El enigma del detective privado,
entre realidad y ficción

La profesión en sí misma, y todo lo que la rodea, siempre ha suscitado una fascinación particular, envuelta en un halo de romanticismo. Por la discreción con la que solemos trabajar y el anonimato que implica el resultado de nuestras investigaciones, suele resultar desconocida y misteriosa. Quizá sea ese el hueco que ha venido a llenar la literatura, el teatro, el cine, la radionovela y más recientemente las series de televisión, convirtiéndonos así en una de las figuras más reconocidas en nuestra cultura y, al mismo tiempo, una de las que en realidad menos se conoce. El ejemplo por excelencia es el detective más famoso de la historia, Sherlock Holmes, personaje inmortal e imperecedero creado por Arthur Conan Doyle en 1887. Su figura esbelta y delgada, su gorro tipo deerstalker, su abrigo inverness y su pipa curva lo hacen distinguible en cualquier parte del mundo, como ocurre con Coca-Cola o Mickey Mouse.

Además de formar parte de nuestra cultura popular, la profesión también está presente en nuestro vocabulario, con algunas frases que empleamos en el día a día sin ser conscientes de ello, al usar expresiones como «poner bajo la lupa» para referirnos a examinar con detalle y seguir los avances sobre algo o alguien, o «estar en la sombra», para transmitir que nos colocamos en segundo plano mientras permanecemos atentos. Cuando adoptamos una actitud de análisis para resolver un problema, nos referimos a ello como «ponerse el sombrero de detective»; cuando alguien resuelve un problema o misterio utilizando la lógica y la observación detallada, utilizamos «estar hecho un Sherlock Holmes». Además, al decir «seguir la pista» o «seguir el rastro», expresamos la acción de continuar la búsqueda de algo o alguien basándonos en las señales o indicios.

De niños jugamos a ser detectives, cómo no. No obstante, llegados a la edad adulta ni siquiera nos preguntamos qué hace realmente un detective. Algunas personas, influenciadas por el imaginario literario, declaran incluso tener una vocación para este oficio, pero ¿cuánto hay de verdad en lo que se conoce y extrae de libros o películas? No basta con ponerse un gorro y una gabardina y fumar una pipa para poder abrir un despacho y dedicarse a ello. (Cabe destacar que se trata de una de las profesiones a las que se asocian más objetos e iconos de vestimenta, como el sombrero fedora, la lupa, el gorro de cazador o las ya mencionadas gabardina y pipa. Pensemos en cualquier objeto, como un patito de goma: si le ponemos un sombrero fedora y una gabardina, ¡voilà!, lo convertimos en el patito detective.) En España, de hecho, hay que estudiar una carrera, pues la profesión está regulada por el Ministerio del Interior.

Cuando se leen entrevistas de los primeros detectives del siglo pasado, se observa que todas tienen un factor común: el periodista sitúa al lector al aclararle que quien tiene delante no es un personaje de ficción. Una muestra la encontramos en el detective Enrique Cazeneuve, quien, en la década de los años veinte, se dedicaba a desmitificar los clichés en sus charlas emitidas por Radio Barcelona. Estas disertaciones sirvieron de base para la escritura del primer libro de no ficción sobre este trabajo, Detectivismo práctico (1925).

Por todo lo mencionado, es inevitable que cuando pensamos en la figura del detective privado nuestra mente dibuje la imagen popularizada por la ficción. Esta representación colectiva ha contribuido a forjar uno de los estereotipos más recurrentes en las artes, convirtiendo a esta figura misteriosa, intrigante, enigmática e ingeniosa en una especie de mito. Incluso podríamos identificar algunas tipologías concretas de dicho personaje, creado y recreado a lo largo del tiempo:

El detective público. Uno de los arquetipos más comunes en la ficción, originado en Estados Unidos: es el detective que trabaja en el sector público, generalmente en un departamento de policía. Su labor incluye resolver casos de asesinatos, robos y delitos de drogas. Un excelente ejemplo de este tipo es el protagonista de Colombo (conocida como Columbo en Hispanoamérica), quien destaca por su astucia y enfoque no convencional en la resolución de crímenes. Los detectives públicos son habituales protagonistas de documentales y películas de true crime; otros ejemplos incluyen True Detective, cuyos personajes también representan esta categoría.

El detective retirado-tradicional. Otro cliché, también originario de Estados Unidos, es el del detective que pasa a la esfera privada después de haber estado varios años en el cuerpo policial, del que ha sido expulsado, jubilado o retirado. Aprovecha sus contactos de antiguos compañeros dentro del cuerpo de la Policía para obtener información que le ayude a resolver sus casos. Trabaja en solitario sin necesidad de dar explicaciones, aunque en ocasiones cuenta con una secretaria. Es intrusivo en lo que investiga, algo que a menudo genera rivalidades o conflictos de intereses con los agentes de la ley. Acepta cualquier encargo siempre y cuando implique facturar, lo hace sin un contrato definido y no queda clara la línea entre lo legal e ilegal. Trabaja en un único caso a lo largo de toda la historia, siendo común que se trate de un asesinato, robo, secuestro, desaparición o estafa. Viste con gabardina, es trasnochador, fumador empedernido, bebe alcohol habitualmente e incluso consume drogas; descuidado en cuanto a higiene, también suele tener problemas familiares o de pareja (atendiendo a todas estas características, no es extraño que Charles Bukowski se trasuntara en detective en su novela Pulp). Por lo general, lleva un arma escondida en el coche. En ocasiones, tiene una relación amorosa con el cliente que solicita el encargo y una facilidad pasmosa para aparcar su vehículo. Un ejemplo representativo es el personaje de Hércules Poirot, de Agatha Christie, y también los protagonistas de las series de televisión Spenser, Cannon o Ironside.

El detective corporativo. Otra diferencia significativa con la realidad es que las entidades bancarias, aseguradoras o grandes empresas no tienen detectives privados en su plantilla como personal, como sí vemos en el caso de la película La maldición del escorpión de jade (2001), donde el actor Woody Allen interpreta a C. W. Briggs, un investigador de fraudes que trabaja para una compañía de seguros, y en la película Memento, del año 2000, con el personaje de Leonard Shelby, interpretado por el actor Guy Pearce. En España, por nuestra regulación, esto no es posible: solo trabajamos de forma externa e independiente.

El detective duro. Se define por su fuerza y resistencia, tanto física como emocional. Es un lobo solitario, curtido por la vida y por su trabajo, que ha visto lo peor de la humanidad y no se deja impresionar fácilmente. Ejemplos notables de este arquetipo son Philip Marlowe, protagonista de El sueño eterno, y Sam Spade, de El halcón maltés, ambos creados por escritores emblemáticos de la novela negra.

El detective despistado. Mientras que a los detectives privados se les atribuyen habilidades de sagacidad y discreción, a menudo encontramos personajes que son su antítesis: torpes, olvidadizos y poco discretos, con un aire cómico. Ejemplos de este tipo de detectives son Antoine Doinel, de la película francesa Besos robados (1968), el personaje interpretado por el actor Carl Duering en la película alemana La posesión (1981) y Doc Sportello, de la película norteamericana Puro vicio (2014).

El detective no profesional. Se trata del personaje que, aunque no es detective profesional ni tiene formación policial, posee una habilidad natural para resolver misterios y descubrir la verdad. Un ejemplo es el de Jessica Fletcher en la serie Se ha escrito un crimen, y otro el de Ignacio Selva, el protagonista del libro La gota de sangre (1911) de Emilia Pardo Bazán, considerada una de las primeras novelas del género en España: Selva es un aficionado a leer novelas policíacas que se encuentra en la situación de resolver un crimen. En esta misma categoría incluimos a los niños que, con espíritu detectivesco, son protagonistas en la resolución de investigaciones. Un modelo representativo son los libros de Los cinco, escritos por la autora inglesa Enid Blyton.

Con estas premisas asentadas, nos adentraremos a continuación en las representaciones más emblemáticas que ha inspirado esta figura en las ficciones, para recorrer de manera concisa pero reveladora su evolución en el imaginario cultural.

TIPOS Y PROTOTIPOS LITERARIOS

En la actualidad, el género policíaco, la novela negra y el true crime viven un notable auge y esplendor en el panorama universal. A menudo el lector se siente, como en ningún otro ámbito, protagonista del argumento, elaborando sus propias teorías y conclusiones. No pretendo profundizar en los diferentes subgéneros de la novela policíaca; basta con señalar que el estereotipo del detective privado ha sido abordado en todas las diferentes formas de narrativa. Más adelante profundizaré en los detalles del oficio y veremos cómo los rasgos psicológicos de los protagonistas, las tareas y, en general, las descripciones de personajes y casos suelen ser tópicos que se distancian de la realidad. Sin embargo, debemos reconocer que estas obras han contribuido a que el detective forme parte del imaginario colectivo y han ayudado a difundir su profesión.

Si analizamos la prensa escrita, descubriremos que desde mediados del siglo XIX existía en España una gran curiosidad por las crónicas de sucesos, lo que hoy llamamos crónica negra. Incluían desde historias de bandoleros hasta crímenes sin resolver y detenciones de delincuentes, donde se publicitaban los nombres de los inspectores de policía que se encargaban de los casos, acompañándolos de adjetivos que los magnificaban y elevaban a la categoría de leyendas. Las hazañas y, sobre todo, el reconocimiento de esos inspectores, quienes luego pasarían a la esfera privada como detectives, favoreció que se tradujeran y llegaran a España las memorias de algunos tan emblemáticos como Eugène Vidocq, Marie-François Goron, Eugène Villiod, Frederick Porter Wensley, Charles Arrow, Allan Pinkerton o William J. Burns, por mencionar algunos destacados. Podríamos decir que el público estaba predispuesto, aunque el género policial (asumiendo en esta categoría todos los subgéneros) en nuestro país tardó algo más en florecer respecto a lo que sucedía en el extranjero: mientras que aquí no despegó hasta las primeras décadas del siglo XX, en otros países ya gozaba de un notable éxito y número de obras en la segunda mitad del XIX.

Inicios del género

Existen distintas hipótesis sobre la fecha y título de la primera novela policíaca en España, pero vamos a considerar el año 1853 y la novela El clavo, de Pedro Antonio de Alarcón (más conocido por su obra El sombrero de tres picos). Allí se narra la historia de un juez que, mientras investiga un asesinato lleno de desapariciones y sospechosos, descubre que la mujer que ama es la culpable y debe juzgarla y condenarla. Más tarde, en 1909, el periodista y humorista Joaquín Belda publica ¿Quién disparó?: Husmeos y pesquisas de Gapy Bermúdez, una entretenida parodia del género policíaco con un detective superdotado, que se enfrenta al misterio de la muerte de un duque. Del mismo autor tenemos que añadir la curiosidad literaria de la publicación de Tenorio contra Sherlock Holmes, el 30 de abril de 1915, en el número 331 de la revista Los Contemporáneos. En el argumento el detective inglés pasa unas vacaciones en Sevilla, se produce el rapto de doña Inés por don Juan Tenorio, y Gonzalo de Ulloa le encarga el caso para encontrarla.

Dos años más tarde, en 1911, se publica La gota de sangre de Emilia Pardo Bazán. Como en el caso de Belda, esta no fue la única obra que la autora escribió sobre el género. En la novela, el protagonista Ignacio Selva es acusado injustamente de un crimen y se convierte en un detective aficionado para resolver el caso; la autora lo describe con la expresión «diletante de emociones», algo así como un aficionado o amante de las emociones fuertes.

Aparecen otras novelas entre las primeras del género en España, como el relato «El crimen del Kursaal», del periodista, crítico de arte y traductor José Francés, incluida en El Cuento Semanal, número 252, del 27 de octubre de 1911, transformado en novela con el título de El misterio del Kursaal. Le seguirán Un crimen inverosímil, del poeta y periodista Emilio Carrere, incluida en el número 324 de la colección La Novela Corta, del 25 de febrero de 1922. En el año 1931, El vampiro rojo, del periodista, dramaturgo, publicista y director de cine Adelardo Fernández Arias; aunque el título puede llevar a confusión con otro tipo de historia, trata de un delincuente llamado Gu Gu, muy similar a Fantomas, que ayuda a la Policía a resolver una serie de crímenes. También El secreto del contador de gas, de 1932, del periodista y marino mercante Julián Amich Bert, o La misteriosa muerte del Dr. Cropp de A. de Loma Osorio, incluida en la revista literaria popular Letras, número 7, de febrero de 1938.

Curiosamente, en la década de los años treinta algunos policías comenzaron a escribir ensayos y novelas, aprovechando su perspectiva única. Es el caso del inspector Luis Fernández Vior y su libro, de 1931, Un crimen en barrios bajos: memorias novelescas de un policía madrileño. Desde entonces son varios los policías que han decidido dejar su legado literario, como Juan Antonio Escobar Raggio y su Historia de la Policía, del año 1947; Tomás Gil Llamas y su libro del año 1955 Brigada Criminal: la actuación de la Brigada Criminal de Barcelona, desde 1944 a 1953, contada por su exjefe, o Tomás Salvador, que fue inspector de la Brigada Político-Social en Barcelona y escribió más de cuarenta obras desde 1952. Le seguirían otros autores como Manuel Giménez, a quien se le otorgó el Premio Nadal en 2016, Marc Pastor, Eduard Pascual, Alejandro M. Gallo o Jorge Ávila.

Los títulos nacionales y también los originales de gran éxito importados, traducidos, adaptados o versionados al español se distribuían, además de en librerías, en colecciones específicas del género, novelas cortas incluidas en revistas literarias y folletines. Estos modos de distribución tuvieron su gran auge durante las primeras décadas del siglo XX y fueron los grandes impulsores para dar a conocer autores, obras y personajes que se hicieron emblemáticos, cuya repercusión provocó que se adaptaran muchas de estas narraciones al cine, al teatro e incluso a la radionovela.

Las colecciones de detectives

Una de las primeras colecciones significativas apareció entre 1910 y 1911: Raff-Card, el intrépido detective, creada por F. Spiezel y adaptada en España por Fernando Eguidazu. Pick Will, el pequeño detective, un personaje muy reconocido en Reino Unido y Estados Unidos, fue adaptado en nuestro país por la Editorial Félix Costa de Barcelona y en la última etapa por Milla y Piñol. Memorias íntimas del Rey de los Detectives se publicó en cuatro series distintas, que se ilustraban con la figura de la cara de un hombre, similar a la imagen de Sherlock Holmes, delgado, con nariz aguileña, entradas en la frente y una pipa humeante en su boca mientras volteaba su cara hacia el lado derecho. No podemos olvidar el folletín de las Aventuras extraordinarias de Lord Jackson, rival de Sherlock Holmes, editado en España por F. Granada y Compañía de Barcelona. Durante la segunda década del siglo XX, tuvo gran éxito la novela juvenil por entregas Robertson, el as de los detectives. Famosa por sus portadas, en la parte inferior se podía leer «La lucha contra los Gangsters», justo debajo de unas llamativas fotografías en blanco y negro. Fue publicada por Casa Editorial Vecchi de Barcelona, que imprimió más de cuarenta entregas.

La Colección Detective, Novelas de Misterio y de Aventuras entra a formar parte del catálogo del editor M. Aguilar de Madrid a finales de la década de los años veinte, y se mantiene en el mismo hasta la década de los cuarenta. Otra colección importante fue Enigma, Novelas de Emoción y de Misterio, nacida en 1925 y editada por Saturnino Calleja, con, sobre todo, obras procedentes de Francia. Cada volumen contenía un episodio completo. En la contraportada, unos ojos dentro de unas gafas, unas cejas que las bordeaban y un gran signo de interrogación de cierre de color amarillo que en su parte inferior indicaba «Enigma». Superó las cien publicaciones. En 1928, la serie Grandes Éxitos Populares de Editorial Juventud incluía en su lista obras procedentes de autores de Estados Unidos. Un año después fue muy conocida la Biblioteca Popular Fama, de la misma editorial y especializada en el mismo país. También publicaría El Antifaz, Colección Moderna de Novelas de Aventuras de Gran Emoción. En el año 1929 comienzan a publicarse obras en El Club del Crimen, por Dédalo, editorial que en 1932 inició la colección Selección Policíaca. En los años treinta destaca la serie Novelas Emocionantes, de Prensa Moderna, y La Novela Aventura, Serie Detectivesca, editada por Hymsa desde 1933. En la década de los cuarenta es importante subrayar a la Editorial Maucci, de Barcelona, fundada por el librero italiano Emanuele Maucci Battistini. Publicó la serie Detective: Colección de Novelas Policíacas, de la que sacó una versión más económica, en grandes tiradas, conocida como la Colección Amarilla; un movimiento comercial audaz y que hoy se replica en casi todas las editoriales. Algunas de las colecciones nombradas nos acompañan hasta la segunda mitad del siglo, donde surgen otras nuevas como La Novela Moderna, de la Editorial Sopena.

Fig. 2. Robertson, ejemplo del detective «duro».

Aunque los autores británicos eran los que dominaban el panorama general, una de las grandes curiosidades fue la del actor y cantante apodado «el Niño Ruiseñor», del que se publicó Joselito detective, de Alicia Romero en 1963, por Editorial Bruguera; en la misma línea, apareció en el mismo año Marisol detective, en la Editorial Felicidad de Bilbao, escrita por J. A. Igle. Ambas novelas seguían la estela de Saturnino Calleja, quien había adaptado al género a personajes famosos con Mickey Detective en 1934 y Pinocho Detective en 1935.

Auge del género

A partir de los años setenta se inicia un período de crecimiento del género en la literatura popular, con textos de mayor calidad que en los años anteriores. Esta línea se mantiene hasta nuestros días. El argumento de estas primeras obras seguía un modelo similar: la localización del suceso a investigar, que por lo general era un asesinato, se situaba en un país extranjero, y los detectives encargados de la investigación tampoco eran españoles, sino foráneos del país elegido, con rasgos imitados o adaptados de otros personajes ya conocidos de otras publicaciones de mucho éxito. Nuestros autores firmaban bajo seudónimos anglosajones, como José M.ª del Valle, con el seudónimo de Oscar Montgomery, o el periodista Adelardo Fernández Arias, que utilizó los seudónimos Jack Forbes o Gary Wells, y Luis Conde Vélez, que firmó como Lewis E. Welleth.

Otros escritores profesionales, sin ser detectives privados de profesión, han escrito y publicado novelas con agencias de detectives como protagonistas. Para la creación de personajes, se asesoran con detectives reales, lo cual hace que resulten más auténticos. Es el caso de Carlos Zanón en su obra Problemas de identidad, del año 2019, donde adapta el célebre personaje del detective Pepe Carvalho, creado por Manuel Vázquez Montalbán. Han hecho lo mismo Ángel Pérez en su saga de libros con el título Detectives; Roser Ribas en su trilogía sobre la ficticia agencia de Barcelona Hernández Detectives: Un asunto demasiado familiar (2019), Los buenos hijos (2021) y Nuestros muertos (2023); Jose Antonio Marina y su agencia Mermelada & Benji en la novela Memorias de un investigador privado (2003); o José Antonio Sau, que publicó en 2018 una novela protagonizada por la detective Lola Oporto.

BAJO LOS FOCOS DEL TEATRO

A principios del siglo XX el teatro constituía una de las principales formas de entretenimiento, el cual convivía con otros tipos de ocio como los toros o el incipiente cinematógrafo. Es por ello que el número de salas escénicas que había en las ciudades era superior a los que tenemos en la actualidad. La prensa, a diario, publicaba el repertorio de todas las funciones que se representaban y los periodistas analizaban los espectáculos y ejercían una implacable crítica teatral. Las funciones solían comenzar a las nueve o diez de la noche y asistir al teatro consistía en toda una ceremonia. Horas antes de la función principal, muchas compañías incluían, sobre las seis o siete de la tarde, la conocida como «sesión vermut», una función adicional que podía ser acompañada de esta bebida alcohólica aromatizada. El teatro ofrecía la posibilidad de experimentar la cercanía del escenario y la acción desarrollada en tiempo real: ningún otro género pone en juego el cuerpo como lo hace la dramaturgia, dándole un toque único a las sensaciones del espectador, quien se convierte en el caso de las obras detectivescas en cómplice involuntario del protagonista, pudiendo seguir sus pistas, crear sus propias teorías sobre los sospechosos, disfrutar y frustrarse por los giros inesperados que lo mantienen en vilo hasta su resolución.

La mayoría eran historias adaptadas, de la novela al escenario, un desafío extra para los dramaturgos, directores y actores, pues debían encontrar la manera de mantener la intriga y el suspense a lo largo de la obra, y al mismo tiempo ofrecer pistas y revelaciones de forma coherente y emocionante. Desde la presentación del crimen o del robo hasta el descubrimiento del culpable, cada detalle de la trama era importante. Los elementos visuales y escenográficos desempeñaban un papel fundamental en la creación de la atmósfera adecuada para sumergir al público en el misterio. El vestuario, la caracterización de los actores, el mobiliario, los objetos utilizados: todo contribuía a la inmersión del espectador. Se empleaban, pues, varios decorados para recrear escenas, donde se podían «vivir» actos violentos como peleas ficticias, disparos con armas de fogueo, desastres como la voladura de un puente, la explosión de una bomba o incluso un incendio. Los efectos de luces y sonido también resultaban, por ende, cruciales. El objetivo era que, al finalizar la obra, los asistentes hubieran disfrutado del llamado «teatro de emoción», lo que se lograba asimismo a través de la identificación con el actor protagonista. De esta forma, al igual que ocurrirá con el cine, si la palabra «detective» figuraba en el título o subtítulo de una obra de teatro, aseguraba parte del éxito de taquilla. Tres taquillazos sonados fueron Sabater y Detective, estrenada en 1916; La banda de los zapatos o el detective Ulls de Mussol, escrita en 1917 por Luis Juan Alcaraz; y, en los años cuarenta, El detective Man-the-kon, de Pedro Cuevas y Antonio J. Onieva.

Es lógico pensar que las primeras representaciones teatrales en España de este género contaran con los protagonistas más conocidos de las novelas ilustradas que eran éxitos de ventas en Francia, Bélgica, Inglaterra y Estados Unidos; a veces incluso se utilizaba la combinación de dos de sus nombres para llamar la atención del público, como en el caso de las obras La aguja hueca: Lupin y Holmes o La captura de Raffles o el triunfo de Sherlock Holmes. También hubo adaptaciones de historias que habían sido representadas con éxito en otros países o versiones de ediciones de libros o folletines que se publicaban por fascículos en los periódicos. Además, algunas compañías teatrales hicieron sus propias representaciones con obras que, aunque no incluían a personajes populares, estaban relacionadas con el género. (Como veremos más adelante, el cine también impulsó el conocimiento de dichos personajes, como es el caso de la película estadounidense de 1900, de poco más de treinta segundos de duración, Sherlock Holmes Baffled.) Tal fue el éxito de estas recreaciones en los escenarios que, a partir de 1918, se publicaron en la colección La Novela Policíaca obras teatrales ya estrenadas, de autores españoles, para ser leídas. Resulta curiosa la zarzuela Baldomero Pachón, que se estrenó el 16 de julio de 1913 en el Teatro Cómico de Madrid. En ella, un aficionado al detectivismo va a la búsqueda y captura de un bandido, cuando todas las circunstancias apuntan a que tiene secuestrada a una muchacha, que en realidad se ha fugado con el novio. Toda una caricatura del género. Otra parodia, esta vez de una obra original, se tituló El detective Jeph-Roch Homs, estrenada en el Teatro Principal de Barcelona el 1 de abril de 1909. Y, claro está, Holmes es un personaje que nunca nos abandona; de hecho, en mayo de 2021 se estrenó en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid ¿Quién mató a Sherlock Holmes? El musical.

Al final de la primera década del siglo XX, el éxito alcanzado por este género hizo que varias compañías dedicadas a representar obras clásicas o contemporáneas que reflejaban la sociedad de la época lo incluyeran en sus repertorios. Del mismo modo que en la actualidad sigue en pleno esplendor de lectores y espectadores de cine —y, sobre todo, series—, a partir de los años veinte y hasta la década de los cuarenta vivió una época grandiosa en los escenarios, representándose prácticamente a diario alguna de estas funciones. Como anécdota, varias compañías tradicionales transformaron sus nombres comerciales para hacer evidente su especialización en obras policíacas, de misterio o detectivescas, entre ellas la Compañía de Dramas Policíacos Norteamericanos y Obras de Espectáculo, del actor valenciano Francisco Comes; la Compañía de Dramas Policíacos Alcoriza, dirigida por Amalio Alcoriza; la Compañía de Dramas Policíacos Caralt, del actor, empresario y director Ramón Caralt Sanromá, y la Compañía Dramática de Obras Policíacas, Norteamericanas y de Gran Espectáculo de Enrique Rambal.

Los argumentos y tramas de estas obras teatrales solían centrarse en la resolución de un crimen o un robo, protagonizados por héroes de las novelas del siglo XIX y XX que trabajaban con la ley, como policías o detectives, entre los que destacaban Sherlock Holmes, Nick Carter o Arthur J. Raffles. Por otro lado, también se presentaban personajes que estaban en contra de la ley, como asesinos o ladrones, tales como Fantomas, Lupin o Zingomar. Estos últimos no fueron bien vistos por algunos periodistas especializados, quienes no consideraban adecuados los valores fomentados en esas funciones, ya que se invertían los roles del bien y del mal e, incluso, se ridiculizaba a la justicia. Sin embargo, el tiempo demostró que el público no se dejaba influenciar fácilmente por ese tipo de críticas. Todos estos icónicos personajes también fueron llevados a la gran pantalla en las primeras décadas del siglo XX.

Fig. 3. Ramón Caralt en el cartel de El Rey de los Detectives.

Arthur J. Raffles, el ladrón elegante

Arthur J. Raffles es el protagonista de una de las primeras obras teatrales representadas con gran éxito. Se basó en el libro Raffles el elegante, escrito en 1893 por Ernest William Hornung, cuñado de Arthur Conan Doyle, al que le siguieron varias secuelas creadas tanto por Hornung como por otros autores que se apropiaron de la fama del personaje. Raffles es un caballero elegante, ladrón de guante blanco, que se esconde entre la aristocracia y obtiene sus ingresos realizando robos ingeniosos. La primera adaptación al teatro corrió a cargo de Gil Parrado, seudónimo del periodista, poeta, escritor y dramaturgo Antonio Palomero. La obra, con el título Raffles, se estrenó en el Teatro de la Comedia de Madrid el 11 de febrero de 1908, por la compañía del mismo nombre, dirigida por Tirso Escudero. Alcanzó las sesenta representaciones (muchas para la época) y su repercusión fue tal que, dos semanas después del estreno, el entonces rey Alfonso XIII fue a verla. La obra se llevó a Barcelona, donde también fue muy bien recibida. La misma firma representó a este personaje con otros títulos distintos, pero también lo adoptaron en su repertorio otras compañías, como en el caso La captura de Raffles o el triunfo de Sherlock Holmes (1908). Al año siguiente llegaría la segunda parte con Nadie más fuerte que Sherlock Holmes, basada en Arsène Lupin contra Herlock Sholmès, de Maurice Leblanc. Posteriormente se estrenaron obras en la misma línea, aprovechando el éxito popular, como Sherlock Holmes contra Raffles o El triunfo de Raffles.

Nick Carter, el rey de los detectives

Otro de los personajes de los que debemos hablar es Nick Carter, un detective privado de Nueva York y director de la agencia Nick Carter’s Detective Agency, que apareció por primera vez en The Old Detective’s Pupil Or The Mysterious Crime of Madison Square, del periódico New York Weekly, en 1886. Como ocurrió en otros casos, varios escritores publicaron sus adaptaciones y versiones de las historias de Carter en formato folletín. También hubo versiones en película, la primera de ellas dirigida por Victorin Jasset en 1908, en Francia, bajo el título de Nick Carter, le roi des detectives, que constaba de seis cortometrajes y es considerada una de las pioneras del género; logró llegar a varios teatros españoles y a los primeros cines de la nación. Años más tarde en Estados Unidos se estrenaría en cines Nick Carter, Master Detective (1939) a la que siguieron varias secuelas. El personaje fue tan popular que incluso tuvo su propia radionovela en el país, con el mismo nombre que la película y emitida entre los años 1943 y 1946 en la cadena Mutual. Además, encabezó su propia revista durante años y formó parte de una larga serie de novelas desde 1964 a 1990. En España era conocido como el «rey de los detectives», aunque, como veremos, esa denominación fue también utilizada para otros personajes.

Varios fueron los títulos de obras teatrales en España que tuvieron a Nick Carter como protagonista en las primeras décadas del siglo XX. La primera de ellas, Nick Carter, adaptada al castellano por Enrique F. Gutiérrez Roig, se estrenó el 10 de abril de 1913 en el Teatro de la Comedia de Madrid por la compañía de Tirso Escudero. Más adelante, La corte del rey Octavio: aventuras de Nick Carter, El secreto del doctor Hopsson: aventuras de Nick Carter contra «La mano negra», El Espía: célebres aventuras de Nick Carter, Nick Carter o El rey de los detectives, Los envenenadores o el corredor de la muerte: primera de la serie de aventuras de Nick Carter, La reina madre o el país de las bombas: aventuras regias de Nick Carter y El corredor de la muerte: célebres aventuras de Nick Carter. Encontramos un dato interesante en la obra en cuatro actos Zingomar contra Nick Carter, que se estrenó el 3 de diciembre de 1917, pues —basada en una de las novelas protagonizadas por el detective, que además tuvo una adaptación cinematográfica con el mismo nombre— fue muy conocida en la época por representar un incendio al finalizar la obra. En su publicidad, la compañía indicaba: «Se advierte al respetable público que, a pesar de las proporciones que adquiere el incendio del cuarto acto, no hay peligro alguno de accidente». Zingomar, conocido como el «rey del crimen», se hizo muy popular en Europa a partir de los años veinte. Se trataba de un personaje de novela por entregas creado por el escritor argelino Léon Sazie, cuyas aventuras literarias comenzaron en 1909 en el diario francés Le Matin. Escondía su rostro bajo una capucha roja y era líder de la Banda Z, que operaba en París. Se publicaron más de seis novelas entre 1910 y 1939 y hasta catorce películas, todas ellas proyectadas en España con gran éxito.

Fantomas, el camaleón

Fantomas es otro de los personajes que más despuntó entre los lectores de novelas de este género, un personaje icónico de la literatura francesa creado por Pierre Souvestre y Marcel Allain en 1911, un verdadero maestro del crimen, dotado de una gran capacidad camaleónica para cambiar de identidad y evadir a las autoridades. Su figura, siniestra y enigmática, encarna el mal en su forma más astuta e implacable. Conocido por sus elaborados crímenes, su inteligencia maquiavélica y su capacidad para cambiar de identidad y llevar a cabo crímenes ingeniosos, convierte la persecución en un duelo de astucia entre él y los detectives que lo persiguen, especialmente el inspector Juve, quien a menudo trabaja con métodos propios de un detective privado: investigación independiente, infiltración y deducción.

Los autores Souvestre y Allain fueron increíblemente prolíficos, con más de treinta volúmenes publicados en poco tiempo, y llevaron a Fantomas a la fama, tanto en la literatura como en el cine, con numerosas adaptaciones. Varias fueron las películas proyectadas, como Fantomas, La espiación de Fantomas, Fantomas o la casa misteriosa: últimos triunfos de Sherlock Holmes o Fantomas y Zingomar. También se adaptaron versiones femeninas del personaje, como Los buscadores de oro o la mujer Fantomas o La señorita Fantomas: ladrones de hoteles. En España, Fantomas mantuvo su nombre original, aunque en algunas traducciones más antiguas también se le conoció como Fántomas (con tilde), pero sin cambiar demasiado su identidad. Al igual que en Francia, su impacto fue notable en los lectores de novelas de aventuras y misterio, y también fue adaptado en series de cine y televisión, consolidando su popularidad internacional.

Fig. 4. La primera representación de Fantômas en el original francés.

Arsène Lupin, el caballero ladrón

Creado por el escritor francés Maurice Leblanc, este maestro del disfraz protagoniza una serie de novelas y relatos de aventuras bajo el título Las aventuras de Arsène Lupin. Con su carisma, ingenio y encanto, se distingue por la habilidad para cometer robos meticulosamente planeados y escapar de situaciones peligrosas con astucia y audacia. Aunque no es un detective en el sentido clásico, comparte muchas de sus habilidades, se enfrenta a ellos y, en ciertos aspectos, encarna un «detective a la inversa», usando las mismas herramientas (la deducción, la observación minuciosa y el ingenio), pero para fines delictivos, lo que crea una relación simbiótica con el género detectivesco. En muchas de sus aventuras se enfrenta a detectives famosos, como el inspector Ganimard, e incluso a Sherlock Holmes (aunque con un nombre modificado por cuestiones legales). Estas interacciones destacan la conexión entre ambos mundos, donde Lupin es tanto el adversario como, en ocasiones, una versión alternativa del detective.

Además de sus numerosas adaptaciones cinematográficas y literarias, también dio el salto al teatro, donde se realizaron varias representaciones de sus hazañas en España. Una de las primeras tuvo lugar en febrero de 1909 en el Teatro Principal de Barcelona, Arseni Lupin. Esta adaptación teatral marcó el inicio de un ciclo de montajes en diferentes teatros del país, donde la figura de Lupin atrajo a las audiencias con la misma fascinación que en sus relatos originales, consolidando su popularidad en el escenario español.

Sherlock Holmes, el más famoso

El personaje por excelencia, el más representado, en el teatro especialmente, ha sido Sherlock Holmes. Símbolo de ingenio, meticulosidad y brillante análisis lógico, inseparable de su atuendo icónico (capa y pipa) y de su compañero, el doctor Watson, es probablemente el mayor referente universal en la ficción detectivesca. Además de las adaptaciones de las novelas consideradas como canon por su autor, se han representado centenares de versiones independientes, con adaptaciones cómicas, infantiles, dramáticas e incluso zarzuelas. Arthur Conan Doyle, fallecido en 1930, escribió su última novela, El archivo de Sherlock Holmes, que contiene doce cuentos narrados por el doctor Watson, en 1927. El periodista Leandro Blanco, en el periódico La Mañana del 13 de enero de 1918, indicaba que «el que escribe se encuentra vis a vis con unos catálogos de librerías en los que hay inscritos, sobre poco más o menos, unos mil quinientos episodios de los que es protagonista el popularísimo detective Sherlock Holmes». Desde 1904 varios periódicos publicaban a modo de folletín las aventuras del detective, dedicándole un cuarto de página. Entre ellos se encontraban El Diario de Burgos, El Diluvio o La Correspondencia de España. La primera adaptación teatral, Sherlock Holmes, fue del estadounidense William Gillette en 1899, basada en un resumen de los libros Escándalo en Bohemia, El problema final y Estudio en escarlata. Resulta imprescindible destacar la increíble aportación de Gillette al personaje, ya que incorporó los elementos visuales a la indumentaria y una caracterización que no aparecía en los libros y que influenció a los que le prosiguieron, convirtiéndolo en el icono que conocemos hoy. También se le atribuye a Gillette la película Sherlock Holmes, estrenada el 15 de mayo de 1916 y dirigida por Arthur Berthelet, en blanco y negro, muda y protagonizada por el propio Gillette, Edward Fielding como el doctor Watson y Ernest Maupain como el profesor Moriarty. Sobre el original de Gillette se realizó en 1907 una reelaboración al francés por Pierre Decourcelle, que difiere significativamente de la versión en inglés: algunos personajes cambian de nombre, la obra se divide en cinco actos y ofrece un final diferente.

Esta versión fue traducida al catalán por el autor Salvador Vilaregut y fue representada por primera vez en la península ibérica el 21 de abril de 1908 por la compañía del Teatro Principal de Barcelona. Titulada El detective Sherlock Holmes y dividida en cinco actos y seis cuadros, venía precedida del gran éxito de la original en París, Roma, Londres, Bruselas y Nueva York. Las estadísticas, según el periódico La Correspondencia del 30 de noviembre de 1908, indicaban que la obra ya se había representado más de 12.000 veces en todo el mundo. El actor que representó el papel de Sherlock Holmes fue Enrique Giménez, que también era el director de la obra, y el papel de Moriarty lo hizo Augusto Barbosa. La obra fue traducida al castellano en julio de 1908 por Manuel Melgarejo, para que la compañía del empresario Tirso García Escudero la representara en el Teatro de la Comedia de Madrid el 3 de diciembre de 1908. Holmes fue interpretado por José Santiago, un conocido comediante que demostró grandes dotes de actuación; Pedro Zorrilla, otro actor de comedia, hizo el papel de Moriarty. Podemos intuir que la evolución de la obra estrenada en inglés hasta la versión en castellano fue enorme.

Hubo destacados artistas teatrales asociados al personaje de Sherlock Holmes durante años. Entre ellos, Ramón Caralt, empresario y director; el barcelonés Enric Giménez, productor y escenógrafo; Eliseo San Juan, también empresario; Enrique Grimau de Mauro, inspector de policía y dramaturgo; Enrique Rambal Saciá, productor valenciano; Francisco Comes, director y empresario también valenciano; y Federico García Parreño, reconocido director. En el cine, actores como Jeremy Brett, Peter Cushing y Basil Rathbone se consolidaron como icónicos intérpretes del detective, inmortalizando al personaje en la gran pantalla.

No quisiera aburrir al lector con un listado de títulos, así que solo mencionaré algunas obras destacadas que se representaron hasta la década de los años cuarenta del siglo XX. Además de las ya citadas anteriormente nos encontramos con La sombra trágica de Sherlock Holmes, Un caso de identidad, La tragedia de los Baskerville, El perro fantasma, El vendedor de cadáveres, Nadie más fuerte que Sherlock Holmes, El secreto del submarino, La tragedia del decapitado o el muerto vivo, El suplicio de Max Vert, La muerte resucitada: célebres aventuras de Sherlock Holmes y un largo etcétera.

Pepe Carvalho, el antihéroe que ama la gastronomía

Es imprescindible dedicar unas líneas al periodista, novelista, poeta, ensayista y crítico gastronómico barcelonés Manuel Vázquez Montalbán, creador del personaje del detective gallego con residencia en Barcelona Pepe Carvalho. Su arquetipo es el de un exagente de la CIA norteamericana y excomunista conocido por su visión cínica del mundo, su intelecto afilado y su gusto por la buena comida. A diferencia de otros detectives clásicos, es un personaje humano, lleno de contradicciones: por un lado, es un hombre duro y desencantado con el sistema, mientras que, por el otro, es un amante de la gastronomía y la cultura. Además, cuenta con un ayudante que se llama Biscuter. Otra de sus singulares características es su hábito de quemar libros en la chimenea, una especie de declaración de su desilusión con la idea del valor de la cultura para cambiar el mundo. Este rasgo le convierte en un personaje único, marcado por un profundo desencanto social y político, pues Carvalho fue un medio para que el autor narrara una crónica sociopolítica, histórica y cultural de la época.

Sus historias, ambientadas en una Barcelona que oscila entre lo cosmopolita y lo marginal, conforman una de las series del género negro más exitosas y productivas de la literatura española. En total, la componen cerca de veinte novelas y diez cuentos. En todas las obras hay alguna referencia gastronómica, incluyendo recetas, que funcionan como una de las señas de identidad de su autor. La combinación del tono introspectivo y literario del personaje con la narrativa visual ha permitido que sus historias se presten bien tanto al cine como al teatro, mostrando su desencanto, ironía y amor por la gastronomía de una manera cercana al espectador. Una de las adaptaciones más destacadas fue la obra Carvalho, llevada a los escenarios en 2004, que combinaba elementos de varias de las novelas de la serie. Esta adaptación estuvo a cargo del dramaturgo y director José Luis García Sánchez, quien también había trabajado en el guion de películas basadas en el personaje. Además, algunas adaptaciones cinematográficas y televisivas de Carvalho también han tenido un enfoque casi teatral en su realización.

PERSONAJES QUE VIVIERON EN RADIONOVELA

En este punto deberíamos hacer una pequeña regresión. Estamos sentados en el asiento del conductor, tenemos una libreta a mano, la cafeína mantiene alerta nuestros sentidos..., pero la verdad es que no va a pasar gran cosa. Nos encontramos tan solo al principio de una larga vigilancia, a mediados del siglo pasado, y la radio es nuestra única compañera, como también en los largos desplazamientos por carretera o en las noches de insomnio en que no paramos de dar vueltas a un caso a medio resolver.

Además de informativos, entrevistas, concursos o música, en la década de los años treinta y cuarenta aparecen las primeras radionovelas, también llamadas seriales radiofónicos o simplemente seriales. Sin embargo, mi forma favorita para definirlas es «radioteatro». Como dato de interés, la emisión era local, es decir, un programa no se escuchaba a nivel nacional, al menos no al mismo tiempo, de modo que los favoritos, a petición de algunas emisoras, eran grabados en cintas y enviadas a otras provincias para su emisión.

El referente en este tipo de programas era Estados Unidos y la gran mayoría coincidía en caretas de entrada fáciles de recordar y que los oyentes se aprendían de memoria, así como en guiones ingeniosos, creativos y elaborados, efectos de sonido sencillos y diferentes voces que intervenían. Todo esto hacía que el radioescucha imaginara y se metiera en situación, lo que le confería la capacidad de esperar con auténtica pasión y paciencia el momento de emisión de su programa favorito. En muchos hogares, de hecho, se convirtió en una suerte de ritual, haciéndose común que la familia se sentara alrededor del aparato, incluso que apagara las luces de la casa para crear, digamos, más tensión. Se decía que la familia que oía la radio junta permanecía unida.

Las grandes cadenas estadounidenses competían por atrapar al mayor número de oyentes, para lo que contaban con locutores reconocidos y carismáticos, las voces de los mejores actores, efectos sonoros innovadores, guiones elaborados y argumentos cautivadores, personajes carismáticos y patrocinadores con ingeniosos anuncios publicitarios que hacían concursos para involucrar más al público. Se cuentan más de trescientos programas en las primeras décadas, que se clasifican en la categoría denominada «Old Time Radio Show Detectives». Uno de los más emblemáticos era Barrie Craig, investigador confidencial, que se emitió entre 1951 y 1955 en la NBC Radio: el argumento se basaba en las historias de un detective que tenía su oficina en Madison Avenue, cuyo lema rezaba «Tu hombre cuando no puedes ir a la policía». El locutor fue Don Pardo, que entre 1975 y 2014 sería la voz del famoso programa de televisión Saturday Night Live. El papel del protagonista, el detective Barrie, fue interpretado por el actor William Gargan. Su idoneidad para hacer este personaje queda fuera de toda discusión, ya que, antes de ser actor, había trabajado en una agencia de detectives de Nueva York, al igual que su padre había ejercido en otra agencia.

Desde 1943 a 1954 se emitieron, en la NBC y en Mutual, setenta episodios de la radionovela The Falcon, apodo del protagonista Michael Waring, un investigador independiente, solucionador de problemas. La serie fue la consecuencia del éxito previo de una película y tres novelas con el mismo personaje. El programa de radio estaba protagonizado por Les Tremayne en la primera etapa; después fue Les Damon, quien también protagonizó el papel de investigador privado en el radioteatro Los misterios de Abbott y participó en varias películas con el mismo papel.

De 1945 a 1953 se emitió en la emisora CBS Las aventuras de Maisie, protagonizada por Ann Sothern en el papel de Maisie Ravier, una detective que, en cada capítulo, repetía la frase «Igualmente, estoy segura».

Si salimos de Estados Unidos y viajamos a Argentina, la primera en emitirse fue en 1933 y en Radio Stentor, Las aventuras de Carlos Norton: el misterio del ojo de vidrio, de Jacinto Amenábar. Tuvo tanto éxito que publicaron su propia revista en papel. Se mantuvo durante siete años en el aire, hasta 1940. La sintonía afirmaba: «Las aventuras de Carlos Norton, tanto por la variedad de su acción como por el acompañamiento de ruidos, con una precisión difícil de superar, así como por el poder de su intriga, ha sido y sigue siendo uno de los números que cuenta con mayor número de oyentes». Otra de las más populares en los años treinta fue Ronda policial, que se emitió desde Radio Porteña e incorporaba unos modernos efectos sonoros. Estaba protagonizada por Julio Bianquet, Carlos Gordillo y Nelly Láinez, con libretos del comisario Ramón Cortés Conde y el escritor Rafael García Ibáñez. La curiosidad de la serie es que sus orígenes fueron unas conferencias profesionales donde el comisario compartía con el público los métodos utilizados por los delincuentes para cometer sus fechorías.

Si viajamos a Chile, sin duda hay que destacar La tercera oreja, que se emitió desde el año 1963 a 1971 en Radio Agricultura-Chile, una de las radionovelas con más éxito y que más se recuerda a día de hoy, consistente en adaptaciones de cuentos o historias policiales originales que sucedían en Estados Unidos. El programa estaba dirigido y adaptado por Joaquín Amichatis y Telmo Meléndez, y también tuvo su propia revista homónima en papel.

En México dos fueron los grandes referentes. Por una parte, la radionovela El detective Peter Pérez, basada en las novelas de José Martínez de la Vega, que sería llevada al cine en 1952 como El genial detective Peter Pérez y en los años setenta a la televisión. Por otra parte, la serie de los años cuarenta Carlos Lacroix, interpretado por el actor Arturo de Córdoba y más adelante Tomás Perrin. Cada episodio era un caso para el detective, que combatía el crimen asistido por su ayudante Margot, interpretada por Velia Vegar. Comenzaba siempre con la misma introducción: gritaba Margot llena de alarma «¡Cuidado, Carlos!», y respondía el detective con voz alterada «¡Dispare, Margot, dispare!». El programa contaba además con una excelente orquesta que tocaba música en vivo.

En Cuba se estrenó en 1934 Chan Li Po, protagonizada por Aníbal de Mar, que finalizó su emisión en 1941, en sus inicios emitida por la regional de Santiago de Cuba CMKD y luego en la nacional CMQ. Se trataba de un detective chino, inspirado en la comunidad migrante en Cuba, que investigaba y resolvía los casos mejor que otros oficiales de policía. Trabajaba en La Habana resolviendo misteriosos crímenes, siempre con un toque de humor. La introducción del programa era una canción del Trío Matamoros muy pegadiza y con un estribillo popular. La serie fue adaptada en Colombia en 1938 como Yong-Fu, escrita por Emilio Franco. En este mismo país, otra serie que fue todo un éxito, esta vez entre los sesenta y setenta en Radio Todelar, fue La ley contra el hampa, donde se contaban historias detectivescas que ocurrían en la sociedad colombiana. Los capítulos se basaban en casos judiciales y al final de cada uno se daba una enseñanza moralizante.

Pero hablemos ahora de las principales radionovelas en España y de sus protagonistas.

Inspector Nichols, el británico

El pionero de la radionovela de tema policial y detectivesco en la radio española fue En busca del culpable. El programa se empezó a emitir a partir de 1943 en Radio España de Barcelona, con argumento y guion de Jorge Carranza. Además, fue también pionero al hacer que los oyentes participaran en la resolución del enigma. Por exigencia de la censura, el crimen debía producirse siempre fuera del país y con un castigo ejemplar para los criminales: nos narraba las investigaciones del inspector Nichols, interpretado por Fernando Forga. Su careta de entrada, entre sonidos de sirenas de policía, decía: «En busca del culpable, la emisión policíaca más antigua de España, bajo argumento y guion escrito por Jorge Carranza Gesa». Nichols, como otros detectives ficticios, encarnaba las cualidades clásicas de los investigadores de la época: metódico, perspicaz y con un fuerte sentido de la justicia. Las tramas de la radionovela solían girar en torno a casos de asesinato, robo o conspiración, en los que el detective usaba su ingenio y habilidades deductivas para atrapar a los culpables. Aunque no alcanzó la misma fama internacional que personajes como Sherlock Holmes o Hércules Poirot, el inspector Nichols fue un favorito entre los oyentes españoles, quienes lo seguían en sus investigaciones a través de la radio, un formato que tenía un gran alcance en aquella época. La radionovela fue uno de las primeras manifestaciones en España de este tipo de ficciones.

Taxi Key, o el taxista Nicolás

El 2 de octubre de 1948, también en Radio Barcelona, se emitió el primer episodio de una serie radiofónica que se convertiría en un referente del género de misterio y aventuras. Su título era ¿Es usted un buen detective?, programada para los sábados a las nueve de la noche con una duración de treinta minutos. Fue creada por el guionista radiofónico nacido en Bélgica, Luis Gossé de Blain. El protagonista era un joven abogado, taxista de profesión y con vocación de detective llamado Taxi Key. Cada episodio planteaba un caso, tras el que se ofrecían varias pruebas y se revelaban pistas sobre quién podía ser el asesino, proponiendo al público competir con el protagonista en la resolución. Cuando el misterio quedaba a punto de ser resuelto, empezaban a intervenir los oyentes desde sus casas, tratando de resolverlo mediante llamadas telefónicas. En la parte final, se abría un debate con el público asistente al estudio radiofónico para concretar las pistas y la culpabilidad o inocencia de los sospechosos.

Tal fue la popularidad de la serie que se emitió durante dieciocho años, hasta 1962; el nombre de su protagonista tenía tanto gancho que la serie acabó llamándose como él. Llegó al cine en 1959 como Las aventuras de Taxi Key, englobando tres cortometrajes. La película contó con el mismo guionista que en la radio y con el mismo actor que ponía voz al personaje, Ricardo Palmerola. En la última etapa del programa, el papel protagonista fue interpretado por Isidro Sola Llop, rol que le valió un Premio Ondas al mejor actor radiofónico de Barcelona en 1954. La popularidad y el éxito de Taxi Key promovieron campañas publicitarias patrocinadas, así como su versión gráfica en formato de cómic publicada dentro de la revista El Coyote con dibujos de Vicente Roso, y también su propia revista gráfica, publicada por el Grupo Varela.

Fig. 5. Cartel de la película que se hizo basada en la radionovela.

El Inspector, detective anónimo

En 1954, en Radio Madrid, se emitió otra popular radionovela, El criminal nunca gana, que se mantuvo en antena durante nueve años. La careta de entrada rezaba: «Por muy hábil que sea un criminal, por mucho que intente borrar sus huellas, tarde o temprano será descubierto y caerá sobre él todo el peso de la ley». Años más tarde sería Radio Barcelona la que lo emitiría en conexión con las emisoras filiales de la Cadena SER. Dirigida por el inolvidable Teófilo Martínez, contaba con Manolo Bermúdez como el Inspector y Agustín Ochoa como narrador. En sustitución de este último debutó como narrador en septiembre de 1956 el joven actor salmantino Carlos Revilla, que tenía entonces veintitrés años. Los protagonistas de aquella emisión, que seguía generando en el público una inquebrantable fidelidad, continúan en mi memoria, sus voces aún presentes e imborrables. Como otros detectives de la época, el Inspector era un personaje metódico, con un agudo sentido de la justicia y gran capacidad deductiva, características que lo convirtieron en un héroe dentro del género. El formato de la serie seguía el esquema clásico de una investigación policial, comenzando con la presentación del crimen y continuando con la búsqueda de pistas y la confrontación final con el culpable. El Inspector se enfrentaba a situaciones de alta tensión, y las tramas solían tener giros inesperados que mantenían a los oyentes intrigados hasta el final de cada episodio. Aunque no alcanzó el nivel de iconicidad de otros detectives de la literatura o el cine, fue muy influyente en la cultura radiofónica española, consolidando el gusto del público por el género de crimen y misterio a través de las ondas.

Paco Ruiz, astuto y cercano

Entre los años 1966 y 1972, y de martes a sábado, a las nueve y media de la mañana se emitía Paco Ruiz detective privado. Como careta de inicio, el sonido de un timbre telefónico, seguido de una voz que decía: «Paco Ruiz al aparato»; después sonaba la canción «Baby Elephant Walk», del compositor Henry Mancini, la cual formaba parte de la banda sonora de película Hatari, estrenada en 1962 en España. La serie narraba las andanzas de un detective privado, en la voz del actor Eduardo Lacueva, junto a su secretaria María Luisa, a la que daba voz Ángela María Romero Banet. Esta serie, al igual que otras del género, giraba en torno a las investigaciones de un detective privado español llamado Paco Ruiz, un personaje astuto y audaz que se enfrentaba a misterios complejos y peligrosos. Eso sí, a diferencia de otros detectives extranjeros de la época, Paco ofrecía una representación más local y cercana al público español, con tramas ambientadas en escenarios familiares para la audiencia. La radionovela era conocida por sus emocionantes giros argumentales y por las características propias de las historias de detectives: crimen, suspense y resolución ingeniosa de casos. Aunque no alcanzó la misma fama que personajes como Taxi Key o el Inspector, Paco Ruiz logró cautivar a una amplia audiencia gracias a su enfoque nacional y su estilo detectivesco más cercano, lo que lo convirtió en una figura destacada dentro del género policíaco de las radionovelas españolas.

Fig. 6. Adaptación a cómic de Paco Ruiz.

LAS HUELLAS DE LAS MUJERES

En las primeras décadas del siglo XX no era tan común relacionar a la mujer con el papel de investigadora privada, porque lo habitual era encontrarla como cliente o parte del equipo del detective. Sus papeles no daban título a obras de teatro, folletines o novelas, aunque siempre se la encontraba en los elencos de actores de diversas producciones. Gracias a eso, lograron alcanzar cierta popularidad, y hay varios ejemplos que lo evidencian.

En abril de 1916, se estrenó en el Salón Royalti de Madrid la obra de teatro El club de las señoritas detective. Otro ejemplo es la opereta cómica Las de los ojos en blanco, estrenada el 31 de octubre de 1934 en el Teatro Martín de Madrid. En una escena de esta última, unas señoritas detectives entonan la canción:

 

DETECTIVE 1.ª

Si sospecha una casada

que el marido le es infiel,

me suplica despechada

que descubra yo el pastel.

Que le cele y que le siga,

le vigile y que le diga,

si es que tiene alguna amiga

de postín...

Y yo entonces día y noche

le persigo a pie o en coche,

y al fin veo el trapicheo

del pillín.

 

TODAS

Señoritas detectives

que descubren la traición,

con nosotras se ha caído

el marido pirandón.

 

DETECTIVE 1.ª

Y sabemos ir detrás

y la pista no perder,

y advertirle al que se escurre

lo que puede suceder.

Tenga usted cuidado,

que se empieza a murmurar,

y se va a saber

y le va a pesar...

 

TODAS

Tenga usted cuidado

no se entere su mujer,

que ahora hay detectives

que le pueden ver.

Tenga usted cuidado,

que se empieza a murmurar...

 

También encontramos en nuestro acervo cultural, esta vez en papel, algunos libros que constituyeron éxitos del momento, como, por ejemplo, Simona y María o la mujer detective (1900), escrito por Xavier de Montépin, o el cómic Aventuras de Barton n.º 4: La mujer detective (1944), de Editorial Valenciana. Otra curiosidad con este contexto es el libro Candy: de modelo a detective (1978) de editorial Bruguera. En cines se estrenó la película Detective con faldas (1961) del director Ricardo Núñez, con Mary Santpere como la investigadora privada.

Por lo general, en cuanto a la representación de las mujeres en la ficción detectivesca, podemos agruparlas en cuatro categorías:

Detenernos en algunas representaciones artísticas puede resultar intrigante.

The girl detective, un hito en el cine mudo

Dirigida por James W. Horne, esta es la primera película con una mujer detective como protagonista. Estrenada en 1915, la actriz principal era Ruth Roland, originaria de San Francisco. La famosa del cine mudo también interpretó papeles en películas de misterio y detectives, como The Red Circle (1915), en la que encarnó a una joven en busca de justicia, y Ruth of the Rockies (1920), donde su personaje se enfrentaba a una serie de aventuras que incluían elementos detectivescos, como la búsqueda de criminales y la resolución de misterios. Entre 1909 y 1927, Roland apareció en más de doscientas películas.

Anna Katherine Green, pionera de la novela de detectives

Amelia Butterworth y Violet Strange son dos ingeniosas investigadoras privadas no profesionales creadas por Anna Katherine Green, conocida como la madre de la novela de detectives. Green era hija de un abogado penalista muy conocido en Nueva York, quien se reunía en su casa con otros abogados, comisarios de policía y profesionales del ámbito legal. Desde niña, se empapaba de todo lo que se decía en esas reuniones, lo que alimentó su imaginación. Fue pionera al dar importancia al escenario del crimen y dar protagonismo a la mujer como protagonista.

Su primer libro, El caso Leavenworth, fue publicado en 1878 y se convirtió en un auténtico superventas, vendiendo más de 500.000 ejemplares. La obra fue adaptada al cine en 1913, 1923 y 1936. La protagonista es Amelia Butterworth, una mujer madura y una detective aficionada, conocida por su curiosidad y agudeza mental, lo que le permite resolver misterios. Está considerada como una precursora de Miss Marple, el famoso personaje de Agatha Christie.

El otro personaje a tener en cuenta de la autora es Violet Strange, una joven detective amateur, descrita como ingeniosa, audaz y encantadora. Es la protagonista de una serie de relatos más cortos del año 1910: La pantufla dorada, La casa de los pinos susurrantes, La hija del médico, La carta misteriosa, El 30 de febrero y El caso de las cartas crípticas.

Nancy Drew, la joven independiente

Sin duda uno de los personajes más conocidos de la literatura detectivesca juvenil desde la década de los años treinta del siglo pasado. Creada por Edward Stratemeyer y escrita bajo el seudónimo de Carolyn Keene —aunque las primeras historias fueron redactadas por la escritora Mildred Wirt Benson—, Nancy Drew es una joven detective aficionada que apareció por primera vez en 1930 con el libro El secreto del viejo reloj, a lo largo del cual se convierte en investigadora privada principalmente por su curiosidad innata y su deseo de resolver misterios. Vive con su padre, Carson Drew, un abogado, del que ella aprendió desde joven al compartir con él situaciones legales y misteriosas. Su madre falleció cuando ella era muy pequeña.

Nancy tiene una personalidad intrépida, además de poseer inteligencia, valentía y habilidades excepcionales de observación. Era conocida por estas características, que la convirtieron en un ícono literario juvenil. A lo largo de los años, la protagonista fue evolucionando con las tendencias culturales de cada época, llegando a protagonizar más de 175 libros, apareciendo en cinco películas y en dos programas de televisión e inspirando videojuegos.

En España, Nancy Drew también fue muy popular en la década de los años treinta, cuando destacó gracias a la película dirigida en 1938 por William Clemens, Nancy Drew: Detective, con la actriz neoyorquina Bonita Granville en el papel protagonista y el actor inglés John Loder. El papel de Nancy fue interpretado por Granville en tres ocasiones más: Nancy Drew: Reportera (1939), Nancy Drew: Solucionadora de problemas (1939) y Nancy Drew y la escalera oculta (1939).

Miss Marple, la astuta detective diletante

Jane Marple, más conocida como Miss Marple, es la protagonista de más de trece novelas, así como de varios relatos cortos, escritos por la inglesa Agatha Christie, autora además de varios libros de misterio y creadora de personajes como Hércules Poirot. Con el paso de las décadas, Marple se ha convertido en uno de los personajes más icónicos de la literatura detectivesca. La conocemos por primera vez en Muerte en la Vicaría de 1930, novela que trata de una anciana soltera que vive en un ficticio e idílico pueblo del sur de Inglaterra, St. Mary Mead. A pesar de su apariencia inocente, posee una mente aguda y una perspicacia notable que le permiten resolver los crímenes más intrincados.

El personaje ha sido adaptado al menos en cinco ocasiones para el cine, las cuatro primeras dirigidas por George Pollock entre 1961 y 1964. Una de las últimas, titulada El espejo roto, fue dirigida por Guy Hamilton en 1980, con la actriz Angela Lansbury en el papel de Miss Jane Marple. Una curiosidad es que, años más tarde, la actriz sería protagonista de la exitosa serie de televisión Se ha escrito un crimen, que tuvo doce temporadas entre 1984 y 1996, interpretando el papel de Jessica Fletcher, quien no es detective profesional, sino autora de novelas de misterio de gran éxito y profesora de inglés y de criminología. Otra de las actrices más vinculadas al personaje es Margaret Rutherford, quien interpretó a Miss Marple en la década de los sesenta. Desde 1961, Miss Marple ha sido protagonista de más de diez series adaptadas para la televisión y el teatro.

LA HERENCIA DEL CINE Y LAS SERIES DE FICCIÓN

El cine y las series de televisión han sido los grandes impulsores de la figura del detective, si bien, como ocurre con el teatro y la literatura, nos encontramos con la dificultad de separar aquellas en las que su protagonista es un investigador privado que trabaja para clientes particulares o un policía que pertenece a un departamento concreto; también puede tratarse de un escritor. En cualquier caso, suele seguirse siempre la misma estructura: estén donde estén, incluso relajándose en un momento de ocio, se acaba cometiendo un asesinato; a partir de ahí, se dedican a investigar, a interrogar a los testigos, a examinar las pruebas y a visitar los lugares del suceso.

Son los casos de series como la ya comentada Colombo, protagonizada por Peter Falk. Aunque no se trataba de un detective privado, era admirable su capacidad para hacer preguntas aparentemente inocentes, realizar visitas inoportunas, su capacidad de observación y su inteligencia deductiva. Esta serie, que tuvo más de doce temporadas y más de setenta episodios, se emitió desde el año 1973 en España.

Los casos de Rockford fue una serie estadounidense emitida por la NBC entre 1974 y 1980, durante seis temporadas y con un total de 122 episodios. Tenía como protagonista a Jim Rockford, interpretado por el actor James Garner. Después de cumplir una condena de cinco años por un crimen que no había cometido, un antiguo estafador decide convertirse en detective privado, utilizando una caravana instalada en Malibú como su centro de operaciones e investigaciones.

Una de las series de mayor éxito fue la de Mannix, con ocho temporadas y 194 episodios, protagonizada por el actor Mike Connors en el papel del detective de Los Ángeles, Joe Mannix. En España se emitió desde 1968 hasta 1975 y se convirtió, los viernes por la noche, en todo un hit, además de en una de las más longevas, con siete años en antena. Uno de los autores de su cabecera musical era Lalo Schifrin, también autor de la banda sonora de Misión imposible.

Remington Steele fue una serie estadounidense de la NBC protagonizada por Laura Holt, interpretada por la actriz Stephanie Zimbalist, una detective dueña de su propia agencia de investigaciones. Laura sabe que casi nadie contratará los servicios de una agencia dirigida por una mujer, por lo que se inventa un jefe ficticio, Remington Steele. La agencia cosechará éxito, y acabará apareciendo un hombre que se hará pasar por ese tal Remington, un papel que interpretó Pierce Brosnan. La serie tuvo cinco temporadas y noventa y cuatro episodios, y se emitió entre 1981 y 1987.

Spenser, detective privado fue una serie de televisión que constó de tres temporadas y sesenta y seis episodios, adaptación de las novelas de Robert B. Parker. Emitida por la ABC desde 1985 hasta 1988, su protagonista, Spenser (Robert Urich), es un exboxeador y expolicía de Boston que se gana la vida como detective privado. Vive con su novia Susan (Barbara Stock), y para resolver los casos cuenta con la ayuda de uno de sus mejores amigos, Hawk, un hombre afroamericano (Avery Brooks) que vive al margen de la ley. Como hemos podido comprobar, el juego entre lo legal y lo ilegal, los límites y el hasta dónde se puede llegar para resolver un asesinato son parte del atractivo que encuentran los espectadores en el género.

A finales de la década de los años sesenta encontramos Ironside, sobre un jefe de detectives de San Francisco que es tiroteado por un desconocido mientras disfruta de unas vacaciones (de nuevo, el crimen acecha el ocio, una estrategia climática de los guiones). Consigue salvar la vida, pero al quedar en silla de ruedas en un acto de servicio se convierte en asesor externo de la policía. Se emitió en España hasta 1972.

La serie Luz de luna, de la ABC, emitida entre 1985 y 1989, estuvo protagonizada por Bruce Willis y Cybill Shepherd en el papel de detectives privados. Era una mezcla de drama, comedia y romance.

Germán Areta, el Piojo

¿Y quién no conoce al detective privado que se desenvuelve en la Madrid de los años ochenta? Inspirado en los detectives clásicos del género noir, como Sam Spade o Philip Marlowe, Germán Areta fue creado por el cineasta José Luis Garci y protagonizó la trilogía de películas El crack (1981), El crack II (1983) y Elcrack cero (2019), una precuela. Muy apreciada por los aficionados al género del cine negro, es una saga conocida por su atmósfera, ritmo, narrativa y música; además, realiza varias referencias culturales a la sociedad estadounidense. Areta, apodado «el Piojo» , es un jubilado de la policía que se pasa a la actividad privada con su propio despacho, Investigaciones Areta, en las cercanías de la calle Gran Vía. Es un hombre de carácter duro, sobrio y cínico, marcado por una visión desencantada del mundo. Su experiencia como policía le ha dejado secuelas,tanto físicas como emocionales. Es un personaje que lucha contra la corrupción, los bajos fondos y el lado oscuro de la sociedad, y sus casos suelen estar vinculados a temas de gran complejidad moral. A diferencia de otros detectives literarios o cinematográficos, Areta es un hombre solitario y lacónico, que se enfrenta a sus casos con determinación, pero con un fuerte sentido ético. Las películas en las que aparece están impregnadas de un tono sombrío y nostálgico, reflejando tanto la decadencia personal del protagonista como la de la sociedad que lo rodea.

En este sentido, el cine español ha abordado la figura del detective privado desde una perspectiva más realista y cercana a la vida cotidiana, a menudo alejándose de los estereotipos glamurosos del género noir anglosajón. Las producciones nacionales han tendido a explorar no solo las investigaciones, sino también las implicaciones personales y sociales del trabajo detectivesco, reflejando la complejidad de la profesión en el contexto real. Un ejemplo emblemático de este enfoque es Mataharis (2007), dirigida por Icíar Bollaín. Sus protagonistas son tres mujeres detectives que trabajan en la agencia Valbuena, en Madrid: Carmen, Inés y Eva. Carmen, interpretada por Nuria González, la más experimentada de las tres, se encarga de una investigación sobre una infidelidad. Inés, interpretada por María Vázquez, debe infiltrarse entre los empleados de una multinacional para descubrir un conflicto laboral. Por su parte, Eva, interpretada por Najwa Nimri, acaba de reincorporarse a la agencia tras una baja maternal y trata de equilibrar su vida familiar con las exigencias del trabajo. En 2009, durante la cena de gala del Congreso de Detectives celebrado en Benidorm, en colaboración con la Asociación Profesional de Detectives Privados de España y los colegios profesionales de Cataluña, Valencia y Galicia, a Icíar Bollaín se le otorgó el premio Vélez Troya por la difusión de la profesión a través de esta película. La distinción fue recogida por la guionista de la película, Tatiana Rodríguez, y por la hermana de la directora, que interpretó a una detective en la cinta. Otra película a tener en cuenta es Los renglones torcidos de Dios (2022), dirigida por Oriol Paulo y protagonizada, entre otros, por Bárbara Lennie y Eduard Fernández. La trama se centra en Alice, una investigadora privada que se hace pasar por una paciente paranoica al ingresar en un hospital psiquiátrico, con el objetivo de recabar pruebas en un caso relacionado con la muerte sospechosa de un interno. Esta película es una adaptación de la novela homónima de Torcuato Luca de Tena, publicada en 1979.

A lo largo de este recorrido por la ficción detectivesca, hemos visto cómo la figura del detective ha sido moldeada y engrandecida por la literatura, el cine y el teatro, creando un imaginario colectivo que ha perdurado a lo largo del tiempo. Sin embargo, la representación de los detectives en la vida real también ha dejado su huella, no solo en la práctica profesional, sino en la forma en que estos se han proyectado a través de iconografía y el branding. Desde los primeros logotipos de las agencias de detectives hasta los símbolos más reconocibles, como el emblemático ojo vigilante o la figura del hombre enmascarado, veremos a continuación cómo la profesión ha sido cuidadosamente representada en marcas y diseños visuales que refuerzan su identidad y misión.

ICONOGRAFÍA: HISTORIA DEL OJO, LA LLAVE, LA PIPA Y EL ENMASCARADO

El siglo XIX fue la época del despegue de las primeras agencias publicitarias, y en la que, por ende, empezaron a diseñarse los primeros logotipos con vocación comercial. Todo tipo de marcas comenzaron entonces a usar este tipo de distintivos para ser reconocidas, y las agencias de investigación no iban a ser menos. Entre ellas, la de Allan Pinkerton, pionera en tantas otras cosas, diseñó un logo que ha resistido el paso del tiempo. Se trata de una imagen que nos mira, vigilante, rodeada por el nombre de la empresa, Pinkerton’s National Detective Agency, dos palabras arriba y dos abajo, ampliando el contorno del ojo. Y, por si quedaba alguna duda, el lema We never sleep, que comentamos al principio.

La elección de un ojo como imagen no es casual, como tampoco es una simple coincidencia su gran parecido con el ojo de Horus, símbolo en el Antiguo Egipto de protección y poder. Si comparamos ambas imágenes, comprobamos rápidamente su similitud: son dos ojos izquierdos, estilizados, rasgados, con marcados trazos que dibujan los párpados y las cejas. Esto se debe a que el ojo ha formado parte de la iconografía que ha acompañado a creencias y religiones a lo largo de la historia.

Fig. 7. El ojo original de la historia de los detectives privados.

Sin ir más lejos, en el cristianismo, el ojo que todo lo ve representa a Dios y suele situarse dentro o en la parte superior de un triángulo. El símbolo de la mano de Dios —Hamsa o mano de Miriam en el judaísmo, mano de Fátima para los musulmanes— suele representarse con un ojo en su interior. También contamos con el ojo de Shiva en el hinduismo y el ojo de Buda en el budismo. En la Antigüedad, el ojo de los sumerios lo adoptaron los fenicios para sus embarcaciones, y hoy podemos verlo en las barcas de jábega, que todavía quedan en ciertos puntos del Mediterráneo, como amuleto de protección en el mar (de nuevo, la protección).

El ojo luce en los billetes de dólar, en la parte superior de la pirámide, y forma parte de la iconografía que acompaña a la masonería, sociedad a la que pertenecía el propio Allan Pinkerton y su primer socio, el abogado de Chicago Edward Rucker, con quien fundó la North-Western Police Agency, que más tarde sería la Pinkerton Agency. También formó parte de la masonería Abraham Lincoln, con el que Pinkerton tuvo una estrecha relación, ya que el presidente le encomendó su seguridad personal.

Fig. 8. Cabecera de la publicación francesa L’Oeil de la police.

El sector de la seguridad, desde sus primeras representaciones gráficas, ha hecho del ojo una imagen metafórica de los valores y sensaciones que quería transmitir como propios. Fue utilizado para simbolizar la observación, el orden y la protección por revistas policíacas francesas como L’Oeil de la police (1908-1914) y Le Crapouillot. Les mystères de la Police secrète (1936). También aparece en revistas españolas como El Detective de Cataluña (1915). En nuestro país, de hecho, uno de los investigadores que usó el logotipo del ojo fue Ramón Julibert, en su agencia barcelonesa L’Humanité, en la década de 1910; los documentos corporativos lo incluían en la parte superior, junto al nombre de la agencia. La metáfora se plasma en el lenguaje, con la denominación en países anglosajones de «Private Eye» para referirse a los investigadores privados.

Eugène Villiod dirigió una de las grandes agencias europeas de detectives privados, un hito inmenso que fue simbolizado en su famoso cartel: un personaje vestido con capa larga y que lleva una gran llave —metáfora de las puertas que un detective abre con su información— cubre su rostro con un antifaz, el cual simboliza la discreción necesaria, y usa guantes, por la sutileza propia del oficio. Fue el segundo símbolo en importancia de los detectives privados de todo el mundo. El diseño, sin duda, guarda cierto parecido con el personaje Fantomas.

Fig. 9. Una de las versiones españolas del «ojo que todo lo ve».

La imagen del hombre con la llave sería utilizada por Villiod en todos sus anuncios publicitarios durante más de una década. Además, otros detectives franceses, como Cabinet Victor, y la revista Le Canard Enchaîné usaron también personajes enmascarados en sus marcas. Se trataba de una imagen tan icónica en Francia que fue utilizada para ilustrar la portada del libro anónimo Mémoires de Villiod, détective privé (1921) y las obras Raffles et l’homme à la clef (1945) de Barry Perow; Oeuvres complètes de Léo Malet: Tome 3, Dernières enquêtes de Nestor Burma, escritas por Léo Malet y publicadas en 1987, e Historie des détectives privés en France (1832-1942), una completa historia de los detectives privados galos escrita por Dominique Kalifa en 2007. Sirvió también como base para la portada del libro Detectivismo práctico (1925), de Enrique Cazeneuve, cuya ilustración fue realizada por Gregorio Vicente.

Años antes del enmascarado de Villiod, habían surgido otros símbolos ligados, en principio, a la figura de Sherlock Holmes: la pipa curva, el sombrero deerstalker o gorra de cazador y el abrigo Ulster. Algunos de estos iconos ni siquiera formaron parte del retrato inicial escrito por Arthur Conan Doyle, sino que los fue adquiriendo con el tiempo. El deerstalker, por ejemplo, vistió la cabeza del detective por primera vez en 1891, gracias a la aportación de Sidney Paget, que ilustró las historias de Holmes para la revista The Strand Magazine.

Curiosamente, la creatividad de Paget imaginó la pipa de Sherlock como un elemento más bien discreto, de forma recta, que sobresalía perpendicularmente de su boca. Entonces, ¿cuál fue el origen de la pipa curva que tenemos en mente cuando pensamos en él? A finales del siglo XIX y principios del XX, las historias de Sherlock Holmes eran tan populares que se llevaron a escena en montajes teatrales a ambas orillas del Atlántico. Uno de los primeros actores en encarnar al detective fue William Gillette, de quien se escribe que interpretó el papel en más de mil ocasiones. Gillette basó su caracterización, precisamente, en las ilustraciones de Paget. En sus primeras actuaciones, el artista utilizaba una pipa con una cánula horizontal; sin embargo, pronto se dio cuenta de que, cada vez que fumaba, sus manos tapaban su propia cara, por lo que el público no podía ver con claridad sus gestos. Gillette dio con una solución sencilla: en lugar de utilizar una pipa horizontal, acorde con la imaginería del ilustrador, la sustituyó por una cuya cánula se curvaba, lo que le permitía sostenerla por debajo del mentón.

Sin embargo, como mencioné anteriormente, esta imagen dista mucho de la realidad. La percepción que la mayoría tiene sobre la profesión se encuentra profundamente influenciada por la larga tradición de ficción detectivesca que he tratado de resumir en las páginas precedentes. Mientras que muchos de los inspectores privados más célebres en la ficción operan en los márgenes de la ley, en el mundo real los detectives son profesionales cuyo trabajo está estrictamente regulado por la legislación. Lejos del glamur y las intrigas que envuelven a sus contrapartes ficticias, la vida de los detectives de carne y hueso es mucho más sobria, dedicada a tareas más mundanas, pero igualmente importantes.