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BOSTON, 25 DE SEPTIEMBRE DE 2024
TRANSCRIPCIÓN DE UNA CLIENTA
Drácula tenía tres novias, pero una se había perdido en el viaje. Supongo que sigue deambulando por alguna parte de Europa, intentando encontrar la forma de llegar a Londres. O puede que él hubiese acabado con su existencia en algún momento. Da igual.
Aunque nunca llegué a saber sus nombres (ni siquiera ellas lo sabían), vamos a llamar Cuerva y Paloma a las dos que conocí, para que sea más fácil distinguirlas. Cuerva tenía el pelo largo y frondoso, tan negro que consumía la luz a su alrededor. Y el pelo de Paloma era tan efímero y blanco que parecía flotar a su alrededor como si de una nube se tratara.
Ahora que había conseguido salir de mi mausoleo, me quedé paralizada en el cementerio. Era de noche, pero una noche diferente a todas las que había conocido hasta ese momento. La brisa se agitaba sin sonido ni aroma algunos, como si todos mis sentidos se hubiesen entremezclado. ¿Acaso las rosas siempre habían brillado así? ¿Los pájaros siempre habían hecho tanto ruido al agitar las alas y las plumas? ¿Siempre había sido ajena a la presencia de las pequeñas criaturas rastreras, a pesar de que ahora notaba el calor tan obvio que emanaba de ellas?
Calor. Necesitaba calor. Tenía un frío apabullante. Mi consciencia titubeaba y partes enteras del cementerio aparecían y desaparecían en intervalos. Noté que había calor cerca. Solté un grito y mis dientes crecieron hasta adquirir unas puntas afiladas con un dolor cercano al placer. Y luego dichos dientes encontraron ese calor y me dejé llevar por el júbilo animal de satisfacer al fin una necesidad.
Aún no sé a quién había matado. Y nunca lo sabré. Cuando pienso en lo que hice esa noche, siento el lugar donde tendría que haberse afincado la culpa, pero es un lugar que siempre encuentro vacío. Aún no era una persona, o al menos no tan persona como soy capaz de ser ahora. No era más que una borrasca, una recién nacida otra vez.
Me senté en el suelo, temblando a causa del éxtasis y maravillándome al sentir el calor de otra vida extendiéndose por mi cuerpo. Ni siquiera me acordaba de que tenía cuerpo hasta ese momento. Lo único que había notado eran mis sentidos y luego mis dientes. Me quedé mirándome las manos, sorprendida por lo pequeñas y blancas que eran. Y también el cuello. No dejaba de tocarme el cuello. No tenía nada, pero sentía esos dos puntos simétricos y helados, agujeros por los que me había consumido, por los que me había extirpado. ¿Cómo había vuelto a entrar en mi carne?
Las novias me encontraron allí. Me habría quedado impresionada con cualquier cosa que me tocase con amabilidad esa noche, como un patito que no se separa de su madre. Cuerva canturreó y me acarició el pelo mientras yo no dejaba de temblar. Paloma me arrulló mientras me decía lo pequeña, lo bonita y lo nueva que le resultaba. Volvieron a llevarme hasta mi mausoleo.
Estaba desesperada por aquel roce cariñoso, casi tanto como lo había estado por la sangre. Y ese es uno de los errores que me ha traído hasta aquí. Pero no adelantemos acontecimientos.
Estar con ellas me hacía sentir… ¿Recuerdas el día en el que te diste cuenta de que podías ser la misma mujer por dentro y por fuera? ¿Que esa versión de ti que siempre había estado oculta, atrapada en tu interior durante tanto tiempo, quizá era la única versión que existía?
Hay que saber quién eres. Reivindicar la mujer que eres y celebrarla. Ojalá también hubiese podido hacerlo en vida.
Pero la guapa e imbécil que fui en el pasado había muerto sola y atemorizada, no comprendía lo que sentía y nunca habría sido capaz de decir lo que ansiaba, lo que quería.
Pero esta nueva guapa e imbécil en la que me he convertido, que acababa de surgir de la tumba con la sangre de otra persona corriendo por sus venas, era muy diferente. Esta sí que sabía lo que quería. Dejé que Cuerva me besase y que Paloma me acariciase. Me ruboricé ante las posibilidades que me aguardaban. Ya no sabía ni qué ni quién era, y no tardé en darme cuenta de que eso significaba que podía ser cualquier cosa. Cualquier persona. Que podía hacer lo que quisiese. ¿Quién me lo iba a impedir? ¿Quién iba a decirme que me equivocaba, qué estaba mal o qué era antinatural cuando las cosas eran lo que eran sin más?
No me arrepiento de lo que las novias y yo hicimos esa noche y muchas otras. No me arrepiento de haberme dejado llevar por la avalancha de sensaciones. De permitirme desear. No amaba a las novias y ellas a mí tampoco, pero al menos ahora había algo que comprendía sobre mí misma, algo que perduraría aunque todo lo que me rodeaba se viniese abajo.
Me encantaban los pechos.
Me parecían lo mejor. Divinos. Podría vivir miles de años más y no cansarme de ellos jamás.
Por lo que esa noche también descubrí las manos, las lenguas, los dientes y miles de cosas sorprendentes más que hacer con ellos. En aquel momento, creí que todas esas partes de mí que Cuerva me estaba descubriendo eran del todo nuevas y que eran consecuencia de haberme convertido en vampira. Un claro ejemplo de lo poco que sabía de la vida hasta ese instante. Había tardado demasiado en darme cuenta de que eran cosas que bien podría haber sentido antes. No tenían que estar relacionadas con la sangre ni con la muerte ni con la violencia. Podían cimentarse simplemente en el amor, en la dulzura y en el cariño.
Pero el amor no era un destino viable para mí.
Dormimos durante unos días, aferradas e inseparables, en mi mausoleo y pasamos unas pocas noches acechando en la oscuridad en busca de ese calor que solo podíamos robar. Cuerva cazaba conmigo, pero Paloma se marchaba por su cuenta. Siempre se reunía con nosotras antes del amanecer, momento en el que volvíamos a encerrarnos en el mausoleo.
La sangre es buena para los vampiros en lo relativo a la sanación, la regeneración o la fuerza. Pero dormir es incluso mejor, sobre todo si es un sueño reparador y apacible en tierra de tu tumba. Aunque, en realidad, sirve cualquier lugar que no esté consagrado.
Pero dormir en tierra de tu tumba no es la única manera de descansar. Mi mausoleo es como un hogar, una sensación similar a la de dormir en tu cama en lugar de en cualquier otro sitio, pero tampoco me cuesta encontrar otro sitio que me sirva. La sangre antigua ayuda cuando se derrama con violencia o de forma voluntaria sobre la tierra. La alimenta, como si fuese fertilizante para vampiros. Un campo de batalla, una fosa de la peste o cualquier otro receptáculo son los mejores lugares. Los cementerios no lo son ni de lejos.
Y no es por esa tontería de que sean terrenos consagrados. De hecho, no hay que tomarse esa idea como prueba de la existencia de Dios. Yo prefiero pensar que mi existencia es la prueba de todo lo contrario. Y, si no la mía, la de Drácula es prueba más que suficiente de que no hay un gran plan, de que no existe un protector benévolo que vigile a sus queridos hijos.
No, la verdadera razón es que los cementerios, sobre todo los modernos, están llenos de cuerpos mancillados con productos químicos que casi no tienen sangre.
No he pensado en mi mausoleo desde la última vez que lo dejé atrás. Pero en aquel momento era mi hogar, uno que compartía encantada con Cuerva y con Paloma. Uno al que siempre tenía ganas de volver. La luz del sol era una jaula. Éramos capaces de sobrevivir cuando los rayos de luz caían sobre nosotras, pero nos limitaban. No nos permitían cambiar de forma y reducían muchísimo nuestras fuerzas. Cuerva me había advertido de que los evitase a toda costa.
No obstante, una noche titubeé. Aún no había recuperado mucho de mí misma. No podría haberte dicho mi nombre ni mi dirección, o ni siquiera el aspecto que tenía mi madre a pesar de que había muerto casi al mismo tiempo que yo. Pero sí que sabía una cosa: que quería ver a mi ser amado.
—Tengo que volver a casa —dije a Cuerva—. ¿Podrías ayudarme a encontrarla?
Cuerva me acarició el pelo. Después tiró, me echó la cabeza hacia atrás y me pasó una uña afilada por la garganta.
—Bonita —dijo—. Estúpida. Nunca podrás volver. ¿Acaso has olvidado de quién eres novia ahora?
Me arrastró hasta el mausoleo, pero algo hizo que se quedase muy quieta. Siseó y se perdió en la noche. Yo seguí mi camino. Había gente esperándome en mi lugar de descanso. Sentía cómo el calor irradiaba de ellos.
Al llegar, me encontré con cuatro hombres. No reconocí sus rostros, ya que eran unos que había olvidado en el intervalo entre la muerte y el regreso a la vida, pero sí que reconocí el aroma de su sangre. Había restos de ella en mi cuerpo. ¿Cómo había llegado a mi interior si nunca los había probado?
Uno tenía un cúmulo de pelo color claro sobre el labio, como si hubiese intentado limpiarse lo que quiera que saliese de su boca y se le hubiese quedado la mancha.
—¿Lucy? —preguntó.
¡Mi nombre! ¡Me llamaba Lucy! O al menos ese era mi nombre en el pasado. La mayoría de los nombres llegaban a mi mente sin previo aviso. Ahora los recuerdos son así para mí, como si estuviesen atrapados tras una presa a la espera de que la grieta adecuada terminase por ceder.
—¡Arthur! —dije.
Había sido mi prometido. Estaba allí con el doctor, el vaquero y el viejo holandés. Todos me estaban esperando, anhelándome igual que había hecho antes de que cambiase.
Abrí los brazos mientras la sangre me latía en las venas, conocedora al fin de los placeres que se me habían negado durante toda mi vida. Antes no quería a mi prometido, pero ahora lo notaba caliente. Podía enseñarle algunas cosas. Podía enseñárselo todo. Habían intentado salvarme a su manera y quería dejarles claro que todo iba bien. Que yo estaba bien.
Mejor que bien. En el pasado se me había dado bien mostrarles exactamente lo que querían ver, pero ahora iba a mostrarles lo que habían esperado de mí en secreto, lo que seguro que aún seguían esperando, a juzgar por cómo la sangre latía en sus miembros. Al fin no había nada que me atase y las ansias se habían apoderado de mí. Puede que incluso pudiese llegar a considerarse afecto. Eran unas criaturas frágiles y mortales, cuatro hombres que habían alterado el rumbo de mi vida y de mi muerte. Tenía que tratarlos con cuidado.
—Venid —dije entre risotadas—. No pasa nada. Os besaré a todos y me contaréis vuestros secretos y al fin podremos conocernos de verdad.
¿Y sabes lo que hicieron cuando yo, el objeto de su afecto y lujuria, demostré estar lista para aceptarlos con mis propios términos? Se apartaron asqueados y aterrorizados.
He pensado durante mucho tiempo que se debió a que era una vampira. Pero ahora he pasado el tiempo suficiente con gente para descubrir que no causo ese efecto en los demás, sino el contrario. Ni quiera les había sacado los colmillos. No, lo que les dio asco fue el hecho de no tener poder sobre mí. Les resultó nauseabundo darse cuenta de que ya no era su virgen ideal a la espera de entregarme a ellos. Eso fue lo que pasó. Eso fue lo que encontraron monstruoso.
Ya no les pertenecía y nunca volvería a hacerlo.
Como era de esperar, lo que vino después fue muy violento.