En la época de la navegación a vela, las batallas navales se ganaban mediante la táctica del agotamiento. Cada barco de guerra se alineaba frente a su oponente y abría fuego. La victoria final solía ser para aquel navío que fuera un 5 por ciento más rápido a la hora de recargar los cañones o que se mostrara ligeramente más preciso.

Cuando solo era un joven comandante, el vicealmirante Nelson se labró la fama de ser un disidente. Durante la Batalla de Copenhague, en la que el almirante Parker dio la orden de retirada, Nelson se colocó el catalejo en el ojo por el que no veía y exclamó: «Lo cierto es que no veo ninguna señal».

La batalla que le catapultó a la fama fue la de Trafalgar. Tras plantarse delante de la flota francesa, Nelson decidió abandonar las reglas estándar del compromiso. En lugar de avanzar en todos los frentes, colocó su flota formando dos líneas. Luego avanzó directamente hacia el centro de la flota francesa en una concentración masiva de potencia de fuego. Aquella maniobra dividió a la flota gala y proporcionó a Nelson una sorprendente victoria.

No pretendo recurrir a las trilladas analogías en las que se afirma que «los negocios son una guerra», pero en este caso podemos aprender una valiosa lección.

Aunque la concentración de la potencia de fuego es lo que proporciona una victoria, con demasiada frecuencia las empresas se incapacitan a sí mismas avanzando en todos los frentes. Muchas veces la decisión más importante que podemos tomar es hacer aquello que no haríamos.

En el mundo de los negocios hay muchas exigencias que entran en conflicto y existe mucha presión para llevarlas todas a cabo. Pero tus recursos —ya sean el dinero, la mano de obra o tu propia capacidad de pensamiento— son infinitos.

Por tanto, en primer lugar debes decidir qué arma te va a permitir asestar el golpe de gracia en los negocios. A continuación, tienes que descartar todo lo demás y avanzar únicamente en una sola línea.

Puntos de acción