NOTA HISTÓRICA

En 1788, una flota de once navíos ingleses desembarcó en una orilla a unos dieciséis mil kilómetros de Inglaterra. Los barcos estaban ocupados por condenados que el sobrepasado sistema de cárceles inglés ya no podía aceptar. Una minoría significativa procedía de Irlanda, que durante siglos se había encontrado bajo el poder colonial de Inglaterra. Exiliados de sus hogares, los condenados empezaron a trabajar para crear una colonia penal llamada Nueva Gales del Sur. A lo largo de los ochenta años siguientes, las autoridades inglesas transportaron miles de condenados a esa penitenciaría y a las colonias cercanas de la tierra de Van Diemen, Brisbane y la Colonia del Río Swan —por aquel entonces, ese era el nombre que recibían—. En 1901, esas y otras colonias del entorno se unieron para formar Australia.

Los primeros australianos, los pueblos aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres, habían prosperado en su tierra durante siglos antes de la llegada de esos barcos. Se estima que antes de 1788 en Australia se hablaban cerca de 250 idiomas, el reflejo de naciones diferentes con culturas distintas. Les arrebataron su hogar. Muchos de ellos perdieron la vida a consecuencia de la violencia colonial y de las enfermedades importadas. A partir de 1788, los pueblos aborígenes sufrieron las políticas racistas que les exigían «integrarse» en la sociedad blanca australiana, un intento por quitarles no solo la tierra, sino también el idioma y la cultura. Hoy en día se siguen sintiendo los efectos de aquello.

Se trata de un legado doloroso que no me pertenece ni desde el punto de vista narrativo. Tampoco soy nadie para escribir sobre la voluntad imperecedera de los pueblos aborígenes y su conservación de los idiomas y la cultura, así como sobre su conexión con el país. Os animo a ir en busca de sus historias. El Instituto Australiano de Aborígenes y los Estudios sobre los Isleños del Estrecho de Torres, accesibles en la web www.aiatsis.gov.au, son un buen punto de partida.