
En el torreón ya está todo dispuesto para el Ritual. Un pentagrama pintado con tiza decora el suelo, con una vela negra alzándose en cada uno de sus extremos. En el centro hay una mesita de madera sin patas, cubierta por una tela de terciopelo violeta, sobre la que descansan un cuenco con agua, un athame, flores secas, una rosa, incienso, sal, una campana y más cirios, esta vez de color blanco.
Mis hermanas se sientan alrededor del altar mientras Hikari se apoya en el alféizar de la ventana circular y echa un vistazo a través de ella. Como muestra de respeto, ha dejado la espada fuera, y ahora se toquetea el hombro como si le faltara algo. Yo, por mi parte, me dedico a encender las velas con la punta de mis dedos.
Cuando termino, me siento con ellas. Las tres nos cogemos de las manos y cerramos los ojos para relajarnos.
—Concedámonos un momento para meditar —dice Rhiannon como si fuera una maestra de ceremonias.
Contengo la risa. Normalmente, la ceremonia la inicia mamá y, por el tono solemne de Rhiannon, parece que le está gustando ocupar su lugar.
—Hoy tenemos la tarea de asegurarnos de que los mundos siguen separados, de que la línea entre humanos y demonios se mantiene firme. No podemos tomárnoslo a broma —aunque tenga los ojos cerrados, sé que Rhiannon me está hablando a mí.
Aprieto su mano y respiro hondo, intentando apartar el nerviosismo y centrarme en la tarea. Vale, nada de bromas. Lo prometo. Aspiro el aroma del incienso que acabo de quemar y me concentro en calmar mi respiración. La magia flota en el ambiente mientras nos relajamos. El reloj de péndulo del salón da las doce. Debemos comenzar el Ritual.
—Podéis abrir los ojos.
Obedecemos. Rhiannon agarra el athame del altar, una pequeña daga plateada decorada con runas wiccanas. Acerca el cuchillo al pecho de Circe.
—Es mejor que te claves esta daga que entrar a este Ritual con miedo en tu corazón.
—Mis hermanas están conmigo. Mi corazón es fuerte —responde ella.
Después repite lo mismo conmigo, y yo respondo con las mismas palabras. Tras esto, agarra el incienso y lo mueve en círculos suaves, de izquierda a derecha.
—Saludamos a los elementos que conforman este mundo. En esta larga noche, en la que conmemoramos la victoria del bien sobre el mal, ¡escuchadnos!
—¡Escuchadnos! —repetimos.
—Ayudadnos a reforzar el sello que separa ambos mundos. ¡Ayudadnos!
—¡Ayudadnos!
—Elementos del aire, otorgadnos vuestra sabiduría. Noscere.
—Noscere.
Rhiannon deposita el incienso sobre el altar. El ambiente se ha cargado aún más de energía, puedo sentirla en la punta de los dedos y sobre la nuca. Rhiannon eleva el cuenco de agua sobre su cabeza.
—Elementos del agua, bendecidnos con vuestro valor. Audere.
—Audere.
Al devolverlo a su sitio, el agua empieza a burbujear. Rhiannon pasa la mano sobre las llamas de las velas.
—Elementos del fuego, permitid que nuestro deseo se vuelva tan fuerte como el vuestro. Velle.
—Velle.
La llama de las velas se eleva, volviéndose aún más brillante. Siento que algo tira de mí; cada una de nosotras se conecta más con el elemento al que pertenece. Un calor reconfortante me inunda el pecho.
—Elementos de la tierra —y, al decir esto, mi hermana toca la campana, que emite una nota aguda. Tras unos segundos, sigue sonando como si hubiera quedado suspendida en el aire—, haced que caiga el silencio. Tacere.
—Tacere.
A nuestro alrededor, todo se ha vuelto negro. Solo estamos las tres, nuestras caras iluminadas por la luz espectral de las velas. Rhiannon vuelve a darnos las manos y el círculo se cierra.
—Hoy somos tres, pero la cuarta aún es joven. Que los elementos permitan que su energía fluya hacia nosotras.
Siento la caricia de una mano fría que se une a la ceremonia.
—Debemos pronunciar el hechizo —dice Rhiannon mientras nos aprieta las manos.
Circe y yo asentimos. Respiramos tres veces, y después comenzamos a recitar al unísono:
—Aire, agua, fuego, tierra y espíritu. Elementos que conforman el mundo, reforzad el sello sagrado. Separad aquello que nunca debió estar junto. Dividid el bien del mal, mantened el equilibrio. Aire, agua, fuego, tierra y espíritu. Prestad atención a nuestro humilde llamado.
Nos agarramos aún más fuerte y esperamos unos segundos. En el centro del círculo se dibuja una fina línea compuesta por luz y oscuridad. Es una grieta, un resquebrajamiento entre las dimensiones que, de no ser por el Ritual, terminaría haciéndose más grande. Nuestro hechizo ayudará a que desaparezca, por lo menos durante un año más. «Será así hasta que pase un cuarto de siglo y el Velo se cierre por completo», es lo que pronosticó la abuela.
Tras unos momentos, la grieta se estabiliza y se vuelve un poco más pequeña. Rhiannon nos mira a Circe y a mí y asiente. Hay que repetir el salmo hasta que la fisura se cierre por completo.
—Puedo ofrecerte aquello que deseas —murmura una tétrica voz. Circe se sobresalta y la agarro más fuerte de la mano.
—Solo ignóralos —le susurro.
—Descendientes de Ahinoam, ¿acaso teméis al poder? —Esta vez ha sido una voz distinta.
Frunzo el ceño.
—Aire, ag...
—¡¡Deteneos!!
Una ráfaga de aire se eleva y me revuelve el pelo. Me estremezco, pero recupero la compostura rápidamente.
—Sigue, Rhiannon —murmuro intentando sonar tranquila.
Las voces suenan tan... claras. Nítidas. Es casi como si los demonios estuvieran aquí, entre nosotras, cuando normalmente son solo susurros lejanos.
Pero eso no debe alterarnos.
—¡Deteneos! —vuelven a gritar las voces.
—Aire, agua, fuego, tierra y espíritu —comienza, de nuevo, Rhiannon. Esta vez su voz es más firme.
Esto es lo mismo de todos los años. No hay nada que temer.
Estoy a punto de unirme al cántico cuando, sobre el altar, distingo que las sombras que pugnan por atravesar la brecha están tomando forma. Por un momento pierdo la concentración, intrigada. La oscuridad se amontona, se convierte en una nube gris que se retuerce. Una nube que se asemeja a un rostro.
Rhiannon me aprieta la mano y me mira con reproche. Quiero obedecerla y seguir recitando, pero entonces lo veo.
—¿Quiénes sois? —pregunta el rostro de sombras.
Nos hemos olvidado del salmo. Ya nadie recita el hechizo. Circe tira de nuestras manos, alterada. Rhiannon está pálida. Yo empiezo a temblar.
—¿Qué pasa? —pregunta Circe.
—No puede ser —digo yo.
—¡Es solo un engaño! —grita Rhiannon—. ¡Seguid!
A nuestro alrededor se ha levantado un remolino de viento, y la electricidad estática me eriza el vello de la nuca. Nuestra demora está provocando que los elementos se vuelvan inestables. O cerramos la brecha ya, o las cosas se van a complicar.
Y, sin embargo, no puedo reaccionar, porque el rostro que se dibuja ante mí...
—¡Rhiannon, Ember! —chilla Circe.
—¿Rhiannon? —repite el rostro, al que parecen haberle crecido brazos y torso—. ¿Ember?
Me quedo en blanco.
Esa cara... la he visto cientos de veces.
La he visto en los álbumes de fotos de mamá.
—Aire, agua, fuego, tierra y espíritu —Rhiannon está gritando, pero yo no puedo moverme—. Elementos que conforman el mundo, reforzad el sello sagrado... ¡Ember, recita el salmo, joder!
El mundo gira a toda velocidad y yo solo puedo mirar al hombre hecho de sombras, como cuando era pequeña y giraba en el tiovivo de la feria, pero me negaba a perder de vista a mi madre.
Un destello escarlata.
Dos brasas naranjas que me observan desde lejos.
Un pozo oscuro, intenso como el azabache.
Un rayo púrpura.
Una chispa de fuego.
Una luna roja.
Las alas amarillas de una mariposa.
Lentamente, el rostro conformado por sombras se gira hacia mí. Reprimo un gemido.
Cuando me reconoce, la sombra susurra mi nombre.
«Ember, soy papá...».
No. No puede ser él.
Los demonios han debido de escucharme, han debido de oír lo que dije mientras ascendíamos al torreón.
Mi padre está muerto. Bael lo asesinó.
Su cuerpo reposa en la Ciudad Roja.
Es lo que me dijo mi madre. Es lo que me dijo mi abuela.
El desconcierto deja paso a algo más profundo. Algo que me quema por dentro, las cenizas de un sentimiento enterrado que se transforman en brasas. Esperanza.
Rhiannon chilla. Una corriente eléctrica me roza el brazo, provocándome una pequeña descarga que me arranca un alarido. El viento es tan fuerte que tengo que entrecerrar los ojos, y las flores secas salen volando. Las voces de los demonios se vuelven más fuertes.
—Soy yo —exclama la voz de mi padre—. Estoy vivo. ¡Liberadme!
El hombre hecho de sombras tiende una mano hacia mí. Sigue hablando, pero no le escucho. Las lágrimas se agolpan en mis ojos y noto que la voz de mi hermana pequeña me llama.
Estoy a punto de levantar la mano cuando noto que algo afilado se me clava en el cuello.
—Terminad el Ritual —ordena Hikari, amenazándome con su espada maldita.
—¡No puedes entrar dentro del círculo! —le grita Rhiannon.
Pero Hikari acerca aún más su espada, y yo me tiro al suelo para alejar mi piel de la hoja, soltando la mano de mis hermanas. Hemos roto la conexión. Desde mi posición, apoyada sobre los codos, observo que mi padre —si es que realmente es él, si es que no estoy alucinando— sigue con la mano tendida hacia mí, y ahora parece más real que nunca. Dentro del torreón se ha levantado un vendaval tan fuerte que apenas se puede distinguir nada. La corriente dispara rayos en todas direcciones, las luces de las velas se han convertido en un torbellino de fuego y el agua del cuenco se ha desbordado, inundando la mesa. Las voces de los demonios ya no solo gritan, aúllan como chacales.
El Ritual está a punto de cerrarse, incompleto. Comprendo, entonces, que ya no importa lo que hagamos y, sin pensarlo, aprovecho que Hikari se agacha para protegerse de una llamarada del fuego, y no puede reaccionar, para agarrar la mano de mi padre, tirando de él hacia nuestro mundo.
Las voces de los demonios se convierten en una sola.
«El pacto ha sido realizado», sentencian.
Un escalofrío recorre mi piel, pero no tengo tiempo para arrepentirme de lo que he hecho. La fuerza del vendaval se concentra sobre nosotras, lanzándonos por el aire. Choco contra la pared y caigo bruscamente sobre el parqué de madera, al igual que lo han hecho Hikari y mis hermanas. Intento levantarme, pero mi cuerpo cede.
Me duele muchísimo la cabeza.
Busco a tientas al hombre que he salvado, tendido a mi lado. Antes de perder la conciencia, pongo mi mano sobre la suya, y me asusto al darme cuenta de que es una mano real.
«¿Qué se supone que he... hech...?»
«¿Qué... he... he...?»
Después, todo se vuelve negro.