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6 DE MAYO DE 1890
DIARIO DE LUCY WESTENRA
Mi madre ha estado en mi habitación. Le he dejado pequeñas trampas por todas partes, trucos que me permiten saber dónde ha estado rebuscando con sus zarpas y esa mirada mordaz. Pero no ha encontrado mi diario. Mi queridísima madre, cuyo amor es como un cuchillo afilado que me rebana en partes más pequeñas hasta que tengo exactamente la forma que más le place.
Aunque esta forma en la que me ha rebanado parece complacer a más personas. El doctor Seward ha vuelto a venir. ¿Por qué hace visitas a domicilio para mi madre? No tendría que estar cuidando de una mujer aprensiva que cree que cada vez que tose o moquea tiene la peste. Ojalá la metiese en su maletín negro lleno de botellas y viales para llevársela a su manicomio. Allí podría quejarse todo el día y hacer que el doctor estuviese pendiente de ella en lugar de estarlo yo. Pero al tipo le encanta quedarse a tomar el té después de escuchar sus confesiones y la lista interminable de dolencias. Y todo mientras no deja de observarme desde detrás de esas gafas con más minuciosidad que con la que le toma el pulso a mi madre.
A veces le sonrío con la serenidad con la que creo que lo haría una santa. Lo que no sabe es que soy santa Juana de Arco a la espera de hacerme con una espada y obligar a toda Inglaterra a que se arrodille ante mí.
Pero eso no es más que una ilusión. No podría blandir una espada, igual que el doctor Seward no puede hacer que una joven se ruborice. Pero, como me ha enseñado mi madre, si alguien te da miedo, lo mejor es conseguir que se enamore de ti. Entonces lo tendrás bajo tu control.
No obstante, el amor de mi madre es el claro ejemplo de que algo así no tiene nada de cierto, ya que es evidente que yo no la controlo. Ahora, no pienso granjearme un enemigo, por lo que espero que el doctor Seward se canse antes de las quejas de mi madre que de mi rostro. Ha prometido volver la semana que viene y traer a un amigo suyo de Estados Unidos y yo he fingido estar emocionada al oírlo. Me da igual el doctor Seward… ¿por qué no iba a darme igual también su amigo?
Pero ¡oh! Hoy vendrá mi ser amado y creo que voy a morir a causa de todo el amor que albergo en mi interior, de la emoción y la esperanza y los sueños absurdos que siempre me abruman cuando sé lo que está a punto de llegar en el tren. Un alivio. Alguien que se preocupa por mí. Alguien a quien le importo. Alguien que solo quiere mi felicidad.
¡Mi gozo en un pozo! Adiós a mi esperanza. Arthur Holmwood y su bigote color carne es quien va a venir en su lugar. Esta tarde ha enviado una tarjeta para avisarnos. Siempre me olvido de que existe hasta que se esfuerza por recordármelo.
Se hizo con mi guante en la ópera la semana pasada y ha dado por hecho que también se ha apoderado de mi corazón. ¡Como si fuese tan fácil! Tengo muchos guantes. De hecho, podría perder uno al día durante un mes entero y no me faltarían guantes. Y también podría perder la misma cantidad de hombres cansinos que me han hecho lo mismo y nunca volvería a pensar en ellos.
Un día desperdiciado. He estado de mal humor, pero lo peor es tener que ocultarlo. Me da la impresión de que me voy a volver loca por fingir ser feliz, momento que mi madre aprovechará para enviarme al manicomio del doctor Seward para que este pueda analizarme como le plazca. Algo me dice que eso le gustaría mucho al doctor. Puede que esa sea la razón por la que no deja de venir, que espera a que me rompa para empezar a examinar cada uno de mis pedazos.
Hablando de tormentos. Arthur Holmwood y esa horrible oruga que tiene sobre el labio ya están por aquí. Tengo que ocultar mi diario igual que oculto mis verdaderos sentimientos. ¡Sonríe, Lucy! Ha llegado la hora de fingir.