INTRODUCCIÓN

DAR A LUZ EN CHILE DECIMONÓNICO

“Horrenda barbaridad: Anteanoche ha dejado de existir a la edad de 25 años la señora doña Antonia Coloma, víctima de una espantosa operación hecha por una de las tantas aprendices de matronas que pasan por tales. Se resiste la pluma a referir todo lo acontecido, pero sólo diremos que habiendo acabado esa desgraciada señora de dar a la luz un niño, había continuado sufriendo algunos dolores. La matrona para calmarlos procedió a hacer una operación tan brutal que dio por resultado la extracción de las tripas, lo cual en medio de acerbos dolores causó la más martirizada muerte de la señora Coloma. Se llamaron al instante algunos pero todo fue inútil”1.

El deceso de Antonia Coloma después de dar a luz, representa una de las formas en que muchas mujeres encontraron la muerte durante el siglo xix2. Su triste final se transformó en una noticia que, redactada por quien sólo se identificaba como “un amante de la humanidad”, remeció a la comunidad médica santiaguina. Se decía que luego de mandar llamar a algunos médicos con la esperanza de revertir el estado agónico de Antonia, sólo se encontró a Luis Lecornec quien, pese a los ruegos de los familiares, se negó a visitarla3:

“La malograda joven espiró como a la una de la tarde, a la edad de veinte y un años i meses, no obstante, los esfuerzos del señor don Santos Urmeneta que llegó poco antes de su muerte; el que puso de su parte todos los medios que le fueron posibles con el objeto de volverla a la vida: pero ya era tarde. La parte estraída del vientre estaba enteramente helada; sangre ya no tenia que derramar i por consiguiente la medicina le fue ineficaz. Pero si el contumaz Lecornec la hubiera asistido cuando se le llamó, quizás la familia no hubiera tenido que lamentar tan terrible desgracia que ha horrorizado a nuestra sociedad”4.

El artículo ilustra algunas de las circunstancias que rodeaban el proceso de dar a luz en el siglo xix y sugiere ciertas preguntas que este estudio se propone estudiar:

– Primero, Antonia Coloma fue sometida a una operación brutal que terminó con la extracción de sus órganos internos por una de las tantas aprendices de matronas que pasan por tales.

Segundo, se señalaba que la negativa del médico Lecornec de asistirla, contribuyó a que se desangrara irreversiblemente.

Aun cuando la prensa publicaba, con frecuencia, noticias como la muerte de Antonia Coloma, la mortalidad materna durante el parto o después de él no fue un tema de especial consideración en las primeras décadas del siglo xix, a diferencia de la preocupación que generaban los altos índices de la mortalidad de los recién nacidos, considerada una consecuencia de la negativa influencia de cuestiones climáticas, de la delicada conformación física de los niños y de la ignorancia que revelaban los cuidados prodigados por los padres y, especialmente, las madres. Otros estudios y opiniones prestaron atención a las condiciones y enfermedades que los fetos habían heredado antes de nacer, entre otras, la sífilis, “enfermedades tuberculosas del vientre” y la tuberculosis, como lo declaraba el médico Joaquín Zelaya5. En ocasiones, la discusión sobre la mortalidad infantil dio pie para que se prestara más atención al cuidado del embarazo y el parto. El propio Joaquín Zelaya distinguía que aquélla se producía, principalmente, como consecuencia de enfermedades de carácter hereditario y del “mal régimen de las madres durante el embarazo” que perjudicaba el desarrollo del futuro retoño: “la madre carga con la responsabilidad moral de ser ella la causa de la muerte del feto, o de dar a luz un hijo enfermo, mal conformado, débil i raquítico”6. Algunos cuidados que debían observar las mujeres en “estado interesante” eran comunes a todas las clases sociales como la vigilancia de la alimentación, la práctica de ejercicio, la vida sedentaria o las recomendaciones de evitar las “pasiones tristes i los abusos de Venus”; otros dirigidos a las clases acomodadas como la advertencia contra el uso inmoderado del corsé, la entrega a los lujos o al romanticismo que predisponían “a las mujeres a las enfermedades nerviosas”. Para las mujeres más pobres aquellas recomendaciones resultaban, evidentemente, inoficiosas, pues la pobreza de las habitaciones en que vivían, el exceso de trabajo y las privaciones materiales impedían la posibilidad de seguirlas.

La suerte de Antonia Coloma fue similar a la de numerosas mujeres de distinto origen social que encontraron la muerte durante el alumbramiento en el siglo xix y, aunque ese destino fue una preocupación de la elite y de la sociedad médica chilena, de menor tenor que la mortalidad infantil y casi ausente en las estadísticas médicas de este período –salvo las cifras relativas a la Casa de Maternidad de Santiago–, el impacto histórico, material y emocional del parto como proceso de la vida femenina y de la muerte materna durante éste no ha interesado a nuestra historiografía7. Lo cierto es que la historiografía del siglo xix chileno ha fijado su interés principal, hasta ahora, en los conflictos ideológicos republicanos, en los conflictos militares, en guerras civiles como también en la construcción de la “nación”, en la conformación socioeconómica y cultural de grupos humanos como la elite urbana, los grupos trabajadores y el “bajo pueblo”, concentrándose, particularmente, en el análisis en la población masculina que ha participado en aquellos procesos históricos. La incorporación de las mujeres como sujetos activos en dichos procesos, como en otros, ha sido interés de la producción historiográfica sólo en los últimos quince años, ampliamente citada en este estudio; ésta ha integrado paulatinamente la perspectiva de género y ha reconstruido parte de la historia social, laboral y política de las mujeres pobres, de mujeres de elites y de grupos femeninos organizados.

Dar a luz en Chile es un estudio historiográfico que se inserta en aquella producción nacional dedicada a conocer a la población femenina y que al explorar la trayectoria de la medicina chilena, en tanto conocimiento y profesión, se propone hacer una historia social del parto que nos introduce en ámbitos de la historia privada, sanitaria, médica y de las relaciones de género en el Chile decimonónico. Al estudiar la asistencia del parto en el siglo xix, se abre un camino para entender el crecimiento demográfico, fenómeno que tiene que ver con pequeñas, pero significativas transformaciones de orden económico y sanitario en este período. Respecto de las transformaciones sanitarias, las relativas a la asistencia del parto son el objetivo de estudio. Sabemos que el punto de partida del crecimiento poblacional es el nacimiento del individuo que, según la perspectiva de análisis que se privilegie, constituye un hecho de orden tanto natural como divino; al nacer una criatura se repite un acto milenario, reproductor de nuestra especie y que, al menos técnicamente, convierte a una pareja en padres. La llegada de un ser humano es precedida de un proceso fisiológico de características particulares tanto de orden biológico como emocional: el parto o el proceso de dar a luz. Este “evento biológico”8, como lo denomina la historiadora Judith Walter Leavitt, marca un momento en la vida de los padres, independiente del vínculo afectivo que desarrollen hacia el hijo; y en el caso de las mujeres, afecta de manera especial su cuerpo y las obliga a establecer relaciones con quienes las asisten en ese particular momento. Otro aspecto que dota de relevancia al parto radica en que se trata de una experiencia que, hasta el siglo xx, fue vivido por un alto porcentaje de la población femenina debido a la ausencia de métodos de control de natalidad. El embarazo y el parto son experiencias fisiológicas que alteran la vida femenina, sus cuerpos, y dotan de múltiples significados simbólicos y mandatos sociales a la condición de mujer y de madre. Son experiencias vitales que no sólo tienen un correlato biológico y no atañen, exclusivamente, a las mujeres: también reciben atención del mundo político, social y médico, están sujetas al cambio histórico y dan cuenta de la posición que las mujeres adquieren en la sociedad, las percepciones y representaciones sociales que ellas inspiraron al interior de la “medicina popular”, de la “medicina científica” y de la profesión médica y que impulsaron el desarrollo de especialidades como la obstetricia y la ginecología.

El parto de Antonia Coloma representa una parte sustantiva de la historia de la población femenina, de la asistencia a la que aquéllas recurrían o accedían en ese crucial momento de sus vidas y ofrece pistas respecto de la experiencia de la maternidad en la sociedad decimonónica chilena. Es preciso no olvidar que dar a luz, particularmente hasta el siglo xix, era una experiencia que se asociaba a la mortalidad materna, producto de peligrosas hemorragias y de epidemias puerperales, y a la mortalidad infantil. Ambas muertes, de la madre y del hijo, fundamentaron discursos de fuerte influencia en la vida familiar, en el deseo de descendencia y en las actitudes ante la muerte de la sociedad en su conjunto. Por estas razones, la asistencia sanitaria del parto se convirtió en una creciente preocupación social y, particularmente, médica en el Chile de la segunda mitad del siglo xix. Procesos históricos convergentes como el sistemático cuestionamiento al antiguo protagonismo de las parteras desde la sociedad colonial, exponentes de la denominada ciencia de hembra, para ser reemplazadas por las primeras matronas “examinadas” egresadas del Colegio de Obstetricia; el interés de la medicina universitaria en privilegiar la participación de incipientes “tocólogos” en la atención del parto complicado y la institucionalización del servicio de asistencia obstétrica de la Casa de Maternidad de Santiago se cuentan entre los hechos más emblemáticos. Como se puede presumir, el sello predominante de las transformaciones en la asistencia del parto durante el período provino de la medicina universitaria, de los proyectos sanitarios que se inspiraron en sus principios y de la intención de socavar la supremacía de la medicina popular en aquella asistencia. La vocación de la medicina “científica” era formar galenos y revertir la mortandad poblacional, especialmente la vinculada a enfermedades epidémicas. La medicina decimonónica, a través de la formalización de los estudios universitarios y de la consolidación de un campo de acción, se dotó a sí misma de un proyecto profesional que pretendía cubrir, con límites importantes, la asistencia del parto. Aquella incipiente asistencia estaba inspirada en dos procesos sinérgicos: aumentar el control científico de las variables fisiológicas relacionadas al parto y reducir al mínimo aquéllas que lo vinculaban a aspectos folclóricos o a prácticas médicas populares.

Hasta aquí, la historia asistencial del parto que presentamos tiene como clave principal la confrontación entre la vigencia de una antigua medicina popular y la vocación de poder de una emergente medicina universitaria. Se trataría entonces de la historia del desprestigio y marginación de un conocimiento –“vulgar”– y la superposición de otro –“científico”–, un ejemplo más de la clásica tensión decimonónica entre civilización y barbarie, una expresión más de los procesos de modernización que preocupan a la comunidad historiográfica nacional. No obstante, los cambios asistenciales del parto vinculados a la hegemonía de un conocimiento científico por sobre uno vulgar tiene un fuerte componente de género. Para nadie es desconocido que la asistencia del parto era una experiencia vivida sólo entre mujeres, parturientas y parteras, representantes estas últimas de la ciencia de hembra durante el siglo xix. La incorporación de mujeres entrenadas formalmente para asistir el parto, las matronas, y la eventual participación de médicos alteraron ese carácter casi exclusivamente femenino de la atención del parto; asimismo las atribuciones de género de la ciencia practicada por las parteras y, la ciencia de los médicos, se connotaron de calificaciones simbólicas jerárquicas y desiguales reconocibles socialmente desde el siglo xviii. Por tanto, atender al género de los protagonistas humanos, parteras, parturientas, matronas y médicos, representantes cada cual de la ciencia de hembra y de la medicina científica/obstétrica, complejizan la historia de la asistencia del parto a tal punto que si se prescinde de este componente, nuestra investigación sólo sería un capítulo más de la historia de la medicina popular y de la medicina científica en el Chile decimonónico. Bajo un análisis de género, es posible comprender más cabalmente la asistencia del parto como un hecho social en el que no sólo intervienen los conocimientos técnicos y profesionales, o los avances tecnológicos, sino, también, las imágenes sexuales que culturalmente construimos en torno a ellos e inmersas en un orden de género. En ese sentido, al estudiar la asistencia del parto considerando las relaciones de género que en él se configuraban, se contribuye a una comprensión integral de un hecho social con enormes implicancias no sólo para la población femenina sino para la sociedad chilena en su conjunto.

Considerando entonces tanto la variable conocimiento como la de género para el estudio de la asistencia del parto y de las transformaciones que experimenta en la segunda mitad del siglo xix, esta investigación se propone entender parte de la historia de las mujeres, de la historia social de la medicina popular y de la medicina científica como también reconocer y comprender las relaciones de género que caracterizaron los vínculos entre parturientas, parteras, matronas y médicos. Es así que este estudio se inserta en la historia de la medicina popular cuando se dedica a entender la ciencia de hembra practicada por las parteras; en la historia de la “medicina científica” y de una especialidad médica cuando revisa la evolución de la obstetricia local; en la historia de la profesión médica y paramédica cuando da cuenta de la trayectoria de los primeros obstetras y de la transición de la partera a la matrona; y en la historia sanitaria institucional cuando registra el desarrollo técnico de la Casa de Maternidad de Santiago.

Debate historiográfico

Dar a luz es una experiencia femenina que, mirada desde una perspectiva histórica, permite entender el lugar de las mujeres en la sociedad y el mandato universal de la maternidad como clave primigenia de la vida femenina y de su naturalización. Por tales razones, la mayoría de los estudios relacionados con la asistencia del parto y a las transformaciones que la afectan, tiene su origen en corrientes historiográficas dedicadas a la historia de las mujeres y de la medicina obstétrica, y que, de manera particular, recogen en su análisis la perspectiva feminista y, más recientemente, la perspectiva de género, connotando al parto como un espacio privilegiado para entender las históricas relaciones de poder entre hombres y mujeres.

El oficio de la partera, empírica o práctica, experimentó un creciente desprecio de la comunidad científica desde el siglo xviii en Europa convirtiéndose, para la historiografía feminista de la década de 19709, en la figura que encarnó la resistencia femenina consciente frente al omnipotente poder masculino de los médicos. Aquella historiografía reparaba en la estratégica atención que suscitó el cuerpo femenino en la medicina moderna, atención que se convirtió en un tópico de investigación crucial que aportaba evidencias respecto de su construcción social. No obstante, esta producción historiográfica se atrincheró en una postura, a mi juicio, más dogmática que comprensiva, que presentaba a las mujeres en general como víctimas de la ciencia y, en particular, de la medicina y de quienes la ejercían. Por una parte, el poder de las parteras, su conocimiento ancestral y la comprensión del parto como un evento por antonomasia femenino y, por otra, la “apropiación” de los médicos del conocimiento tradicional de las parteras, la voluntad de aquéllos de dominar la asistencia a las parturientas y de subordinar a las matronas, nuevos agentes sanitarios que ellos mismos comienzan a entrenar, se transformaron en íconos, en fetiches argumentativos de la manida historia de la lucha entre los sexos, donde la victimización y la dominación eran sus rasgos más distintivos.

Desde hace aproximadamente veinte años, esta tendencia historiográfica ha sido cuestionada y criticada, principalmente, porque desde que se ha incluido con mayor precisión al género como categoría de análisis, y no al sexo, las evidencias de la historia del parto y su asistencia dan cuenta de que la supuesta “guerra de los sexos” es una forma caricaturesca de entender un proceso más complejo. La inclusión de la perspectiva de género aporta elementos que explican algunos fenómenos sociales y simbólicos que sostienen las transformaciones de la asistencia del parto; al reconocer que las relaciones de poder entre los géneros que en ella se dan, impulsaron, sostuvieron, modificaron y consolidaron determinadas connotaciones al trabajo de parteras, matronas y médicos. Si bien el género ha puesto de relieve que el sexo de quienes asistían a las parturientas es un punto importante, su mayor aporte es que ha permitido visualizar las atribuciones y valoraciones sociales, plenas de jerarquía y desigualdad, con las que se que caracterizó la asistencia ancestral provista por las parteras y la asistencia médico-científica, provista por médicos. Desde el siglo xviii, el desprestigio de la asistencia de la partera se tradujo en la atribución a su saber de cualidades negativas como la ignorancia y la impureza que se asociaban crecientemente a las mujeres pobres, principales poseedoras del oficio y, al mismo tiempo, la acreditación de la asistencia médica en el parto o, al menos, la supervisión médica del quehacer de la partera, connotó su saber de cualidades positivas como idoneidad y eficacia ligadas a la “ciencia”, concepto asociado ineludiblemente a la masculinidad. Estos vínculos determinaron el lugar de influencia y la vigencia de la asistencia del parto provista por unas y otros, trazando, desde el siglo xviii, una historia que, si bien tiene un componente de confrontación también, como lo enseñan las investigaciones más recientes, da cuenta de la existencia de más procesos de colaboración de los que usualmente se tenía noción.

Por otra parte, los estudios históricos de género han incursionado en un relato que da testimonio de que las relaciones entre parturientas y médicos, o la simbólica entrada del hombre médico a la habitación de la futura madre, al menos en el siglo xix, no se debe entender únicamente como una imposición de la medicina, sino, además, como una muestra de la preferencia de muchas mujeres por la atención de aquéllos, en particular, cuando su presencia se vinculaba al acceso de un conocimiento y de técnicas que podían hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

La historiografía que propone estos análisis, especialmente europea y estadounidense, se ha preocupado por documentar la experiencia del parto prestando especial atención en las parturientas. Pero también ha fijado su mirada en la medicina popular practicada por las parteras, principales asistentes del parto hasta la instrucción formal de matronas y médicos obstetras; se ha interesado en la comunidad médica universitaria vinculada al desarrollo de la obstetricia; y también ha estudiado los intereses del Estado y de la beneficencia privada cuando atiende a la evolución de los recintos sanitarios dedicados específicamente a la atención maternal. En su conjunto, la investigación de estos agentes y procesos ha privilegiado el estudio de la formalización, profesionalización e institucionalización de la asistencia obstétrica universitaria y, paralelamente, ha dado cuenta del paulatino menoscabo que experimentó el protagonismo de las parteras10. Según estos estudios, el parto fue un proceso fisiológico que las mujeres pasaron mayoritariamente en sus propias casas hasta fines del siglo xviii, auxiliadas por parteras y, ocasionalmente, por médicos cuando el parto presentaba complicaciones y existían las condiciones económicas para solventar ese gasto. Hasta que el ejercicio obstétrico exhibió progresos relevantes en la Europa del siglo xix, la medicina formal de esos años no ofrecía, comparativamente, mayores beneficios que la provista por las “empíricas”. Incluso, los médicos, salvo aquéllos que atendían a mujeres de grupos sociales acomodados, no manifestaban un interés particular por la atención de los partos tanto por razones de orden económico como por el escaso prestigio que la dedicación a esta especialidad reportaba. A fines del siglo xviii, el médico incursiona en esta especialidad y reemplaza, ocasionalmente, a la comadrona en altos círculos sociales europeos; al siglo siguiente un mayor número de mujeres de clase media, si podían permitírselo, los requerían durante sus partos11. Paralelamente, el progresivo entrenamiento de matronas en maternidades europeas, especialmente las francesas, dio paso a la incorporación de este nuevo agente sanitario femenino diferente a la partera tradicional. Es así que desde fines del siglo xix, matronas y médicos obstetras ocuparon un sitial relevante en la asistencia del parto domiciliario en Europa y Estados Unidos. Para el siglo siguiente los estudios concentran su atención en la transición del parto domiciliario al hospitalario.

En el caso latinoamericano, los estudios relacionados con esta materia no son abundantes; la mayor parte de la información citada en esta investigación sobre la actividad obstétrica se encuentra dispersa en historias generales de la medicina continental, la que destina un lugar importante al análisis de la formación universitaria de esta especialidad y tiende a la descalificación permanente del trabajo de las parteras12. Los escasos estudios historiográficos que recogen la perspectiva de género, citados en este estudio, específicamente se dedican al examen de materias como la formación de médicos obstetras y matronas para el caso mexicano y brasileño. Notable es el estudio de la historiadora brasileña Lucía Mott, que constituye una referencia imprescindible por la cercanía geográfica y cultural al caso chileno, respecto de la formación de las matronas13.

En Chile, la historia del parto en el siglo xix no ha sido objeto de un estudio específico hasta ahora. La bibliografía que se vincula a esta temática es aquélla que incursiona en la historia de la Medicina, de la salud pública, de instituciones hospitalarias y de beneficencia y la trayectoria profesional de algunos médicos14. Respecto a la evolución de la obstetricia y a su derrotero universitario-institucional, el estudio más importante, hasta ahora, pertenece al destacado erudito y médico Enrique Laval, que ocupa un lugar relevante como inspiración inicial de esta tesis15. En él estudia y alaba la formalización de la obstetricia universitaria, el quehacer y legado de los primeros docentes de esta especialidad, destacando su labor en la Casa de Maternidad de Santiago. No obstante, prácticamente están ausentes las referencias a las parturientas y a los efectos en ellas de los incipientes cambios asistenciales del parto y es sintomático su desprecio a la labor de las parteras que hace extensivo, salvo excepciones, a las matronas examinadas. Escrito hace más de cuarenta años, su estudio se interesa casi exclusivamente en avalar el progreso y la tenacidad de la profesión médica decimonónica.

Pese a estas reflexiones, su trabajo inspiró de manera crucial mi preocupación histórica por la asistencia del parto. Además, estimuló la discusión sobre cómo el dar a luz en Chile dejaba de ser un “acto natural” –usual denominación que recibía el parto estrictamente entregado a las fuerzas y voluntad de la naturaleza en el siglo xix– para convertirse, de forma paulatina, en un acto fisiológico susceptible de ser intervenido tanto humana como mecánicamente; este proceso era coherente con los primeros signos de la transición asistencial que el parto experimentaba desde fines del siglo xviii en Europa. Aunque el ejercicio de la partería o matronería estuvo mayoritariamente en manos de “empíricas” durante la centuria, el parto dejaba de ser una experiencia que la futura madre compartía exclusivamente con las parteras16. Como lo deja entrever Enrique Laval, la entrada de médicos y matronas “examinadas” a la atención obstétrica, durante la segunda mitad del siglo xix, aumentó las alternativas sanitarias de este significativo acontecimiento en la vida de las mujeres y estimuló el reemplazo paulatino de las prácticas médico-asistenciales populares por las de carácter formal. Es aquí donde se registra el origen y la incipiente trayectoria de cambios sustanciales en la asistencia del parto que lo condujeron hacia su creciente “medicalización”. Estos cambios se resumen en tres procesos históricos que esta investigación examina: el desarrollo de la obstetricia formal y la participación masculina en su ejercicio; la transición de la partera a la “matrona examinada” y la conversión de un oficio tradicional en una futura profesión; y la evolución y transformación de la Casa de Maternidad en un recinto clínico y de entrenamiento médico durante la segunda mitad del siglo xix.

Pese a estos procesos, todo indica que la asistencia de los partos en términos cuantitativos siguió, preponderantemente, en manos femeninas durante esta centuria, específicamente en manos de parteras y en especial en zonas rurales, evidenciando de este modo que se trataba de una práctica de larga duración cuyos orígenes se encuentran en el período colonial y que fue reconocida como el soporte del desarrollo de una “ciencia de hembra”17. No obstante, esta larga trayectoria, y conservando un singular valor y demanda en el ámbito privado, hacia fines del siglo aparecen signos de cierto desprecio público hacia las parteras entre círculos médicos. Evidentemente, la hegemonía de las parteras comenzaba a debilitarse a partir del entrenamiento de nuevos agentes sanitarios, obstetras o accoucheurs y matronas examinadas. Esa fractura es el eje de la transición que da título a este estudio: de la “ciencia de hembra” a la “medicina obstétrica”, fijando su atención en este momento fundacional que sienta las bases del tránsito desde una histórica competencia entregada a las parteras en la asistencia de la futura madre a la paulatina hegemonía de médicos y matronas. La formación universitaria de los primeros y la instrucción formal de las segundas, si bien no se tradujo en que sus primeras generaciones atenderían la totalidad de los partos del país, constituyeron las bases de un incipiente proceso de profesionalización y especialización apoyado por el Estado y las Juntas de Beneficencia que favoreció por distintas vías el cuidado prodigado a las parturientas, especialmente de las más pobres, constituyéndose en un estratégico antecedente de las futuras políticas relacionadas a la protección sanitaria de la maternidad del siglo xx.

La profesionalización médica es un aspecto relevante en los cambios asistenciales que experimentó el parto, sin embargo, ello no significó que los médicos de esta época le dedicaron un especial interés, a excepción de algunos como Lorenzo Sazié, Adolfo Murillo y otros; en contraste, la instrucción de las matronas era un adiestramiento exclusivo para la atención de esta demanda sanitaria.

La transición de la partera a la matrona, que la profesionalización médica condujo, es el segundo proceso histórico que este estudio aborda. La distinción semántica de partera y matrona distinguió la clase de servicio que unas y otras ofrecían; la primera un conocimiento empírico, adquirido gracias a la sola observación y experiencia, y la segunda un conocimiento obtenido por la asistencia a un curso formal que contemplaba la aprobación tanto de una parte teórica como práctica. Hasta ahora las funciones que ambas cumplieron en una comunidad, su influencia en tan importantes aspectos como el demográfico y el sanitario, la historia de sus representantes y de las tareas que cumplieron no han sido objeto de análisis histórico particular en Chile. La formación de las primeras matronas examinadas tuvo su punto de partida en los cursos dictados por Lorenzo Sazié en la sala maternal de la Casa de Huérfanos de Santiago en 1834, y representa el paso inicial hacia la creciente profesionalización de la asistencia del parto en el domicilio, ámbito donde se concentró mayoritariamente su campo de acción durante el siglo xix y parte del siglo xx18. El número de las que accedieron a esa preparación creció, y, aunque no fue abrumadoramente significativo, la aparición de esta nueva “profesional” introdujo límites y variaciones a la oferta obstétrica circunscribiéndolas, legal y exclusivamente, a la asistencia del parto normal. Algunos documentos institucionales y conmemorativos de la carrera de obstetricia y puericultura consideran que ese primer curso fue el punto de partida de esta profesión en el país19. Sin embargo, la historia de los esfuerzos por dotar de estudios formales a estas mujeres y la trayectoria laboral seguida por algunas de ellas, antes de la transformación efectiva de esta actividad en una profesión universitaria, hablan de un proceso colmado de obstáculos, interrupciones y desafíos, y lejos estaría la hipótesis de que ese primer curso las dotó de una profesión reconocida y respetada. En la historia de la formación de las matronas se suele mencionar y elogiar la labor docente de médicos como Lorenzo Sazié en el primer curso en 1834, seguida por la de médicos como Alcibíades Vicencio hacia fines del siglo xix, y de Javier Rodríguez Barros y Raúl García Valenzuela en el siglo xx20. Pero la historia de este oficio no se reduce sólo a lo que estos médicos hicieron por ella.

El tercer proceso histórico que se analiza es la historia de una institución que se transformó en el recinto inicial del entrenamiento de médicos y matronas, la Casa de Maternidad de Santiago, que encuentra su primer antecedente histórico en la sala maternal alojada en la Casa de Expósitos o de Huérfanos, fue uno de los establecimientos más emblemáticos de los administrados por la Junta de Beneficencia de la capital. Su creación da cuenta de los primeros pasos hacia el entrenamiento clínico, la protección de la maternidad de las mujeres más pobres y la incorporación de este tipo de asistencia a un recinto que, por definición, tenía por fin cuidar de quienes no podían hacerlo por sí mismos.

Al abordar estos tres procesos históricos, Dar a luz en Chile espera contribuir a la comprensión de la asistencia del parto como un hecho social y escenario emblemático para el conocimiento de la historia de las mujeres, en su calidad de parturientas, de la historia de la medicina popular y científica ejercida por hombres (médicos) y mujeres (parteras y matronas), y de las relaciones de género del Chile decimonónico.

Fuentes y estructura

Las fuentes utilizadas en esta investigación, en su mayoría se concentran en la documentación producida por la comunidad médica del siglo xix publicada tanto en los AUCh, en la RMCh y, en menor proporción, en la RChH. Se trata de artículos, monografías, discursos de incorporación a la Facultad de Medicina de la universidad y tesis para optar al grado de licenciado, muchas de ellas, inéditas. Obviamente, estas fuentes concentran preferentemente antecedentes y reflexiones científicas, sin embargo, entregan información de carácter social que, aunque escasa, resulta útil para los interesados en hacer una historia de la salud, de la Medicina y de los asistidos por ella. Para el caso de la asistencia del parto, aportan datos, mezquinos por cierto, de quienes eran las parturientas asistidas y los tratamientos emprendidos. Más abundantes son, desde la perspectiva de la Medicina, los aspectos que ilustran las representaciones, la medicalización del cuerpo femenino y la inscripción de aquél en el mandato social de la reproducción. Algunas fichas clínicas y documentos revisados incluyen testimonios sobre la experiencia del parto que enseñan similitudes y diferencias entre mujeres de diversa condición social. Sin embargo, el balance de aquellos testimonios es deficitario en número respecto de los médicos y matronas y desigual respecto a la variedad de parturientas.

Un comentario particular merece la ficha clínica, dado el abundante uso que hacemos de ella en esta investigación. Si bien los fines de este documento eran el diagnóstico de las patologías y el tratamiento terapéutico que se aplicaba para eliminarlas, la inclusión de algunos rasgos socioeconómicos de las parturientas y de comentarios personales de los médicos que las escribían las transforman en fuentes de especial valor para el conocimiento de aspectos culturales de la vida femenina. Las fichas más usadas son las reunidas a partir de la revisión de los boletines estadísticos y de la Revista clínica de la Casa de Maternidad de Santiago, publicados periódicamente en la RMCh de crucial importancia para la reconstrucción de la actividad de esta institución y, como dijimos antes, para dar cuenta parcialmente del perfil social de las asistidas. Para este último aspecto contamos, además, con la revisión de una muestra aleatoria de certificados de nacimiento de 1885, pese a todas las dificultades institucionales que revistió su examen en el Archivo del Subdepartamento del Registro Civil de Santiago.

Un lugar clave ocupa la información provista por los fondos del Archivo del Tribunal del Protomedicato, custodiado por el Museo Nacional de Medicina “Enrique Laval”, que no sólo agrupa documentación relacionada a la actividad de este organismo sino, también, entre otros temas, al quehacer de la Facultad de Medicina, la actividad médica obstétrica privada, los tratamientos equivocados y las reacciones ante desenlaces de partos complicados. Valiosa también es la información relacionada a la escuela de matronas, el ejercicio de las tituladas y de las que ejercían sin contar con la debida licencia. Una de las particularidades de este archivo es la inclusión, en una modalidad única, de los distintos protagonistas involucrados en la asistencia de los partos del siglo xix; parteras, parturientas, matronas y médicos aparecen retratados en situaciones de orden tan privado como lo era la asistencia del parto en el domicilio. Sus voces se despliegan, ciertamente de forma más equilibrada respecto de las mencionadas publicaciones científicas, aportando aspectos sociales y materiales más ricos, pues no sólo son presentados por los médicos. Se trata de una fuente que recoge testimonios en primera persona del quehacer de las parteras y de las emociones y decisiones de las parturientas y sus familias.

El resto de las fuentes son las usuales en una investigación histórica del siglo xix chileno. La dimensión cuantitativa de algunos procesos la aportan, pese a sus conocidas limitaciones, los anuarios estadísticos y censos; la intervención del Estado es conocida a través del Archivo del Ministerio del Interior, las memorias anuales de dicho organismo y los boletines de decretos y leyes; la supervisión privada de los establecimientos de la beneficencia, en especial de la Casa de Maternidad, es revisada en las memorias de la Junta de Beneficencia de Santiago. El uso de la prensa se limita, fundamentalmente, a la revisión de los anuncios de matronas con el objetivo de conocer aspectos de la oferta que aquéllas brindaban en el Santiago de la segunda mitad del siglo xix.

El libro se divide en tres partes:

– La parte i, Parturientas, parteras y médicos: del parto natural al parto obstétrico, da cuenta de las características generales de la asistencia obstétrica en manos de las parteras, entrega pistas acerca del trabajo que hacían, las redes que establecían, su lugar en la medicina popular decimonónica y los conflictos que generó el interés por regular la actividad que realizaban. Los capítulos: Obstetricia universitaria, siglo xix: formalización y género; La ciencia del parto: lección y práctica obstétrica decimonónica y Partos labroriosos: responsabilidad obstétrica y mala praxis informan la manera en que el parto, un “acto natural” o fenómeno fisiológico natural, se transforma en una experiencia posible de intervenir manual y quirúrgicamente por un nuevo e incipiente especialista: el obstetra o tocólogo. Se examinan los primeros pasos de la enseñanza universitaria de esta especialidad, la trayectoria de algunos obstetras como Lorenzo Sazié, que ilustran la pionera participación masculina en la asistencia del parto. Las historias clínicas recogidas nos introducen en la atmósfera que rodeaba a los partos complicados, en los cuales madres e hijos resistían las más dantescas intervenciones, desafiando prolongadas y dolorosas jornadas de trabajo de parto que, casi siempre, terminaban con la muerte de unas u otros. También dan cuenta de los diversos tratamientos, el diagnóstico de patologías, la aplicación de maniobras e intervenciones y el combate de la fiebre puerperal tanto en la asistencia privada como en la Casa de Maternidad.

– La parte ii: De partera a matrona, sigue la pista a las mujeres que tomaron la decisión de estudiar este oficio bajo el esquema diseñado por la comunidad médica universitaria, sin dejar de lado la estrecha relación que tuvieron con quienes lo ejercían prescindiendo de esa preparación. El capítulo: Instruir matronas: proyecto pionero de instrucción sanitaria femenina 1834-1900 revisa este proyecto de educación sanitaria femenina, pionero de todos los oficios paramédicos, que ve nacer los primeros cursos dirigidos a la formación “científica” de las matronas, ofrece pistas de quiénes accedieron a esos cursos y analiza la trayectoria institucional de este proyecto educativo. El capítulo: El oficio de matrona: volumen, clientela, diferenciación examina algunas características y regulaciones de este oficio, la coexistencia y trayectoria profesional de parteras y matronas, los principales hitos de la transición y el valor de su contribución a las primeras transformaciones materiales de la asistencia del parto. También se analizan aspectos relativos al ejercicio privado de este oficio, la legislación que reguló su actividad, la ambigua y conflictiva relación con las parteras no “certificadas” y la relación desarrollada con las parturientas y las familias a las que atendían.

El cuidado del parto no constituyó un tipo de asistencia habitual ni regular en los hospitales del país sino, por el contrario, una atención excepcional que sólo se tornó significativa en volumen después de 1920.

– La parte iii: Asistencia hospitalaria femenina y del parto, revisa las características generales que enmarcaron y dieron sentido a la emergente asistencia hospitalaria del parto de fines del siglo xix. El capítulo: Hospitales y dispensarías: enfermas y parturientas ofrece una mirada general a los establecimientos hospitalarios de la beneficencia y constata que la atención hospitalaria dirigida a la población femenina fue cuantitativamente menor en cobertura y cualitativamente diferente a la masculina, en contraste a la ofrecida por las dispensarías durante el siglo xix. Se examinan, brevemente, algunos antecedentes respecto de la escasa atención hospitalaria del parto y de las primeras secciones de maternidad fundadas en provincias, para luego ofrecer un análisis más detenido del funcionamiento del hospital de mujeres San Francisco de Borja de Santiago. Finalmente, los capítulos: Casa de Huérfanos de Santiago: un refugio de parturientas pobres, 1831-1875 y Casa de Maternidad de Santiago: caridad y obstetricia, 1875-1900 se concentran en la trayectoria histórica de la Casa de Maternidad de la capital, desde la fundación de la pequeña sala maternal en la antigua Casa de Huérfanos en 1831 hasta fines del siglo xix. El establecimiento alcanzó un reconocido prestigio entre la comunidad médica y la Junta de Beneficencia de Santiago gracias al progreso de los tratamientos médicos implementados, la infraestructura disponible y su exitosa gestión. Los primeros años de la sala de parturientas de la Casa de Huérfanos de Santiago ilustran la confusa delimitación entre su misión final y de quienes debían dirigirla: religiosas, médicos, administradores. Después de su refundación en 1875, junto al edificio del hospital San Borja, se inicia el recorrido de la transición respecto de la naturaleza institucional de un recinto de asistencia de parturientas: de asilo a centro de atención sanitaria específica y entrenamiento clínico, caso que constituye un hito de las transformaciones de los establecimientos de la “beneficencia” decimonónicos que prefigura parte de lo que serán estos en el siglo siguiente.