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BOSTON, 25 DE SEPTIEMBRE DE 2024
TRANSCRIPCIÓN DE UNA CLIENTA
Ahí estaba yo, ofreciéndome a los cuatro hombres que siempre me habían ansiado. La rabia y el pavor se reflejaban en sus rostros. Ganó la rabia. Alzaron crucifijos para intentar desterrarme, pero también para condenarme.
La parte más humillante de su rechazo era que en realidad yo no quería a ninguno de ellos. No de esa manera. Solo estaba confusa, tenía frío y muchísima sed. Y Arthur me había recordado mi nombre. Ya era más de lo que había hecho cualquiera de las novias y le estaba muy agradecida por ello. Aún lo estoy.
Dejé que me afectara la situación. No fue por las cruces, sino por las miradas que me dedicaron. ¿De verdad era tan aterradora? Me retiré a mi mausoleo e intenté recordar cómo me habían mirado antes. Pronuncié mi nombre en voz alta, me lo puse como si fuese un vestido, pero no me quedaba igual que antes. Era como si hubiese crecido y encogido al mismo tiempo.
Cuerva apareció junto a mí y tiró para acercarme a ella.
—Por eso nunca podrás volver a casa. —Me acarició con esa intimidad física que había ansiado desde mucho antes de despertar en este lugar tan oscuro—. Ahora creen que eres un monstruo. Te matarán.
Puede que tuviese razón. Era algo que no había pensado hasta ese momento porque me había dejado llevar por el hambre y las nuevas sensaciones. El alivio de clavar los dientes en un cuello; el estallido de sentimientos que me provocaban los dedos o la lengua de Cuerva; la manera en la que olía, veía y sentía la noche que me rodeaba. Hasta aquel momento, me había sumido por completo en mis sensaciones, pero ahora me había visto obligada a pensar. A lo largo de todo el día siguiente, mientras el sol hacía su recorrido implacable por el cielo, pensé en las cosas que había estado haciendo con Cuerva y Paloma.
No en el sexo. No me sentía culpable por eso y sigo sin sentirme así. Sino en los asesinatos. ¿Es asesinato cuando un lobo le clava los dientes a un conejo? ¿Cuando un halcón agarra un ratón? ¿Dónde se pone la línea entre el asesinato y la supervivencia?
No lo sabía entonces. Y sigo sin saberlo. Tengo líneas que no pienso cruzar. Muchos las tenemos. Pero no todos, como bien descubrirás.
La simplicidad de mi nacimiento había desaparecido. Ahora todo me parecía mal, bien y ninguna de las dos cosas al mismo tiempo. No quería seguir siendo una novia junto a Cuerva y Paloma. Ya no tenían poder sobre mí. Necesitaba que otra persona me dijese qué hacer y sabía exactamente quién. Al recordar mi nombre, había recordado otro: Mina.
A Mina siempre se le había dado bien cuidar de mí. Sabía que si la encontraba me dejaría muy claro que convertirme en una criatura inmortal de la noche no era propio de una joven de mi estatus social. Chasquearía la lengua para dejarme claro lo imbécil que había sido y luego me ayudaría a ir por el buen camino. En ese momento, creí de verdad que ella sería capaz de solucionar todos mis problemas. Tan pronto como se pusiese el sol, partiría en su busca.
—Para —dijo Cuerva. Me agarró por la muñeca con dedos fuertes. Había empezado a desvanecerme en un haz de luz de luna. Solía recordarme a menudo que mantuviese mi forma humana.
Ah. Eso requiere una explicación. El sol nos ata a lo que somos cuando sale; por eso no podemos cambiar de forma en ese momento. Es muy importante tener un cuerpo cuando llegue el amanecer. El hecho de poder convertirnos en luz de luna o en niebla está muy bien, pero cabe la posibilidad de quedarnos así si en ese momento los brutales rayos del sol se proyectan sobre nosotros. Una vez perdí meses enteros porque me olvidé de cambiar a tiempo y me disipó la luz del sol.
También podemos convertirnos en animales. He sido un zorro y un ave y una polilla, pero no me gustan las formas animales. Prefiero la luz de luna, porque no es real. No es más que un reflejo tenue de otra luz.
Cuerva no comprendía por qué a veces me gustaba convertirme en algo tan ajeno. La mayoría de los vampiros a los que he conocido odian abandonar su forma humana, temerosos de quedarse así para siempre o atrapados. Pero este cuerpo mío siempre ha sido una bendición y una maldición al mismo tiempo. Me gusta tener la posibilidad de abandonarlo a voluntad. A pesar de los riesgos.
Se pueden hacer muchas cosas cuando eres vampira si no tienes miedo de las consecuencias. Por ejemplo, los vampiros tienen mucho miedo al agua. Nos volvemos más densos a cada año que pasa, como si el tiempo nos comprimiera más y más. Como el carbón que se convierte en diamante. Eso quiere decir que nos hundimos. Muy rápido. Debajo del agua no hay tierra consagrada ni calor que robar o pedir prestado, por lo que nos volvemos débiles. Nos quedamos atrapados para siempre, sin la esperanza de una muerte liberadora. Es un infierno para nosotros.
Yo siempre paso por encima del agua. Y, si me hundo, pues que así sea. Es probable que me lo merezca, pero aún no me ha ocurrido nada.
Ah, Vanessa. Tu expresión me dice que quieres una explicación racional para todo esto que te estoy contando. ¿Por qué el sol nos ata a nuestra forma? ¿Cómo es que podemos transformarnos en luz de luna? ¿Cómo puedo moverme, pensar y sentir sin estar viva en realidad?
Pero yo te haré otra pregunta: ¿sueñas? ¿Por qué miras el océano y te asombras? ¿Qué es el amor y por qué es muy parecido al miedo? Puede que todas esas cosas tengan una explicación, pero ¿necesitas razonarlas? ¿Te ayudaría eso a sentirlas?
No intentes encontrarle sentido a lo que soy. Nunca lo harás. Igual que yo nunca lo he hecho.
Volvamos a mi historia. En el cementerio donde habían enterrado mi primera vida, Cuerva no me había soltado la muñeca.
—Quiero jugar a algo —dijo—. Me lo debes, ¿no crees? Por darte la bienvenida a este mundo. Por cuidarte como lo he hecho.
Ya he confesado dos asesinatos, pero es muy importante para mí dejar claras dos cosas.
La primera es que no tenía ni idea de cuáles podían ser las consecuencias del juego de Cuerva. Aún no la comprendía. Ahora sí lo hago y esa es la razón por la que la dejé con vida la última vez que la vi. Se merece el tormento mucho más que la muerte.
La segunda es que nunca supe lo que hacía Paloma todas las noches cuando nos abandonaba entre canturreos y animada. No tenía ni la más remota idea.
Paloma no se había marchado en aquel momento, pero tenía en el gesto esa mirada distante y vacía que indicaba que estaba a punto de hacerlo.
—¿No es muy guapa nuestra nueva hermana? —preguntó Cuerva a Paloma sin dejar de acariciarme el pelo—. Ahora Lucy le gusta mucho más a Drácula. Y creo que tú le gustarías más si te parecieses más a Lucy. Creo que le gustarías más a todo el mundo si te parecieses más a Lucy.
Paloma me dedicó una mirada inexpresiva. Faltaba algo detrás de sus ojos. Si es posible ver el alma de alguien, Paloma carecía de ella. Mientras la miraba, su pelo pasó de un blanco nuboso a un dorado oscuro y sedoso. Sus rasgos también cambiaron sutilmente hasta que terminó por convertirse en alguien que bien podría haber sido mi hermana. Después se dirigió hacia la oscuridad mientras canturreaba una nana.
Las carcajadas de Cuerva resonaron ásperas, como la lengua de un gato contra mi piel, y me dejé llevar fuera del cementerio. ¿Sería otra de esas noches de caza y sexo? Pero, cuando se acercaba la hora de ir a descansar, en lugar de volver al mausoleo, Cuerva me retuvo.
—Mira —dijo mientras nos acercaba a la sombra de un árbol muy alto—. El juego, ¿recuerdas? Ya casi ha terminado.
Me había olvidado de su juego porque no me interesaba. Pero algo me llamó la atención. Los hombres de la noche anterior, mi prometido, el doctor, el vaquero y el anciano holandés, se acercaban a toda prisa y con paso firme a mi mausoleo para luego colocarse y bloquear la entrada.
No se dieron cuenta de que los estábamos viendo. Se me escapó un gruñido grave, momento en el que Cuerva empezó a acariciarme el pelo para que me relajase.
—Mira —susurró—. Nuestra hermana ha vuelto.
Paloma llegó entre bailoteos y se dirigió hacia donde se encontraban ellos, con algo aferrado al pecho. Tenía más o menos la mitad de su tamaño, un fardo envuelto en una manta. Antes de que pudiese ver lo que era, Cuerva me giró la cabeza y me dio un beso. Estaba temblando de la emoción y nunca la había visto tan contenta. Sentí su sonrisa contra mis labios. Yo también quería estar contenta, pero no sabía qué era lo que se suponía que tenía que alegrarnos.
—Un momento —susurró Cuerva—. Esto va a ser divino. La broma más perfecta.
Paloma se detuvo frente a los hombres, confundida. Aún se parecía mucho a mí, como si fuese mi hermana. Después soltó lo que estaba aferrando y pasó junto a ellos a toda velocidad, hacia la oscuridad que se entreveía detrás de los tablones de la puerta. Estaría a salvo en el interior, pero la puerta no iba a evitar que ellos entrasen.
Las puertas nunca me habían protegido de ellos. Un recuerdo, fugaz e imposible de retener, de cada uno de esos hombres en el umbral de mi habitación. Todos con flores y promesas. Todos sonriendo. Todos entrando a pesar de que no era lo que yo quería.
Ahora no sonreían. Sostenían armas y crucifijos al entrar para seguir a Paloma.
—Deberíamos… —empecé a decir, pero Cuerva me tapó la boca con las manos. Apretó con fuerza y me clavó las uñas en la mejilla.
—Tenemos que acercarnos —susurró. Nos deslizamos por la oscuridad, cruzamos la puerta que habían dejado entreabierta y nos mezclamos con las sombras del fondo del mausoleo. Los hombres estaban tan centrados en lo que iban a hacer que ni siquiera se dieron cuenta de que estábamos allí. Habría gritado, o salido corriendo, o intervenido, pero Cuerva me atrapó con fuerza y en silencio, igual que la noche atrapa la tierra.
Y fue entonces cuando me di cuenta de que mi prometido, el hombre que había jurado cuidarme toda la eternidad, el hombre que había afirmado amarme, el que había intentado con tantas ansias salvar mi cuerpo mortal junto a sus amigos, no había sido capaz de diferenciarme de Paloma.
Le apuñaló el corazón, le dio un beso es sus labios inertes y luego procedió a cortarle la cabeza.