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BOSTON, 25 DE SEPTIEMBRE DE 2024
TRANSCRIPCIÓN DE UNA CLIENTA
No hay manera elegante ni fácil de cortarle la cabeza a una persona.
Es un proceso tedioso y repugnante. Capas de piel y de tendones, así como la garganta, que no son más que obstáculos menores. Luego está la columna. Arthur había tenido que cambiar de herramientas en ese momento mientras una pátina de sudor, fruto del pánico, se le derramaba por el rostro como si de lágrimas se tratara.
Pero no lloraba.
Cuando al fin terminó de arrancarle la cabeza a Paloma, al menos tuvo la decencia de salir y quedarse un rato vomitando en el exterior. El holandés anciano y pervertido metió cabezas de ajo en la boca de Paloma y luego le dio unas palmaditas en la mano y suspiró, como si se arrepintiese. Todo sin dejar de mirarle los pechos, mutilados ahora por la puñalada.
Temblé, oculta en la oscuridad. Si Cuerva no los hubiese engañado, podrían haberse esforzado de igual manera para arrancarme la cabeza a mí. Ya había muerto una vez y era algo que no quería repetir. Quería existir. Quería ser real.
Los hombres, que habían quedado satisfechos con aquella obra sagrada, abandonaron el mausoleo. Me quedé sentada en el suelo llorando por la pobre Paloma. Después oí cómo ellos empezaban a gritar en el exterior. No me pude resistir, enfadada por lo que habían hecho, y los seguí.
Descubrí qué era lo que Paloma había soltado, aquel pequeño fardo que llevaba pegado al pecho. Era un bebé. El holandés anciano lo recogió y yo los seguí a una distancia prudencial. No miraron hacia atrás ni una vez. ¡Hombres! Ellos no están en peligro simplemente por existir.
Quería saber si el niño estaba vivo o no. Me parecía una información muy importante. Todo el tiempo que había pasado refugiándose en el mausoleo, Paloma había estado dando caza a niños. Sentí mi alma aceitosa y mancillada. Imagina mi sorpresa cuando los hombres se limitaron a dejar al niño en la acera junto al cementerio.
El sol había empezado a salir. Me dio igual, a pesar de las advertencias de Cuerva. Me agaché junto al crío. Estaba pálido y parecía ser presa de un sueño antinatural, pero respiraba. Estaba claro que esos hombres valientes e incondicionales no querían responder a las preguntas que suscitaría su aparición en un hospital con un niño en ese estado. Lo agarré con cuidado, con intención de darle algo de calor.
La luz del sol era incómoda pero soportable. Cuerva me había hecho imaginar que sería mortal, pero, solo me ralentizaba un poco y me hacía sentir vulnerable y débil. No fue algo que me afectase demasiado, ya que era como me había sentido en vida. Pero, ahora que sabía lo que era el poder, sí que se me antojó un contraste mucho mayor.
Encontré una panadería y entré en el local. Hacía calor y oía a los panaderos al fondo. El niño estaría a salvo allí. Lo dejé con cuidado en el suelo, donde era imposible que no lo viesen. Ojalá pudiese haber hecho más, pero estaba vivo y Paloma había desaparecido para siempre. Aquello tendría que ser suficiente.
No me podía creer lo que acababa de hacer Paloma. Sigo sin creérmelo. Tienes que saber que matar niños es tabú incluso entre los vampiros. Es desagradable, tanto literalmente como en sentido figurado. Al igual que el vino, la sangre sabe mucho mejor cuanto más tiempo se deja reposar.
Tengo una teoría sobre el vampirismo a la que he llegado después de conocer a muchos de los nuestros. Lo que llevamos en nuestros corazones en el momento de nuestra muerte es algo que no cambia. Nunca nos abandona. No solo preservamos nuestro cuerpo, sino también nuestra alma y nuestra mente. Como si se quedasen congeladas en el tiempo.
—¿Cómo es posible que hiciese algo así? —pregunté a Cuerva unas noches después. Estaba sentada sobre el mausoleo y contemplaba el cementerio, ese que me había parecido infinito, llamativo y cargado de nuevas experiencias. Ahora se me antojaba un lugar pequeño, triste y sin vida.
—Nunca le llegué a preguntar —respondió ella, que arrugó la nariz a causa del desagrado—. Nuestro marido no le prestaba demasiada atención a la dieta que llevábamos, por lo que nunca fue un problema. Pero siempre supe que era un poco rara. Cuando se unió a nosotros, había perdido un hijo y estaba un poco loca.
Paloma había muerto en el momento álgido de su desesperación como madre. No podía dejar de preguntarme si aquello era lo que había cristalizado en su interior. Si esa sensación había quedado congelada dentro de ella y lo único que era capaz de hacer era infligir daño a los demás. Si se veía obligada a provocar el mismo trauma, la misma pérdida, a todas las madres que fuese capaz. Una manera retorcida de identificarse con ellas para superar su aflicción.
Cuerva ya lo había superado, a pesar de que llevaban más de un siglo juntas.
—Nunca entenderé por qué la elegimos. Pero tú le gustarás. Conseguirás mantener su interés. Eres mucho más guapa. ¡Seremos muy felices juntos cuando vuelva a estar con nosotras! —Había cierta desesperación en su voz mientras examinaba la linde del cementerio.
Yo también buscaba a alguien. Mis cuatro supuestos asesinos nunca habían regresado para conmemorar o lamentar mi muerte. Ni una sola vez. Pero tampoco es que los estuviese esperando. Mi prometido, el doctor, el vaquero y el holandés anciano ya no me servían para nada.
¡Parece el principio de un chiste! Un noble, un doctor, un vaquero y un holandés anciano y pervertido entran en un mausoleo… «Eh, tenéis que respetar la cola», dice el segurata vampiro.
«Solo íbamos a asomar la cabeza por la puerta», responde mi prometido.
¿Lo captas? ¡La cabeza! Vale, no es mi mejor chiste. El otro que se me había ocurrido era muy guarro y tampoco quería asustarte. Veo que aún sigues molesta por lo de Paloma.
Sea como fuere, la eficiencia implacable de esos cuatro hombres a la hora de acabar con lo que creían que era mi vida después de la muerte me había dejado muy tocada. Cuerva tenía razón: nunca iba a volver a casa. Ya no tenía hogar. No había nadie capaz de considerarme un milagro, sino que a partir de ahora no sería más que una abominación para todo el mundo. Al menos para los hombres. Y no sabía cómo encontrar a Mina. Deambulaba por Londres día y noche por los caminos que solía recorrer en vida, aunque ahora nada tenía el mismo aspecto con mis nuevos ojos. Terminé por encontrar el piso donde vivía ella. Estaba vacío. Me había olvidado de que ahora estaba casada.
Pero también recordé otra cosa en ese momento, mientras recorría las calles en busca de Mina. Recordé la razón de mi muerte.
Tenía que encontrar a Drácula desesperadamente. Asegurarme de que mi muerte había servido para algo y había ocupado el lugar de Mina para que ella se salvase. Tenía que encontrar a Mina o a Drácula y, por alguna razón, Drácula me parecía menos amenazador. Ya sabía lo que era y él también sabía lo que era yo porque era quien me había transformado.
Pero ¿qué iba a hacer si encontraba a Mina y me rechazaba, si se alejaba de mí, se asustaba o intentaba acabar conmigo? Eso me habría destrozado. Habría hecho añicos para siempre mi cristalizado corazón.
Mina y Drácula. Drácula y Mina. En cierta manera, eran los polos opuestos de mi existencia. El eje sobre el que yo no dejaba de rotar. Mi vida y mi muerte. Y yo ahí en medio, sin dejar de girar para no llegar a ninguna parte.
También quería encontrar a Drácula por otra razón. Tenía muchas preguntas que no era capaz de articular siquiera. A veces sentía como si yo misma fuese una pregunta corpórea que se hubiese abalanzado de lleno a un universo insensible.
Parecía inevitable que él viniese a por mí. Drácula me había convertido en esto con un propósito en mente. Tenía que tener una razón y yo quería descubrirla. La pregunta no dejaba de bullir en mi interior, casi con tanta intensidad como mis ansias por encontrar a Mina.
—¿Dónde está? —pregunté a Cuerva—. Tengo que hablar con él.
Ella bufó, molesta. Lo necesitaba tanto como yo o más.
Ahora creo que en realidad nunca la había invitado a acompañarlo a Londres. Creo que pretendía abandonarlas a ella y al resto de las novias para siempre en su castillo de Transilvania. Era ella quien lo había seguido, porque sin él… ¿quién era en realidad?
Entendía muy bien a Cuerva. Era el primer espejo en el que mirarme en aquel mundo donde los espejos ya no reflejaban la criatura en la que me había convertido.
Pero no podía seguir esperando allí. Se estaba cansando de mí casi tan rápido como yo de ella y yo no iba a poder descansar mientras Mina estuviese ahí fuera. Al menos hasta asegurarme de que estaba a salvo de verdad. Por desgracia, se lo conté a Cuerva.
—Por favor, tengo que asegurarme de que Drácula no le hace daño a mi amiga. Y tengo que hablar con él para llegar a comprenderme a mí misma.
Cuerva, siempre muy astuta y una esposa muy fiel, pergeñó otro de sus juegos. En esta ocasión, yo iba a ser la víctima, aunque no me daría cuenta hasta encontrarme al otro lado del mundo.