1 Partes de la gramática. Unidades fundamentales del análisis gramatical

1.1 Introducción

1.2 Clases de gramática. Características generales de esta obra

1.3 Unidades y niveles de análisis. Primera aproximación

1.4 Unidades fonéticas y fonológicas

1.5 Unidades morfológicas (I). Morfología flexiva y morfología léxica

1.6 Unidades morfológicas (II). Morfología sincrónica y diacrónica. Opacidad y transparencia

1.7 Unidades morfológicas (III). Sus relaciones con las fonológicas

1.8 Unidades morfológicas (IV). Sus relaciones con las sintácticas

1.9 Unidades sintácticas (I). Clases de palabras. Criterios de clasificación

1.10 Unidades sintácticas (II). Expresiones lexicalizadas y semilexicalizadas

1.11 Unidades sintácticas (III). Sintagmas

1.12 Unidades sintácticas (IV). Funciones

1.13 Unidades sintácticas (V). Oraciones y enunciados

Bibliografía complementaria

1.1 Introducción

El término gramática es utilizado hoy en varios sentidos, de los cuales interesan aquí especialmente dos. En el más estricto, la gramática es la parte de la lingüística que estudia la estructura de las palabras, las formas en que estas se organizan y se combinan, así como los significados a los que tales combinaciones dan lugar. En el más amplio, la gramática comprende, además de todo lo anterior, el análisis de los sonidos del habla, que corresponde a la fonética, y el de su organización lingüística, en tanto entidades con capacidad para distinguir significados, que compete a la fonología. En el primero de los dos sentidos mencionados, la gramática se divide en dos subdisciplinas: la morfología, que se ocupa de la estructura de las palabras, su constitución interna y sus variaciones, y la sintaxis, a la que corresponde el análisis de la forma en que se combinan y se disponen linealmente, así como el de los sintagmas que forman. Como se acaba de señalar, también es objeto de la gramática el estudio de los significados de todas las expresiones complejas así constituidas. La duplicidad de sentidos a la que se alude al comienzo de este apartado se refleja en el hecho de que unas veces se usa el término gramática para hacer referencia a todas las disciplinas mencionadas, mientras que en otras ocasiones este término designa solo el conjunto formado por la morfología y la sintaxis.

Además de una parte de la lingüística, el término gramática designa una obra de análisis gramatical, de forma similar a como el término diccionario designa cierto tipo de obra en la que se describe el léxico. Las informaciones que analizan la gramática y el diccionario constituyen los dos pilares fundamentales del idioma. El diccionario presenta el significado de las palabras en cada una de sus acepciones y proporciona asimismo algunas informaciones acerca de su funcionamiento gramatical. La gramática es, fundamentalmente, una disciplina combinatoria, puesto que estudia la forma en que se encadenan las palabras, así como las relaciones internas que se establecen entre los elementos que las componen. Así pues, la gramática no puede presentarse —frente al diccionario— como una lista o una relación de unidades que se describen de manera individual, ya que constituye un conjunto de pautas, esquemas, reglas y principios articulados que se relacionan entre sí de manera sistemática y, a menudo, compleja.

Como se indicó, el estudio del significado no es ajeno a la gramática. La disciplina que analiza el significado, llamada semántica, no constituye, sin embargo, una parte de la gramática paralela a la morfología y a la sintaxis, ya que el estudio de los significados no afecta únicamente a cierto tipo de segmentos, sino a gran número de categorías y de relaciones en el dominio de la sintaxis, así como —aunque en menor medida— en el de la morfología. El lector de esta gramática encontrará, por tanto, múltiples referencias a los significados de las combinaciones de palabras en todos los capítulos de sintaxis de esta obra. También encontrará numerosas referencias a la significación de los morfemas en los capítulos de morfología, pero no hallará una sección que reciba el nombre de semántica.

La semántica léxica o lexicología estudia las formas en que se organizan los significados lingüísticos, tengan o no consecuencias gramaticales. La lexicología constituye uno de los apoyos fundamentales de la lexicografía, disciplina que se ocupa de la confección de diccionarios y otros repertorios léxicos. Estas ramas de la lingüística no forman, por tanto, parte de la gramática. No obstante, en la actualidad, varias escuelas y corrientes lingüísticas incorporan al análisis gramatical diversos aspectos de la semántica léxica o lexicología que resultan pertinentes para explicar la combinatoria de las palabras. Como se verá en los capítulos 12, 13 y 23, así como en casi todos los apartados del bloque dedicado a las funciones sintácticas en esta obra (capítulos 33-40), las clases semánticas en las que se agrupan los verbos, los sustantivos y los adjetivos condicionan gran parte de su sintaxis. Aunque se reconoce en la actualidad que la relación entre el léxico y la sintaxis es sumamente estrecha, muchos estudiosos suelen dejar en el terreno de la lexicología el estudio de los aspectos del léxico que no tienen consecuencias sintácticas inmediatas (sinonimia, antonimia y otras relaciones léxicas, ciertos campos semánticos, etc.). El análisis de la relación que existe entre la gramática y el léxico presenta hoy muy notables avances, especialmente en lo relativo al estudio de las unidades que se introducen en los § 1.8, 1.11 y 1.12. Existe, finalmente, una rama de la semántica estrechamente vinculada con la gramática. La llamada semántica composicional estudia el significado lingüístico que no procede tanto de las unidades léxicas, entendidas de forma aislada, como de su interacción en la sintaxis. Entre las numerosas cuestiones que pueden abordarse como parte de la sintaxis o como parte de la semántica composicional están las funciones informativas (capítulo 40), el ámbito de los cuantificadores (capítulo 20), las relaciones anafóricas (§ 16.4-6) o la interpretación de las palabras negativas (capítulo 48).

Se suele llamar pragmática a la disciplina que estudia el lenguaje en su relación con las situaciones comunicativas y analiza los fenómenos léxicos y gramaticales en función de las intenciones de los interlocutores y de su conocimiento de las circunstancias externas al contenido de los mensajes. Corresponde también a esta disciplina analizar las formas en que se transmiten y se interpretan las informaciones verbales no codificadas lingüísticamente, así como la posible pertinencia lingüística de otros datos, como los relativos a la identificación de los interlocutores o al momento y al lugar en que se emiten los mensajes. Suele decirse que la pragmática estudia el uso de los recursos idiomáticos, mientras que la gramática se centra más bien en la constitución interna de los mensajes, en los significados que expresan y en el sistema que permite formarlos e interpretarlos. Aun así, las consideraciones pragmáticas se hacen necesarias en la descripción de numerosos aspectos de la gramática. El lector lo podrá comprobar en muchos capítulos (en especial en los números 14, 15, 17, 30, 32, 40, 42, 46 y 47, pero también en otros). A lo largo de esta obra se muestra que son muy numerosas las pautas gramaticales en las que se complementan mutuamente las informaciones relativas a la estructura, el significado y el uso.

Forma asimismo parte de la gramática el estudio de las relaciones interoracionales que garantizan la coherencia y la cohesión de los mensajes y de sus segmentos constitutivos, así como las inferencias a las que dan lugar en función de las piezas léxicas y las estructuras sintácticas que se elijan. Los factores de naturaleza discursiva aportan informaciones procedentes del contexto lingüístico o extralingüístico que resultan necesarias para dar sentido a cada fragmento lingüístico. Estos factores se entrecruzan con los puramente gramaticales en el establecimiento del antecedente de ciertos pronombres (capítulos 16 y 17), en la interpretación de los artículos (capítulos 14 y 15) y de los elementos deícticos (§ 17.1), en el orden de los constituyentes oracionales (capítulo 40), en el uso de los conectores discursivos (§ 30.12 y ss.) y en la interpretación de la elipsis (capítulos 14 y 16-21), entre otros casos. Por todo ello, la sintaxis del discurso suele verse hoy simultáneamente como una rama de la pragmática y como una parte de la sintaxis, en el sentido amplio que cabe dar a esta última disciplina. Las denominadas gramáticas del texto o gramáticas del discurso recubren, por lo general, esos mismos contenidos, a los que añaden el análisis de las presuposiciones y de otros fenómenos estrechamente vinculados con el trasfondo informativo y cultural de los interlocutores.

Como en el caso de la semántica, no se asigna a la pragmática el estatuto que corresponde a las tres partes de la gramática que se introdujeron arriba (fonética-fonología, morfología y sintaxis). Las consideraciones semánticas y pragmáticas son necesarias al analizar casi todas las unidades gramaticales en alguno de sus múltiples aspectos: artículos, demostrativos, atributos, adverbios, tiempos verbales u oraciones subordinadas, entre otras muchas. Las partes de la gramática se configuran en la tradición gramatical en función de la manera en que se organizan los segmentos lingüísticos que las caracterizan en los diversos niveles de análisis lingüístico. Así pues, el estudio de la forma en que se usan y se interpretan las nociones mencionadas es tarea inexcusable de la gramática, pero no constituye una parte de esta disciplina, en el sentido estricto en que se usa el concepto ‘parte de la gramática’ en la lingüística general contemporánea. Se ha señalado repetidamente que la partición de la gramática en tres disciplinas (fonética-fonología, morfología, sintaxis), aquí aceptada, no debe ocultar que existen zonas de transición entre ellas, así como algunos cruces, solapamientos o traslapes parciales en determinados ámbitos. Se exponen de forma sucinta algunas de esas zonas de confluencia en la somera descripción de las unidades fundamentales que se presentan en las restantes secciones de este capítulo.

1.2 Clases de gramática. Características generales de esta obra

Atendiendo a los diferentes enfoques y objetivos con que pueden ser estudiados los fenómenos lingüísticos, se distinguen varios tipos o clases de gramática. Así, cabe analizar los sistemas lingüísticos tal como se presentan en un momento determinado de su historia, o bien el modo en que evolucionan a lo largo de cierto período o de la historia de la lengua en su conjunto. Se llama gramática histórica o diacrónica la que traza el origen y la evolución de las estructuras gramaticales de un idioma. La gramática histórica estudia, por tanto, la forma en que se modifican las características gramaticales de una lengua, así como las causas que provocan tales alteraciones. La gramática sincrónica analiza un estadio en la vida de un idioma, a menudo el actual, pero también el correspondiente a algún período anterior que se desee aislar por razones metodológicas.

Desde el punto de vista de los objetivos que persigue el análisis gramatical, y de los fundamentos en los que se apoya, la gramática admite otras divisiones. Se llama gramática descriptiva la que presenta las propiedades de las unidades gramaticales en cada uno de los niveles de análisis mencionados arriba (fonética y fonología, morfología, sintaxis). Se llama gramática normativa la que establece los usos que se consideran correctos en la lengua culta de una comunidad, a menudo con el respaldo de alguna institución a la que se reconoce autoridad para fijarlos. Si se considera el marco conceptual o doctrinal en el que se acomete el estudio, cabe hacer otras divisiones. Suele utilizarse el término gramática tradicional para designar la que se basa en el conjunto de distinciones que se remontan a la tradición latina y griega y que —ampliadas o modificadas en la Edad Media, el Renacimiento o la Ilustración— han llegado en alguna de sus formas hasta la actualidad. Solo en algunas gramáticas tradicionales puede decirse que predomina la finalidad normativa o prescriptiva sobre la puramente analítica. Se denomina gramática teórica la que se fundamenta en una determinada teoría gramatical, generalmente contemporánea, como son las gramáticas de orientación estructural, cognitiva, funcional o generativa. El objetivo de la gramática teórica es doble: por una parte, intenta mejorar el conocimiento del idioma con recursos analíticos que se pretenden más apropiados que los propuestos por otras teorías; por otro lado, aspira a desarrollar la teoría misma a través del estudio detallado de una o varias lenguas, o bien de la comparación entre ellas. Se consideran antecedentes de las gramáticas teóricas actuales las antiguas gramáticas filosóficas, que analizaban la estructura del idioma a partir de algún sistema conceptual de alcance mayor y no exclusivo del estudio del lenguaje, normalmente referido a la lógica o a la epistemología.

Son muchas las orientaciones teóricas que se reconocen en la gramática moderna. Las gramáticas de base funcional conceden especial relevancia a la relación que existe entre la estructura sintáctica de los mensajes y la intención comunicativa de los hablantes. Aun así, algunos autores usan el término funcional para aludir a la naturaleza básica de las funciones sintácticas (§ 1.12), y a veces también las semánticas, que se postulan como unidades fundamentales del análisis, así como a los paradigmas a los que estas unidades dan lugar. La gramática cognitiva se basa en la idea de que el sistema lingüístico proporciona diversas maneras de conceptualizar la realidad, todas ellas desarrolladas a partir de la experiencia, de la cultura y de los mecanismos generales de la cognición humana. En las gramáticas de orientación formal cobra mayor importancia la constitución interna de las estructuras sintácticas, así como la posición de los elementos que las componen. Se diferencian fundamentalmente de las orientaciones funcionales en que estas últimas otorgan mayor importancia a la función que contraen los elementos lingüísticos que a su estructura y disposición internas. También se llaman gramáticas formales las que presentan sus análisis formalizados mediante un lenguaje lógico o matemático, unas veces vinculado a la tradición filosófica de los siglos xix y xx, y otras ideado en función de posibles desarrollos aplicados. En el sentido más estricto, debe tenerse en cuenta que la formalización de una disciplina es relativamente independiente de sus contenidos. Existen hoy, en efecto, diversos tipos de semántica y pragmática formales. Las gramáticas funcionales no suelen ser formales, pero no hay —en principio— contradicción inherente entre sus unidades de análisis y el lenguaje característico de los análisis formalizados.

Algunas de las gramáticas formales a las que se aludió en el apartado precedente son gramáticas aplicadas, generalmente al estudio del procesamiento del lenguaje natural realizado con diversos medios computacionales. Otras veces, los análisis formales desarrollan diversos sistemas de cálculo lógico o matemático cuyo interés es más teórico que aplicado. Son asimismo gramáticas aplicadas las que se destinan al estudio del idioma como primera o segunda lengua, para lo que pueden basarse en modelos de orientación funcional, cognitiva, formal o de otro tipo. Parecida finalidad tienen muchas de las llamadas gramáticas contrastivas. Estas últimas comparan las estructuras de varios idiomas —con frecuencia de dos— con propósitos muchas veces didácticos, aunque algunas lo hacen con fines descriptivos o de otro tipo. Aunque el término gramática comparada sugiere un contenido similar al anterior, es habitual entre los lingüistas reservarlo para el análisis histórico y tipológico de las lenguas, así como para designar la disciplina que estudia la reconstrucción parcial de algunos estadios lingüísticos que permiten explicar la actual agrupación de las familias lingüísticas conocidas.

Se suele aceptar en la actualidad que varias de las distinciones establecidas en los apartados anteriores presentan límites difusos. Así, el análisis histórico debe abordar la estructura gramatical de las palabras o de las construcciones cuya evolución se desea trazar, pero dicha tarea exige unidades propias de la gramática sincrónica. A su vez, esta última necesita a menudo hacer referencia al origen de las construcciones que analiza, puesto que no es infrecuente hallar en su historia algunos indicios de los rasgos fundamentales que permiten describirlas. La gramática descriptiva presenta las características de cada construcción, pero lo hace con unidades que proceden necesariamente de alguna tradición o de alguna teoría, de las que no puede separarse de manera radical. Del mismo modo, la gramática teórica no puede omitir la descripción; es decir, la presentación pormenorizada de las propiedades objetivas de las estructuras propuestas, incluso si no es este su fin último. Las gramáticas formales ofrecen asimismo el resultado de algún análisis teórico. En último término, las gramáticas normativas son también, en gran medida, gramáticas descriptivas, ya que los aspectos gramaticales sujetos a regulación normativa constituyen solo una parte del conjunto de estructuras que caracterizan una lengua. Los fenómenos gramaticales pueden estudiarse, además, desde otros muchos puntos de vista, entre los que están el sociolingüístico, el dialectal, el tipológico o el psicolingüístico, varios de los cuales admiten a su vez subdivisiones en función de diversas escuelas, métodos o unidades de análisis.

El uso de diversas fuentes de datos permite clasificar las gramáticas con otros criterios. Los datos obtenidos pueden proceder de los usos atestiguados (escritos u orales; literarios, periodísticos, etc.) o bien de la introspección del gramático o de los hablantes consultados por él. Muchas gramáticas clásicas y contemporáneas combinan estas dos fuentes de datos, tal como hace esta misma obra. Numerosos estudios de variación lingüística —sean gramaticales o léxicos— están basados en encuestas realizadas de manera orientada a partir de cuestionarios. Se apoyan fundamentalmente, por tanto, en la introspección de los hablantes consultados. Otros estudios se llevan a cabo con datos obtenidos espontáneamente y registrados por el investigador, sea con medios técnicos o sin ellos. Algunos, por último, se basan casi exclusivamente en fuentes escritas, literarias o no. En los estudios psicolingüísticos contemporáneos es habitual obtener los datos de estadísticas elaboradas a partir de experimentos dirigidos. Se llama corpus lingüístico al conjunto de datos registrados, procedentes de la lengua escrita o de la oral, en el que se apoya una investigación. En la actualidad se usa más frecuentemente este término para designar el conjunto de datos producidos de manera no orientada (es decir, sin la existencia de cuestionarios previos), lo que suele excluir aquellos construidos a partir de la introspección del gramático y convalidados por él o por sus informantes.

La legitimidad de cada una de las fuentes de datos mencionadas es motivo frecuente de debate entre los lingüistas contemporáneos que pertenecen a escuelas diferentes, enraizadas en tradiciones igualmente diversas. En esta obra se combinarán los datos obtenidos de fuentes escritas u orales con los procedentes de la introspección. Varios de los gramáticos más reconocidos en la tradición gramatical hispánica siguieron este mismo principio metodológico. Los recursos técnicos facilitan en la actualidad la obtención de datos gramaticales, sea cual sea el destino que se les quiera dar en la investigación teórica o en la aplicada.

La valoración de los datos gramaticales se distingue de su simple obtención. Desde el primer punto de vista, los datos gramaticales están sujetos a juicios que permiten interpretarlos. En las investigaciones basadas en corpus, suele constituir un criterio habitual la frecuencia de aparición de las formas lingüísticas que se analizan, sean voces o construcciones. Está igualmente basada en la valoración de los datos la distinción, hoy general en la lingüística moderna, entre la gramaticalidad de una construcción y su corrección idiomática. La primera noción designa la medida en que la construcción se ajusta o no al sistema gramatical de la lengua en un momento determinado, según el parecer de los hablantes nativos. Las construcciones que se ajustan al sistema gramatical del español (en algunas de sus variantes) se denominan habitualmente construcciones gramaticales y no llevan marca tipográfica alguna. Las secuencias irregulares que se consideran externas a las pautas del sistema gramatical porque infringen algún principio de su estructura se suelen llamar construcciones agramaticales. Así, la oración No lo vio es gramatical frente a la variante Lo no vio, que es agramatical en el español actual. Las secuencias agramaticales se marcarán en esta obra con un asterisco (*), como suele hacerse hoy en los estudios de gramática. Las construcciones agramaticales no están atestiguadas (en las interpretaciones pertinentes), y son rechazadas, además, por los hablantes nativos a los que se les proponen, ya que contradicen, como se acaba de explicar, algún principio, alguna regla o alguna otra pauta sistemática de la gramática española.

Se consideran secuencias semigramaticales o de dudosa gramaticalidad aquellas que muchos hablantes nativos sienten como agramaticales, pero otros —al menos marginalmente— consideran posibles, sin que ello se deba necesariamente a diferencias relativas a la distribución dialectal. Esta divergencia se pone de manifiesto en el hecho de que se atestiguan más o menos episódicamente en las bases de datos. Así, los hablantes suelen considerar muy forzado, o muy poco natural, el sintagma nominal el agua como término de la preposición entre (como en Lo encontramos entre el agua, en ausencia de coordinación), donde la preposición entre contrasta fuertemente con la preposición en. A pesar de este juicio objetivo, tal combinación se documenta esporádicamente en los textos. Se entenderá aquí, en consecuencia, que puede considerarse una secuencia semigramatical. Las secuencias semigramaticales se han interpretado también como estructuras objetivamente inestables en el sistema lingüístico. Suelen marcarse tipográficamente con un doble signo de interrogación volado (??), que solo se empleará esporádicamente en la presente obra. El concepto de ‘semigramaticalidad’ pone de manifiesto que la noción misma de ‘gramaticalidad’ constituye en ocasiones un concepto gradual, lo que ha recibido diversas interpretaciones desde el punto de vista cognitivo. Otros investigadores han sostenido —en contra del punto de vista que aquí se defenderá— que estos hechos invalidan la introspección como fuente de datos gramaticales, y también que solo deben validarse aquellos que han sido atestiguados (sea en la lengua oral o en la escrita), además de filtrados por un análisis estadístico.

Se utilizará ocasionalmente en el texto el signo # para marcar que una secuencia gramatical resulta contextualmente inadecuada o inapropiada en la interpretación que requiere el entorno discursivo inmediato. Así, la oración A Juan lo vi ayer es gramatical, pero a la vez resulta inapropiada como respuesta a la pregunta ¿A quién viste ayer?, de modo que le corresponde el signo # en ese contexto particular. En el capítulo 40 se analizan otros muchos casos similares.

La identificación de las secuencias como gramaticales, agramaticales, semigramaticales o contextualmente inapropiadas constituye un recurso heurístico habitual en casi todas las orientaciones de la lingüística sincrónica moderna, ya que permite restringir y delimitar las propiedades de las palabras y de las pautas sintácticas en las que aparecen.

Frente a la gramaticalidad, la corrección idiomática representa un factor de valoración social (§ 1.2k). Permite distinguir las secuencias atestiguadas que se usan en la expresión cuidada de las que no se consideran recomendables, ya que carecen de prestigio y están sujetas a una valoración social negativa desde la perspectiva de la norma. Las secuencias consideradas incorrectas no se marcan en esta gramática con asterisco (puesto que están atestiguadas) ni con ningún otro signo, sino que se enjuician en función de su adecuación normativa, a veces cambiante. Así, oraciones como Te devuelvo el libro porque ya le he leído y La escribí una carta, ejemplifican respectivamente el leísmo de cosa (§ 16.8c) y el laísmo (§ 16.10a), fenómenos bastante extendidos en algunas zonas de España. No son propios de la lengua culta, pero lo fueron en algunas etapas de su evolución. Se consideran hoy incorrectos y se recomienda evitarlos, pero no son agramaticales para los hablantes en los que se atestiguan. Como se señala en el § 1.2k, la valoración social de ciertas construcciones puede no ser coincidente en todas las áreas lingüísticas. Este hecho conduce de forma natural a interpretar la norma como un concepto policéntrico, ya que no se puede presentar el español de una determinada comunidad como modelo panhispánico homogéneo.

Aunque de manera necesariamente simplificada, en esta obra se procura atender a las diversas formas de variación, que se describen de modo somero más adelante (§ 1.2k). La presente gramática del español está concebida, por tanto, como obra a la vez descriptiva y normativa. Trata de describir las variantes gramaticales que se tienen por generales en el mundo hispanohablante, pero aborda también el estudio de las variantes morfológicas y sintácticas que pueden considerarse correctas en una determinada comunidad, aun cuando no coincidan por completo con las opciones predominantes en otras zonas.

Se suele denominar lengua estándar el modelo que se toma como referencia en la educación y en los medios de comunicación. A pesar de que no existe un español estándar único, en el sentido de una sola lengua culta y uniformada que todos los hispanohablantes compartan, el grado de cohesión y homogeneidad del español actual es muy elevado, especialmente en los registros formales. A lo largo de los capítulos de la gramática podrá comprobarse que el porcentaje de estructuras gramaticales comunes a todos los hispanohablantes es, en efecto, muy alto. Además de en la fonética, la mayor variación se localiza en las opciones a las que da lugar la formación de palabras, es decir, la parte de la gramática más próxima al estudio del léxico.

La descripción gramatical que se presenta en esta gramática combina, como se mencionó en el § 1.2f, los datos atestiguados y los obtenidos de la introspección del lingüista. Los primeros proceden en su mayoría de obras literarias, pero se recurre asimismo a textos ensayísticos, periodísticos y —en menor medida— a algunos de procedencia oral. Los segundos están también contrastados y pueden pertenecer al español general —entendido como el sistema (o el conjunto de sistemas) común a todas las variedades geográficas o sociales del español— o bien a alguna variedad geográfica o social particular, que se especificará en cada caso concreto. La mayor parte de los textos citados pertenecen a los siglos xx y xxi, aunque también son numerosos los ejemplos de otras épocas. Se aducen estos últimos para ilustrar fenómenos que se atestiguan en varias etapas de la historia del español, así como para ejemplificar algunas construcciones sintácticas en las que resulta conveniente agregar al análisis sincrónico ciertas informaciones relativas a su historia. Cuando resulta necesario, se distingue entre español medieval (siglos xi-xiv), preclásico (xv), clásico (xvi-xvii), moderno (xviii-xix) y contemporáneo (xx-xxi), aun cuando estas separaciones cronológicas son necesariamente imprecisas. En ocasiones se hablará únicamente de español antiguo para aludir a opciones lingüísticas no registradas en el español de hoy. Tal como se explica en el prólogo, los ejemplos antiguos no preceden necesariamente a los modernos en los grupos de textos citados cuando las construcciones que se ilustran exigen otra ordenación.

La presente gramática procura ser, además, sensible a la variación geográfica. Si bien no puede precisar la distribución de cada fenómeno como lo haría un tratado de dialectología, sí se hace referencia a las distintas variedades dialectales, y también a las diferentes variantes que un elemento lingüístico adopta según el lugar en el que se emplea. Se diferencia, por tanto, entre las pautas morfológicas y sintácticas que pertenecen al español general y las que se emplean únicamente en alguna variedad. Como el concepto de dialecto recibe hoy generalmente una interpretación negativa para muchos hablantes, no se usará en el texto de esta gramática para identificar variantes gramaticales de ningún tipo.

Mientras que en las obras dialectológicas se procura que la caracterización geográfica de cada fenómeno mencionado sea lo más exacta posible, en las gramaticales se pone mayor énfasis en la descripción de las pautas morfológicas y sintácticas a las que esas opciones corresponden, así como en los diversos factores que permiten relacionar de modo objetivo la forma con el sentido. Aun así, en esta obra se procura precisar en cada caso de qué variedades geográficas son propios aquellos fenómenos que no pertenecen al español general.

Tal como se señaló en el § 1.2i, la presente gramática está concebida como obra a la vez descriptiva y normativa. Al incluir consideraciones normativas, tiene en cuenta la valoración social (y, en general, el prestigio o el desprestigio) que se asocia con ciertas secuencias o determinadas construccciones gramaticales. Tal como se ha explicado, una opción lingüística puede estar socialmente desacreditada, y ser a la vez plenamente gramatical para los hablantes que la emplean. La descripción gramatical que aquí se lleva a cabo atiende, por tanto, a la estructura y al significado de las secuencias sintácticas y de las palabras con estructura morfológica, así como a su valoración social, que a veces depende de factores tan diversos como mudables.

Suelen denominarse sociolectos las variedades lingüísticas condicionadas por la edad, el sexo, la procedencia social o el grupo profesional en los que se circunscriben los hablantes. Se emplea generalmente el término lengua culta (también habla culta) para hacer referencia a la lengua de los hablantes de nivel sociocultural más elevado o con mayor grado de escolarización. Esta variedad suele ser la más prestigiosa en todas las comunidades, y se asocia generalmente con los contextos más formales. Por oposición a ella, se reserva el término lengua popular para las variantes características de la lengua de los hablantes de un nivel sociocultural generalmente más bajo. Esta variedad, de menor prestigio, suele presentar más rasgos dialectales, así como manifestarse en contextos más informales. En esta obra se señala en ocasiones que ciertos fenómenos de la lengua popular pueden ser considerados vulgares cuando están sujetos a una valoración social muy negativa y se hallan sumamente desacreditados (como, por ejemplo, el plural pieses o el relativo neutro lo cualo).

Las recomendaciones que esta gramática contiene aspiran a reflejar los juicios sobre el prestigio o el desprestigio objetivo de determinadas construcciones que los hablantes de cada comunidad comparten. Aun así, no existe una sola lengua culta común a todos los hispanohablantes, puesto que una misma pauta gramatical puede recibir diferente valoración social en las diversas áreas lingüísticas. A título de ejemplo, el voseo forma parte de la lengua culta en algunas áreas y de la lengua popular en otras, a la vez que es ajeno al sistema lingüístico de otros muchos hispanohablantes.

Suelen denominarse registros (también estilos, modernamente) a los niveles de lengua que un mismo hablante puede manejar en función de la situación comunicativa en la que se encuentre. Se establece así un contraste entre el registro formal, que hace referencia a la variedad asociada a los intercambios en situaciones de formalidad y a la usada en los textos literarios, y el registro informal, coloquial o conversacional, variedad más espontánea que se emplea en situaciones comunicativas más relajadas, o en aquellos textos literarios que tratan de reproducirlas. No obstante, en la práctica no es infrecuente usar el término lengua culta con un significado próximo al de registro formal, aun cuando —en sentido estricto— el primero corresponde a un sociolecto y el segundo a un registro. Aun así, es importante no confundir las variantes lingüísticas que un mismo hablante puede elegir o desechar en función del momento, el lugar o el destinatario (rasgos de registro) con aquellas otras que caracterizan su forma de hablar por razones sociales o profesionales (rasgos de sociolecto) o por él área hispanohablante a la que corresponde su español (rasgos de variedad dialectal).

En esta obra se diferenciará, cuando sea oportuno, entre lengua oral y lengua escrita, en tanto que registros lingüísticos diferentes, y se señala en ocasiones que ciertos elementos lingüísticos son más propios de una que de otra. Es habitual asociar la primera con el registro coloquial y la segunda con el formal, aunque no ha de ser necesariamente así. De hecho, el uso cada vez mayor de las redes sociales ha favorecido una muy notable expansión de las variantes coloquiales en la lengua escrita.

Desde el punto de vista doctrinal o teórico, la presente gramática pretende combinar las mejores aportaciones de la tradición gramatical hispánica con algunos de los logros que generalmente se reconocen a la gramática contemporánea de los últimos setenta años, sea de orientación funcional, formal o cognitiva, tanto si se ocupa del análisis de la oración como si está centrada en el estudio del discurso o en la estructura interna de la palabra. La terminología utilizada en esta obra toma la tradicional como punto de partida. El texto incorpora, sin embargo, varios conceptos analíticos que no son habituales en la tradición de las gramáticas hispánicas (entre otros, verbo inacusativo, acto verbal, término de polaridad negativa o ámbito de un cuantificador), pero están extendidos en la investigación lingüística actual y han sido aplicados con éxito en los estudios gramaticales contemporáneos del español y de otras lenguas. La denominación elegida para esas nociones no tradicionales es siempre la más sencilla, en el caso de que se ofrezcan varias alternativas. Cuando algún concepto de uso común en la tradición se considere hoy problemático entre los gramáticos, se explicarán las razones por las que se sustituye por otro u otros.

Esta gramática presupone en el lector cierta familiaridad con las unidades clásicas del análisis gramatical: clases tradicionales de palabras (sustantivo, verbo), de funciones sintácticas (sujeto, complemento directo), de informaciones morfológicas (género, número, persona, caso) o fonológicas (vocal, diptongo) y de otras unidades similares a estas. No presupone, en cambio, el conocimiento de las unidades menos habituales en la tradición. La presentación y la aplicación que se hace de estas últimas han de estar simplificadas por motivos obvios, en comparación con los análisis que se encuentran en la bibliografía especializada. La descripción gramatical no estará aquí apoyada por formalización alguna, fuera de ciertas marcas simples (guiones, corchetes o subrayados) que se usarán para separar y resaltar segmentos, sean morfológicos o sintácticos. Se evitan las referencias bibliográficas en el propio texto, pero se hará notar de manera expresa donde corresponda que determinados conceptos son hoy de uso común entre los especialistas.

Cada capítulo va seguido de una bibliografía complementaria sobre las cuestiones que se exponen él. En esta selección bibliográfica, inevitablemente no exhaustiva, se señalan con un asterisco inicial los estados de la cuestión, los panoramas y las presentaciones de conjunto, cuando existen. Se incluyen únicamente estudios sobre el español publicados en las principales lenguas de difusión científica, además de tesis doctorales (publicadas o no). La que acompaña a este capítulo introductorio incluye artículos sobre las unidades gramaticales fundamentales, así como tratados gramaticales del español y obras de conjunto sobre las tres partes que componen esta obra (Fonética y Fonología, Morfología y Sintaxis) y sobre el estado actual de los estudios lingüísticos del español.

La gramática es hoy en día una disciplina que goza de gran vitalidad en el seno de la lingüística, que a su vez constituye una de las principales ciencias humanas. Existen, de hecho, muy numerosas corrientes, escuelas y tendencias en la investigación gramatical contemporánea. Se cuenta asimismo con una amplísima bibliografía especializada que analiza cada unidad fonológica, morfológica y sintáctica en cada uno de los marcos o de las orientaciones —teóricas y aplicadas— que se mencionaron en los apartados anteriores. Se reconocen también en los estudios gramaticales abundantes polémicas relativas a la caracterización de esas unidades, a los objetivos y a las distinciones metodológicas fundamentales en esta disciplina. La existencia de tales polémicas, analizadas en la bibliografía especializada y debatidas de manera profusa en numerosos foros científicos, hace imposible que la presente gramática académica opte en cada caso conflictivo por alguna de las soluciones existentes —en abierta competencia con otros análisis—, en particular cuando el estado de las cuestiones examinadas ponga de manifiesto su naturaleza controvertida. En esta obra no se evitan, sin embargo, las cuestiones más discutidas. Se intenta llevar a cabo la descripción de cada unidad gramatical con el grado de detalle apropiado, atendiendo a todos los factores que se consideran pertinentes. En los casos más problemáticos, o sujetos en la actualidad a mayor debate, se expondrán resumidamente los argumentos más valorados por los proponentes de cada opción, unas veces sugiriendo alguna de ellas como más plausible, y otras sin establecer preferencia alguna.

1.3 Unidades y niveles de análisis. Primera aproximación

Las unidades que se introducen en esta sección y en las siguientes son analizadas a lo largo de la obra, junto con otras muchas más específicas que no se mencionan en este capítulo introductorio, sino en los correspondientes a esos conceptos. El objetivo de estas secciones preliminares es tan solo poner sucintamente de manifiesto el lugar que corresponde en el sistema gramatical del español a las unidades fundamentales del análisis, así como apuntar sus características principales, que habrán de retomarse cuando se desarrollen.

A cada parte de la gramática corresponden varias unidades y diversas relaciones, que se establecen en función de los niveles de análisis que se reconocen. Interesa resaltar aquí que la mayor parte de dichas unidades se componen de otras más pequeñas. Son, por tanto, el resultado de combinar estas últimas mediante diversas pautas formales, que también corresponde a la gramática establecer e interpretar. Además de ser partes de la gramática, la fonología, la morfología y la sintaxis constituyen planos del análisis gramatical, en el sentido de niveles de segmentación caracterizados por ciertas propiedades. En la lingüística estructural europea resulta habitual aislar el nivel de las unidades dotadas de significación (primera articulación) oponiéndolo a las unidades del plano fonológico (segunda articulación). La morfología se suele considerar hoy un plano gramatical distinto de la sintaxis, como se explicará en el § 1.8, a pesar de que son numerosas las construcciones en las que se producen traslapes o solapamientos entre ambas.

Las unidades mínimas de la fonología son los rasgos distintivos (§ Fon. 1.4, 2.8c-ñ). Estas unidades se agrupan en segmentos o fonemas (§ Fon. 2.8a-b), que a su vez constituyen sílabas (§ Fon. 1.5). Los fonemas son segmentos contrastivos que distinguen significados. Así, las palabras beso y peso se diferencian por la presencia de los fonemas /b/ y /p/, respectivamente. Los fonemas están constituidos por un conjunto de rasgos distintivos, cuya modificación puede dar lugar a un contraste significativo. Así, los fonemas /b/ y /p/ comparten el rasgo [labial] y se diferencian en el rasgo [sonoro], que el primero posee, a diferencia del segundo. Por su parte, las sílabas se componen de un conjunto de segmentos sucesivos agrupados en torno al segmento de máxima sonoridad o máxima abertura oral (§ Fon. 8). Así, las dos palabras del ejemplo anterior constan de dos sílabas (be.so y pe.so). Las sílabas se combinan y forman grupos acentuales, es decir, conjuntos de sílabas subordinadas a un acento principal, que pueden comprender una o más palabras. Por ejemplo, el sintagma el beso es un grupo acentual formado en torno a una sílaba acentuada (el ͡ beso). Estos grupos pueden combinarse para formar grupos fónicos, que constituyen los fragmentos del habla comprendidos entre dos pausas sucesivas, como en el beso de mi hijo. Finalmente, dichos segmentos participan en la formación de unidades melódicas, que constituyen fragmentos de la secuencia fónica a los que corresponde un contorno tonal o un patrón entonativo, como en El beso de mi hijo fue cariñoso. Se estudian todas estas unidades suprasilábicas en el § Fon. 9.8.

La unidad mínima de la morfología es el morfema, de cuya combinación se obtienen palabras. El concepto de ‘morfema’ se solía definir tradicionalmente como «unidad mínima con significado léxico o gramatical», pero hoy se suele considerar que esta definición es demasiado restrictiva. Se asocian, en efecto, con un significado particular los morfemas -s ‘plural’ (mesas), -ción ‘acción o efecto’ (construcción), -mos ‘primera persona’ y ‘plural’ (decimos), pero no es posible decir exactamente lo mismo de ciertos prefijos (re- en recoger o in- en indiferencia), algunos sufijos (departa-mento) y determinadas raíces (volver en revolver; poner en imponer). Se retomará este asunto en los § 1.5d, e, p, q. Las palabras pueden ser primitivas o simples (casa, libro), derivadas (caserío, librería) y compuestas (casa cuna, audiolibro). Las derivadas se forman a partir de las primitivas mediante diversas pautas morfológicas y las compuestas se forman a partir de las simples o de las derivadas. Se analizan pormenorizadamente las palabras derivadas en los capítulos 5 a 9. Se estudian las compuestas en el capítulo 11.

La palabra constituye la unidad máxima de la morfología y la unidad mínima de la sintaxis. El concepto de ‘palabra’ está habitualmente ligado a la representación gráfica de la lengua, ya que las palabras van separadas por espacios en blanco. Para evitar la noción gráfica de ‘palabra’, que muchas veces tiene un interés gramatical relativo, se suele usar el concepto de pieza léxica o unidad léxica (también lexía en algunos sistemas terminológicos, entre otros términos equivalentes). Las piezas léxicas suelen estar recogidas en los diccionarios, tanto si están constituidas por una palabra (cama) o por varias (cama turca, salto de cama). Así pues, la expresión salto de cama (que designa en algunos países cierto tipo de bata) está formada por tres palabras, pero constituye una sola pieza léxica. Es, de hecho, una locución, es decir, un grupo de palabras desde el punto de vista gráfico que se considera una sola unidad léxica o palabra gramatical. Las locuciones se clasificarán en varios grupos en este mismo capítulo (§ 1.10b). No todas las piezas léxicas suelen estar recogidas en los diccionarios. Así, no aparecen en el DLEjustificadamente— las voces comeríamos, ventanita, neocartesianismo o máquina de escribir. Las razones se resumen en los § 1.6a, b.

Mediante la aplicación de las reglas o los principios de la sintaxis, las palabras se juntan formando sintagmas (la casa, libros interesantes, beber leche, por la vereda, desde lejos) llamados también frases o grupos sintácticos. A la mayor parte de estos sintagmas corresponden funciones sintácticas, en el sentido de ‘papeles’ o ‘relaciones de dependencia’ que contraen con alguna categoría externa a ellos (así, en vendió la casa, el sintagma la casa es complemento directo de vendió). Se retomarán los conceptos de ‘función sintáctica’ y de ‘relaciones de dependencia’ en el § 1.12. Los sintagmas suelen poseer estructura binaria y pueden contener otros sintagmas en su interior, a su vez con estructura compleja, como en [por [la vereda]]; [la [casa [de [la montaña]]]] o [desde [muy [lejos [de aquí]]]]. Así pues, el procedimiento para formar sintagmas (o frases o grupos) es iterable, en el sentido de que permite obtener grupos más complejos a partir de los ya formados. No toda combinación de palabras, sin embargo, forma un sintagma (*lejos desde, *libro un), lo que se sigue de ciertos principios restrictivos que también debe prever la sintaxis. La combinación de determinados sintagmas da lugar a las oraciones, que constituyen unidades de predicación (por cuanto relacionan un sujeto con un predicado). Se clasifican en función de varios criterios, como se explicará en el § 1.13.

Las oraciones pueden ser independientes (María regresará) o bien estar subordinadas a otras. Estas últimas están incrustadas en las primeras y cumplen alguna función sintáctica en su interior (Confío en que María regresará). La oración que contiene una oración subordinada se denomina tradicionalmente oración principal (Confío en que María regresará). Se retoman estos conceptos en los § 1.13l-u y se repasan también allí los tipos de subordinación. Las oraciones formadas con ciertas subordinadas constituyen períodos, como en Si me esperas, voy contigo o Aunque no estaba de acuerdo, no dije nada en ese momento (capítulo 47). La característica principal de los períodos es el hecho de que la subordinada establece en ellos cierta relación lógica con la principal (a menudo, condición, concesión o causa), pero no cumple una función sintáctica dentro de ella. En diversos estudios recientes se argumenta que ciertos segmentos no oracionales antepuestos son análogos sintácticamente a los que caracterizan los períodos, como el subrayado en la oración En tal caso, me quedaré en casa (sin subordinada inicial), comparada con Si se da esa circunstancia, me quedaré en casa (con subordinada inicial; véase el § 30.12).

Se llama enunciado a la unidad mínima capaz de constituir un mensaje verbal. Así pues, el enunciado es propiamente una unidad discursiva, más que segmental. Un enunciado puede estar constituido tanto por una oración (Escuché la conferencia) como por varias (Quizá tengas razón y debamos irnos). Un grupo sintáctico no oracional también puede constituir un enunciado siempre que el contexto aporte la información necesaria para su interpretación, por ejemplo una expresión exclamativa (¡Muy interesante!), una pregunta (¿Alguna otra cosa?) o una respuesta (—Poco después de las cuatro). En las mismas condiciones, también las oraciones subordinadas pueden ser enunciados (—¿Vienes? —Si me da tiempo). Se retomará el concepto de ‘enunciado’ en los § 1.13f, g.

Los segmentos aislados en cada uno de los niveles que se acaban de mencionar pueden coincidir formalmente, lo que no anula las distinciones introducidas. Un fonema (por ejemplo, /a/) puede coincidir con una palabra, con una sílaba o con un grupo fónico. Un morfema (por ejemplo, con- en conmigo) puede a su vez coincidir con una palabra (con ella). Una oración podría estar formada por un solo sintagma, o incluso por una sola palabra, como en Comamos (sin ningún otro complemento). En apariencia representa una paradoja el que un sintagma pueda estar constituido por una única palabra (pan en Comía pan es un nombre y también un sintagma nominal, además de una sílaba). Esta contradicción es solo aparente, y se explicará en el § 1.11b. Como se acaba de ver, los enunciados no tienen que ser necesariamente oraciones. Es importante resaltar, en consecuencia, que no es la mayor o menor longitud formal de un segmento el factor que determina su naturaleza gramatical, sino los criterios especificados por la parte de la gramática desde la que se analiza.

Desde el punto de vista de su naturaleza, entre los elementos básicos del análisis gramatical suelen distinguirse las unidades sustantivas (en el sentido de ‘fundamentales’ o ‘esenciales’, como explica el DLE) y las relaciones. Las unidades sustantivas son las entidades básicas del análisis con las que se trabaja en cada uno de los niveles o los planos en los que se reconocen como resultado de alguna segmentación: rasgo distintivo, fonema, sílaba, morfema, palabra, frase o sintagma, oración, etc. Estas unidades pueden ser entendidas, por tanto, como las piezas esenciales de cada nivel sobre las que se construyen las expresiones que permite el sistema gramatical. Téngase en cuenta que algunas unidades son el resultado de agrupar otras más básicas: diptongo (unión de fonemas vocálicos), palabra (en cuanto unión de varios morfemas), locución (grupo de palabras lexicalizado que constituye una sola unidad léxica, como se explicó en el § 1.3e y se retomará en el § 1.10) y otras unidades mencionadas en los apartados anteriores que se examinarán en los que siguen.

Además de con las unidades léxicas y con los sintagmas que estas forman, la gramática opera con diversas relaciones. Unas, de naturaleza paradigmática o contrastiva, se caracterizan por la posibilidad de alternancia o de conmutación en una misma posición. Están entre ellas los contrastes fonológicos, como sordo/sonoro (pata/bata) o nasal/oral (mala/bala); los morfológicos (casa/casas) y los léxicos (hombre/mujer; comprar/vender). Junto a estas relaciones paradigmáticas, existen en la gramática muy diversas relaciones sintagmáticas, es decir, combinatorias. Así, en la estructura de la palabra se reconocen varias relaciones de incidencia, como la que pone de manifiesto un prefijo respecto de su base (refundar). En la sintaxis son numerosas las relaciones de modificación, como la que corresponde a los adjetivos respecto de los sustantivos (montaña alta), pero son igualmente relevantes las de incidencia. Pertenecen a esta última clase las relaciones de cuantificación, como la que establecen los numerales respecto del sustantivo al que acompañan (tres caballos), y las de determinación, como las establecidas entre un demostrativo y un nombre (este libro), que se analizarán en los capítulos 14 a 21. Son también unidades relacionales las funciones sintácticas: sujeto, complemento directo, etc., a las que se dedicará el bloque formado por los capítulos 33-40 de esta gramática. Estas unidades se conciben, por tanto, como relaciones de dependencia. Así, el sujeto siempre lo es de un predicado, no de forma intrínseca. Se diferencian en este punto de las categorías, en el sentido de clases de palabras, ya que las palabras pertenecen a una u otra categoría (conjunción, verbo, etc.) en función de sus propiedades morfológicas y sintácticas internas.

La concordancia es la expresión formal de ciertas relaciones sintácticas que se manifiestan simultáneamente en dos expresiones. De hecho, dos unidades léxicas concuerdan en rasgos morfológicos cuando ambas los expresan obligatoriamente desde determinadas posiciones (§ 1.3o-r). Es habitual que se den de manera simultánea varias relaciones de concordancia, como en una carta (género y número) o en fui yo (número y persona). Se retomará en este mismo capítulo el concepto de ‘concordancia’ (§ 1.8k). La selección (rección en algunos sistemas terminológicos) también es una relación que se establece entre dos unidades. Así, algunos verbos exigen, rigen o seleccionan determinadas preposiciones en sus complementos (depender de alguien: capítulo 36). Otros —y a veces estos mismos— eligen el modo indicativo o subjuntivo en sus complementos oracionales, como en Todo depende de que {acepte ~ *acepta} o no las condiciones del contrato, o bien admiten ambos modos con alguna diferencia de significación, como sucede en Insistimos en que se {prepara ~ prepare} adecuadamente. Se analizan con detalle estas alternancias en el capítulo 25.

Son muchas las palabras que se combinan con sus vecinas en función de requisitos de naturaleza sintáctica y semántica que estas les imponen. Estos requisitos se consideran también informaciones relacionales. Entre los pronombres y los sintagmas nominales se dan relaciones de correferencia; es decir, vínculos que permiten identificar los referentes de los primeros haciéndolos coincidir con los de los segundos. Cuando el pronombre sigue a su antecedente, esta relación se denomina anáfora (el antecedente de es tu hermana en la oración Tu hermana solo piensa en misma); cuando el elemento nominal con el que el pronombre es correferente aparece detrás de él (llamado, por lo común, consecuente, y a veces también subsecuente), se suele hablar de catáfora, como en Solo para mismo guardaría Luis un vino así. El pronombre es, por tanto, anafórico en el primer ejemplo y catafórico en el segundo (§ 16.6). Obsérvese que estas últimas relaciones son a la vez sintácticas y semánticas: establecen la identidad referencial entre dos unidades, pero tienen también en cuenta la forma y la posición de ciertos pronombres. Algunas expresiones cuantificativas reciben con frecuencia su interpretación semántica en función de otras que aparecen a cierta distancia. Así, el indefinido un tiende a interpretarse como ningún en la oración No has abierto un libro en todas las vacaciones. Ello es posible porque un está dentro del ámbito, del alcance o del abarque (los tres términos se usan) del adverbio no, es decir, en su campo de influencia sintáctica (§ 48.4-5). Se trata, como en los casos anteriores, de una relación establecida a distancia que resulta necesaria para interpretar apropiadamente los mensajes. Se explican diversas relaciones entre unidades sintácticas no contiguas en los capítulos 19, 20, 22, 40 y 48, entre otros.

Las relaciones sintácticas se dividen frecuentemente en dos grupos: relaciones de contigüidad (o de localidad), como son, por lo general las relaciones entre los elementos constitutivos de los sintagmas, y relaciones a distancia. Unas y otras deben estar adecuadamente restringidas en los términos que corresponde estudiar a la sintaxis. Son relaciones del primer tipo la que existe entre una preposición y su término, o un artículo y el sustantivo o el sintagma nominal al que modifica (si bien en ambos casos pueden admitirse en ocasiones ciertos elementos interpuestos, como se explicará oportunamente). Son, típicamente, relaciones a distancia las anafóricas (entre un pronombre y su antecedente), las que se establecen entre un inductor modal y el modo elegido (el subjuntivo, por ejemplo, en sin que ella se diera cuenta) y las relativas al ámbito de los cuantificadores o de la negación, como se acaba de explicar.

Se suelen agregar a las relaciones a distancia las que permiten interpretar los sujetos tácitos de ciertos infinitivos y gerundios. En sentido amplio, estas relaciones (a menudo denominadas relaciones de control en los estudios gramaticales contemporáneos) constituyen un subgrupo de las anafóricas, ya que establecen la identidad de dos elementos correferentes. Son correferentes, por ejemplo, las expresiones que se subrayan en María le prometió Ø ir al cine y en María le permitió Ø ir al cine (donde Ø representa el sujeto tácito de un infinitivo). Estas formas de dependencia se estudian en los § 26.7-10. En ocasiones, las relaciones intrasintagmáticas se manifiestan también a distancia (nótese que el complemento directo de dijo es el pronombre qué, no contiguo a él, en ¿Qué pensarías tú que dijo ella?). Estas últimas relaciones a distancia se estudian en los § 22.17 y 27.3.

Como se señaló en los apartados precedentes, la gramática analiza contenidos de muy diversos tipos. Se suelen llamar informaciones gramaticales (también categorías gramaticales en algunos sistemas terminológicos) las que expresan los morfemas flexivos (tiempo, modo, género, número, persona, caso y otras nociones similares). Se trata de contenidos que se interpretan en función de la propia gramática, pero que están muy a menudo asociados a alguna noción semántica: determinación, referencia, pluralidad, cuantificación, etc. Así, en el morfema de canté se reconocen diversas informaciones que corresponden al sujeto, por lo que indirectamente se indica quién cantó (véase, de todas formas, el capítulo 4 sobre la posibilidad de que existan segmentos nulos en este tipo de expresiones). Tales rasgos (en la de canté) son la persona (primera) y el número (singular). El tiempo (pretérito perfecto simple) nos dice que la acción de cantar tuvo lugar antes del momento en que se habla (frente a canto o cantaré); el modo (indicativo) expresa —en este caso, por defecto— que la información no se relativiza o se establece en función de alguna otra (compárese con Dudaban que cantara, también en primera persona, singular y pretérito).

Es habitual que las informaciones gramaticales expresen significados precisos a la vez que abstractos. Así, el artículo la contribuye decisivamente a establecer la significación de la expresión la pared, ya que permite referirse a la pared de la que se habla como si hubiera sido presentada en un discurso anterior o si estuviera presente en el contexto de la enunciación, lo que la hace identificable por el que escucha (capítulo 14). Otras veces, en cambio, no puede decirse que el contenido de las unidades gramaticales tenga un correlato semántico tan claro, sobre todo cuando las palabras manifiestan nociones sintácticas difíciles de traducir a conceptos significativos. Así, la preposición a en la oración Llamaron a Rafael o la conjunción que en Creo que vendrá no contribuyen al significado de esas expresiones de manera similar a como lo hacen en cant-é, -s en casa-s o si en No sé si vendrá. Aun así, ponen de manifiesto ciertos recursos formales necesarios en la sintaxis del español que otras lenguas pueden no requerir.

Aunque su estudio corresponda propiamente al diccionario, el significado léxico determina una parte de las posibilidades combinatorias de las palabras. Al combinar las piezas léxicas mediante las pautas que la gramática proporciona, se obtienen múltiples expresiones complejas. A estas expresiones corresponden tipos semánticos diversos (individuos, predicados, proposiciones, preguntas, órdenes, etc.), que son analizados a lo largo de la obra. El significado léxico contribuye de otras formas a la estructura de la gramática, como se explicará más adelante. En las unidades fonológicas no se reconoce, en cambio, ningún significado, con excepción de las melódicas. De hecho, la entonación expresa —o contribuye a expresar— en la fonología dos clases de contenidos: unos se llaman gramaticales porque se consideran reductibles a unidades de la gramática; en particular, cuando permiten identificar preguntas, órdenes, afirmaciones, etc. (como en Viene mañana ~ ¿Viene mañana?). Los otros, llamados paragramaticales o afectivos, no se corresponden, en cambio, con ninguna unidad propiamente gramatical: admiración, sorpresa, ironía, incredulidad, sarcasmo, interés, indiferencia, entre otros. Véanse los § Fon. 1.6a y 10.

Las posiciones son también unidades del análisis gramatical, en especial en la fonología, donde condicionan un gran número de procesos (§ Fon. 2.10d); en la morfología, en la que dan nombre a algunos de los segmentos fundamentales (prefijo, interfijo, sufijo), y también en la sintaxis. Las posiciones sintácticas pueden depender de las propiedades morfofonológicas de las palabras, como la posición del pronombre átono lo en Díselo o en Se lo dije (§ 16.7). También pueden depender de ciertas pautas generalizadas en las lenguas romances y en las de otras familias; por ejemplo, la posición de la verdad detrás de dijo, y no delante, en Dijo la verdad. La posición que ocupa un determinado sintagma puede estar motivada por razones enfáticas; por ejemplo, la posición inicial del complemento directo antepuesto en oraciones como Demasiada plata me parece a mí que pagaste por ese auto. En el capítulo 40 se analizan las unidades de la gramática que se consideran necesarias para entender los valores discursivos que las palabras ponen de manifiesto en función de la forma en que se interpreta su contribución a los mensajes.

El orden de los grupos de palabras está determinado unas veces por principios formales de la sintaxis; otras responde al deseo de evitar la anfibología, pero puede estar también sujeto a variación en función de la pertinencia informativa de los segmentos sintácticos. En efecto, el orden de los elementos oracionales aporta muy a menudo diferencias que responden, como se acaba de explicar, a factores informativos, entre los que está el énfasis que otorga el hablante a los segmentos sintácticos que desea resaltar o presentar como trasfondo. Se suelen llamar posiciones periféricas las que ocupan en la oración las palabras o los grupos de palabras por razones de énfasis, como la posición inicial que corresponde a eso en Eso, ella nunca lo haría, o la que ocupa de ese asunto en De ese asunto no pienso hablar una sola palabra contigo (§ 40.1-4).

También se considera periférica la posición de las palabras interrogativas y los sintagmas formados por ellas. Con las escasas excepciones que se analizan en los capítulos 22 y 42, estos sintagmas se sitúan en el comienzo de la oración, independientemente de cuál sea la posición que deberían ocupar por su función sintáctica. Así, en ¿De qué pensabas que hablaba yo con ella? (donde de qué es complemento de hablaba), el sintagma preposicional de qué ocupa una posición periférica, al inicio de la oración. En cambio, en ¿Pensabas que hablaba con ella de cine?, el complemento subrayado aparece en la posición canónica (en el sentido de ‘característica’ o ‘esperable por defecto’) de un complemento de régimen preposicional. Cuando esas palabras ocupan la posición no desplazada o no adelantada (¿Me llamó quién?) suelen obtenerse efectos expresivos, como el de solicitar que se reitere alguna afirmación previa acaso no bien comprendida, o el de requerir mayores detalles sobre la que ya se suministró. Estos y otros factores sintácticos de naturaleza posicional, que intervienen de manera muy relevante en la interpretación de las secuencias interrogativas, se analizan en los capítulos 40 y 42.

Tienen asimismo notables repercusiones significativas, y son analizadas en esta obra, la posición del adjetivo respecto del sustantivo (§ 13.13-15), la de los demostrativos y posesivos respecto del nombre sobre el que inciden (§ 17.5 y 18.3), pero también la del sujeto respecto del verbo, la del adverbio respecto de este último o bien respecto de la oración, y la de otras palabras y grupos de palabras similares a estas unidades (capítulo 40). Suele tener, en cambio, escasas consecuencias para el significado la alternancia en la posición de algunos numerales (como en los tres últimos ~ los últimos tres: § 21.5) o la de ciertos pronombres átonos (Lo puedo ver ~ Puedo verlo). No obstante, la posición sintáctica de estos mismos pronombres, sea en relación con el verbo o con otros pronombres de esa misma clase, está restringida por un gran número de factores morfológicos y sintácticos, que se explicarán oportunamente (§ 16.11-13).

1.4 Unidades fonéticas y fonológicas

Como se explicó en los § 1.1a y 1.3c, la fonología estudia la organización lingüística de los sonidos. No abarca, por tanto, todos los sonidos que el ser humano es capaz de articular, sino solo los que poseen valor distintivo o contrastivo en las lenguas. Así, la oposición entre dato y dado es fonológica en español porque la sustitución de un sonido por otro —aun relativamente próximo— permite diferenciar significados. La fonología se ocupa además de la organización de las sílabas y de sus combinaciones para formar palabras y grupos fónicos, así como de diversos procesos, sean sincrónicos o diacrónicos.

La fonética es la disciplina cuyo dominio abarca el análisis de los mecanismos de la producción y de la percepción de la señal sonora que constituye el habla. Se denomina fonética descriptiva la rama de la fonética que se ocupa de describir los sonidos particulares de las lenguas naturales. Dentro de ella, la fonética articulatoria estudia la producción de los sonidos del habla mediante la acción de los órganos articuladores de los seres humanos (los labios, la lengua, etc.). De hecho, la articulación es el conjunto de movimientos de estos órganos cuyo objetivo es crear, interrumpir o modificar la corriente de aire imprescindible para la producción del habla. La fonética acústica analiza las características físicas de las ondas sonoras que conforman los sonidos de las lenguas. Así pues, la fonética acústica es una parte de la lingüística, pero la acústica es una rama de la física. La fonética perceptiva se ocupa de investigar cómo segmentan, procesan e interpretan los hablantes los sonidos que perciben. Los sonidos del habla pueden, pues, describirse y clasificarse desde el punto de vista articulatorio, acústico o perceptivo. Se desarrollan todas estas cuestiones en los § Fon. 2.1-6.

Se consideran unidades básicas de la fonética los sonidos, que se definen de acuerdo con principios articulatorios, acústicos y perceptivos. Estas unidades se agrupan en clases que comparten ciertas propiedades derivadas de dichos principios. Los correlatos fonológicos de los sonidos son los fonemas, unidades abstractas compuestas de elementos coexistentes denominados rasgos distintivos (recuérdese el § 1.3c), como aquellos que permiten clasificar fonológicamente las vocales del español en altas /i, u/, medias /e, o/ o bajas /a/ (§ Fon. 2.8). Los sonidos se transcriben entre corchetes, [ ], y los fonemas, entre barras, / / (§ Fon. 1.1b). Se introducen estas cuestiones en los § Fon. 2.7-10.

Como se explicó en el § 1.3c, los rasgos son unidades básicas que se agrupan de manera jerárquica en cada segmento fonemático de acuerdo con determinados principios, dando así lugar a categorías mayores funcionalmente independientes, como lugar de articulación, modo de articulación, etc. (§ Fon. 2.3). Los fonemas, que son elementos abstractos, presentan distintas realizaciones fonéticas concretas en función de factores diversos. Estas realizaciones son los denominados alófonos, variantes combinatorias o variantes contextuales de los fonemas (el fonema /b/ puede realizarse como [b] o como [β̞] en función del lugar que ocupa en la cadena hablada: [ˈboβ̞o]). Por tanto, cabe estudiar los fonemas en sí mismos, de manera aislada o bien en sus relaciones fonéticas contextuales, en las que pueden sufrir diferentes procesos de transformación, o bien pueden analizarse en función de su integración en estructuras fonológicas más complejas, como las sílabas o las palabras. Sobre la influencia de la morfología en la segmentación silábica, véase más adelante el § 1.7a, así como el § Fon. 8.8.

En los estudios fonéticos y fonológicos se suele distinguir entre elementos segmentales y elementos suprasegmentales (§ Fon. 2.8, 2.9a). Los últimos, como su denominación indica, inciden sobre varios segmentos, entre ellos el acento (§ Fon. 9) o la curva melódica (§ Fon. 10), que aparecen en la cadena fónica en combinación con los primeros.

Desde el punto de vista articulatorio, los sonidos del habla se clasifican en función de tres clases de rasgos: la sonoridad, el modo de articulación y el lugar de articulación. Se llaman articuladores (§ Fon. 1.3, 2.3) los órganos o las partes del canal vocal que intervienen en la producción de un sonido. Son, pues, articuladores la lengua, los dientes, los labios, el paladar y la úvula. La sonoridad depende de la existencia de vibración de los pliegues vocales (comúnmente denominados cuerdas vocales) en la producción de un sonido: los sonidos que se producen con vibración de las cuerdas vocales son sonoros y los que carecen de ella se denominan sordos ([b]/[p]: [b]oca/[p]oca). Todos los sonidos vocálicos son sonoros, puesto que durante su pronunciación vibran siempre las cuerdas vocales. Véanse los § Fon. 2.3e, f.

Por el modo de articulación se distinguen, en español, las siguientes clases de sonidos: vocálicos, en cuya realización no se interrumpe la salida del aire ([a], [u]; [a]la, [u]ña); oclusivos, con interrupción total del paso del aire ([t], [d]; [t]ela, [d]ar); fricativos, con fricción producida por el paso del aire a través de un canal estrecho ([f], Á[f]rica); africados, con combinación sucesiva de una oclusión y una fricción ([t͡ʃ] en lu[t͡ʃ] a); aproximantes, en los que el canal por el que pasa el aire es más ancho que en el caso de las fricativas y más estrecho que en las vocales ([β] en la[β]io); vibrantes, con uno o varios movimientos repetidos de la lengua ([ɾ] en A[ɾ]abia o [r] en [r]umor); laterales, con salida del aire por los lados de la cavidad bucal ([l] en [l]indo), y nasales, con salida del aire por la cavidad nasal ([n] en lu[n]a). Se estudian estas clases en los capítulos Fon. 4, 5 y 6. Los sonidos vocálicos y paravocálicos, que son los de canal más abierto, se presentan en los § 1.4l y ss.

El lugar o zona de articulación (§ Fon. 1.3c, 2.8j) viene determinado por la zona en la que dos articuladores —activo y pasivo, o activos ambos— se aproximan o entran en contacto, provocando una constricción o estrechamiento en el tracto vocal. Se distinguen en función de este criterio las siguientes clases de consonantes: bilabial, labio superior y labio inferior ([p], [b]); labiodental, labio inferior e incisivos superiores ([f]); interdental, ápex o ápice de la lengua e incisivos superiores e inferiores ([θ] en [θ]ar[θ]a, zarza en las variantes no seseantes del español); dental, ápice de la lengua y parte posterior de los incisivos superiores ([d]); alveolar, ápex o predorso de la lengua y alvéolos ([n]); palatal, dorso de la lengua y paladar ([ʎ] en [ʎ]uvia, lluvia en las variantes no yeístas del español), y velar, posdorso de la lengua y velo del paladar ([g] en [g]uapa, guapa). Sobre el yeísmo, véanse los § Fon. 6.2a y 6.4c-n.

La clasificación articulatoria de los sonidos constituye la base del alfabeto fonético internacional (AFI), procedimiento de representación de los sonidos del habla mediante un conjunto de símbolos y de elementos diacríticos, promovido por la Asociación Fonética Internacional. Además del AFI, que será el alfabeto utilizado en esta obra, existen otros alfabetos fonéticos, como el de la Revista de Filología Española (RFE), propio de la tradición filológica de la lengua española. Se presentan en detalle ambos alfabetos en el § Fon. 2.6.

En el ámbito de la fonética acústica se emplean tres parámetros para caracterizar los sonidos del habla: amplitud, frecuencia y tiempo (§ Fon. 2.4b). La amplitud es la energía del movimiento vibratorio de las moléculas de aire que producen un sonido, derivada de la fuerza del movimiento espiratorio. La frecuencia está determinada por la apertura y el cierre de las cuerdas vocales, que originan una vibración más o menos rápida de las moléculas del aire espirado; este movimiento se cuantifica en ciclos por segundo. El tiempo está condicionado por la duración del movimiento vibratorio que origina el sonido y determinado por el tiempo de espiración. Desde el punto de vista acústico, los sonidos del habla se clasifican en función de las características de la fuente u origen, que es periódica en los sonidos sonoros y aperiódica en los sordos, así como del filtro. Respecto de esta última noción, los sonidos se agrupan, por una parte, en nasales u orales, según se produzca o no expulsión de aire por la cavidad nasal durante la emisión, y, por otra, en variables o fijos, en función de que el sonido requiera o no un movimiento del tracto vocal durante su articulación. Las cavidades faríngea, bucal y nasal ejercen una función de filtro, pues modifican la amplitud de ciertos armónicos (o componentes) de la onda sonora compleja producida en la laringe. Esta modificación da lugar a los formantes, es decir, las bandas de frecuencia características de los sonidos, cuya amplitud o energía sonora es el resultado de la resonancia de la onda sonora en las distintas cavidades mencionadas. Véase el § Fon. 2.4.

La descripción perceptiva de los sonidos del habla se realiza atendiendo a cuatro parámetros: intensidad, altura, duración y timbre. La intensidad alude a la amplitud de la onda sonora; la altura tonal o tono depende de la frecuencia de vibración de las cuerdas vocales; la duración o cantidad está condicionada por el tiempo, y el timbre, resultado de la acción del filtro, está relacionado con la frecuencia y la amplitud de los formantes y con su distribución en el espectro. Por su intensidad, los sonidos pueden ser fuertes o flojos; en función del tono se establece la diferencia entre agudos y graves; la duración determina su carácter largo o breve; el timbre, por su parte, permite clasificarlos en claros y oscuros.

La oposición básica que se deduce de la segmentación de los sonidos de la cadena hablada es la que distingue vocales y consonantes, que poseen características bien definidas. Desde el punto de vista tradicional, el elenco de las clases de segmentos se completa con una tercera familia de sonidos, denominada en ocasiones con el término paravocales; para algunos investigadores, se trata de vocales en posiciones silábicas no nucleares. Estos sonidos aparecen siempre junto a una vocal de su misma sílaba, y constituyen un diptongo o un triptongo, en posición anterior o posterior a la vocal que actúa como núcleo. En el primer caso se denominan semiconsonantes: sabia [ˈsaβ̞i̯a], rueda [ˈr̥u̯eð̞a]; en el segundo, semivocales: aceite [aˈsei̯te ~ aˈθeite], náutico [ˈnau̯tiko]. Véanse el capítulo Fon. 3 y los § Fon. 8.10-12.

Las vocales son los sonidos más abiertos que permite la lengua. No presentan obstáculos a la salida del aire, se articulan con menor esfuerzo que los demás sonidos y suelen presentar estructuras articulatorias más o menos estables. Las vocales se caracterizan asimismo por una serie de propiedades acústicas (como el hecho de ser sonidos periódicos con formantes estables). Desde el punto de vista articulatorio, las vocales se clasifican atendiendo a su grado de abertura, determinado por la posición de la mandíbula y por la distancia entre la lengua y la zona en la que se articula la vocal. En función de este criterio fonético, se distingue entre vocales cerradas [i], [u]; medias [e], [o] y abiertas [a]. Atendiendo a la posición de la lengua en el tracto vocal, las vocales pueden ser anteriores (o palatales) [i], [e]; centrales [a] y posteriores o velares [o], [u]. Si se tiene en cuenta el redondeamiento de los labios, se distinguen las vocales redondeadas (o labializadas) y las no redondeadas, como [u] frente a [e]. Desde el punto de vista acústico, las vocales se describen tomando en consideración la frecuencia y la amplitud de sus formantes, así como su duración. Desde el punto de vista perceptivo, una vocal se distingue de otra esencialmente por su timbre. Véase el capítulo Fon. 3.

Se denominan consonantes los sonidos que se producen mediante una constricción o estrechamiento en el tracto vocal. Desde el punto de vista articulatorio, las consonantes se describen mediante los parámetros de sonoridad, modo y lugar de articulación a los que se aludió en el § 1.4f. Puede recurrirse también a la tensión, concepto relativo al esfuerzo articulatorio necesario para la producción del sonido. Para la descripción acústica de las consonantes se acude al tipo de fuente y al tipo de filtro, criterios mencionados en el § 1.4j, entre otros. Véanse asimismo los capítulos Fon. 4-6.

La sílaba es el grupo mínimo de sonidos dotado de estructura interna en la cadena hablada. Las sílabas son consideradas unidades centrales en la descripción de la lengua, tanto en sus aspectos fonéticos como fonológicos. Las sílabas fonológicas no se corresponden necesariamente con las sílabas fonéticas. En el verso entre el vivir y el soñar (Machado, Nuevas canciones) se observa la diferencia entre estos dos aspectos. Las sílabas fonológicas en.tre.el.vi.vir.y.el.so.ñar se convierten desde el punto de vista fonético en en.trel.vi.vir.yel.so.ñar (a propósito de los conglomerados o contracciones del tipo de + el > del, véase el § 1.8d). El estudio de la sílaba incluye las cuestiones relacionadas con las combinaciones de las unidades segmentales en los procesos de silabeo, silabación o silabificación (§ 1.7a) y de asignación del acento. Véanse los capítulos Fon. 8-9.

Las sílabas son unidades estructurales compuestas de un conjunto de segmentos sucesivos agrupados en torno al núcleo, que es de naturaleza vocálica y de carácter obligatorio. Los sonidos adyacentes al núcleo forman los márgenes, de naturaleza consonántica y de carácter opcional. El margen silábico anterior se denomina inicio (ataque o cabeza) y el posterior recibe el nombre de coda. Existen, además, núcleos complejos, como son los diptongos y triptongos. En la palabra trans.cri.bir, se identifica la sílaba trans, compuesta de los márgenes tr-, inicio o cabeza, y -ns, que constituye la coda, además del núcleo -a-. Estos dos últimos elementos, núcleo y coda, se agrupan en el constituyente denominado rima, de naturaleza más fonológica que fonética. Así pues, la sílaba aparece organizada jerárquicamente en dos ramas: inicio y rima. La rima, elemento necesario de la sílaba, se compone de núcleo, obligatorio, y de coda, elemento opcional. En el ejemplo propuesto (la palabra trans.cri.bir), la sílaba cri consta de un ataque cr- y de un núcleo -i, estructura de sílaba abierta acabada en vocal, mientras que la sílaba bir posee una cabeza b- y una rima -ir: estructura de sílaba cerrada por terminar en una consonante. Véase el capítulo Fon. 8.

Se denomina prosodia la disciplina que estudia el conjunto de los elementos fónicos suprasegmentales, es decir, aquellos que inciden sobre segmentos o los comprenden. En algunas descripciones tradicionales del español se usa el término prosodema, de raigambre estructural, para abarcar el acento y la entonación. En la investigación fonética y fonológica actual se utiliza de forma generalizada el término prosodia, y también el concepto de rasgo prosódico, para abarcar el acento, el tono, el ritmo y la curva melódica (capítulos Fon. 9-10).

El acento es el grado de fuerza con el que se pronuncian las sílabas y el que las dota de prominencia con respecto a otras limítrofes. Tanto el tono como la duración y la intensidad pueden contribuir a producir fonéticamente el acento que corresponde a una sílaba. El acento se considera una propiedad de una unidad en relación con otras con las que aparece en el contexto sintagmático. Es, pues, un elemento relativo que determina la existencia de dos tipos de sílabas que están en oposición combinatoria: fuertes (o tónicas) y débiles (o átonas): cá.sa/a.mó. La combinación fonológica de una sílaba fuerte y una débil se denomina pie. Se desarrollan estos conceptos en el capítulo Fon. 9.

Por razones diacrónicas, algunas palabras poseen dos acentos, uno principal y otro secundario, que aparecen en este mismo orden en pr[á]cticam[è]nte. Las palabras de carácter átono pueden agruparse con otras de carácter tónico para dar lugar a un grupo acentual, como en el ejemplo la casa. Estas unidades pueden, a su vez, combinarse para formar un grupo fónico: la casa de mis padres. Dichas agrupaciones participan en la constitución de unidades melódicas de carácter más complejo, como en La casa de mis padres / está a la orilla del río. Se distingue, pues, entre el acento léxico, que corresponde a la palabra, el acento sintáctico o acento de frase y el acento de enunciado. Los dos últimos corresponden a los sintagmas y los enunciados, respectivamente. El acento determina en español la forma de un gran número de voces, tanto en la morfología flexiva (capítulo 4) como en la derivativa (capítulos 5-8). Se amplían todos estos conceptos en el capítulo Fon. 9.

Se denomina entonación a la línea o curva melódica con que se pronuncia un enunciado. La entonación representa la suma de un conjunto de variaciones en el tono, la duración y la intensidad del sonido. Esta suma de factores suele tener consecuencias objetivas y subjetivas en el significado de los enunciados, así como en las inferencias que los hablantes establecen a partir de ellos. Para deslindar los factores acústicos de los perceptivos en el estudio de la entonación, se tiene en cuenta la frecuencia fundamental (f0) como correlato acústico del tono. En las curvas melódicas es posible reconocer una serie de formas recurrentes que se repiten con independencia del locutor y del enunciado. Se denominan patrones melódicos. Véanse el § Fon. 2.4d y el capítulo Fon. 10.

También se consideran elementos suprasegmentales el ritmo (§ Fon. 9.1c, 9.9), que es el resultado de la distribución de acentos y de pausas a lo largo de un enunciado, y la velocidad de elocución o velocidad de habla (§ Fon. 2.5d), que constituye la medida de esta, en términos de número de sílabas por unidad de tiempo. Se remitió en los párrafos precedentes a los apartados del volumen de fonética y fonología en los que se explican las unidades mencionadas en esta sección. Aun así, muchos de esos conceptos se desarrollan en otras partes de ese mismo volumen, o se ponen en relación con otras unidades diferentes. Se recomienda, por tanto, consultar el índice de esa parte de la presente gramática para completar la descripción de todas esas unidades.

1.5 Unidades morfológicas (I). Morfología flexiva y morfología léxica

Como se explicó en los § 1.1a y 1.3d, la morfología es la parte de la gramática que estudia la estructura interna de las palabras, las variantes que estas presentan, los segmentos que las componen y la forma en que se combinan. La morfología estudia también el papel gramatical que desempeña cada segmento en relación con los demás elementos de la palabra en la que se insertan. La unidad mínima de la morfología es el morfema. Este concepto ha recibido varias interpretaciones, que dependen en lo esencial de que se considere o no una unidad necesariamente significativa, tal como se explicará en el § 1.5d.

Suele dividirse la morfología en dos grandes ramas: la morfología flexiva y la morfología léxica o derivativa. La primera estudia la forma y la distribución contextual de las palabras gramaticales que expresan los contenidos a los que se aludió en el § 1.3m. Dichos cambios tienen consecuencias en las relaciones sintácticas, como en la concordancia (Ellos trabajan) o en la rección (para {ti ~ *}, frente a según { ~ *ti}). Los morfemas de contenido gramatical que dan lugar al conjunto de variantes de una palabra se denominan morfemas flexivos. El conjunto de estas variantes constituye la flexión de la palabra o el paradigma flexivo que le corresponde. Las alternancias basadas en la flexión pueden afectar el género (alto ~ alta; este ~ esta ~ esto; profesor ~ profesora), el número (mesa ~ mesas; canto ~ cantamos), la persona ( ~ ti; canto ~ cantas), el tiempo (canto ~ cantaré), el aspecto (cantando ~ cantado), el modo (canto ~ cante) y el caso (yo ~ ~ me). Las variantes flexionadas de las palabras (casas, cantábamos, muchos, estas) no aparecen en los diccionarios, pero las alternancias de género (muchacho ~ muchacha) suelen formar parte, cuando existen, de la entrada léxica de los sustantivos y los adjetivos. Se dedican a la morfología flexiva los capítulos 2, 3 y 4 de esta gramática.

La morfología léxica se denomina a menudo formación de palabras en la tradición gramatical hispánica. Estudia esta parte de la gramática las pautas que permiten obtener nuevas palabras a partir de otras más simples, como en dormitorio a partir de dormir, sensatez a partir de sensato o robustecer a partir de robusto. También se ocupa esta parte de la gramática de analizar la estructura en que se organizan los distintos componentes de estas palabras, como medio de explicar su significado. Mientras que las voces flexionadas (leo, leyendo, leeré) constituyen variantes de una misma unidad léxica (leer), las palabras derivadas (lector, lectura) no son variantes de las formas de las que proceden (leer), sino voces diferentes, aunque relacionadas con ellas en la historia de la lengua, en la conciencia lingüística de los hablantes o en ambas a la vez. La morfología léxica se denomina frecuentemente también morfología derivativa. Este término solo es apropiado si se usa en sentido amplio el concepto de derivación, ya que hacerlo en el estricto excluye el de composición (§ 5.1a y capítulo 11). La morfología apreciativa (capítulo 9) constituye una parte de la morfología léxica, si bien posee ciertas propiedades en común con la flexiva. Se analizan estos vínculos en el § 9.1e.

La noción de ‘morfema’ —controvertida, como se señaló— suele usarse hoy en varios sentidos, pero sobre todo en tres. En el primero de ellos equivale a segmento morfológico. Desde este punto de vista (que se adoptará aquí), -s es un morfema en casa-s, y -se- lo es en cant-a-se-s (los demás morfemas aislados en esta última palabra se explicarán más adelante). En segundo lugar, algunos gramáticos emplean también el término morfema para abarcar las unidades sintácticas que poseen significado gramatical, como los artículos, algunos pronombres y la mayor parte de las preposiciones. Se aduce como principal ventaja de esta opción el hecho de que permite extender el concepto morfema a las voces que no siempre se integran de forma gráfica en otras, aunque se incorporen prosódicamente a ellas. No resultaría coherente, por ejemplo, caracterizar la forma se como morfema en selo, pero no hacerlo en Se lo dio. Esta segunda interpretación de morfema presenta, sin embargo, el inconveniente de que viene a considerar los artículos, las preposiciones o los relativos átonos como unidades morfológicas; por tanto, como parte de la morfología. En el tercer sentido, que adoptan otros gramáticos, morfema designa una información morfológica que puede presentar variantes (llamadas a veces morfos). Así, el morfema de plural —es decir, ese contenido gramatical— se realiza unas veces como -s (casa-s), otras como -es (árbol-es) y otras veces carece de contenido fonológico (crisis-Ø). Como se señaló, se usará aquí el término morfema en el primero de los sentidos descritos. Aun así, debe tenerse en cuenta que los gramáticos lo emplean a veces en los otros dos.

Tanto en la morfología flexiva como en la léxica se distinguen la raíz (es decir, el morfema de la palabra que aporta el significado léxico) y los afijos, que agregan a esta informaciones de diverso tipo. Aunque el término sufijo equivale al de afijo pospuesto (en el sentido de ‘situado detrás de la raíz’), es más habitual usarlo en la morfología derivativa que en la flexiva. Los afijos flexivos del verbo, siempre pospuestos a la raíz (y a los afijos derivativos si los hubiera), suelen recibir el nombre de desinencias. Las desinencias verbales son de dos tipos: unas aportan informaciones a las que corresponde o puede corresponder algún contenido gramatical (tiempo, aspecto, número, persona, modo); otras son segmentos que permiten establecer clases morfológicas, pero no poseen relación directa con el significado ni con la concordancia. Así, la vocal temática constituye un segmento flexivo en el sentido de que varía en las distintas formas del paradigma verbal, pero carece de repercusión semántica o sintáctica. La vocal temática distingue las tres conjugaciones (cantar, beber, vivir), aunque unifica ciertas formas verbales de la segunda y de la tercera (cantado, temido, partido) y puede experimentar cambios en la conjugación o no estar presente en todas las formas verbales. El constituyente que forman la raíz, junto con los afijos derivativos (si los hay), y la vocal temática se denomina tema. Algunos autores reservan el término desinencia para el conjunto de los morfemas con contenido gramatical, de modo que segmentan las formas verbales en dos partes: el tema, que aporta el contenido léxico, y la desinencia.

La vocal temática no solo aparece en el paradigma flexivo del verbo, sino también en algunos derivados deverbales. Así, las tres vocales temáticas subrayadas en los derivados salpicadura, torcedura y añadidura reproducen las que caracterizan los respectivos infinitivos (salpicar, torcer, añadir). Estos derivados se forman, pues, sobre los llamados temas de infinitivo (también de presente). No todos los derivados verbales comparten esta propiedad. Así, el contraste entre anulación (< anular, 1.ª conjugación), perdición (< perder, 2.ª conjugación) e intuición (< intuir, 3.ª conjugación) muestra que las vocales temáticas son idénticas en el segundo caso y en el tercero. Lo mismo sucede en revisable, temible, traducible y otros muchos derivados que eligen temas de participio (también de pretérito o de perfecto), en lugar de temas de infinitivo, como bases del proceso derivativo. Se dedica a la vocal temática el § 4.3.

Resulta polémica la cuestión de en qué medida la morfología flexiva ha de admitir morfemas cero (Ø), que carecen de realización fonética, como en el ejemplo citado crisis-Ø (donde Ø representa la variante nula del plural). La polémica es mayor aún en la flexión verbal que en la nominal. Así, -a- es la vocal temática de la primera conjugación, presente en cantas, canta, cantamos, etc., pero ausente en canto. Siguiendo la tendencia que parece hoy mayoritaria entre los especialistas, se aceptará aquí que el segmento morfológico que corresponde a esta vocal es nulo en dicha forma verbal (§ 4.2b). Ha de tenerse en cuenta que en la segmentación de los verbos flexionados se suelen suponer cuatro componentes: raíz, vocal temática (VT), tiempo, aspecto y modo (TM) y, en último lugar, persona y número (PN). Se aíslan los cuatro segmentos mencionados en cantRAÍZVT-baTM-mosPN. Aunque, en sentido estricto, el tercer segmento incorpore también información aspectual, se usarán las siglas TM en esta obra para identificarlo (en lugar de TAM), con el objetivo de simplificar esa referencia.

Las numerosas irregularidades que se producen al intentar llenar estas cuatro casillas dan lugar a varias segmentaciones alternativas que se comparan en el § 4.2. Las opciones segmentales que se eligen en esta obra se presentan en el § 4.2g. Los segmentos nulos son más raros en la morfología léxica, pero se suelen reconocer en algunos casos, por ejemplo en los sustantivos derivados de ciertos verbos, como en deslizar > desliz-Ø; disfrazar > disfraz-Ø; perdonar > perdón-Ø y en otros similares que se mencionan en los § 5.7e-g.

La morfología léxica se divide de manera general en dos subdisciplinas: la derivación y la composición. En ambos casos se denomina base léxica la voz de la que se parte en un proceso morfológico. En la composición se unen dos bases léxicas (pelo y rojo en pelirrojo); en la derivación se une una base léxica y un afijo derivativo (Cervantes e -ino en cervantino; in- y útil en inútil). La raíz es un morfema de naturaleza léxica. Se denomina por ello lexema en algunas terminologías, que prefieren reservar el término morfema para los segmentos morfológicos que aportan contenidos estrictamente gramaticales. Las raíces se reconocen en las palabras compuestas (pel-, no pelo) y en las derivadas (cervant-, no Cervantes). Se retomará la diferencia entre base léxica y raíz en el apartado siguiente.

La derivación abarca tres procesos: sufijación, prefijación y parasíntesis. Se denomina sufijación al procedimiento mediante el cual se adjunta un sufijo a una base. Los morfemas antepuestos a la raíz se denominan prefijos (im-posible, re-educar) y el proceso por el cual se añade un prefijo a una base se llama prefijación. El lugar de la prefijación dentro de la formación de palabras ha sufrido cambios a lo largo del tiempo. Mientras que en los estudios clásicos era más común ubicarla en la composición, en la actualidad se la sitúa de forma mayoritaria en la derivación. Se analiza de manera sucinta esta cuestión polémica en el § 10.1b. La parasíntesis (§ 1.5o, 8.1) se solía considerar una combinación de composición y derivación. En la actualidad, el término parasíntesis designa normalmente el proceso de adjunción simultánea de un prefijo y un sufijo. Existe un segundo sentido del término derivación que abarca también la composición. En esta interpretación, más amplia, derivación se opone a flexión.

Según se explicó en el apartado anterior, la raíz (granad- en granadino) se distingue de la base léxica (Granada en esta misma palabra). La base léxica Granada puede designar una ciudad, una provincia o un país. Como se ve, la raíz es un segmento morfológico, mientras que la base léxica es la voz de la que se parte en un proceso derivativo o compositivo. En la palabra marino, que se deriva de mar, la base léxica del sufijo -ino y la raíz de la palabra coinciden formalmente. Aun así, es habitual representar las raíces con un guion final (mar- frente a mar) para evitar la confusión. No coinciden, en cambio, ambos segmentos cuando la base léxica termina en vocal átona, como en arena > arenoso. En estos casos, el segmento final de la base léxica (/a/ en este ejemplo), llamado marca de palabra o marca segmental, no aparece en los derivados. El proceso morfofonológico general mediante el cual se suprime la vocal átona final en la formación de derivados suele denominarse cancelación vocálica. Así, en aren(a) + -oso > arenoso, la base léxica arena proporciona la raíz aren- anulando, suprimiendo o cancelando la vocal átona final. De la misma manera, a partir de cas- se obtienen casita y casero, y de libr-, librería, libresco y librero. Cuando la base léxica termina en vocal tónica, esta se suele mantener en la formación de derivados, aun cuando pierde la tonicidad. De este modo, dadaísmo se obtiene a partir de dadá y cafeína de café, en lugar de originarse a partir de las formas dad- y caf-.

Se denomina base de derivación (o simplemente base) el segmento morfológico al que se aplica un proceso de formación de palabras. Así, en el adjetivo constitucional, la base de derivación del sufijo -al es el segmento complejo constitucion-, pero su raíz en el análisis sincrónico es el morfema constitu-, relacionado con el verbo constituir. La base de derivación y la raíz coinciden cuando los derivados se forman a partir de palabras simples, como en los casos de casita o librero mencionados anteriormente. La diferencia entre raíz y base puede ser mayor en otros casos, que se estudiarán oportunamente en los capítulos dedicados a la morfología. A todo ello se añade que la derivación puede interpretarse como proceso sincrónico o como proceso histórico. Esta decisión metodológica altera de modo considerable la interpretación que se dé al concepto mismo de ‘base’, como se explicará en los § 1.6e, f.

Se recordó en el § 1.5b que se llama paradigma flexivo a la serie de voces que puede obtenerse con las variantes flexivas de una misma palabra (alto, alta, altos, altas). Se denomina paradigma derivativo al que se obtiene con las voces derivadas de ella. Forman este paradigma, en consecuencia, un conjunto de palabras diferentes que tienen una raíz común (altura, alteza, altivo, altivez, altamente, altitud y la antigua altor, así como el verbo enaltecer, entre otras voces). El paradigma derivativo se conoce también de manera general con el término familia de palabras, que suele incorporar las palabras compuestas (altiplano, altibajo, altímetro). Se denomina paradigma semántico al que se obtiene con palabras que pertenecen a su misma clase significativa (alto, bajo, ancho, estrecho, profundo). Como se ve, dentro de un paradigma se observan contrastes u oposiciones entre las distintas formas de una palabra. En algunas de estas oposiciones es frecuente diferenciar entre el término marcado y el término no marcado. El término no marcado de una oposición es aquel que presenta una distribución más amplia, un significado más general y a menudo también el que se obtiene por defecto en ausencia de morfemas específicos. Así, en la oposición entre el masculino y el femenino dentro del paradigma de ciertos sustantivos (§ 2.2), se suele señalar que la forma masculina es no marcada, ya que se emplea en los contextos genéricos e incluye en su significado la designación de seres de ambos sexos, como en El oso polar es blanco. Asimismo, la forma femenina de ciertos sustantivos y adjetivos se crea agregando un morfema de género a la palabra masculina, como en profesor > profesora o en francés > francesa.

Se llama derivación nominal (capítulos 5 y 6) la que permite derivar sustantivos de otras categorías, en gran medida de verbos (traducir > traducción), adjetivos (ancho > anchura) o de otros sustantivos (naranja > naranjal). Se denomina derivación adjetival (capítulo 7) la que permite obtener adjetivos de otras bases, en la mayor parte de casos sustantivas (arena > arenoso) y verbales (deprimir > deprimente). La derivación verbal (capítulo 8) es la que permite formar verbos de otras categorías, muchas veces de sustantivos (batalla > batallar) y adjetivos (claro > clarificar). Es más debatida la existencia de procesos de derivación adverbial (rápido > rápidamente), ya que —como se señala en el § 7.14— los adverbios en -mente tienen varios puntos en común con las palabras compuestas. De hecho, algunos autores entienden hoy que la formación de estas voces no constituye un proceso derivativo, sino compositivo (composición adverbial, por tanto). Aun así, esta cuestión se considera controvertida.

Los procesos de formación de palabras exigen ciertos requisitos categoriales que se irán analizando al estudiar cada grupo de morfemas. Así, el sufijo -izar se combina con sustantivos (canal-izar) y con adjetivos (verbal-izar); el sufijo -eza suele formar sustantivos a partir de adjetivos (trist-eza), mientras que -udo lleva a cabo el proceso contrario (campan-udo). Las palabras compuestas se forman a partir de dos palabras simples (bocacalle, lavaplatos), pero también a partir de dos elementos compositivos cultos (también llamados, bases compositivas cultas, temas neoclásicos o bases radicales, entre otras denominaciones), como en filo-logía (§ 11.10). Unos pocos compuestos se constituyen mediante la combinación de varias palabras que forman alguna unidad en la que se reconoce cierta pauta sintáctica, como en correveidile, sabelotodo, tentempié. Se desarrollarán todas estas cuestiones en el capítulo 11.

La segmentación morfológica en las palabras derivadas tiende a ser binaria. Así, en lugar de identificar cuatro componentes paralelos en nacionalización (nacion-al-iza-ción), se reconocen solo dos en el nivel más alto (nacionaliza-ción). La segmentación correcta es, por consiguiente, [[[[nacion]-al]-iza]-ción] (donde no se aísla la vocal temática), que corresponde a la serie nación > nacional > nacionalizar > nacionalización. Más polémica es la cuestión de si debe reconocerse o no la base verbal nacer en el sustantivo nación desde el punto de vista sincrónico. No hay duda de que la respuesta es afirmativa para la morfología histórica, como se explicará en los apartados siguientes. Esta sucesión de capas o estratos constituye, como se ve, una jerarquía de segmentos casi siempre binarios que se reconocen en los procesos derivativos (se explican en el apartado siguiente algunas posibles excepciones). No existe acuerdo, en cambio, entre los morfólogos acerca de si los afijos flexivos se organizan o no en capas similares a las que suelen aceptarse para los derivativos, si bien la respuesta que hoy parece mayoritaria es la afirmativa.

Se da una relación estrecha entre la segmentación morfológica de las palabras derivadas y su significado. Así, el sustantivo descentralización se segmenta en la forma descentraliza-ción, que se interpreta como ‘acción de descentralizar’. La base es verbal (descentralizar) y el resultado es nominal. La base verbal mencionada se segmenta a su vez en la forma des-centraliza-, que proporciona el significado ‘realizar la acción contraria a la de centralizar’. Se parte, por tanto, de una base (centralizar) para llegar a un resultado también verbal. La raíz correspondiente a la última base obtenida (centraliza-) se segmenta en la forma central-iza-, que proporciona la interpretación ‘hacer que algo pase a ser central’. Su base es adjetival (central) y el resultado es verbal. El adjetivo central se deriva a su vez de un sustantivo (centr-al) y significa aproximadamente ‘relativo al centro’. Se obtiene, por consiguiente, a partir de una base nominal. En otros muchos casos se obtienen segmentaciones progresivas que muestran cómo cada unidad morfológica se corresponde con determinado significado. Ello no impide, sin embargo, la existencia de múltiples asimetrías en la relación morfológica que se reconoce entre forma y sentido. Se consideran algunas en el § 10.3m y en los apartados a los que se remite desde ese lugar.

Existen en español escasos ejemplos de doble segmentación. Si el adjetivo inmovilizable (que no suele aparecer en los diccionarios por las razones que se mencionan en los § 1.6a, b) se segmenta en la forma in-movilizable, proporcionará la interpretación ‘que no puede ser movilizado’, pero si se segmenta en la forma inmoviliza-ble, proporcionará la lectura ‘que puede ser inmovilizado’. La primera, más natural para muchos hablantes, se aplicaría a algún objeto que no es posible movilizar; la segunda —marcadamente distinta—, a alguna cosa en movimiento que es posible dejar inmóvil. La doble posibilidad de segmentación que aquí se muestra proporciona, como se ve, dos interpretaciones semánticas que no alteran, sin embargo, la pronunciación (a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en francés). Esta doble segmentación exige bases adjetivales que admitan verbos derivados en -izar (movil-izar, sensibil-izar), pero requiere también que acepten el prefijo in- (inmóvil, insensible). Los adjetivos en -ble que no se ajustan a esas condiciones morfológicas (indestructible, incalculable) no producen la ambigüedad que se percibe en los adjetivos anteriores. En cualquier caso, la doble segmentación es excepcional en la morfología del español, como se explica en el § 7.10.

Se introdujo el término parasíntesis en el § 1.5h. Este concepto designa el procedimiento de formación de palabras que participa simultáneamente de la derivación y la composición. Son, pues, formaciones parasintéticas, según este criterio, centrocampista, cuentacorrentista o quinceañero. La estructura morfológica de estas palabras se analiza en los § 11.3d y ss. Como la prefijación se asimiló en la gramática tradicional a la composición, en lugar de a la derivación (tal como se recordó en el § 1.5h), se trasladó el término parasíntesis para denominar el proceso de formación de verbos, como abotonar (< botón) o engrandecer (< grande), y en menor medida de adjetivos, como amulatado (< mulato) o apepinado (< pepino). Es polémica la segmentación que corresponde a estas formaciones. Mientras que algunos morfólogos defienden que abotonar se segmenta en la forma [a-[boton-ar]], a pesar de la inexistencia de *botonar, y suponen que corresponde a engrandecer una segmentación paralela, otros autores optan, como se hará aquí, por analizar a-…-ar y en-…-ecer como afijos discontinuos (similares en cierta medida a los circunfijos de otras lenguas, como ge-…-t para formar los participios del alemán). Se trata, pues, de esquemas construidos simultáneamente por un prefijo y un sufijo, entre los que se puede situar un adjetivo (abaratar, aclarar, atontar; embrutecer, entontecer, entristecer) o un sustantivo (abotonar, amontonar, apoltronar). Estos derivados se analizan, junto a otros muchos similares, en el capítulo 8.

Junto a los prefijos (afijos que preceden a la raíz) y los sufijos (afijos que la siguen) se emplean varios términos para designar los afijos mediales, que se agregan a la raíz o bien la separan del sufijo. Los dos términos que suelen usarse son infijo e interfijo. Los contenidos que recubren son diferentes en función de escuelas o teorías gramaticales. Unos autores utilizan el término infijo para los segmentos flexivos que se agregan de modo regular a la raíz (pon-g-o, no *pon-o) y reservan el término interfijo para los morfemas derivativos sin significado que se intercalan entre la raíz y otro sufijo (polv-ar-eda, no *polveda, frente a rosal-eda). Otros entienden, como se hará aquí, que los infijos son morfemas que se insertan en la palabra y aportan siempre algún significado, lo que reduce el paradigma a unos pocos morfemas apreciativos (Carl-it-os, arrib-ot-a), según se explica en el § 9.4h. Reservan, pues, el término interfijo para los segmentos que se requieren por razones morfofonológicas, pero no tienen repercusión alguna en el sentido (el segmento -c- es necesario en cancion-c-ita porque *cancionita es agramatical). Algunos filólogos hispanistas finalmente, optan por usar como equivalentes ambos términos en español, a pesar de que otras lenguas posean sistemas flexivos y derivativos en los que ambas unidades manifiestan propiedades morfológicas diferentes.

Frente a lo que sucede con los afijos flexivos, los derivativos se asocian con numerosos significados, que no siempre son aislables o deslindables con facilidad. Se trata de nociones como ‘agente’ (oxid-ante), ‘instrumento’ (destornilla-dor), ‘cualidad, calidad o condición’ (tranquil-idad), ‘lugar’ (lava-dero), ‘acción’ (negocia-ción), ‘tiempo’ (lact-ancia), ‘conjunto’ (chiquill-ería), ‘golpe’ (maz-azo) y otros muchos que se analizan en los capítulos 5 y 6. Sin embargo, como se recordó en el § 1.3d, no todos los morfemas que pertenecen a un paradigma derivativo aportan algún significado reconocible, como es el caso de re- en recoger (recoger algo del suelo); -lento en corpulento; -idad en especialidad (como en la especialidad de este restaurante); -mento en campamento o departamento, o a-…-ar en acurrucar. Como se acaba de señalar, los interfijos pueden, igualmente, no asociarse con una determinada noción semántica (-ar- en viv-ar-acho). Estas son algunas de las irregularidades características de la morfología léxica, cuyo origen está en las varias formas en que las palabras ingresan en la lengua, así como en el diverso grado de conciencia que los hablantes tienen o pueden tener de su estructura interna. Se retomarán ambas cuestiones en el § 1.6i.

Las bases léxicas que participan en los procesos derivativos no conservan en ellos todos los sentidos que los diccionarios les reconocen, sino que a menudo están sujetas a cierta especialización semántica. Así, aclarar y clarificar se derivan del adjetivo claro. Ambos verbos comparten ciertos contextos sintácticos (una idea, una propuesta, la situación, etc.), pero, puesto que aclarar abarca más sentidos que clarificar, existen contextos sintácticos no compartidos entre ambos (se «aclaran», por ejemplo, la ropa, la garganta o la voz, pero no se «clarifican»). Estas diferencias pueden relacionarse fácilmente con las diversas acepciones del adjetivo claro. Se aplican consideraciones similares a los pares altura ~ altitud; apertura ~ abertura; bautismo ~ bautizo; dedicación ~ dedicatoria; endulzar ~ dulcificar; fortalecer ~ fortificar; llanura ~ llaneza y otros muchos análogos que se analizan en los capítulos 5, 6 y 8. En las locuciones son relativamente frecuentes las voces compuestas o derivadas que no se usan en otros contextos. Se trata de sustantivos como rajatabla (en a rajatabla), machamartillo (en a machamartillo), matacaballo (en a matacaballo), metedura (en metedura de pata; a veces en alternancia con metida de pata), tomadura (en tomadura de pelo; se prefiere tomada de pelo en algunos países), improviso (en de improviso), vuelapluma (en a vuelapluma), entre otros muchos semejantes (§ 11.4 y 30.16b y ss.).

Las informaciones flexivas y las derivativas muestran, como se señaló, propiedades morfológicas distintas. Las flexivas no alteran la clase de palabras a que pertenece la base, ya que —tal como se explicó— proporcionan las variantes que esta presenta por razones sintácticas, muy a menudo por exigencias de la concordancia. Resulta, pues, esperable que los afijos flexivos manifiesten esas relaciones, como en una casa [femenino] pequeña [femenino]. Los afijos derivativos, en cambio, no están sometidos a tales exigencias, de modo que se acepta cualquiera de las opciones que se muestran en una {casa ~ casita} {pequeñita ~ pequeña}. Las informaciones derivativas alteran muy frecuentemente la clase de palabras a la que pertenece la base, pero la conservan casi todos los prefijos (escribir > reescribir), los sufijos apreciativos (casa > casita) y otros sufijos derivativos (maíz > maizal).

Dado que en los procesos de derivación se forman unidades léxicas distintas de las que aporta la base (y no variantes suyas, como sucede en la flexión), es natural que los afijos derivativos (-idad) precedan a los flexivos (-es), como en [[[oportun]-idad]-es]. De manera análoga, en normalizamos se flexiona el verbo normalizar, derivado del adjetivo normal. En cantar-es se interpreta como sustantivo el infinitivo cantar, por lo que su terminación no se reconoce como unidad flexiva verbal. El uso sustantivo de los infinitivos (su parecer, tu reír) se estudia en los § 26.2g y 26.3. Las variantes del plural que muestran algunos compuestos (como en aviones espía ~ aviones espías) ponen de manifiesto que la flexión de número puede reconocer más de un segmento morfológico como unidad léxica. Este tipo de variación se estudia en los § 3.5q y 11.2g.

1.6 Unidades morfológicas (II). Morfología sincrónica y diacrónica. Opacidad y transparencia

Como se hizo notar en las páginas precedentes, las variantes flexivas de las palabras no poseen entradas en los diccionarios. Por el contrario, la mayor parte de las voces obtenidas por derivación y composición aparecen en ellos. Se exceptúan las formadas por los afijos derivativos que poseen mayor rendimiento, concepto que en morfología recibe el nombre de productividad. Así, el DLE opta en sus últimas ediciones por no incluir gran número de adverbios terminados en -mente (como decisivamente o abruptamente) o de adjetivos terminados en -ble (instalable, pintable, solucionable, etc.). Tampoco da cabida a la mayor parte de las voces formadas con sufijos apreciativos (arbolito, fiebrón, muchachote, suavecillo, cerquitica, clarito, etc.), salvo cuando están fosilizadas o lexicalizadas, como se explica con detalle en el § 9.3a. Así, mesilla se incluye en el DLE porque no es una mesa pequeña, sino que designa (en algunos países) la mesa que se coloca al lado de la cama.

Las restricciones léxicas relativas a la posibilidad de formar diminutivos con sustantivos son escasas, sobre todo si el diminutivo designa un objeto material. Según se dijo en el apartado anterior, los diccionarios no recogen estas voces (camita, lucecita, vientito, puertica, etc.), ya que se pueden obtener mediante procedimientos combinatorios regulares. Su significado suele ser, además, transparente, en el sentido de que se puede deducir de modo directo del de la base y el del afijo. La productividad de los afijos derivativos mide su rendimiento, pero también su vitalidad, entendida como la capacidad de acuñar conceptos que designan realidades nuevas. Por el mismo motivo, no se incluyen en el DLE un gran número de voces posibles formadas con los sufijos -ismo o -ble, o con los prefijos seudo- o neo-. Como criterio general, los diccionarios tienen en cuenta el uso efectivo que los hablantes hacen de estos recursos del idioma, adaptados a las nociones que desean designar, así como la extensión o la aceptación general de que gozan las nuevas voces que se acuñan. Están, por ejemplo, en el DLE germanófobo, hispanófobo y francófobo, pero no figura italianófobo, aunque sí italianófilo. Existen otros muchos casos similares.

La formación de palabras está sujeta en español a múltiples irregularidades que, como se recordó, son resultado, en su mayor parte, de factores históricos. El estudio de la estructura de las palabras puede abordarse desde dos puntos de vista: el diacrónico y el sincrónico. Desde el punto de vista diacrónico, esta parte de la gramática estudia la evolución que experimentaron las formas latinas, así como la progresiva incorporación al español de neologismos de muy variado origen, por causas diversas, a lo largo de toda su historia. En la mayor parte de los casos se crean voces nuevas imitando pautas ya existentes, pero son muchas las que entran en el idioma como préstamos de otras lenguas (por ejemplo, el sustantivo cartoné no procede de cartón, sino del francés cartonée) o como calcos (rascacielos, calco del inglés skyscraper). Desde el punto de vista sincrónico, la formación de palabras analiza las pautas morfológicas que permiten construir e interpretar las formas compuestas y derivadas a las que los hablantes tienen acceso. Desde esta perspectiva, se otorga el mismo análisis a derivados como arenoso (procedente del derivado latino arenōsus) y aceitoso (formado en español a partir de aceite). En ambos casos se identifica un sufijo -oso que aporta los significados ‘que tiene N o abunda en N’ o ‘semejante a N’, donde N representa la base nominal (§ 7.3).

La estructura morfológica de una voz no coincide necesariamente con su etimología. Así, desde el punto de vista histórico no es correcto postular un proceso mediante el cual el sustantivo traducción se deriva del verbo traducir, o el sustantivo tristeza se deriva del adjetivo triste —a diferencia de lo que se haría desde la morfología sincrónica—, sino sendos procesos históricos mediante los cuales traducción es la continuación natural del latín traductĭo, -ōnis, como tristeza lo es del latín tristitĭa, -ae. De modo análogo, en la morfología sincrónica se deriva el sustantivo conductor del verbo conducir, pero este proceso no se postula en la morfología histórica, puesto que conductor procede directamente del latín conductor, -ōris.

Muchas de las relaciones que se reconocen en la vertiente sincrónica de la formación de palabras no tienen correlato histórico, lo que ha suscitado polémicas entre los gramáticos de diversas escuelas, que optan —por consiguiente— por una de las dos direcciones hacia las que se orienta esta parte de la gramática. Un problema muy debatido en relación con esta cuestión es el de las llamadas bases opacas, perdidas o no accesibles. Así, en la morfología sincrónica es habitual derivar los adjetivos caluroso y riguroso de los sustantivos calor y rigor, respectivamente, al igual que se deriva venturoso de ventura o anchuroso de anchura. Pero la etimología proporciona respuestas diferentes: no se dice caloroso ni rigoroso (aunque ambas voces estén documentadas) porque caluroso procede históricamente del sustantivo desusado calura; la u de riguroso se suele explicar por analogía con el adjetivo, de uso general, caluroso. La base que se postula en la morfología sincrónica (calor) no coincide, por tanto, con la que se postula en la morfología diacrónica (calura).

Resultan también opacas en la derivación sincrónica las bases etimológicas de espaldarazo (históricamente derivado de espaldar, no de espalda), encontronazo (de encontrón, no de encontrar), y de otras muchas voces similares. Aunque casi todas estas bases (espaldar, encontrón, etc.) están en los diccionarios, los hablantes vinculan sus derivados con las bases no etimológicas espalda o encontrar, respectivamente. Ello ha dado lugar a polémicas entre los morfólogos, ya que unos entienden que debe darse preferencia a la procedencia histórica del derivado, y otros a la interpretación que los hablantes hacen de él. En el análisis sincrónico de las voces anteriores se suele postular la presencia de interfijos (-ar-, -on-) entre la base y el sufijo. Se llaman bases léxicas prestadas las que proceden de otra lengua. Así, el adjetivo lexical entró en tiempos recientes en el diccionario porque hasta hace poco no se consideró palabra española. En cambio, el sustantivo lexicalización, derivado de él, forma parte del léxico español desde mucho antes. El análisis morfológico que se lleva a cabo en esta obra es fundamentalmente sincrónico pero se llama la atención en numerosas ocasiones sobre la necesidad de proporcionar explicaciones históricas para las irregularidades morfofonológicas.

La estructura morfológica (concepto fundamentalmente sincrónico) proporciona en los casos citados en los § 1.6e-f respuestas diferentes de las que ofrece la etimología (concepto diacrónico), por lo que se hace necesario precisar en qué sentido se usan derivación y derivar, sobre todo porque pueden no coincidir los resultados obtenidos desde esos dos puntos de vista. Los morfólogos que optan por la vertiente sincrónica de la morfología suelen postular en estos casos variantes alternantes (también llamadas alomorfos). Así, en el análisis sincrónico, calur- es una variante alternante de calor- en caluroso, al igual que tuv- en tuve es una variante alternante de la raíz ten- en el verbo tener. En ambos casos se pone el acento en que los hablantes establecen las conexiones semánticas que esas relaciones léxicas expresan. Los especialistas en morfología histórica suelen aducir, por el contrario, que las descripciones de formas alternantes no proporcionan verdaderas explicaciones para las irregularidades que se describen, ya que ocultan su origen histórico. A su vez, estos autores suelen conceder menos importancia a la vinculación semántica que los hablantes puedan establecer entre las palabras que se desea relacionar.

Cuando la derivación se interpreta como proceso sincrónico, se espera que la relación entre la base y el derivado sea transparente (en el sentido, ya introducido, de reconocible e interpretable semánticamente), como en los ejemplos mencionados antes. Los segmentos morfológicos opacos a la conciencia lingüística de los hablantes no se suelen reconocer en la morfología sincrónica, pero se aíslan, en cambio, en la histórica. Así, todos los hispanohablantes relacionan el adjetivo cubano con el sustantivo Cuba, pero solo algunos reconocen un adjetivo gentilicio (§ 7.6) en campechano (‘natural de Campeche, México’), que ha pasado a interpretarse como adjetivo no derivado para la mayor parte de los hispanohablantes. Se reconocen fenómenos similares en el adjetivo lacónico (en su origen, ‘espartano, natural de Laconia’), el verbo zarandear (‘mover en la zaranda —cierto cedazo—’) y otras muchas voces derivadas de bases que resultan opacas para gran número de hablantes. Existen asimismo afijos opacos, es decir, pertenecientes a paradigmas perdidos. De la serie que permitía en la lengua antigua derivados esdrújulos en -´eda o -´ida, como los antiguos cómpreda o véndida, permanecen búsqueda y pérdida. Así pues, los segmentos opacos, sean bases o afijos, se suelen evitar en la morfología sincrónica, pero se distinguen en la diacrónica porque son fundamentales para trazar la etimología de esas voces, con independencia de que los hablantes la reconozcan o no. Se usa de modo habitual en la morfología el acento gráfico, o tilde, sobre el guion (-´ico,eda) como recurso formal para señalar que la sílaba anterior al sufijo es tónica.

Según se explicó, las vertientes sincrónica y diacrónica de la morfología derivativa difieren en sus objetivos fundamentales. A ello se añade el hecho, no controvertido, de que el léxico constituye una parte del idioma sujeta a mayor variación que las demás. Es improbable —como se ha señalado en múltiples ocasiones— que todos los miembros de un conjunto de hablantes compartan exactamente el mismo vocabulario, puesto que su cultura, su educación, su procedencia, su entorno y otros muchos factores objetivos condicionan el léxico que usan y el grado de conciencia lingüística que de él poseen. Estos factores repercuten en la distinción, introducida arriba (§ 1.6c-h), entre la vertiente sincrónica y la diacrónica de la morfología derivativa, lo que tiene indudables consecuencias para el análisis gramatical. En la misma medida en que el léxico de los hablantes es variable, así como el grado de conciencia lingüística que de él poseen, también pueden serlo la opacidad de los segmentos morfológicos o la transparencia de las voces derivadas. Así, casi todos los hispanohablantes relacionan agruparse con grupo (§ 8.2b) o apolillarse con polilla, pero solo algunos vinculan amilanarse con milano o agazaparse con gazapo (‘cría de conejo’). Suele aceptarse que acurrucarse procede del latín corrugāre (‘arrugar’), pero también se puede asociar con curruca (‘cierto pájaro’). Como se ve, la pauta morfológica sobre la que se forman la mayor parte de estas voces (abreviadamente, a-N-ar(se), donde N representa un nombre) está o no disponible para los hablantes en diferente medida, y resulta o no reconocible por ellos en función de los factores fluctuantes mencionados.

La transparencia o la opacidad de una forma derivada se suelen diferenciar de su motivación, entendida como la correspondencia que existe entre la estructura morfológica de la palabra y su significado. Así, como se hace notar en el § 11.2k, los hablantes reconocen sin dificultad la estructura de muchos compuestos. Las palabras pasamontañas, rompecabezas, mataburro(s) y matasuegras o espantasuegras se ajustan de modo claro a la pauta V-N. Sin embargo, aunque la transparencia de esta estructura morfológica sea manifiesta —es decir, la pauta que da sentido a estas voces como construcciones morfológicas—, no se obtiene directamente de ella la designación que les corresponde. Mientras que es esperable, y por tanto deducible, que lavaplatos, matamoscas y sacacorchos designen sendos instrumentos, no por reconocer el esquema V-N los hablantes han de deducir que pasamontañas designa una prenda, rompecabezas un juego, mataburros un accesorio para automóviles o una serpiente y matasuegras o espantasuegras un artículo de broma o un artefacto explosivo. Se hacen otras consideraciones sobre la motivación y la transparencia de las palabras compuestas y derivadas en los § 11.2k-n.

La dirección de los procesos derivativos se interpreta de forma distinta en la morfología sincrónica y en la diacrónica. Así, existe en español un sufijo derivativo -a que permite obtener sustantivos a partir de verbos (ayudar > ayuda; reformar > reforma; talar > tala), y también existe un sufijo -ar que permite derivar verbos de sustantivos (almacén > almacenar; cimiento > cimentar; diluvio > diluviar). Si se desea relacionar pelea con pelear, habrá de elegirse entre la opción pelear > pelea y la opción pelea > pelear. Cuando las estructuras morfológicas admiten las dos opciones, suelen intervenir factores semánticos en la elección, si se plantea desde el punto de vista sincrónico. Uno de ellos es la interpretación de los conceptos de ‘acción’ y de ‘efecto’. La respuesta en la morfología diacrónica se basa en la datación de las voces examinadas (dicha datación proporciona, de hecho, la dirección pelear > pelea). De nuevo, los criterios utilizados son distintos según se adopte uno u otro punto de vista. Se dedica al problema de la dirección de los procesos derivativos en la derivación nominal el § 5.7. Se llama derivación regresiva la que debe postularse desde el punto de vista histórico para justificar la obtención de voces más simples morfológicamente que aquellas de las que proceden, como el proceso —contrario a la intuición— de obtener legislar a partir de legislador, burro a partir de borrico, testigo a partir de atestiguar y asco a partir de asqueroso (o bien del antiguo ascoroso).

Aun cuando la morfología sincrónica y la diacrónica son dos disciplinas con objetivos distintos y con recursos analíticos también diferentes, existen procesos morfológicos que se consideran paralelos en ambas. Así, se ha hecho notar en diferentes ocasiones que el español contemporáneo usa con profusión los recursos morfológicos para establecer cadenas derivativas cuyo estadio final vuelve en cierta medida al punto de partida: culpar > culpable > culpabilizar; explotar > explosión > explosionar; influir > influencia > influenciar; nuevo > novedad > novedoso; recibir > recepción > recepcionar; ver > visión > visionar, y otras análogas que se estudian en el § 8.6. Las voces obtenidas de esta forma (denominadas a veces archisílabos) no tienen siempre el mismo significado que las que constituyen el primer eslabón de la cadena, pero a menudo compiten con ellas en contextos similares, y el DLE las da a veces como sinónimas (culpar ~ culpabilizar; influir ~ influenciar). Algunas palabras de uso común en el español contemporáneo son el resultado de este mismo proceso, que se dio en latín de manera relativamente similar. Entre ellas están olvidar, empujar u osar. Así, sobre oblītus (part. de oblivisci ‘olvidar’) se formó en latín vulgar oblitāre, de donde procede olvidar; a partir de impulsus (part. de impellĕre ‘empujar’) se formó impulsare, que dio lugar a la voz patrimonial empujar y a la variante culta impulsar. De ausus (part. de audēre ‘osar’) se formó el latín vulgar ausāre, del que procede nuestro osar. Existen otros muchos casos similares.

La segmentación morfológica de una palabra puede ser diferente en la morfología sincrónica y en la diacrónica. Así, en la primera se segmenta la palabra desagradecido en la forma [des][agradecido] (con un prefijo negativo sobre una base adjetival), pero en la segunda se hace en la forma [desagradec][ido], ya que esta voz designa históricamente el participio del antiguo verbo desagradecer, hoy perdido.

Como se señaló, la orientación de la presente gramática del español es, en lo esencial, sincrónica. No obstante, así como en las secciones dedicadas a la sintaxis se hacen consideraciones ocasionales de carácter histórico que son útiles para comprender los fenómenos que se analizan, también en la parte dedicada a la morfología se introducen frecuentes referencias a los factores históricos que condicionan la formación de un gran número de voces. En los capítulos de morfología léxica se retoman las reflexiones introducidas en los apartados precedentes, relativas a la diferencia entre la aproximación sincrónica y la diacrónica en el estudio de los fenómenos morfológicos. En la descripción de las numerosas alternancias morfofonológicas que caracterizan los procesos derivativos del español se tendrán en cuenta, asimismo, los factores históricos que las condicionan. En la sección siguiente se explicará por qué la descripción de los entornos fonológicos no es suficiente en ocasiones para determinar las variantes alternantes de muchos segmentos morfológicos, ya que existe un gran número de irregularidades que se explican teniendo en cuenta la etimología de las voces analizadas.

Junto a la variación histórica y la relativa al conocimiento léxico de los hablantes, a las que se aludió en los apartados precedentes, son relevantes en el estudio de la morfología léxica la variación geográfica y la social (en el segundo caso, en especial la que aportan los registros). De todas ellas se ocupa en alguna medida esta obra, si bien la información dialectológica y sociolingüística que contiene ha de subordinarse necesariamente, como se indicó, a la descripción de las pautas morfológicas que se reconocen, así como al análisis de sus propiedades gramaticales.

1.7 Unidades morfológicas (III). Sus relaciones con las fonológicas

No será posible presentar en esta sección todos los fenómenos morfológicos que se solapan o se traslapan de manera parcial con los fonológicos en español, por lo que se hará tan solo una breve mención de los fundamentales y se remite a los § Fon. 8.8-12 para un análisis más pormenorizado de ellos. Se llama silabación, silabeo o silabificación (§ Fon. 8.8) el proceso de segmentar las palabras en sílabas. En los ejemplos que siguen se aíslan sílabas usando un punto como marca de separación, pero no se transcriben las voces fonética ni fonológicamente, ni se altera tampoco la ortografía: ca.sa, cor.tas.te, trans.por.tar. La silabación es sensible a veces a la estructura morfológica del español. Así, el adjetivo sublunar, en el que se reconoce el prefijo sub-, se segmenta silábicamente en la forma sub.lu.nar, y no en la forma *su.blu.nar, mientras que el adjetivo sublime —en el que no se reconoce ningún prefijo en la morfología sincrónica— se silabea en la forma su.bli.me, y no en la forma *sub.li.me, a pesar de que desde el punto de vista etimológico contiene un prefijo (lat. sub-līmis ‘bajo el límite’). La silabación puede ser también sensible a la variación dialectal. Sobre la distinta silabación de atlas, Atlántico, atleta, adlátere, véanse los § Fon. 8.8b-c.

La diferencia que se acaba de describir establece una conexión estrecha entre informaciones fonológicas (la separación en sílabas) y morfológicas (la presencia de un prefijo). El prefijo condiciona también el silabeo del verbo subrayar: sub.ra.yar. Esta separación en sílabas contrasta con la de sabroso (sa.bro.so, sin prefijo), y se parece a la de deshuesar: des.hue.sar, pronunciado en muchas ocasiones [dez.u̯e.ˈsaɾ]. Por el contrario, la palabra desuello se segmenta en la forma de.sue.llo, en la que no se reconoce —al menos sincrónicamente— ningún prefijo. Se ha observado repetidamente que las alternancias en la segmentación silábica están en función de la transparencia o la opacidad del prefijo, que pueden ser variables. Así, en el caso de adherir se registran ad.he.rir y también a.dhe.rir (es decir, /a.de.ˈɾiɾ/), con preferencia por la segunda opción; en el de subalterno se atestiguan sub.al.ter.no y también su.bal.ter.no. Existen otros casos similares. La segmentación ortográfica de las palabras es también sensible a su estructura morfológica. Así, si el signo «-» designa el guion que separa las palabras a final de línea, estará bien situado en sub-lunar y en su-blime, pero mal situado en su-blunar y en sub-lime.

Como se vio en el § 1.6g, las bases léxicas poseen variantes alternantes, también llamadas alomorfos. Estos dos términos se suelen usar de manera general para identificar las variantes que se perciben en los procesos derivativos y en los flexivos, aunque sean de naturaleza muy diferente. Se dice, pues, que la raíz de tener presenta las variantes alternantes ten-, tien- y tuv-. Muchos autores dan cabida entre las variantes alternantes o alomorfos a las que proceden de otras lenguas. Desde este punto de vista, la palabra ojo forma sus derivados con las variantes alternantes oj-, ocul- y oftalm-, de forma que la última, de origen griego, alterna con las otras dos, de origen latino. Otros gramáticos reducen en cambio las variantes alternantes a las que proceden de la misma lengua. Los alomorfos también se extienden a las desinencias (-aba, -ía), a los sufijos (-ble, -bil-; -ción, -ión; -al, -ar; -edad, -idad) y a los prefijos (in-, i-; con-, co-).

Los sufijos se caracterizan por imponer con frecuencia pautas prosódicas a la palabra a la que se adjuntan. Varios de ellos convierten en tónica la sílaba inmediatamente anterior, como -´ico o -´eo (como se explicó en el § 1.6h el signo -´ se usa para reflejar en la escritura esta propiedad). Así, de apatía (llana) se deriva apático (esdrújula), y de Hércules se obtiene hercúleo, también con cambio de acento. Son muy numerosos los sufijos tónicos que fuerzan a trasladar el acento de la palabra en la que aparecen, sea cual sea el que la base manifieste: -idad (ágil > agilidad), -ito (mantel > mantelito), -eza (áspero > aspereza), etc.

Se llaman alternancias vocálicas las que distinguen dos alomorfos de una misma raíz en función de las diferencias que las vocales presentan en ellas. De todas las alternancias vocálicas del español, las que muestran mayor sistematicidad morfológica son las que afectan a la diptongación. Las dos alternancias fundamentales son /e/ ~ /ié/ y /o/ ~ /ué/. La ĕ y la ŏ breves latinas pasaron a ser abiertas en latín vulgar y diptongaron en español en posición tónica. La ausencia de diptongación tiene lugar muy frecuentemente en las sílabas átonas de las palabras derivadas en las que se observa un cambio acentual respecto de las voces de las que derivan (tierra > terrestre; huésped > hospedar). Se aborda esta cuestión en los capítulos 5 a 9. Las alternancias vocálicas en la flexión nominal y adjetival se analizan en los capítulos 2 y 3; las relativas a la flexión verbal se estudian en el capítulo 4. Véanse también los § Fon. 3.5-7.

La alternancia /e/ ~ /ié/ se obtiene tanto en la morfología flexiva (cerrar ~ cierro; tender ~ tiendo; herir ~ hiero) como en la léxica, particularmente en la derivación: cierto > certeza; crecer > creciente; diente > dentista; estiércol > estercolero; fiesta > festivo; incienso > incensario; niebla > neblina; tienda > tendero. Existen, sin embargo, numerosas irregularidades en esta alternancia. Así, no diptongan los verbos arredrar (yo arredro), entregar (yo entrego), invernar (yo inverno), pretender (yo pretendo; pero yo entiendo, atiendo, etc.) y muchos de los terminados en -entar (yo adecento, cumplimento, incremento, lamento…; pero yo acreciento, caliento, etc.), entre otros que se estudian en los § 4.10a-i. Estas irregularidades dan lugar a veces a diferencias dialectales o sociolectales, como apreta ~ aprieta; frega ~ friega; neva ~ nieva (§ 4.10d). La lengua culta prefiere las formas diptongadas en estos pares. Se encuentra muy a menudo el diptongo en sílabas no tónicas cuando se daba esta secuencia vocálica en las correspondientes voces latinas: ambientar, dietario, expedientar, orientar. Se perciben numerosas irregularidades en los derivados apreciativos y otros asimilados a ellos: viejito ~ viejecito (ambas con diptongo en sílaba átona), junto a vejete ~ viejete, calentito ~ calientito (§ 9.5). También se observan irregularidades y alternancias en algunas voces derivadas, aunque desarrollen sentidos distintos (fiestero ~ festero; miedoso ~ medroso, etc.). Se retomarán todas estas alternancias al considerar cada uno de los afijos o grupos de afijos mencionados en los capítulos correspondientes de la morfología.

La alternancia /o/ ~ /ué/ obedece a pautas similares. Se percibe en contar ~ cuento; dormir ~ duermo; rodar ~ ruedo; soñar ~ sueño; tostar ~ tuesto, y en otros muchos verbos que se examinan en los § 4.10j-ñ. No diptongan, en cambio, los verbos ahogar, conformar, derrocar, morar, sorber, entre otros. No obstante, en el habla coloquial de algunas regiones, alternan cozo ~ cuezo; forzo ~ fuerzo y soldo ~ sueldo, como se explica en el § 4.10k. También en estos casos se prefieren las variantes diptongadas en la lengua culta. Se observa asimismo la alternancia /o/ ~ /ué/ en gran número de voces derivadas: bueno > bondad; huésped > hospedería; fuego > fogoso; nueve > noveno; pueblo > popular; Venezuela > venezolano; vergüenza > vergonzoso, avergonzar. Se atestigua también la elección de la variante diptongada en muchos compuestos (cuelgaplatos, cuentakilómetros, a vuelapluma).

En la derivación apreciativa se observa mayor resistencia a la ausencia de diptongación en las sílabas átonas, y también mayores irregularidades y alternancias entre variantes diptongadas y no diptongadas. Se obtienen así formas como cuerdita o cuerdecita, pero cordón, cordada; cuerpito o cuerpecito, pero corporal, corpiño; huequito o huequecito, pero oquedad; huerfanito, pero orfandad, orfanato; pueblito o pueblecito, pero poblacho; tiernito o tiernecito, pero ternura. Alternan novísimo y nuevísimo, pero solo se registran nuevito, nuevecito. También se percibe cierta irregularidad en otras clases de derivados: huevera y amueblar (aunque existe amoblar), con diptongo en sílabas átonas, frente a ovular y mobiliario, sin él, entre otras muchas voces. En ocasiones, la diptongación o su ausencia diferencia el topónimo que da origen al gentilicio, como en conquense (de Cuenca, España) y cuencano (de Cuenca, Ecuador). Aunque existe portorriqueño, se prefiere puertorriqueño, con diptongo en sílaba átona, a diferencia de porteño. Las alternancias /e/ ~ /i/ (medir ~ mido), /i/ ~ /ié/ (adquirir ~ adquiero), /o/ ~ /u/ (dormir ~ durmió) y /u/ ~ /ué/ (jugar ~ juego) se examinan en los § 4.10o-w.

Presentan alternancias consonánticas en la raíz ciertos derivados. Entre ellas destacan las siguientes:

Alternancia /k/ ~ /s/ (/θ/ en gran parte del español europeo): sueco-Suecia; médico-medicina; opaco-opacidad.

Alternancia /g/ ~ /s/ (/θ/ en gran parte del español europeo): narigudo-nariz; mendigo-mendicidad; Lugo-lucense.

Alternancia /t/ ~ /s/ (/θ/ en gran parte del español europeo): inocente-inocencia; profeta-profecía; Marte-marciano.

Alternancia /d/ ~ /s/ (/θ/ en gran parte del español europeo): privado-privacidad; delgado-adelgazar.

Alternancia /g/ ~ /x/: filólogo-filología; Cartago-cartaginés; conyugal-cónyuge.

Las alternancias consonánticas en la derivación nominal se analizan en los capítulos 5 y 6; las relativas a la adjetival se estudian en el § 7.2. Las alternancias consonánticas en la flexión verbal se estudian en el § 4.11.

Las irregularidades en las bases o en los afijos se crean a través de distintos procesos. Se llama haplología la supresión de consonantes, a veces incluso de sílabas, en las raíces de algunas palabras derivadas o compuestas, como en Extremad- > extrem- (extremeño); Maracaib- > marab- (marabino); gratuit- > gratui- (gratuidad); independ(i)ent- > independ- (independizar); navidad- > navid- (navideño); novedad- > noved- (novedoso). Se denomina supletivismo (también suplencia o supleción) la sustitución de una base por otra de igual significado, y a menudo de su mismo origen. El fenómeno es muy habitual en las alternancias entre las bases cultas, heredadas generalmente del latín (a veces como intermediario del griego) sin alteraciones fonéticas, y las bases patrimoniales, es decir, propias del español. Son bases supletivas, entre muchas otras, las siguientes:

acu- (acuoso) para agua; anglo- (anglohablante) para inglés; bel- (bélico) para guerra; dan- (danés) para Dinamarca; episcop- (episcopado) para obispo; fil- (filial) para hijo; fratern- (fraternal) para hermano; gubern- (gubernamental) para gobierno; lact- (lactosa) para leche; nas- (nasal) para nariz; neoyork- (neoyorkino) para Nueva York; parl- (parloteo) para hablar; pluv- (pluvial) para lluvia.

Las bases supletivas se extienden también a la flexión, como en cup- (cupo) para caber, en tuv- (tuvieron) para tener, o en las diversas bases de los verbos ir (iré, pero fui, voy, iba) o ser (seré, pero fuimos, eras), tal como se explica en los § 4.13f-m. En la gramática histórica el término supletivismo se suele limitar a aquellos casos en que las bases no guardan relación etimológica. En este sentido restringido serían bases supletivas bel- para guerra o german- para Alemania, pero no pluv- para lluvia, pues ambas formas proceden de la voz latina pluvia.

Se suele denominar amalgama (también, a veces, sincretismo en algunos sistemas terminológicos) a la confluencia de varias informaciones morfológicas o sintácticas en un solo segmento. Afecta especialmente este fenómeno a los constituyentes flexivos. Así, en la forma cantaban confluyen en -ba, las informaciones de tiempo, modo y aspecto, y en la terminación -n, las de persona y número, sin que sea posible asociar cada contenido gramatical con un segmento diferenciado. Repárese en que, de modo relativamente similar, no es posible separar en el adjetivo mejor la raíz de la información cuantificativa, más exactamente comparativa, que se agrega al contenido representado por bueno (frente a lo que sucede en más bueno o en buenísimo). Los casos de este tipo se denominan comparativos sincréticos (§ 45.2i). Estas formas complejas son adjetivos (Es mejor que tú) o adverbios (Canta mejor que tú) que se caracterizan por lexicalizar informaciones que corresponden sintácticamente a sintagmas adjetivales o adverbiales. Incluso pueden coordinarse con ellos, como en Es mejor y más barato; mayor y más experimentado, o en Trabajan mejor y más rápidamente. Sobre otro sentido del término sincretismo, véase el § 4.4h.

Algunas de las alternancias vocálicas que se mencionaron en el § 1.7e reciben también interpretaciones distintas desde las vertientes sincrónica y diacrónica del análisis morfológico, brevemente presentadas en el § 1.6. Se observa el proceso de diptongación /e/ > /ié/ en derivados de verbos de la segunda y la tercera conjugación con el sufijo -ente (ardiente, balbuciente, crujiente, dependiente), pero también su ausencia (competente, excedente, existente, presidente). Ambas opciones son a veces posibles, como en ascendente ~ ascendiente. Desde el punto de vista sincrónico, es preciso marcar todos los casos particulares, puesto que las irregularidades no se explican en función de la estructura fonológica de esas voces, ni tampoco en función de la clase morfológica a la que pertenecen los verbos. El análisis etimológico, en cambio, permite comprobar que la mayor parte de las formas no diptongadas son cultismos que ingresaron en el idioma después de las voces que habían experimentado la diptongación. Se retoma esta cuestión en los § 7.11f y ss.

Forma parte del estudio tradicional de la morfología el truncamiento o acortamiento. Se trata de un proceso consistente en la reducción formal de un elemento léxico por apócope o supresión de una o más sílabas finales, sin que por ello se alteren ni su significado ni su categoría gramatical. Las voces acortadas suelen ser más propias de registros coloquiales, o bien del lenguaje de los jóvenes, especialmente en la enseñanza (cole, dire, profe, seño), la profesión o actividad (vice, presi), la familia (abue o abu, bisa, peque), etc. Aun así, muchos forman parte de la lengua general (auto, bici, foto, moto, otorrino, tele, compu, zoo, súper). El truncamiento constituye también uno de los recursos más utilizados en la formación del lenguaje juvenil de algunos países (compa por compadre o compañero; disco por discoteca; tranqui por tranquilo; porfa en lugar de por favor) y está en el origen de muchos hipocorísticos (Chus, Mila, Rafa, Rufi, Teo, Tere). Sobre la formación de estos derivados, véase el § 12.8m. Los acortamientos adquieren a veces connotaciones que no son perceptibles en la palabra completa, como puede observarse en progre (progresista) o depre (depresión, depresivo).

Proceden también de un truncamiento las abreviaturas, que consisten en la representación de una palabra por medio de una o varias de sus letras. Se trata de un proceso que corresponde a la lengua escrita, puesto que en la oral se reproduce la secuencia fónica completa. Abundan las formadas por apócope, como D. (don), cap. (capítulo), p. o pág. (página), ej. (ejemplo), cód. (código), mín. (mínimo). Es también muy frecuente el recurso de la síncopa, consistente en la pérdida de elementos gráficos en el interior de la palabra, como puede observarse en afmo. (afectísimo), Cnel. (coronel), dpto. (departamento), Dña. (doña), Sra. (señora), Ldo. (licenciado, más frecuentemente Lic.), Dr. (doctor) y tantas otras. Cuando representan formaciones léxicas complejas, suelen estar constituidas por las iniciales de las palabras que las integran, como en S. A. (sociedad anónima), C. P. (código postal), S. A. R. (Su Alteza Real), S. S. (Su Santidad), V. M. (Vuestra Majestad), RR. HH. (Recursos Humanos), JJ. OO. (Juegos Olímpicos). Como se explica en el § 3.7h, no deben confundirse las abreviaturas con los símbolos alfabetizables. Estos últimos son representaciones abreviadas que suelen restringirse a los lenguajes técnicos y científicos, son a menudo internacionales, se escriben sin punto de cierre y son invariables en plural, como km (kilómetro), kcal (kilocaloría), Ag (plata), K (potasio).

Tienen también estructura morfológica las siglas que forman numerosos sustantivos, la mayor parte de los cuales designan organizaciones, instituciones o corporaciones, como ONG (Organización No Gubernamental), FMI (Fondo Monetario Internacional), OMS (Organización Mundial de la Salud). El término sigla se aplica tanto a la secuencia completa como a cada una de las iniciales que la integran. La formación de siglas o siglación es un procedimiento sumamente productivo que se ha convertido en uno de los recursos de creación léxica más utilizados en la lengua actual. Se ha destacado repetidamente su aportación a la economía lingüística y, en particular, al incremento de la rapidez y la facilidad en la transmisión de las informaciones. Asimismo, se ha censurado la confusión a la que pueden dar lugar, tanto por su proliferación como por el esfuerzo de atención y de memoria que exige en los que las emplean. Una vez constituidas, pueden comportarse como cualquier palabra y admitir la formación de derivados, aunque no todos pasen a los diccionarios: peneuvista (‘relativo al PNV’, Partido Nacionalista Vasco), otanización (pasar a estar bajo la influencia de la OTAN’, Organización del Tratado del Atlántico Norte), priista (‘relativo al PRI’, Partido Revolucionario Institucional), anapista (‘relativo a la ANAP’, Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, en Cuba).

Han ingresado en el español algunas siglas formadas en otras lenguas, aunque es frecuente que los hablantes desconozcan su origen, como es el caso de ABS (del inglés Anti-lock Braking System ‘sistema de frenado antibloqueo’). Otras veces se conserva la sigla foránea aunque no corresponda exactamente a su traducción: CIA (Central Intelligence Agency; en español, Agencia Central de Inteligencia). Las siglas suelen compartir con las abreviaturas de secuencias pluriverbales la forma en que se construyen, con ciertas diferencias formales relativas a los espacios en blanco y la presencia o ausencia de puntos (s. a. ‘sin año’, frente a SEOSociedad Española de Ornitología’). A diferencia de las abreviaturas, las siglas pertenecen también al plano oral y constituyen por sí mismas una forma de designación. Como se explica en el § 3.7k, las siglas se dividen en deletreadas (UCR < Universidad de Costa Rica, GPS < Global Positioning System), silabeadas (en el sentido de ‘legibles como palabras’: APRA < Alianza Popular Revolucionaria Americana) y mixtas (CSIC < Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pronunciado [se.´sik] o [θe.´sik]). Los artículos, preposiciones y conjunciones no suelen intervenir en su formación (INAEM < Instituto Nacional de Artes Escénicas y de la Música), a no ser que convengan a la pronunciación (PYME < Pequeña y Mediana Empresa).

Los acrónimos son siglas pronunciables como palabras que se integran en la lengua como sustantivos: pyme, de p(equeña) y m(ediana) e(mpresa) o sida, de s(índrome) d(e) i(nmunodeficiencia) a(dquirida). En la formación de acrónimos se toman a veces, además de la inicial, otros segmentos de las palabras que constituyen la expresión denominativa con el fin de favorecer su pronunciación silábica, como sucede en Mercosur, formado a partir de Mercado Común del Sur. Al igual que ocurre con las siglas, los acrónimos pueden constituir préstamos de otras lenguas, y no es extraño que el hablante pierda conciencia de su formación. Es lo que sucede en voces como láser, de Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation; radar, de Radio Detecting and Ranging; DACA, de Deferred Action for Childhood Arrivals, o euríbor, de Euro Interbank Offered Rate. Otras veces, la sigla se forma en español a partir de la traducción de la expresión inglesa, como en el caso de ovni (objeto volador no identificado), que se emplea en lugar del acrónimo inglés ufo (Unidentified Flying Object), a pesar de que sea esta voz inglesa la que se tome como base para ciertos compuestos, como ufólogo, ufología. En cuanto a su representación ortográfica, algunos acrónimos se escriben íntegramente en mayúscula, como ocurre en ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), o bien alternan la escritura en minúscula (Mercosur) y mayúscula (MERCOSUR). Se dedica al plural de acortamientos, abreviaturas y siglas el § 3.7.

Se denomina también acrónimo el término formado mediante la unión de distintos segmentos de varias palabras, en particular con el principio de una palabra y el final de la siguiente, como en ofimática, de oficina informática o acortando solo el final del primer segmento (como en Eurasia, de Europa y Asia; cantautor, de cantante y autor. Como se explica en el § 11.1b, estas expresiones se pueden considerar el resultado de un tipo de composición, por lo que se prefiere identificarlas con el término compuesto acronímico.

1.8 Unidades morfológicas (IV). Sus relaciones con las sintácticas

En la sección anterior se ejemplificaron algunas de las numerosas conexiones que existen entre la morfología y la fonología. Ciertos autores entienden que estos factores y otros similares justifican la existencia de una nueva parte de la gramática, llamada morfofonología o morfonología, situada entre las dos que le dan nombre. Otros morfólogos y fonólogos se ocupan de estas cuestiones como parte de sus respectivas disciplinas, pero no creen necesario introducir una nueva parte de la gramática que atienda exclusivamente a ellas.

Son también numerosas las conexiones que se reconocen entre la morfología y la sintaxis. Como en el caso anterior, algunos gramáticos defienden la existencia de una disciplina intermedia, la morfosintaxis; otros usan este mismo término para designar toda la gramática, a excepción de la fonología. Aunque en esta obra se reconocen los numerosos solapamientos o traslapes existentes entre las partes de la gramática que tanto la tradición como la lingüística moderna han puesto de manifiesto, no se introducirán nuevas particiones para designar las disciplinas intermedias que habrían de ocuparse de tales cruces.

Se ha señalado en múltiples ocasiones que el origen de algunos afijos es sintáctico: los morfemas temporales de futuro (com-eré) proceden de un antiguo auxiliar de significado modal (comer he, ‘he de comer’), cuya integración morfológica es clara en la actualidad, pero pasó por varias fases en las que conservaba una parte de sus propiedades sintácticas. El sufijo adverbial -mente (lentamente) tiene su origen en un sustantivo latino en ablativo, y todavía conserva propiedades que recuerdan su independencia sintáctica, tales como la existencia de dos acentos en la palabra que lo contiene, la posibilidad de elidirlo en contextos de coordinación (simple y llanamente: § 7.14e y ss.) y la de dar lugar a combinaciones sintácticas que involucran al primer componente, y no al adverbio en su totalidad. Así, lentamente significa ‘de manera lenta’. La secuencia muy lentamente consta de dos palabras, pero su significado no es ‘muy de manera lenta’, sino ‘de manera muy lenta’. Ello muestra que, desde el punto de vista interpretativo, muy se agrupa con lenta- creando una unidad que deja fuera el segmento -mente, por oposición a lo que el análisis morfológico pone de manifiesto. El hecho de que en el origen del sufijo se encuentre el sustantivo femenino mente también explica que este sufijo se adjunte a bases adjetivas en femenino (lenta-mente).

Las asimetrías entre la forma y la segmentación a las que dan lugar expresiones como muy lentamente y otras similares que se analizan en los § 7.14 y 10.3m han sido examinadas en los últimos años desde varias teorías. Reciben, por lo general, el nombre de paradojas de segmentación (también de encorchetamiento o de encorchetado, términos que traducen el inglés bracketing), y ponen de manifiesto que la relación entre morfología y sintaxis es más estrecha de lo que la separación habitual entre esas dos disciplinas suele dar a entender. La interpretación semántica de los adjetivos de relación (§ 13.12) es también peculiar en un sentido semejante a como lo es la segmentación de muy lentamente. Así, mientras que en la secuencia un físico brillante se aporta una propiedad (la ‘brillantez’) que se atribuye a una determinada persona, en la expresión un físico nuclear, que también contiene un adjetivo, no se puede aplicar un razonamiento similar, puesto que la propiedad de ‘ser nuclear’ no se aplica aquí a ningún individuo. El grupo físico nuclear designa una persona especialista en física nuclear, de modo que, desde el punto de vista semántico, el adjetivo nuclear incide sobre física y no sobre físico (§ 13.5j). La manera precisa en que esa relación haya de establecerse es una cuestión polémica en la que los morfólogos no están enteramente de acuerdo. Se describen otras paradojas de segmentación morfológica en los capítulos 10 y 11.

Las amalgamas y los sincretismos que se mencionaron en el § 1.7k no permitían asociar cada contenido gramatical con un segmento morfológico. Existen algunas formas sincréticas, por el contrario, que sí permiten delimitarlos, como ponen de manifiesto las palabras que constituyen contracciones de varias categorías: al (a + el), del (de + el): § 29.1c. Así, la secuencia del libro está formada por dos palabras, pero son tres categorías las que componen su estructura sintáctica (una preposición, un artículo y un sustantivo). La expresión conmigo constituye un sintagma preposicional sincrético (§ 1.11b, g, 16.1n), por lo que puede coordinarse con otros (conmigo y con ella). Al mismo tiempo, conmigo es una palabra, pero —de modo paradójico— uno de sus segmentos puede coordinarse con otro externo a él, como en Ven acá y siéntate conmigo y tu mamá (Santiago, Sueño) y otros casos similares que se analizan en los § 16.1n y ss. Como se ve, la segmentación en palabras no proporciona en todos los casos las unidades mínimas con las que ha de operar la sintaxis. Algunos autores llaman amalgamas a las contracciones gráficas y fonológicas (al, del) y fusiones o conglomerados a las que muestran procesos sistemáticos más complejos, como conmigo. En esta obra se usa en ocasiones el término conglomerado en un sentido amplio, que abarca las dos interpretaciones.

Los casos examinados en los apartados anteriores ponen de manifiesto que las palabras gráficas (es decir, las que aparecen entre dos espacios en blanco en la escritura) pueden contener informaciones que correspondan a más de una categoría sintáctica. También es posible el caso contrario: que la palabra gráfica no represente por sí sola ninguna información. Pueden aislarse, en efecto, dos palabras en la locución a rajatabla, pero entre las dos conforman, a efectos gramaticales, una sola pieza o unidad léxica, concretamente una locución adverbial. El DLE y otros diccionarios recogen un gran número de locuciones. Lo hacen porque tales unidades no están formadas por pautas sintácticas libres, sino que constituyen expresiones acuñadas o lexicalizadas que forman parte del repertorio léxico del idioma. Se retomará esta cuestión en el § 1.10.

Existe cierta polémica entre los gramáticos sobre si algunas estructuras semilexicalizadas formadas por sustantivos (viajes relámpago, ojos azul cielo) deben analizarse como palabras compuestas o han de interpretarse como estructuras sintácticas de naturaleza apositiva o cuasiapositiva. Se examina este problema en los § 11.1b y 12.9r. Se sabe, en este sentido, que algunas palabras compuestas admiten ciertos procesos recursivos (en el sentido de ‘reiterativos’) que son propios de las estructuras sintácticas, como en una producción franco-italo-argentina. También se ha comprobado que, aunque la coordinación constituya una pauta sintáctica, se extiende a veces a las unidades morfológicas, como en coaliciones pre- y poselectorales. Estas construcciones, que se analizan en el § 10.4d junto con otras semejantes, ponen claramente de manifiesto que entre los segmentos morfológicos se dan en ocasiones ciertos vínculos característicos de las estructuras sintácticas.

Los pronombres átonos (me, te, se…) se analizan en el capítulo 16 de esta obra. Se llaman también pronombres clíticos porque se apoyan prosódicamente en otras categorías. Son pronombres enclíticos los que se posponen a las formas verbales no personales, en particular a los gerundios (diciéndolo) y a los infinitivos (leerla), además de a los imperativos (guárdatelos), de manera que constituyen una sola palabra gráfica con ellos. En la lengua antigua, en algunas variedades geográficas del español peninsular y a veces en los registros formales de otras variedades del español contemporáneo, se usan pronombres enclíticos con formas personales distintas del imperativo (hízolo, diósela). En el español general de hoy estas formas solo admiten pronombres proclíticos (Me lo decía; Se lo daré). Desde el punto de vista gráfico, se distinguen tres palabras en Me lo dijo, pero una sola en decírmelo.

Los pronombres átonos forman también conglomerados: el grupo te lo puede aparecer antepuesto, pero sus componentes no se pueden separar. Sin embargo, los pronombres átonos o los conglomerados que forman pueden aparecer separados del verbo al que modifican por uno o varios verbos, como ocurre en Te lo pudo querer vender o en Te lo intentaré arreglar. Así pues, esta es una propiedad claramente sintáctica, pero la ponen de manifiesto ciertos elementos que se integran en determinadas palabras, como se acaba de ver, de forma parecida a como lo hacen otras unidades morfológicas. Se analizan estas cuestiones en los § 16.11-13.

Los diccionarios suelen recoger los significados de las voces derivadas en función del de las primitivas, como revela la expresión ‘acción y efecto de’, que se usa para definir un gran número de sustantivos deverbales. Corresponde, en cambio, a la gramática poner de manifiesto la medida en que las propiedades sintácticas de las palabras derivadas se heredan de las de sus bases o se conservan en los procesos derivativos. Así, es posible añadir el complemento de leche al sustantivo producción, o el complemento de novelas al sustantivo lector, en la misma medida en que los verbos producir y leer admiten, respectivamente, los sustantivos leche y novelas como complementos directos. También el adjetivo transportable acepta el complemento adjunto con dificultad de forma análoga a como lo hace el verbo transportar, del que se deriva. La herencia de las propiedades sintácticas de las palabras primitivas por parte de las derivadas constituye un aspecto de la relación entre la morfología y la sintaxis que se plantea con gran frecuencia al tratar la derivación nominal y la adjetival. Se analizan estas cuestiones en los capítulos 5, 6 y 7, así como en los § 12.11 y 12.12.

Existen numerosas restricciones a la herencia de complementos por parte de las palabras derivadas. Así, en el § 5.4i se explica que el sustantivo levantamiento hereda algunas propiedades del verbo transitivo levantar (levantamiento de pesas, levantamiento de un cadáver), en lugar de las del verbo intransitivo levantarse. En cambio, el sustantivo hundimiento hereda las propiedades del verbo transitivo hundir (el hundimiento del carguero por el submarino), pero también las del intransitivo hundirse (su absoluto hundimiento físico y moral). Estos procesos —en los que se reconocen numerosos casos particulares que se explicarán oportunamente— ponen de manifiesto el funcionamiento sintáctico de las piezas léxicas, por lo que forman parte de la sintaxis. No son, sin embargo, ajenos a la morfología, ya que se basan en las propiedades gramaticales que las palabras mantienen o conservan al derivarse unas de otras.

Se señaló en las secciones precedentes que casi todas las informaciones flexivas tienen consecuencias sintácticas. De hecho, la concordancia es el modo en que la flexión pone de manifiesto ciertas propiedades gramaticales de las palabras que la sintaxis exige reiterar; es decir, expresar formalmente en varios lugares de la cadena. El número (capítulo 3) en los sustantivos proporciona información cuantitativa sobre las entidades que se designan (casas, ideas), mientras que en los adjetivos (altos, libres) no aporta información significativa; es decir, está presente por exigencias de la concordancia. El verbo pone de manifiesto el número que corresponde al sujeto, lo que constituye otra forma de concordancia (Los pensamientos vuelan). El género (capítulo 2) de los sustantivos proporciona información significativa (en el sentido de ‘con consecuencias para el significado’) en algunos casos (escritor, escritora). En otros muchos (árbol, cama), en cambio, aporta informaciones gramaticales no significativas, por tanto necesarias tan solo para la concordancia. Se habla también a veces, como se hará en esta obra, del valor informativo o no informativo de algunos morfemas en función de que aporten algún contenido o bien estén forzados por razones de concordancia. Como se ha explicado, el género de los adjetivos pertenece siempre a este segundo grupo, al igual que lo hacen otros modificadores del sustantivo. Así, aparecen cinco manifestaciones del femenino y del plural en el sintagma esas otras pequeñas manchas blancas. Sin embargo, el género no se interpreta semánticamente en ninguna de esas palabras, y el número se interpreta únicamente en el sustantivo manchas.

La persona es una propiedad de los pronombres personales (yo, tú, vos) y de los posesivos (mi, tu, nuestro), que también el verbo pone de manifiesto en la concordancia ( sueñas). Existe, sin embargo, una interpretación amplia de este concepto, según la cual la llamada tercera persona se aplica por extensión a las cosas (El paquete [3.ª persona] pesa [3.ª persona] mucho) y a los animales (Mi loro [3.ª persona] no habla [3.ª persona]), además de a los seres humanos. En los § 16.1 y 33.6b se analizan otros aspectos del concepto gramatical de persona.

La flexión de caso expresa diversas relaciones sintácticas en un gran número de lenguas, pero en español ha quedado reducida al paradigma de los pronombres personales. Así, la preposición de en la puerta de la casa manifiesta en español la información que expresaría el genitivo en latín, de forma que la secuencia la casa no experimenta ningún cambio morfológico. No es necesario acudir, por consiguiente, al caso en estos contextos y en otros análogos (aunque en algunas teorías actuales se usa en sentido más amplio la noción de ‘caso’ para que también abarque estos usos). Los pronombres personales poseen flexión de caso en español. Así, el pronombre personal aparece en caso oblicuo, que en español está restringido a los contextos preposicionales: detrás de mí, acordarse de mí, para mí, sin mí. El pronombre yo aparece en caso recto o nominativo. Corresponde esta variante a la función de sujeto, pero también se emplea en ciertos contextos no oracionales (el pronombre yo puede usarse, por ejemplo, en una firma, en un rótulo o como respuesta a una pregunta). Los pronombres me o te no distinguen el dativo (Te lo prestaré; Me lo prometiste) del acusativo (Te alcancé; Me vio). Los pronombres de acusativo desempeñan la función de complemento directo (Leí el libro > Lo leí), pero también sustituyen a los atributos en la forma correspondiente al neutro. En estos casos lo es invariable: Son altas > Lo son. En el capítulo 16 se explican con mayor detalle todas estas diferencias.

La flexión de tiempo constituye una información deíctica (§ 17.1l) en el sentido de que vincula la referencia de las expresiones con la situación en que se halla quien las usa. También son deícticos los demostrativos (este), así como ciertos adjetivos (actual), sustantivos (extranjero en Se presentó un extranjero), verbos (venir, traer), preposiciones o locuciones preposicionales (dentro de) y adverbios (aquí).

Se ha observado en repetidas ocasiones que, al igual que la persona y el número que el verbo conjugado manifiesta reproducen informaciones que corresponden a su sujeto (La ciudad [3.ª persona singular] parece [3.ª persona singular] tranquila), también la información temporal que el verbo muestra reproduce la de algunos complementos adverbiales, explícitos o tácitos, como en Ahora [presente] estoy [presente] aquí. Se suele reconocer que esta generalización está bien orientada, pero a la vez fuertemente limitada por combinaciones como Mañana [futuro] te llamo [presente] (aun así, presente prospectivo: § 23.6n) o ¿No te ibas [pretérito] la semana próxima [futuro]?, entre otras similares. La relación entre tiempos verbales y adverbios de tiempo presenta complejidades de otra naturaleza. Se analizan los vínculos fundamentales entre el tiempo y los adverbios en los § 24.4-6 y 30.6.

Se llama aspecto la categoría que indica la estructura interna de las situaciones. El aspecto informa de la manera en que se manifiestan o se desarrollan los acontecimientos, y también del modo en que surgen, culminan, cesan o se repiten. Al igual que otras categorías, el aspecto puede expresarse sintácticamente, entre otras opciones, a través de los verbos auxiliares que forman las perífrasis verbales (empezar a cantar, terminar de estudiar, dejar de comer, volver a cantar: capítulo 28). El aspecto se realiza también léxicamente, puesto que los verbos pueden designar situaciones puntuales (Llegó a esta ciudad) o situaciones que implican permanencia (Residió en esta ciudad), entre otras posibilidades (§ 23.3-4). El aspecto puede manifestarse asimismo morfológicamente (como en cantó frente a cantaba), aunque no todos los gramáticos del español —tradicionales y modernos— admiten esta tercera subcategoría del aspecto en el español, que se aceptará, sin embargo, en esta obra. La relación entre tiempo y aspecto en el caso del imperfecto de indicativo (cantaba) es sumamente intrincada, por lo que se dedican cuatro secciones (§ 23.10-13) a analizarla. Baste señalar aquí que, a pesar de que esta información se expresa a través de una desinencia verbal, las interpretaciones que recibe el imperfecto están en función de la clase léxica a la que pertenezca el verbo con el que se construya, entre otros factores que se estudian en las secciones que se mencionan.

El aspecto que se expresa a través de perífrasis verbales focaliza el inicio, el término o el curso mismo de las situaciones, así como su interrupción, su reiteración o su cese. La noción fundamental en el análisis del aspecto expresado léxicamente (también llamado aspecto léxico, modo de acción, cualidad de la acción y accionalidad: § 23.4) es, en cambio, la delimitabilidad de los predicados. Corresponde esta noción a la antigua distinción entre predicados permanentes (‘no delimitados’) y desinentes (‘delimitados’). Para aludir a esta misma propiedad es hoy mucho más frecuente el término (a)telicidad (derivado del gr. télos ‘fin’). Los predicados atélicos o no delimitados designan situaciones que no concluyen o culminan; es decir, que no poseen final en función de su propia naturaleza, como trabajar, correr o empujar una carreta. Los predicados télicos o delimitados (llegar, escribir una carta) se caracterizan por poseer inherentemente término o límite. Contrastes simples como Julián {trabajó ~ *llegó} durante dos horas, frente a Julián {*trabajó ~ llegó} en dos horas, muestran que la compatibilidad de los verbos con ciertos adjuntos temporales está en función de ese rasgo. Sean télicos (llegar) o no (trabajar), los predicados pueden construirse en tiempos perfectivos (llegó, trabajó) e imperfectivos (llegaba, trabajaba). El cruce de estas propiedades léxicas y morfológicas tiene repercusiones notables en el significado (§ 23.2j-v y 23.10 y ss.).

El concepto tradicional de duración o de duratividad está relacionado con el de (a)telicidad, pero estas nociones no son equivalentes, puesto que existen predicados verbales que expresan duración, pero también término o límite. Puede decirse, por ejemplo, Leyó el diario durante media hora, ya que leer el diario es un predicado durativo, pero también Leyó el diario en media hora, ya que también es un predicado télico. En esta gramática se dedican dos secciones (§ 23.3 y 23.4) al estudio del aspecto léxico o modo de acción, y un capítulo (el número 28) al análisis de las perífrasis verbales. Con muy escasas excepciones, los tiempos compuestos, que se forman con «haber + participio», expresan una noción temporal (‘anterioridad’) y otra aspectual (‘perfectividad’). La relación entre ambas es a veces intrincada, como se explicará en los capítulos 23 y 24. Muchos autores piensan hoy que la noción de aspecto es extensible a los sustantivos en alguna medida, en particular a los que participan en la oposición «contable ~ no contable» (§ 12.2-3), pues los nombres no contables y los plurales proporcionan a menudo contextos atélicos similares, como en leer {novelas ~ literatura} durante un año. Véase el § 23.4e.

Se llama modo la categoría que pone de manifiesto en la inflexión verbal la actitud del hablante hacia la información que se enuncia. El modo expresa también la dependencia formal de algunas oraciones subordinadas respecto de las clases de palabras que las seleccionan o de los entornos sintácticos en los que aparecen. Así, contrastes como Estoy {seguro ~ *cansado} de que se comportan así, frente a Estoy {*seguro ~ cansado} de que se comporten así, son consecuencia directa del significado de los adjetivos que participan en esa alternancia. El análisis del modo en las subordinadas sustantivas requiere, por consiguiente, que se examine con minuciosidad el significado de los predicados que lo inducen, tanto en estos contextos de distribución complementaria, como en otros —más sutiles— que parecen mostrar alternancia libre, como en Supongamos que {llega ~ llegue} mañana. El modo en las oraciones de relativo se vincula muy a menudo con la especificidad de las entidades denotadas, como en un libro que me {guste ~ gusta}, y en algunos adjuntos oracionales se relaciona con la verificación de la información que se suministra o con la medida en que el hablante es consciente de ella, como en Aunque no {estamos ~ estemos} de acuerdo. Se distinguen en español los modos indicativo, subjuntivo e imperativo. Aunque algunos gramáticos han añadido el condicional a esta relación, se suele interpretar en la actualidad como una forma verbal del indicativo. Se dedica al análisis del modo el capítulo 25.

El modo es una de las manifestaciones de la modalidad. Es esta una noción más general, que se expresa en diversos enunciados que constituyen tipos oracionales, como se explica en el capítulo 42. Las modalidades interrogativa, declarativa o imperativa poseen características gramaticales propias. Presentan variedades vinculadas con el discurso precedente, pero también con informaciones no expresas que el hablante o el oyente pueden dar por supuestas. Aunque en esta gramática se analizan el modo y la modalidad en capítulos distintos (con excepción del imperativo), se indicarán oportunamente los estrechos vínculos que existen entre ambas nociones.

1.9 Unidades sintácticas (I). Clases de palabras. Criterios de clasificación

Se llaman clases sintácticas de palabras, categorías gramaticales o simplemente clases de palabras los paradigmas (en el sentido de las series o los repertorios) que estas forman en función de sus propiedades combinatorias fundamentales y de las informaciones morfológicas que aceptan. Aunque se emplea todavía en alguna ocasión el término partes de la oración (lat. partesorationis), que tradicionalmente se asignaba a estas unidades, no es de uso general entre los gramáticos actuales. La razón no es solo el que no todas ellas sean, en sentido estricto, componentes directos de las oraciones (la preposición o el artículo solo lo son indirectamente), sino, fundamentalmente, el desafortunado equívoco que se produjo en la tradición al traducir el término latino oratio ‘discurso’ como oración. En otras tradiciones gramaticales se evita este calco injustificado y se usan términos equivalentes como partes del habla o partes del discurso, entre otros. El término categorías gramaticales se usa hoy en dos sentidos: en el primero, equivale a las clases sintácticas de palabras (nombre, adjetivo, verbo…). En el segundo, se utiliza para hacer referencia a la información gramatical contenida en los morfemas flexivos, como género, número, caso, etc.

Los gramáticos de todas las épocas han identificado los paradigmas que constituyen las clases de palabras, aunque los han agrupado de formas diversas. En la actualidad son muchos los autores que reconocen entre las clases sintácticas de palabras el artículo (el, un), el sustantivo (aire, prudencia), el adjetivo (limpio, literario), el pronombre (tú, quien), el verbo (ser, hablar), el adverbio (lejos, abiertamente), la preposición (de, durante), la conjunción (y, aunque) y la interjección (eh, vaya). Las unidades más polémicas de esta relación son el pronombre, el adjetivo y el adverbio, ya que los subgrupos que se suelen establecer entre ellas dan lugar a clases cruzadas, como se verá en esta misma sección (§ 1.9f-h). Así, muchos autores consideran hoy que el artículo y los llamados tradicionalmente «adjetivos determinativos» conformarían la clase de los determinantes junto a otros elementos. Además, ciertas clases de palabras se establecen en función de agrupaciones transversales de las categorías anteriormente mencionadas. Corresponde a la teoría gramatical determinar las clases de palabras que se reconocen, así como los criterios (morfológicos, combinatorios, semánticos, etc.) que se utilizan para delimitarlas. Se describen brevemente en esta sección (§ 1.9l-z) los paradigmas así formados y se remite a los apartados de esta obra en los que se analizan más pormenorizadamente.

Las clases fundamentales de palabras pueden agruparse en función de diversos criterios. Por su significado, se distinguen las llamadas categorías léxicas de las denominadas categorías gramaticales, a veces también funcionales. El término gramatical se usa aquí en sentido restringido, ya que, al tener las piezas léxicas propiedades gramaticales —por ejemplo, la (in)transitividad, entre otras muchas—, no puede decirse que sean ajenas a la gramática. Desde este punto de vista más estricto, se suele emplear el término gramatical aplicado a las palabras que aportan significaciones abstractas determinadas por la gramática misma, tales como la determinación (los estudiantes), la referencia (esos libros), la cantidad (muchas palabras), las marcas sintácticas de función (como las preposiciones a o de, en Visité a Miguel o en la llegada de turistas) y otras unidades semejantes. En efecto, aportan informaciones gramaticales los artículos, los demostrativos, los indefinidos, los pronombres, algunos adverbios (aquí, así, allí, no, todavía), ciertas preposiciones en algunos casos (a, de, con), algunas conjunciones (y, pero) y algunos verbos (ser, haber), mientras que aportan informaciones léxicas la mayor parte de los sustantivos, de los adjetivos, de los verbos y de los adverbios, así como algunos elementos de las demás clases y subclases mencionadas. Aunque la distinción es pertinente, suele reconocerse que presenta a menudo límites borrosos, especialmente cuando los paradigmas cerrados que forman las preposiciones o las conjunciones se amplían para dar lugar a un gran número de locuciones (§ 1.10).

Atendiendo a su capacidad flexiva (es decir, a la posibilidad de constituir paradigmas flexivos), las palabras suelen dividirse en variables e invariables. Las primeras admiten algún tipo de flexión, a diferencia de las segundas. Son variables los artículos, los adjetivos, los pronombres, los sustantivos, los verbos y otros modificadores nominales (pero no todos; nótese que cada, más o tres no poseen flexión alguna). Son invariables las preposiciones (de, para), las conjunciones (y, aunque), las interjecciones (vaya, ni modo) y los adverbios (bien, lentamente). A todas estas clases de palabras se dedican capítulos diferentes en esta obra. Los sustantivos admiten, como se explicó, flexión de número (casa/casas) y a veces de género (muchacho/muchacha); las formas personales del verbo aceptan flexión de tiempo, modo, número y persona (cant-a-ría-mos). Las particularidades morfológicas de algunas palabras dan lugar a numerosas subclases. Así, existen adjetivos (fiel, mejor), pronombres (yo, usted) y sustantivos de persona (pianista, turista) sin variación de género; sustantivos (crisis, lunes) sin flexión de número, además de verbos con restricciones de persona o de tiempo, como se indica en los apartados siguientes.

Todas las clases de palabras mencionadas admiten subdivisiones que atienden a diversos criterios gramaticales. Así, los artículos se suelen dividir en definidos o determinados (el, las) e indefinidos o indeterminados (un, unas). Como se indicó en el § 1.9b, modernamente es habitual clasificar los artículos entre los determinantes (el libro, un libro), junto con otros modificadores prenominales, como los demostrativos (este libro, tal libro; capítulo 17) y varios tipos de cuantificadores (varios libros, ciertos libros, muchos libros, tres libros, cada libro; capítulos 19-21). Los posesivos prenominales (§ 18.3) encierran en su significado un componente determinativo, pero también otro que corresponde a un pronombre personal (mi libro = ‘el libro de mí’). La presencia de este segundo componente explica que posean rasgos de persona, que sean elementos referenciales y también que su encaje entre los determinantes sea solo parcial.

Los sustantivos (capítulo 12) se dividen en comunes (mesa, verdad) y propios (Antonio, China). Los comunes se subdividen a su vez en contables o discontinuos (árbol) y no contables o continuos (arena). También se subdividen, con otro criterio, en individuales (soldado) y colectivos (ejército). Admiten asimismo otras divisiones que tienen consecuencias para el significado, ya que pueden denotar personas, cosas materiales, lugares, tiempos o sucesos, entre otras nociones. En el capítulo 12 se analizan las propiedades gramaticales de las diversas clases de sustantivos y se explica que algunas de las subclases mencionadas pueden cruzarse en determinados casos, en lugar de distribuirse de forma jerárquica.

Los adjetivos (capítulo 13) se dividen, fundamentalmente, en calificativos (alto, veraz) y relacionales o de relación (químico, parlamentario), si bien ambas clases admiten subdivisiones, que son examinadas en los § 13.2 y 13.12. Los adjetivos calificativos expresan propiedades de las personas o las cosas, mientras que los de relación introducen ámbitos que las afectan o en los que participan. Algunos adjetivos pueden pertenecer a ambos paradigmas en función del contexto. Así, la expresión reforma constitucional puede aludir a cierta reforma que está de acuerdo con la constitución (por tanto, ‘que es constitucional’, uso calificativo de constitucional), pero también a una reforma que modifica la constitución (o ‘de la constitución’, uso relacional del mismo adjetivo). Ciertas clases tradicionales de adjetivos, como la de los gentilicios (castellano, chileno, rosarino), se consideran hoy grupos particulares dentro de los adjetivos de relación. Existe un sentido amplio de la categoría de adjetivo que permite aplicarla a otras clases de palabras que modifican a los sustantivos (algún, cierto, más, otro, etc.) y que hoy suelen considerarse determinantes, como se señaló en el párrafo precedente. Se dedican a esta cuestión los § 13.9-11.

Los adverbios y las locuciones que forman (capítulo 30) se suelen dividir según su significado (de lugar, de tiempo, de cantidad o grado, de modo, etc.), agrupación que admite a su vez otras subdivisiones. Así, los adverbios de tiempo se suelen clasificar en referenciales o de localización (entonces, actualmente), de duración (brevemente, siempre) y de frecuencia (a menudo, semanalmente). Junto a estas, pueden establecerse otras clases de adverbios en función de diversos criterios sintácticos, entre los que están su incidencia sobre otras clases de palabras o la posición que ocupan. Las conjunciones (capítulo 31) suelen dividirse en coordinantes (y, pero) y subordinantes (aunque, si), atendiendo a criterios sintácticos. Las interjecciones (¡hola!, ¡caramba!, ¡vaya!) se agrupan en varias clases en función de criterios semánticos y pragmáticos pero también poseen propiedades sintácticas, como se explica en el capítulo 32.

Los pronombres (capítulos 16-22) son palabras que se usan para referirse a las personas, los animales o las cosas sin nombrarlos o sin manifestar el contenido léxico que les corresponde (él, quien, le, eso). Al igual que los sustantivos o los sintagmas nominales, desempeñan funciones sintácticas, es decir, pueden ser sujetos o complementos de diverso tipo. Se llaman pronombres personales (capítulo 16) los que manifiestan rasgos gramaticales de persona: yo, tú, vos, él, etc. Como se señaló en el § 1.8k, la información de persona distingue al que habla de aquel a quien se dirige el hablante y de aquel o aquello de lo que se habla. Como allí se indicó, se dice, en un sentido amplio, que en los sustantivos (casa, flor, Lourdes) y en los pronombres no personales (todo, eso) se reconocen rasgos de tercera persona, que se manifiestan en la concordancia. En el sentido restrictivo (§ 16.1b), se aplica el concepto de ‘persona’ a los paradigmas que muestran las tres opciones; esto es, las tres personas gramaticales. Solo los pronombres personales y los posesivos (que se asimilan en parte a ellos) poseen flexión de persona. Los pronombres personales de tercera persona designan seres humanos (Ella no lo miró; Está contenta desde que la contrataron), pero también pueden hacer referencia a animales, objetos, eventos, situaciones y otras nociones concretas y abstractas, algunas de las cuales se pueden expresar mediante oraciones:

Es necesario llegar a un acuerdo > Ello es necesario; No cierres la puerta > No la cierres; debajo de este puente > debajo de él; no dar importancia a que se vista de esa forma > no dársela.

Los pronombres personales de primera y segunda persona (yo, tú, vos, etc.) designan a los participantes directos en el discurso. Los pronombres personales se clasifican en función de varios criterios morfológicos (la persona, el género, el número y el caso), un criterio morfofonológico (la tonicidad) y un criterio sintáctico (la reflexividad). Los grupos obtenidos de estas subdivisiones se analizan pormenorizadamente en el capítulo 16. Sobre las clases de pronombres, véanse los § 1.9l y ss. y también el § 16.3.

Los verbos admiten gran número de subdivisiones porque aportan varias informaciones morfológicas, y también porque las relaciones de dependencia que contraen con otras secuencias articulan en buena medida la estructura de la oración. Aplicando un criterio morfológico, se distingue entre las formas personales del verbo, llamadas también flexionadas, flexivas o conjugadas (canto, cantaría, he cantado), y las formas no personales, que en la tradición gramatical hispánica se llaman también no flexionadas, no flexivas, no conjugadas y no finitas, así como verboides. El término no flexivo ha sido criticado porque da a entender, indebidamente, que morfemas como -ndo no forman parte de la flexión verbal. Las formas no personales del verbo son el infinitivo (cantar), el gerundio (cantando) y el participio (cantado). A las formas personales del verbo se dedican los capítulos 23, 24 y 25, además de varias secciones en el capítulo 33, en las que se analiza la concordancia «sujeto–verbo». El infinitivo se estudia en el capítulo 26; el gerundio y el participio se analizan en el capítulo 27. A la flexión verbal se dedica el capítulo 4, y a la formación de verbos, el capítulo 8.

Los verbos se suelen distribuir en varios grupos atendiendo a sus propiedades morfológicas y sintácticas. La mayor parte de ellos admiten todos los tiempos, números y personas, pero un grupo nutrido de ellos, llamado verbos defectivos, están limitados en algunas de estas posibilidades. La defectividad verbal puede tener causas morfológicas o sintácticas, pero también semánticas, como en el caso de los verbos terciopersonales. Estos verbos se construyen en tercera persona, con las escasas excepciones que se explicarán en los lugares oportunos. Carecen unas veces de sujeto (llover, haber) —y se llaman entonces impersonales—, pero no así otras (acontecer, ocurrir, suceder). Nada de esto impide que algunos verbos impersonales posean, en ocasiones, usos plenamente personales (§ 4.14a y 41.5). Son escasos, además de poco usados, los verbos que rechazan algunas de las personas gramaticales por razones morfológicas, como aterir, balbucir o desvaír. Otros no poseen limitaciones relativas a la persona, pero sí al tiempo, como sucede con soler. Estas cuestiones se analizan pormenorizadamente en los capítulos 4 y 41.

Las funciones sintácticas adscritas a cada verbo permiten distinguir entre los transitivos, los intransitivos y los copulativos. Son transitivos los verbos que se construyen con complemento directo (preparar el café, decir que algo sucederá) e intransitivos los que carecen de él. En la gramática contemporánea suelen distinguirse dos tipos de verbos intransitivos: los intransitivos puros o inergativos denotan acciones o procesos controlados por un agente, que desempeña la función de sujeto (Los niños bostezaban, Un operario trabaja); los inacusativos (a veces llamados ergativos), en cambio, denotan generalmente surgimiento, acaecimiento, aparición o desaparición y su sujeto no se interpreta como agente sino que designa la entidad afectada por tales situaciones (Surgió aquel problema, Murieron varias personas, Faltan sillas). Estos verbos forman participios pasivos (tradicionalmente, participios deponentes) al igual que los transitivos: los problemas surgidos [inacusativo] ~ los problemas resueltos [transitivo]. Aun así, no se asimilan a los transitivos porque rechazan (en el español actual) las pasivas: los problemas fueron {*surgidos ~ resueltos}. Muchos verbos inacusativos pueden ser, a su vez, pronominales (morirse, enamorarse), al igual que algunos transitivos (creerse una historia) e intransitivos puros (pasearse). Unos pocos verbos intransitivos son o no pronominales en función de factores geográficos (enfermarse ~ enfermar). Se analizan todas estas divisiones en los capítulos 34, 35 y 41. Los verbos copulativos (ser, estar, parecer) tienen escaso contenido léxico y unen un sujeto con un atributo que constituye el predicado oracional. Se analizan en los capítulos 37 y 38.

Teniendo en cuenta su naturaleza nuclear o subsidiaria respecto de otra categoría, se distingue entre los verbos plenos (caminar, enamorarse) y los auxiliares (deber, soler), estos últimos divididos a su vez en varios grupos, según el tipo de perífrasis a que den lugar. En función de su estructura sintáctica, se distinguen las perífrasis de infinitivo (Vamos a comer enseguida), de gerundio (Va mejorando poco a poco), y de participio (Lleva publicadas tres novelas). Según su significado, existen perífrasis modales (Debemos llegar antes) y tempoaspectuales (Aún sigue llorando). Estos y otros muchos aspectos de las perífrasis verbales se estudiarán en el capítulo 28.

Las clases semánticas de verbos se agrupan en dos grandes bloques: clases aspectuales y clases nocionales. Las clases aspectuales de verbos se llaman también clases eventivas porque se establecen en función de los tipos de eventos o sucesos (acciones, estados o procesos) que designan. Así pues, tales agrupaciones, que tienen numerosas consecuencias sintácticas (§ 23.3 y 23.4), se establecen a partir del modo de acción de los verbos o de los predicados verbales (recuérdense los § 1.8ñ, o). Se distinguen asimismo varias clases nocionales de verbos. Estas clases agrupan los predicados verbales de acuerdo con numerosos criterios semánticos. No existe una clasificación semántica de verbos universalmente aceptada, pero la mayor parte de las que se mencionan habitualmente suelen incluir los siguientes grupos, entre otros:

Al igual que en otras gramáticas —y a diferencia de los estudios lexicológicos—, no se asignan aquí capítulos específicos a las clases semánticas de verbos. No obstante, se explica en el texto que estos grupos permiten establecer ciertas generalizaciones que resultan particularmente pertinentes para el estudio de los modos, de la concordancia de tiempos, de ciertos modificadores adverbiales y de algunas expresiones cuantificativas. Son asimismo pertinentes para la interpretación de los gerundios y los participios, así como de los atributos y de otras funciones sintácticas. Las referencias a las clases nocionales de verbos más representativas y a sus propiedades gramaticales se pueden localizar fácilmente a través de los índices de esta obra.

Existen otras clases gramaticales de palabras que constituyen agrupaciones transversales de las clases examinadas en los apartados precedentes. Como se adelantó en el § 1.9b, se llaman transversales las clases de palabras que incluyen elementos de varias categorías en función de algún criterio sintáctico o semántico gramaticalmente relevante. Así, son igualmente demostrativos el determinante este (en este árbol), el pronombre esto y el adverbio aquí. Buena parte de esta gramática se articula en torno a las clases transversales. Las fundamentales son las de los demostrativos (capítulo 17), los posesivos (capítulo 18), los cuantificadores (capítulos 19-20, en parte solapados con los numerales: capítulo 21) y los relativos, interrogativos y exclamativos (capítulo 22). Se ha observado que algunas clases transversales se solapan parcialmente (la palabra cuándo es simultáneamente un adverbio de tiempo, un elemento cuantificativo y una palabra interrogativa). Muchos gramáticos contemporáneos entienden que las llamadas palabras gramaticales o funcionales (en el sentido que se explicó en el § 1.9c) son el resultado de combinar un conjunto de rasgos, lo que permite acercar semánticamente clases sintácticas diferenciadas. En los apartados que siguen se justificarán algunas de estas agrupaciones.

En la tradición gramatical hispánica ha sido frecuente analizar los indefinidos y los numerales cardinales como clases de adjetivos, entendiendo adjetivo en sentido amplio; es decir, como aquella categoría que modifica a los sustantivos (alguna oportunidad, tres árboles, varios aciertos, todo cuerpo, sin duda {ninguna ~ alguna}, ¿Cuántos gorriones viste?), y también como una clase de pronombres, en tanto que pueden subsistir sin los sustantivos y desempeñan las mismas funciones sintácticas que ellos (No me queda ninguna; He leído tres; Llegaron todos; Alguno habrá; ¿Cuántos viste?). Se ha señalado reiteradamente que, aun siendo correcta en lo fundamental, esta división tradicional no permite agrupar en una misma categoría los adjetivos indefinidos (mucha alegría), los pronombres (Muchos no estarían de acuerdo) y los adverbios de grado o de cantidad relacionados con ellos (muy alegre). Se pierde, pues, una generalización necesaria sobre estas palabras, aunque se describan correctamente otros aspectos de su funcionamiento gramatical. Si los indefinidos han de constituir una subdivisión de los adjetivos (No le dio muchas oportunidades), otra subdivisión paralela de los pronombres —como se acaba de observar— y otra de los adverbios (Últimamente no viajo mucho), habrá de reiterarse buena parte de sus propiedades cuando se analice por separado cada una de estas tres clases de palabras. Esta forma de proceder introduce, por tanto, un notable grado de redundancia en el sistema gramatical. Como se explica con detalle en el § 19.2j-m, un análisis alternativo, que evita la duplicación categorial, consiste en considerar que el pronombre mucho es un determinante que incide sobre un núcleo nominal tácito o elidido, como en Unos días escribe pocas páginas y otros días escribe muchas Ø. El mismo análisis se aplicaría a los numerales cardinales, como en No sé si quieres una cucharada o prefieres dos Ø. Se retoma este punto en el § 1.9u.

Estas consideraciones y otras similares justifican que haya pasado a ser de uso general en la lingüística contemporánea el concepto transversal de cuantificador (§ 19.2h-p), en el sentido de ‘categoría gramatical que expresa cantidad, número o grado’. Como se explicó, los cuantificadores pueden ser adverbios (La película no me gustó nada), pronombres (Hoy he preparado poco, refiriéndose al café) o determinantes (adjetivos, en el sentido amplio del término: Te quedan algunos días). Pueden ser también sustantivos, como en la inmensa mayoría de los ciudadanos. Si, en lugar de atender a la clase de palabras a la que corresponden los cuantificadores, se considera la noción cuantificada, pueden distinguirse entre los que cuantifican entidades individuales (muchos árboles, tantas oportunidades, pocos soldados), los que cuantifican materias o sustancias, así como las nociones abstractas que se asimilan a ellas (bastante agua, demasiado viento, poca paciencia), y los que cuantifican el grado en que se aplica alguna propiedad (muy pequeño, tan alto, más deprisa). Los cuantificadores que modifican a los verbos (viajar poco, estudiar mucho un asunto) abarcan un conjunto más amplio de nociones, como se verá en los § 19.2ñ y 30.4m, ñ.

En los capítulos 19 y 20 se clasifican también los cuantificadores en función de su significado. Como allí se explica, los grupos fundamentales son los universales o fuertes (todo) y los no universales, indefinidos o débiles. Estos últimos se subdividen, a su vez, en existenciales (alguno), de indistinción (cualquiera), numerales (cuatro), evaluativos (muchos). Los cuantificadores comparativos (Estuvimos allí tantos días como él) y los consecutivos (Tenía tanto sueño que caí rendido) presentan muchas particularidades, por lo que se dedica la mayor parte del capítulo 45 a analizar las construcciones que los contienen. Ambos presentan puntos de contacto con los demostrativos, ya que pueden funcionar como categorías deícticas: No necesito tanta plata (dicho al observar el hablante la que se le está ofreciendo: § 17.1).

Los cuantificadores numerales (tres árboles, la octava parte) se agrupan en algunas clasificaciones con los evaluativos (muchos, bastantes), con los que poseen varias propiedades en común. No obstante, se caracterizan por numerosas peculiaridades, por lo que se examinan en esta obra en un capítulo independiente (el número 21). Los numerales se subdividen en cardinales (cinco), ordinales (quinto), multiplicativos (quíntuple) y fraccionarios (quinto o quinta parte). Son asimismo expresiones cuantificativas algunos otros pronombres, adjetivos y adverbios.

También los demostrativos (capítulo 17) pertenecen, como se observó antes, a más de una clase gramatical. Aunque algunos gramáticos han hecho notar, correctamente, que les correspondería con mayor propiedad el término mostrativos (puesto que su papel no es el de demostrar, sino el de mostrar), en la lingüística contemporánea escrita en español o en otras lenguas se ha generalizado la etiqueta tradicional demostrativos, que también se usa aquí. Los demostrativos coinciden con los pronombres personales en su naturaleza deíctica. También guardan relación con el artículo determinado, con el que comparten su naturaleza definida y con el que alternan en ocasiones (el que lo sepa ~ aquel que lo sepa). Los adverbios demostrativos (aquí, ahí, allí, acá, allá, así, entonces) expresan contenidos deícticos temporales o locativos. Se analizan en los § 17.8 y 17.9. Los demostrativos que poseen flexión coinciden con los artículos, y también con muchos cuantificadores, en que pueden incidir sobre elementos nulos o tácitos (en uno de los análisis posibles de estas expresiones): este Ø de aquí, algunos Ø de mi pueblo, muchos Ø que no habían recibido la noticia.

El análisis del elemento tácito que se acaba de esbozar, muy extendido hoy entre los gramáticos, solía ser evitado en la tradición gramatical, y se optaba en su lugar por duplicar las clasificaciones de demostrativos y de indefinidos, como se señaló en el § 1.9m. Era, pues, relativamente frecuente considerar que son elementos adjetivales las voces subrayadas en Quiero este libro; Tiene mucha iniciativa; Existen cuatro posibilidades, o la segunda ocasión; y pronominales, en cambio, las marcadas en Quiero este; Iniciativa, no tiene mucha; En cuanto a las posibilidades existentes, solo veo cuatro, o Erró en la primera ocasión, pero no en la segunda. Este tipo de adjetivos se denominan tradicionalmente adjetivos determinativos para diferenciarlos de los adjetivos calificativos y relacionales, es decir, de los adjetivos en sentido estricto. Hoy no se suelen interpretar estas unidades como una subclase de los adjetivos, sino como la clase de los determinantes.

Se ha observado que incluso las propuestas que postulan este desdoblamiento —evitando así sustantivos o sintagmas nominales tácitos— se ven abocados a aceptar estos últimos para explicar alternancias como La mayor parte estaban {estropeados ~ estropeadas} o El veinte por ciento son {mexicanos ~ mexicanas}. Como norma general, se opta aquí por el análisis de estas construcciones que acepta el elemento nominal tácito, pero se hará notar en los apartados correspondientes que algunos autores prefieren no acudir a él y mantener el desdoblamiento en los términos mencionados.

Los demostrativos señalan a una persona, un animal o una cosa en función de su distancia respecto del hablante o el oyente: esta mesa, aquel árbol. La distancia puede ser temporal, como en aquellos años. Los adverbios demostrativos pueden parafrasearse con sintagmas preposicionales que contienen demostrativos y sustantivos temporales o locativos, como aquí ‘en este lugar’, o entonces ‘en aquel tiempo’. Poseen, sin embargo, una serie de características particulares que los diferencian de los demás demostrativos, como se explica en los § 17.7-9. Existe un estrecho vínculo entre los paradigmas que forman los demostrativos (este, ese, aquel) y los que constituyen los pronombres personales (yo, tú/vos, él), puesto que las relaciones deícticas (§ 1.9o, 17.1) que expresan los primeros se definen en función de los segundos. Se usa a veces la noción de campo referencial para abarcar ambas series. El paralelismo entre ellas no es, sin embargo, absoluto, ya que los demostrativos no poseen rasgos de persona (frente a personales y posesivos). Además, el español es peculiar en el hecho de manifestar tres grados de proximidad en el paradigma de los demostrativos, en correlación a los tres niveles de distinción en el ámbito de la persona. Esta propiedad lo distingue de otras muchas lenguas románicas (como el catalán, el francés y el rumano), que mantienen el sistema con dos grados de proximidad heredado del latín vulgar. Sin embargo, en el español americano se observa la tendencia a reducir el paradigma de los demostrativos a dos miembros (este, ese: § 17.2n), lo que impide el paralelismo con la triple distinción de los pronombres personales. Los demostrativos no son compatibles con los artículos en posición prenominal, pero sí lo son cuando los primeros ocupan la posición posnominal (como en el ruido este), con ciertas restricciones que se analizan en el § 17.5.

Suele aceptarse hoy que los artículos, los demostrativos y los posesivos constituyen la clase gramatical de los determinantes o determinativos. Si se interpreta este término en un sentido amplio, de forma que dé cabida a otras unidades que legitiman a los sustantivos como argumentos de un predicado, la clase de los determinantes se amplía para dar cabida a los cuantificadores prenominales (alguna, tres, muchos, etc.). Los posesivos (capítulo 18) se asimilan en parte a los artículos y los demostrativos, ya que pueden ocupar la misma posición inicial en el sintagma nominal, como en {mi ~ esta ~ la} pequeña casa. Esta coincidencia del español actual es, sin embargo, relativamente accidental, como se explica en los § 18.2l, m, puesto que la pauta que representa la mi casa (con «artículo + posesivo») era posible en la lengua antigua, como lo es hoy en italiano, catalán y otras lenguas románicas y lo es también en algunas variantes del español europeo y americano (especialmente en Centroamérica). Asimismo, la construcción esta mi casa (con «demostrativo + posesivo») es hoy arcaica, pero no inusitada. Como se recordó en el § 1.9e, los posesivos poseen, además, rasgos de persona que aportan informaciones características de los pronombres personales (mío = ‘de mí’).

Los posesivos se dividen en prenominales (sus manías) y posnominales (manías suyas). Estos últimos ejercen, como los adjetivos, la función de atributo: La casa es suya. En la tradición gramatical hispánica se plantea con frecuencia —de manera directa unas veces e indirecta otras— la paradoja que supone asignar los posesivos a la categoría de los pronombres personales, puesto que poseen rasgos de persona (primera, segunda y tercera), y a la vez a la categoría de los elementos determinativos o la de los adjetivos, ya que pueden ser prenominales (mi casa) y concuerdan con los nombres (mis amigos, cosas suyas), a diferencia de los pronombres. Este problema desaparece en buena medida si se entiende que los posesivos prenominales, al igual que los cuantificadores o los demostrativos, constituyen una clase transversal. Aun así, se suele reconocer que su pertenencia a la clase de los determinantes es imperfecta. Ello se debe, como se señaló, a que encierran dos componentes, uno determinativo y otro pronominal. El primero explica su posición sintáctica y su concordancia con el sustantivo; el segundo explica su naturaleza referencial. Esta última capacidad se manifiesta en la propiedad de poder ser antecedentes de los pronombres reflexivos (su preocupación por mismo), entre otros rasgos que no comparten con los adjetivos ni con los determinantes. En el capítulo 18 se analizan más pormenorizadamente todas estas propiedades.

Existen otros puntos de contacto entre los pronombres personales y los posesivos. Los sintagmas formados con «de + pronombre personal» y las secuencias «de + sintagma nominal» se coordinan con los posesivos, como en No sé si es mío, de ustedes o de otra persona, o alternan con ellos, como en Tenía una foto {de nosotros ~ nuestra} (§ 18.4). En ciertos casos, los posesivos concuerdan con los pronombres personales en rasgos de persona. Así, vuestro concuerda con vos en el llamado uso reverencial (§ 16.7d, e), como en si vos dais vuestro consentimiento (donde se rechaza *… su consentimiento). Se trata de una propiedad característica del paradigma de los pronombres personales, pero ajena al de los adjetivos. Por otra parte, los posesivos de segunda persona pueden interpretarse genéricamente, es decir, con el sentido de ‘uno’, ‘cualquiera’, etc. (si le dices a tu jefe que…). También este rasgo es característico de los pronombres personales y de la flexión verbal de segunda persona (En el mundo de hoy, si () no sabes nada de informática estás perdido). Se examinan otros puntos de contacto entre pronombres personales y posesivos en los § 18.1a y 18.6.

El problema de las clasificaciones cruzadas, al que se aludió en los apartados precedentes, ha recibido numerosas soluciones en la tradición gramatical hispánica, pero no será posible exponerlas aquí una a una. Baste recordar que algunos gramáticos —plenamente conscientes de los problemas clasificatorios que se plantean— optaron por convertir en transversal la clase de los pronombres, lo que da lugar a distinguir entre pronombres sustantivos, pronombres adjetivos y pronombres adverbiales. Los primeros funcionarían como los sustantivos (¿Qué elegiste?; Quiero este), los segundos incidirían sobre los sustantivos como lo hacen los adjetivos o los determinantes (¿Qué libro elegiste?; Quiero este libro; ¿Cuánto dinero cuesta?) y los terceros desempeñarían las funciones características de los adverbios (¿Cuánto engordó?; Cuando quieras). No se adopta esta clasificación de los pronombres en la presente gramática. En los estudios sintácticos modernos se ha hecho notar que, si todas las informaciones categoriales (nombre, cuantificador, relativo, etc.) se consideran rasgos gramaticales, el problema de elegir cuáles son los elementos fijos del paradigma y cuáles los transversales pasa a subordinarse a otro: el de determinar y restringir los haces de rasgos adecuados, es decir, las agrupaciones que pueden darse entre ellos (tanto en español como en otras lenguas). Como se indicó anteriormente, se tratan aquí como transversales los demostrativos, los posesivos, los cuantificadores, los relativos, los interrogativos y los exclamativos. Se analiza, pues, nuestra en la casa nuestra y en la nuestra como adjetivo posesivo, y en nuestra casa como determinante posesivo. El demostrativo este se considera determinante en este coche. En cambio, en Este no corría se puede considerar pronombre, pero también determinante si se supone un núcleo nominal tácito: Este Ø no corría. Los demostrativos pospuestos (el coche este), cuyas particularidades se analizan en el § 17.5, se asimilan a los adjetivos, no a los determinantes.

Los cuantificadores indefinidos, como muchos, tres o más, pueden analizarse como determinantes con núcleo nominal tácito: En cuanto a los estudiantes de primer curso, me parece que hoy faltan {muchos Ø ~ tres Ø ~ más Ø}, a menos que este no pueda recuperarse del contexto inmediato, como en Muchos se creen que siempre tienen razón. En este último caso —entienden algunos gramáticos— está justificado analizarlos como pronombres.

Un cruce similar de propiedades gramaticales se produce en las palabras relativas, interrogativas y exclamativas. Estas tres clases, cuyas analogías y diferencias se estudian en el § 22.2, admiten una subdivisión análoga a la que se suscitaba en el caso de los cuantificadores:

pronombre

determinante

adverbio

Relativos

el libro que lees

cuyo libro

cuando quieras

Interrogativos

¿Qué lees?

¿Qué libro lees?

¿Cómo estás?

Exclamativos

¡Qué dices!

¡Qué cosas dices!

¡Cuánto trabajas!

La columna central corresponde a los adjetivos determinativos de algunas gramáticas tradicionales, opción que se considera igualmente justificada. Tal elección responde al sentido amplio del término adjetivo que se suele manejar en la tradición y que muchos gramáticos extienden a los indefinidos, a los demostrativos y a los posesivos en su papel de modificadores nominales. En el capítulo 22 se analiza la forma qué en ¡Qué cosas dices! como un determinante exclamativo.

Todos los relativos tienen antecedente, sea este explícito o implícito. Así, libro es el antecedente de que en el libro que estoy leyendo. Los relativos forman parte de oraciones que constituyen modificadores predicativos (sean restrictivos o apositivos: § 44.1l), en lo que se asemejan a los adjetivos. No obstante, el antecedente de los relativos está a menudo incluido en ellos (cuando, ‘el momento en que’; quien, ‘el que o la persona que’, etc.). Los relativos que contienen de manera implícita su antecedente (quien, cuando, donde, como) se llaman relativos sin antecedente expreso o relativos con antecedente tácito (también encubierto). Las oraciones que forman se denominan relativas sin antecedente expreso o relativas libres. Así, el pronombre quien en la expresión Esta noche vendrá quien tú bien sabes encabeza una oración de relativo sin antecedente expreso que desempeña la función de sujeto. Aun sin estar presente desde el punto de vista morfológico, el antecedente se interpreta semánticamente a partir de la noción aportada por el mismo relativo (‘la persona’). Cuando se emplean los relativos el que, la que, los que o las que sin antecedente expreso, en lugar de quien o quienes, se acude a veces a la denominación alternativa relativas semilibres: Este es el que prefiero.

Como otras piezas léxicas, los relativos pueden encabezar un sintagma, que se suele denominar sintagma relativo. Así, en el niño que vino, el sintagma relativo está constituido solo por el pronombre relativo que, pero en la llave con la que abrió la puerta, el relativo la que se inserta en el sintagma preposicional relativo con la que. Los sintagmas relativos pueden ser mucho más complejos (como lo es, por ejemplo, con la inestimable ayuda de las cuales). Se analizan las propiedades de los sintagmas relativos en los § 22.3, 44.2 y 44.3. Se concluye de todo ello que el antecedente del relativo es unas veces externo a él (libro en el libro que estoy leyendo) y otras interno, en el sentido de incorporado a su significación (‘persona’ en Vendrá quien tú digas). El antecedente del relativo puede ser asimismo un sustantivo tácito. Puede, pues, suponerse que el antecedente del relativo que es Ø en De todos estos pasteles, puedes elegir los Ø que quieras.

En el significado de los interrogativos y los exclamativos se suele reconocer un componente determinativo o cuantificativo (‘qué’, ‘cuál’) y otro que designa una noción nominal (‘persona’, ‘cosa’, ‘lugar’, ‘modo’, ‘tiempo’, etc.). Este último es análogo al antecedente interno de los relativos. Así, el pronombre interrogativo quién significa aproximadamente ‘qué persona’; qué equivale a ‘qué cosa’; cuándo, a ‘qué tiempo’ (¿De cuándo es este libro?) o a ‘en qué tiempo’ (¿Cuándo vendrás?); cómo equivale a ‘qué modo’, ‘en qué modo’ o ‘de qué modo’, etc. En cada una de estas paráfrasis se pone de manifiesto que la forma interrogativa establece una incógnita que corresponde a diversas nociones semánticas asociadas a ella. Como se muestra en los § 43.7b, d, no todas esas expresiones se usan para construir preguntas, pero todas ellas establecen una elección entre varias opciones. La siguiente tabla recapitula los rasgos semánticos de los que se acaba de hablar:

relativos

interrogativos

exclamativos

Persona

que, quien(es), cual(es)

quién(es), cuál(es)

quién(es), cuál(es)

Cosa

que, cual(es)

qué, cuál(es)

qué, cuál(es)

Lugar

donde

dónde

dónde

Tiempo

cuando

cuándo

cuándo

Modo

como

cómo

cómo

Cantidad y grado

cuan, cuanto(s)

cuánto(s)

cuán, cuánto(s)

Las características que comparten y no comparten las palabras interrogativas, relativas y exclamativas se analizan con detalle en el capítulo 22. A estas diferencias se añaden algunas que oponen específicamente las palabras interrogativas y las exclamativas. Se analizan en el § 42.14.

El relativo cual(es) solo se usa precedido de artículo determinado, por lo que se suele considerar, como se hace también aquí (§ 22.1f), que artículo y relativo constituyen un relativo complejo (el cual, la cual, los cuales, las cuales). La variante cuán no es imposible entre los interrogativos (¿Cuán grave es su enfermedad?), pero está muy restringida (§ 22.14o). Se emplea en muchos países americanos la variante «qué tan + adjetivo o adverbio» (qué tan grave), como se explica en los § 13.12ñ y 22.14s. Los cuantificadores cuanto y cuánto admiten variantes de género y número. Los paradigmas que les corresponden son, por tanto, respectivamente, cuanto, cuanta, cuantos, cuantas y cuánto, cuánta, cuántos, cuántas, mientras que quién, quien, cuál y cual presentan solo variación de número. Las formas cuanto y cuánto pueden ser adverbiales (¿Cuánto dormiste?; cuanto vivas). En cambio, el adverbio relativo cuan es raro, además de muy culto (tendido cuan largo era: § 22.6o).

Los posesivos se cruzan igualmente con los paradigmas que se acaban de examinar. Existen, pues, determinantes relativos posesivos (el libro cuyo autor mencioné). En la lengua antigua y clásica existieron también los pronombres relativos posesivos, como en Él fue a cuya era la casa (Santa Teresa, Fundaciones), los pronombres interrogativos posesivos, como en ¿Y cúyos eran sus cuerpos, sino míos? (Cervantes, Quijote II), y también los determinantes (o adjetivos determinativos) interrogativos posesivos: Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena? (Garcilaso, Poesías). Todas estas variantes se analizan en los § 22.5 y 22.14y. En la tabla siguiente se recapitulan otros cruces categoriales semejantes:

pronombre

adverbio

determinante o adjetivo determinativo

Relativos

cuantos quieras

cuanto vivas

cuantos libros quieras

Interrogativos

¿Cuántos quieres?

¿Cuánto te gusta?

¿Cuántos años vivió?

Exclamativos

¡Cuánto has traído!

¡Qué bien vives!

¡Cuántas cosas me contó!

Comparativos

Trajo más que yo

Viajas más que yo

Tiene menos años que yo

Consecutivos

Trajo tantas que…

Viaja tanto que…

Tiene tantos años que…

Los relativos dan lugar, además, a un paradigma que no comparten con las otras clases de palabras que se mencionan en esta tabla. Se trata de los relativos indefinidos o inespecíficos (quienquiera, cualquiera, dondequiera, etc.), que se estudian en el § 22.12.

El problema de las clases transversales puede extenderse a otras unidades en función de los criterios de clasificación que se usen. En algunos análisis tradicionales se agregan a la relación de conjunciones y locuciones conjuntivas las expresiones consecuentemente, entonces, consiguientemente, por consiguiente, por (lo) tanto, en consecuencia, por ende, de resultas y otras similares. Como se hace notar en el § 31.11l, en la actualidad se suelen interpretar estas partículas como adverbios o locuciones adverbiales, en lugar de como conjunciones, por lo que se analizan en el capítulo 30. Sobre esta cuestión, véase también el § 46.11k. El hecho de que el adverbio consecuentemente establezca una relación causal entre dos oraciones no permite considerarlo conjunción, aunque sí puede ser considerado un conector discusivo o marcador discursivo. Las conjunciones constituyen, por tanto, una clase sintáctica de palabras, junto con las preposiciones, los adverbios o los pronombres, mientras que los conectores son una clase discursiva que puede estar formada por adverbios, preposiciones, conjunciones e incluso por segmentos más complejos. Algunos gramáticos entienden, de hecho, que al igual que no hay contradicción en asignar a la función informativa llamada tema (§ 40.1d) segmentos que corresponden a categorías y a funciones sintácticas diferentes, tampoco existe contradicción en considerar conectores elementos que pertenecen a clases de palabras igualmente distintas. Aunque cabría pensar que el término conector designa más una función discursiva que una clase de palabras, las formas de conexión a las que puede dar lugar son tan variadas y admiten tantas subclases (§ 30.12, 30.13, 31.2 y 31.9) que resulta difícil dar un contenido preciso a esa hipotética función.

1.10 Unidades sintácticas (II). Expresiones lexicalizadas y semilexicalizadas

Se llaman locuciones los grupos de palabras lexicalizados (en el sentido de ya formados e incluidos en su mayor parte en el diccionario) que constituyen una sola pieza léxica y ejercen la misma función sintáctica que la categoría que les da nombre. Así, las locuciones adjetivas equivalen, con diversos grados de proximidad, a los adjetivos (de cuidado viene a significar ‘peligroso’); las locuciones preposicionales equivalen a las preposiciones (a bordo de se acerca a sobre, o a en en ciertos contextos); las locuciones adverbiales equivalen a los adverbios (a rajatabla se aproxima a estrictamente), y las locuciones conjuntivas equivalen a las conjunciones (si bien alterna con aunque).

Se proporcionan a continuación algunos ejemplos de cada uno de los tipos de locuciones que se reconocen en la tradición gramatical. Varios de estos ejemplos son comunes a la mayoría de los países hispanohablantes, pero otros están restringidos a algunas áreas. Se añadirán algunas indicaciones relativas a este punto cuando se analice cada tipo de locución en los apartados que aquí se señalan:

Locuciones nominales: caballo (o caballito) de batalla, cabeza de turco, concha de mango, corte de pastelillo, cajón de sastre, media naranja, pata de gallo, toma y daca, etc. Son polémicos los límites entre locuciones nominales y compuestos sintagmáticos. Sobre esta cuestión, véanse los § 11.2 y 12.9.

Locuciones adjetivas: común y silvestre, común y corriente, corriente y moliente, de a seis, de abrigo, de cuarta, de cuidado, de gala, {de ~ como} la piel de Judas, de marras, de postín, de terror. Se estudian en el § 13.18.

Locuciones preposicionales: a falta de, a juicio de, a pesar de, al son de, con objeto de, con vistas a, en función de, frente a, fuera de, gracias a, en pos de. Se analizan en el § 29.9.

Locuciones adverbiales: a carta cabal, a chaleco, a disgusto, a la carrera, a la fuerza, por fuerza, por la fuerza, a la trágala, a lo loco, a medias, a veces, al galope, al tiro, de entre casa, de paso, en un santiamén, en vilo, por fortuna. Se estudian en los § 30.15-17.

Locuciones conjuntivas: de manera que, ni bien, puesto que, si bien, ya que. Se analizan en el § 31.11.

Locuciones interjectivas: a ver, ahí va, en fin, ni hablar, ni modo. Se definen en el § 32.2b y se analizan a lo largo de ese capítulo.

Locuciones verbales: echar(se) una cana al aire (también tirarse en algunos países), hacer (buenas) migas, hacer las paces, irse {de ~ en} aprontes, meter la(s) pata(s), dar (la) lata, poner el grito en el cielo, sentar (la) cabeza, tomar el pelo, tomar(se) las de Villadiego. Se estudian en los § 34.11 y 35.3n y ss.

A estas clases agregan algunos gramáticos otras que contienen menos elementos, fundamentalmente las locuciones determinativas y cuantificativas (algún que otro), las pronominales (quien más quien menos, cada quisque) y las participiales (hecho un brazo de mar cf. *hacerse un brazo de mar). Se ha considerado también la posibilidad de que existan locuciones oracionales (distintas de los proverbios). Nótese que el sintagma la boca es el sujeto de hacérsele en la locución oracional hacérsele a alguien la boca agua. Las locuciones verbales, por el contrario, contienen diversos complementos del verbo, pero no abarcan su sujeto.

El sentido de las locuciones no se obtiene composicionalmente, es decir, combinando los significados de las voces que las constituyen. Así, ojo de buey designa cierta claraboya; tomar el pelo, la acción de burlarse de alguien, y mesa redonda, cierto tipo de debate que puede llevarse a cabo sin mesa alguna. No se explica tampoco el significado de la locución nominal cabeza de turco (‘aquel en quien recaen las responsabilidades de los demás’) a partir del significado de las palabras que componen esta expresión, aun cuando tal denominación pueda rastrearse etimológicamente. Aun así, algunas locuciones son transparentes en alguna medida, ya que su significado está parcialmente motivado (de principio a fin, fuera de lugar, por fortuna, a golpes).

Debido al grado de idiomaticidad de las locuciones, la mayor parte de estas aparecen en el diccionario. Existen, no obstante, esquemas sintácticos productivos (cuyo análisis compete a la sintaxis) que permiten formar un buen número de expresiones lexicalizadas o semilexicalizadas con diversos grados de vitalidad: «a + sustantivo en plural» (a golpes, a martillazos, a pedradas, pauta a la que se añade el artículo determinado en el área rioplatense); «de + sustantivo + en + sustantivo» (de puerta en puerta, de flor en flor, de trabajo en trabajo); «de + sustantivo + a + sustantivo» (de hombre a hombre, de amigo a amigo, de pared a pared), entre otras muchas. Se registran entre las locuciones numerosos casos de variación, ya sea histórica, geográfica o sociolingüística. Muchos de ellos aparecen descritos en diversas obras fraseológicas y lexicográficas, y también en numerosas monografías dialectales. El análisis de estas unidades corresponde solo parcialmente a la gramática, pero su estructura interna no es ajena, como se ha señalado, a la categorización de sus unidades básicas, ni tampoco al necesario examen de los procesos sintácticos que afectan a los grupos fundamentales de palabras. El hecho de que algunos de los esquemas sintácticos mencionados sean especialmente productivos —por ejemplo, el citado «de N {en ~ a} N»— ha sido considerado por algunos gramáticos un argumento de peso a favor de que la gramática posee construcciones (en el sentido de pautas sintácticas específicas) como unidades de análisis, y no necesariamente como resultado natural de las propiedades combinatorias de las palabras.

La clase gramatical a la que pertenecen las locuciones no está determinada necesariamente por su estructura sintáctica. Este hecho pone de manifiesto que el concepto tradicional de ‘locución’ es de naturaleza funcional, más que categorial. Las locuciones adverbiales o adjetivales muestran el comportamiento sintáctico de los adverbios y los adjetivos, no la estructura sintáctica de los sintagmas adverbiales y los adjetivales. Esta asimetría entre la estructura y la función sintáctica se puede comprobar de muchas formas. Las expresiones quiero y no puedo y toma y daca presentan la estructura correspondiente a un sintagma verbal, pero son locuciones sustantivas (un quiero y no puedo, un toma y daca). Las locuciones cada muerte de obispo (cada venida de obispo en algunos países) y cada Corpus y San Juan (‘muy esporádicamente’) tienen la estructura de un sintagma nominal, pero constituyen locuciones adverbiales. Por el contrario, la mayor parte de las locuciones verbales presentan la estructura de un sintagma verbal: barajar(la) más despacio, meter la(s) pata(s), tomar el pelo. Muchas locuciones sustantivas muestran, análogamente, la estructura de un sintagma nominal (caballo de batalla, cabeza de turco). Entre las adverbiales, son raras las que tienen la estructura de un sintagma adverbial (fuera de juego, fuera de lugar); la mayor parte de ellas muestran la de un sintagma preposicional: {a ~ de} bote pronto, a cubierto, a la intemperie, en un abrir y cerrar de ojos, en un santiamén, en volandas. Son igualmente escasos los sustantivos lexicalizados como adverbios (horrores en Disfrutaron horrores), pero son relativamente comunes los sintagmas nominales de sentido cuantitativo que se les asimilan: una enormidad, un potosí, una barbaridad, etc., como en Trabaja una barbaridad. Se examinan todas estas cuestiones en los apartados a los que se remitió para cada tipo de locución.

Se reconoce que, en general, el análisis de las locuciones del español plantea una serie de problemas que son consecuencia de la semilexicalización relativa que presentan algunas de ellas. Así, muchas locuciones preposicionales contienen sustantivos que mantienen algunas de sus propiedades nominales. Es habitual analizar como tales locuciones en ausencia de y a pesar de, pero, a la vez, se puede decir en su ausencia y a su pesar, que contienen posesivos en lugar de complementos preposicionales. Los sustantivos ausencia y pesar no manifiestan, sin embargo, otras propiedades nominales en estas construcciones (por ejemplo, no admiten adjetivos calificativos ni demostrativos), y por tanto no se integran completamente en el grupo sintáctico de los sustantivos. No obstante, algunos gramáticos optan por no considerar locuciones las expresiones cuyos sustantivos admiten posesivos. De este modo, no serían locuciones a juicio de, en ausencia de o a pesar de puesto que se dice a su juicio, en su ausencia, o a su pesar. En cambio, entrarían en el grupo de las locuciones preposicionales a falta de y con objeto de, ya que no se dice *a su falta ni *con su objeto. Otros gramáticos sostienen, por el contrario —como se hará en esta obra— que la semilexicalización es una propiedad esperable en un gran número de locuciones, lo que no las inhabilita como miembros de esa clase. La mayor parte de las locuciones verbales que contienen sustantivos admiten que algún pronombre ocupe el lugar de este último, como en meter la(s) pata(s) > meterla(s); tomarle el pelo a alguien > tomárselo (A Javier le toma el pelo todo el mundo, pero tú no deberías tomárselo). Se retoman estas cuestiones en el § 34.11a.

Se ha observado en varias ocasiones que el desajuste entre categorías y funciones que se mencionó en los apartados precedentes es polémico en el caso de las locuciones semilexicalizadas, especialmente las que admiten modificaciones que se ajustan a las pautas generales de la sintaxis. Así, las locuciones adverbiales a sorbos o a gritos están semilexicalizadas, puesto que los sustantivos que contienen aceptan adjetivos (a pequeños sorbos, a grandes gritos). La locución a mi entender es una de las realizaciones posibles de la pauta «a + posesivo + entender» (a nuestro entender, a su entender, etc.). Muchos otros casos ponen de manifiesto que la expansión de algunas locuciones está en función de su estructura sintáctica. El presentarlas como formas idiomáticas (por tanto, opacas a la sintaxis) impide con frecuencia que las variaciones admitidas puedan ser recogidas por los diccionarios. Se retoma esta cuestión en el § 30.15. Son frecuentes, por otra parte, los cambios de grupo entre las locuciones, sobre todo los que se dan entre las adjetivas y las adverbiales. Así, en vivo, a bocajarro (a boca de jarro en algunos países), en falso y en serio son locuciones adverbiales en retransmitir en vivo, disparar a bocajarro, jurar en falso y hablar en serio, pero son locuciones adjetivas en retransmisión en vivo, disparo a bocajarro, juramento en falso o conversación en serio.

Otra consecuencia de la semilexicalización de las locuciones es el hecho de que muchas de ellas acepten más de una segmentación sintáctica. Así, la expresión frente a la puerta consta de la locución preposicional frente a y de su término, la puerta: [frente a] [la puerta]. Sin embargo, aunque frente a sea una locución preposicional, puede decirse frente [a la puerta] o [a la ventana]. Este hecho muestra que la lengua permite segmentar sintácticamente la locución y agrupar su segundo componente con un sintagma nominal. Ello indica, en consecuencia, que se otorga un leve grado de independencia a los dos componentes de frente a. Se analiza con más detalle esta cuestión en el § 29.9. También se distinguen entre las locuciones aquellas que admiten la interpolación de algún elemento entre sus componentes (como en tomarle constantemente el pelo o en gracias en parte a los que…) y aquellas otras cuyos componentes están separados gráficamente, pero soldados gramaticalmente, de modo que no admiten entre ellos elementos interpuestos: a rajatabla, de armas tomar, siempre y cuando, etc.

Suelen dividirse en dos grupos las locuciones verbales, según funcionen como un sintagma verbal pleno o solo como una parte de él. Las locuciones citadas meter la(s) pata(s) y tomar el pelo sirven para ilustrar esta diferencia. El verbo de la primera no exige ningún otro complemento para que la locución adquiera sentido pleno (aproximadamente ‘equivocarse’). Por el contrario, la segunda locución es parte de un sintagma verbal que contiene un complemento indirecto: tomar el pelo a alguien. Este complemento puede tener la forma de un pronombre átono proclítico (Le tomaron el pelo) o enclítico (No sigas tomándole el pelo), y el lugar que corresponde a alguien puede ser ocupado por cualquier sustantivo o sintagma nominal que designe una persona (también una cosa personificada: empresas, instituciones, etc.). Las locuciones verbales de este tipo presentan, pues, huecos sintácticos o variables (el complemento indirecto en este caso), de forma que lexicalizan solo una parte del sintagma verbal al que pertenecen. Contienen asimismo un segmento variable No estar en {mis ~ tus ~ sus} cabales, dar bola (a alguien) o hacer migas (con alguien) —también hacer buenas migas o hacer malas migas—, entre otras muchas. Se retoma esta cuestión en el § 34.11d.

Son muy numerosas las locuciones que admiten opciones alternantes en su estructura sintáctica, como en hasta {la coronilla ~ el copete}, a veces con distinta distribución geográfica. Este problema afecta en especial a las locuciones adverbiales, como se explica de manera sucinta en el § 30.15h.

Se han debatido en muchas ocasiones los límites que han de reconocerse entre las locuciones preposicionales y las conjuntivas. Algunos gramáticos tradicionales reinterpretaban como conjunciones todas las preposiciones a las que sigue la conjunción subordinante que, por lo que analizaban para que o sin que como locuciones conjuntivas. En la actualidad se suele entender que el término de una preposición puede ser oracional, para [que esté contenta], por lo que se considera que para no deja de ser preposición en estos contextos. Por este mismo motivo suele analizarse a pesar de como locución preposicional cuyo término puede ser nominal (a pesar del ruido) u oracional (a pesar de que había ruido). La segmentación de las oraciones formadas con porque (por que en ciertos contextos) y para que se analiza detalladamente en el § 46.2. Mayor dificultad plantean, en cambio, las locuciones que admiten infinitivos y oraciones como término, pero rechazan los sustantivos. Se usa con tal de llegar o con tal de que llegue, pero no *con tal de su llegada; se dice a fin de obtener su confianza o a fin de que obtenga su confianza, pero no se admite *a fin de su confianza. Fuera de la locución adverbial a fin de cuentas o en fin de cuentas, los sustantivos o los sintagmas nominales solo se documentan de manera esporádica en esta pauta: Se tendrán en cuenta, tanto los éxitos como los fracasos, a fin de su evaluación (Bello Díaz, Epistemología). Véanse sobre esta cuestión los § 31.11l y ss. y también el § 46.10.

Se llaman construcciones con verbo de apoyo (también con verbo soporte, con verbo ligero o con verbo liviano en diversos sistemas terminológicos) los sintagmas verbales semilexicalizados de naturaleza perifrástica constituidos por un verbo (llamado también de apoyo, soporte, ligero o liviano) y un sustantivo abstracto que lo complementa. Estos sintagmas semiidiomáticos admiten muchas veces, aunque no todas, paráfrasis formadas con verbos relacionados morfológica o léxicamente con dicho sustantivo (no siempre se elige el mismo verbo de apoyo en todas las áreas hispanohablantes):

dar un paseo (‘pasear’), echar una carrera (‘correr’), hacer alusión (‘aludir’), tener una discusión (‘discutir’), dar lástima (‘apenar’), tener o echar una platicada (‘platicar’), tomar una decisión (‘decidir’), pegar o dar un salto (‘saltar’), hacer o tomar un descanso (‘descansar’), etc.

Estas paráfrasis son, sin embargo, aproximadas. De hecho, los verbos de apoyo suelen aportar contenidos aspectuales al significado expresado por el sustantivo que los complementa. Así, mientras que mirar puede usarse con interpretación durativa (Estuve mirando durante un buen rato), la expresión echar (también dar o pegar) una mirada recibe interpretación puntual (‘mirar de forma circunstancial, rápida o poco atenta’). Se obtienen contrastes similares en pares como {dar un paseo ~ *pasear} en media hora. A ello se añade que no todas las construcciones con verbo de apoyo pueden ser parafraseadas con un verbo simple (dar una vuelta, echar una partida). El verbo que aparece en estas construcciones recibe otras veces una interpretación abstracta relativa a la manifestación de la noción designada por el sustantivo (de manera aproximada, ‘hacer efectivo’, ‘lograr que tenga lugar’, etc.). Los verbos del español que intervienen con mayor frecuencia en las construcciones con verbo de apoyo son dar, echar, hacer, tener y tomar.

Las construcciones de verbo de apoyo se distinguen de las locuciones verbales en su comportamiento sintáctico. Así, las primeras permiten adjetivar los sustantivos que contienen (dar un largo y tranquilo paseo), si estos no forman ya parte de alguna unidad idiomática (sudar la gota gorda: locución verbal). También permiten formar oraciones de relativo a partir del sustantivo que complementa al verbo de apoyo (como en el largo paseo que dábamos cada tarde). Estas pautas y otras similares suelen usarse como diagnóstico para delimitar los dos esquemas sintácticos mencionados. Así, por ejemplo, el hecho de que se admitan (en algunas variedades) secuencias como las buenas migas que siempre han hecho esos dos da a entender que hacer buenas migas puede considerarse construcción de verbo de apoyo, en lugar de locución verbal. Véanse también, sobre los verbos de apoyo, los § 5.9p y ss., 34.11j y 35.3d y ss.

El español de algunos países americanos muestra una tendencia muy marcada a usar construcciones con verbo de apoyo con perífrasis verbonominales. Entre los numerosos ejemplos cabe señalar echar(se) una platicada o una conversada (‘platicar’), echar una nadada (‘nadar’), darse una espantada (‘espantarse’, ‘salir corriendo’), dar una registrada (‘registrar’), pegar una barrida y otros similares formados con sustantivos participiales femeninos, como se explica en los § 5.8o-q. Las construcciones con verbo de apoyo se obtienen también con otros derivados nominales, como en darse un atracón (también una caminata, un madrugón, etc.), echar(se) un trago, hacer una alusión, tomar una decisión, etc.

Como se ha explicado, la mayor parte de las construcciones mencionadas en los apartados anteriores son unidades sintácticas lexicalizadas o semilexicalizadas, más que unidades morfológicas en sentido estricto. El concepto de ‘pieza léxica’ es de interés para la morfología y también para la fraseología. La primera de estas dos disciplinas estudia la estructura de la palabra y la de las unidades que se asimilan a ella, como se ha explicado. La segunda se ocupa de las combinaciones que se consideran idiomáticas, es decir, las locuciones, los giros, los clichés, los refranes, los dichos y otras clases de modismos. En la medida en que muchas de estas unidades muestran algunas propiedades sintácticas (fenómenos de concordancia, interpolación, modificación, anteposición, coordinación, sustitución pronominal, etc.), el resultado de esos procesos de lexicalización no puede ser ajeno al estudio de la sintaxis. Por otra parte, las locuciones presentan a veces una compleja distribución geográfica, por lo que interesan en especial a la dialectología, pero también han de ser descritas como parte del léxico español, por lo que atañen en el mismo grado a la lexicografía. En suma, las piezas léxicas formadas por varias palabras y sujetas a diversos grados de lexicalización interesan a muchas disciplinas por razones distintas. Es lógico que las consideraciones que sobre ellas se hagan desde cada uno de esos ámbitos no coincidan por completo, sino que estén en función de los objetivos que los caracterizan.

1.11 Unidades sintácticas (III). Sintagmas

En los apartados anteriores se presentaron las clases fundamentales de palabras y de locuciones, y se distinguió entre unidades léxicas simples y complejas. Como se hizo notar, unas y otras aparecen en los diccionarios, es decir, integran el bagaje léxico del idioma con el que la sintaxis puede articular unidades mayores. Las unidades léxicas complejas, como las locuciones o las construcciones con verbos de apoyo, admiten ciertas variaciones sintácticas, examinadas en los apartados precedentes, lo que las coloca en un punto intermedio entre el léxico y la gramática. Las unidades léxicas simples forman diversos sintagmas (nominal, verbal, adjetival, etc.), llamados también frases o grupos, que desempeñan determinadas funciones sintácticas.

Los sintagmas se forman en torno a algún núcleo, sea este nominal, adjetival, verbal, preposicional o adverbial. No obstante, debe advertirse que la extensión del concepto de ‘núcleo’ al grupo de las preposiciones es polémica entre los gramáticos del español por las razones que explican en el § 1.11h. Los sintagmas constituyen, en suma, extensiones o expansiones de las categorías de sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio y preposición. Así pues, sus buenas intenciones es un sintagma nominal, extraordinariamente suave al tacto es un sintagma adjetival, en la inmensidad del mar es un sintagma preposicional, demasiado lejos de su casa es un sintagma adverbial y enviar una carta por avión es un sintagma verbal (se subrayan los respectivos núcleos).

Sea con la denominación de sintagma o con la de frase o grupo, se han generalizado en la gramática moderna estas unidades mayores de análisis porque ponen de manifiesto que los segmentos que se reconocen entre la palabra y la oración poseen un gran número de propiedades gramaticales. Aceptan hoy muchos gramáticos, como se hace aquí, el término sintagma (o sus equivalentes frase y grupo) para designar también unidades formadas por un solo elemento, lo que recuerda en parte el empleo que se hace en lógica y en matemáticas del concepto de ‘conjunto’. Así, en lugar de decir que la función de atributo puede ser desempeñada por los adjetivos y también por los sintagmas adjetivales, o que la de sujeto la pueden desempeñar los sustantivos y también los sintagmas nominales, es habitual decir que estas funciones (y otras muchas) son contraídas por sintagmas que pueden estar formados por una o varias unidades. Recuérdese que en el § 1.8d se consideró la estructura de palabras como conmigo, contigo y consigo. Como allí se observó, no existe contradicción en decir que estas voces son a la vez palabras y expresiones sintácticas complejas (por tanto, sintagmas). Tampoco existe contradicción en considerar que tanto más alto como mejor (= ‘más bueno’) son sintagmas adjetivales. En sentido estricto, podría tal vez percibirse alguna anomalía en el hecho de afirmar que una voz es a la vez una palabra y un sintagma, pero el concepto gramatical de ‘palabra’ no se identifica necesariamente con el de ‘palabra gráfica’ ni tampoco con el de palabra morfológica.

Como se mencionó, son sinónimos los términos sintagma y grupo sintáctico, así como frase en su sentido menos restrictivo (es decir, cuando no refiere únicamente a la oración sino que designa cualquier segmento sintáctico con ciertas propiedades, como en frase nominal o frase verbal). Aunque se eligió grupo (en lugar de sintagma o frase) en la edición anterior de esta obra, la bibliografía lingüística escrita en español ha extendido ampliamente en todos los países hispanohablantes el empleo del término sintagma. Como esta expresión es hoy mayoritaria entre los hispanistas para el concepto que se desea acuñar, es también el término que se elige aquí. A ello se añade que, a diferencia de los términos grupo y frase, el término sintagma carece de usos no técnicos en la lengua ordinaria (aun cuando se usa en lingüística para designar el eje de las combinaciones, por oposición a paradigma o eje de las sustituciones o las alternativas). En cualquier caso, conviene insistir en que la sustitución de un término por otro equivalente es una cuestión meramente terminológica, por lo que no supone en sí misma ningún avance objetivo en la comprensión de las propiedades del concepto etiquetado.

Los sintagmas nominales se constituyen en torno a un sustantivo. Así, se dice que la tercera carta oficial que me enviaron es un sintagma nominal, formado en torno al sustantivo carta. En este sintagma nominal se pueden distinguir diversas capas. En primer lugar, el adjetivo oficial modifica al sustantivo carta. El conjunto integrado por ambos, carta oficial, forma un sintagma nominal integrado dentro de otro. El segmento carta oficial resulta a su vez modificado por la oración de relativo que me enviaron. La secuencia carta oficial que me enviaron es modificada por el ordinal tercera y, por último, todo el conjunto tercera carta oficial que me enviaron está determinado por el artículo la. Esta construcción articulada en capas se puede representar mediante corchetes, como en [la [tercera [[[carta] oficial] que me enviaron]]], pero también con diagramas arbóreos y con otros procedimientos gráficos que respeten la jerarquía que se da entre los componentes que la integran. Entienden actualmente algunos autores que los artículos constituyen los núcleos de los sintagmas nominales que encabezan. Esta hipótesis, sumamente debatida en los últimos años, no será adoptada aquí. Otros sintagmas nominales son Rafael, niños, el aire, varios amigos míos de cuando estudiaba en el colegio, alguna que otra novela de misterio. Los componentes del sintagma nominal se analizan en los capítulos 12-15 y 17-22.

Los sintagmas adjetivales se forman en torno a un adjetivo. Así, demasiado fácil de adivinar es un sintagma adjetivo o adjetival. El adjetivo fácil recibe el modificador preposicional de adivinar, que a su vez tiene estructura interna y contiene un infinitivo de interpretación pasiva (§ 26.5). El sintagma adjetival así formado, fácil de adivinar es modificado por el adverbio de grado demasiado, como se muestra esquemáticamente en [demasiado [[fácil] [de adivinar]]]. Como en el apartado anterior, los corchetes reflejan la idea de que a los segmentos sintácticos corresponden interpretaciones semánticas. Así, en una contraseña demasiado fácil de adivinar se dice que la propiedad atribuida a cierta contraseña no es exactamente la facilidad, sino más bien la facilidad para ser adivinada. El adverbio demasiado modifica al sintagma adjetival fácil de adivinar creando un sintagma adjetival que contiene al anterior. Son también sintagmas adjetivales triste, muy complejo, más claro que el otro vestido, prácticamente imposible, absolutamente encantado de pasar con ustedes unos días. Se dedica el § 13.16 a analizar la estructura de los sintagmas adjetivales.

Los sintagmas verbales se constituyen en torno a un verbo, como en comer papas, en no estar del todo contento con cómo van las cosas, o en hizo una ligera inclinación de cabeza. Están formados por un verbo y sus modificadores y complementos, cada uno de ellos analizados separadamente en varios capítulos de esta obra (capítulos 34-39). Los sintagmas adverbiales están constituidos en torno a un adverbio, como en acá, detrás de la cortina, independientemente de las circunstancias mencionadas antes, allí donde haga falta. Se les dedica el § 30.14. Se explicó que los sintagmas nominales pueden estar insertados en otros sintagmas nominales, y que los adjetivales poseen la misma propiedad. También los sintagmas verbales y los adverbiales pueden inscribirse en sintagmas de su misma clase, como en No sabíamos nada (donde el adverbio no modifica al sintagma verbal sabíamos nada) o en muy cerca de su casa, donde muy modifica a cerca de su casa. Las perífrasis verbales constituyen un tipo particular de sintagma verbal, como se observa en el § 28.1. Se explica en ese capítulo que tanto la segmentación [Pudimos] [llegar a tiempo] como la variante [Pudimos llegar] [a tiempo] tienen justificación y son necesarias por razones diferentes.

Los sintagmas nominal, adjetival, adverbial y verbal son aceptados en general por los gramáticos de muy diversa orientación teórica, aunque sean a veces denominados con etiquetas diversas. Aun así, el sintagma verbal (frase verbal para algunos gramáticos clásicos) fue a veces ignorado en las gramáticas tradicionales porque sus autores reconocían únicamente las dependencias que los verbos establecen en función de su valencia o su estructura argumental (cf. más adelante el § 1.12m). Ello conduce a pasar por alto el segmento marcado entre corchetes en El equipo [ganó el trofeo] y a entender que la relación de dependencia entre el equipo y ganó es análoga a la que existe entre ganó y el trofeo. A lo largo de esta obra se presentarán varios argumentos a favor de la relevancia sintáctica del sintagma que se acaba de marcar con corchetes.

Otros sintagmas resultan más polémicos. Se distingue algunas veces como unidad sintáctica el sintagma pronominal (quién de ustedes; aquellos de los que me están escuchando), pero otras muchas no se reconoce como tal porque se suele asimilar al sintagma nominal en buena parte de sus propiedades. A pesar de que esa asimilación parcial es correcta, en esta gramática se usará ese concepto, que se aplicará específicamente a los casos en que los nombres y los pronombres no compartan algún aspecto fundamental de su sintaxis. Así, por ejemplo, el adjetivo mismo puede aparecer antepuesto o pospuesto al sustantivo (el mismo niño / el niño mismo), con diferentes lecturas, mientras que solo aparece pospuesto ante un pronombre (él mismo), como se explica en el 13.11k.

Se usará aquí el término sintagma preposicional para designar unidades como hacia el cielo, desde que te conozco o durante los meses que pases con nosotros, que constan de una preposición y un término. Debe señalarse, no obstante, que el concepto de sintagma preposicional no es aceptado por algunos gramáticos del español, puesto que la preposición (hacia, desde) no puede prescindir de su término (el cielo, que te conozco) en nuestra lengua. Los sintagmas se articulan, como se acaba de explicar, en torno al concepto de núcleo (en el sentido de ‘categoría o clase de palabras central o fundamental en la constitución interna de un sintagma’). Sin embargo, este concepto teórico ha recibido muy diversas interpretaciones en los modelos lingüísticos de orientación formal y funcional (europeos y americanos) a lo largo del último medio siglo. En el § 29.1 se resumen las nociones que aconsejan mantener el concepto de ‘sintagma preposicional’.

En esta obra no se entra a analizar cada uno de los argumentos que se han esgrimido en las polémicas que se han producido acerca de cuál de los posibles contenidos del término núcleo ofrece mayor rendimiento en el análisis gramatical. Tan solo se hará notar que el criterio de la supresión mencionado (es decir, el hecho de que las preposiciones no pueden prescindir de su término) es valorado de forma desigual por los gramáticos contemporáneos: para unos es un criterio determinante y constituye un argumento fuerte en contra de asignar a las construcciones formadas en torno a una preposición una estructura sintáctica similar a las que se constituyen en torno a un verbo. Otros entienden, por el contrario, que muchos verbos que no pueden prescindir de su complemento directo (preparar, tener, dilucidar, etc.) encabezan, sin embargo, sintagmas verbales, por lo que no otorgan la misma fuerza al argumento de la supresión. Se recuerda, por otra parte, que las preposiciones pueden inducir la flexión de caso de su término (para ti ~ *para tú), así como el modo verbal de las subordinadas sustantivas (para que él lo viera), al igual que lo hacen los verbos, y también que alternan con ellos en algunos esquemas atributivos, como en {con ~ teniendo} el trabajo terminado.

En cualquier caso, es oportuno recordar que unos gramáticos entienden que la relación formal que existe entre la preposición y su término se asimila parcialmente a la que se reconoce entre un sustantivo y su complemento, o un verbo y el suyo, mientras que para otros se trata de relaciones sintácticas diferentes. Siguiendo el criterio metodológico introducido en el § 1.2n, la descripción gramatical que se ofrece en esta obra evitará la discusión teórica de las nociones gramaticales más polémicas entre los gramáticos contemporáneos, en especial en los casos en los que las corrientes formales y funcionales muestran puntos de vista encontrados.

A los sintagmas mencionados se agrega ocasionalmente el llamado sintagma conjuntivo, no aceptado tampoco por todos los gramáticos, que se analiza en los § 31.1i-k. Estos sintagmas están formados por una conjunción y su término, análogo al de las preposiciones. Poseen, por tanto, una estructura sintáctica paralela a la de los sintagmas preposicionales. Se subrayan diversos sintagmas conjuntivos en los ejemplos siguientes: Es más lento que todos los demás; No iremos el lunes, sino el martes; La gente como tú no atiende a razones; Dijo que vendría; Si Julia llama, dímelo. Existe una relación estrecha entre el concepto de sintagma conjuntivo y el de ‘oración subordinada adverbial’. Se considera brevemente ese vínculo en los § 1.13t, u. El segmento que forman algunas interjecciones con su complemento (¡Ay de los vencidos!; ¡Vaya con el muchachito!) constituye un sintagma interjectivo. Se analizan estos grupos en el § 32.8.

Muchas locuciones y construcciones con verbo de apoyo constituyen, como se vio en el § 1.10k, sintagmas lexicalizados o semilexicalizados. Aun así, no deja de reconocerse la estructura de un sintagma verbal en la expresión tomar el pelo. Esta locución verbal admite, como se señaló, adverbios interpuestos y posee otras propiedades incompatibles con las unidades estrictamente morfológicas. Tal como se indicó en el § 1.10e, no es la estructura sintáctica de una locución lo que determina su naturaleza categorial, sino su significado y su distribución. No se deben confundir, por tanto, los sintagmas preposicionales (de ochenta kilos) con las locuciones adverbiales (de mil amores) o las adjetivas (de confianza). Si no se añade ninguna especificación, se usará aquí el concepto de sintagma (equivalente a grupo o frase en varios sistemas terminológicos) en el sentido de segmento sintáctico creado mediante la combinación de categorías gramaticales aplicando los principios de la sintaxis. Como se explicó, los procesos de sincretismo y los conglomerados hacen que no exista en español una correspondencia absoluta entre palabras y categorías sintácticas.

Utilizados en sentido técnico, sintagma, grupo y frase son términos equivalentes. En el § 1.11b se explicó que estos términos designan también unidades formadas por un solo elemento y se recordó la semejanza con el empleo del concepto de ‘conjunto’ en lógica y matemáticas.

En el § 1.11c se propuso el sintagma nominal la tercera carta oficial que me enviaron y se hizo notar que contiene varios sintagmas nominales sucesivamente incrustados. Se marcan con corchetes en [la [tercera [carta oficial que me enviaron]]]. Algunos autores prefieren denominar sintagma al más complejo de ellos (el encabezado por la en este caso) y grupo a los incrustados en él. Se prefiere aquí, para simplificar, emplear el término sintagma en todos los casos. De forma análoga, se considerarán sintagmas todos los constituyentes sintácticos formados por las voces subrayadas en [otros [pocos [paseos [por [la historia europea]]]]] o en [incluso [más [lejos [de la ciudad]]]].

Es importante tener en cuenta que un sintagma nominal no hace referencia a un conjunto de sustantivos, y que un sintagma adjetival tampoco equivale a un conjunto de adjetivos. Los sintagmas son, pues, estructuras articuladas en torno al núcleo que los vertebra, que admite, como se explicó, diversos modificadores y complementos. Como se comprobó, los sintagmas pueden contener otros de su misma clase. Ilustran esta propiedad los siguientes ejemplos:

[cuatro formas de preparar el arroz] (se subraya el sintagma nominal contenido en otro, que se marca con corchetes);

[parcialmente compatible con otros sistemas] (sintagma adjetival contenido en otro);

[muy lejos de ti] (sintagma adverbial contenido en otro);

[siempre pedía café] (sintagma verbal contenido en otro);

[muy hacia el sur] (sintagma preposicional contenido en otro).

El hecho de que la unidad subrayada en [pude hablar con ella] sea un sintagma verbal inserto en otro de la misma clase (que se marca con corchetes) permite explicar que pueda elidirse (Intenté hablar con ella, pero no pude Ø; Unas veces puedo hablar con ella, pero otras no puedo Ø), desgajarse (Lo que no pude fue hablar con ella) o experimentar otros procesos sintácticos que se estudian en varios capítulos de esta obra (§ 22.2w-z y 28.1q-u).

Los sintagmas forman parte a menudo de otros distintos de los que les dan nombre. Así, los sintagmas nominales se insertan habitualmente en los verbales (esperar tiempos mejores) o en los preposicionales (durante estos años). Los adjetivales se inscriben en los nominales (imágenes difíciles de olvidar) y en los verbales (parece duro de roer), pero pueden aparecer ocasionalmente en los preposicionales (por demasiado ingenuo). Los adverbiales se incluyen en los preposicionales (desde dentro de mi corazón) y en los verbales (vivir lejos del hogar). Los preposicionales admiten mayor variación, puesto que aparecen inscritos en los nominales (gente sin escrúpulos), en los adjetivales (proclive a la lágrima fácil), en los verbales (vengo de la oficina) y en los adverbiales (encima de la cama). En efecto, el término de una preposición suele ser un sintagma nominal (por la calle), además de una oración (sin saberlo), pero puede ser en ocasiones otro sintagma preposicional, como en por entre los álamos (§ 29.5). Ninguno de estos comportamientos es accidental. La distribución de sintagmas que se insertan en sintagmas mayores depende de las exigencias sintácticas y semánticas que imponen las unidades léxicas que los aceptan. Estos requisitos dan lugar a una serie de relaciones de dependencia que suelen llamarse funciones. se examinarán esquemáticamente en la sección siguiente, y más pormenorizadamente en los capítulos 33 a 40.

1.12 Unidades sintácticas (IV). Funciones

En los apartados anteriores se examinaron de modo sucinto las clases de palabras y los sintagmas que forman. Como se indicó en el § 1.3i, estas informaciones se consideran sustantivas, en el sentido de que representan unidades fundamentales a las que corresponden categorías y segmentos formados con ellas, y también porque se oponen a las relaciones, es decir, a las unidades sintácticas puramente formales que constituyen vínculos entre palabras, unas veces establecidos a distancia y otras en contigüidad. Los vínculos que las palabras y los sintagmas formados por ellas contraen determinan su aportación semántica a los mensajes. Dicha contribución depende muy a menudo de la posición que las palabras ocupan, pero también de otras marcas o exponentes que corresponde analizar a la sintaxis. El que observe la oración Llegará el lunes comprobará que no puede interpretarla unívocamente aunque conozca el significado de las palabras llegará, el y lunes. Para poder hacerlo necesita cierta información que le permita relacionar la expresión el lunes (un sintagma nominal, como se explicó en la sección anterior) con el verbo llegará. Si el lunes es el sujeto de llegará, concordará en número y persona con el verbo, de forma que la expresión el lunes designará la entidad que va a llegar; si el lunes es un complemento circunstancial de llegará, la oración informará de que cierta persona o cosa no especificada ha de llegar el día del que se está hablando. Así pues, sujeto y complemento circunstancial son funciones, en el sentido de relaciones de dependencia que nos permiten interpretar la manera en que se vinculan gramaticalmente ciertos sintagmas con alguna categoría de la que dependen (un verbo en este caso).

Se distinguen fundamentalmente tres clases de funciones: sintácticas, semánticas e informativas. Las funciones sintácticas (como sujeto, complemento directo, complemento del nombre, etc.) se establecen a partir de marcas o índices formales de los que la sintaxis hace uso. Así, la concordancia de número y persona en las formas verbales desde ciertas posiciones sintácticas es el exponente o la marca que caracteriza la función de sujeto. En esta obra se dedican capítulos independientes a las funciones sintácticas oracionales (capítulos 36-39). Las que se reconocen en el interior de otros sintagmas se analizan en los capítulos en los que se estudia su estructura (por ejemplo, el sintagma nominal la casa es el término de la preposición para en para la casa: capítulo 29). Algunas funciones sintácticas, especialmente la de adjunto (capítulo 39), se caracterizan por el hecho de que se reconocen en el interior de varios sintagmas (nominales, adjetivales, adverbiales, etc.). Las funciones sintácticas no son solo componentes inmediatos de la oración. Lo son, por ejemplo, el complemento directo o el sujeto, pero no el complemento del nombre o el del adjetivo, ya que su relación con la oración se establece indirectamente. Las funciones semánticas (como agente, paciente, destinatario, etc.) especifican la interpretación semántica que debe darse a determinados sintagmas en función del predicado del que dependen. Así pues, un sujeto puede ser agente (Iván abrió la puerta) o no serlo (La losa pesaba media tonelada).

Para establecer las funciones de los dos primeros tipos —sintácticas, como complemento directo o complemento de régimen, y semánticas, como agente o experimentante— es preciso tener en cuenta informaciones de naturaleza léxica, estén presentes o no en los diccionarios, así como otras de naturaleza formal. Las funciones del tercer tipo —informativas, como foco o tópico— hacen referencia a la contribución de cada fragmento del mensaje en relación con el discurso previo y a su papel en la articulación de los textos. Estas últimas funciones entroncan con diversas formas mediante las cuales la gramática otorga relieve a determinadas secuencias en el interior de los mensajes, por lo que se dedica un capítulo completo (el capítulo 40) a presentarlas y analizarlas. Aun así, debe señalarse que algunos gramáticos no están de acuerdo en que las relaciones gramaticales del tercer tipo sean propiamente funciones. Se diferencian de los otros dos tipos en que no están determinadas por el significado de las piezas léxicas, ya que la partición informativa de la oración (es decir, la separación entre lo que se da por conocido y lo que se presenta como nuevo) no se establece a partir de las propiedades del léxico. Se ha aducido que también se diferencian de las otras funciones en que el término mismo función no se les aplica con el mismo sentido que caracteriza a las otras dos, dado que, en sentido estricto, no dan lugar a relaciones de dependencia. Se retomará el significado de este término en los apartados siguientes.

El concepto de predicado se ha usado generalmente con dos sentidos, que se han mantenido en la actualidad entre los gramáticos a pesar de la relativa incomodidad que tal polisemia conlleva. En el primero de ellos, tomado estrictamente de la lógica, el predicado designa la expresión cuyo contenido se atribuye al referente del sujeto, así como el segmento sintáctico que la designa. En esta interpretación, el predicado es siempre un sintagma —frecuentemente verbal, aunque no necesariamente— y establece una relación bimembre con un elemento, el sujeto, llamado a veces sujeto de predicación, como se explica en los § 1.12q y 33.1. El sintagma verbal que se subraya en El profesor de Matemáticas explicaba la lección a los alumnos es el predicado de esa oración, y su sujeto es el profesor de Matemáticas. El predicado de la oración La lluvia era fina es, desde este mismo punto de vista, el sintagma verbal era fina. Así pues, los predicados denotan, en este primer sentido, nociones que «se aplican» a los individuos designados por los segmentos nominales que concuerdan con ellos. Los predicados aportan, por tanto, propiedades, estados, procesos y acciones que se atribuyen a las personas o las cosas. A la unidad gramatical que el predicado forma con el sujeto se la llama tradicionalmente oración. En este primer sentido, los predicados pueden ser también no verbales. Así, en Muy interesante, la película de ayer, el sintagma muy interesante es el predicado cuyo sujeto (o «sujeto de predicación») es la película.

Los predicados constituyen un tipo de función, en el sentido clásico del término. En efecto, en la tradición lógica y matemática, las funciones son relaciones que determinan la proporción en que varía una determinada magnitud establecida o medida a partir de otra que se toma como referencia. En la misma tradición, las funciones se consideran también relaciones que establecen conexiones, correspondencias o proyecciones entre elementos de dos dominios. Se dice tradicionalmente, en este sentido, que el predicado explicar la lección a los alumnos es una función que exige un elemento variable para ser completada o saturada: el sujeto. A los predicados se les sigue llamando en la lógica contemporánea funciones proposicionales, puesto que constituyen proposiciones a partir del elemento nominal al que se aplican. En gramática se llama generalmente función (o función sintáctica) a la relación gramatical de dependencia desempeñada por un segmento sintáctico.

La noción de ‘predicado’ se usa también en un segundo sentido, más restrictivo que el anterior, que se aplica no a sintagmas sino a núcleos léxicos. En esta segunda interpretación, el predicado es la categoría que designa estados, acciones, propiedades o procesos en los que intervienen uno o varios participantes. Así, el predicado de la oración El maestro explicaba la lección a los alumnos es el verbo explicaba. El verbo explicar denota, por su significado, una acción que requiere la concurrencia de tres participantes: un agente, que designa a quien lleva a cabo la acción (el maestro, en este ejemplo), una materia o una información que se expone o se transmite (la lección, en este caso) y un destinatario al que esa acción se dirige (los alumnos). Los participantes seleccionados o elegidos por cada predicado en función de su significación se denominan argumentos. A los argumentos corresponden diversas funciones semánticas —también denominadas roles o papeles temáticos—, como agente, tema o paciente, experimentante, destinatario o receptor, benefactivo o malefactivo, meta o dirección, origen o fuente, ubicación, etc. En el § 1.12i se alude a los problemas que suscita la clasificación de las funciones semánticas.

Los argumentos han sido llamados también actantes (fr. acter ‘actuar, consignar, validar’) y participantes porque recuerdan los papeles que se atribuyen a los actores en las representaciones dramáticas (de hecho, el término papel semántico es todavía frecuente en la lingüística actual en un sentido no muy lejano de este). Sea o no ajustada esa metáfora ya común, es indudable que los argumentos de un predicado representan en cierta forma un esqueleto de su significación, que se obtiene por abstracción o por reducción de las informaciones que el diccionario proporciona cuando los define. Como se explica en los § 1.12j-ñ, los predicados pueden constituir elementos no verbales, en este segundo sentido. Los sustantivos, los adjetivos o las preposiciones pueden tener estructura argumental y ser, por tanto, predicados. Así, en la decisión de Julia de regresar, el sustantivo decisión requiere dos argumentos: la persona que decide (Julia) y aquello que se decide (regresar).

Como se acaba de ver, los complementos argumentales introducen información exigida o pedida por el significado de los predicados. Además de estos complementos, se reconocen en la tradición gramatical otros que aportan informaciones no exigidas por ellos. Esos otros complementos se llaman adjuntos, término que equivale a ‘modificador no seleccionado o no exigido’. Son adjuntos los adjetivos calificativos (pastel delicioso), las oraciones de relativo, sean explicativas (Aplaudieron a ambos actores, que volvieron al teatro después de muchos años) o especificativas (Contratarán al actor que mejor se ajuste al papel), muchos modificadores preposicionales del sustantivo (como la prensa de hoy, pero no la llegada de la primavera) o del adjetivo (feliz por su matrimonio). Los modificadores adjuntos de los verbos (no tan claramente los de otras clases de palabras) se denominan tradicionalmente complementos circunstanciales porque especifican las circunstancias que acompañan a las acciones o a los procesos. Aportan, pues, informaciones accidentales que completan alguna relación predicativa sin estar exigidas por la naturaleza de esta.

No existe una única clasificación semántica de los complementos circunstanciales, por razones que se explican en el § 39.5. Se suelen distinguir tradicionalmente los de tiempo (trabajar por las tardes; gente dispuesta a todas horas); lugar (paseos por la playa); compañía (estudiar con alguien); instrumento (escribir con una pluma estilográfica); provecho, beneficio o daño (comprar para alguien un regalo); modo (dibujos con técnica esmerada); cantidad (esforzarse enormemente); finalidad (ahorrar para adquirir una vivienda mayor) y causa (viajar por placer). Como se indicó, el concepto de ‘adjunto’ es más abarcador que el de ‘complemento circunstancial’.

La mayor parte de los complementos de lugar son adjuntos (Escribió el libro en esta mesa), pero algunos son argumentales (como en Puso el libro en esta mesa), puesto que están exigidos por la significación verbal. También la mayor parte de los complementos de finalidad son circunstanciales, pero unos pocos se consideran argumentales, ya que están seleccionados por el significado del predicado al que modifican, como en Bastaba una leve música para dormirlo (§ 46.4h y ss.). La mayor parte de los adverbios que denotan modo o manera son adjuntos (cantar estupendamente), pero unos pocos predicados verbales los seleccionan léxicamente como argumentos (portarse magníficamente; vestir bien). Los adjuntos de cantidad pueden ser temporales, tanto si denotan frecuencia (¿Viajas mucho?) como si no es así (Vivió muchos años en el extranjero). También pueden denotar intensidad (Se esfuerza mucho), entre otras nociones. Estos complementos de cantidad son adjuntos, pero otros son, en cambio, argumentales, como en Se demoró dos días o Esta película dura demasiado. Se analizan más detalladamente estas diferencias en los § 20.5, 30.4 y 39.7.

Se explicó en los apartados precedentes que la noción de ‘adjunto’ es transcategorial, ya que se aplica a varias clases de palabras. El cuadro siguiente, en el que se marcan en cursiva los adjuntos, ilustra esta idea:

con verbos

con sustantivos

con adjetivos

temporales

trabajar por las tardes

la llegada del embajador el martes pasado

enfermo desde hace diez años

locativos

construir una casa en la playa

la construcción de una casa en la playa

muy contento en esta ciudad

finales

ahorrar para comprar una vivienda mayor

nuevos acuerdos para ampliar las zonas edificables

siempre silencioso para no molestar a los vecinos

Los complementos preposicionales de los sustantivos corresponden aquí a los que aparecen en nombres derivados de verbos (llegada, construcción), lo que ilustra la situación de herencia que se introdujo en el § 1.8j. Un mismo predicado (en el segundo sentido del término predicado, expuesto en el § 1.12e) puede tener complementos argumentales y también complementos circunstanciales o adjuntos. Los primeros se marcan con subrayado continuo en los ejemplos que siguen; los segundos se identifican con subrayado discontinuo: leer novelas policíacas durante las vacaciones; poner la fuente sobre la mesa ahora; la llegada del embajador la semana pasada; propenso a las infecciones víricas desde los cinco años.

Se suele llamar estructura argumental de un predicado (también valencia en algunas terminologías, además de red argumental y grilla o rejilla temática, entre otras denominaciones) al conjunto, ordenado o no, de sus argumentos. Así, el verbo explicar selecciona tres argumentos en el ejemplo propuesto El maestro explicaba la lección a los alumnos. Es una cuestión muy debatida la de dilucidar cuáles son exactamente las funciones semánticas que corresponden a los argumentos. En el ejemplo propuesto, con el verbo explicar, podrían ser ‘agente’, ‘contenido’ (pero también ‘tema’ para algunos autores; ‘paciente’ para otros) y ‘destinatario’. Se ha observado que algunas funciones semánticas, en particular la de ‘paciente’, son usadas de forma diversa en los estudios sobre estas materias. Uno de los argumentos de explicar designa el agente de dicha acción, pero el término agente no es apropiado para hacer referencia a ninguno de los participantes de los verbos que designan estados (implicar, merecer, yacer, etc.) o procesos (aumentar, dormirse, secarse, etc.). En general, se suele considerar más apropiado en la gramática contemporánea identificar el número y las propiedades gramaticales de los participantes de una relación predicativa que designar unívocamente cada uno de ellos con una etiqueta semántica que lo distinga de los demás.

Como se explicó, en el segundo sentido de predicado (§ 1.12e), los predicados no son solo verbales. También los sustantivos, los adjetivos y las preposiciones pueden tener argumentos, es decir, constituyentes exigidos por su significado léxico. Con escasas excepciones (entre las que están los auxiliares), casi todos los verbos tienen estructura argumental. En cambio, solo un pequeño conjunto de nombres, adjetivos, adverbios o preposiciones exigen semánticamente un argumento que «complete» su significado. Así, de forma similar a como dos horas es un argumento de durar en durar dos horas, cabe pensar que también lo es de durante en durante dos horas.

El predicado de la oración Silvia decidió no acudir a la boda (recuérdese que se habla del segundo sentido de predicado) es el verbo decidió. Sus dos argumentos son Silvia y no acudir a la boda. El primero designa la persona a la que se atribuye la decisión, y el segundo denota su contenido, en el sentido de ‘aquello que se decide’. En el sintagma nominal la decisión de Silvia de no acudir a la boda se reconoce también un predicado (de nuevo, en el segundo sentido del término): el sustantivo decisión. Este predicado presenta también dos argumentos (Silvia y no acudir a la boda), cuya participación en lo que se denota es la misma que se pone de manifiesto en la oración correspondiente. Cada uno de estos dos argumentos forma parte de un sintagma encabezado por una preposición (de en ambos casos). Esta preposición constituye una marca sintáctica o marca de función que los sustantivos suelen exigir para que sus argumentos puedan manifestarse sintácticamente, o —de manera más precisa— constituir funciones sintácticas. Así pues, al argumento subrayado en la oración Silvia decidió no acudir a la boda, le corresponde la función sintáctica de complemento directo. El mismo argumento se representa como un sintagma preposicional en la decisión de Silvia de no acudir a la boda, cuya función sintáctica es la de complemento del nombre. La relación semántica que se establece entre decidir y no acudir a la boda, y entre decisión y de no acudir a la boda es idéntica, en el sentido de que el complemento (sea directo o del nombre) representa en ambos casos aquello que se decide.

Como se vio en los apartados precedentes, los argumentos de un predicado están exigidos por su naturaleza semántica, mientras que la forma en que se manifiestan está, en cambio, determinada por la sintaxis. Dos predicados (decidir y decisión, en los ejemplos del apartado anterior) pueden presentar una estructura argumental idéntica y divergir en la forma en que sus argumentos se manifiestan sintácticamente, en función de las propiedades gramaticales de los verbos y de los nombres. El hecho de que las funciones sintácticas representen realizaciones gramaticales de los argumentos viene a significar que el concepto de ‘argumento’ es más abarcador que el de ‘función sintáctica’, y se caracteriza en términos semánticos, en lugar de en términos estrictamente sintácticos. La estructura argumental de los predicados debe ser completada con la que aportan las funciones sintácticas, puesto que no es —en sí misma— información de naturaleza formal que sea visible de manera directa en la sintaxis, y también porque esa información combinatoria puede ser variable. Se ilustrará este punto con un ejemplo en el apartado siguiente.

Sabemos que el adjetivo partidario exige por su significado dos argumentos: uno está representado por un sustantivo que designe la persona a la que se atribuya esa actitud; el otro, por un sintagma preposicional que designe el contenido de la actitud. Ambas realizaciones sintácticas se subrayan en el sintagma nominal un entrenador partidario de hacer jugar a toda la plantilla. El segundo segmento subrayado desempeña la función sintáctica de complemento del adjetivo. El primer segmento es el sustantivo entrenador, que podría funcionar como sujeto en otros contextos (Este entrenador es partidario de hacer jugar a toda la plantilla), o desempeñar otras funciones en oraciones más complejas (A este entrenador, no lo creo yo partidario de hacer jugar a toda la plantilla). Aun así, los argumentos del predicado partidario no se ven alterados en estas secuencias. Las funciones sintácticas sí pueden, por el contrario, verse alteradas, puesto que dependen de muy diversas marcas formales que la sintaxis exige, así como, en general, de la estructura gramatical del idioma. Como en el caso de decisión, examinado arriba, las propiedades argumentales del adjetivo partidario representan el resultado de un proceso de abstracción a partir de su significado. Sus manifestaciones gramaticales son, en cambio, la consecuencia de poner en juego diversas exigencias formales de la sintaxis del español.

En la lingüística moderna, así como en la lógica, se suelen clasificar los predicados por el número de argumentos que exigen. El término, antes citado, valencia designaba originalmente el número de argumentos de un predicado, si bien hoy es frecuente usarlo también como equivalente de estructura argumental. El término valencia ingresó en la lingüística procedente de la química. De forma parecida a como la valencia de cada elemento del sistema periódico determina en gran medida su capacidad combinatoria, la valencia de un predicado condiciona la posibilidad de combinarse con un número mayor o menor de elementos, así como las propiedades gramaticales de estos.

Según sus posibilidades combinatorias, los verbos se clasificaban en la tradición gramatical en transitivos, intransitivos, impersonales, etc. En la actualidad se entiende que estas clasificaciones son consecuencia de la valencia de los verbos, que se suelen agrupar en avalentes, monovalentes, bivalentes y trivalentes. Los verbos avalentes son verbos sin argumentos, como los que designan fenómenos meteorológicos (amanecer, clarear, llover, nevar), si bien algunos de ellos se convierten con cierta facilidad en monovalentes (Los campos amanecieron nevados), como se explica en los § 41.5k-n. Así pues, los predicados monovalentes (también llamados monádicos y monoargumentales) son los que tienen un solo argumento, por lo que en lógica y en semántica se suelen llamar predicados de un lugar. Pueden ser verbales (dormir), adjetivales (abrupto) o nominales (valor). Se subrayan sus argumentos únicos, junto con sus marcas preposicionales cuando las requieren, en El niño duerme; Esta carretera es muy abrupta; El valor de la amistad.

Los predicados bivalentes (también denominados de dos lugares, diádicos y biargumentales) tienen dos argumentos, exigidos igualmente por su significado. Pueden ser verbales (decidir, leer), nominales (decisión, lectura) o adjetivales (partidario, posterior). En un sentido amplio, adverbios como después o preposiciones como durante se consideran también predicados de dos lugares. Se entiende que, si el adjetivo posterior lo es en la cena posterior al partido, también lo ha de ser el adverbio después en Cenamos después del partido. Se aplica un razonamiento similar a las preposiciones que introducen argumentos. De hecho, esta idea viene a constituir una traducción moderna de una propiedad que se les reconoce repetidamente en la tradición: su naturaleza relacional. Se retoma esta cuestión en el § 29.1l.

Los predicados trivalentes (llamados asimismo de tres lugares, triádicos y triargumentales) pueden ser también verbales (entregar), nominales (pago) o adjetivales (superior). Sus argumentos se subrayan (junto con sus marcas sintácticas preposicionales, cuando aparecen) en los ejemplos siguientes:

El señor ministro entregó los premios ayer a los galardonados en una brillante ceremonia; El equipo visitante fue muy superior al local en el juego; el pago de los atrasos a los pensionistas por el Ministerio de Sanidad.

Pueden identificarse asimismo los argumentos sin las marcas que exigen las funciones sintácticas que les corresponden, como en el pago de [los atrasos] a [los pensionistas] por [el Ministerio de Sanidad]. Es controvertida la cuestión de si los complementos agentes introducidos por la preposición por son argumentos o adjuntos. Se considera este problema en los § 39.5k y 41.3l.

Existen muchos desarrollos en la lingüística contemporánea de las llamadas gramáticas de valencias o de dependencias. En estos estudios —sintácticos a la vez que lexicológicos— se analiza la estructura argumental de cada predicado o grupo de predicados, la relación que existe entre las funciones sintácticas y las funciones semánticas que les corresponden, y también la realización categorial de cada uno de estos argumentos (es decir, la forma sintáctica que presentan). Sabemos, por ejemplo, que el complemento directo de pedir puede ser nominal (Pidió una cerveza) u oracional (Pidió que le sirvieran una cerveza), pero el de dar (verbo también trivalente) solo admite la primera opción. Así pues, sus argumentos no se manifiestan o se realizan sintácticamente de la misma forma, aunque los dos verbos pertenezcan a la clase gramatical de los verbos transitivos. En el mismo sentido, el sustantivo matrimonio exige —como es esperable— dos argumentos, pero la sintaxis debe especificar que se dice en español Su matrimonio con Rebeca, y no *Su matrimonio de Rebeca (se subrayan los dos argumentos de matrimonio, junto con la marca preposicional en el caso del segundo). En la actualidad se reconoce de forma casi unánime que debería hacerse explícita —en los diccionarios o en las gramáticas— la forma en que se marca la presencia de los argumentos de los predicados, puesto que esta información constituye una parte importante del conocimiento del idioma. La medida en que tales diferencias son o no consecuencia directa del significado de los predicados es una cuestión candente que se estudia desde varios ángulos en la lingüística contemporánea. Algunas de estas diferencias se mantienen idénticas cuando se examinan otras lenguas, pero otras veces se perciben notables divergencias entre ellas en este punto. También estudia la gramática de valencias la obligatoriedad o la opcionalidad de los argumentos de cada predicado, a la que se aludirá brevemente en el apartado que sigue.

No todos los argumentos de un predicado constituyen segmentos obligatorios. Se llaman habitualmente argumentos implícitos los que quedan o pueden quedar sobrentendidos. El sujeto se omite en español con mucha frecuencia, pero parte de su contenido se recupera a través de la flexión de persona del verbo, como se explica en los § 33.4 y 33.5. También se omite el sujeto de los infinitivos, unas veces de manera potestativa y otras forzosa, como se expone en los § 26.7a-e. Se omiten en ocasiones los complementos directos, como en No {adelantes ~ rebases ~ pases} por la derecha, frente a Me {adelantó ~ rebasó ~ pasó} por la derecha. En general, la omisión del complemento directo solo es posible en contextos muy restringidos (Hace meses que no escribes) y puede estar determinada por factores discursivos, además de léxicos, como se explica en el § 34.4. También pueden omitirse a veces los complementos indirectos (Pide lo que quieras, frente a Pídeme lo que quieras), así como los de régimen (No me convenció, frente a No me convenció de eso). Muchos complementos argumentales del nombre y del adjetivo se pueden omitir también, como se explica en los capítulos correspondientes a estos modificadores (§ 12.10e y 13.17g y ss.). Por lo general, se reconoce que la razón última de que unos verbos sean transitivos (preparar) y otros intransitivos (sonreír) es semántica. Sin embargo, son muchas las alternancias que se dan entre los verbos de ambas clases, los cambios de categoría que se perciben y los argumentos implícitos que se permiten en determinados contextos. Se abordan estos contrastes en el capítulo 34.

La gramática tradicional de casi todas las épocas ha destacado la importancia de analizar las manifestaciones gramaticales de la predicación, puesto que son las que permiten reconocer la contribución precisa de cada segmento al mensaje en el que se inserta. Como se señaló, las funciones sintácticas representan las formas mediante las cuales se hacen visibles sintácticamente las relaciones que expresan los argumentos. Así, el sujeto (capítulo 33) concuerda en español con el verbo en número y persona. En algunas lenguas lo puede hacer también en género, y en otras se identifica con partículas diversas, o bien su legitimación es solo posicional. A los dos sentidos del término predicado expuestos en los § 1.12d,e corresponden otros dos sentidos del término sujeto, relativamente próximos pero no idénticos. En el primero de ellos, el sujeto (o sujeto de predicación) es el segmento del que se predica algo en una estructura sintáctica bimembre (sujeto-predicado). Así, el maestro es el sujeto del segmento subrayado en El maestro explicaba la lección a los alumnos. En el segundo sentido del concepto de sujeto (algo más habitual que el primero), este término designa el sintagma que concuerda en número y persona con el verbo (si este aparece en una forma personal). En esta segunda interpretación, el maestro es el sujeto del segmento subrayado en El maestro explicaba la lección a los alumnos. En el primer caso, sujeto se opone a predicado en una estructura bimembre; en el segundo se opone a complemento directo, indirecto, etc.

En la gramática contemporánea se suelen mantener estos dos sentidos tradicionales del término sujeto, que —como se ve— no son equivalentes de modo absoluto. Esta distinción permite explicar aquellos casos en que un mismo segmento puede considerarse sujeto en un sentido pero no en otro. Así, el segmento subrayado en Considero esas declaraciones muy inoportunas ejerce la función sintáctica de complemento directo (y como tal, puede sustituirse por un pronombre en caso acusativo: Las considero muy inoportunas; véase el § 1.12t). A la vez, ese sintagma se considera sujeto en el primero de los dos sentidos explicados (esto es, sujeto de predicación), ya que el sintagma muy inoportunas se predica de él. Análogamente, el sintagma nominal subrayado en Una vez en la sala todos los convocados, comenzó la deliberación, puede considerarse sujeto (o sujeto de predicación) en este mismo sentido respecto del predicado en la sala, pero no puede identificarse como sujeto en el segundo sentido del término. Se retoma brevemente la cuestión de la predicación no verbal en el § 1.13a. Se explican más pormenorizadamente los dos sentidos del término sujeto en el § 33.1. Se dedican los § 38.6-10 a los complementos predicativos y se examinan con detalle las propiedades de las cláusulas absolutas en los § 38.11-13.

Como se explicó, cada función sintáctica se caracteriza por la presencia de diversas marcas o exponentes gramaticales. Estas marcas son, fundamentalmente, la concordancia, la posición sintáctica, la presencia de preposiciones y a veces la entonación. Las marcas de función son, por tanto, índices formales que permiten reconocer las funciones sintácticas. Así, en el caso del sujeto, esa marca es la concordancia con el verbo (Las nubes se levantan), pero también la posición que ocupa. En efecto, los rasgos de tercera persona se reconocen en los dos sustantivos que aparecen en las oraciones La columna tapa el cartel y El cartel tapa la columna. Sin embargo, tendemos a suponer que el sujeto de la primera oración es la columna y que el de la segunda es el cartel. La entonación puede alterar este diagnóstico. Así, el sintagma nominal la columna podría pronunciarse con fuerte prominencia tonal en la variante La columna tapa el cartel, y ser interpretado como complemento directo, en una de las posibles lecturas de esa oración. Estos contextos de focalización se analizan en los § 40.1e y 40.4i-o.

Los rasgos de tercera persona que el verbo tapa muestra coinciden con los de los dos sustantivos presentes en el ejemplo propuesto La columna tapa el cartel. Suele entenderse, sin embargo, que el sintagma nominal el cartel no concuerda con el verbo tapa en esta oración, ya que no está en la posición apropiada para hacerlo. Así pues, la concordancia puede establecerse entre dos unidades una vez que ocupan ciertas posiciones. Desde este punto de vista, que se considera aquí correcto, la concordancia de informaciones morfológicas se distingue de la simple coincidencia. Como puede verse, el primer concepto está frecuentemente asociado con una posición sintáctica y tiene incidencia gramatical, a diferencia del segundo.

El complemento directo (capítulo 34) representa otro argumento del verbo que se manifiesta también de diversas formas en distintas lenguas: mediante el caso acusativo en latín y en otras lenguas, y mediante preposiciones o posposiciones en otros idiomas. La marca sintáctica del complemento directo en español es normalmente la posición que ocupa, ya que —frente a lo que sucede en algunas lenguas— el verbo no concuerda con el complemento directo. Como los sustantivos no tienen morfología de caso en español, pero los pronombres personales sí la manifiestan (recuérdese el § 1.8l), la doctrina tradicional recomienda sustituir el complemento directo por un pronombre átono de acusativo (Leyó el libro > Lo leyó) como recurso que ponga de manifiesto de forma visible una relación gramatical que el sustantivo no está capacitado para marcar morfológicamente. Esta sustitución (que en ciertos contextos solo es eficaz para los hablantes no leístas ni laístas: § 16.8-10) se examina con más detalle en el § 34.2. También la preposición a ante los complementos de persona (Vimos a tu hermano) y otros que se les asimilan (Busco al perro; Protegía a su empresa), constituye un indicio de esta función sintáctica, pero el hecho de que su presencia o ausencia esté sujeta a considerable variación en función de diversos factores semánticos y sintácticos (descritos en los § 34.8-10) no hace de ella una marca formal obligatoria en todos los casos.

El concepto de sintagma preposicional se explicó en el § 1.11g. Como allí se recordó, la función que desempeña el sintagma introducido por la preposición recibe tradicionalmente el nombre de término (de preposición). Esta etiqueta se extiende, como en los demás casos, al segmento que representa dicha función. Así pues, el término de la preposición para en para tu hermano es tu hermano. Se hizo notar en los § 1.11h y 1.12j que las preposiciones se aproximan a veces a los nombres y a los verbos, ya que aceptan, como ellos, complementos argumentales o asimilados a ellos (durante las vacaciones), y se consideran, por tanto, predicados, en el segundo sentido de este concepto. También con tu ayuda y tener tu ayuda se aproximan en alguna medida desde el punto de vista semántico, aunque la sintaxis interna de esos sintagmas sea diferente.

Otras muchas veces, en cambio, las preposiciones son marcas de función (en el sentido explicado con anterioridad) y no pueden considerarse categorías próximas a los predicados. Así, los veraneantes es un argumento de llegaron en Llegaron los veraneantes, y también lo es del sustantivo llegada en la llegada de los veraneantes. La función sintáctica que corresponde al primero es la de sujeto. En el segundo caso se requiere la preposición de como marca de función de los veraneantes. Junto con este sintagma nominal forma, por tanto, un complemento del nombre. Tradicionalmente se llamaba a este complemento genitivo subjetivo; en esta obra será llamado complemento subjetivo, puesto que —como se recordó arriba— los sustantivos no tienen morfología de caso en español.

El complemento del nombre es un complemento objetivo, en cambio, en la traducción de la Eneida (donde la Eneida designa lo traducido). Podría recibir —fuera de contexto— cualquiera de las dos interpretaciones en la elección del ministro, puesto que esta secuencia es apropiada para designar una situación en la que el ministro elige algo y también para referirse a otra en la que el ministro es elegido. Se explican otros aspectos de estas relaciones en los § 12.11f-h y 36.5d, e, j, k. Cuando el sintagma preposicional está requerido o seleccionado por un verbo, un adjetivo o un sustantivo, se dice que desempeña la función de complemento de régimen, como en la salida de la ciudad (cf. Salió de la ciudad), apto para el servicio, o en Dependía de sus caprichos. Se dedica a estos complementos el capítulo 36 de esta obra. El sujeto (capítulo 33), el complemento directo (capítulo 34) y el indirecto (capítulo 35) son funciones oracionales. No lo es siempre, como se explicó, la de complemento de régimen (capítulo 36). Las de complemento del nombre (§ 12.8) y la de término de preposición (capítulo 29) tampoco exceden el marco del sintagma en el que se inscriben.

Existe una serie de correspondencias entre las funciones sintácticas y las expresiones que pueden desempeñarlas. Así, los sujetos pueden ser nominales (Le gusta Sara), pronominales (Le gusta ella; la muchacha que le gusta) u oracionales (Le gusta hablar con Sara). Se han postulado otros segmentos sintácticos como posibles sujetos, pero los análisis (resumidos en el § 33.2) se consideran controvertidos. Los complementos directos también pueden ser nominales (Dice la verdad) u oracionales (Dice que no miente), pero son preposicionales los que encabeza la preposición a (Vi a tu hermano), aun cuando la preposición no esté seleccionada por el verbo. Los complementos de régimen (Pienso en ti) y los complementos indirectos (Di el regalo a tu amigo) son sintagmas preposicionales. Los complementos circunstanciales pueden estar representados por sintagmas adverbiales (Caminaba muy lentamente), por sintagmas preposicionales (Caminaba con enorme parsimonia) y por sintagmas nominales (La primavera llega la semana que viene; Estudió varios años en Oxford).

También existe una correspondencia directa entre los argumentos de un predicado y las funciones sintácticas que los hacen visibles formalmente. Así, son funciones sintácticas argumentales el sujeto (El niño duerme), el complemento directo (No despiertes al niño) o el complemento de régimen preposicional (No te enojes con el niño). El complemento indirecto es unas veces argumental (como en Dale el muñeco al niño), pero otras veces no lo es (como en Voy a lavarle los pañales al niño). Es decir, mientras que el verbo dar exige un destinatario como parte esencial de su significado (es, por tanto, un verbo de tres argumentos o trivalente; recuérdese el § 1.12ñ), el verbo lavar no lo exige, pero lo admite en las condiciones que se analizan en el § 35.7. Los complementos preposicionales del nombre son también argumentales en muchos casos (la llegada de la primavera, una carta a los Reyes Magos, la descripción del cuadro), pero —como se vio— son adjuntos en otros (la mesa del fondo, la fiesta de la semana pasada). Cabe extender estas diferencias a los complementos de otras categorías.

Como es habitual en la tradición, se añaden en esta gramática al paradigma de funciones sintácticas el atributo (El niño está tranquilo), incluyendo en este término el complemento predicativo (No pongas nervioso al niño). Sobre los sentidos del término atributo véase el § 37.1c. No obstante, el hecho de que los atributos (y los complementos predicativos) se asimilen a los predicados, y no a los argumentos, los distingue marcadamente de las demás funciones sintácticas, como se ha hecho notar en muchas ocasiones en la gramática moderna. Estas cuestiones son examinadas en los § 37.1f, g.

1.13 Unidades sintácticas (V). Oraciones y enunciados

Las oraciones son unidades mínimas de predicación organizadas en torno a un verbo, que ponen en relación un sujeto con un predicado. El primero suele estar representado por un sintagma nominal (Los pájaros) y el segundo por un sintagma verbal (… volaban bajo), aunque no es esta la única opción. En función de las propiedades de selección argumental del verbo, el sujeto puede ser también una oración subordinada (No importa que lo sepan) o puede incluso faltar (Era de noche y llovía, donde se coordinan dos oraciones sin sujeto). Las oraciones que carecen de sujeto se denominan impersonales. Frente a la habitual estructura bimembre de las oraciones con sujeto, las impersonales constan solamente de un sintagma verbal, por lo que se las denomina también unimembres. La ausencia de sujeto en oraciones como Llueve, Está anocheciendo o Allí se trabaja poco se analiza en los § 41.5-10.

La función del verbo en la oración es doble. Por una parte, como núcleo del predicado, el verbo selecciona los argumentos —esto es, las entidades que se vinculan al estado de cosas descrito por él—. Por otra, el verbo contiene en su flexión los rasgos de tiempo y aspecto que permiten situar el evento en relación con el momento del habla o establecer su relación temporal respecto de otras oraciones. Así, en Dije que iría mañana, el evento de decir se interpreta como anterior al momento en que se profiere la oración (pasado), mientras que el representado por ir se ordena como posterior al primero. La flexión verbal constituye un mecanismo básico en la cohesión discursiva, ya que permite establecer la secuencia temporal entre los eventos que conforman el discurso trabado.

Como se adelantó en el § 1.9i, las formas verbales se dividen tradicionalmente en personales (modernamente llamadas también finitas) y no personales (o no finitas). Las primeras corresponden a los verbos conjugados y muestran la flexión de persona, como su nombre indica, pero también las de tiempo, número o modo: canto, comerás, decidiéramos. Las segundas carecen de estos rasgos y corresponden a los infinitivos, gerundios y participios (a veces llamados verboides en algunas terminologías). Aunque los infinitivos y los gerundios no poseen flexión de persona ni de tiempo, permiten a menudo que estos rasgos sean inducidos en ellos (de manera abstracta) por las palabras que los seleccionan, lo que tiene consecuencias para su interpretación semántica. Así, el verbo saber no posee rasgos de persona en Espero saber la respuesta, pero esa información (1.ª), que corresponde al sujeto tácito del infinitivo, está determinada o inducida por el sujeto de espero (§ 26.7-8). Análogamente, si se compara esta última oración con Creo saber la respuesta se comprobará fácilmente que en el primer caso se alude a cierto momento del futuro (por lo que el verbo saber admitiría el adverbio mañana), mientras que en el segundo se hace referencia a cierto punto del presente. De ello se deduce que el tiempo implícito que los infinitivos no expresan en su morfología puede estar inducido léxicamente en ellos (de manera no visible, pero sí interpretable) por los núcleos que los seleccionan.

Como se ha explicado, se llama habitualmente impersonales a las oraciones que carecen de sujeto. No deben confundirse las oraciones impersonales con aquellas que tienen un sujeto pronominal tácito o sobreentendido, como Llegasteis tarde, No importa, Yendo a casa. En estas últimas es posible reponer el sujeto (vosotras y eso, en los dos primeros casos, y el sujeto de la oración principal o alguna entidad identificable discursivamente, en el tercero), lo que indica que se trata de predicaciones bimembres. En cambio, la adición de un sujeto pronominal no es factible en las oraciones impersonales (sin que estas dejen de serlo), dado que tales estructuras no contienen ningún argumento que pueda representar la función de sujeto. El español, como todas las lenguas románicas a excepción del francés y algunas variedades del portugués, permite omitir el sujeto de las formas personales del verbo, de manera que la información ausente se recupera (parcial o totalmente) a partir de la flexión verbal: Yo canto o Canto; Nosotras llamaremos o Llamaremos. Esta propiedad permite que los sintagmas verbales así constituidos puedan interpretarse a la vez como oraciones. Así pues, el segmento Llegaron temprano no constituye solo un sintagma verbal, sino también una oración. Se estudian otras particularidades de la omisión del sujeto en los § 33.4 y 33.5. La ausencia de sujeto en oraciones como Llueve, Está anocheciendo o Allí se trabaja poco se analiza en los § 41.5-10.

Tradicionalmente se dividen las oraciones en función de tres criterios:

  1. La actitud del hablante (§ 1.13c-i),
  2. La naturaleza de su predicado (§ 1.13j, k),
  3. Su dependencia o independencia respecto de otras unidades (§ 1.13l-u).

En los apartados siguientes se considerará brevemente cada uno de ellos.

Se llama modalidad a la expresión de la actitud del hablante en relación con el contenido de los mensajes. El concepto de ‘modalidad’ se corresponde con la noción tradicional de modus, que a su vez se oponía a la de dictum. Esta última designaba el contenido de los mensajes desprovisto de las marcas (sintácticas, prosódicas, etc.) que corresponden a la noción de modus. Así, a un mismo contenido proposicional como Luis llegó ayer pueden corresponder distintas modalidades: la declarativa si se hace una afirmación acerca de algo sucedido (Luis llegó ayer); la interrogativa si se trata de información que se ha de confirmar (¿Luis llegó ayer?); o la exclamativa si se presenta como causa de alguna reacción emocional (sorpresa, alegría, indignación, etc.: ¡Luis llegó ayer!). El mismo contenido proposicional podría depender sintácticamente de otro elemento y manifestar la expresión de un deseo, como en Ojalá Luis hubiera llegado ayer, o la expresión de un mandato Le [= ‘a Luis’] ordenó llegar ayer, etc. La noción de modalidad abarca un gran número de fenómenos gramaticales, como se explica con detalle en el capítulo 42. Se distinguen por lo general dos tipos de modalidades: las de la enunciación y las del enunciado. Se diferenciarán en los apartados siguientes.

Las modalidades de la enunciación son las estructuras a las que corresponden las numerosas expresiones que se usan para aconsejar, saludar, prometer, jurar, agradecer, felicitar, comprometerse, rechazar, preguntar, ordenar y para realizar otros muchos actos de habla o actos verbales. Así, la expresión Te lo prometo se diferencia de la expresión Te lo prometí en que, enunciada en las circunstancias apropiadas, constituye en sí misma una promesa, es decir, un tipo determinado de acto de habla. Usada en esas condiciones no es cierta ni falsa (puesto que no constituye la descripción de un estado de cosas), como tampoco lo son las preguntas o las órdenes. La segunda variante (Te lo prometí) puede constituir una declaración o una aseveración (y como tal expresa una circunstancia susceptible de ser verdadera o falsa), pero no una promesa. Como puede verse, el verbo elegido es uno de los factores que deben tenerse en cuenta, pero también el tiempo verbal, entre otros que se examinan en el capítulo 42. Las expresiones que constituyen actos de habla dan lugar a acciones verbales (órdenes, promesas, saludos, felicitaciones, etc.) por el solo hecho de enunciarlas.

Las estructuras sintácticas que dan forma específica a las modalidades de la enunciación son la declarativa, la interrogativa, la exclamativa y la imperativa. No obstante, las modalidades de la enunciación no están siempre ligadas a una forma sintáctica concreta. Las modalidades del enunciado vinculan el contenido expresado por la oración con la actitud del hablante. También las manifestaciones formales de las modalidades del enunciado —la expresión de la necesidad, de la posibilidad o de la obligación, entre otras— son muy diversas. Se cuentan entre ellas ciertos valores de la flexión verbal (en particular el subjuntivo) y algunos verbos auxiliares (poder, deber, etc.). En los § 30.10a-i y 30.11e-g se explica que unos adverbios aportan informaciones modales relativas a la enunciación, es decir, al acto verbal mismo (Francamente, no entiendo tus razones), mientras que otros aportan cierta información que se predica de la proposición a la que modifican (Posiblemente, las causas no se conocerán nunca).

Existe cierto acuerdo en el hecho de que las palabras, los sintagmas y las oraciones pueden constituir enunciados. Como se explicó en el § 1.3g se llama enunciado a la unidad mínima de discurso que posee capacidad comunicativa, si se dan las condiciones formales, contextuales y discursivas apropiadas. Los enunciados no son, por tanto, unidades necesariamente oracionales. Así, la expresión No a la guerra es un enunciado, puesto que constituye una unidad de sentido (aunque carezca de verbo) y posee propiedades entonativas distintivas. El enunciado, entendido como la unidad mínima de comunicación, puede estar representado por una oración, o por muy diversas expresiones —a menudo exclamativas— que, pese a no ser oracionales, expresan contenidos modales similares a los que las oraciones ponen de manifiesto. Así, la secuencia ¡Enhorabuena! no es una oración, sino una interjección (§ 32.1c), pero coincide con ¡Te felicito! en que constituye un tipo de enunciado y da lugar a un tipo de acto verbal muy similar.

Las expresiones ¡De acuerdo! o ¡Trato hecho! pueden constituir enunciados similares al que permite la forma oracional Acepto. También la oración ¡Quiera Dios! expresa un contenido casi equivalente al de ¡Ojalá! Son asimismo enunciados otros muchos sintagmas exclamativos, sean nominales (¡Mi cartera!), adjetivales (¡Muy bueno!), adverbiales (¡Más deprisa!), preposicionales (¡A la izquierda!) o de otro tipo. Constituyen también enunciados las expresiones vocativas (Juan, ¿tú qué harías?), así como las respuestas a las preguntas (—¿A qué hora llegas? —A las cuatro) y ciertas réplicas a afirmaciones previas (A las cuatro y diez, usada como réplica que corrige la afirmación previa Creo que el tren sale a las cuatro). A los enunciados no oracionales se les denomina en ocasiones fragmentos o también enunciados infraoracionales. Para interpretar muchas de estas secuencias es necesario poner en relación el fragmento que constituye el enunciado con el texto que lo precede, o bien con la situación discursiva que permita suplir la información omitida. Se analizan estas cuestiones en los capítulos 32, 40 y 42.

Atendiendo a la actitud del hablante, las oraciones se dividen en los estudios gramaticales de la siguiente forma:

Se ha señalado en varias ocasiones que esta clasificación tradicional requiere algunas matizaciones. Por una parte, solo parece recoger algunos tipos de modalidad: da cabida a la expresión de la duda, pero no a la de la posibilidad, la seguridad, la obligación, la contingencia, etc. Por otra, no relaciona de modo adecuado las oraciones con las expresiones interjectivas que aportan esas mismas significaciones (recuérdese que ¡Quiera Dios! es una oración, pero ¡Ojalá! es una interjección). Tampoco da cabida a la noción de ‘acto de habla’ o ‘acto verbal’, ya introducida. De hecho, la oración Te lo prometo, mencionada en el § 1.13d, no encaja apropiadamente en ninguno de los tipos que se acaban de mencionar. Se trata, en efecto, de un enunciado con valor realizativo (se usa también a veces el término performativo), ya que su empleo en las condiciones contextuales apropiadas permite que se realice una promesa. Lo mismo cabe decir de la expresión Los declaro marido y mujer, que no es un enunciado declarativo, sino que constituye otro tipo de acto verbal paralelo a la promesa. Se analizan con detenimiento los actos verbales en el § 42.2.

La clasificación inicial de este epígrafe debe ser asimismo completada para dar cabida a los denominados actos verbales indirectos (§ 42.2j). En efecto, con una oración aseverativa se puede manifestar una sensación de dolor (Me duele la pierna); con una pregunta se puede ordenar algo con rudeza (¿Le importaría callarse?); con una oración imperativa se puede expresar un deseo (Cuídate mucho). Todas estas variaciones en la interpretación de los contenidos modales, junto con otras semejantes, entran de lleno en el ámbito de la pragmática lingüística. Se analizan en el capítulo 42.

Los especialistas en la pragmática y en la gramática del discurso no comparten una única tipología de los actos verbales. Son, fundamentalmente, factores sintácticos los que apoyan la separación de los cuatro tipos de enunciados básicos que se suelen distinguir: declarativos, interrogativos, exclamativos e imperativos (capítulo 42). Los demás tipos de actos verbales se reconocen también como enunciados, al igual que los que forman las interjecciones y otros sintagmas, como se señaló arriba, pero no están caracterizados por propiedades sintácticas distintivas tan marcadas como las que estos cuatro tipos de enunciados ponen de manifiesto.

El segundo de los tres criterios mencionados en el § 1.13b para clasificar las oraciones es la naturaleza del predicado. Es habitual en la tradición extender a las oraciones ciertas propiedades sintácticas del verbo con el que se construyen. De acuerdo con este criterio clásico, que se acepta aquí, las oraciones suelen dividirse como sigue:

Las primeras se forman con verbos transitivos; las segundas, con intransitivos, y las terceras, con verbos copulativos Habitualmente, el diccionario incluye la información de la clase a la que pertenece cada verbo. Debe señalarse, no obstante, que existe permeabilidad entre las dos primeras clases, ya que algunos verbos transitivos admiten usos intransitivos (Sobrevolaba la tragedia) y muchos intransitivos del grupo de los inergativos o intransitivos puros (recuérdese el § 1.9k) aceptan variantes transitivas (Baila muy bien, frente a Baila muy bien el tango). Todo ello lleva a pensar a muchos gramáticos que la transitividad o intransitividad es una propiedad del predicado en su conjunto más que propiamente del verbo. Se abordan con detalle estas cuestiones en el capítulo 34.

Otros gramáticos entienden que es posible reducir las copulativas a las intransitivas, puesto que los verbos copulativos no tienen complemento directo. Tal asimilación, no obstante, borraría otro contraste arraigado en la tradición: el que opone los verbos predicativos a los copulativos. El primer grupo (que reúne a transitivos e intransitivos) está formado por verbos que proporcionan a la oración el contenido léxico pleno de la predicación. En cambio, los verbos copulativos (ser y estar, principalmente) aportan únicamente información de tiempo y aspecto y carecen de contenido predicativo propio, por lo que requieren de la presencia en su sintagma verbal de un atributo (también llamado en la tradición predicado nominal) que constituye el verdadero núcleo de la predicación. El contraste entre Estudia arquitectura (transitiva) y Es estudiante de arquitectura (copulativa) ejemplifica tal oposición. Nótese que en el segundo ejemplo el contenido predicativo se expresa a través del atributo (el sustantivo estudiante) y no por medio del verbo. Es oportuno señalar, no obstante, que, como se hizo notar en el § 1.10k, los llamados verbos de apoyo (como dar, hacer, echar o tener), que pertenecen al grupo de los predicativos, también aportan información léxica muy general, por lo que necesitan de su complemento para completar el contenido predicativo del sintagma verbal. La oposición entre transitividad e intransitividad se examina en el capítulo 34. Al atributo de las oraciones copulativas se le dedica el capítulo 37.

Se añaden a veces otras clases a las tres básicas señaladas (transitivas, intransitivas y copulativas), pero suele aceptarse que esos nuevos grupos establecen en realidad subdivisiones de los anteriores, o bien que introducen clases formadas con criterios que se cruzan con los señalados. Así, las oraciones pasivas (El escándalo fue difundido por la prensa) se pueden asimilar a las intransitivas. También se asimilan en parte —piensan algunos gramáticos— a las copulativas, como se explica en el § 27.8e. Es importante resaltar que el análisis de los tipos de oraciones en función de la naturaleza del predicado se convierte a menudo en el estudio del predicado mismo. Así, los verbos que se construyen con complementos de régimen pueden ser intransitivos (Confío en ti) o transitivos (Te invito a cenar). La necesaria distinción entre unos y otros no afecta a la clasificación oracional, pero es pertinente para el análisis de las clases de predicados verbales que se distinguen en español.

Algunos gramáticos tradicionales añadían al paradigma de los tipos de oraciones que se distinguen en función de la naturaleza del predicado las oraciones reflexivas. No obstante, estas oraciones pueden ser transitivas (Se cuida a sí mismo), intransitivas (Solo confía en sí mismo) y copulativas (Siempre es igual a sí mismo), en lo que las oraciones reflexivas coinciden con las recíprocas. Ni unas ni otras constituyen, por tanto, nuevas clases oracionales, sino clasificaciones cruzadas de los tipos anteriores. En general, predomina en la actualidad la opinión de que las propiedades específicas de algunos componentes de las oraciones no determinan necesariamente tipos oracionales. Así, la presencia de una negación, la ausencia de un sujeto léxico o la de un complemento directo, la relación entre un pronombre y su antecedente, la presencia de un cuantificador comparativo, etc., son sin duda rasgos sintácticos relevantes, y deben analizarse de manera exhaustiva en relación con los demás componentes de esas estructuras. Sin embargo, no constituyen características gramaticales que hayan de definir de manera obligatoria un paradigma oracional.

El tercer criterio mencionado en el § 1.13b es la dependencia o independencia sintáctica de las oraciones. Las oraciones simples establecen una relación predicativa, es decir, ponen en conexión un sujeto con un predicado, siempre que no contengan otras oraciones que ocupen alguno de sus argumentos o modifiquen a alguno de sus componentes (§ 1.13n y ss.). Se llaman oraciones subordinadas las que dependen de alguna otra categoría a la que complementan o modifican. Estas oraciones desempeñan alguna función dentro del sintagma que constituyen junto con la categoría sobre la que inciden. Así, pueden funcionar como sujeto (Es conveniente salir de aquí), complemento (Espero que lleges bien; dispuesto a que lo critiquen), modificador (el periodista que publicó la noticia) o adjunto (Llegó temblando).

El concepto de ‘oración subordinada’ se oponía tradicionalmente al de ‘oración principal’. Esta oposición es correcta si se entiende que las oraciones subordinadas se hallan insertadas o incrustadas en las principales (bajo latín subordinare ‘colocar debajo’), pero no tanto si ambos segmentos se consideran concatenados, como se daba a entender en algunos análisis clásicos. Así, la oración principal en Ella dijo [que no estaba de acuerdo] no es el segmento ella dijo (que no constituye por sí solo ninguna oración, ya que está incompleto), sino toda la secuencia que aparece en cursiva. El segmento entre corchetes constituye la oración subordinada, que se interpreta, por tanto, como una parte de ella. Ha de tenerse en cuenta, además, que una oración que contenga una subordinada puede a su vez subordinarse, como en la secuencia [Recuerdo [que ella dijo [que no estaba de acuerdo]]], en la que la oración correspondiente al verbo dijo sería «principal» respecto a la del verbo estaba, pero subordinada respecto a la de recuerdo. Se encontrarán otras consideraciones sobre esta distinción en el § 43.1b.

La relación de subordinación se opone a la de coordinación. En la actualidad se entiende que la relación sintáctica que existe entre el verbo y su complemento es la misma en Lamento que las cosas estén así que en Lamento la situación, aun cuando tradicionalmente se entendía que la oración que encabeza que estaba ‘subordinada’, mientras que esa noción no se aplicaba al sintagma nominal la situación. Las construcciones coordinadas se dividen en función de las conjunciones coordinantes con las que se forman: copulativas (y, e, ni), adversativas (pero, sino), disyuntivas (o, u, ni) y distributivas (ora… ora…, ya… ya…, etc.). Todas ellas se analizan en el capítulo 31. En sentido estricto, ni la subordinación ni la coordinación expresan relaciones exclusivas de las oraciones, ya que la lengua admite la coordinación de muy diversos segmentos, tal como se explica en los § 31.4 y 31.5. Así, la conjunción y coordina verbos (comprar y vender automóviles), sintagmas verbales (comprar motos y vender automóviles) y oraciones (Uno compraba motos y el otro vendía automóviles), entre otros muchos segmentos sintácticos. La conjunción pero coordina los dos sintagmas verbales marcados en José [estaba enfermo], pero [no perdía su buen humor], y la conjunción ni coordina los dos sintagmas preposicionales marcados en No tengo interés en hablar de nadie ni con nadie (Díaz Vargas, Ejecución).

La característica más notable de la clasificación tradicional de las oraciones en función del tercer punto de vista introducido en el § 1.13b es el hecho de que se basa en un criterio funcional, lo que contrasta con la clasificación categorial de los sintagmas (nominal, adjetival, verbal, etc.) presentada en el § 1.11. Así pues, un sintagma nominal es el que se constituye en torno a un nombre, pero una subordinada sustantiva no es la que se constituye en torno a un sustantivo, sino la que funciona sintácticamente como los sustantivos o los sintagmas nominales. Las oraciones subordinadas se dividen en la tradición gramatical en tres grupos: sustantivas o completivas, adjetivas o de relativo y adverbiales o circunstanciales. He aquí algunos ejemplos de cada uno de estos tres grupos (se subrayan las oraciones subordinadas):

Subordinadas sustantivas o completivas: Mencionó que llegaría hoy; Prometo estudiarme la lección; Dime cómo te va; sin darnos cuenta; contenta de que la hayan contratado.

Subordinadas adjetivas o de relativo: el color que te gusta; las personas a las que me refiero; nada que decir.

Subordinadas adverbiales o circunstanciales: Lo hizo porque quiso; Viaja mientras puedas; Si quieres, te espero.

Se harán algunas precisiones sobre los tres grupos en los apartados que siguen.

Algunos gramáticos de la tradición hispánica evitan el término oración subordinada y lo sustituyen por proposición subordinada. No se adopta aquí esta opción terminológica porque en la semántica contemporánea es de uso general el término proposición (o el adjetivo proposicional) para aludir al aporte semántico de las oraciones, en particular al contenido (hechos, juicios, etc.) que se puede expresar mediante la relación «sujeto-predicado». Se denomina tradicionalmente oración compuesta la que contiene una o varias subordinadas de cualquiera de los tipos mencionados en el apartado precedente. El concepto de oración compuesta se extiende también, en la mayoría de los estudios, a las oraciones formadas por coordinación de otras, como en Tamara se lo contó a Sara y ella le aconsejó que no se preocupara (Grandes, Aires). La coordinación de oraciones se analiza en el § 31.5. Los límites entre coordinación y subordinación son particularmente escurridizos en el caso de las oraciones ilativas, como se explica en los § 46.11b-h.

Las subordinadas sustantivas se denominan también argumentales porque, con escasas excepciones, son las únicas que constituyen argumentos de algún predicado. Admiten varias subdivisiones, que se especifican en el capítulo 43. El segundo de los tres grandes grupos que se recuerdan en el párrafo precedente corresponde a las oraciones de relativo, más exactamente a las oraciones de relativo con antecedente expreso. Las relativas con antecedente implícito, o relativas libres, se asimilan a los sintagmas nominales, adverbiales o preposicionales (quien usted señale ‘la persona que usted señale’; donde te gusta ‘allí donde te gusta’; cuando se ponga el sol ‘en el momento en que se ponga el sol’, etc.), tal como se explicó en el § 1.9w y se muestra más detenidamente en los § 22.2f y 44.7. Nótese que el término oración subordinada de relativo alude a la forma en la que la oración está construida, ya que una oración de relativo es, en efecto, la que contiene un relativo. Por el contrario, el término subordinada adjetiva alude a la función sintáctica que la oración desempeña, similar a la de los adjetivos. Las oraciones de relativo con antecedente expreso se forman con pronombres relativos (que en el libro que estoy leyendo), adverbios relativos (donde en la casa donde vivo) o determinantes relativos (cuyo en el texto cuyo autor pretendo identificar).

El tercer grupo de oraciones subordinadas, las adverbiales o circunstanciales, es el más polémico de los tres, hasta el punto de que son raras las gramáticas modernas que les dan cabida como unidades del análisis sintáctico. Coincidiendo con esa tendencia general, en esta obra se usa el término oración subordinada adverbial de manera muy restringida, tal como se explicará en los apartados siguientes. Se observará, además, que se dedican sendos capítulos a la subordinación sustantiva (capítulo 43) y a la adjetiva (capítulo 44), mientras que no existe un capítulo dedicado específicamente a la subordinación adverbial, ya que los contenidos que podrían corresponderle se desdoblan en varios.

Conviene resaltar que la distinción tradicional entre estas tres clases de subordinadas se apoya en una equivalencia o correspondencia aproximada entre las categorías y las funciones. Como se señaló, las subordinadas sustantivas ejercen las funciones características de los sustantivos o los sintagmas nominales: Mencionó {que llegaron ~ su llegada}. Las oraciones de relativo (con antecedente expreso) funcionan como modificadores nominales, al igual que los adjetivos: el alumno {que muestra mayor inteligencia ~ más inteligente}, pero no comparten ciertas funciones con ellos, ni tampoco algunas posiciones. No son, por ejemplo, atributos, a diferencia de los adjetivos: Este alumno es {muy inteligente ~ *que muestra gran inteligencia}. Aunque esta asimetría se suele considerar consecuencia directa de la falta de contigüidad entre el relativo y su antecedente, la ausencia de contigüidad se registra excepcionalmente en algunas relativas que ejercen la función de complemento predicativo, como en Los hay que tienen mucha suerte, o en otras en las que la relativa aparece al final de la oración compuesta, como en Se presentó un hombre en la radio que decía haber encontrado el manuscrito. Se analizarán estas oraciones en los § 37.4i-l y 44.1p-q.

Los problemas principales que se reconocen en la actualidad en la noción tradicional de ‘subordinación adverbial’ son, fundamentalmente, tres. El primero es el hecho de que el paralelismo con los adverbios en los que se basa esa denominación es inexacto y puede estar forzado. El segundo se fundamenta en que la clase de las subordinadas adverbiales da lugar a cruces, solapamientos o traslapes con otras clases de oraciones. El tercero alude a la estructura interna de las llamadas subordinadas adverbiales. Se analizará sucintamente cada uno de estos tres problemas en los apartados siguientes.

Ilustra el primero de los problemas mencionados el hecho de que no existan adverbios que puedan sustituir a las oraciones finales, concesivas, causales, etc. Resulta, por tanto, muy marcado el contraste con las subordinadas sustantivas y con las adjetivas. La sustitución del término adverbial por circunstancial, que se prefiere a veces, tampoco resulta transparente, ya que las prótasis condicionales o concesivas no son complementos circunstanciales (§ 47.1f). Estos segmentos oracionales, llamados interordinados por algunos gramáticos (que oponen la subordinación a la interordinación), participan en estructuras bimembres, denominadas en la gramática tradicional períodos, como ya se señaló en el § 1.3g. Sin embargo, no constituyen complementos circunstanciales de condición o de concesión. Estos mismos segmentos pueden admitir ocasionalmente otras funciones. Así, la oración condicional que se subraya en el siguiente fragmento ejerce la función de término de preposición: Otros mendigos habían agitado furiosamente los muñones, mostrando todo el patrimonio de llagas y miserias, por si se trataba de algún embajador de ultramar (Carpentier, Reino). Se estudian con detalle las características semánticas de las oraciones condicionales y concesivas en el capítulo 47.

El segundo de los problemas que plantea el concepto de ‘subordinación adverbial’ es, como se señaló, el hecho de que constituye un tipo sintáctico que se cruza o se traslapa con otras clasificaciones oracionales. En efecto, las oraciones de relativo contienen pronombres o adverbios relativos, tal como se explicó. La presencia del adverbio relativo donde en El libro está donde te dije lleva a analizar la oración subrayada como un tipo de subordinada relativa (§ 22.8), concretamente una relativa sin antecedente expreso (cf. … en el lugar que te dije). A la vez, esta oración puede sustituirse por un adverbio (allí), por lo que constituye una subordinada adverbial. El mismo problema se plantea en el ejemplo, ya introducido, Este autor escribe como a mí me gustaría escribir. La presencia del adverbio relativo como asimila el segmento subrayado a las relativas sin antecedente expreso (cf. … del modo como a mí me gustaría escribir), pero la oración admite sustitutos adverbiales y constituye un complemento circunstancial de modo o manera, por lo que se considera tradicionalmente una subordinada adverbial. Algunos gramáticos introducen la distinción entre subordinadas adverbiales propias (las que admiten sustitutos adverbiales) e impropias (las que carecen de ellos), pero las primeras se asimilan a las relativas adverbiales sin antecedente expreso, por lo que la distinción no resuelve el problema del traslape o el solapamiento de tipos oracionales que se acaba de exponer.

El tercer problema, relativo a la segmentación de estas oraciones, concita menor consenso que los dos anteriores, ya que, en sentido estricto, no se aplica solo a las subordinadas adverbiales. En efecto, la oración condicional si Julia llama consta de dos segmentos: [si] [Julia llama]. Se establecen particiones binarias en otras muchas construcciones similares encabezadas por conjunciones o locuciones conjuntivas subordinantes. Piensan hoy algunos gramáticos que, si se aplica la etiqueta oración al segundo de estos dos segmentos (Julia llama), resulta inadecuado aplicarla también a la construcción formada por los dos (Si Julia llama), ya que en ese caso se estaría empleando el término oración con varios sentidos a la vez. Esta crítica, que se dirige a la estructura interna de las subordinadas adverbiales, se puede extender a las sustantivas, en las que se da una partición igualmente binaria: Pensó [[que] [Iván llegaría hoy]]. Así pues, desde el punto de vista de su constitución interna —continúa el argumento—, los tipos sintácticos a los que se hace referencia no presentan la estructura «sujeto + predicado», sino más bien «conjunción subordinante + oración». Serían, por tanto, más propiamente sintagmas conjuntivos de término oracional, por oposición a los que poseen término nominal (§ 1.11i).

A pesar de que la crítica que se acaba de resumir no carece de fundamento, se emplea aquí (por razones esencialmente didácticas) el término oración en los varios sentidos que recibe en la tradición gramatical, sin que ello implique que todos los tipos de oraciones posean la misma estructura interna. Se considerarán oraciones de relativo las llamadas adverbiales propias (§ 1.13s), ya que contienen adverbios relativos (§ 22.7-11). Se explicará asimismo (§ 46.2) por qué las causales y las finales pueden considerarse en muchos casos variantes de los sintagmas preposicionales. Se usarán los términos tradicionales subordinada sustantiva y subordinada de relativo o adjetiva. Se empleará el término subordinación adverbial cuando se desee recordar su contenido tradicional, y también para abarcar por entero el grupo que corresponde a estas oraciones en la tradición gramatical hispánica. También se aplicará el término subordinada adverbial a las oraciones subordinadas de gerundio, como en Salió de la casa dando un portazo. Estas oraciones son, en cierta forma, paralelas a las subordinadas sustantivas de infinitivo, y pueden adquirir diversos significados (causales, modales, condicionales, etc.) en función de varios factores que se analizan en el capítulo 27. Se empleará el término sintagma conjuntivo en los casos en los que resulte imprescindible referirse a la estructura interna de esos segmentos, un tipo de mención no siempre habitual en los análisis tradicionales.

Dado que esta obra es descriptiva y normativa, pero no teórica, se evita entrar en la valoración de cada uno de los argumentos que se han aducido en la considerable polémica suscitada entre los gramáticos modernos en torno a las cuestiones mencionadas, en particular los referidos al conflicto entre estructura y función que surge cuando se examina con cierto detalle la noción de ‘subordinación adverbial’. En muchos casos se usará el término —deliberadamente vago— construcción, sobre todo cuando no interese, por alguna razón, describir con precisión las propiedades sintácticas que esas secuencias poseen en función de la segmentación que les corresponde. Así pues, son construcciones temporales secuencias como durante un mes, cuando regreses, mientras yo esperaba o después de las cuatro, a pesar de que entre ellas existen diferencias gramaticales considerables, relativas a su estructura interna y a su significado. Esta simplificación obedece igualmente a razones didácticas, y no implica que se ignoren o se minusvaloren los problemas sintácticos que subyacen a todas estas etiquetas, ni tampoco las opciones que se manejan en las teorías gramaticales contemporáneas.

Bibliografía complementaria

1. Selección de recopilaciones bibliográficas sobre la gramática del español y cuestiones conexas

2. Panoramas de la lingüística hispánica

3. Selección de obras generales sobre la variación gramatical en español y cuestiones conexas

4. Gramáticas y estudios generales sobre la sintaxis del español

5. Obras generales sobre la morfología del español

6. Obras generales de fonética y fonología del español

7. Selección de estudios generales sobre semántica y sobre la relación entre léxico y gramática

8. Selección de estudios generales sobre pragmática del español y gramática del discurso

9. Selección de obras generales sobre la gramática histórica del español y cuestiones conexas

10. Selección de obras sobre la historiografía gramatical del español y el estado actual de los estudios lingüísticos hispánicos