Auto-geografías

María José Navia

1

Los va contando de a uno para que no se le pierdan.

Uno en la rodilla izquierda (morado, pero no duele tanto); uno debajo de una costilla (algo verdoso, duele un poco más); varios en los brazos (que disimula bajo las mangas de la camisa) y un par de tajos en la espalda.

Los tirones de oreja no puede contarlos.

Fueron muchos.

Ni las veces que lo dejaron encerrado en el laboratorio de química.

Quince en total. Moretones, como le dicen en Chile. Cardenales, como se usa en España. Aunque a Ramiro la expresión le causa gracia; le recuerda a los pájaros.

Pero estos cardenales no salen volando… por mucho que él lo intente. Hay que esconderlos por días, semanas incluso.

Estos pájaros duelen.

2

El pincel duda, se detiene.

El cuerpo se sobrecoge frente al contacto, el frío de la pintura, la vergüenza de saberse desnudo. El pincel pinta regiones, voluptuosidades.

Y no hay nadie en casa.

Nadie, eso es, excepto Sofía y Mariana.

Lo primero que pinta es la barriga, agrandándose mes a mes y hoy llegando a gigantescas proporciones. Podrán hablarle mucho de las bondades de la maternidad pero lo cierto es que, para Sofía, su vientre se ha convertido en un planeta extraño, que parece crecer a pesar suyo y de sus deseos. Quiere a ese hijo, por cierto, más de lo que puede expresar. Pero su cuerpo parece separarse de ella con el paso de los días, adquiriendo una vida distinta, conformando un universo diferente.

(Extranjero).

El pincel cruza fronteras.

Y el silencio es perfecto.

El pincel desciende por sus pechos sin prisa y ella piensa en Alejandro que no llega.

En Alejandro y sus aeropuertos en miniatura. En sus llegadas y salidas. En sus destinos.

3

Las malas noticias no se escuchan con los oídos. Las malas noticias se escuchan con todo el cuerpo.

Las malas noticias nunca se escuchan a la primera.

El oído, los miembros, deben reacomodarse, hacer una pausa mientras incorporan la tragedia a su sistema.

Ella escuchó la noticia muchas veces en un par de segundos, las palabras rebotando de un lado a otro de la sala a la que había corrido a contestar el teléfono.

El cuerpo aún entumecido.

4

Alejandro diseña el aeropuerto para una ciudad perdida. Se pasa noches en vela en frente de la pantalla del computador, conjurando pasillos, mesones, zonas de descanso. A veces trae a casa alguna de las maquetas y la observa por horas. Lentamente, los planos y miniaturas van invadiendo el pequeño apartamento que comparten con Sofía y su hijo.

A veces, cuando él no está en casa, Sofía también las observa. Pasea sus dedos por salas de espera pequeñitas y golpea, al pasar, un ascensor o escalera mecánica. Luego la vuelve a su lugar.

La primera vez que Sofía estuvo en un aeropuerto fue para viajar rumbo a Alejandro (aunque en ese momento, ella no podía saberlo). Luego, para viajar rumbo a Chile.

Dos aeropuertos.

Y uno que estaba devorando lentamente su casa.

5

¿Quién nos mintió tanto? ¿Quién nos dijo que las historias tenían un principio, un medio y un final? ¿Quién nos mintió tanto?

Es lo que piensa ella mientras busca las palabras para dar la noticia. Sabe que las causas y efectos jamás lograrán calzar del todo.

Por mucho que lo intente.

Una tragedia nunca puede contarse en orden; las piezas se desbaratan unas a otras; una tragedia no acepta ni respeta fronteras; lo invade todo, lo ensucia todo con su amargura de brea.

Una tragedia puede leerse en el orden que uno quiera.

Siempre duele.

6

Ramiro camina a una distancia prudente de Alejandro; como si hubiese una línea invisible que los separara. Un silencio inevitable. Ramiro intenta disimular su cojera (debida a una caída de las escaleras nada de voluntaria), Alejandro trata de encontrar un tema de conversación.

Ambos fracasan en el intento.

Le dicen que habla raro; se burlan de su acento. Se burlan de (admiran en secreto) la belleza de su madre, su idioma que también va saliendo a tropezones de su boca; rengueando.

7

Mariana toma fotografías del cuerpo de Sofía. Ella sonríe. Lleva meses hablando un idioma que no le corresponde, con una corrección de libro de texto; un idioma rígido que hace ruido, que golpea. Alejandro se encierra en su mutismo. Desde que se instalaron en el país (en su país, piensa Sofía, con insistencia) Alejandro ha ido perdiendo las palabras.

8

El protocolo indica que hay que consultarle a un psicólogo. Ella debe asegurarse de que todo siga su orden.

Respira profundo antes de coger el teléfono.

9

Los va contando de a uno para que no se le pierdan.

Los va contando mientras se acerca a su sala de clase.

Los repite en su memoria. Puede sentirlos, bajo la ropa, sin necesidad de mirarlos.

Con el tiempo, ha aprendido a ser invisible; a caminar por los pasillos menos transitados del colegio, a respirar con menos frecuencia para no hacer ruido. Ha aprendido a desvanecerse de la memoria de sus compañeros, incluso, quienes no recuerdan si Ramiro ha estado presente o no en clase.

Las profesoras deben obligarlo a hablar. Y la voz sale de sus labios como una disculpa.

Su voz con ese acento indisimulable, como una cicatriz de lado a lado de su rostro.

Su madre espera a un nuevo hijo y la situación lo incomoda. Tal vez porque ninguno de sus padres parece querer hablar del tema. Alejandro apenas lo menciona y su madre se observa por horas al espejo como incapaz de creerlo.

Ramiro también pasa horas observándose al espejo. También se siente un extranjero de su cuerpo.

Los va contando de a uno para que no se le pierdan.

10

Alejandro conoció a Sofía en Madrid. Griega de paso por España, luego detenida en ese país por tiempo indefinido. Ambos extraños, perdidos. Se la había llevado a su país, como extranjera. Con un hijo pequeño que se paseaba entre dos lenguas, como cruzando un frágil puente colgante.

En los aeropuertos, todas las señales vienen en varios idiomas.

Pero nunca en el idioma de Sofía.

11

Lo encontraron. Lo van a encontrar. Lo encuentran.

Los tiempos verbales se confunden.

(Sin embargo, la noticia es la misma).

12

Mariana había insistido en pintarla.

Tal vez así volvería a sentirse en casa. En casa en su propio cuerpo.

Había llegado bien temprano con sus pinturas y su cámara de fotos. Su vecina desde hace meses. La pintora que le dedicara más de una sonrisa frente a su timidez y silencio.

Mariana había insistido en pintarla. Y a Sofía no le había quedado más que aceptar.

Un día en que Ramiro estuviera en la escuela y Alejandro llegara tarde a casa.

El pincel se pasea por su cuerpo sin pedir permiso, con una sutil violencia.

Sofía cierra los ojos.

13

Cuando Ramiro habla en clase, el aire de la sala se detiene. Se vuelve espeso. Y sus palabras lo atraviesan con torpeza.

No importa que la respuesta sea correcta, que los números for-men impecables una ecuación, sus palabras van cayendo en el piso, haciéndose añicos, poniéndolo en evidencia.

Al salir de clase, tres chicos se le acercan. Tres, como en los cuentos de hadas. Tres cerditos, tres pruebas, tres deseos.

Y Ramiro sólo atina a morderse los labios y esperar que todo pase pronto.

14

Sentados frente a la mesa, Sofía, Ramiro y Alejandro evitan sus miradas. Ella intenta indagar sobre el día de su hijo, le pregunta si tiene tarea, si hay algo en lo que pueda ayudarlo.

Ramiro no contesta, o deja escapar un monosílabo antes de que la cuchara traiga la sopa a su boca. Sofía entonces sonríe a Alejandro, le toma una mano que no responde, unos ojos que se pierden en el brillo del tenedor, en el reflejo de su rostro en la copa que se encuentra frente a él.

Sofía pasea la mano sobre su vientre.

Espera sentir un movimiento.

(Algo).

Pero nada pasa.

15

No, nunca les había dicho nada.

No, nunca habían tenido ninguna sospecha,

Un niño algo tímido, como tantos.

Nada más.

Nada grave.

16

La ciudad se le hace inmensa e intenta recorrerla con Ramiro en los días que se siente bien. Se pierden por las calles; pueden quedarse por horas contemplando algún cuadro en un museo, pero nunca hablan con nadie.

La madre ensaya el idioma con su hijo. Que apenas responde.

La distancia es inmensa.

Y Sofía le toma la mano para cruzar la calle.

17

De noche, en la cama, Alejandro se acerca con cautela al cuerpo de Sofía. Lo acaricia con miedo, como si fuera a quebrarse de improviso.

Puede sentir su tristeza, que la impregna, que la invade.

Alejandro la besa. La besa para no tener que pronunciar palabra.

18

Los otros niños no vieron nada.

19

Los va contando de a uno, para que no se le pierdan.

20

En el aeropuerto de Alejandro los pasajeros pueden acceder al mundo con libertad, a su antojo. Los pasillos son blancos, los techos, las sillas.

Un aeropuerto como un silencio perfecto.

Que lleva a todas partes y a ninguna a la vez.

21

El teléfono suena.

Alejandro no lo escucha, ocupado como está en hacer los últimos ajustes a un plano.

Sofía lo ignora, distraída como está, mientras Mariana pasea los pinceles por su cuerpo.

22

Los cuenta de a uno para que no vayan a perdérsele.

Son quince, en total.

Los tirones de oreja no puede contarlos. Fueron muchos.

Ni las veces que lo dejaron encerrado en el laboratorio de química.

Esta es la tercera vez en la semana. Ya golpeó las puertas del salón, ya gritó (aunque duda de que las palabras hayan salido, efectivamente, de su boca).

Observa los microscopios, los posters con información en las paredes. La tabla periódica.

Los químicos junto a la ventana, de luminosos colores.

23

Ella escucha el teléfono discar, escucha los diferentes pitidos.

Las palabras se preparan en su boca. Los sustantivos, los adjetivos, los tiempos verbales.

Afuera de la ventana de su oficina, los niños se pasean nerviosos.

24

Alejandro regresa, regresará, regresó a casa.

Sofía se levantará, se levantó, se levanta rumbo al teléfono que lleva un buen rato sonando con insistencia.

25

Las malas noticias no se escuchan con los oídos. Las malas noticias se escuchan con todo el cuerpo.

Las palabras se instalan en las manos, los ojos, el corazón. Palabras difíciles (de ésas que hay que buscar en el diccionario). Palabras como “ingestión”, como “tóxicos”. Verbos como “lamentar” y “sentir”. Adjetivos como “terrible” e “inesperado”.

No, las malas noticias no se escuchan con los oídos.

La tragedia lo invade todo, lo ensucia todo, con su amargura de brea.

26

Alejandro, Sofía y Ramiro esperan en un aeropuerto. Vuelan a Chile y el nombre propio trae a ellos distintos ecos, distintas evocaciones.

Sofía, Ramiro y Alejandro están en un aeropuerto. Sofía espera a un nuevo hijo. Pero ella todavía no lo sabe.

Los tres sonríen nerviosos.

Es tiempo de embarcar.

Ramiro, Sofía y Alejandro cogen sus maletas y avanzan rumbo a la puerta de embarque.

Quito, 2012.