el cambio de las estaciones no lo define el sol sino una serie de fenómenos naturales mucho más terrenales, y observan los cambios en el clima, las variaciones en el crecimiento de las plantas, el florecimiento de las distintas especies, las migraciones de animales o sus etapas de reproducción a la hora de marcar en sus calendarios las fechas clave.

Para algunos aborígenes australianos, por ejemplo, la reproducción de los tiburones y la floración de las acacias marcan el paso de sus dos únicas estaciones: la húmeda y la seca. El calendario hindú, en cambio, tiene en cuenta las fuertes lluvias monzónicas que caen en pleno verano y divide en dos el invierno, de manera que termina organizando el año alrededor de seis estaciones: la primavera, los calores, las lluvias, el otoño, el preinvierno y el invierno. En el calendario lunisolar que se sigue de forma tradicional en China, Corea, Vietnam y Japón, se amplía aún más el número de las estaciones a tener en cuenta. Estos países del Este asiático dividen el año en veinticuatro periodos, también llamados «términos solares», que coinciden con eventos astronómicos concretos pero también con fenómenos tan tangibles como el despertar de los insectos que están hibernando, la condensación del rocío, las heladas y las primeras precipitaciones de nieve.

TODOS DE ACUERDO
 CON EL AÑO NUEVO

Independientemente del calendario que se utilice para organizar el paso del tiempo, siempre se hace alrededor de los trescientos sesenta y cinco días que tarda la Tierra en completar una circunvalación alrededor del Sol. Por este motivo, aunque actualmente coexistan en el mundo unos cuarenta calendarios diferentes, todos ellos comparten una necesidad fundamental: la de marcar en algún momento el inicio de un nuevo periplo. Así que la celebración del Año Nuevo puede caer en primavera, verano, otoño o invierno; en la estación seca o en la húmeda; o en tiempo de nieves, de flores o de recolecciones. Pero nunca falta esta fiesta.

Sea cual sea la fecha escogida para festejar la llegada del año nuevo, todas las celebraciones suelen tener un elemento en común: el ruido. Ya sea en forma de sonidos de cuernos, estallidos de fuegos artificiales o chasquidos de ollas y cucharas golpeándose entre sí, parece existir una creencia humana universal que indica que en el instante preciso del cambio de año se disuelven las fronteras entre el mundo terrenal y el más allá, generándose una grieta por la que pueden colarse seres indeseados. Para evitarlo, hay que afirmar la presencia humana con tanto estruendo como sea posible.

Desde que la Iglesia Cristiana decidió que lo que debía marcar el nuevo año era la circuncisión de Jesús y no un ritual pagano, el 1 de enero es la fecha más común para que comience el año según el calendario gregoriano. Durante la noche anterior, la mayoría de las ciudades y los pueblos del mundo celebran grandes fiestas que suelen ir acompañadas de ruidosos y luminosos espectáculos de pirotecnia. Algunos de los eventos más espectaculares acontecen en Sidney, Valparaíso, Hong Kong, Londres, Nueva York, São Paulo y Río de Janeiro. Pero, si uno busca un lugar donde divertirse de verdad, debe dirigirse a Escocia. La celebración del Año Nuevo, llamada Hogmanay, es tan importante en ese país que eclipsa incluso a las festividades de Navidad. Los escoceses creen que el año nuevo debe empezar con alegría y felicidad, así que se visten de gala con sus faldas plegadas tradicionales (los peculiares kilts) y celebran fiestas monumentales en las que reina la alegría. Cuando el reloj marca la medianoche, se lanzan a la calle tocando la gaita mientras otros cantan, tiran fuegos artificiales y encienden hogueras. A mi amiga Yonnie le encanta seguir la tradición del First footer, según la cual «la primera persona que entre por la puerta de casa después de que suenen las campanadas de Año Nuevo traerá buena suerte y regalos y, a cambio, sus huéspedes le deben mostrar su agradecimiento con whisky y buena comida. Así que ¡todos salimos a tratar de ser los primeros!».

Los escoceses no son los únicos que creen que en el momento del cambio de año el mundo sobrenatural está un poco más cercano, y aprovechan esa noche para celebrar una multitud de prácticas adivinatorias, ya sea para predecir acontecimientos futuros o hacer previsiones meteorológicas. Los iranís, por ejemplo, no sólo festejan el año nuevo con una buena comida al aire libre que les permite disfrutar del buen tiempo y el renacer de la naturaleza, como ya hemos visto, sino que la víspera de la fiesta de Noruz muchas personas se sientan en la puerta de su casa e intentan averiguar lo que les deparará el futuro a partir de las conversaciones que logran oír de los transeúntes.

Más o menos por esas mismas fechas, durante la luna llena de finales de abril o principios de mayo, los mandinga de Sierra Leona celebran el inicio del nuevo año. Allí no están en primavera, sino al final de la estación seca y, de hecho, el día exacto de la celebración lo marcan las primeras lluvias del año. Son muy conscientes de que el agua es la fuente de la vida y dedican ese día a honrarla lanzándose cubos de agua de río unos a otros, mientras cantan, bailan y tocan todo tipo de instrumentos.

Los indios muskogee norteamericanos, en cambio, celebran tradicionalmente el cambio de año con la recolección del maíz, que suele coincidir con la luna llena del mes de agosto. Durante la fiesta de Postkev, retiran los restos de brasas y cenizas de la hoguera ceremonial del año anterior y encienden un nuevo fuego que simboliza la regeneración de la vida, la salud del cuerpo y la fuerza del espíritu. A continuación, comparten una cena tradicional a base de su alimento sagrado.

Un par de meses después son los judíos quienes celebran el año nuevo. La fiesta de Rosh Hashaná comienza al anochecer con una tranquila cena y sigue a la mañana siguiente con una plegaria matutina en la que el sonido de un cuerno de carnero llama a los judíos a la meditación, el balance de las acciones realizadas y el arrepentimiento. Por la tarde son muchos los que se desplazan a la orilla de un río, un lago, un mar o cualquier otro lugar donde el agua fluya de forma natural para recitar unas oraciones y arrojar guijarros: con este acto simbolizan su deseo de separarse de los pecados y empezar de nuevo.

Otra de las celebraciones que mejor nos enseñan a reconciliarnos con el pasado para que podamos afrontar con esperanza el futuro es el Año Nuevo chino.

CHUNJIÉ

Cómo aprecian en China
 el paso del tiempo

El Año Nuevo chino empieza oficialmente el primer día de su calendario lunar, que suele caer en la segunda luna nueva después de nuestro solsticio de invierno y termina cinco días más tarde. Pero si tienes la suerte de poder visitar el país de los contrastes en estas fechas, te darás cuenta de que lo que marcan las instituciones y lo que hacen las personas no siempre es lo mismo. Para muchos chinos, el cambio de año es el momento ideal para reflexionar sobre los aspectos personales, sociales y espirituales que deben renovar. Es como si el año viejo se despidiese dándoles una última oportunidad para pasar página de verdad, y no la desaprovechan: los últimos días del año los dedican a finalizar tareas inacabadas, saldar sus deudas económicas y de gratitud, devolver los objetos que les han prestado y solucionar las disputas con sus amigos y familiares. Por todo ello, desde un par de semanas antes de la fiesta, la atmósfera general en China es de plena actividad. Esos días, los aeropuertos y las estaciones de trenes y autobuses de todo el país están repletos de gente corriendo de un lado para otro tratando de conseguir un billete que les permita viajar. Ya sean jóvenes provenientes de universidades lejanas, parejas con niños pequeños o soldados de permiso, todos están deseando llegar a la casa familiar para poder preparar la fiesta de Chunjié junto a los suyos.

Una vez reunidos, se potencia aún más el nivel de dinamismo. Como las tiendas cierran durante los cinco días de celebración oficial, la gente trata de conseguir con antelación todo lo necesario para las fiestas. Los mercados estás repletos de personas comprando comida, adornos para la casa, y la ropa y los zapatos que van a estrenar en Año Nuevo. Las peluquerías no dan abasto cortando el pelo a todos los que creen que hacerlo es otra forma de simbolizar un nuevo comienzo. Los servicios de la municipalidad trabajan contrarreloj para limpiar y decorar cada calle, parque, plaza, oficina o local. Las ciudades y los pueblos se visten de fiesta en un proceso que es todo un ritual: en China, la limpieza en profundidad que precede a la celebración del Año Nuevo se lleva a cabo con la intención de deshacerse de todo lo malo que ha acontecido en el año precedente y dejar sitio a lo bueno que está por llegar.

En las casas tampoco puede quedar una pieza de ropa, un utensilio o un adorno sin lavar. Las habitaciones, los armarios y los cajones son revisados a fondo en busca de objetos rotos o inservibles que haya que reparar, regalar o tirar. Algunas personas llegan a aprovechar el furor purificador de estos días para darles a las puertas, paredes y ventanas una nueva mano de pintura.

Después de limpiar, llega el momento de decorar. A cada lado de la entrada del hogar, suspenden dos largas banderolas de papel en las que escriben unos versos breves que expresan caligráficamente los deseos que tienen para el año que viene. En el interior cuelgan unas ilustraciones, llamadas «nianhua», en las que aparecen bebés gorditos jugando con carpas, bañándose en estanques repletos de flores de loto o comiendo sandía como símbolos de la prosperidad, la longevidad o la dicha que se desea atraer en el nuevo año. El rojo predomina en todas estas decoraciones ya que, en China, este color representa la alegría y la felicidad.

A medida que se acerca el último día del año, en las casas empiezan a aparecer las frutas, las plantas y las flores que, según la tradición, son portadoras de buena suerte: las mandarinas con sus hojas, los narcisos blancos y los árboles de quinotos (un fruto de piel y color similares a la naranja pero de forma ovoide) son muy apreciados en estas fechas. Sin embargo, el árbol más buscado es el ume, más conocido como «ciruelo chino», y cuya flor ha sido tema central en la pintura del Este asiático desde la antigüedad.

Además de la importancia de tener el hogar impecable para recibir el año y del deseo de deshacerse de todo tipo de suciedad, hay otro motivo que lleva a muchos chinos a extremar el aseo de su casa en estos días: su creencia en el dios de la cocina. Quienes siguen la religión tradicional china siempre reservan un espacio sobre los fogones para un pequeño santuario en el que colocan una estatua o una ilustración de Zao Jun, el dios de la cocina, y de su esposa, quien aparece muy ocupada anotando todo lo que se dice en la casa. Una semana antes de la celebración de fin de año, se cree que el dios abandona la tierra y sube al cielo a cumplir un encargo muy especial: informar al emperador de Jade de cómo están las cosas en el hogar. Para evitar que el dios de la cocina haga un informe desfavorable, la gente lo despide con ofrendas de velas, incienso y alimentos: la boca de Zao Jun es untada con miel para endulzar las palabras que va a dirigir al emperador o se le ofrece un pedazo de tarta de arroz dulce glutinoso, llamada «niangao», cuyo azúcar logra que sus labios se queden pegados. A menudo, se lanzan fuegos artificiales y petardos para acelerar el viaje del dios de la cocina hasta el cielo. Después del ritual, quitan y queman las decoraciones antiguas y limpian a fondo el santuario, que se quedará vacío hasta el cuarto día del nuevo año, momento en que Zao Jun volverá a aparecer en su santuario. A continuación, se disponen a preparar y conservar o congelar toda la comida que se va a consumir durante los cinco días principales de la fiesta.

Tiempo de diversión en familia

La tarde de la víspera de Año Nuevo, muchas personas se meten en la bañera para purificarse y relajarse después de tantos días de actividad. A partir de ese momento, y hasta que se acaben las fiestas, nadie lava, limpia, barre o cocina nada. En el baño han dejado infusionar unas hojas de lima para que les ayuden a empezar el año sin un ápice de suciedad y por la casa queman palitos de bambú para que hasta el aire que respiran esté libre de todo mal.

Vestidos con sus mejoras galas, los anfitriones reciben a sus invitados en la puerta de casa, donde se hacen el tradicional retrato de familia. A continuación, se sientan alrededor de una mesa redonda para simbolizar unidad y comparten una buena cena que suele organizarse en torno a una fondue china, llamada «huoguo». Ésta consiste en un caldo que se mantiene caliente con un hornillo especial colocado en el centro de la mesa y en el que se dejan cocer trozos de carne, verdura y otros alimentos deliciosos. Pero los placeres culinarios están lejos de acabar aquí. La gastronomía china se caracteriza no sólo por la forma en que alimenta el cuerpo, sino, sobre todo, por cómo alimenta el alma, así que no es de extrañar que muchos de los platos que se preparan para conmemorar esta fiesta tengan un marcado sentido simbólico. En el menú de la víspera de Año Nuevo no pueden faltar las croquetas de pescado yuwan y las bolas de carne jouwan, porque representan la concordia familiar. Las cebollitas chiutsai llevan el mensaje de eternidad, el pescado yu transmite deseos de abundancia y las empanadillas suichia logran que quienes las coman gocen de prosperidad. En el norte del país, alrededor de la medianoche se suelen preparar las jiaozi, unas bolas de masa hervida que simbolizan la riqueza, porque su forma recuerda al tael, una antigua moneda china, mientras que en el sur se acostumbra a servir niangao, una tarta que ya conocemos porque es la misma que sella los labios del dios de la cocina antes de partir en su viaje al cielo. De hecho, este pastel se ha ganado un lugar privilegiado en la historia de la fiesta porque simboliza el deseo de mejorar como personas en el nuevo año y porque es una delicia que, tradicionalmente, sólo se elabora en esta época del año.

Contrariamente a lo que se puede creer debido a tanto simbolismo y protocolo, el ánimo de la cena de la víspera de Año Nuevo es de absoluto jolgorio. Entre chistes y bromas, los chinos demuestran que el fin de año es, ante todo, una gran fiesta. La jovialidad se intensifica minutos antes de la medianoche, cuando empiezan a lanzar petardos y hacer ruido con cualquier instrumento que tengan a mano. Tambores, campanas, gongs, cucharas, ollas de cocina, tapas metálicas: todo sirve para lograr el bullicio necesario para que se acaben de marchar los últimos demonios despistados que todavía queden por el hogar y dejen espacio para que entre la buena suerte.

En el momento preciso en que llega el año nuevo, las puertas de las casas se cierran y no se vuelven a abrir hasta que los primeros rayos de sol aparecen en el horizonte, no vaya a ser que algún espíritu maligno aproveche para colarse dentro. Después de desearse mutuamente felicidad y prosperidad para el año nuevo, se asoman a las ventanas a admirar los fuegos artificiales que iluminan el cielo. El origen de esta tradición se pierde en la memoria de los tiempos, pero parece que proviene de una costumbre que antiguamente llevaban a cabo los habitantes de las montañas y que consistía en quemar bambú para intimidar con el fuego a los demonios que traían la malaria y purificar el ambiente.

Durante toda la noche, las luces de la casa permanecen encendidas y nadie duerme, porque se cree que hay que recibir el año nuevo con los ojos abiertos y la mente alerta. Los niños que lo desean pueden pasar la noche despiertos y acompañan a los mayores con sus risas. En las provincias del este del país se suele dejar un par de velas de color rojo encendidas toda la noche mientras cantan y tocan tambores hasta el alba. En el resto de China, en cambio, charlan, cantan, cuentan chistes y se divierten con juegos típicos de mesa.

Tiempo de renovar las relaciones

Con los primeros rayos de sol, los chinos abren de par en par las puertas de sus casas para que entre la buena fortuna. Llenos de esperanza, se dirigen a los altares que han preparado en un rincón del salón para honrar a sus antepasados y pedirles protección. Estos pequeños santuarios son su forma de demostrar respeto a la memoria de los muertos y en ellos exhiben fotografías, documentos de identidad, cartas y todo tipo de objetos personales, colocan copas de vino y les sirven sus platos de comida preferidos. En muchos hogares, estos altares también son utilizados para venerar a los dioses y pedirles suerte, prosperidad, salud y larga vida.

A continuación, los más jóvenes de la casa presentan sus respetos a sus mayores con el saludo tradicional de Año Nuevo, «Gong Xi Fa Cai», que en mandarín significa, más o menos, «te deseo un nuevo año lleno de bendiciones y prosperidad». Los padres, tíos y abuelos agradecen este gesto con palabras de sabiduría y entregándoles unos pequeños sobres rojos con bellas letras doradas. En ellos, los niños y adolescentes reciben pequeñas cantidades de dinero, siempre en número par para evitar la mala suerte, con el deseo de que aprendan a ahorrar. De hecho, antiguamente, el dinero de Año Nuevo sólo se podía gastar para comprar los huevos de los que nacerían gallinas que podrían vender para comprar un ternero que cuando hubiese crecido venderían para comprar un pedazo de tierra en el que poder cultivar.

Después, todos dan buena cuenta de la comida del altar, se bañan, se visten con ropas coloridas recién estrenadas y se dirigen a las casas de parientes y amigos para cuidar la unión de la familia y reafirmar las viejas amistades. Según dicta la tradición, deben entregarles algún detalle simbólico: una pieza de ropa para empezar el año con una actitud nueva; una rama de ciruelo chino en flor para alejar a los malos espíritus; frutas rojas como símbolo de felicidad; vino de arroz o tartas de niangao si lo que se desea es abundancia y prosperidad, y melones, girasoles o calabazas para auspiciar fertilidad. Estas visitas permiten a muchos chinos cultivar el guanxi, un concepto que en Occidente es conocido como «capital social» y que no es otra cosa que las relaciones personales. Consideran que, una vez iniciada una relación, se adquiere la obligación moral de mantenerla, algo que deben hacer, si es necesario, por encima de normas o reglas adquiridas. Por eso dedican el primer día del año nuevo a reconectar con todas las personas a las que aprecian, da igual que sean familiares, amigos de la escuela, compañeros de trabajo o vecinos de escalera.

Las fiestas duran oficialmente cuatro días más y todo el mundo disfruta de los espectáculos de teatro, circo, ópera, danzas tradicionales y procesiones suntuosas llenas de colorido que se programan en los pueblos y ciudades del país. Una de las atracciones más esperadas es la danza del dragón, el animal más sagrado y símbolo de la abundancia, la prosperidad y la buenaventura. Aunque el baile del león también es muy popular, ya que se cree que es capaz de alejar con su fuerza a los malos espíritus.

A partir del quinto día del año se retiran las ofrendas de los altares de los templos, se suben las persianas de los comercios, los bancos abren sus puertas y, poco a poco, el país va reanudando su rutina. Se trata, no obstante, de una normalidad relativa porque, en realidad, muchas personas siguen de fiesta extraoficial diez días más. El colofón formal de las celebraciones del Año Nuevo lo marca el Festival de los Farolillos, el Yuanxiao, con el que los chinos festejan los primeros signos del comienzo de la primavera, la estación del renacimiento.

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HAZ TUYO
 EL CHUNJIÉ

Para muchos chinos, la celebración del Año Nuevo les permite dedicarse a una profunda renovación personal, social y espiritual. El año viejo se despide dándoles la oportunidad de deshacerse de viejas desgracias e injusticias y empezar de nuevo con esperanza y alegría. Socialmente significa reunión, apreciación y armonía familiar, el final de las contiendas. En los negocios y en la vida personal, se espera poder saldar las deudas, poner en orden los cabos sueltos, pasar de página y perseguir nuevos proyectos.

Las siguientes actividades pueden hacer que la fiesta de Año Nuevo se convierta en la ocasión ideal para revisar el pasado, concretar estrategias de futuro y tomar conciencia del paso del tiempo.

ACTÚA: Limpia tu mente
 y pon el contador a cero

Prepárate para recibir el año nuevo con una buena limpieza de mente que te permita empezar de nuevo. Para ello, elabora un par de semanas antes una lista con los principales temas que tienes pendientes y pon toda tu energía en solucionarlos. Si le debes dinero a alguien, si tienes que devolver un libro en la biblioteca, si hay que reparar la lámpara del baño, si no encuentras tu camisa favorita en medio del desorden de tu armario o si te duele no haber hecho todavía las paces con tu mejor amigo, éste es un buen momento de poner el contador a cero.

SABOREA: Una fondue china

Muchas familias chinas organizan la cena de la víspera de Año Nuevo alrededor de una fondue a la que llaman huoguo. Su popularidad se debe a que simboliza la unión de la familia, aunque sospecho que también influye un aspecto mucho más práctico: el caldo se puede preparar con antelación y congelar junto con el resto de los ingredientes finamente cortados. De modo que, si te apetece simplificar los preparativos gastronómicos de la fiesta sin perder ni un ápice de sabor, puedes hacer que una fondue sea el plato principal de tu celebración.

FONDUE huoguo

Si hay una comida que permite ser personalizada, ésta es la «fondue huoguo». De hecho, el caldo y los alimentos crudos que se cocinan en él tienen tantas variaciones como provincias hay en China. Así que no dudes en adaptar esta receta en función de los ingredientes típicos de tu región y juega a potenciar su sabor con las salsas de acompañamiento que más te apetezcan. Mi favorita, no obstante, es la de sésamo.

Ingredientes para 8 personas

Para el caldo

3 litros de agua

1 hueso de ternera

1 puerro

25 gramos de jengibre

3 dientes de ajo

1 cucharada de sal

1 cucharada de pimienta de Sichuan en grano (a pesar del nombre, no tiene relación con la pimienta negra y tiene un sabor alimonado)

4 bayas de Goji

Para la salsa

8 cucharadas de pasta de sésamo o tahina

1 cucharada de sal

1 trozo grande de tofu fermentado rojo llamado «furu»

Un poco de cebollino

Para cocer dentro de la fondue

Carne de cordero o de ternera cortada fina como el papel (es más fácil laminarla cuando está congelada)

Marisco y pescado a trocitos: sobre todo, langostinos, vieiras, calamar, sepia, pulpo y, si el presupuesto lo permite, langosta

Albóndigas de carne picada o de pescado

Verduras: las más típicas son judías, berros, espinacas, cebolla, coles, lechuga, patata y calabaza

Tofu fresco o congelado

Setas y hongos

Fideos de arroz o de patata

Elaboración

Del caldo

1. Vierte el agua en una olla y agrega todos los ingredientes del caldo.

2. En cuanto dé el primer hervor, tápalo y déjalo cocer a fuego lento durante un par de horas.

De la salsa

1. Echa la pasta de sésamo en un cuenco grande, añade la sal y 8 cucharadas de agua y bátelo todo.

2. Añade el tofu fermentado y vuelve a batir.

3. Sigue agregando agua poco a poco hasta que obtengas una salsa diluida.

4. Sirve la salsa en cuencos individuales y decóralos con un poco de cebollino picado.

De la fondue

1. Coloca la olla del caldo en el centro de la mesa. Mantenlo hirviendo con unas brasas de carbón encendidas, un hornillo a gas o un fogón individual de inducción eléctrica.

2. Presenta en cuencos separados los ingredientes que hayas decidido cocer dentro de la fondue.

3. Pincha con palillos metálicos el pedazo de comida que quieras cocinar e introdúcelo en el caldo. Cuanto más menudo esté preparado, menos tiempo de cocción necesitará, aunque en general no debería tardar mucho en hacerse: las láminas de carne, por ejemplo, sólo necesitan entre 15 y 30 segundos para cocerse.

4. Introduce ligeramente el alimento en la salsa de sésamo y disponte a disfrutar de la última cena del año.

 

Por cierto, no te dejes asustar por la lista de ingredientes, ya que todos se venden en las tiendas de alimentos asiáticos a un precio bastante asequible. Y, si quieres simplificar la preparación de la fondue aún más, piensa que una salsa de soja de calidad es una alternativa ideal a la salsa casera de tahina.

EXPLICA: Tus deseos
 para el nuevo año

Aprovecha la relativa tranquilidad de los postres para compartir con los demás lo que esperas conseguir en el año nuevo. Seguro que tienes deseos privados sobre los que prefieres guardar silencio, pero para el resto no te cortes y proclámalos en voz alta. Tener la valentía de convertir tus sueños en palabras es el primer paso para lograr que se hagan realidad.

Pero hay otros:

 

Plantéate pocos objetivos: concéntrate en lo que necesitas de verdad, siempre que no sea algo imposible, contradictorio u opuesto a tus valores.

Trocea tus deseos: recuerda que lo imposible se alcanza a través de una multitud de pequeñas acciones posibles.

Empieza por lo más fácil: haz que tu primer objetivo sea sencillo. Así evitarás el efecto dominó que se puede producir si inicias el proceso de conquista de tu deseo con un fracaso. Piensa que cuando logras algo, tu actitud cambia y, al cambiar tu actitud, consigues más cosas.

Actúa ya: olvídate de las excusas mentales que te impiden actuar. Empieza ahora.

JUEGA: Saca tu colección
 de juegos de mesa

En China saben muy bien que el juego no es una actividad trivial, de modo que mayores y pequeños pasan la última noche del año charlando, cantando, contando chistes y, sobre todo, jugando.

El mahjong es uno de sus pasatiempos favoritos porque les permite divertirse sin tener que hacer ningún tipo de esfuerzo físico. Además, es un juego social ideal: mientras cada jugador se concentra en sus fichas, puede entablar conversación con los demás. Pero cualquier juego de mesa, ya sea de cartas, dados, fichas, tablero o de rol, sirve para pasar un buen rato en familia y disfrutar del tiempo que falta hasta que salga el sol: recuerda que debes darle la bienvenida con los ojos y la mente bien alerta. Así que no lo dudes: ha llegado el momento de quitarle las telarañas a tu colección de juegos de mesa.

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PARAR EL TIEMPO

Observando el ciclo de vida de las personas y los ciclos de la naturaleza, hemos entendido que todo está en continuo movimiento. Sabemos que el tiempo nunca se para porque es una realidad que sentimos en nosotros mismos, que percibimos en las personas que amamos y que vemos en las mareas, en la alternancia del sol y la luna y en los cambios en el paisaje a medida que van pasando las estaciones y los años.

Entre todas las formas que hemos encontrado los seres humanos para celebrar estas transformaciones, he destacado la fiesta del Chunjié porque me parece que es una bella celebración que nos permite hacer las paces con nuestro pasado y replantearnos nuestro futuro, algo a lo que todos deberíamos dedicarnos al menos una vez al año. En nuestro día a día, sin embargo, es mucho más importante escapar de la tiranía del tictac del reloj y vivir el presente plenamente.

Para conseguir centrarnos en el hoy sin pensar en nada más podemos utilizar muchas estrategias, aunque si te apetece conocer mi favorita, debemos dejar China y desplazarnos 8.000 kilómetros hacia el este. En la ciudad israelí de Tel Aviv nos esperan para una cena muy especial.

SABBAT

Cómo celebran los judíos
 la necesidad de parar el tiempo

Uno debería evitar aterrizar en el aeropuerto de Tel Aviv un viernes por la tarde, o al menos eso pensaba yo mientras el taxi en el que viajaba con mi amiga Nirit volaba por la carretera.

—¿Puede ir más lento, por favor? —le pregunté al conductor, asustada.

—Ni hablar —me contestó. Pero debió de ver mi terror a través del retrovisor, porque añadió, a modo de disculpa—: es que en una hora tengo que estar en casa para celebrar el sabbat...

Cuando el taxista señaló el sol poniéndose en el horizonte, nos dimos cuenta de que nosotras también estábamos llegando tarde a la fiesta que mejor permite percibir la importancia que tiene el tiempo en el judaísmo. Como nos recuerda el rabino Abraham Heschel en su libro The Sabbath: Its Meaning for Modern Man, la Torá nos invita a tomar conciencia del valor que tiene cada hora de una manera nada conceptual y abstracta. Por el contrario, lo hace con la propuesta concreta de dedicar un día a la semana a detener el reloj. Durante el sabbat, tenemos permiso para dedicarnos a «coleccionar el tiempo en vez de gastarlo» y centrarnos en cuidar nuestra necesidad de vivir plenamente el presente. En la práctica, los judíos suelen traducir estos preceptos utilizando la fiesta del sabbat para desconectar de todas las obligaciones y rutinas y, en cambio, prestar atención a todo lo que enriquece su vida en ese momento concreto.

A la velocidad que fue el taxista, llegamos a la casa de la familia de mi amiga con tiempo más que suficiente para prepararnos para la cena. Por lo ordenada que estaba la casa, el olor a pan recién hecho que salía del horno y la cantidad de comida que había sobre la encimera de la cocina, me pareció que la tía de Nirit debía de haber pasado la mayor parte del día limpiando y cocinando. Cuando le ofrecimos nuestra ayuda para poner la mesa, se acercó al aparador del salón y sacó un mantel bordado de lino perfectamente planchado que tenía reservado para el sabbat, una preciosa vajilla de porcelana y un juego de vasos y copas de cristal labrado. Al poco rato, fueron llegando el resto de los invitados, todos muy bien vestidos, y pude conocer a los primeros miembros de la rama israelí de la familia de mi amiga canadiense.

En el momento exacto en que se puso el sol, la tía de Nirit encendió las dos velas del sabbat, pronunció una oración en hebreo y nos deseó «Shabbat shalom», esto es, «la paz sea contigo en el sabbat». A continuación, su marido se lavó las manos con el agua caliente de una jofaina mientras seguía de pie junto a la mesa y se las secó con un paño blanco. Después bendijo el vino y ese pan delicioso, el jalá, aún tibio. Llenó tanto su copa que empecé a preocuparme por el mantel de lino, pero mi amiga me susurró que llegar hasta el borde del vaso forma parte del ritual: simboliza la felicidad que se siente ante la riqueza de la vida. Cuando todo el mundo tuvo su copa repleta, el hombre levantó la suya mientras exclamaba «L’Chaim», «a la vida», y brindó con el resto de la familia.

La cena que siguió fue sencilla pero deliciosa. No reconocí la mayoría de los platos, pero sí que me di cuenta de que eran estrictamente kosher, así que no comimos ni cerdo ni marisco y no se mezcló en ningún momento la leche y la carne: según la ley judía, la leche simboliza la vida y la carne es un signo de muerte, con lo cual nunca deben unirse en una misma comida. La conversación fue muy animada y, aunque me perdí en la parte en que se pusieron a contar chistes en hebreo, pude percibir que todos estaban disfrutando mucho de la oportunidad que les brindaba el sabbat para reunirse de nuevo con las personas más importantes de su vida.

Al día siguiente, nos preparamos el desayuno sin encender un fuego ni apretar un botón, ya que durante el sabbat no se puede cocinar. Como tampoco se debe ver la televisión, usar el ordenador, hablar por teléfono, conducir, escribir, limpiar, coser ni hacer ninguna otra actividad que suponga trabajo, esfuerzo u obligación, decidimos salir a pasear por la ciudad. En la calle me di cuenta de que las reglas del sabbat, lejos de limitar, son una fuente enorme de libertad, porque sacan a las personas de sus rutinas y les recuerdan que, al menos un día a la semana, pueden dedicarse únicamente a disfrutar. Al dejar de correr, tienen la oportunidad de pararse a admirar, agradecer y celebrar con mayor presencia y tranquilidad los grandes y pequeños placeres de la vida.

De hecho, por todas partes había gente gozando del buen tiempo y completamente entregada a sus actividades relajantes preferidas. El ambiente era, en general, muy familiar: se veían muchos grupos de adultos sentados por todos lados, conversando, y niños revoloteando alrededor de sus padres y jugando entre ellos. Pero también había personas que preferían disfrutar de sus placeres en soledad y hacían deporte, leían en el parque o contemplaban el mar sin pensar en otra cosa. Mirase a quien mirase, era evidente que nadie consideraba el sabbat como un día para descansar sin hacer nada, sino una jornada para apreciar más el presente a través de un cambio de actividad. No era un permiso para pasar el tiempo en el sofá, sino un recordatorio para dedicarse a conectar con uno mismo y con las personas importantes de verdad.

Después de caminar un buen rato, decidimos sentarnos a descansar a la orilla del mar. Mientras Nirit sacaba un libro de su bolso, yo me tumbé en la arena, consciente de que, después de una semana frenética en Barcelona tratando de dejar todo atado para poder viajar a Israel, el sabbat era justo lo que necesitaba para recuperar el equilibrio que había perdido: más allá del componente religioso, esta celebración me atraía por su forma de marcar claramente un límite entre el trabajo y el descanso, entre las obligaciones y los placeres personales, entre las distracciones y la necesidad de centrarnos en lo que realmente nos nutre. Pero lo que más me gustaba del sabbat era la efectividad con que me anclaba en el presente, obligándome a reservar veinticuatro horas de mi tiempo para saborear la vida con libertad y tranquilidad.

Volvimos a casa a la hora del almuerzo. Nos preparamos algo sencillo y dedicamos el resto del día a dormir la siesta y descansar. Cuando estaba a punto de sentirme culpable con tanto relax, recordé que una de las principales enseñanzas del sabbat es la necesidad de respetar los ritmos de actividad e inactividad que se perciben en los ciclos de la naturaleza: el nacimiento y la muerte, el día y la noche, la floración y la hibernación, el cultivo de la tierra y el barbecho nos muestran que la vida es un proceso en el que los tiempos de trabajo y los tiempos de descanso están en equilibrio. Para los judíos, además, no sólo es la naturaleza quien nos invita a tratar de encontrar el equilibrio de estos dos aspectos sino también Dios. De la forma en que creó el mundo en seis días y al séptimo se retiró a descansar, desprenden una manera de vivir que incluye tanto la acción como la pausa.

Al atardecer, la familia se volvió a reunir para celebrar el ritual que marca el final del sabbat. Se llama Havdalá y tiene lugar cuando en el cielo se pueden ver tres estrellas. En ese momento, la tía de Nirit encendió la vela trenzada del Havdalá, su marido volvió a llenar una copa de vino a rebosar y recitó una oración que, según mi amiga, reflexionaba sobre la alternancia de la luz y la oscuridad. A continuación, tomó una caja con canela, nuez moscada y clavo, olió las especias y la pasó para que el resto de nosotros también pudiésemos percibir su aroma. Luego acercó las manos a la vela para sentir su calor y juntó ligeramente los dedos en un puño con las palmas hacia arriba para poder ver reflejado en sus uñas el juego de luces y sombras que proyectaba la llama de la vela. Sólo entonces acercó la copa a sus labios y bebió un sorbo con los ojos cerrados.

No obstante, la pequeña ceremonia no había terminado. Todavía faltaba volcar el resto del contenido de la copa en un plato, coger la vela y girarla, metiendo la llama en el vino para apagarla. Cuando el hombre lo hizo, sentí una ligera tristeza que, por suerte, pronto se desvaneció: la fiesta me había permitido conocer una bella manera de parar el tiempo y de utilizarlo para recuperar las fuerzas y la pasión.

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HAZ TUYO
 EL SABBAT

Me parece fundamental encontrar formas respetuosas de extender la inmensa riqueza del sabbat más allá de los confines del judaísmo. Personalmente, desde que la conozco, esta fiesta ha entrado a formar parte de la colección de celebraciones que más respeto en mi vida cotidiana. No hay semana que no reserve veinticuatro horas para descansar y recuperar mi equilibrio después de tantos días de trabajo; para hacer actividades diferentes a las cotidianas que me permitan volver a conectarme conmigo misma y con todo lo que amo, y, sobre todo, para reflexionar y desarrollar una mayor conciencia del momento vital por el que estoy pasando.

Si tú también deseas disfrutar de los beneficios de esta tradición, puedes poner en práctica algunas de las sugerencias siguientes.

MUÉVETE: Prepara tu casa y tu cuerpo

Prepárate para el sabbat limpiando y ordenando la casa. No lo hagas como una obligación, sino como un placer que te permite purificar el lugar donde más tú mismo te sientes. Mientras tanto, ve cocinando los platos que servirás a la hora de la cena a tus familiares y amigos: si planificas un menú sencillo, podrás dedicar el tiempo libre que te quede para amasar un buen pan casero. Tal vez te atrevas incluso a hacer el pan tradicional del sabbat.

PAN jalá

Este pan es fácil de hacer, está riquísimo y, además, tiene un simbolismo bellísimo: las tiras de la trenza evocan la paz, la verdad y la justicia, mientras que las semillas recuerdan el maná que cayó del cielo y que alimentó al pueblo de Israel cuando deambulaba por el desierto. Además, es muy ligero, porque no lleva leche ni mantequilla para poder consumirlo en comidas en las que se sirve algún plato de carne.

Ingredientes

1 kilo de harina

1 cucharada de sal

30 gramos de levadura de panadero fresca o 10 gramos de levadura seca

250 mililitros de agua templada

3 huevos

2 cucharadas de aceite

2 cucharadas de miel

Semillas de amapola o de sésamo para decorar

Elaboración

1. En un bol pequeño, vierte el agua templada y disuelve en ella la levadura. Añade a la mezcla dos de los huevos, muy bien batidos.

2. En un bol más grande, mezcla 800 gramos de la harina y la sal. Haz un hueco en el medio y vuelca dentro la mezcla con el huevo, el aceite y la miel. Revuélvela bien.

3. Enharina la parte de tu encimera donde vayas a amasar y vierte encima la mezcla. Trabájala con tus manos durante 10 minutos o hasta que consigas una masa elástica que ya no se te pegue. Para lograrlo, ve espolvoreando harina sobre la masa y tus manos cada vez que lo necesites.

4. Dale forma de bola y colócala en un bol grande. Cúbrelo con un trapo húmedo y deja levar la masa en un sitio cálido durante al menos media hora. Aunque, como explica Claudia Roden en El libro de la cocina judía, la forma tradicional de hacer el jalá es preparando la masa la tarde anterior y dejándola reposar toda la noche.

5. Después del levado, vuélcala sobre la encimera, amásala suavemente y déjala reposar cubierta durante 15 minutos.

6. Divide la masa en dos partes iguales, porque con esta cantidad de masa vamos a hacer dos panes.

7. Haz una bola con una cada una de ellas y, de cala bola, amasa tres tiras del mismo tamaño. Intenta que sean más estrechas en los extremos: así conseguirás la forma típica del pan jalá, más ancho en el centro.

8. Enharina ligeramente cada tira, alinéalas juntas y trénzalas holgadamente.

9. Coloca los panes sobre una bandeja del horno enharinada o protegida con papel especial.

10. Enciende el horno a 180 ºC.

11. Mientras el horno se calienta, bate el huevo que te sobra con 2 cucharadas de agua y pincela la mezcla sobre los panes.

12. Espolvorea las semillas por encima.

13. Hornea los panes durante 40 minutos.

 

Cuando termines con la casa y la cocina, marca claramente el inicio de tu jornada de descanso con una ducha relajante o un baño a la luz de las velas.

CAMBIA: Desconecta
 de tu actividad habitual

Como hemos visto, el sabbat no consiste en dejar de trabajar y pasar todo el día tumbados en el sofá mirando la televisión: se trata de dejar de hacer nuestra actividad principal de la semana y dedicar ese tiempo liberado para conectar con nosotros mismos y con los demás. El día del sabbat podemos aprender nuevas formas de valorar nuestro tiempo, llenándolo sólo de actividades que nos permitan experimentar la dicha de ser quienes somos en este preciso momento.

En mi caso, me gusta que mi día de descanso implique verdaderamente un cambio de ritmo, así que suelo planear pocas actividades y, las que hago, trato de llevarlas a cabo más lentamente. Cuando desayuno, saboreo cada bocado. Si me apetece ir a un museo, le dedico toda la mañana. Al jugar con mis hijos, estoy atenta a ellos. Y, lo más importante: nunca leo ni escribo. Me he dado cuenta de que, por mucho que me guste mi trabajo y no tenga la necesidad de desconectar de él, abandonar durante unas horas mi actividad habitual me permite retomarla al día siguiente con más fuerza y creatividad.

MIRA: El atardecer
 
del sabbat

Si has pasado gran parte de tu día de descanso en casa, tal vez te apetezca salir un rato a dar un paseo. Dependiendo del tiempo que haga, en mi familia solemos ir al mar o a la montaña para retomar el contacto con la naturaleza, respirar aire fresco, hacer un poco de ejercicio y contemplar el atardecer. Personalmente, trato de hacerlo con conciencia y admirando la puesta de sol como si fuera la primera vez que la veo. Respiro hondo, fijo mi mirada en el horizonte y siento el momento presente: me detengo con él. Apreciarlo de verdad no siempre es fácil: a mi mente le gusta vagar por su ronda sin fin de tareas y actividades y a mis hijos les encanta compartir conmigo los tesoros que han encontrado por el camino, pero al menos lo intento. En cualquier caso, me suele inundar una sensación maravillosa de tranquilidad y agradecimiento por lo que tengo que trato de disfrutar todo el tiempo que puedo.

SIENTE: Aumenta
 tu sensibilidad

Da por concluido tu día de descanso con un pequeño ritual que te ayude a ejercitar tu sensibilidad. El Havdalá con el que termina el sabbat te puede inspirar, pues te obliga a utilizar los cinco sentidos al probar el vino, oler las especias, sentir el calor de la vela, ver en las uñas el reflejo de la llama y escuchar la oración de bendición. En nuestra casa, sin embargo, nos decantamos por un gesto más sencillo: justo antes de empezar a cenar, cada miembro de la familia enciende una vela y comparte su momento favorito del día del sabbat.

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SUBLIMAR
 EL MOMENTO

Desde que celebro el sabbat, he sentido una enorme diferencia en la manera en que descanso, creo, siento, pienso y amo. Reservar unas horas a no hacer nada de lo que hago los demás días de la semana me ha permitido desarrollar una mayor conciencia de los placeres que me regeneran, apreciar más todo lo que tengo y respetar mi necesidad de descanso. El sabbat es el día en que hago la siesta, cuido el jardín con mi marido, dibujo junto a mis hijos y cocinamos en familia esos platos elaborados que, de otra forma, nunca podríamos preparar. Pero, sobre todo, el sabbat me reconecta con mi presente con una profundidad que no he logrado alcanzar con ninguna otra práctica espiritual.

No obstante, a veces me da lástima que sea una actividad semanal y me gustaría disponer de una estrategia que me permitiera detener el tiempo y reconectar conmigo misma en cualquier instante. Afortunadamente, no soy la única: la prueba es que los seres humanos han encontrado muchas formas de aumentar su capacidad de centrarse. Las oraciones diarias de los musulmanes, las danzas extáticas de los derviches sufís, el recitado de mantras de los budistas y de los hinduistas, las respiraciones de los yoguis y los movimientos del chi kung, el tai chi y el kyu-do- son sólo algunas de las prácticas que las personas han desarrollado para implicarse plenamente en lo que son y en lo que están haciendo en un momento determinado.

Pero si hay una técnica que en la actualidad es recomendada por psicólogos de todo el mundo debido a su efectividad a la hora de ayudarnos a olvidarnos del pasado y el futuro y centrarnos en el instante presente es la meditación budista de la atención plena, también llamada «mindfulness meditation».

Desde que se inventó en la India hace más de dos mil quinientos años, millones de personas usan cada día este tipo de meditación buscando una manera de aprender a vivir con mayor presencia su cotidianidad. Muchas están cansadas de no ser capaces de disfrutar totalmente de un momento concreto y encuentran que la meditación es una actividad ideal para desarrollar su capacidad de concentración y no distraerse tan fácilmente. Además, si la practican con suficiente regularidad e intensidad, logran que su cuerpo, su mente, su corazón y su alma se fusionen hasta tal punto con todo lo que las rodea que no sólo se concentran en el momento, deteniendo el paso del tiempo, sino que logran extenderlo y sublimarlo. En esas contadas ocasiones, sienten que la vida es maravillosa y resplandeciente y experimentan, según los budistas, destellos del estado que alcanzó Buda mientras meditaba bajo el árbol de bodhi en el instante de su iluminación.

Aunque es posible rozar ese estado de forma espontánea de muchas maneras, la meditación budista de la atención plena nos puede permitir acceder a él intencionadamente siempre que lo deseemos. Es una herramienta tan poderosa que vale la pena conocerla.

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HAZ TUYA
 LA MEDITACIÓN

Aunque la meditación es una práctica profunda y compleja que nos permite acceder a muchos niveles de conciencia, en un nivel muy básico no es más que un ejercicio para desarrollar la concentración, una capacidad esencial para disfrutar de la vida. El objetivo de calmar la mente se consigue cuando enfocamos toda nuestra atención en algo muy concreto, ya sea la respiración, una sensación corporal o emocional, la visualización de una imagen que nos parezca inspiradora, la observación de un objeto o el recitado repetitivo de unas palabras. Durante ese tiempo, podemos estar sentados con las piernas cruzadas; sobre una silla o arrodillados; de pie o caminando; con los ojos cerrados o mirándonos las manos, un punto en la pared o el suelo, pero, estemos como estemos, debemos concentrarnos totalmente en lo que hacemos.

A continuación, esbozo algunas pinceladas para ver si te convenzo de empezar a usar una técnica que te puede ayudar a apreciar, detener e incluso extender el momento.

SIÉNTATE: Concéntrate en tu respiración
 y deja volar la mente

La meditación no es, ni mucho menos, una actividad reservada para monjes. Si quieres disfrutar de sus beneficios para desarrollar tu capacidad de centrarte en el momento presente, resérvate unos minutos al día y haz el siguiente ejercicio:

 

1. Siéntate en una postura que te sea cómoda.

2. Cierra los ojos.

3. Concéntrate en respirar profunda y lentamente.

4. Relaja tu cuerpo: haz un repaso mental de cada una de sus partes y, si notas tensión en alguna de ellas, libérala.

5. Relaja tu mente: visualiza tus pensamientos como mariposas que revolotean por el cielo. Cuando se acerquen a ti, no dejes que se posen: devuelve tranquilamente tu atención a la respiración e imagina que con la exhalación las empujas con suavidad, obligándolas a pasar de largo con su vuelo.

6. Durante todo el proceso, presta atención tan sólo al aire que entra y sale de tu cuerpo.

 

Cuando lleves un tiempo meditando, no dejarás que tu mente se distraiga tanto, te será más fácil concentrarte, apreciarás mejor la belleza que te rodea y te sentirás más consciente del milagro que es estar vivo en este momento.

CAMINA: Pasea con los ojos
 bien abiertos

Si la quietud no es para ti, pero quieres aprovechar los beneficios de la meditación para capturar los instantes de tiempo, tal vez te ayude hacer chi kung, una técnica taoísta centrada en el control de la respiración y el cuerpo; tai chi, un arte marcial a base de gestos lentos; kyu-do-, la versión tradicional japonesa de la arquería, o el tipo de meditación budista de la atención plena que se lleva a cabo en movimiento.

Como explica Sage Bennet en su libro El camino de la sabiduría, practicar la meditación andando es una disciplina que nos permite «concentrarnos plenamente en el momento presente y estar presentes con todo nuestro cuerpo mientras caminamos». Para lograrlo, no podemos salir a caminar con la misma actitud que tenemos cuando salimos a pasear con un amigo. Debemos movernos con mayor lentitud y conciencia, advirtiendo «cómo el talón entra en contacto con el suelo y cómo doblamos la planta del pie apoyándonos en la parte delantera con los dedos presionados contra el suelo para avanzar. Al dar el siguiente paso, observamos la respiración, los pensamientos que surgen en nuestra mente, los árboles..., todo aquello que no advertimos cuando estamos pensando en el pasado o en el futuro en lugar de vivir el momento presente».

A mí me encanta la meditación en movimiento porque me parece una forma maravillosa de ponerme en contacto conmigo misma y recuperar mi relación con la naturaleza. Mientras camino, me gusta jugar con mi mirada, ponerla a prueba. A veces, me paro y no me muevo hasta que no encuentro un detalle en el paisaje que me llame la atención. Entonces me aproximo y me esfuerzo por percibir las formas, las texturas y los colores de lo que miro; estudio su ubicación y el juego de luces y sombras que se establece a su alrededor; me acerco tanto como si mis ojos fueran microscopios y luego me voy alejando hasta que lo pierdo de vista. Después de dedicarme un rato a esta actividad, dejo de meditar pero sigo caminando. Es increíble cómo un ejercicio tan sencillo sensibiliza mi mirada hasta tal punto que durante un buen rato sigo disfrutando de los beneficios de la meditación y soy más receptiva a las maravillas del aquí y el ahora.

SIENTE: Aprovecha las señales

Aunque no programes en tu vida cotidiana ratos fijos para dedicarte a la meditación, puedes seguir disfrutando de sus beneficios si aprovechas determinadas señales ambientales para devolver tu atención al momento presente. Puedes decidir meditar durante el rato que tardas en ir a buscar el pan a pie por la mañana, en el minuto que tarda en hervir el agua para tu té o en los segundos que dura un semáforo en rojo. Para conseguirlo, sólo tienes que concentrarte en respirar y en tratar de fijar en tu memoria todos los detalles de lo que estás viviendo.

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OTRAS FORMAS
 DE EXTENDER EL TIEMPO

La meditación es una práctica muy poderosa para capturar y alargar el tiempo, pero está lejos de ser la única. Como hemos visto, la mayoría de las religiones tienen su propia estrategia para hacerlo: ya hemos nombrado los giros de los sufís, las oraciones de los musulmanes y los mantras de los hindús. Pero también fuera de las tradiciones espirituales encontramos herramientas para pausarnos, recuperar el aliento, descansar y adoptar una actitud que nos permita centrarnos en el momento.

Hay quien cultiva su sentido de presencia al cocinar, concentrándose en sus propios gestos y en los olores, las texturas, el sonido, el aspecto y el sabor de los alimentos. Otras personas logran fusionarse de tal forma con su experiencia que sólo existe su conciencia del ahora cuando hacen entrenamientos deportivos durante periodos largos de tiempo o se dedican a actividades sistemáticas y repetitivas como tejer o cortar leña. Hay quien nunca se siente tan perceptivo como cuando está haciendo el amor lentamente y quien considera que no hay nada como el arte para apresar y expandir un instante de tiempo.

Personalmente, he descubierto hace poco que la fotografía es una estupenda herramienta de contemplación del presente. Mi marido me regaló por mi cumpleaños una cámara de fotos tan buena que, para poder usarla, he tenido que aprender unos conceptos técnicos básicos. Sorprendentemente, desde entonces, esta tecnología me centra en vez de despistarme y me permite percibir matices de lo que está ocurriendo en determinado momento que se me pasan por alto si no hay un visor por medio. La fotografía cultiva mi mirada y mi atención, pero, sobre todo, me incita a atrapar, antes de que se pierdan para siempre, aspectos de mi día a día que no quiero olvidar: un gesto de mis hijos, un rincón de mi casa, la vista desde la ventana o la flor recién abierta de una planta. Así que ahora siempre llevo en el bolso mi cámara y, ante cualquier detalle interesante, disparo.

Otra de las cosas que nunca faltan en mi bolso es un cuaderno. En él anoto frases que oigo, ideas que se me ocurren y escribo haikus: al ser poemas tan breves, de sólo tres líneas, me parece que suponen un reto poético asumible y me lanzo al juego. Como la fotografía, los haikus me permiten ejercitar mi atención y mi sensibilidad hacia algo que está pasando en un instante concreto, pero además me dan la oportunidad de crear activamente una pieza que condensa mi propia interpretación de lo que veo. Adoro la complejidad que es posible alcanzar con materiales tan sencillos como una hoja en blanco y un rotulador negro, el estado de concentración en el que me veo obligada a sumergirme si quiero encontrar las palabras exactas, lo profundo que respiro mientras pienso y la tranquilidad que siento durante todo el proceso.

La escultura es otra de las artes que me atrae por la manera en que permite detener el tiempo con los elementos más simples y honestos. Me gusta especialmente el trabajo de Andy Goldsworthy, un artista al que descubrí hace varios años, cuando un amigo me recomendó ir al cine a ver un documental sobre su trabajo titulado Ríos y Mareas. Esa noche llovía y hacía un frío de perros, así que estuve a punto de quedarme en casa. Por suerte, al final me animé y fui.

Todavía recuerdo la emoción que sentí ante una de las primeras obras que aparecen en el documental, un flujo de hielo ideado para que capture y brille en el instante preciso del amanecer y que, a medida que transcurre el día, se va derritiendo. También llamaron mi atención las sombras de lluvia que crea con su propio cuerpo Andy Goldsworthy al tirarse en medio de la calle boca arriba, con los brazos y las piernas abiertos, completamente quieto hasta que todo a su alrededor ha sido mojado por la lluvia. Entonces se levanta y vemos la silueta seca que se ha formado en la superficie sobre la que estaba tumbado: la sombra del artista. Poco a poco, la lluvia también humedece la sombra y ésta desaparece, perdiéndose para siempre, como el momento presente. Me encanta el poder simbólico de estas intervenciones tan efímeras aunque, desde mi punto de vista, donde mejor evoca Andy Goldsworthy la importancia de olvidarse del pasado y el futuro si queremos apreciar más el presente es en las esculturas que construye en la playa.

«Cuando trabajo entre mareas, debo hacerlo con rapidez y sabiendo que la obra que estoy realizando va a durar poco tiempo. Ser capaz de percibir el paso del tiempo es crítico. Me arriesgo y busco el equilibrio entre lo que quiero hacer y el tiempo que tengo para conseguirlo. Rara vez tengo suficiente tiempo para acabar un trabajo de la manera que quiero», afirma en Time, un libro escrito por Terry Friedman. La playa le enseña a Andy Goldsworthy que nunca va a poder hacer un trabajo perfecto, pero que no importa, ya que lo único esencial es llevarlo a cabo aprovechando al máximo las posibilidades que le ofrece el momento. Por eso añade: «Esta lección va más allá del trabajo que realizo en la playa. He tratado de centrar mi vida en lograr el mejor uso de mi tiempo y mi energía. Alcanzar la perfección en cada obra no es mi objetivo. Prefiero los trabajos en los que he debido llegar a un consenso con la naturaleza, ya sea la marea entrante, el final del día, la descongelación de la nieve, las hojas que se marchitan o la fecha límite de mi propia vida».

Su obra me atrae tanto que viajo a Escocia: siento que necesito tocarla, además de mirarla. En Jupiter Artland, una colección privada de esculturas en una jardín de 80 acres a las afueras de Edimburgo, admiro varias instalaciones suyas. Mi favorita es, sin duda, su Clay Tree Wall, una obra hecha a base de ramas de árboles cubiertas con arcilla húmeda. A medida que pasa el tiempo, la tierra se seca y van apareciendo grietas que revelan formas invisibles hasta entonces. En esta pared es evidente que Andy Goldsworthy ha logrado su objetivo de no limitarse a esperar que las cosas decaigan, sino lograr que «el cambio sea una parte integral del camino de una obra, de forma que tome mayor fuerza a medida que se deshace y desaparece. Necesito hacer trabajos que anticipan el futuro, pero no tratan de predecirlo o controlarlo. Para entender el tiempo, debo trabajar con el pasado, el presente y el futuro».

RECUERDA

Con su trabajo, Andy Goldsworthy nos recuerda que el tiempo no es infinito, sino todo lo contrario: cada día tenemos menos tiempo para hacer lo que queremos. Es por este motivo que apreciar y celebrar la vida es una tarea fundamental que debemos emprender ahora mismo, sin esperar a tener las condiciones ideales.

En este capítulo, hemos empezado buscando en el ciclo de la vida y en el de la naturaleza los principales momentos que solemos celebrar las personas. En el proceso de nacimiento, crecimiento, reproducción, enfermedad y muerte del ser humano, así como en la alternancia del día y la noche, el ciclo de las estaciones y el paso de los años, hemos encontrado multitud de ocasiones para apreciar la belleza que se esconde tras tanto cambio.

También nos hemos dado cuenta de que el ser humano no sólo necesita identificar y agradecer el paso del tiempo, sino también celebrar el momento. En este sentido, hemos explorado diferentes prácticas que nos permiten detener el reloj para poder apreciar con intensidad el instante presente. Algunas de estas estrategias son tan poderosas que logran no sólo pararlo, sino sublimar y alargar el tiempo.

Al final, hemos entendido que el tiempo no se mueve ni en línea ni en círculo: es una espiral que viaja de fuera para dentro y desde el cielo hacia el centro. El tiempo más importante es el que percibimos dentro de nosotros en este momento.

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El futuro depende
 de lo que hacemos en el presente.

MAHATMA GANDHI